CONSIDERACIONES GENERALES
Para empezar, habría que
decir que el anarquismo tiene una significación plural desde el punto de vista
filosófico, además de su concepción como un sistema nuevo de organización
social. Yo no pretendería hacer una definición etimológica, sino enfocarlo desde
la visión filosófica. Si se pretendiera trazar un esquema, se podría decir que
el anarquismo es una filosofía de la persona, y por ello mismo, una filosofía
tendente al desarrollo integral de la misma, y ahondando en ello, una ética de
la responsabilidad personal. Luego sería una teoría revolucionaria y
transformadora de la sociedad. Sabemos, desde Nettlau y otros ilustres
compañeros, que la historia es un escenario dinámico donde se manifiestan las
tendencias anárquicas de la humanidad. Fue el propio Parménides quien
afirmó por primera vez que “todo lo que es, tiende a ser” es decir, a
afirmarse. Pero esta afirmación anárquica sería una afirmación dentro de la
libertad universal, para empezar, la nuestra, y luego, la libertad de
los demás, la libertad de todos en la solidaridad.
Notemos que esta premisa es muy fecunda en consecuencias,
puesto que de ella hacemos derivar el derecho del ciudadano y del trabajador,
del hombre y de la mujer, a reorganizar en profundidad, libremente y en
usufructo pleno de la soberanía personal y colectiva, la sociedad actual, sin
necesidad del Estado ni de la Autoridad. Creo que la reivindicación de
la responsabilidad personal e intransferible se la debemos al evolucionista
Simpson Gaylord, un discípulo de Huxley, que había comprendido a la perfección
que el proceso del devenir humano no era y no podía ser otra cosa que el que
lleva desde el gregarismo y la indiferencia primitiva de la individualización
(relativa) de los tiempos modernos. Esta consideración hacía asimismo justicia
a la naturaleza fundamentalmente social y solidaria de la persona, la cual, en
palabras de Guyau, tiene demasiadas lágrimas, risas, y sentimientos como
para poder satisfacerse a sí misma.
Entonces, al llegar
aquí y al considerar la sombría realidad circundante donde prevalecen en
general la opresión y la injusticia, las guerras, las iniquidades sin fin,
resultado inevitable del pensamiento anarquista sería éste, por su
contenido crítico, se convirtiera también en una concepción del mundo
vista a través de una óptica antiautoritaria. Finalmente, de este
hecho debía nacer una verdadera teoría revolucionaria de transformación social
y un proyecto concreto con formas y proposiciones válidas para hacer posible
esta transformación.
MARXISMO
Y ANARQUISMO
Creo
que aquí habría que detenerse un instante para subrayar la originalidad
decisiva del anarquismo al ver la historia a través de la filosofía
antiautoritaria. Pero esta visión ¿es realmente original? Podemos afirmar
rotundamente que sí, sobre todo si comparamos nuestras premisas con las de los
grupos que ocupan con nosotros, al menos genéricamente, un espacio en el campo
del socialismo. A pesar de sus pretensiones científicas, aquellas sectas y
escuelas del socialismo, podemos confirmarlo, no han comprendido nada sobre el
proceso del pasado y del devenir histórico, y ello a pesar de la visión pretendidamente
infalible de la historia y de la ciencia que se atribuyen. Sabéis que en la
filosofía de todas las sectas o grupos marxistas hay una cosa llamada
alienación económica, que sería ese milagro capaz de explicar de modo absoluto
el mundo complejo que nos rodea: las demás alienaciones, la política, la
cultural y la religiosa, se derivarían de la alienación primitiva que sería la
económica. Pero hoy sabemos, al estudiar el proceso de la historia, que la
alienación esencial no ha sido la económica, sino la político-teológica.
Los
primeros jefes-magos que intentaban soberbiamente explicar a las poblaciones
integradas en las sociedades primitivas, aún no diferenciadas, lo que ocurría
en los entornos mágicos dónde vivían, fueron creadores de la primera y verdadera
alienación esencial, es decir, la político-mágica. El jefe-mago fue el comienzo
de la alienación primitiva, basada en la sumisión a los seres que disponían del
conocimiento científico-político en el seno de las poblaciones primitivas.
