Rudolf Rocker, historiador
alemán e incansable propulsor de la cultura anarquista, tiene un extenso legado
en cuanto a su participación en el movimiento libertario y sindicalista, además
de numerosas y extensas publicaciones. “Nacionalismo y Cultura”, sin
duda alguna, representa su obra cumbre y mejor conocida. Respecto al valor de
esta obra, Albert Einstein señaló que “La obra de Rocker es
extraordinariamente instructiva y testimonia una rara originalidad de
espíritu”, mientras que Bertrand Russel, el reconocido filósofo inglés,
declaró que “La obra de Rocker es una contribución importante a la
filosofía política tanto a causa de sus profundos y bastos análisis de muchos
autores famosos como también por su brillante crítica o la idolatría del
Estado, a la superstición más difundida y funesta de nuestro tiempo". Por
su parte, Thomas Mann, escritor alemán y premio Nobel de Literatura, aclaró
sentirse “sinceramente feliz de tener este importante libro, hondo y
altamente espiritual, y quisiera ponerlo a disposición de la mayor cantidad de
seres humanos en todo el mundo”. (grupo de estudios Gómez Rojas)
I
Nada
satisfactorio es que en los círculos anarquistas aún no se haya podido
dilucidar esta cuestión, siendo que ella tiene tanta importancia para el
movimiento anarquista como tal y para su desarrollo futuro. Justamente
aquí en Alemania es donde las perspectivas de esta cuestión son más
intrincadas. Naturalmente, el estado especial bajo el cual se desarrolló
aquí el anarquismo moderno es en gran parte culpable de lo que hoy
acontece. Una fracción de los anarquistas en Alemania rechaza en
principio toda clase de organización con determinadas líneas de conducta
y opina que la existencia de tales organismos está en contraste con la
ideología anarquista. Otros reconocen la necesidad de pequeños grupos
pero rechazan toda unión estrecha de los mismos, como por ejemplo, por
medio de la Federación Anarquista Alemana, porque en esa fusión
de fuerzas creen ver una restricción a la libertad individual y un
tutelaje autoritario por parte de unos cuantos. Nosotros opinamos que
estos puntos de vista nacen de una total confusión del origen de esa
cuestión, es decir, de un completo desconocimiento de lo que se entiende
por anarquismo.
Aunque
en sus consideraciones sobre las diversas formaciones sociales y
corrientes ideológicas el anarquismo parte del individuo, es no
obstante, una teoría social que se ha desarrollado autonómicamente en el
seno del pueblo, pues el hombre es ante todo una creación social en la
cual la especie entera trabaja, pausadamente, pero sin interrupción, y
de la que siempre va tomando nuevas energías, celebrando a cada segundo
su resurrección. El hombre no es el descubridor de la convivencia social
sino su heredero. Recibió el instinto social de sus antepasados
animales al traspasar el umbral de la humanidad. Sin sociedad el hombre
es inconcebible. Siempre vivió y luchó dentro de la sociedad. La
convivencia social es la precondición y la parte más esencial de su
existencia individual, pero también es la preforma de toda organización.
Quizás el poderío de las formas tradicionales que observamos en la
mayor parte de la humanidad no sea en el fondo más que una cierta
manifestación de este profundo instinto social. Como el hombre carece de
condiciones para interpretar exactamente lo nuevo, su fantasía ve en
ello la disolución de todas las relaciones humanas y temiendo sumergirse
entonces en el caos se sostiene convulsivamente en los moldes
tradicionales históricos. Seguramente, es uno de los errores de la
convivencia, pero nos demuestra al mismo tiempo cómo el impulso social
está estrechamente ligado a la vida de cada individuo. Quien ignora o no
concibe exactamente este hecho irrefutable jamás alcanzara a comprender
con claridad las fuerzas impulsivas de la evolución humana.
Las
formas de la convivencia humana no son siempre las mismas. Se
transforman con el correr de la historia, pero la sociedad queda y obra
incesantemente sobre la vida de los individuos. Quien se encuentre
habituado a girar siempre en una misma esfera de representaciones
abstractas -hacia lo cual los alemanes tienen especial inclinación-
llegaría seguramente a arrancar al individuo de esas incalculables
relaciones que lo atan a la multitud, pero el resultado de tal operación
científica no sería el hombre sino su caricatura, un ente pálido
sin carne ni sangre, que solamente llevaría una vida espectral en el
mundo nebuloso de lo abstracto, pero que nunca ha sido encontrado en la
vida real. Ocurriría lo mismo que a ese carretero que quiso
desacostumbrar a comer a su burro y que gritó desesperado cuando éste
murió: ¡Qué desgracia, si hubiera vivido tan sólo un día más, habría llegado a vivir sin comer!
Los
grandes teorizadores del anarquismo moderno, Proudhon, Bakunin y
Kropotkin, acentuaron siempre la base social de la teoría anarquista,
convirtiéndola en punto de partida de sus consideraciones. Combatieron
al Estado, no solamente como defensor del monopolio económico y de los
contrastes sociales, sino también como el mayor obstáculo para toda
organización natural que se desarrolle en el seno del pueblo, de abajo
arriba, y que tienda a realizar tareas colectivas y a defender los
intereses de la multitud de las agresiones cometidas en su contra. El
Estado, el aparato político de violencia de la minoría privilegiada de
la sociedad, cuya misión es la de uncir a la gran masa al yugo de la
explotación patronal y al tutelaje espiritual, es el enemigo más
encarnizado de todas las relaciones naturales de los hombres y el que
siempre tratará de que tales relaciones se verifiquen solamente con la
intervención de sus representantes oficiales. Se considera dueño de la
humanidad y no puede permitir que elementos extraños se entrometan en su
profesión.
Tal
es el motivo porque la historia del Estado es la historia de la
esclavitud humana. Solamente por la existencia del Estado es factible la
explotación económica de los pueblos y su única tarea, puede decirse en
síntesis, es la de defender esa explotación. Se convierte en el enemigo
mortal de toda natural solidaridad y libertad -los dos resultados más
nobles de la convivencia social y que evidentemente constituyen una sola
y misma cosa- al intentar, por toda clase de artificios legales,
restringir o por lo menos paralizar toda iniciativa directa de sus
ciudadanos y toda fusión natural de los hombres para la defensa de sus
intereses comunes. Proudhon ya lo había concebido exactamente y en su Confession d'un Révolutionnaire hace la siguiente aguda observación:
Consideradas
desde el punto de vista social, libertad y solidaridad son dos
conceptos idénticos. Encontrando la libertad de cada uno, no un
impedimento en la libertad de los demás, como dice la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, sino un apoyo, el hombre
más libre es el que mayores relaciones tiene con sus semejantes.
El
anarquismo, el eterno contrario de todos los monopolios, científicos,
políticos y sociales, combate al Estado como protector de monopolios y
enemigo feroz de todas las relaciones directas e indirectas de los
hombres entre sí, pero nunca fue enemigo de la organización. Al
contrario, una de las acusaciones de más peso, al aparato estatal de
violencia, consiste en que encuentra en el Estado el mayor obstáculo
para una organización efectiva, basada en la igualdad de intereses para
todos. Los grandes comentadores de la concepción anarquista universal,
comprendieron claramente que cuantos más intereses opuestos hubiera en
las formaciones sociales de los hombres estarían más estrechamente
ligados unos a otros y más elevado es el grado de libertad personal que
el individuo goza dentro de la colectividad. Por eso vieron en el
anarquismo un estado social en el que los deseos individuales y las
necesidades de los hombres desbordan de sus sentimientos sociales y son
más o menos idénticos a ellos. En lo que abarca el mutualismo hallaron
el estímulo eficaz de toda evolución social y la expresión natural de
los intereses generales. Por eso rechazaron la ley torniquete como medio
de relación de las organizaciones y desarrollaron la idea del libre
acuerdo como base de todas las formas sociales de organización. El
predominio de las leyes es siempre el predominio del privilegio sobre la
multitud que está excluida de prerrogativas y es un símbolo de
violencia brutal, bajo la máscara del derecho nivelador.
