A diferencia de Kropotkin, en cuyo pensamiento no hubo cambios bruscos y radicales (si se exceptúa su alejamiento de la concepción tradicional del mundo y su ruptura con la fe cristiana), Bakunin sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico-religioso como en lo socio-político.
En ella se pueden reconocer tres etapas bien definidas:
- La etapa idealista-metafísica, que va desde 1834 a 1841.
- La etapa idealista-dialéctica, que se extiende desde 1842 a 1864.
- La etapa materialista, que comprende de 1864 hasta la muerte en 1876.
Si se prescinde de los años de la niñez y la adolescencia, en los
cuales Bakunin, aunque hijo de un aristócrata relativamente liberal,
educado en universidades de occidente, recibe la educación propia de
todo educando de la nobleza de la época, y acepta la doctrina cristiana
tal como la interpreta la Iglesia ortodoxa (lo cual implica el
reconocimiento del sagrado derecho del zar a gobernar su imperio), puede
decirse que su pensamiento se despierta, hacia 1834, esto es, cuando
tiene veinte años, gracias al contacto con la filosofía idealista
alemana.
Nicolás Stankevich, poeta y filósofo malogrado, lo inicia en la ardua
lectura de Kant. A través de una bastante nutrida correspondencia,
cuyos destinatarios principales son sus propias hermanas, el joven
Miguel demuestra un entusiasmo casi sin límites por la filosofía
trascendental. Puede decirse que dentro de la primera etapa idealista,
el Kantismo constituye la primera subetapa. Ésta se inicia con la visita
a Premujino de Stankevich, en octubre de 1835. Bakunin estudia la Crítica de la razón pura.
Al año siguiente (1836), el entusiasmo metafísico, que alcanza ribetes
místicos, según lo demuestran las cartas de la época, se desplaza hacia
Fichte. Es la exaltación de la eticidad absoluta, del yo como creador
del mundo espiritual. He aquí la segunda subetapa. Lee la Guía de la vida feliz y traduce el tratado Sobre el destino del sabio.
Conviene advertir que en Fichte, para el cual ninguna acción puede
considerarse moral si responde a un imperativo ajeno al Yo, pudo
encontrar ya el joven Bakunin un germen de su afirmación anarquista de
la personalidad como valor supremo.
Por una evolución bastante lógica y hasta, si se quiere, necesaria,
de Fichte pasa pronto a Hegel (1837). La actitud de euforia metafísica y
entusiasmo místico continúa y aún, si cabe, se hace más ardiente. Se
trata de un Hegel romántico, en el cual la laboriosa trama dialéctica
importa menos que el ímpetu ontológico, de un Hegel hecho a la medida
para quien desea revolucionar todo el pensamiento sin cambiar nada de la
realidad social y política. Este es, sin duda, un Hegel bastante
diferente todavía del que cultivan los jóvenes hegelianos; el Hegel de
la derecha hegeliana, el Hegel quizás del propio Hegel, aun cuando
intelectualmente diluido y minimizado. Es la tercera subetapa. Lee la Fenomenología, la Enciclopedia y la Filosofía de la Religión. Traduce fragmentos de Hegel, de Marheincke, de Goschel (Jeanne-Marie, Michel Bakounine, Une vie d’homme, Geneve, 1976, p. 33).
El hegelianismo sirve en aquel momento (la década del 30) en Rusia
como nuevo y adecuado instrumento intelectual para justificar la
autocracia zarista. El principio de la racionalidad de lo real concluye
sustentando la racionalidad del Estado y del Estado absoluto.
No hay duda en el Bakunin de estos años, según lo que puede inferirse
de su correspondencia, el más ligero asomo de crítica social o
política, sino más bien una adhesión por lo menos tácita al statu quo.
Todo su entusiasmo está reservado para la metafísica, lo único que le
interesa es la espiritualidad trascendente y la infinitud interior. Más
aún, según anota en sus cuadernos hegelianos (citado por Carr), cree
que: «No existe el mal; el Bien está en todas partes. Lo único malo es
la limitación del ojo espiritual. Toda existencia es vida del Espíritu;
todo está penetrado del Espíritu; nada existe más allá del Espíritu; el
Espíritu es el conocimiento absoluto, la libertad absoluta, el amor
absoluto y, en consecuencia, la felicidad absoluta».
La segunda etapa o época de la evolución del pensamiento de Bakunin
se inicia con su viaje a Berlín, para seguir allí los cursos
universitarios de filosofía, o, por mejor decir, con su alejamiento de
Berlín en 1842.