Evidentemente, este fue el principio, puesto que esta primera alienación
condujo de inmediato a la aparición de privilegios políticos y económicos, e
incluso de las posiciones sociales privilegiadas que desde el comienzo de la
historia hallamos un poco en todas partes. Entonces, esta fuerza primaria que
ha hecho moverse el mundo cuando aún no había clases constituidas, es el
principio de l a autoridad. Es él quien ha configurado el mundo antiguo, quien
ha creado los valores que siguen siendo esenciales en el mundo de hoy, es
decir, aquellos que han servido para edificar las sagradas estructuras
tradicionales que hoy constituyen el cuerpo y el alma de los que llamamos el
Estado y sus innumerables instituciones.
Es
por eso también que las relaciones del “marxismo real” que se petrificó cuando pretendía
ser el medio para alcanzar la sociedad sin Estado y sin clases, se han limitado
a reproducir las formas y los valores de mundo antigua, encuadrándolos en una
situación social que, al menos teóricamente, debía constituir la transición
hacia la sociedad prevista en los textos sagrados del marxismo. Todo esto
evidencia que quien quiera que en nuestros días utilice las formas autoritarias
que derivaban de los jefes-magos teorizadores, no conseguirán sino la
repetición fatal e inevitable de las situaciones del mundo antiguo, y eso
sencillamente porque también aquí se confirma de nuevo la opinión de Parménides
cuando, utilizando el lenguaje de la experiencia histórica, nos decía que todo
lo que es tiende a ser y a perseverar en el ser, dicho de otro modo, a
perpetuarse.
Eso
es lo que pasa con todas las formas de estatismo, en relación a las cuales la
experiencia histórica ha demostrado su imposibilidad natural de decrecer y su
propensión, por el contrario, a desarrollarse hasta las últimas consecuencias.
La originalidad del anarquismo consiste en haber previsto este extremo. Si sólo
hubiera esta aportación, sería algo muy importante, puesto que habría
contribuido a situar el debate sobre la utopía. Ya sabéis, se ha hablado mucho
sobre el problema de la utopía.
En
el terreno práctico del socialismo seríamos nosotros los utópicos, es decir, la
gente que se propone cosas absolutamente irrealizables. Son los propios
marxistas quienes nos lo llaman, pero olvidan que la utopía, es decir, la
sociedad sin Estado y sin Clases, se hallaba en las entrañas mismas del
Manifiesto Comunista redactado por Marx y Engels en 1848. Quisiera aprovechar
la ocasión para demostrar la coherencia filosófica del anarquismo, al margen de
sus dificultades reales. Para nosotros, verdaderamente, la anarquía es algo que
no aparece en ninguna parte, es la utopía y así lo aceptamos. Pero en un
sentido positivo: la utopía es algo que no está en ninguna parte… pero que
puede llegar a materializarse. Solo hace falta crear las condiciones objetivas
para realizarla.
Al margen de sus dificultades reconocidas, el problema de las condiciones objetivas
es el problema esencial de la historia: cosas o situaciones que no existían
hace dos o tres siglos, existen en nuestros días. Por ejemplo, aquí en España,
a los anarquistas no se nos puede hablar de utopía en el sentido del desdén o
la irrisión, porque nosotros la utopía la hemos realizado, al menos
parcialmente, durante la guerra civil; cuando se crearon las condiciones
objetivas, la revolución se llevó a cabo de un modo profundo.
Mas
hablemos ahora de las condiciones objetivas. ¿Dé qué condiciones se trata? De
las condiciones que hacen posible la realización de los fines propuestos o
previstos teóricamente; de aquéllas condiciones de, al no entrar en
contradicción con las finalidades, las hacen posibles. En consecuencia, se
trata simplemente de un problema de fines y medios, de un problema de
coherencia entre las finalidades previstas y los medios para posibilitarlas. La
historia ha demostrado que no se llegará jamás a la sociedad sin Estado y sin
clases si se empieza a crear un nuevo Estado, que, aún proclamándose
provisional, tiende por su propia naturaleza a convertirse en superestado que
necesita de su propia nomenclatura, es decir, de su propia clase dirigente.
