domingo, 26 de junio de 2016

Ni premio ni castigo - Francisco Ferrer i Guardia

La enseñanza racional es ante todo un método de defensa contra el error y la ignorancia. Ignorar verdades y creer absurdos es lo predominante en nuestra sociedad, y a ello se debe la diferencia de clases y el antagonismo de los intereses con su persistencia y su continuidad.

Admitida y practicada la coeducación de niñas y niños y ricos y pobres, es decir, partiendo de la solidaridad y de la igualdad, no habíamos de crear una desigualdad nueva, y, por tanto, en la Escuela Moderna no habría premios, ni castigos, ni exámenes en que hubiera alumnos ensoberbecidos con la nota de sobresaliente, medianías que se conformaran con la vulgarísima nota de aprobados ni infelices que sufrieran el oprobio de verse despreciados por incapaces. 

Esas diferencias sostenidas y practicadas en las escuelas oficiales, religiosas e industriales existentes, en concordancia con el medio ambiente y esencialmente estacionarias, no podían ser admitidas en la Escuela Moderna, por razones anteriormente expuestas.

No teniendo por objeto una enseñanza determinada, no podía decretarse la aptitud ni la incapacidad de nadie. Cuando se enseña una ciencia, un arte, una industria, una especialidad; cualquiera que necesite condiciones especiales, dado que los individuos puedan sentir una vocación o tener, por distintas causas, tales o cuales aptitudes, podrá ser útil el examen, y quizá un diploma académico aprobatorio lo mismo que una triste nota negativa pueden tener su razón de ser, no lo discuto; ni lo niego ni lo afirmo.

Pero en la Escuela Moderna no había tal especialidad; allí ni siquiera se anticipaban aquellas enseñanzas de conveniencia más urgente encaminadas a ponerse en comunión intelectual con el mundo; lo culminante de aquella escuela, lo que la distinguía de todas, aun de las que pretendían pasar como modelos progresivos, era que en ella se desarrollaban amplísimamente las facultades de la infancia sin sujeción a ningún patrón dogmático, ni aun lo que pudiera considerarse como resumen de la convicción de su fundador y de sus profesores, y cada alumno salía de allí para entrar en la actividad social con la aptitud necesaria para ser su propio maestro y guía en todo el curso de su vida. 

Claro es que por incapacidad racional de otorgar premios, se creaba la imposibilidad de imponer castigos, y en aquella escuela nadie hubiera pensado en tan dañosas prácticas si no hubiera venido la solicitud del exterior. 


Allí venían padres que profesaban este rancio aforismo: la letra con sangre entra, y me pedían para su hijo un régimen de crueldad; otros, entusiasmados con la precocidad de su prole, hubiera querido, a costa de ruegos y dádivas, que su hijo hubiera podido brillar en un examen y ostentar pomposamente títulos y medallas; pero en aquella escuela no se premió ni castigó a los alumnos, ni se satisfizo la preocupación de los padres. 


Al que sobresalía por bondad, por aplicación, por indolencia o por desorden se le hacía observar la concordancia o discordancia que pudiera haber con el bien o con el mal propio o el de la generalidad, y servían de asunto para una disertación a propósito del profesor correspondiente, sin más consecuencias; y los padres fueron conformándose, poco a poco, con el sistema, habiendo de sufrir no pocas veces que sus mismos hijos les despojaran de sus errores y preocupaciones. 


No obstante, la rutina surgía a cada punto con pesada impertinencia, viéndome obligado a repetir mis razonamientos, sobre todo con los padres de los nuevos alumnos que se presentaban, por lo que publiqué en el Boletín el siguiente escrito: 



Por Qué La Escuela Moderna No Celebra Exámenes

Los exámenes clásicos, aquellos que estamos habituados a ver a la terminación del año escolar y a los que nuestros padres tenían en gran predicamento, no dan resultado alguno, y si lo producen es en el orden del mal.

Estos actos, que se visten de solemnidades ridículas, parecen ser instituidos solamente para satisfacer el amor propio enfermizo de los padres, la supina vanidad y el interés egoísta de muchos maestros y para causar sendas torturas a los niños antes del examen, y después, las consiguientes enfermedades más o menos prematuras
.
Cada padre desea que su hijo se presente en público como uno de los tantos sobresalientes del colegio, haciendo gala de ser un sabio en miniatura. No le importa que para ello su hijo, por espacio de quince días o un mes, sea víctima de exquisitos tormentos. Como se juzga por el exterior, se viene a la consideración que los dichos tormentos no son tales, porque no dejan como señal el más pequeño rasguño ni la más insignificante cicatriz en la piel...

La inconsciencia en que se vive con relación a la naturaleza del niño y a lo inicuo de ponerle en condiciones forzadas para que saque de su flaqueza psicológica fuerzas intelectuales, sobre todo en la esfera de la memoria, impide a los padres ver que un rato de satisfacción de amor propio, puede ser la causa, como ha sucedido muchas veces, de enfermedad, de la muerte moral y material de sus hijos.

A la mayoría de los profesores, por otra parte, estereotipadores de frases hechas, inoculadores mecánicos, más que padres morales del educando, lo que más les interesa en los exámenes es su propia personalidad y su estado económico; su objeto es hacer ver a los padres y demás concurrentes a los exámenes, que el alumno, bajo su égida, sabe muchísimo, que sus conocimientos en extensión y caridad exceden a lo que se podía esperar de sus cortos años y al poco tiempo que hace ha estado en el colegio de tan meritísimo profesor.

Además de esa miserable vanidad, satisfecha a costa de la vida moral y física del alumno, se esfuerzan, esos determinados maestros, en arrancar plácemes del vulgo, de los padres y demás concurrentes ignaros de lo que pasa en la realidad de las cosas, como un reclamo eficacísimo que les garantiza el crédito y el prestigio de la Tienda Escolar.

En crudo, somos adversarios impenitentes de los indicados exámenes. En el colegio todo tiene que ser efectuado en beneficio del estudiante. Todo acto que no consiga ese fin debe ser rechazado como antitético a la naturaleza de una positiva enseñanza. 


De los exámenes no saca nada bueno y recibe, por el contrario, gérmenes de mucho mal a el alumno. Además de las enfermedades físicas susodichas, sobre todo las del sistema nervioso y acaso de una muerte temprana, los elementos morales que inicia en la conciencia del niño ese acto inmoral calificado de examen son: la vanidad enloquecedora de los altamente premiados; la envidia roedora y la humillación, obstáculo de sanas iniciativas, en los que han claudicado; y en unos y en otros, y en todos, los albores de la mayoría de los sentimientos que forman los matices del egoísmo. 


He aquí razonado nuestro pensamiento por una escritura profesional, en el siguiente artículo tomado del Boletín:

Exámenes y Concursos

Al finalizar el año escolar hemos oído, como los años anteriores, hablar de concursos, de exámenes, de premios. Hemos vuelto a ver el desfile de niños cargados de diplomas y de volúmenes rojos adornados con follajes verdes y dorados; hemos pasado revista a la multitud de mamás angustiadas por la incertidumbre, y de niños aterrorizados por las temibles pruebas del examen, donde han de comparecer ante un tribunal inflexible a sufrir tremendo interrogatorio, circunstancias que dan al acto cierta desdichada analogía con los que se celebran diariamente en la Audiencia territorial.

Ese es el símbolo de todo el sistema actual de enseñanza.

Porque no se interrumpe solamente nuestro trabajo para sancionarle por marcas y clasificaciones en una época del año, ni en una edad de la vida, sino durante todos nuestros años de estudio y para muchas profesiones durante toda la vida.

Comienza la cosa desde que cumplimos cinco o seis años, cuando se nos enseña a leer, y en tan tierna edad, se nos obliga a preocuparnos, no tanto de las historias que ese nuevo ejercicio nos permite conocer, ni el dibujo más o menos interesante de las letras, como el premio de la lectura que hemos de disputar; y lo peor es que se nos hace enrojecer de vergüenza si quedamos rezagados, o se nos infla de vanidad si hemos vencido a los otros, si nos hemos atraído la envidia y la enemistad de nuestros compañeros.