Las
personas que están ligadas por intereses comunes se crean tendencias
comunes bajo forma de acuerdos libres que les sirven como norma de
conducta. Una convención entre iguales es el fundamento moral de toda
verdadera organización. Toda otra forma de agrupamiento humano es
violencia y despotismo de prerrogativas. En ese sentido entendía
Proudhon la idea de la organización social de la humanidad, la que
expresa en su gran obra Idée générale de la Révolution du XIX siecle, en las siguientes palabras:
Colocamos
acuerdos en lugar de leyes. Nada de leyes ya sean votadas por mayorías
consentidas. Cada ciudadano, cada comunidad, cada corporación se hace su
propia ley. En vez de la violencia política colocamos las fuerzas
económicas. En vez de las antiguas clases de ciudadanos, nobles,
burguesía y proletariado colocamos la categoría y especializaciones en
las funciones: agricultura, industria, intercambio, etc. En vez de la
violencia pública colocamos la violencia colectiva. En vez de los
ejércitos permanentes colocamos las secciones industriales. En vez de la
policía colocamos la igualdad de intereses. En vez de la centralización
política colocamos la centralización de la economía ¿concebís ese orden
sin funcionarios, esa profunda unión intelectual? No supisteis nunca
qué es la unión, vosotros que sólo sabéis concebir con una parada de
legisladores, polizontes y procuradores. Lo que llamáis unión y
centralización es nada más que un eterno caos, que sirve de pedestal
para una situación real sin otro propósito que la anarquía (naturalmente, Proudhon emplea aquí la palabra anarquía en su popular y falsa interpretación como desorden) de las fuerzas sociales, que hicisteis base de un despotismo que no podría existir sin esa anarquía.
Una
dirección ideológica análoga desarrolló con frecuencia Bakunin en sus
escritos y publicaciones conocidas. Recuerdo sólo sus conclusiones en el
Primer Congreso de la Liga de la Paz y la Libertad en 1867 en
Ginebra. De Kropotkin ya no queremos hablar aquí, porque sus obras
principales son por todos bien conocidas. Señalaremos solamente su
admirable libro El apoyo mutuo en el que estudia la historia de
las formas de organización humana hasta en sus tiempos más remotos,
proclamando la solidaridad, el resultado más maravilloso de la
convivencia social, el factor más grande y poderoso de la historia de la
evolución de la vida social.
Proudhon, Bakunin, Kropotkin no eran amoralistas
como algunos de los rumiadores sosos de Nietszche en Alemania que se
titulan anarquistas y son bastante modestos con considerarse super-hombres. No han construido con habilidad una llamada moral señorial y esclava
de la que toda clase de conclusiones se pueden sacar, pero al contrario
se preocuparon de investigar el origen de los sentimientos morales en
el hombre y lo hallaron en la convivencia social. Estando lejos de dar a
la moral un significado religioso y metafísico, vieron en los
sentimientos morales del hombre la expresión natural de su existencia
social que se cristalizo lentamente en determinadas conductas y
costumbres y servía de pedestal para todas las formas de organización
que salían del pueblo. Con especial claridad lo observó Bakunin y aún en
mayor medida Kropotkin, quien se ocupo en esta cuestión hasta el final
de su vida y nos hizo conocer los resultados de sus investigaciones en
una obra especial, de la que hasta ahora se publicaron unos capítulos
solamente (Origen y evolución de la moral, Buenos Aires, Ed. Americalee. N. d. E.).
Ciertamente, porque observaron el origen social del sentido moral eran
profetas tan fogosos de una justicia social que encuentra su expresión
complementada en el eterno combate del hombre hacia la libertad
individual y la igualdad económica.
La
mayoría de los innumerables escritos burgueses y socialistas estatales
que hasta ahora se ocuparon de la crítica del anarquismo, no notaron
mayormente el hondo carácter básico de la doctrina anarquista, -en
Guillermo Liebknecht, Plekanoff y varios otros, esto sucedió
intencionalmente- porque solamente de esa manera se puede explicar el
contraste artificial entre anarquismo y socialismo, absurdo e infundado,
que aquellos pretenden notar. Para esta clasificación singular se han
basado principalmente sobre Stirner, sin considerar que su obra genial
no tuvo la menor influencia sobre el origen y la evolución del verdadero
movimiento anarquista y lo más que Stirner puede ser considerado, como
lo observa acertadamente el conocido anarquista italiano Luis Fabbri, es como uno de los más lejanos precursores y antecesores del anarquismo. La obra de Stirner El único y su propiedad
apareció en 1845 y quedo completamente relegada al olvido. El noventa y
nueve por ciento de los anarquistas no han tenido la menor idea de ese
filósofo alemán y de su obra, hasta que alrededor de 1890 el libro fue
desenterrado en Alemania y desde entonces fue vertido en diversas
lenguas. Y aún desde entonces la influencia de las ideas de Stirner
sobre el movimiento anarquista en los países latinos, donde las teorías
de Proudhon, Bakunin y Kropotkin durante decenas de años han tenido ya
su influencia decisiva en los extensos círculos de la clase obrera, fue
bastante ínfima y nunca aumentó. En ciertas esferas de intelectuales
franceses, que por aquel entonces coqueteaban con el anarquismo, y de
los cuales la mayoría hace tiempo ya, que se han retirado al otro lado de las barricadas,
la obra de Stirner hizo un efecto fascinador, pero la inmensa mayoría
de los anarquistas de allá nunca ha tenido contacto con ella.
A
ninguno de los primeros teorizadores del anarquismo se les hubiese
ocurrido siquiera, que llegaría un día en que lo tildarían de
a-socialista. Todos ellos se sentían socialistas, porque estaban
hondamente compenetrados del carácter social de su teoría. Por esta
razón se llamaban con más frecuencia revolucionarios o en contraposición
a los socialistas estatales, socialistas antiautoritarios; recién más
tarde el nombre de anarquistas se hizo natural en ellos.
II
Está
claro que los grandes exponentes del anarquismo y los comentadores del
movimiento anarquista moderno, los que nunca se cansaron de afirmar el
carácter social de sus ideas, no podían ser contrarios a la
organización. Y en verdad nunca lo fueron. Combatieron la forma
centralista de organización transportada de la Iglesia y del Estado,
pero todos ellos reconocieron la necesidad absoluta de una fusión
organizada de las fuerzas y hallaron en el federalismo la forma más
adecuada para ese objeto. La influencia de Proudhon sobre las
asociaciones obreras francesas es generalmente conocida. No es aquí el
lugar de ocuparse detalladamente en la historia de ese movimiento
sumamente interesante, que sin duda representa uno de los más admirables
capítulos de la gran lucha del Trabajo contra la fuerza
explotadora del régimen capitalista. Aquí nos interesa solamente la
actitud de Proudhon con respecto a las organizaciones de camaradería.
Proudhon criticó agudamente en su periódico la idea originaria de la
asociación y trató con empeño de influenciarla con sus apreciaciones.
Con la incansable labor de sus amigos dentro de las asociaciones, logró
quebrantar la influencia del socialista estatista Luis Blanc sobre la
comunidad y de realizar en ellos una gran transformación espiritual. En
todo lugar y en todo momento exhortaba a sus camaradas a una lucha
contra el gobierno, y aquellos quedaron fieles a su lado en todas sus
luchas. Con la ayuda de la asociación las ideas del gran pensador
francés penetraron benéficamente en los círculos obreros, adquiriendo
una forma práctica. El famoso proyecto del Banco del Pueblo se apoyaba principalmente en la comunidad de los trabajadores, los que lo aceleraron con sacrificio. El Banco del Pueblo debía ser un medio natural de coalición entre las asociaciones de todo el país y al mismo tiempo restar terreno al Capital.
No es ahora nuestra intención hacer la crítica del valor y el
significado de ese proyecto nacido en las circunstancias especiales de
aquella época. Se trata sólo de señalar que Proudhon y sus adeptos
fueron fervientes partidarios de la organización. El proyecto del Banco del Pueblo era una empresa organizadora en gran escala y el mismo Proudhon opinaba que el Banco en su primer año de existencia contaría con más de dos millones de participantes.