Entonces nos hallamos ante el fin de los fines, es lo ya visto y conocido, la
reproducción al infinito del autoritarismo y sus consecuencias; la represión.
Entonces, en verdad y para definir el problema de una manera definitiva, la
utopía en el campo genérico del socialismo no es otra cosa que la elección de
medios que en modo alguno pueden conducir a las finalidades previstas por su
propia incoherencia. Lo que el anarquismo afirma desde siempre es que el
problema fundamental del socialismo es el de los fines y los medios. Es preciso
renunciar por completo a todos aquellos medios que no pueden conducir a los
fines propuestos.
De
manera que el anarquismo, además de la dificultad aceptada que no tratamos de ocultar,
es también la racionalidad. Acaso antes de ocuparnos del modelo del anarquismo
como proyecto radical y profundo de transformación social, debamos profundizar
ese elemento de racionalidad del anarquismo, el cual, al proponerse la
autogestión de todos los sectores económico-productivistas y políticos que
constituyen en su conjunto la vida humana, sostienen que el establecimiento de
esta autogestión sería precisamente la materialización integral de estas tres
ideas-fuerza más importantes de nuestro tiempo: libertad, democracia,
autonomía, por no hablar de otras gloriosas ideas-fuerza que finalmente se han
perdido en la vaciedad más absoluta. Todas esas nociones absolutamente lineales
en nuestra sociedad actual, están por completo desprovistas de cualquier
contenido. De cualquier modo, sirven para recubrir y justificar la
irracionalidad de las instituciones y de las estructuras sociales y económicas
dominantes del mundo actual. Porque la libertad, la democracia y la autonomía
–concepto este último muy virgen en España con el proceso de regionalización- son
absolutamente incompatibles con el sistema capitalista que se funda en la
explotación del trabajo ajeno, la recuperación de las inversiones y la búsqueda
del mayor beneficio a no importa qué precio, en lugar de proponer la plena y
solidaria satisfacción de las necesidades económicas, sociales y culturales
para todo el mundo.
Tras
esto se deduce fácilmente que a duras penas puede ser libre o autónomo quién permanece
sometido a la explotación económica o política, quien no dispone en absoluto de
su propia vida o destino, o vive sometido a la amenaza del paro, producido por
la irracionalidad de la economía de mercado; quien como en España sale de la cobertura
del paro e ignora en absoluto o que el destino de reserva en lo sucesivo.
Entonces, hablarle a esa gente de libertad o de autonomía es sencillamente un
sarcasmo; hablarles de democracia, concepto que debería representar la realidad
del gobierno del pueblo por sí mismo, pero que se reduce hoy a la mera
capacidad de emitir un sufragio que permite a los políticos gestionar nuestros
intereses en nombre de la supuesta solidaridad de una sociedad que en las
constituciones burguesas aparece como global, en tanto
que en la realidad se halla profundamente dividida en clases irreductibles, eso
es también
cuando menos sarcástico.
Aquí,
una vez más, el anarquismo es racionalidad, la preocupación de devolver a esas grandes
ideas-fuerza desvalorizadas por el abuso y la explotación, toda su
significación profunda. Porque la libertad, la democracia y la autonomía,
entendidas en su sentido integral y significativo, es la autogestión, la sociedad
sin Estado y sin clases, es en fin la anarquía. Pero el anarquismo es entonces
también esa teoría revolucionaria y transformadora de la sociedad y, en su
aplicación, una organización totalmente nueva. Más, ¿cómo se llevaría a cabo
ese cambio radical? Lo diré enseguida. Situando la federación económica en el
sentido amplio de todas las actividades productivas e industriales, agrarias y
de servicios, en lugar del sistema capitalista; y la federación política, en el
sentido amplio de todas las actividades de relaciones humanas generales,
comprendiendo en ellas las federaciones de comunas en lugar del Estado.