Mientras estudiábamos gramática, cálculo, ciencia y latín, los maestros y nuestros padres no descansaban, como impulsados por acuerdo tácito, procurando persuadirnos que estábamos rodeados de rivales que combatir, de superiores que admirar o de inferiores que despreciar. ¿Con qué objeto trabajamos?, se nos ocurría preguntar alguna vez, y se nos contestaba que ya obtendríamos el beneficio de nuestros esfuerzos o soportaríamos las consecuencias de nuestra torpeza; y todas las excitaciones y todos los actos nos inspiraban la convicción de que si alcanzásemos el primer puesto, si lográsemos ser más que los otros, nuestros padres, parientes y amigos, el profesor mismo, nos daría distinguidas muestras de preferencia. Como consecuencia lógica, nuestros esfuerzos se dirigían exclusivamente al premio, al éxito. De ese modo no se desarrollaba en nuestro ser moral más que la vanidad y el egoísmo.

La gravedad del mal aumenta considerablemente en la época en que se entra en la vida. El bachillerato es poco peligroso, pero abre la puerta a gran número de carreras en que los concurrentes se disputan cruelmente el derecho a la existencia. Hasta entonces no comprende el joven que trabaja para sí, que necesita asegurarse por sí mismo su porvenir, y se convencerá cada vez más que para ello necesita vencer a los otros, ser más fuerte o más astuto. De semejante concepción se resiente toda la vida social. 

Hemos encontrado en la sociedad hombres de toda condición y de diferentes edades que no hubieran dado un paso ni hecho el menor esfuerzo si no hubieran tenido la íntima convicción de que todos sus méritos les serían contados y pagados íntegramente un día. Los hombres de gobierno lo saben perfectamente, ya que obtienen tanto de los ciudadanos por las recompensas, avances, distinciones y condecoraciones que otorgan. Eso es un resto vivaz del cristianismo. El dogma de la gloria eterna ha inspirado la Legión de Honor. A cada paso encontramos en la vida premios, concursos, exámenes y oposición, ¿hay algo más triste, más feo ni más falso? Hay algo más anormal que el trabajo de preparación de los programas: el exceso de trabajo moral y físico que tiene por efecto deformar las inteligencias, desarrollando hasta el exceso ciertas facultades en detrimento de otras que quedan atrofiadas. El menor reproche que se les pueda dirigir consiste en que son una pérdida de tiempo, y frecuentemente llega hasta romper las vidas, hasta prohibir toda otra preocupación personal, familiar o social. Los candidatos serios no deben aceptar las distracciones artísticas, ni pensar en el amor, ni interesarse en la cosa pública, so pena de un fracaso. 

¿Y qué diremos de las pruebas mismas de los concursos, que no sea universalmente conocido? No hablaré de las injusticias intencionales, aunque de ellas puedan citarse ejemplos; basta que la injusticia sea esencial a la base del sistema. Una nota o una clasificación dada en condiciones determinadas, sería diferente si ciertas condiciones cambiasen; por ejemplo, si el jurado fuese otro, si el ánimo del juez, por cualquier circunstancia, hubiese variado. En este asunto la casualidad reina como señora absoluta, y la casualidad es ciega. Suponiendo que se reconociese a ciertos hombres en razón de su edad y de sus trabajos, el derecho muy contestable de juzgar el valor de otros hombres, de medirle y sobre todo de comparar entre si los valores individuales, necesitarían aún estos jueces establecer su veredicto sobre bases sólidas.

En lugar de esto, se reducen al mínimum los elementos de apreciación: un trabajo de algunas horas, una conversación

Reposando sobre la casualidad y la arbitrariedad, los concursos y los dictámenes que de ellos resultan gozan de un prestigio y de una autoridad universales, que se imponen, no sólo a los individuos sino también a sus esfuerzos y a sus trabajos. La misma ciencia se halla diplomada: hay una ciencia escogida alrededor de la cual no hay sino medianía; únicamente la ciencia marcada y garantida asegura al hombre que la posee el derecho a vivir.

Denunciamos con complacencia los vicios de este sistema, porque en él vemos una herencia del pasado tiránico. Siempre la misma centralización, la misma investidura oficial.

Séanos permitido idear sin ser tachados de utopistas, una sociedad en que todos los que quieran trabajar puedan hacerlo, en que la jerarquía no exista, y en que se trabaje por el trabajo y por sus frutos legítimos.

Comencemos por introducir desde la escuela tan saludables costumbres; dedíquense los pedagogos a inspirar el amor al trabajo sin sanciones arbitrarias, ya que hay sanciones naturales e inevitables que bastará poner en evidencia. Sobre todo evitemos dar a los niños la noción de comparación y de medida entre los individuos, porque para que los hombres comprendan y aprecien la diversidad infinita que hay entre los caracteres y las inteligencias es necesario evitar a los escolares la concepción inmutable de buen alumno a la que cada uno debe tender, pero de la cual se aproxima más o menos con mayor o menor mérito.

Suprimamos, pues, en las escuelas las clasificaciones, los exámenes, las distribuciones de premios y las recompensas de toda clase. Este será el principio práctico.

Emilia Boivin.

En el número 6, año quinto, del Boletín creí necesario publicar lo siguiente :

No Más Castigos

Recibimos frecuentes comunicaciones de Centros obreros instructivos y Fraternidades republicanas, quejándose de algunos profesores, que castigan a los niños en sus escuelas.

Nosotros mismos hemos tenido el disgusto de presenciar, en nuestras cortas y escasas excursiones, pruebas materiales del hecho que motiva la queja, viendo niños de rodillas o en otras actitudes forzadas de castigo.

Esas prácticas irracionales y atávicas han de desaparecer; la Pedagogía moderna las rechaza en absoluto.

Los profesores que se ofrecen a la Escuela Moderna y solicitan su recomendación para ejercer la profesión en las escuelas similares, han de renunciar a todo castigo material y moral, so pena de quedar descalificados para siempre. La severidad gruñona, la impaciencia, la ira rayan a veces hasta la sevicia y han debido desaparecer con el antiguo dómine. En las escuelas libres todo ha de ser paz, alegría y confraternidad.
Creemos que este aviso bastará para desterrar en lo sucesivo tales prácticas, impropias de personas que han de tener por único ideal la formación de una generación apta para establecer una sociedad verdaderamente fraternal, solidaria y justa.


Tomado del libro La Escuela Moderna (Capítulo X)

La renovación de la escuela - Francisco Ferrer i Guardia

Dos medios de acción se ofrecen a los que quieren renovar la educación de la infancia: trabajar para la transformación de la escuela por el estudio del niño, a fin de probar científicamente que la organización actual de la enseñanza es defectuosa y adoptar mejoras progresivas; o fundar escuelas nuevas en que se apliquen directamente principios encaminados al ideal que se forman de la sociedad y de los hombres los que reprueban los convencionalismos, las crueldades, los artificios y las mentiras que sirven de base a la sociedad moderna. El primer medio presenta grandes ventajas, responde a una concepción evolutiva que defenderán todos los hombres de ciencia y que, según ellos, es la única capaz de lograr el fin. En teoría tienen razón y así estamos dispuestos a reconocerlo.

Es evidente que las demostraciones de la psicología y de la fisiología deben producir importantes cambios en los métodos de educación; que los profesores, en perfectas condiciones para comprender al niño, podrán y sabrán conformar su enseñanza con las leyes naturales. Hasta concedo que esta evolución se realizará en el sentido de la libertad, porque estoy convencido de que la violencia es la razón de la ignorancia, y que el educador verdaderamente digno de ese nombre obtendrá todo de la espontaneidad, porque conocerá los deseos del niño y sabrá secundar su desarrollo únicamente dándole la más amplia satisfacción posible.

Pero en la realidad, no creo que los que luchan por la emancipación humana puedan esperar mucho de ese medio. Los gobiernos se han cuidado siempre de dirigir la educación del pueblo, y saben mejor que nadie que su poder está totalmente basado en la escuela y por eso la monopolizan cada vez con mayor empeño. Pasó el tiempo en que los gobiernos se oponían a la difusión de la instrucción y procuraban restringir la educación de las masas. Esa táctica les era antes posible porque la vida económica de las naciones permitía la ignorancia popular, esa ignorancia que facilitaba la dominación. Pero las circunstancias han cambiado: los progresos de la ciencia y los multiplicados descubrimientos han revolucionado las condiciones del trabajo y de la producción; ya no es posible que el pueblo permanezca ignorante; se le necesita instruido para que la situación económica de un país se conserve y progrese contra la concurrencia universal. 