En
general basta observar las inapreciables conclusiones de Proudhon,
sobre la esencia y el objeto de formaciones organizadoras, que se
encuentran con frecuencia en todas sus obras y en los periódicos que
sacaba, para reconocer con cuánta profundidad y con cuántos detalles ese
pensador francés definió los atributos y la substancia de todas las
formas sociales de organización. Con especial dedicación se expresa en
sus obras: Del principio federativo y De la capacidad política de las clases obreras.
Los
innumerables admiradores que Proudhon se captó entre la clase
trabajadora, fueron todos partidarios convencidos de la organización.
Fueron el elemento más importante que originó la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores y las primeras fases evolutivas de la gran unión obrera estuvieron completamente bajo su influencia espiritual.
Pero todos estos esfuerzos que hallaron su expresión en las organizaciones de los mutualistas,
como se llamaban los partidarios de Proudhon, pueden considerarse como
precursores y el comienzo del movimiento anarquista recién se inicia en
el periodo de la Internacional, y sobre todo cuando la influencia
de Bakunin y sus amigos es más reconocida en las federaciones de los
países latinos. El mismo Bakunin fue en toda su vida un ferviente
defensor de la idea de organización y la parte más importante de su
actividad en Europa consistía en su deseo inquebrantable de organizar a
los elementos revolucionarios y libertarios y prepararlos para la
acción. Su actividad en Italia, la fundación de su Alianza, su portentosa propaganda en las filas de la Internacional
tuvo siempre como aspiración de su pensamiento aquella finalidad.
Defendió ese pensamiento en toda una serie de artículos admirables, que
aparecieron en L'égalité de Ginebra, y que se ocupan especialmente en la organización de la Internacional como una co-fusión de federaciones económicas en oposición a todos los partidos políticos. En su escrito La política y la Internacional,
que apareció en el precitado periódico, en los números del 8 al 28 de
agosto de 1869, advierte Bakunin a los trabajadores que toda la
política, bajo cualquier forma de vestimenta, persigue fundamentalmente
un sólo propósito: el sostenimiento del dominio de la burguesía, vale
decir al mismo tiempo la esclavitud del proletariado. No debe interesar,
por lo tanto, la participación en la política de la burguesía, con la
esperanza de lograr de ese modo mejorar su situación, por cuanto todo
intento en ese sentido conduciría a decepciones crueles y aplazaría la
emancipación del trabajo del yugo capitalista para el lejano porvenir.
El único medio para emancipar al proletariado es la unión de
trabajadores, en organizaciones económicas de combate, como la Internacional. El obrero aislado es una nulidad frente a las fuerzas del Capital,
aún poseyendo aptitudes extraordinarias y energía personal. Solamente
dentro de las organizaciones se desarrollan las fuerzas de todos y se
concentran para una acción común.
Hasta
su último aliento fue Bakunin un ferviente defensor de la organización,
y estaba tan compenetrado de su necesidad, que no olvido de recordarlo
una vez más en su sensible carta de despedida a sus hermanos de la Federación del Jura, poco después del Congreso de Ginebra en 1873, una carta que puede considerarse como testamento a sus amigos y colaboradores:
El
tiempo ya no pertenece a las ideas sino a las acciones y ejecuciones.
Hoy, lo esencial es la organización de las fuerzas proletarias. Pero esa
organización debe ser obra de los mismos proletarios. Si yo aún fuera
joven me instalaría en un barrio obrero, donde, participando en la vida
laboriosa de mis hermanos, los obreros, hubiera al mismo tiempo
participado con ellos en la gran obra de la organización.
Al
final de esa carta-despedida vuelve a resumir otra vez esas dos
conclusiones que, según su opinión, están en condiciones de garantir por
sí solas el triunfo del trabajo, en las siguientes palabras:
1) Aferraos al principio de la grandiosa y extensa libertad del pueblo en la que igualdad y solidaridad no son mentiras.
2)
Organizad lo mejor posible la Internacional y la solidaridad práctica
de los trabajadores de todas las profesiones y de todos los países.
Recordad
siempre que aunque sois débiles cada uno por sí, o como simples
organizaciones locales y nacionales, encontraréis una fuerza colosal y
un poder irresistible en la comunidad universal.
Bakunin,
el gran profeta de la libertad individual, pero que siempre la concibió
dentro de los marcos de los intereses de la comunidad, reconocía
plenamente que Ia necesidad de cierta subordinación del individuo a
resoluciones y líneas de conducta generales, voluntariamente concebidas,
está fundada en la esencia de la organización. No vio de manera alguna
en esa acción una violación de la libre personalidad, como
ciertos dogmáticos serviles que estando ebrios de algunas frases banales
no penetraron nunca el verdadero origen de la ideología anarquista, a
pesar de que se declararan siempre pomposamente verdaderos depositarios
de los principios anarquistas ¡De esa manera declara por ejemplo en su gran obra El imperio Knouto germano y la revolución social, escrita bajo la fresca impresión de la Comuna de París:
Por
hostil que yo sea referente a lo que en Francia se llama discíplina,
debo no obstante reconocer, que cierta disciplina no automática sino
voluntaria y razonada es y será siempre necesaria allí donde se junten
voluntariamente varios hombres para una obra común o deseasen una acción
común para afianzar un movimiento. Esta disciplina no es más que
voluntario acuerdo razonado para un común propósito y para la
unificación de todas las energías individuales para un fin común.
En
ese sentido concibieron los anarquistas del período de Bakunin la
organización y trataron de verificar lo que conceptuaron práctico. En
este sentido obraron en las federaciones y secciones de la Internacional,
fructificándola con sus ideas. Organizaron a los trabajadores en
secciones locales de propaganda y en grupos por oficio. Las sociedades y
los grupos locales estaban adheridos a las uniones regionales y éstas a
las organizaciones nacionales, las que a su vez estaban ligadas unas a
otras en la gran unión de la Internacional.
Si
se quiere tener un cuadro exacto de la extraordinaria y movida
actividad organizadora, que desplegaban en aquel tiempo los anarquistas,
basta ver el informe que presentó la Federación Nacional Española en el Sexto Congreso de la Internacional en Ginebra en 1873. Dicho informe es justamente de especial importancia, porque la Internacional
en España desde su comienzo fue orientada por principios anarquistas.
Si el anarquismo hasta hoy en día quedó como el factor decisivo en el
movimiento obrero español en general, y era capaz de rechazar con éxito
todas las intentonas social-demócratas, es principalmente porque los
anarquistas españoles más que otros continuaron adictos a sus principios
y métodos primitivos a pesar de las horribles persecuciones que de
tiempo en tiempo han sufrido y siguen sufriendo aún hoy en día. Nunca se
marearon con la enfermedad superhombrista y la estúpida manía del Yo,
cuyas lamentables víctimas están siempre sumergidas en una muda
admiración de su propio ombligo. y no temieron que la organización
pudiera perjudicar su figura insignificante. Los anarquistas españoles
siempre estuvieron hondamente arraigados en el movimiento obrero, cuya
eficacia espiritual y organizadora intentaron siempre acelerar con todas
sus fuerzas y en cuyos combates ocuparon siempre las primeras filas.
En el informe de la Federación Nacional de España leemos lo siguiente:
La
Federación Nacional de España contaba el 20 de agosto de 1872 con 65
federaciones locales existentes, con 224 secciones de oficio y 49
secciones de oficios varios. Además contaba en 11 ciudades con
adherentes individuales. El 20 de agosto de 1873 la Federación Nacional
de España contaba 162 federaciones locales existentes, con 454
organizaciones de oficios y 77 secciones de oficios varios.
Agregando a las susodichas federaciones locales existentes, las federaciones que se están formando (es decir. las secciones existentes que están por unirse en federaciones), se llega al siguiente resultado: La
F. N. de España contaba hasta el 20 de agosto de 1872, con 204
federaciones locales existentes y en formación, con 571 secciones de
oficio y 114 secciones de oficios varios, además tiene en 11 ciudades,
donde no hay organización, adherentes individuales.