ANARQUISMO
Y FEDERALISMO
Es
el momento de hablar del sistema de federaciones, es decir, del federalismo. En
realidad, el federalismo es un componente del anarquismo, el mecanismo
realizador, los medios concretos, la consecuencia de una filosofía, tal como
hemos definido al anarquismo en sus diversas vertientes, dotada de una voluntad
activa de realización. Para realizar cualquier propósito se necesitan medios
concretos y lógicos que culminan normalmente en la finalidad prevista y
solamente en ella. Tenemos pues, la concreción de todo el contenido filosófico
de anarquismo y, por lo mismo, la confirmación del papel excepcional que
previamente se ha acordado a la relación armoniosa entre los fines y los medios
en la filosofía anarquista. Entonces, el federalismo es la acción coherente con
una filosofía antiautoritaria que no puede entrar en contradicción con los medios
que ella emplea para realizarse. Como conclusión, se puede decir que el
federalismo es la coherencia y la racionalidad del anarquismo en el proceso de
su realización.
Federación,
del latín foedus, significa pacto, alianza, acuerdo. Es el federalismo anárquico
–existe también el federalismo estatista de los políticos-, ese vocablo
significa pacto libre, alianza libre, acuerdo libre, apoyo mutuo y solidaridad.
Es por esto que al emprender la tarea gigantesca de intentar acabar con el
capitalismo y el Estado, deseamos sustituirlos, como ya hemos dicho, por medio
de la federación económica y política.
Al
llegar aquí pienso que es necesario ocuparse de Proudhon, el autor de El
Principio Federativo y de la necesidad de reconstituir el partido de la
revolución. Proudhon es un formidable creador de anarquismo a lo largo de toda
su obra. Ya en 1856, con El manual de un especulador de bolsa, empieza a
preocuparse por los problemas del federalismo. Aquí lo considera como un
elemento técnico aplicado al problema de la democracia industrial. En 1862 se
halla en Bélgica y tiene problemas con la cuestión de la unidad italiana, que
amenaza con terminar en el nacionalismo y después en el imperialismo. Aquí es
atacado por los progresistas de su tiempo, para quienes el federalismo es la
reacción, mientras que el unitarismo sería el progreso. Regresa a Francia y escribe
Del Principio Federativo, obra que hoy, en mayor medida que nunca, tiene una aplicación
universal. Desde el punto de vista económico, su análisis sobre el trabajo y las
fuerzas colectivas le conducen a su teoría mutualista y federalista de la
propiedad.
Relativizada
por el flujo de las relaciones sociales, toda propiedad es mutualista, mientras
que solidarizada por esas mismas relaciones, toda propiedad es federalista.
Cierto que, al tener en cuenta la sociedad campesina de su tiempo, Proudhon
prevé una federación de pequeños agricultores, pero también es cierto que el
mutualismo y el trabajo en grupo, así como la integración de la agricultura dentro de la
sociedad económica federalista de los trabajadores, solidariza y socializa
realmente la agricultura.
El
caso resulta más claro con la socialización federalista de la industria. Tras
la transición a la nueva sociedad, Proudhon nos muestra el panorama de la
colectivización y socialización industrial con todas sus consecuencias. La
compañía o empresa industrial que se autogestiona por medio de la participación
de cuantos la componen, si bien concurrentes y solidarios a la vez entre ellos.