Así reconocido, los gobiernos han querido una organización cada vez más completa de la escuela, no porque esperen por la educación la renovación de la sociedad, sino porque necesitan individuos, obreros, instrumentos de trabajo más perfeccionados para que fructifiquen las empresas industriales y los capitales a ellas dedicados. Y se ha visto a los gobiernos más reaccionarios seguir ese movimiento; han comprendido que la táctica antigua era peligrosa para la vida económica de las naciones y que había que adaptar la educación popular a las nuevas necesidades. Grave error sería creer que los directores no hayan previsto los peligros que para ellos trae consigo el desarrollo intelectual de los pueblos, y que, por tanto, necesitaban cambiar de medios de dominación; y, en efecto, sus métodos se han adaptado a las nuevas condiciones de vida, trabajando para recabar la dirección de las ideas en evolución. Esforzándose por conservar las creencias sobre las que antes se basaba la disciplina social, han tratado de dar a las concepciones resultantes del esfuerzo científico una significación que no pudiera perjudicar a las instituciones establecidas, y he ahí lo que les han inducido a apoderarse de la escuela. Los gobernantes, que antes dejaban a los curas el cuidado de la educación del pueblo, porque su enseñanza, al servicio de la autoridad, les era entonces útil, han tomado en todos los países la dirección de la organización escolar.

El peligro, para ellos, consistía en la excitación de la inteligencia humana ante el nuevo espectáculo de la vida, en que en el fondo de las conciencias surgiera una voluntad de emancipación. Locura hubiera sido luchar contra las fuerzas en evolución; era preciso encauzarlas, y para ello, lejos de obstinarse en antiguos procedimientos gubernamentales, adoptaron otros nuevos de evidente eficacia. No se necesitaba un genio extraordinario para hallar esta solución; el simple curso de los hechos llevó a los hombres del poder a comprender lo que había que oponer a los peligros presentados: fundaron escuelas, trabajaron por esparcir la instrucción a manos llenas y, si en un principio hubo entre ellos quienes resistieron a este impulso, -porque determinadas tendencias favorecían a algunos de los partidos políticos antagónicos -todos comprendieron pronto que era preferible ceder y que la mejor táctica consistía en asegurar por nuevos medios la defensa de los intereses y de los principios. Viéronse, pues, producirse luchas terribles por la conquista de la escuela; en todos los países se continúan esas luchas con encarnizamiento; aquí triunfa la sociedad burguesa y republicana, allá vence el clericalismo. Todos los partidos conocen la importancia del objetivo y no retroceden ante ningún sacrificio para asegurar la victoria. Su grito común es: ¡Por y para la escuela! y el buen pueblo debe estar reconocido a tanta solicitud. Todo el mundo quiere su elevación por la instrucción, y su felicidad por añadidura. 

En otro tiempo podían decirle algunos: Esos tratan de conservarte en la ignorancia para mejor explotarte; nosotros te queremos instruido y libre. Al presente eso ya no es posible: por todas partes se construyen escuelas, bajo toda clase de títulos.

En ese cambio tan unánime de ideas, operado entre los directores respecto de la escuela, hallo los motivos para desconfiar de su buena voluntad, y la explicación de los hechos que ocasionan mis dudas sobre la eficacia de los medios de renovación que intentan practicar ciertos reformadores. Por lo demás, esos reformadores se cuidan poco, en general, de la significación social de la educación; son hombres que buscan con ardor la verdad científica, pero que apartan de sus trabajos cuanto es extraño al objeto de sus estudios. Trabajan pacientemente por conocer al niño y llegarán a decirnos -todavía es joven su ciencia- qué métodos de educación son más convenientes para su desarrollo integral.

Pero esta indiferencia en cierto modo profesional, en mi concepto, es perjudicialísima a la causa que piensan servir.

No les considero en manera alguna inconscientes de las realidades del medio social, y sé que esperan de su labor los mejores resultados para el bien general. Trabajando para revelar los secretos de la vida del ser humano, -piensan- buscando el proceso de su desarrollo normal físico y psíquico, impondremos a la educación un régimen que ha de ser favorable a la liberación de las energías. No queremos ocuparnos directamente de la renovación de la escuela; como sabios tampoco lo conseguiremos, porque todavía no sabríamos definir exactamente lo que debiera hacerse.

Procederemos por gradaciones lentas, convencidos de que la escuela se transformará a medida de nuestros descubrimientos, por la misma fuerza de las cosas. Si nos preguntáis cuáles son nuestras esperanzas, nos manifestaremos de acuerdo con vosotros en la provisión de una evolución en el sentido de una amplia emancipación del niño y de la humanidad por la ciencia, pero también en este caso estamos persuadidos de que nuestra obra se prosigue completamente hacia ese objeto y le alcanzará por las vías más rápidas y directas.

Este razonamiento es evidentemente lógico, nadie puede negarlo, y, sin embargo, en él se mezcla una gran parte de ilusión. Preciso es reconocerlo; si los directores, como hombres, tuviesen las mismas ideas que los reformadores benévolos, si realmente les impulsara el cuidado de una organización continua de la sociedad en el sentido de la desaparición progresiva de las servidumbres, podría reconocerse qué los únicos esfuerzos de la ciencia mejorarían la suerte de los pueblos; pero lejos de eso, es harto manifiesto que los que se disputan el poder no miran más que la defensa de sus intereses, que sólo se preocupan de la propia ventaja y de la satisfacción de sus apetitos. Mucho tiempo hace que dejamos de creer en las palabras con que disfrazan sus ambiciones; todavía hay cándidos que admiten que hay en ellos un poco de sinceridad, y hasta imaginan que a veces les impulsa el deseo de la felicidad de sus semejantes; pero éstos son cada vez más raros y el positivismo del siglo se hace demasiado cruel para que puedan quedar dudas sobre las verdaderas intenciones de los que nos gobiernan.

Del mismo modo que han sabido arreglarse cuando se ha presentado la necesidad de la instrucción, para que esta instrucción no se convirtiese en un peligro, así también sabrán reorganizar la escuela de conformidad con los nuevos datos de la ciencia para que nada pueda amenazar su supremacía. Ideas son éstas difíciles de aceptar, pero se necesita haber visto de cerca lo que sucede y cómo se arreglan las cosas en la realidad para no dejarse caer en el engaño de las palabras. ¡Ah! ¡Qué no se ha esperado y espera aún de la instrucción! La mayor parte de los hombres de progreso todo lo esperan de ella, y hasta estos últimos tiempos algunos no han comenzado a comprender que la instrucción sólo produce ilusiones. Cáese en la cuenta de la inutilidad positiva de esos conocimientos adquiridos en la escuela por los sistemas de educación actualmente en práctica; compréndese que se ha esperado en vano, a causa de que la organización de la escuela, lejos de responder al ideal que suele crearse, hace de la instrucción en nuestra época el más poderoso medio de servidumbre en mano de los directores. Sus profesores no son sino instrumentos conscientes o inconscientes de sus voluntades, formados además ellos mismos según sus principios; desde su más tierna edad y con mayor fuerza que nadie han sufrido la disciplina de su autoridad; son muy raros los que han escapado a la tiranía de esa dominación quedando generalmente impotentes contra ella, porque la organización escolar les oprime con tal fuerza que no tienen más remedio que obedecer. 


No he de hacer aquí el proceso de esta organización, suficientemente conocida para que pueda caracterizársele con una sola palabra: Violencia. La escuela sujeta a los niños física, intelectual y moralmente para dirigir el desarrollo de sus facultades en el sentido que se desea, y les priva del contacto de la naturaleza para modelarles a su manera. He ahí la explicación de cuanto dejo indicado: el cuidado que han tenido los gobiernos en dirigir la educación de los pueblos y el fracaso de las esperanzas de los hombres de libertad. Educar equivale actualmente a domar, adiestrar, domesticar. No creo que los sistemas empleados hayan sido combinados con exacto conocimiento de causa para obtener los resultados deseados, pues eso supondría genio; pero las cosas suceden exactamente como si esa educación respondiera a una vasta concepción de conjunto realmente notable: no podría haberse hecho mejor. Para realizarla se han inspirado sencillamente en los principios de disciplina y de autoridad que guían a los organizadores sociales de todos los tiempos, quienes no tienen más que una idea muy clara y una voluntad, a saber: que los niños se habitúen a obedecer, a creer y a pensar según los dogmas sociales que nos rigen. Esto sentado, la instrucción no puede ser más que lo que es hoy. No se trata de secundar el desarrollo espontáneo de las facultades del niño, de dejarle buscar libremente la satisfacción de sus necesidades físicas, intelectuales y morales; se trata de imponer pensamientos hechos; de impedirle para siempre pensar de otra manera que la necesaria para la conservación de las instituciones de esta sociedad; de hacer de él, en suma, un individuo estrictamente adaptado al mecanismo social.