El
20 de agosto de 1873 la F. N. de España contaba con 270 federaciones
locales existentes y en formación, con 557 secciones de oficio y 117
secciones de oficios varios.
Podría también traer extractos de diversos informes de la Federación Italiana, de la Federación del Jura,
etc., que se refieren a las actividades organizadoras de esas
corporaciones, pero me hubiera extendido demasiado. Toda la literatura
en periódicos y folletos de aquella época está repleta con indicaciones
sobre la necesidad de la organización y en las filas de los anarquistas
de entonces no había quien representase otra tendencia en tal sentido.
Todos afirmaron el carácter social de la concepción anarquista y todos
estaban convencidos que la liberación social sólo será posible
realizarla por medio de la educación y de la organización de las masas, y
que la organización es la primera condición para una acción común.
III
El
susodicho carácter del movimiento se transformó paulatinamente después
de la guerra franco-alemana y sobre todo después de la espantosa caída
de la Comuna de París. El triunfo de Alemania y de la política de
Bismark originó en Europa un nuevo hecho histórico del que no se pudo
librar más. La aparición en el centro de Europa de un Estado
militar-burocrático equipado con todos los medios de poder, ha tenido
que influir inevitablemente en el desarrollo de la reacción general que
levanto entonces cabeza por todas partes. En efecto, también eso fue la
causa. El centro del movimiento obrero europeo fue arrojado de Francia a
Alemania contribuyendo allí al desarrollo del movimiento
social-demócrata, el que en el transcurso de su desarrollo influyó
resueltamente, salvo pocas excepciones, en los demás países. De esa
manera, de un lado nació el periodo infortunado, en el que Europa cada
vez caía más como víctima de la militarización general qué partía de
Alemania, mientras que del otro lado del movimiento obrero en general,
bajo la continua influencia de la floreciente social-democracia alemana,
se hundía cada vez más en desesperado posibilismo.
En los países latinos donde el ala libertaria de la Internacional
ha tenido la más fuerte influencia al principio del séptimo decenio
(del siglo XIX) se desencadenó una reacción salvaje. En Francia, donde
los mejores y más inteligentes elementos del movimiento obrero hallaron
la muerte en la horrenda caída de la Comuna, o fueron desterrados
a Nueva Caledonia, si no lograban huir al extranjero y llevar allá la
vida intranquila y apenada del refugiado, fueron reprimidas todas las
organizaciones obreras por el gobierno y la prensa revolucionaria fue
prohibida. Otro tanto se repetía dos años más tarde en España después de
la represión sangrienta del movimiento cantonalista y la capitulación
de la Comuna de Cartagena. Instantáneamente fue suprimido todo el
movimiento obrero y toda noticia pública del movimiento revolucionario
durante años fue imposible. En Italia se provocaba a los miembros de la Internacional
como si fuesen bestias salvajes, y la propaganda pública se hizo tan
difícil, obligando así a recurrir a las organizaciones secretas por las
que estaban más inclinados que los camaradas de otros países debido a
sus viejas tradiciones de las sociedades secretas de los Carbonarios y los Mazzinianos.
De
esa manera, debido a las atroces persecuciones que debía soportar el
movimiento anarquista, durante largos años, desapareció de la vida
pública en los países latinos, viéndose obligado a crear un refugio en
las sociedades secretas. Como el periodo de reacción duro más de lo que
creyó la mayoría, el movimiento adquirió lentamente una nueva
psicología, que fue fundamentalmente distinta de su anterior carácter.
Los movimientos secretos son ciertamente capaces de desarrollar, en su
círculo limitado, un grado superior de disposición al sacrificio y al
sufrimiento físico en los individuos en bien de la revolución, pero les
falta el contacto amplio con las masas populares, lo único que es capaz
de fructificar su eficacia y de conservarlos durante largo tiempo,
frescos y con animación. Por eso ocurre que cada uno de los adherentes
de esa especie de movimientos pierden, sin darse cuenta, toda noción
exacta de los verdaderos acontecimientos de la vida real y el deseo se
convierte en padre de sus pensamientos. Pierden lentamente el sentido de
la actividad constructiva y su pensamiento evolutivo toma una dirección
puramente negativa. En resumen, inconscientemente pierden la concepción
de un movimiento popular. Ese proceso evolutivo original ocurre a
menudo con sorprendente rapidez y, en pocos años, da un carácter bien
distinto a un movimiento cuando las circunstancias exteriores, es decir,
ciegas persecuciones por parte de los gobiernos, favorecen el
desarrollo de organizaciones secretas.
Se
comprende que, en épocas de reacción general, cuando los gobiernos
cortan de un movimiento toda posibilidad de vida pública, la
organización secreta es el único medio para conservar ese movimiento,
pero, al reconocer ese hecho, no debemos continuar ciegos frente a los
inevitables defectos, de esas organizaciones y de vanagloriar su
importancia. Una organización secreta puede considerarse siempre tan
solo como un medio, que el peligro del momento justifica, pero nunca
podrá impulsar con éxito, ni poner en marcha una revolución social. En
la propia atmósfera de las reuniones secretas con suma facilidad el
individuo olvida ese hecho irrefutable. La influencia mág1ca que esas
corporaciones ejercen sobre los elementos jóvenes, románticamente
dispuestos, es un poderoso estorbo a una observación clara de la
propaganda real y enceguece a muchos frente a la desnuda realidad. Todo
se ve como por medio de un sueño, no como es en verdad sino como se
quisiera que fuese.
Las
organizaciones secretas de los viejos revolucionarios rusos
contribuyeron enormemente, pero a pesar de eso tuvieron que
ensangrentarse lentamente y sus ideas no pudieron alcanzar a la
multitud. El movimiento se hizo recién invencible cuando por el
desarrollo de la industria rusa, las grandes masas del proletariado, y
en parte también los campesinos, se compenetraron de las ideas
socialistas.
Además
de esto, un movimiento clandestino está ligado a una serie entera de
defectos graves, que inevitablemente proceden de su propia existencia.
En primera línea se encuentran en continua lucha con los guardadores del
orden estatal, que espían siempre y por todas partes para descubrir
conjuraciones o si es necesario crearlas por sus propios provocadores.
Esa lucha inquebrantable que obliga al conspirador a buscar
continuamente nuevas reglas de seguridad, aparte de que ocasiona un
enorme desgaste de energías, engendra también una permanente
desconfianza morbosa en todos, la que se convierte en una segunda
naturaleza. La sospecha se introduce en todas partes silenciosamente y
destruye para siempre infinidad de vidas humanas. Me basta recordar aquí
al affaire Poucquart, que se convirtió no sólo en la tragedia de
su propia vida, sino que mucho tiempo dividió espantosamente el
movimiento, paralizando sus fuerzas. Es también evidente que las luchas
personalistas han de tomar en tales movimientos caracteres fatales tanto
más graves cuanto más limitado sea el círculo de sus actividades.
Recordemos las luchas amargadas entre Barbes y Blanqui, en las
sociedades secretas durante el gobierno de Luis Felipe, las que
paralizaron por un tiempo largo las actividades de sus organizaciones.
Todos
estos acontecimientos colocan sobre los movimientos clandestinos un
sello propio y tienen una influencia poderosa sobre la estructura
espiritual de sus miembros. Perjudican el desarrollo espiritual de esos
movimientos y sus aptitudes creadoras, porque están siempre obligados a
sobreponer su eficacia destructiva.
En
tal período de reacción y de relaciones secretas, entró el movimiento
anarquista en el último decenio del siglo pasado y es natural que no se
haya logrado librar de la influencia de la nueva atmósfera. Durante el
transcurso de varios años, en las filas anarquistas se acostumbró
considerar a la actividad clandestina como un estado normal. Los nuevos
elementos que se plegaron al movimiento, en el período conspirativo,
tenían una inclinación especial a considerar la organización secreta y
su actividad como consecuencia lógica del movimiento anarquista, la que
debía anteponerse a toda actividad pública. Un concepto en ese sentido
defendió el Comité Italiano para la Revolución Social en una extensa carta al 7° Congreso de la Internacional,
que se verificó en noviembre de 1874, en Bruselas. En el susodicho
manifiesto se rechaza toda actividad pública de los revolucionarios por
peligrosa. Dicen:
Las
represiones en masa implantadas por los gobiernos, nos obligaran a una
conspiración totalmente secreta. Como esa forma de organización es muy
superior, nos congratulamos porque las persecuciones concluyeron con la
Internacional pública. Continuaremos el camino secreto; lo hemos elegido
como el único que puede conducirnos a nuestra meta: la Revolución
Social.