Aquí, Proudhon estaría anticipando, pero de una manera más neta y pura, sin
intervención del Estado, las experiencias autogestionarias de Yugoslavia. Es
cierto, asimismo, que Proudhon se verá posteriormente superado por alguno de
sus partidarios y discípulos, que defenderán un colectivismo más puro y más tarde
aún, el comunismo integral en el plano económico. El sociólogo francés Bancal nos
dice, para definir eficazmente el pensamiento proudhoniano sobre este aspecto:
“Por
su colectivismo liberal y no estatal a la vez, Proudhon desea escapar al riesgo
de un feudalismo integrador tanto como de un estatismo integral. Y para liberar
a los trabajadores de la alienación capitalista y preservarlos de la alienación
estatal, Proudhon no recurre ni a la técnica unitaria que caracteriza a los
monopolios ni a la concentración monolítica del Estado, sino a esa técnica
pluralista que es el mutualismo”
Ahora
debemos preguntarnos en qué espacio político inserta Proudhon su federación agrícola
industrial. Teniendo en cuenta su ideorrealismo y su pragmatismo, para Proudhon
los principios políticos son solamente la prolongación de los principios
económicos, porque “entre las funciones económicas y las funciones políticas
existe una relación análoga a aquella que la fisiología señala en los animales
entre las funciones de la vida orgánica y las de la vida de relación...” Luego
Proudhon añade aún: “De igual modo, el aparato de gobierno resulta de un
contrato real donde la soberanía de los contratantes en lugar de desaparecer en
una majestad central, mística, sirve de garantía a la libertad de los Estados,
las comunas y los individuos.” Y concreta así. “Aquí las masas trabajadoras son
real y positivamente soberanas”
¿Cómo
podrían no serlo? El organismo económico les pertenece por completo. ¿Cómo siendo
dueñas absolutas de las funciones económicas podrían no serlo asimismo de las funciones
de relación? En el Principio Federativo nos dice, para resumir, que todo se
basa en la transformación de la nación en provincias o comunas autónomas,
administradas por sí mismas, disponiendo tales entes de una fuerza de
iniciativa y de una influencia suficiente. Precisamente porque el contrato de
la federación, cuya esencia tiende a reservar a los ciudadanos más que al
Estado, a las autoridades municipales y provinciales más que a las centrales, las
atribuciones federales no pueden sobrepasar nunca en número y en realidades las
de las autoridades comunales y provinciales sin deslizarse hacia el despotismo.
Pero,
pongamos atención: Esto no es todavía el anarquismo de Bakunin, Kropotkin o Reclus;
el Estado no desaparece por completo en la visión proudhoniana. Es la
consecuencia de su ideorrealismo y también de su dialéctica serial. Aquí las
antinomias no se superan jamás, no desaparecen en la síntesis, de manera que la
autoridad y la libertad dominarán alternativamente, según las circunstancias.
En el proyecto final de Proudhon, la autoridad es sólo residual, simbólica,
cumple todo lo más un papel de arbitraje, pero existe. Sin embargo, el
federalismo proudhoniano camina hacia la libertad hegemónica, es decir, hacia
su predominio, está completamente vivo hoy.
EL
FEDERALISMO LIBERTARIO, HOY
Veamos,
se trata de un problema actual hoy en algunos países. En España, por ejemplo, donde
el regionalismo descendente, que reproduce en las regiones las estructuras unitarias
y centralistas y las burocracias estatales, que esta vez y circunstancialmente pueden
emplear las lenguas regionales, pero también ciertamente los medios y las técnicas
de los Estados unitarios. Existe asimismo una grave oposición entre el nuevo nacionalismo
y el federalismo. El problema entre nosotros, los elementos libertarios, es que
el nuevo nacionalismo estimulado en España por la represión de que fue objeto durante
el franquismo, está siendo defendido también en algunos medios libertarios.