No se extraña, pues, que semejante educación no tenga influencia alguna sobre la emancipación humana. Lo repito, esa instrucción no es más que un medio de dominación en manos de los directores, quienes jamás han querido la elevación del individuo, sino su servidumbre, y es perfectamente inútil esperar nada provechoso de la escuela de hoy día. Y lo que se ha producido hasta hoy continuará produciéndose en el porvenir; no hay ninguna razón para que los gobiernos cambien de sistema; han logrado servirse de la instrucción en su provecho, así seguirán aprovechándose también de todas las mejoras que se presenten. Basta que conserven el espíritu de la escuela, la disciplina autoritaria que en ella reina, para que todas las innovaciones les beneficien. Para que así sea, vigilarán constantemente; téngase la seguridad de ello.

Deseo fijar la atención de los que me leen sobre esta idea: todo el valor de la educación reside en el respeto de la voluntad física, intelectual y moral del niño. Así como en ciencia no hay demostración posible más que por los hechos, así también no es verdadera educación sino la que está exenta de todo dogmatismo, que deja al propio niño la dirección de su esfuerzo y que no se propone sino secundarle en su manifestación. Pero no hay nada más fácil que alterar esta significación, y nada más difícil que respetarla. El educador impone, obliga, violenta siempre; el verdadero educador es el que, contra sus propias ideas y sus voluntades, puede defender al niño, apelando en mayor grado a las energías propias del mismo niño.

Por esta consideración puede juzgarse con qué facilidad se modela la educación y cuán fácil es la tarea de los que quieren dominar al individuo. Los mejores métodos que puedan revelárseles, entre sus manos se convierten en otros tantos instrumentos más poderosos y perfectos de dominación. Nuestro ideal es el de la ciencia y a él recurriremos en demanda del poder de educar al niño favoreciendo su desarrollo por la satisfacción de todas sus necesidades a medida que se manifiesten y se desarrollen.

Estamos persuadidos de que la educación del porvenir será una educación en absoluto espontánea; claro está que no nos es posible realizarla todavía, pero la evolución de los métodos en el sentido de una comprensión más amplia de los fenómenos de la vida, y el hecho de que todo perfeccionamiento significa la supresión de una violencia, todo ello nos indica que estamos en terreno verdadero cuando esperamos de la ciencia la liberación del niño. ¿Es éste el ideal de los que detentan la actual organización escolar, es lo que se proponen realizar, aspiran también a suprimir las violencias? No, sino que emplearán los medios nuevos y más eficaces al mismo fin que en el presente; es decir, a la formación de seres que acepten todos los convencionalismos, todas las mentiras sobre las cuales está fundada la sociedad.

No tememos decirlo: queremos hombres capaces de evolucionar incesantemente; capaces de destruir, de renovar constantemente los medios y de renovarse ellos mismos; hombres cuya independencia intelectual sea la fuerza suprema, que no se sujeten jamás a nada; dispuestos siempre a aceptar lo mejor, dichosos por el triunfo de las ideas nuevas y que aspiren a vivir vidas múltiples en una sola vida. La sociedad teme tales hombres: no puede, pues, esperarse que quiera jamás una educación capaz de producirlos.


¿Cuál es, pues, nuestra misión? ¿Cuál es, pues, el medio que hemos de escoger para contribuir a la renovación de la escuela?

Seguiremos atentamente los trabajos de los sabios que estudian el niño, y nos apresuraremos a buscar los medios de aplicar sus experiencias a la educación que queremos fundar, en el sentido de una liberación más completa del individuo. Mas ¿cómo conseguiremos nuestro objeto? Poniendo directamente manos a la obra, favoreciendo la fundación de escuelas nuevas donde en lo posible se establezca este espíritu de libertad que presentimos ha de dominar toda la obra de la educación del porvenir.

Se ha hecho ya una demostración que por el momento puede dar excelentes resultados. Podemos destruir todo cuanto en la escuela actual responde a la organización de la violencia, los medios artificiales donde los niños se hallan alejados de la naturaleza y de la vida, la disciplina intelectual y moral de que se sirven para imponerle pensamientos hechos, creencias que depravan y aniquilan las voluntades. Sin temor de engañarnos podemos poner al niño en el medio que le solicita, el medio natural donde se hallará en contacto con todo lo que ama y donde las impresiones vitales reemplazarán a las fastidiosas lecciones de palabras. Si no hiciéramos más que esto, habríamos preparado en gran parte la emancipación del niño.

En tales medios podríamos aplicar libremente los datos de la ciencia y trabajar con fruto.

Bien sé que no podríamos realizar así todas nuestras esperanzas; que frecuentemente nos veríamos obligados, por carencia de saber, a emplear medios reprobables; pero una certidumbre nos sostendría en nuestro empeño, a saber: que sin alcanzar aún completamente nuestro objeto, haríamos más y mejor, a pesar de la imperfección de nuestra obra, que lo que realiza la escuela actual.Prefiero la espontaneidad libre de un niño que nada sabe, a la instrucción de palabras y la deformación intelectual de un niño que ha sufrido la educación que se da actualmente.

Lo que hemos intentado en Barcelona, otros lo han intentado en diversos puntos, y todos hemos visto que la obra era posible. Pienso, pues, que es preciso dedicarse a ella inmediatamente. No queremos esperar a que termine el estudio del niño para emprender la renovación de la escuela; esperando, nada se hará jamás. Aplicaremos lo que sabemos y sucesivamente lo que vayamos aprendiendo. Un plan de conjunto de educación racional es ya posible, y en escuelas tales como las concebimos pueden los niños desarrollarse líbres y dichosos, según sus aspiraciones. Trabajaremos para perfeccionarlo y extenderlo. 


Tales son nuestros proyectos: no ignoramos lo difícil de su realización; pero queremos comenzarla, persuadidos de que seremos ayudados en nuestra tarea por los que luchan en todas partes para emancipar a los humanos de los dogmas y de los convencionalismos que aseguran la prolongación de la inicua organización social actual.


Francisco Ferrer i Guardia


Tomado del libro La Escuela Moderna 

viernes, 24 de junio de 2016

Carlos Taibo en Chile: Reseña + audio

Carlos Taibo es un compañero oriundo de la región ibérica. Es considerado uno de los máximos exponentes libertarios del decrecimiento como teoría crítica de la subjetividad capitalista del desarrollo. Ha escrito muchos libros y ensayos, abarcando temas como la globalización, el belicismo y la geopolítica en donde se destaca como experto en los procesos contemporáneos de la transición a la democracia liberal en Europa del Este, la desintegración de Yugoslavia, la ecología, los movimientos políticos, populares y de acciones directas. En este sentido, ha promovido y potenciado el ala libertaria del 15 M, generando un interesante trabajo en cientos de espacios autogestionados, antidesarrollistas y anarcosindicalistas de diferentes confederaciones. Es además profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de diferentes medios de comunicación. Algunos de sus últimos libros de especial interés para el ideario ácrata son «¿Tomar el poder o construir la sociedad desde abajo?» y «Repensar la Anarquía», entre muchos otros. A continuación, compartimos la reseña de la conferencia celebrada en Casa Volnitza, la tarde del viernes 17 de junio de 2016.  (N&A)

La casa Volnitza abrió sus puertas al encuentro con uno de los pensadores anarquistas contemporáneos más lúcidos en materia de ecología social y prácticas libertarias. El día viernes 17 de junio, nos reunimos atendiendo a una inesperada convocatoria: el profesor Carlos Taibo se encontraba de paso por la región chilena y estaba dispuesto a compartirnos su palabra.

Unas ciento cincuenta personas nos reunimos en el reducido espacio de la casa para atender a la exposición del orador y autor de una prolífica obra historiográfica y de análisis político. Y si la intervención del compañero Taibo fue esclarecedora, las intervenciones que se sucedieron en la ronda de preguntas fueron aún más demostrativas de que en esta región que habitamos, no sólo hay una sed de reunión y de encuentro sino de asumir los aportes ideológicos para adaptarlos a una lucha con identidad e historia propia. En este sentido, la mayoría de las y los jóvenes asistentes hicieron énfasis en la comprensión de un contexto de desarrollismo extractivista que impone el priorizar la lucha en defensa de los territorios. Esto supone, sin dudas, un considerar las prácticas y formas organizativas autonómicas de nuestras comunidades originarias.