Ésta
fue la situación del movimiento cuando varios social-demócratas
radicales alemanes en el extranjero, lo llegaron a conocer. Las grandes
luchas ideológicas en el seno de la Internacional pasaron para el proletariado alemán casi sin dejar huella. Sobre todo, apenas se distinguía la influencia de la gran Alianza Obrera en Alemania.
Los contados viejos precursores del anarquismo en Alemania, ya habían
sido olvidados hace tiempo, mientras que los trabajadores alemanes
comenzaron por organizarse autonómicamente. Los escritos de Carlos Grun,
Moises Hess, Guillermo Marr, etc. eran por ellos completamente
ignorados, como también las valiosas traducciones de Proudhon, las que
por el cuarto y quinto decenio (del siglo XIX) fueron publicadas en
Alemania. Todo el movimiento estaba entonces bajo la total influencia de
los social-demócratas.
Las
espantosas persecuciones al movimiento anarquista en los países latinos
ahuyentaron a una gran cantidad de refugiados a la Suiza francesa. Allí
se encontraron franceses, italianos, españoles. Dicho círculo se
agrandó cuando en Alemania, se implantó la ley contra los socialistas, y muchos alemanes tuvieron que refugiarse en el extranjero debido a las persecuciones. La Federación del Jura,
que tuvo gran influencia en Suiza en el último decenio, desplegó una
vivaz propaganda en la que participaron los refugiados. En esa esfera
conocieron el anarquismo obreros alemanes, como Emilio Werner,
Eisenhauer y Augusto Reinsdorf. Fue justamente aquella fase evolutiva
del movimiento, de la que hemos hablado, la que conocieron y que estampó
un sello especial sobre su propia evolución. En el espíritu de aquella
época consideraba al Arbeiter Zeitung que fue fundado en julio de
1876 en Berna, como el primer periódico anarquista escrito en alemán.
Cuando el Reischtag adoptó, dos años más tarde, la ley contra los socialistas,
y todo el movimiento socialista fue por este motivo declarado ilegal,
naturalmente que tuvo que contribuir poderosamente a que la nueva
tendencia se encarrilara en un sentido extremista.
Además hay que añadir un nuevo factor de suma importancia. En Rusia comenzó por entonces la terrible campaña de la Narodnaia Volia,
contra los representantes del absolutismo zarista, la que se inflamó
con una pasión no vista hasta hoy en la historia europea. Los actos de
los revolucionarios rusos tuvieron una mágica influencia sobre el
movimiento socialista de Europa, especialmente allí donde el movimiento
fue perseguido por el gobierno. No hay nada que contribuya tanto a
despertar en los hombres instintos violentos y sed de venganza como el
incesante vilipendio de su dignidad. Hay que vivir un periodo así para
poder apreciar exactamente su fatal influencia. Las eternas
persecuciones de la policía, los bajos chicaneos a que se está expuesto
diariamente, las disposiciones económicas y la provocación de todas
partes, pueden desesperar al hombre más apacible. Cuando esto sucede a
un hombre de gran valor personal, como Augusto Reinsdorf, a quien
verdaderamente se perseguía de ciudad en ciudad como a una bestia
salvaje, se comprende que su espíritu se desborde finalmente en
pensamientos vengativos que han de tener una influencia decisiva sobre
toda la manera y el sentido de su propaganda. Cuantas más víctimas son
inmoladas, más se arraiga en su alma el deseo de venganza.
Se
entiende que en tal estado de ánimo poca comprensión se puede tener
para el desarrollo de ideas y para hechos creadores. La comunicación
espiritual con la masa popular cada vez desaparece más y aún más en el
grado que se desarrollan los aspectos extremos en cada revolucionario. A
pesar de eso está bien convencido que de esa manera se acerca más al
pueblo, cuando en realidad ocurre todo lo contrario. Es tanto como
imposible de comprender la psicología especial de un hombre mientras
desconocemos la atmósfera de la esfera en la que actúa. Y esa fue la
causa en su más amplia acepción. El sentido para una gran actividad
organizadora, sobre la base de la muchedumbre, para completarla con
ideas nuevas y luego empaparse en la vida práctica del pueblo, un cambio
mutuo eficaz sin el que es incomprensible un verdadero movimiento
popular, ese sentido, poco a poco, se pierde del todo y da lugar a toda
clase de alucinaciones que no tienen ningún contacto con la realidad de
la vida. Tampoco puede ser de otra manera, pues toda actividad, por más
extensa que sea, al margen de las multitudes, es debida al estado de
excepción, más que a una ilusión. El gran pensamiento fructificador de
una organización de las masas, como lo representaba la Internacional,
queda poco a poco atrás. La organización se convierte en un pequeño
núcleo de conspiradores, mientras cree que tiene cierta importancia, y
naturalmente puede tener un campo de influencia bastante limitado. En
este sentido concibió Reinsdorf la organización, respecto a la que, en
julio de 1880, vertió en Freíheit de Most los siguientes pensamientos:
Cuando
consideramos el por qué del terrorismo contra los trabajadores
socialistas alemanes, por parte de una pequeña fracción de funcionarios
del Reichtag y de periodistas, el que culminó con la expulsión del
partido de Hasselmann y de Most, y la burla a los obreros
social-revolucionarios y el desprecio de toda actividad revolucionaria,
llegamos a la conclusión de que la causa de ese lamentable
acontecimiento esta en los mismos obreros alemanes que con su
organización centralista crearon ese partido fetichista, que se coloca
en contra de toda acción individual y boicotea a todo el que se permite
dudar de su infalibilidad. La gran lección que deben deducir de esos
hechos los obreros socialistas alemanes es que, en el futuro, cuiden de
su autodeterminación individual en contra de todo llamado jefe. Cada
individuo debe tener el derecho de ajustar su acción revolucionaria, de
acuerdo a su propia idea cada grupo independiente debe tener el derecho
de emplear, en su terreno social, como medio de liberación el veneno, el
puñal, la dinamita, sin ser por esto declarado irresponsable o de que
está al servicio de la policía. Cada grupo debe también tener el derecho
de unirse, para ciertos trabajos comunes, con uno o más grupos
distintos sin ser acusado de que obra contra la táctica del partido y
otras consideraciones artificiales y de palabrería que, hasta el
presente, no tienen otro objeto que crear privilegios. Libertad de
actividad revolucionaria para cada individuo y para cada agrupación,
libertad para cada agrupación y para cada individuo referente a una
coalición y, de esa manera, el aceleramiento de iniciativas y la
confianza en las propias fuerzas del individuo, en beneficio de la
causa, por medio de los hechos y lo que es más importante: la liberación
del peso enorme del protectorado de jefes ineptos para la acción, ese
es el resultado de una organización anti-autoritaria de labor socialista
revolucionara.
En el número 39 de Freiheit (1880) toca otra vez Reinsdorf la organización anarquista y dice:
¿Cuál
es el estado actual de la organización de los anarquistas? No se oye
mucho de largos congresos, discursos y resoluciones; sin ser culpado de
recalcitrante contra una llamada disciplina de partido (la palabra suena
militarísticamente) cada agrupación y hasta cada miembro trabaja a su
modo por la revolución, seguro del acuerdo solidario de los camaradas,
cuando se trata respecto a un acto de propaganda. Pero un relámpago
agudo en el Neva, un rápido brillar en el Deniester, un complot
campesino en la Romania, un asalto armado a los empleados de impuestos
en los valles de Sierra Nevada, una demostración colosal en la ciudad
mundial a orillas del Sena o un combate con la policía en las costas
republicanas de Aar, son los signos vitales que se traslucen de tiempo
en tiempo y que demuestra que tienen siempre ante sus ojos el propósito:
la destrucción de la sociedad actual.