Hay
compañeros que piensan que la nación es diferente del Estado y que, además, el concepto
de nación no va necesariamente unido al de Estado. Se habla de la historia, de
la cultura de los pueblos. Nosotros, es decir, la gente que pensamos que ni el
federalismo ni el anarquismo tienen nada que ver con el nacionalismo, nos
preguntamos:
“¿De
qué cultura y de qué historia habláis?” Ciertamente el Estado de las Autonomías
ha relanzado los debates en España, incluso entre los medios libertarios. Se
trata poco más o menos de lo que ocurrió a Proudhon en Francia o en Bélgica con
el problema de la unidad italiana. Sabemos que Proudhon había defendido la
solución federalista para Italia frente a quienes defendían la solución
unitaria, que eran los “progresistas” de este tiempo. Pero Proudhon preveía la
marea nacionalista en Europa, primero la del nacionalismo italiano y luego la
del nacionalismo alemán. Y no se equivocaba. Considerando la concepción
mazziniana, se entrevé ya claramente lo que se puede esperar de la unidad de
Italia. “Una nación, nos dice Mazzini, es la asociación de todos los hombres que,
agrupados por la lengua, por ciertas condiciones geográficas, o bien por el
papel que les ha sido asignado por la historia, reconoce un mismo principio y
marcha, bajo el imperio de un derecho unificado, a la conquista de un solo
objetivo definido”. Luego Mazzini será todavía más concluyente: “Pero la
nacionalidad es también otra cosa. La nacionalidad es la parte que Dios reserva
al pueblo en el trabajo humanitario. Es, por supuesto, su misión, la misión que
debe realizar en la Tierra para que el pensamiento de Dios pueda realizarse en
el mundo”. Ese mesianismo será pronto el imperialismo, porque éste es la fe
esotérica de todos los gobiernos, y ya en 1882 (Italia se unifica en 1870) bajo
el gobierno Crispi, la nueva nación unificada hace en Eritrea sus primeras demostraciones
imperialistas. A partir de ese momento, el proceso se mantiene hasta el fin de
la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo que la unificación italiana se lleva
a cabo la reunificación alemana con Biskmarck, y ésta conduce finalmente al
nazismo hitleriano. De manera que Proudhon tenía razón y no debemos olvidar sus
experiencias.
Hablaré
brevemente de los proyectos de la transición revolucionaria, en los cuales el federalismo
es técnicamente el medio que va a servir para sustituir las instituciones
estatistas burguesas. Pero, para empezar, ¿qué se debe sustituir? En principio,
hemos partido casi universalmente del punto de vista de que era necesario
cambiar el gobierno de los hombres por la administración de las cosas.
En
el Congreso de la Primera Internacional, celebrado en Barcelona en 1870, los
delegados se declararon partidarios de la libre federación de libres
asociaciones agrícolas e industriales, pero no se habló de la federación política,
es decir, de las provincias, de las comunas o municipios. Hay una visión pragmática
o laborista. Acaso se está considerando las realidades políticas, las comunas, como
formando parte de las cosas a administrar. Después, sobre todo en este siglo,
el anarquismo y el anarcosindicalismo en España han subrayado esencialmente la
organización federalista de las comunas y, dentro de éstas, la organización
federalista de todos los sectores de la vida económica. Los ejemplos concretos
los encontramos sobre todo expresados en los acuerdos del Congreso de Zaragoza,
1936, y en los del penúltimo Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo
(CNT) en 1979 en Madrid.
En
la literatura libertaria francesa podríamos señalar, entre otras, la obra de
Pierre Besnard Los sindicatos obreros y la revolución social, editada en 1930
por la Confederación General del Trabajo Sindicalista Revolucionaria. Aquí,
para Besnard, que a mi juicio hace un buen trabajo teórico, la comuna política
de base y después la federación de comunas a todos los niveles, es el espacio
en que habrá de construir necesariamente toda la organización federalista de la
vida económica en forma de federaciones industriales; así se podrá organizar
por medio de la federación el conjunto de las actividades económicas y las de
relación humana general -las políticas-, que constituyen la vida de las
colectividades.
Otro
aspecto de la visión laborista o económica del federalismo en los esquemas de
la sociedad futura lo encontramos en el opúsculo de Gastón Leval Práctica del
Socialismo Libertario, Ginebra, 1959, donde se defiende una visión federalista
de la sociedad futura sobre la base de la federación económica sin ninguna correspondencia
de la federación política o de las comunas. Encontramos aquí también la vieja
concepción de los internacionalistas españoles de la sustitución del gobierno de
los hombres- de las personas- por la administración de las cosas. Encontramos
en el opúsculo ideas eficaces sobre la organización de los mecanismos
financieros y de las técnicas de distribución, pero los aspectos políticos
inesquivables de la vida social han sido ignorados de una manera insólita.