En 1840, el joven aristócrata, que ha tenido serios conflictos con su
padre y ha renunciado a su carrera militar, prefiriendo ser soldado
raso de la filosofía alemana antes que oficial de la artillería rusa,
inicia un contacto directo con figuras importantes del idealismo. No
llega a ser discípulo de Hegel, quien ya no enseña en Berlín, pero
escucha las clases de Schelling, otro de los tres grandes de la
filosofía poskantiana. Algunos historiadores han sugerido la posibilidad
que en el aula de Schelling se encontraran juntos en un momento dado,
Bakunin, Stirner y Kierkegaard.
La enseñanza del viejo filósofo, cada vez más inclinado a la
mitología y a la teosofía, parece haber defraudado las expectativas del
ardiente ruso. Después de un año y medio aproximadamente, se cansa y
decide desertar de los cursos universitarios. Aunque su propósito
inicial, al dirigirse a Berlín, había sido completar allí sus estudios
hasta doctorarse y retornar luego a la patria para enseñar filosofía en
la universidad de Moscú, tal propósito está ya enteramente olvidado.
Dice E.H. Carr (Bakunin, Barcelona, 1970, p. 120): «El proceso
de la metamorfosis de la rebelión doméstica en rebelión política que se
operó en Bakunin en la Alemania de 1842 puede ser descrito en los
simples términos de la literatura y la filosofía germánicas. Bakunin,
junto con la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, había
estado sujeto –antes de su traslado a Alemania– a dos importantes
influencias teutonas: el romanticismo germánico y la filosofía de Hegel.
Cuando llegó a Berlín, en el año 1840, esas influencias seguían todavía
disfrutando del mayor favor por parte de los alemanes, y el ambiente
intelectual que encontró en Alemania no era en esencia diferente
(aunque, tal vez, de nivel más elevado) del que había dejado en Rusia.
El primer año de su permanencia en Berlín representó el final de su
periodo ruso más bien que el principio de su período europeo».
En el año 1842, después de su viaje a Dresde, se inicia, pues, en
rigor la segunda etapa de la evolución del pensamiento de Bakunin. Así como el iniciador de la primera etapa fue Stankevich, el de la segunda fue Ruge. Este, que había de ejercer también fuerte influencia sobre el joven
Marx, era algo así como el portavoz de la izquierda hegeliana a través
de su periódico Hallische Jahrbu cher.
En realidad, los llamados «jóvenes hegelianos» eran radicales,
dedicados sobre todo a la crítica de la cultura y de la religión, para
lo cual se valían del método dialéctico de Hegel, desestimando su
sistema metafísico. No negaban que todo lo real es racional, pero
insistían en subrayar la idea de que lo más real es el devenir (que se
produce de acuerdo a un ritmo dialéctico), por lo cual la realidad (y,
por ende, la racionalidad) debe ser concebida como una perpetua
transformación y nada hay menos real que el estancamiento y la
perpetuación del status. De esta manera, convertían al Hegel histórico
que, por lo menos en sus últimos años, se demostró un pensador altamente
conservador y aun reaccionario, en un verdadero filósofo de la
revolución. La dialéctica, en manos de los jóvenes hegelianos, se
constituye así en un ariete contra la tradición, la monarquía, la
Iglesia, el feudalismo, el Estado.
Bajo el seudónimo de Jules Elysard, publica el joven ruso su primer ensayo importante, La reacción en Alemania,
típico ejemplo de la literatura de la izquierda hegeliana, y según
Carr, «el escrito más conveniente y más sólidamente razonado que salió
de la pluma de Bakunin». Con esta obra concluye la primera subetapa del segundo período del
pensamiento de Bakunin, es decir, la época en que es un miembro de la
izquierda hegeliana stricto sensu. Debe tenerse en cuenta, sin
embargo, que en sentido general sigue siendo un dialéctico durante todo
el segundo período, es decir durante veinte años más, aun cuando las
referencias explícitas a Hegel y a la dialéctica sean cada vez más
raras. Feuerbach, desde aquí, no deja nunca de estar presente.
Así como la primera etapa juvenil, metafísica, que se desarrolló en
Rusia, puede denominarse la etapa conservadora, desde el punto de vista
político-social (aun cuando se tratara más bien de un conservadurismo
implícito) así la segunda etapa entera (ya en Alemania, ya en Francia,
ya de nuevo en las prisiones rusas o en el destierro siberiano), que en
lo filosófico se caracteriza por una dialéctica básicamente idealista,
debería llamarse en el aspecto político-social, el período
demócrata-socialista.