Como
es fácil observar, Reinsdorf concibe la organización casi
exclusivamente bajo el horizonte de conjuraciones y actos terroristas.
Alrededor del mismo punto de vista estaban colocados todos los
anarquistas de esa época. La esencia natural del anarquismo no la
conocieron, o la conocieron bastante superficialmente y sin ninguna
perfección y, la mayoría de ellos, confundieron en forma circunstancial
una necesidad del movimiento con el ser substancial de la propaganda
anarquista. De ese modo sucedíale a menudo a Reinsdorf que se extraviaba
en ideaciones puramente blanquistas y sin darse cuenta se dejaba
influenciar por ideas extremadamente autoritarias. Por ejemplo en
septiembre de 1880 en una correspondencia en Freiheit exhorta a los trabajadores alemanes a estudiar detenidamente el Catecismo del revolucionario,
el que equivocadamente atribuye -como lo hicieron muchos otros- a
Bakunin y que en verdad pertenece a Netschaiev y, justamente ese
documento que tanto le entusiasmó es la negación de todo sentimiento
personal, de toda personalidad en general. Pero eso no le sucedió a
Reinsdorf solamente. El llamado Comité ejecutivo revolucionario
de New York del que tanto habló John Most por los años ochenta y tantos
(del siglo XIX), pero el que con toda seguridad existía más en la
imaginación que en la realidad, no fue de manera alguna producto de las
ideas anarquistas. En tales periodos de reacción general cuando los
movimientos revolucionarios sólo pueden existir clandestinamente, son
inevitables esos confusionismos. Es una atmósfera de errores de la que
nadie puede librarse completamente.
IV
Así
como los anarquistas de aquel periodo exageraron el significado de las
organizaciones conspiradoras, de la misma manera sublimaron, al correr
del tiempo, la importancia de los actos individuales alcanzando esto
último proporciones lejanas, llegando muchos de ellos hasta ver en la
llamada propaganda por el hecho el punto esencial del movimiento.
Los actos terroristas individuales de caracteres apasionados son
concebibles y explicables en periodos de reacción desenfrenada y de
persecuciones atroces. Estos medios no fueron solamente empleados por
los anarquistas. Hasta se puede afirmar tranquilamente que,
comparándolos con los partidarios reaccionarios del terrorismo
individual, los anarquistas fueron unas simples criaturas inocentes. De
todos modos, queda bien establecido que estos actos en sí, nada tienen
que ver con los anarquistas. Como seres humanos, igual que todos,
estados determinados incitaron a algunos anarquistas a cometer
determinados actos, como también solía ocurrir con personas de distintas
tendencias ideológicas. Solamente, debido a las espantosas
persecuciones de que son objeto los anarquistas en los diversos países,
puede explicarse el por qué la importancia de esos actos fue exagerada
en los sectores anarquistas de aquel periodo.
Los
actos individuales nunca pueden servir de fundamento para un movimiento
social y de manera alguna son capaces de transformar el sistema social.
Solamente pueden, en ciertos tiempos, atemorizar a algunos sostenedores
del sistema existente pero no influyen en absoluto sobre el sistema
mismo. Eso tampoco fue afirmado por los anarquistas. Solamente ciertos
individuos pueden ser inducidos por procederes terroristas y ese solo
hecho es la mejor demostración que sobre la base de individuos no se
puede edificar un movimiento Las transformaciones sociales son solamente
factibles por movimientos de multitudes. Así lo comprendieron los
anarquistas del primer periodo y por lo mismo dedicaron lo principal de
sus actividades a la propaganda entre las masas y trataron de
relacionarlas en uniones económicas y en centros de estudios sociales.
Recién más tarde, cuando la siempre creciente reacción concluyó con esa
actividad y el movimiento anarquista fue perseguido por las autoridades,
se desarrolló en ella la tendencia de la que ya hemos hablado.
Bajo el dominio de la Ley contra los socialistas
en Alemania, el movimiento anarquista desarrolló una actividad
subterránea, pero que, se limitó solamente a la distribución clandestina
de los periódicos y folletos publicados en el extranjero. Órganos
anarquistas como Freiheit de Most y Warheit que también aparecía en New York y especialmente Autonomía
de Londres fueron introducidos a Alemania por las fronteras belga y
holandesa. La difusión de esa literatura estaba sujeta a infinidad de
víctimas y los compañeros que caían en las garras de las autoridades
fueron casi todos sin excepción castigados con la prisión. Bastante
fuerte nunca lo fue el movimiento, porque siempre tenía que luchar con
inmensas dificultades y no sólo tenía que soportar toda especie de
persecuciones por parte del gobierno, sino que también los ataques
odiosos e intolerables de los jefes social-demócratas, duchos en toda
clase de vilipendios. De esa manera Guillermo Liebknecht calumnió a
Augusto Reinsdorf, acusándolo de que estaba al servicio de la policía
cuando ya lo habían condenado a muerte.
Existieron
grupos en Berlín, Hamburgo, Hannover, Magdeburgo, Francfort del Mam,
Maguncia, Manheim y en otras diversas ciudades en el bajo Rhin, en
Sajonia y en el sur de Alemania. La mayoría de los miembros,
especialmente en los años posteriores durante la Ley contra los socialistas,
estaba compuesta de jóvenes entusiastas, que más concibieron el
anarquismo con el sentimiento que con la razón. Pero no es del todo
extraño, puesto que la literatura anarquista en lengua alemana no podía
gloriarse de un rico contenido. Además de Dios y el Estado de
Bakunin había contados folletos de Kropotkin, Most y Poucquart. Esto fue
toda la pequeña riqueza. Tampoco hay que olvidar que las palabras de
fuerte sustancia de Most influyeron entonces más sobre nosotros, la
juventud, que las sencillas exposiciones de Kropotkin. Psicológicamente
es fácil entenderlo. En un país donde estaba prohibida la palabra libre,
se sobreentiende que las expresiones más radicales han debido tener
mayor éxito, aunque esas expresiones no hayan sido profundizadas.
Con la caída de la Ley contra los socialistas
en 1890 se verifico también un cambio en el horizonte anarquista de
Alemania, de considerables proporciones aún cuando se opero con
lentitud. La oposición dentro de la social-democracia, que ya se podía
notar bien durante las últimas fases de la ley de excepción, salió ahora
públicamente ocasionando disgustos a los viejos jefes del partido. Los
viejos intentaron toda clase de recursos para conformar a los jóvenes
y al no lograrlo se declararon abiertamente por una ruptura, llegando a
tal extremo que los oradores de la oposición fueron expulsados durante
la convención de Erfurt en 1891. Los expulsados fundaron entonces una
nueva organización, el Partido de los Socialistas Independientes, fundando un órgano propio en Berlín, Sozialist.
Estos
hechos facilitaron también a los anarquistas públicamente con sus
ideas, siendo Berlín el punto donde se celebraron las primeras
conferencias anarquistas. Dos años más tarde se llego hasta el intento
de fundar un órgano anarquista propio en Alemania, pero el Arbeiter Zeitung que se titulaba órgano de los anarquistas de Alemania
y que debía aparecer en noviembre de 1893 en Berlín, fue inmediatamente
confiscado por el gobierno. Toda la edición del primer número,
exceptuando algunos ejemplares, cayó en poder de la policía. Mientras
tanto el Sozialist evolucionaba cada vez más en dirección al
anarquismo, hasta que finalmente bajo la dirección de Gustavo Landauer,
hubo una ruptura en el seno de los socialistas independientes y la
mayoría se declaró por el anarquismo. Desde entonces el Sozialist fue netamente anarquista.