Es
lo que ocurre en el caso de esta manifestación libertaria que no se reconoce
como tal, el consejismo, con Cardan, Pannekoek y algunos más. Estos construyen
sin decirlo una estructura libertaria de sustitución del capitalismo, pero sin
hablar jamás del anarquismo, como si hubieran sido ellos quienes por primera
vez concibieran la federación económica libertaria. También ellos construyen
una estructura económica a partir del centro industrial de base y se olvidan
luego empero de que esto debe, por necesidad, desenvolverse en el seno de un
espacio político llamado comuna, que debe, a su vez, organizarse por medio de
la federación, por la solidaridad y el apoyo mutuo.
PREFIGURACIÓN
DE FUTURO
Esto
lo podemos llamar prefiguración. Nosotros decimos que “prefiguramos” en
nuestras organizaciones la sociedad del porvenir. Es decir, que la dinámica
anarquista al desarrollarse en el seno de nuestras organizaciones representa de
manera anticipada lo que podrá ser la sociedad o el mundo del porvenir. Nada
nace de la nada. Para que en el futuro pueda existir una sociedad libertaria
habrá que crear desde ahora mismo los valores que oponemos a los valores de la
sociedad actual. Es lo que Proudhon nos decía en La capacidad política de la
clase trabajadora: “El cuarto estado no es nada todavía, pero llegará a serlo
todo”. Los valores del cuarto estado, los valores originales y renovadores de
la clase obrera iban a llegar a ser el todo, hasta el punto de permitir una
reestructuración del mundo. Pero como nada nace de la nada, esto explica que
incluso si todas las grandes revoluciones históricas son libertarias en su origen,
la falta de ideas-fuerza bien estructuradas, insuficientemente propagadas en la
sociedad, hace posible que situaciones revolucionarias, libertarias en un
primer estadio, sean posteriormente recuperadas por los políticos, no importa
cuál sea su nombre. Por otra parte, nosotros los libertarios, no podemos
reproducir en nuestras organizaciones los vicios y el autoritarismo de las
organizaciones políticas o autoritarias de no importa qué signo. Entonces, en
nuestros colectivos, tanto específicos como sindicales, practicamos este tipo
de anticipación. No existen en ellas, no pueden existir, los dirigentes: solamente
hay militantes responsables con el mismo estatus, los mismos deberes y las mismas
obligaciones. Estas organizaciones funcionaban precisamente según las reglas de
Gaylord, basadas en la responsabilidad personal que no puede transferirse.
Hay,
sin duda, militantes que tienen responsabilidades concretas en el seno de comisiones
o comités destinados a aplicar acuerdos que son tomados en la base,
soberanamente por todos los miembros. Esos militantes en funciones de
representación no son permanentes, son sustituidos en períodos fijos, de manera
que se aplica ese principio libertario, esencial en la sociedad del porvenir,
de que “todos somos necesarios, pero nadie es imprescindible”. Entonces esta
anticipación concreta y visible y que funciona con la eficacia que hacemos del
porvenir en los colectivos donde estamos organizados, tiene una formidable
importancia. Esto quiere decir que si una organización como la CNT, pongamos
por ejemplo, puede funcionar así; sí podía funcionar así la CNT de 1936 con un
millón largo de afiliados en los sindicatos, sin jerarquía, articulándose de abajo
a arriba, eso quiere decir que de modo semejante podrían y pueden funcionar
grandes colectivos humanos, importantes municipios como Madrid y Barcelona;
esto quiere decir que las federaciones de comunas podrían hacer funcionar a la
perfección a un país, sustituyendo por completo al Estado actual; y esto quiere
asimismo decir que la organización federalista de la economía podría hacer
funcionar perfectamente las federaciones industriales controladas por los
obreros, independientemente de su calificación técnica. De manera que las
personas podrían controlar como elementos concretos de la producción todos los
procesos económicos, al mismo tiempo que como ciudadanos podían organizar y
controlar las relaciones humanas generales, es decir, las políticas, a partir
del hábitat donde viven, la casa, el barrio y luego la comuna y las
federaciones de comunas. Pero entonces, amigos, he aquí que tendríamos la
anarquía, la nueva vida reconciliada sin opresión, sin Estados y sin clases.
Juan Gómez Casas