A
una carta de nuestra Federica participándole que Teresa Claramunt se estaba
muriendo, la querida compañera Antonia Maymón contestó con las siguientes
cuartillas:
«Para
EL LUCHADOR»
Teresa Claramunt se muere, acabo de recibir
la noticia que me comunica mi excelente amiga Montseny.
Yo, que nunca me he distinguido por elogios encomiásticos y que muy pocas veces he traído a cuento a nuestros grandes hombres, siento, ante la carta de mi amiga, las lágrimas en mis ojos y el dolor en mi corazón.
Y es que Teresa está ligada a mis primeros pasos en el ideal que tanto amo. Cuando yo la conocí, mujer fuerte y valerosa, luchadora infatigable, representaba para mi, jovencita imbuida todavía de mil prejuicios, resabios del ambiente burgués y reaccionario que había respirado hasta hacía poco, un cumulo de perfecciones.
¡La he respetado siempre como a una madre! ¡Me ha querido como a una hija! La represión de 1911 nos lanzó, a ella a la cárcel, a mí al destierro.
Después, la vida nos ha separado y reunido muchas veces, no siempre hemos estado en todo de acuerdo, mas si siempre la quise, sus últimos anos de enfermedad, que la iban convirtiendo en un ser cada día más inútil.
—¡a ella, más acción que otra cosa!—, me acercaban más a su persona.
Frente a la abulia femenina y la muñequita de biscuit, de labios pintados y mejillas maquilladas, es Teresa un trozo de mi sensibilidad, cultivada en el ideal ácrata, amor de mis amores.
Nada de alabanzas ni recordatorios, un pensamiento de amor para su memoria, un deseo de que tenga muchas imitadoras.
El luchador, 24 de abril de 1931, Barcelona
Yo, que nunca me he distinguido por elogios encomiásticos y que muy pocas veces he traído a cuento a nuestros grandes hombres, siento, ante la carta de mi amiga, las lágrimas en mis ojos y el dolor en mi corazón.
Y es que Teresa está ligada a mis primeros pasos en el ideal que tanto amo. Cuando yo la conocí, mujer fuerte y valerosa, luchadora infatigable, representaba para mi, jovencita imbuida todavía de mil prejuicios, resabios del ambiente burgués y reaccionario que había respirado hasta hacía poco, un cumulo de perfecciones.
¡La he respetado siempre como a una madre! ¡Me ha querido como a una hija! La represión de 1911 nos lanzó, a ella a la cárcel, a mí al destierro.
Después, la vida nos ha separado y reunido muchas veces, no siempre hemos estado en todo de acuerdo, mas si siempre la quise, sus últimos anos de enfermedad, que la iban convirtiendo en un ser cada día más inútil.
—¡a ella, más acción que otra cosa!—, me acercaban más a su persona.
Frente a la abulia femenina y la muñequita de biscuit, de labios pintados y mejillas maquilladas, es Teresa un trozo de mi sensibilidad, cultivada en el ideal ácrata, amor de mis amores.
Nada de alabanzas ni recordatorios, un pensamiento de amor para su memoria, un deseo de que tenga muchas imitadoras.
El luchador, 24 de abril de 1931, Barcelona
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