Compañeros de distintas iniciativas libertarias se hicieron presente en este encuentro con la palabra. Así, cabe mencionar a los compañeros de la Editorial Eleuterio, La Conquista del Pan, el Sindicato de Oficios Varios de Santiago y otras organizaciones cercanas al sindicalismo revolucionario. Entre todos construimos un ambiente distendido y de grata retroalimentación, el más propicio para atender a nuestras diversas perspectivas. Por esa noche, la capital del cielo nublado de gases que no ha podido con los pulmones de tantos jóvenes sedientos de libertad, se rindió ante el ceremonioso silencio de una muchachada que atiende a los encuentros formativos que reconoce verdaderamente emancipatorios. Así, un evento que entre las blancas paredes de un cláustro pudiese ser considerado protocolarmente académico, en los espacios de la casa Volnitza se puede tornar en práxis de educación libertaria, una educación que es capaz de reunir a estudiantes y trabajadoras en formas organizativas que plantean un horizonte sin jerarquías.

Es por ello que apelamos a la multiplicación de estas iniciativas. La educación es un proceso de socialización. Y esa socialización debemos procurárnosla con criterios propios, prestando atención a nuestro contexto y ejerciendo la crítica transformadora. Si los centros que se pretenden educativos (y ejercen mero adoctrinamiento), privados y/o estatales, cierran sus puertas a nuestra formación integral, forjemos nuestra humanidad más digna al margen de toda estructura opresiva, en el seno de iniciativas libertarias que logren federarse y apuntalar una profunda y verdadera transformación social. Construyamos anarcosindicalismo en cada centro de trabajo, forjemos idea transformadora en cada toma, avancemos hacia la libertad, que es la libertad de todos y todas.

Lo que sigue es una grabación de aquel encuentro que produjo a Taibo una grata impresión. Ojalá se repita. Y ojalá en esa repetición, la voz de nuestras compañeras se sobreponga a los esfuerzos invisibilizadores del ego macho para explicar por qué, en estas regiones, no se puede descolonizar sin despatriarcalizar.

Nos lo debemos, compañeras.

Salud y Anarquía 

Fuente: «El Canto de la Arpía»

martes, 7 de junio de 2016

La ofensiva comenzó - Por Brigadas Malatesta



Ya van 10 años de movilizaciones, donde se ha hecho costumbre luchar y protestar en la calle contra las injusticias, exigiendo los derechos negados por el Estado. Esta movilización que comenzó con la Revolución Pingüina del 2006, deja en evidencia el macabro vínculo existente entre empresarios, Estado y medios de comunicación. Todos legitiman, defienden y permiten que la educación sea un negocio más, pero también eso hace que cada día estemos más claros en que la organización es el camino correcto.

En estos años la movilización y la protesta han crecido cuantitativamente, cada día somos más los que luchamos por educación gratuita y de calidad, salud, vivienda y transporte dignos, defendiendo el medioambiente, contra las AFPs, por reivindicaciones de género y un largo etcétera. Hoy como ayer nos sobran los motivos para luchar, la única diferencia es que ahora tenemos 10 años más de experiencia, y de conciencia, lo que sin duda nos posiciona con más fuerza y responsabilidad para hacer cambios profundos que nos lleven a una sociedad sin clases.

El enemigo también ha aprendido durante este tiempo, mientras profundiza sistemática y metódicamente las condiciones de explotación (con la reforma laboral, carrera docente, falsa gratuidad de la educación, ley de pesca, etc.), al mismo tiempo fortalece los mecanismos represivos con leyes (control de identidad y agenda corta anti delincuencia, reforma procesal juvenil y fortalecimiento de la ley antiterrorista por ejemplo), aumento de dotación policial y recursos tecnológicos de punta que son el reflejo fiel de que hoy vivimos en un Estado Policial, donde cualquiera puede ser blanco de represión, por el solo hecho de ser pobres, por el solo hecho de pensar, alzar la voz y protestar contra las injusticias. 

Hoy más que nunca es necesario recordar y entender que la unión hace la fuerza, la ofensiva comenzó y esta unión no debe ser necesariamente política ni ideológica, pero innegablemente es en la voluntad y en la acción. Es momento de mirarnos a la cara, de confiar en nuestros pares, organizar y coordinar todas las fuerzas que se posicionen fuera y contra este sistema, todas las fuerzas de nuestra clase que tienen diversas formas de luchar contra un enemigo común, enemigo que nos seguirá golpeando como de costumbre, que no entregará más que migajas y plazos que jamás se cumplirán. Esperamos que todos los luchadores sociales que ya tomaron una posición respecto a la sociedad que queremos, comprendamos que es la única forma real de acercarnos al mundo nuevo.

También es necesario que estemos atentos frente al oportunismo electoral de nuevos referentes y la Asamblea Constituyente, tácticas que buscan engrosar las estadísticas que le dan legitimidad al modelo, que funcionan como una válvula de escape para la presión social que al mismo tiempo coopta y acapara todo germen de lucha. 

Rechazamos abiertamente todo proceso democrático institucional, representativo y no vinculante tales como la elección de gobernantes y la Asamblea Constituyente, donde nosotros, los oprimidos, explotados y desplazados no tenemos más incidencia que depositar un papel en una urna cada cierto tiempo, donde salga quien salga electo, hará lo que quiera en su privilegio, o peor aún, lo que quieran los empresarios. La Asamblea Constituyente que tal como se propone, es una mera encuesta ciudadana, donde la información que obtendrán solo será utilizada para maquillar la Constitución.

La ofensiva comenzó, es lo que muchos hemos esperado, lo que hemos construido codo a codo, es el momento de alzar la voz y golpear la mesa de forma organizada, todos juntos pero no revueltos, si no lo hacemos nosotros, será el enemigo quien tomará la iniciativa, como ya se mostró para el 21 de mayo y en muchas ocasiones anteriores, donde los resultados son tan nefastos que somos incapaces de hacer frente al reflujo y la desmovilización que provocan el miedo y el terrorismo de Estado.

Llamamos a organizar el descontento, hoy más que nunca necesitamos de todas las fuerzas que se posicionen fuera y contra el sistema, vincúlate y coordina con organizaciones en pie de lucha, contra infórmate y agita a tu entorno cotidiano, pero por sobre todo organízate, que es el único mecanismo que nos permitirá avanzar y protegernos frente a la represión que se nos avecina, nadie es imprescindible pero somos todos necesarios, la ofensiva comenzó, te necesitamos presente, activo y constante, para que este año no sea solo un simple recuerdo.

Con la esperanza del 2006

Con la rabia del 2008

Con la fuerza del 2011

Con la convicción del 2013

Este 2016 arriba las y los que luchan, nunca más solos



Fuente: Brigadas Malatesta 

lunes, 6 de junio de 2016

Las yanaconas verde olivo que torturaron a Constanza Vargas

Una mujer transita, agobiada por los trámites de la cotidianidad, por calles que exudan hedor a gases, que vibran al ritmo de una ardorosa lucha protagonizada por el movimiento estudiantil de la región chilena. Ella transita sin saber que su vientre también forja rebeldías silenciosas. Sin embargo es capaz de mirar de frente el grito de quienes pugnan por sostener su digna existencia, y atendiendo a su sentido de la justicia, acude en defensa de los niños agredidos por la policía. Es entonces cuando otra mujer, una que no está allí para forjar nada sino para reducirlo todo, una que jamás supo de dignidades ni de rebeldías... esa, una que se hizo policía, se planta ante la mujer con sed de justicia y a patadas fractura la vida que crecía en el vientre de María Paz, la mujer que transitaba por las calles de la injusticia.

Tiare Vergara es el nombre de la funcionaria de Carabineros de Chile que causó un aborto a María Paz Cajas. Tiare Vergara es el vivo ejemplo de lo que ningún ser humano con mínimo sentido de la justicia y respeto por la dignidad humana querría ser, una mujer policía, un perro guardían de la clase dominante, una bestia cebada con la sangre de los pobres. Es bueno mirar de frente a estos seres, saber sus nombres y ver cómo se empequeñecen ante nuestros ojos, condenarles con nuestro más absoluto desprecio, que es el desprecio de quienes nos resistimos a la corrupción que supone el ejercicio del poder político.

No pasó una semana de este penoso evento hasta que tuvimos noticias de que un contingente de Carabineros de Chile intentó desalojar de forma violenta una toma en colegios de Ñuñoa, hiriendo a dos niñas con balines de goma con centros de metal. La rápida intervención del director de uno de los colegios en toma, evitó que las bestias verde olivo se ensañaran contra los cuerpos de las niñas.