La segunda subetapa de este segundo período se inicia con la lectura del libro de Stein, El socialismo y el comunismo en la Francia contemporánea,
a través del cual se pone en contacto con las ideas de Saint-Simon,
Leroux, Fourier y Proudhon. Casi al mismo tiempo conoce al poeta
Herwegh, quien lo relaciona, a su vez, con el movimiento de «La joven
Alemania» y le presenta a George Sand. Es, en verdad, el momento del
descubrimiento de la cultura y el espíritu francés para Bakunin. Durante
su permanencia en Suiza conoce, sin embargo, la obra, el pensamiento y,
más tarde, la persona misma de G. Weitling, sastre, hijo natural de un
soldado francés y una doncella alemana que en cierta manera representa
la síntesis de las dos naciones que sucesivamente más admiró Bakunin:
Alemania y Francia. El libro de Weitling, titulado Garantías de la armonía y de la libertad
(1842), defendía un comunismo que casi podía llamarse «anárquico»,
puesto que, según él, en la sociedad ideal el gobierno es sustituido por
la administración y la ley por la obligación moral. En París, en 1844,
conoce a Lamennais, a Leroux, a Considerant, a Cabet, a Blanc, esto es, a
la plana mayor del socialismo utópico. Pero conoce, sobre todo, a los
dos hombres que más han de influir en la formación de su pensamiento
definitivo y maduro, Carlos Marx y Pedro José Proudhon (un alemán y un
francés, vale la pena recordarlo); el primero como el polo negativo; el
segundo como el positivo de su actividad intelectual.
De todas maneras, pese a todo lo que de ambos aprende y a la
admiración que manifiesta por ellos, no se puede decir que Bakunin sea
en estos años marxista ni proudhoniano. Su ideología, un tanto difusa,
corresponde más bien al ambiente romántico demócrata-socialista que
precede a la revolución de 1848 y, en términos muy generales, a un
idealismo ético-social cada vez más alejado en la forma y en el lenguaje
del idealismo de los jóvenes hegelianos, aunque no enteramente ajeno a
él en el fondo. No sin cierta razón, su amigo el escritor ruso Belinski
escribe sobre él en este momento: «Es un místico nato y morirá siendo
místico, idealista y romántico, porque el haber renunciado a la
filosofía no significa que haya cambiado de genio» (citado por Carr).
La tercera subetapa del segundo período, que se inicia con su viaje a
Alemania y su asistencia al Congreso Eslavo celebrado en Praga, en
junio de 1848, se caracteriza por la aparición (o, quizás sería mejor
decir, por el afloramiento) del nacionalismo eslavo y del paneslavismo.
Las posiciones filosóficas siguen siendo las mismas, aunque cada vez
resultan más implícitas, y tampoco se niegan los ideales democráticos y
socialistas.
A diferencia de muchos de los líderes políticos de los pueblos
eslavos sujetos a Turquía, que ven en el imperio ruso la única fuerza
capaz de liberarlos del yugo musulmán y que, por consiguiente, no tienen
objeciones contra la autocracia zarista, Bakunin insiste, como los
miembros de la Joven Alemania y como casi todos los nacionalistas de la
época, en vincular el nacionalismo con la democracia. La pugna esencial y
la contradicción básica se produce, según Bakunin y esta mayoría de
demócratas nacionalistas, entre dinastía y patria, entre Rey y nación,
entre soberanía del monarca y soberanía del pueblo. En términos
políticos es la lucha de un individuo (el monarca) y una pequeña minoría
(los nobles) contra una inmensa mayoría (el pueblo). En términos éticos
es nada menos que la pelea entre el vil egoísmo y la generosa amplitud.
«Patria» es no sólo libertad sino también igualdad y fraternidad. Por
otra parte, en este momento, después del fracaso de la revolución de
1848, se define ya claramente su actitud antiburguesa. Como se ve en Llamamiento a los eslavos,
la burguesía constituye para él una clase esencialmente contraria a la
revolución, mientras los llamados a realizarla son los campesinos (clase
sin duda ampliamente mayoritaria no sólo en Rusia y los países eslavos
sino en toda Europa).