Entonces,
es decir en la mitad del noveno decenio, fue quizá posible organizar
los diversos grupos anarquistas en Alemania y de esa manera colocar el
fundamento para un movimiento saludable y vigoroso. Efectivamente, una
parte de los anarquistas alemanes tenían esta intención, pero justamente
fue entonces cuando comenzaron las discordias intestinas que durante
años sacudieron a todo el movimiento joven. Todo un diluvio de ideas
distintas se volcó sobre el nuevo movimiento anarquista, las que
llevaron una espantosa confusión a los espíritus. Si el movimiento
hubiera tenido la posibilidad de desarrollarse públicamente algunos años
sin contratiempos y poder fortificarse espiritualmente, muchas ideas
que adquirieron entonces habrían ayudado a acelerar y fructificar su
evolución espiritual. Desgraciadamente no se encontraba en esa
afortunada situación. A la mayoría de sus partidarios de entonces les
faltaba la madurez espiritual que les pudiera habilitar
independientemente para probar y valorizar críticamente todas las nuevas
ideas que se introducían tan de improviso en su seno.
El
99% de los anarquistas de Alemania no tuvieron entonces una idea
siquiera del origen y de las aspiraciones del movimiento anarquista.
Por medio de los periódicos y folletos anarquistas que aparecían en el
extranjero llegaron a conocer superficialmente una fase determinada de
la lucha, pero las circunstancias que mediaron para la nueva forma del
movimiento, fueron para ellos completamente desconocidas. Los compañeros
que alcanzaron a conocer el periodo de conspiración del movimiento en
Alemania, todos sin excepción eran partidarios del anarquismo comunista.
De otra tendencia antes no se supo siquiera. En 1891 apareció en Munich
la conocida novela de Juan Enrique Mackay Los anarquistas. El
susodicho libro hizo mucho ruido en los círculos anarquistas de
Alemania, a pesar de su bien floja base teórica. En las reuniones de
agrupaciones y en las disertaciones nocturnas se entablaban discusiones
sin fin sobre la cuestión: ¿Anarquismo comunista o anarquismo individualista?
No eran pocos los que llegaron a la conclusión de que el llamado
individualismo representa en sí la verdadera dirección ideológica del
anarquismo. Algunos se fueron tan lejos después de Mackay, que hasta
llegaron a disputar seriamente a los de tendencia comunista el derecho
de llamarse anarquistas. Es notable que los prosélitos más fanáticos de
la libertad son justamente aquellos que quieren limitarla estrechamente.
Un año más tarde apareció en la Biblioteca Universal de Reclam una nueva edición de la obra de Stirner, El Unico y su Propiedad
, la que ya había sido casi completamente olvidada. (La segunda edición
que apareció en 1852, fue poco divulgada y en los centros anarquistas
quedó casi desconocida por completo). La reaparición de esa obra extraña
es un acontecimiento importante para el movimiento anarquista en
Alemania. Solamente un pequeño porcentaje tenía una idea cabal del
tiempo y de las circunstancias en que apareció la obra de Stirner. Las
grandes luchas ideológicas del periodo anterior a 1848 fueron hace
bastante tiempo olvidadas y por lo consiguiente se comprende que muchos
de los que se embucharon avidamente el Único , no las conocían o
si las conocían era pobremente y no como para interpretar los agudos
ataques polémicos del libro. Es fácil presumirlo, porque aquel periodo
no dejó ningún rastro de literatura que nos presente valores contrarios a
las luchas de aquel tiempo remoto. Por eso la obra de Stirner se
convirtió para muchos en un nuevo Manifiesto, una especie de
última verdad que no puede ser superada. Aunque resulte paradójico, esa
obra clásica de negaciones, que seguramente no tiene otra igual en toda
la literatura, se convirtió, para muchos anarquistas de aquel tiempo, en
una nueva Biblia la que fue de muchas maneras comentada e
interpretada y desgraciadamente comentadores no faltaron. Creo que es
una tragedia de todos los grandes espíritus, o quizá del espíritu en
general, que justamente las cabezas más obtusas y los charlatanes más
sosos se consideran siempre prontos para aparecer como sus apóstoles.
Con Stirner y Nietzsche ya sobrepasa la medida. y esto verdaderamente no
lo merecieron. En muchos grupos anarquistas se encontraron comentadores
stirnerianos que siempre estaban prontos con un comentario de la egocracia
-que, dicho sea de paso, no comprendieron- e imposibilitaron toda obra
razonable. Es decir, en cada grupo naturalmente uno sólo de esos
espíritus podía figurar, porque en cuanto aparecía otro espíritu
en la agrupación era inevitable la ruptura y originaba la inmediata
fundación de una nueva agrupación. Esos alemanes combatían
principalmente toda actividad organizadora mirando de arriba abajo, con
orgullo despectivo al gran rebaño. Llegaron hasta a olvidar que el mismo Stirner otorga un valor relativo a la organización cuando habla de las Sociedades de egoístas. Tuve oportunidad de estudiar a algunos de los que siguen su propio camino, los que siempre estaban prontos con sus frases banales, rebaño vacuno, e idiotismo de masas
y la experiencia me demostró que la mayoría de estos extraños santos
estaban siempre a la altura del simple hombre del pueblo y que para
muchos de ellos el epiteto al margen de las masas les estaba como
pintado. Lo mismo ocurría con la herejía autoritaria de esos señores.
Acechaban caer siempre sobre alguna autoridad y reducirla a ceniza pero
ellos mismos fueron siempre la gente más intolerante que se pueda
concebir, e imbuídos de una terquedad y oposición enfermiza que
imposibilitaba simplemente colaborar con ellos durante un tiempo.
Pero
no fueron ellos las únicas nuevas influencias sobre el movimiento
joven, aunque sin duda tuvieron la eficacia más perjudicial. En 1892
apareció la obra del Dr. Benedicto Fridlander El socialismo libertario en contraposición a la esclavitud estatal de los marxistas,
libro muy digno de ser leído, que hizo recordar a los anarquistas la
obra vital de Eugenio Duhring, que era también desconocida por la
mayoría de los jóvenes. Esto impuso a muchos anarquistas el estudio de
las obras de Duhring, especialmente cuando la nueva tendencia comenzaba a
editar en 1894 un órgano propio Der moderne Volkergeist (El espíritu popular moderno) que les facilitaba la propagación más intensiva de sus ideas.
Además
el movimiento en pro de la tierra libre que por entonces propagaba
Teódoro Hertzka, influyo de una manera tan poderosa sobre el movimiento
anarquista, que resulta imposible valorizarla. Sus obras Tierra libre , Un viaje a Tierra libre, etc. , fueron muy leídas en los centros de los anarquistas alemanes y muchas veces comentadas en el Sozialist.
En 1894, el Dr. Bruno Wille publicó su obra Philosophie der Befreiung durch das reine Mittel (Filosofía de la emancipación por un medio puro),
la que también provocó grandes divergencias de opiniones, porque trajo
nuevamente al tapete la cuestión sobre el empleo de la violencia como un
medio táctico de lucha, medio que naturalmente Wille rechazaba. Se
podría hablar aquí de algunas otras cosas que han tenido una mayor o
menor influencia sobre el desarrollo del movimiento anarquista en
Alemania, pero basta con señalar las corrientes más importantes.
Repetimos nuevamente que, todas esas ideas y aspiraciones nuevas que
circundaron al movimiento joven, podrían resultarle útil y ventajosas,
si tuviera el tiempo suficiente para fortificarse espiritualmente y
establecer una base para su actividad. Pero como lamentablemente no fue
así, todas esas nuevas tendencias obraron como la pólvora sobre el
movimiento joven, destruyéndolo interiormente cada vez más. La redacción
del Sozialist, que halló en Gustavo Landauer un admirable
representante, se empeñó grandemente en unir y educar al movimiento por
dentro, pero no fue trabajo fácil y se hizo cada vez más difícil por las
persecuciones atroces y los chicaneos policiales que el movimiento tuvo
que soportar. Los atentados de Ravachol, Vaillant, Henry, Pallás y
otros que ocurrieron en Francia y España enloquecieron a la policía
alemana induciéndola a perseguir atrozmente a los anarquistas. Las
persecuciones cayeron sobre el movimiento como un granizo y en especial
fueron dirigidas contra los editores del Sozialist al que se
pretendía destruir a toda costa. En el corto tiempo de su existencia, es
decir de noviembre de 1891 hasta enero de 1895, no menos de 17
redactores responsables fueron acusados y con excepción de dos que
lograron huir al extranjero, fueron todos condenados, y cuando estos
medios no dieron más resultado se llegó hasta violar las leyes, con el
objeto de terminar con ese periódico tan odiado, hasta que finalmente lo
consiguieron.