Pero la euforia de los represores no conoce frenos. El día sábado 4 de junio, Carabineros de Chile asistió al desalojo de la toma del liceo de niñas de Concepción y allí se ensañó contra una joven que recién cumplía la mayoría de edad. Constanza Vargas fue golpeada, vejada, insultada y torturada por funcionarias de Carabineros de Chile. Las motivaciones lesbofóbicas que prevalecieron en el trato que las carabineras dieron a Constanza, no sólo evidencian la profunda misoginia que abraza a estas funcionarias, sino que develan el funcionamiento de toda una estructura patriarcal capitalista que no habrá de ofrecer tregua jamás a quienes se le resistan. Tan es así, que hoy Constanza Vargas está siendo formalizada por 'maltrato a Carabineros'. Sí, en el mundo del revés, los pájaros le disparan a las escopetas y una niña reducida por la fuerza policial, 'maltrata' a todo un contingente de torturadoras verde olivo. El manotazo que en medio de la resistencia a la opresión de su brazo, dejara caer Constanza contra el cuerpo de la funcionaria Tatiana Melo, valdría que la injusticia chilena viera en la víctima a una cruel agresora.

“Me decían ‘hácete la chora ahora’ […] Yo tenía un aro en la nariz que primero intentaron sacármelo con un corta uñas. Al no lograrlo probaron con un alicate tirándome el aro, de manera que me sangró la nariz y mientras me recogía en el suelo, se burlaban y se reían. Me tuvieron en eso alrededor de 20 a 25 minutos, además se acercaban a mí con amenazas de que me iban a pegar si yo me hacía la chorita, y si decía algo más, me sacarían la cresta entre las cuatro. Cerca del lugar había una capitana que solo estaba viendo la situación y no hizo nada, a pesar de que me vio llorando del dolor”.

Y nada haría la mujer que aspiró conquistar la igualdad mediante el derecho a matar. ¿Qué podría hacer una capitana sino avalar con su silencio y gestión, el ejercicio torturador de las bestias que habitan el corral que le dieron a administrar? La moral de capitana, esa que no tuvo María Cajas, es la que debemos expulsar de nuestra sociedad. Por ello, las mujeres con conciencia feminista nos concentraremos este miércoles 8 de junio a las 18 hrs en Paseo Ahumada para elevar nuestro grito antipatriarcal y anticapitalista contra una institución inherentemente machista como lo es Carabineros de Chile. Que escuchen todas las funcionarias y funcionarios que en esa institución reptan:

¡NINGUNA AGRESIÓN SIN RESPUESTA!

sábado, 4 de junio de 2016

Secundarias de Liceo de Niñas de Concepción denuncian tortura y lesbofobia de carabineros

Hace unos días, específicamente el jueves 26 de mayo de 2016 y durante una protesta estudiantil, la carabinera de FFEE Tiare Vergara, le provocó mediante patadas en la vagina un aborto a la joven mujer María Paz Cajas. Días más tarde, Carabineros disparó a quemarropa a alumnas movilizadas del Liceo Manuel de Salas, dejando en sus cuerpos las heridas de los proyectiles. A medida que se radicaliza la ofensiva estudiantil, la violencia de Carabineros contra los estudiantes y con especial saña contra el cuerpo femenino, se está agudizando. Es así como la mañana del día sábado 4 de junio, en el Liceo de Niñas A33 de Concepción, 10 compañeras fueron detenidas y trasladadas a la 1° Comisaria de dicha ciudad. De las detenidas, 9 fueron liberadas. A Constanza Vargas, estudiante de cuarto medio según detalla “Pikete Informativo", la obligaron a quedarse en la comisaría luego de haber constatado lesiones. En la Primera Comisaría le quitaron a Constanza Vargas sus piercings con un alicate y luego, carabineras la desnudaron completamente, la golpearon y gritaron “lesbiana culiá, a las lesbianas hay que pegarles. Cómo en un colegio de niñas hay mujeres que parecen hombres”. Al conocer sobre el estado de su compañera, las alumnas se dirigieron a la comisaría a exigir los datos de los carabineros involucrados, pero le negaron cualquier tipo de información, incluso riéndose y desestimando la situación que describían.

A continuación compartimos el comunicado público emitido por Centro de Estudiantes del Liceo de Niñas de Concepción.
 
COMUNICADO PÚBLICO

A la comunidad penquista, a los y las compañeras que se levantan en todo Chile por una educación gratuita de calidad; a nuestras compañeras del Liceo de Niñas de Concepción:

Hoy el Gobierno de Chile a través de Carabineros, nuevamente ha actuado con violencia contra quienes luchamos por mejorar este país.

Luego del desalojo a nuestro Liceo de Niñas de Concepción, producido a las 10:00 am del día de hoy, sábado 4 de junio del 2016, 10 compañeras fuimos detenidas y trasladadas a la 1° Comisaria de Concepción. Una de nuestras compañeras, Constanza Vargas, Vicepresidenta del Centro de Estudiantes, fue víctima de violaciones de Derechos Humanos, tratos homofóbicos y torturas dentro del calabozo. Ella fue desnudada y golpeada en su cara, desprendieron su piercing con alicate y fue maltratada psicológica y físicamente de manera constante por funcionarias de la institución, haciendo uso de poder, además de dar un trato peyorativo, puesto que ejercieron violencia de género, acompañando ser lesbiana con una serie de violentos y agresivos garabatos, condición atribuida solamente por ser del Liceo de Niñas. Ella será procesada por fiscalía, acusada falsamente de maltrato a carabineros y usurpación de lugar no habitado, y pasará toda la noche en el calabozo.

Este caso de violencia, lamentablemente, no ha sido el único a nivel nacional. Los y las estudiantes nuevamente nos vemos expuestas/os a la violencia policial y violación a los derechos humanos, por exigir un derecho básico que debiera estar garantizado: Una educación digna, de calidad y al servicio de las mujeres, de la gente trabajadora.
 
Hacemos un llamado a nuestras compañeras y los/as apoderados/as de nuestro liceo a pronunciarse contra los graves hechos de violencia. Además, interpelamos directamente al Alcalde de Concepción, Álvaro Ortiz, militante de la Nueva Mayoría, a detener las prácticas violentas que no solucionan los problemas dentro de nuestro establecimiento y mucho menos ayudan a generar espacios y prácticas democráticas dentro de nuestra ciudad de Concepción. Por último, denunciamos enérgicamente al Estado y al Gobierno de Chile, que después de 10 años de movilización social por la educación, no ha sabido dar respuestas justas a nuestras demandas, reaccionando con violencia y represión a las luchas ciudadanas que buscan construir un Chile más digno para las familias trabajadoras de las cuales clase política dice falsamente representar.

Ni la represión, ni la violencia acallarán nuestras voces

Las mujeres seguiremos unidas, seguiremos de pie

¡¡De corazón revolucionario, somos del fiscal hasta los ovarios!!

ARRIBA LAS QUE LUCHAN.

LICEO DE NIÑAS DE CONCEPCIÓN

Fuente comunicado oficial, clic aquí








viernes, 3 de junio de 2016

La oposición al marxismo en el movimiento obrero - Emilio López Arango


La base teórica del anarquismo está en la negación del Estado. Esta premisa es aceptada por todos los adversarios decididos del principio de autoridad. Pero no basta con declarar que los revolucionarios deben emprender, como tarea previa, un ataque tenaz y continuado contra ese órgano de tiranía, al servicio de la clase privilegiada, que encarna y perpetúa a través de los cambios de sistema la esclavitud del obrero y la sumisión del ciudadano a la autoridad de los mandones. El estatismo existe hasta en las formas menos conocidas del concierto económico, porque es causa y efecto de la explotación del hombre por el hombre.

Nos hemos acostumbrado a ver en el Estado una entidad definida, inmutable, sujeta a un determinado concepto civilizador. Suponemos que existe porque existe el capitalismo, que le dio sus bases económicas y su actual conformación jurídica, y que basta con despojar a los capitalistas de sus privilegios para que desaparezca el principio de autoridad que sostiene todo el andamiaje estatal. Es bien sabido que todo cambio en las condiciones económicas de la sociedad modifica la estructura del Estado pero no por eso desaparece la naturaleza del estatismo.


Existe una relación estrecha entre la capacidad media del pueblo y las formas jurídicas, políticas y sociales del régimen que tolera. Del mismo modo existe un inevitable paralelismo entre la capacidad defensiva del proletariado y la potencia ofensiva del capitalismo. El Estado sufre las variaciones que impone el continuo juego de las revoluciones y de la reacción, modifica sus aspectos externos debido a la presión de las fuerzas que representan los dos polos opuestos en la dinámica social, se torna más fuerte o más débil según sea el impulso que sigan las corrientes de la opinión popular. Pero los cambios políticos no modifican sustancialmente el orden de cosas, ni la situación de los despojados se modifica legalizando el despojo.