Desde mayo de 1849 hasta agosto de 1861 permanece primero preso en
Sajonia, después en Austria, luego en Rusia y, por fin, confinado en
Siberia. Su actividad literaria (si se exceptúa la Confesión al Zar)
es prácticamente nula durante toda esta época. Podemos inferir, sin
embargo, que al llegar a Londres en 1861 trae las mismas ideas y
propósitos que cuando es aprehendido en 1849, puesto que casi
inmediatamente se pone a conspirar en pro de la libertad de Polonia y
trabaja en la preparación de una expedición a este país. Parece como si,
durante doce años, su pensamiento hubiera estado congelado, hecho que
no resulta difícil de explicar cuando se tiene en cuenta que la mente de
Bakunin necesita el estímulo de los hechos sociales para funcionar y
para cambiar en realidad, un cambio importante –de hecho, el más
importante de todos, puesto que lo conduce hacia su forma última y más
característica– sólo se da cuando, fracasada la expedición a Polonia,
Bakunin, desilusionado de los nacionalistas polacos, se aleja también de
todo nacionalismo, aunque no sin antes haber pagado todavía un tributo
de admiración a Garibaldi, libertador de Italia, visitándolo en Caprera,
a comienzos de 1864.
La Tercera y última etapa de su evolución intelectual se inicia poco
después, en Florencia, donde se establece. Ella se caracteriza por el
materialismo y el ateísmo en lo filosófico, por el colectivismo en lo
económico; por el anarquismo en lo político.
Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido
inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y
militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que
cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del
culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y
al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez,
Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional
de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos
años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo.
La tercera y última etapa de la evolución del pensamiento bakuninista
podría subdividirse, como las dos anteriores, en tres subetapas:
- La florentina (1864-1865).
- La napolitana (1865-1867).
- La suiza (1867-1876).
Aquí se hace sentir, por una parte, la influencia de Proudhon y Marx;
por la otra, la del cientifismo materialista de la época. La primera
subetapa puede considerarse aún como un momento de transición. El
ateísmo o, por mejor decir, el antiteísmo es ya claro. Escribe por
entonces: «Dios existe; por consiguiente, el hombre es su esclavo. El
hombre es libre; por lo tanto no hay Dios» (cit. por Carr).
No es difícil notar, por lo demás, que el ateísmo y el materialismo
de todo el último período no están libres de la influencia de la
dialéctica hegeliana. La sombra de ésta persiste en Bakunin hasta el
fin. Y su materialismo, que por su contraposición al de Marx y Engels,
suele denominarse «mecanicista», no deja de ser también, en alguna
medida dialéctico. Igualmente, en el terreno político, durante la
primera subetapa florentina, persisten algunas ideas y posturas
nacionalistas. Dice E.A. Carr:
El entusiasmo que por el nacionalismo italiano sentía pareció por un momento que iba a compensarle de la desilusión sufrida por las aspiraciones polacas. Pero pronto hubo de darse cuenta de lo falso de la compensación. La victoria del nacionalismo, lejos de traer tras sí la victoria de la revolución, no había ni rozado siquiera la cuestión social. Una vez liberada, en lugar de superar a las demás naciones en «prosperidad y grandeza», Italia las superó solamente en pordiosería. Los principales dirigentes políticos italianos fueron perdiendo su tinte revolucionario… Ni Garibaldi ni Mazzini tenían nada de revolucionarios. En su persecución de un ideal se estaban conduciendo de la manera más irresponsable, lo mismo uno que el otro bando. Se estaba acercando la hora en que los revolucionarios de todos los países se verían obligados a defender sus postulados ante la retórica patriótica-burguesa «de aquellos figurones.
En realidad, como añade el citado historiador, «el Catecismo revolucionario
es el primer documento en el que se proclama el renunciamiento del
nacionalismo como factor revolucionario y en el que aparece perfilado
con toda claridad el credo anarquista de Bakunin». Pero ni siquiera aquí
saca todas las consecuencias lógicas de este credo. Todavía no hay una
radical negación del Estado ni un rechazo categórico del
parlamentarismo.
En Florencia funda Bakunin una fraternidad que, según Woodcock, «ha
pasado a la historia como una organización nebulosa», concebida «como
una orden de militantes disciplinados, entregados a la propagación de la
revolución».
La subetapa napolitana se refleja en el citado Catecismo revolucionario,
que Bakunin escribe para los miembros de otra organización, más sólida y
más definitivamente anarquista por su programa: la Fraternidad
Internacional. Esta es partidaria del federalismo y de la autonomía
comunal en lo político, del socialismo o colectivismo en lo
económico-social y declara imposible la revolución sin el uso de la
fuerza, aunque en su organización interna revela una estructura
jerárquica y, como anota Woodcock, pone «un énfasis nada libertario en
la disciplina interna».
Si la subetapa florentina puede considerarse como la transición entre
nacionalismo y anarquismo, la segunda, napolitana, debe caracterizarse
como la del federalismo colectivista o socialismo anárquico incipiente,
no enteramente ajena a ideas que, desde un punto de vista lógico, son
incompatibles con el anarquismo; no totalmente desprovista de
contradicciones y vacilaciones.
Al final de este período, la intervención personal de Bakunin en el
Congreso por la paz y la libertad, de Ginebra, donde al principio es
calurosamente acogido por Garibaldi y por la flor y nata del liberalismo
europeo, sirve para demostrar a esta misma élite intelectual y a Europa
entera, que el luchador ruso se encuentra ya más allá del liberalismo y
de la democracia y se ha pasado definitivamente al campo de la
revolución social.
La tercera subetapa, que transcurre en su mayor parte en la
Confederación Helvética, y se extiende desde este Congreso, en 1867,
hasta la muerte en 1876, puede tenerse por la época de la consolidación
final del materialismo ateo, del colectivismo y del federalismo, esto
es, de la concepción anarquista de Bakunin.
A este período corresponde la fundación de la Alianza Internacional
de la Democracia Socialista, cuyo programa, como anota Woodcock, es más
explícitamente anarquista que el de la Fraternidad Internacional
napolitana, y muestra la influencia de la Asociación Internacional de
Trabajadores. Al comienzo de esta última subetapa de su evolución
ideológica y de su vida, Bakunin escribe una de sus obras más orgánicas y
representativas: Federalismo, socialismo y antiteologismo. En ella el mismo título revela el programa y sintetiza el pensamiento de su autor:
- En lo político, abolición del Estado unitario y centralizado, que ha de ser reemplazado por una federación de comunas libres y libremente federadas entre sí.
- En lo económico, socialización de la tierra y de los medios de producción, que han de pasar de los terratenientes y capitalistas a las comunidades de trabajadores (no al Estado).
- En lo filosófico, materialismo basado en las ciencias de la naturaleza y negación de toda divinidad personal y de toda religión positiva.
La primera tesis va dirigida contra toda ideología de gobierno
propiamente dicho, pero especialmente contra el nacionalismo, que
pretende una república unitaria, con Mazzini. La segunda ataca en
general a la sociedad burguesa y capitalista, pero de un modo particular
a los ideólogos que se conforman con la independencia nacional y la
democracia política, olvidando la desigualdad social, la miseria del
pueblo, la explotación de los trabajadores. La tercera impugna toda
cosmovisión teísta y espiritualista, pero quiere refutar de un modo
directo las ideas religiosas de Mazzini y de la «Falanga Sacra».
Entre los tres principios, federalismo, socialismo, y antiteologismo
encuentra Bakunin un vínculo de interna solidaridad. No se trata, para
él, como para Marx, de señalar una estructura y una superestructura en
la sociedad. No se trata de acabar primero con el capitalismo, para que
al fin se derrumben también el Estado y la religión. Se trata, más bien,
de enfrentar a un único enemigo que tiene tres caras (tres horrendas
caras por cierto, según él las ve): la propiedad privada (que es la sin
razón y la prepotencia económica), el Estado (que es la sin razón y la
prepotencia política) y la religión (que es la sin razón y la
prepotencia espiritual). La vinculación entre lo dos últimos se hace
particularmente clara en otro escrito editado con el título de Dios y el Estado,
después de la muerte de su autor, «Es la lucha contra Dios lo que
condiciona todos los combates contra el poder político: resulta
imposible abatir el poder temporal sin demoler al propio tiempo la
religión. Toda la violencia del ateísmo de Bakunin deriva de esta razón
dirimente» (H. Arvon, Bakunin, Absoluto y Revolución, Barcelona,
1975, p. 55). Este ateísmo está bajo el signo de Feuerbach y de
Proudhon, autores cuya influencia sobre Bakunin se remonta, como vimos, a
la etapa anterior.
Período idealista metafísico(1835-1841) | Idealismo trascendental (kantiano) – 1835 |
Idealismo absoluto (fichteano) – 1836 | |
Idealismo absoluto (hegeliano) – 1837-1841 | |
Período idealista dialéctico(1842-1864) | Izquierda hegeliana – 1842 |
Democracia socialista – 1842-1848 | |
Nacionalismo democrático (paneslavismo) – 1848-1864 | |
Período materialista(1864-1876) | Transición del nacionalismo al anarquismo – 1864-1865 |
Inicios del anarquismo y del materialismo – 1865-1867 | |
Anarquismo colectivista y ateo – 1867-1876 |
Publicado en Polémica, n.º 7, abril de 1983
Fuente: revista polémica
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