Con la democracia se ha fortalecido aún más el principio jurídico del Estado y el obrero se transformó en ciudadano, lo que quiere decir que pasó a ser un engranaje «consciente» de la máquina estatal. Con el socialismo estatista, se busca la conjunción de todos los poderes en una entidad única y absoluta: se reúne en un mismo órgano de dominación la política y la economía, el arte y la ciencia, las ideas y las necesidades. Y, por la influencia de las teorías marxistas, que reducen al hombre a la condición de máquina, el proletariado se asimila todos los prejuicios del ambiente y llega a creer que su felicidad consiste en despojar a los actuales amos de los privilegios que detentan.

Para negar al Estado hay que negar la ideología marxista. He ahí el fundamento teórico del anarquismo, pero, ¿puede el sindicalismo, que es marxista en economía, aun cuando prescinda de la política y niegue la utilidad del Estado, reclamar para sí la ordenación de la sociedad futura? ¿No es el sindicato un órgano de creación reciente, ligado al factor económico, hijo legítimo del capitalismo que lleva en sus entrañas, con la desesperación de los sometidos, el fermento de una nueva injusticia?

Con el simple despojo de los capitalistas no se destruye el capitalismo. Si los obreros mantienen la vieja máquina económica y conservan los complicados engranajes del industrialismo, si no poseen suficiente capacidad para destruir la organización social en sus bases históricas, arribarán después de la revolución al mismo punto de partida. Del sindicato saldrá el Estado, porque para regularizar la producción y el consumo se necesitan órganos oficiales, cuerpos directores, oficinas técnicas, que poco a poco van asumiendo el papel de los organismos políticos y económicos destruidos por la revolución.

El error clasista no consiste solamente en mantener en pie las actuales instituciones capitalistas, sino también en perpetuarlas bajo otro nombre. Y el sindicalismo, aceptado como sistema económico del futuro, al reclamar el control y la dirección de la economía capitalista después de la revolución, plantea la necesidad del Estado que teóricamente niega, con lo que denuncia su naturaleza autoritaria.

II

Si nosotros encontramos una equivalencia de conclusiones político-económicas en la doctrina de los partidos marxistas y los sindicatos que giran en torno a la influencia de la socialdemocracia, es ateniéndonos a lo que unos y otros realizan en el presente y a lo que proyectan para el futuro. Pero eso no quiere decir que confundamos el sindicalismo con la simple organización corporativa. Los partidos son fuerzas políticas que elaboran en la realidad mezquinas perspectivas: son instrumentos de dominación en manos de un grupo de ambiciosos. En cambio, los sindicatos que siguen una trayectoria independiente de las preocupaciones estatistas, representan un permanente fermento de revolución, precisamente porque al actuar en la esfera económica vénse obligados a seguir el curso de las repetidas crisis del capitalismo.

La constatación de que el sindicato obrero ofrece un amplio campo a la propaganda revolucionaria, de que es un medio precioso para ejercitar en la lucha a los trabajadores, de que reúne en sí los mejores elementos para oponer una seria resistencia al capitalismo y al Estado, no debe llevarnos al extremo de considerarlo como una teoría social independiente de las diversas tendencias sociales. El sindicalismo no es un cuerpo de doctrinas hechas: no se basta a sí mismo, como pretenden hacernos creer los sindicalistas puros. Podrá ofrecer posibilidades revolucionarias como continente de las fuerzas que respondan al imperativo de las necesidades; pero el contenido carece de homogeneidad ideológica y está dispuesto a dispersarse a la primera contingencia grave que origine un choque de opiniones.

Es necesario tener muy en cuenta la relación que existe entre el movimiento obrero y el desarrollo del capitalismo. Los sindicatos modifican su táctica a medida que las industrias se desarrollan y crece el poder de los grandes grupos financieros. La trustificación crea una modalidad «trustista» en el sindicalismo, que es aceptada por los teóricos de la lucha de clases como necesaria para defender las conquistas del asalariado. Y ese fenómeno demuestra que el sindicato, más que determinante de una táctica de lucha, está determinado por la evolución del capitalismo.

¿Cómo pues, existiendo un desarrollo paralelo entre el industrialismo y las organizaciones obreras basadas en el tipo industrial — lo que implica una sujeción del salario a las necesidades de cada hora y consecuentemente a las crisis periódicas del capitalismo —, pueden los sindicatos operar por sí mismos una revolución ampliamente social? De un movimiento revolucionario puede surgir un cambio de dirección en la economía capitalista, transformándose los sindicatos obreros en órganos de control de las industrias expropiadas a los actuales detentadores; mas existe el peligro de que el sindicalismo conformado a las necesidades y al artificio de la civilización burguesa, mantenga en pie la máquina política del Estado.

No hacemos suposiciones. Basamos esta posibilidad en los hechos y las teorías que formulan algunos anarquistas ilusionados por el revolucionarismo sindicalista. Por ello decimos que es temerario atribuir a un órgano de defensa conformado a los hechos y a las necesidades presentes, funciones post-revolucionarias. El sindicalismo nació con el capitalismo — como los partidos políticos son retoños del Estado —, y deberá desaparecer con él. De lo contrario, la herencia capitalista será adquirida por una casta de elegidos salida de la clase obrera, de la misma manera que la burguesía heredó los privilegios de los señores feudales y de los nobles vencidos por la revolución del siglo pasado.

No quiere esto decir que neguemos valores revolucionarios al sindicato. Lo que no admitimos es la función histórica que le atribuyen los sindicalistas llamados puros y los anarquistas partidarios de la neutralidad, porque entendemos que la organización de la vida en el comunismo debe operarse rompiendo el círculo de hierro de las industrias, esto es, volviendo a las fuentes de la comunidad, cuya expresión no es posible encontrarla en las modernas Babeles capitalistas.

Una revolución puede surgir del juego de los acontecimientos, en un momento de crisis como la que convulsionó a Europa después de la gran guerra. Suponiendo que las fuerzas más activas estén en los sindicatos y que la iniciativa corresponde a los trabajadores organizados y no a un partido político de avanzada (como el bolchevique, por ejemplo), ¿quedaría por eso asegurado el triunfo de la clase trabajadora? Se dice que los sindicatos pueden realizar esa misión. Pero hay que tener en cuenta que en el movimiento obrero actúan fuerzas divergentes en cuanto a la interpretación del hecho revolucionario y que no basta la «realidad económica» para determinar un cambio fundamental en el sistema capitalista.

He ahí por qué consideramos el sindicato como un instrumento de lucha en la sociedad actual, pero sin suficientes elementos doctrinarios para organizar la vida después de la revolución. 


III

No existe una doctrina del movimiento obrero independiente de las tendencias políticas, religiosas, morales y económicas que toman al hombre como materia de juicio para justificar o negar la razón de ser de los privilegios sociales, de la autoridad, del Estado, de la burguesía. Existe el móvil material, la necesidad de luchar por el mendrugo, y esta lucha está sujeta a diversas y antagónicas interpretaciones.

El sindicalismo puro, pese al culto que rinden sus partidarios a todas las premisas revolucionarias, es un conjunto de teorías negativas. Históricamente los sindicatos siguen el camino que marcan los hitos del progreso industrial. En el presente no realizan otra tarea que la de procurar un mejoramiento en las condiciones materiales del proletariado, prescindiendo de fundar el problema ético, porque de hacerlo plantearían la tan temida divergencia de opiniones, de sentimientos, de ideologías. ¿Sobre qué base, pues pueden los sindicalistas operar la transformación radical del sistema capitalista, si sólo poseen un método económico de la técnica industrial, un programa orgánico que repite bajo otros aspectos los viejos programas liberales y reformistas?

Para comprender el absurdo en que caen los anarquistas que limitan la revolución a un cambio de papeles en la tragedia del mundo, es menester intentar sustraerse al espejismo de la civilización capitalista y atisbar en la historia el acontecimiento que más identifique al individuo con la naturaleza. Acostumbrados a ajustar nuestros gustos a las necesidades de ahora, enamorados del proceso material que hace la vida agradable cuando se logra una parte de sus beneficios, siendo como somos hijos de esa civilización de hierro, no interpretamos la vida fuera del marco que nos estrecha y opresiona cada vez más en el precinto de acero de las ciudades industriales. De ahí esa ideología del economismo burgués, adornada con abstracciones por los políticos marxistas, que mediatizan la acción del proletariado a intereses inmediatos y subordinan el proceso de la revolución al crecimiento de las industrias, al juego de las finanzas y a la capacidad productora de un sistema social basado en el despilfarro y la falta de equidad distributiva.

El industrialismo es la exageración de las necesidades, porque las industrias más productivas están al servicio del lujo, de la ociosidad, del sensualismo y de la guerra. Y debido a la creencia de que todo progreso es útil — porque proporciona pan a los hambrientos y goce a los que mueren de hastío y de gula —, los trabajadores persiguen la quimera de llegar a dirigir la máquina que los tritura, alimentando el oculto y vengativo deseo de arrojar entre los engranajes del monstruo a los actuales detentadores del privilegio.

La mentalidad media del obrero admite como natural ese cambio de funciones en la máquina económica. El sindicalismo se industrializa, esto es, sigue paso a paso el crecimiento de las industrias, se asimila las necesidades que crea la burguesía ociosa, busca armas en el capitalismo para preparar la revolución. Pero los trabajadores conservan lo que contribuyeron a elaborar: creen que sus tareas son imprescindibles, aun cuando trabajen en los astilleros y en los arsenales de guerra, se dediquen a levantar presidios, o pierdan la salud manipulando metales que sirven para adornar a los amos.

Si el obrero moderno se desarraiga de la tierra, si se torna cada vez más esclavo del sistema industrial, si no concibe otra solución que la señalada por el marxismo, ¿qué valores revolucionarios puede ofrecernos el sindicalismo? He ahí el problema que nos toca resolver a los anarquistas.

A la realidad económica y a las preocupaciones materialistas que predominan en el movimiento obrero, debemos oponer una concepción revolucionaria. ¿Cómo? Reaccionando contra la influencia del ambiente, combatiendo los prejuicios de clase, demostrando que el hombre debe comenzar por libertarse de la cadena de las llamadas necesidades. Hay una sola necesidad — la de vivir — y esa necesidad debe estar controlada por el cerebro. El artificio de la civilización hace a todos los hombres esclavos de apetitos bestiales: el privilegiado no está satisfecho de su glotonería y el hambriento envidia a los que revientan de hartos.

La fuente más pura de la ideología anarquista está en el comunalismo. Pero de esto ya se olvidaron la mayoría de los revolucionarios. Ahora se habla del comunismo, pero sin tratar de descubrir la base histórica de la comunidad. Los políticos bolcheviques son comunistas en teoría. Los sindicalistas nos ofrecen la receta del comunismo industrial. Para los primeros, el Estado es el centro de gravedad de una absurda organización de privilegios y de castas, donde el hombre pierde todo contacto con la naturaleza y se transforma en simple engranaje de la máquina económica cuya dirección pasa a manos de una minoría elegida. Para los segundos, la organización centralizada de todas las industrias constituye la panacea del comunismo desnaturalizado; y el obrero es un rodaje de la complicada máquina dirigida por las oficinas técnicas de la industria.

¿Dónde, pues, encontraremos hoy la expresión de ese comunismo tan mentado y tan ignorado? En el campo únicamente. El ruralismo ofrece más posibilidades comunistas que la ciudad industrializada. La vida en los campos está libre de las preocupaciones que hacen del obrero un esclavo del régimen capitalista.

Y sólo hace falta inculcar en los parias del terruño ideales de superación: el espíritu libertario que animó a los primeros propagandistas del anarquismo.

Para nosotros la conquista del comunismo sólo es posible destruyendo la máquina económica montada por la burguesía. El sindicato no puede realizar esa misión porque es un producto del desarrollo industrial, el efecto y no la causa de la explotación capitalista. Para que lleguen los trabajadores a emprender esa labor destructora, es necesario que posean un ideal creador: que cuenten con elementos de juicio para operar las transformaciones sociales que anhelamos los anarquistas.

Es necesario, pues, que la propaganda de los anarquistas, en el sindicato, oriente la acción del proletariado de acuerdo con la ideología comunista anárquica. Y para ello hay que comenzar por combatir las ilusiones de los trabajadores que creen conquistar su felicidad convirtiéndose en amos, por el despojo de los capitalistas, pero conservando, junto con el espíritu del capitalismo, el sistema económico que esclaviza a los hombres. 


IV

En las luchas del proletariado se manifiestan tres procesos distintos: reforma, revolución, conservación. Equivalen por lo tanto a diferentes modalidades el movimiento obrero, que interpretan en otras tantas ideologías la llamada lucha de clases.

De lo pretérito se nutren los ideólogos del marxismo. Los partidos socialistas buscan la reforma del régimen social por la conservación del Estado y de la máquina económica montada por el capitalismo. No existe, pues, un móvil revolucionario en la tendencia «materialista histórica», porque la historia está sujeta a un método cronológico que traslada al presente, como otros tantos hechos repetidos, los contradictorios hechos del pasado. He ahí resumida toda la teoría «revolucionaria» de Marx y de sus discípulos y continuadores.

Cuando los sindicalistas puros erigen el sindicato en el último hito de la historia —cuando pretenden cerrar el proceso social en ese eslabón económico — quizás sin quererlo aceptan las conclusiones materialistas del marxismo. Se valen del método histórico de Marx para explicarse el proceso de las sociedades humanas y con lo pretérito pretenden elaborar una teoría para el futuro.

No es posible eludir esta cuestión. La reforma política no altera el orden de los factores materiales que determinan la esclavitud económica del ciudadano libre… Pero hay que tener también en cuenta que el reformismo no se expresa únicamente en las formas del poder — en los cambios que sufre la estructura jurídica del Estado —, sino que también tiene manifestaciones conocidas en el traspaso de las riquezas y de los privilegios detentados por una minoría. Los señores feudales y la nobleza propietaria se vieron obligados a dar cabida en su mesa a la clase burguesa, adueñada del poder político. La revolución del siglo XVIII dio un golpe de muerte al feudalismo. Mas el problema social quedó en pie con ese traspaso de poderes y de títulos de propiedad. ¿Podría el proletariado, mediante un acto de fuerza que le diera el control de la máquina capitalista, eliminar de un golpe todas las diferencias de clase y de casta? ¿No sería más probable que, aplicando el método histórico de los marxistas, creara en su seno nuevos privilegiados y nuevos gobernantes, que serían precisamente los jefes políticos o los funcionarios sindicales?

Cuando hablamos del sindicalismo puro, queremos significar la subordinación a los hechos materiales de esa tendencia anti-ideológica, subordinación que aceptan no pocos anarquistas. El sindicato neutro, esto es, que no tiene en cuenta otra cosa que la lucha de clases, depende del proceso que sigue el capitalismo. Orgánicamente es una caricatura de las organizaciones industriales. Su fuerza está en relación con la potencia ofensiva del capital y sólo es fuerte cuando se debilita la burguesía.

Los marxistas, de acuerdo con la llamada ciencia histórica, consideran factible la conquista del poder político, ya sea por efecto de una conmoción popular o ya empleando el arma del sufragio. Creen posible llegar a la democracia conservando la organización económica presente, porque confían al Estado la tarea de controlar el desenvolvimiento de la sociedad reformada.

Se dirá que el sindicalismo es revolucionario, puesto que persigue como fin la destrucción del Estado. Lo es desde el punto de vista negativo. El Estado es una entidad jurídica que estatuye normas a la vida del hombre. Y el fundamento del estatismo no está en la política abstracta, sino que tiene su realidad material en el concierto económico. Si los sindicalistas niegan la necesidad del Estado y al mismo tiempo confían a los sindicatos obreros la misión de organizar la vida social al día siguiente de la revolución — lo que implica tanto como seguir manteniendo en funciones la máquina económica —, ¿no sientan de hecho las bases de un sistema ligado a sus intereses de clase y por lo mismo con fuerza de ejecución, con leyes, autoridad y privilegios?

Es peligroso atribuir a los sindicatos funciones post-revolucionarias. Tan peligroso como confiar al partido político, al soviet o a la asamblea constituyente la tarea de organizar la vida durante o después de la revolución.

Para valorizar la acción del proletariado los anarquistas debemos llevar a los sindicatos nuestras ideas. La beligerancia de los anarquistas en el movimiento obrero servirá para contrarrestar el dominio de los políticos marxistas y, lo que es más importante, para destruir en la mente de los obreros la creencia en las fórmulas socialistas, que se equivalen en un mismo absurdo histórico: la conservación del régimen capitalista empleando un método subversivo que elude el fondo del problema humano, puesto que deja en pie las causas originarias de la esclavitud del hombre — el Estado político o su sucedáneo, el Estado económico de los sindicalistas neutros. 



Emilio López Arango 



Tomado de: «El Anarquismo en América Latina», Carlos M. Rama y Ángel J. Cappelletti 


Transcripción: rebeldealegre.