V
Los editores del Sozialist
pensaron al principio volver a publicarlo en el extranjero, pero
después de un paréntesis de siete meses lograron volver a publicarlo en
Berlín como época nueva. Pero el género y el estilo de escribirlo era diferente. El nuevo Sozialist
perdió su anterior tono de mozo bravo de sus primeros años,
concretándose exclusivamente a cuestiones puramente teóricas en cuyo
terreno contribuyo considerablemente. Como ejemplo recuerdo solamente
los admirables estudios sobre el marxismo y, en especial, los análisis
críticos de la interpretación materialista de la historia, que fueron ampliamente tratados.
Pero
los artículos del Dr. Eugenio Enrique Smith, Ladislauer, Gunplowicz,
Benedicto Frid Lander, Bruno Wille, Ommer Born, Brude, etc., a pesar de
toda su bondad, no podían corresponder a las necesidades de los
trabajadores anarquistas que no estaban lo suficientemente instruidos,
como para apreciar las idealizaciones de los intelectuales. Lógicamente
esto debía terminar con un hondo confusionismo dentro del movimiento
berlinés y que más tarde se extendió a otras localidades. Los mismos
editores del Sozialist comprendieron que habría que intentar algo
en ese sentido para nivelar las contradicciones que aparecían cada vez
más expresivas y fundaron en 1896 el Annen Konrad (El pobre Conrado) una especie de suplemento popular al Sozialist.
También el nuevo periódico, que aparecía bajo la dirección de Alberto
Weidner, estaba bien presentado pero su formato era muy chico para
ocupar el lugar que precisaba. Mientras tanto se ahondaron demasiado las
divergencias que la orientación del Sozialist ocasionó. Aunque
con un poco de buena voluntad se habría podido llegar a un arreglo
razonable y favorable para todo el movimiento, pero en Alemania donde
esas disputas abarcaban desde tiempo atrás un carácter más hostil que en
cualquier otra parte, según parece fue imposible.
De esa manera apareció en 1897 en el sector de los elementos descontentos con la orientación del Sozialist, un nuevo órgano anarquista Neues Leben (Vida Nueva).
Pero el nuevo periódico no granjeó ningún honor especial para su tan
prometedor título, a pesar de toda la buena voluntad de sus editores,
porque les faltaba la suficiente capacidad que se requiere para sacar un
periódico bien redactado. No obstante, el nuevo periódico logró
desposeer al Sozialist, el que, a fines de 1899, después de largas y árduas luchas financieras, dejó de aparecer.
Evidentemente no fue buena señal para la fuerza espiritual de ese movimiento, que una hoja como Neues Leben logrará arrojar del escenario a un periódico excelente y comedido como lo fue el Sozialist.
Pero tales acontecimientos deben también ser juzgados desde otro punto
de vista. Sin duda había entonces entre los anarquistas alemanes un
cierto número de elementos que pueden ser considerados con mayor
justicia como socialistas decepcionados, más que como anarquistas. Ese
elemento aún hoy no desapareció del todo en Alemania.
Que el Sozialist
no haya podido ser para ellos un periódico conveniente es fácil de
comprender, pero existe otra causa que tomo un rol importante en esa
lucha mutua entre anarquistas, y quizá tuvo una importancia decisiva.
Una parte de los trabajadores anarquistas sintieron instintivamente que
la posición que adoptaba el Sozialist lo alejaba cada vez más de
la clase trabajadora, porque una parte considerable de sus colaboradores
se perdía, de facto, en ideaciones que eran completamente ajenas a la
vida real con sus luchas cotidianas. Se sentía que el contacto interno
con el movimiento obrero en general se debilitaba, cada día más,
previendo en ello un accidente que habría de perjudicar al desarrollo
ulterior del movimiento.
Esas
cosas en general las siente el trabajador simple más tenue e
intensamente que el intelectual, aunque no siempre posee las facilidades
de darle una expresión a esos sentimientos. La mayoría de los camaradas
alemanes aspiraban a un movimiento obrero anarquista y sentían
instintivamente de que una acentuación demasiado unilateral de teorías
puramente abstractas sobre la soberanía ilimitada del individuo y
otras cosas análogas por medio de las cuales puede suponerse todo lo
posible e imposible, desalojaría a las masas del campo del movimiento
convirtiéndolo en una secta petrificada. Esto indujo a muchos a tomar
una actitud resuelta contra el Sozialist y encaminarse por otras
vías. Es profundamente sensible la injusticia amarga que de esa manera
se cometió, tanto desde el punto de mira puramente humanitario como del
de interés del movimiento, con un hombre como Gustavo Landauer. Un
vistazo a su excelente Manifiesto al Socialismo, es suficiente
para reconocer que justamente Landauer fue uno de los pocos en Alemania
que más profundamente interpretaron el lado social del anarquismo. Pero
también sería injusto si se atribuyera todo, en esa lucha, a simples
odios personalistas o restricciones espirituales, a pesar de que muy a
menudo son lamentablemente acontecimientos que acompañan a tales
pleitos.
El
buen sentido indujo a muchos obreros anarquistas a desear una raíz de
unión más potente del anarquismo con el movimiento obrero. Para muchos
fue quizá más instintivamente que a sabiendas. Se sentía la necesidad
interna, pero no se tenía la certidumbre del camino conveniente. El
periodo de Neues Leben no fue seguramente camino verdadero, pero,
para algunos, acelero la aclaración interna no obstante estar
fuertemente influenciado por los acontecimientos que se operaban en el
extranjero. El joven movimiento sindicalista en Francia se desarrollo
con una rapidez pasmosa, y muchos anarquistas activos empeñaron toda su
energía en el nuevo movimiento, participando en sus innumerables luchas.
La razón de ser de un movimiento de masas se levanto poderosamente
después de un adormecimiento tan largo durante el tiempo de las leyes de
excepción. La grandiosa idea de Huelga General comenzó a abarcar
a la muchedumbre de los países latinos y, bajo la directa influencia de
grandes luchas obreras las que, durante los primeros años del presente
siglo, conmovieron España, Francia, Italia, la Suiza francesa, Holanda,
Hungría y otros países, también entró el movimiento anarquista en una
nueva fase de su evolución, que volvió a acercarlo a sus precursores.
En enero de 1904 empezó a aparecer en Berlín Der Freie Arbeiter (El Obrero libre),
cuyos editores se colocaron enteramente en el terreno del movimiento
revolucionario de las masas, predicaba la huelga general y la acción
directa. Un intento firme, en ese sentido, ya fue hecho con anterioridad
por Rodolfo Lange y otros camaradas, los que con tal motivo sacaron el Anarchist. Pero, en el momento de colocarse en el terreno del movimiento revolucionario de las masas, el punto Organización
volvió al tapete y, en efecto, fue Lange uno de los decididos
partidarios de la organización anarquista en gran escala concitando
muchas veces la contrariedad de una gran parte de los camaradas
alemanes, con su defensa resuelta de este pensamiento. Cuando la
Conferencia de Mannheim, de la Federación Anarquista Alemana
(1907), elaboró y aprobó líneas de conducta en ese sentido, como era de
esperar provocó innumerables protestas, protesta donde la frase La autonomía absoluta del individuo autócrata jugó un rol prominente.
Acontecimientos
iguales ocurrieron también, en una más o menos idéntica forma, casi en
todas partes, es decir, se trataba de asuntos que debían hacer en todas
partes, el mismo efecto. El conocido anarquista holandés Christian
Cornelissen, relató bien detalladamente ese estado en su interesante
estudio sobre La Evolución del Anarquismo donde emite su opinión de la siguiente manera:
En
diversos países modernos el anarquismo recién se hizo camino práctico
como oposición a la centralización y disciplina de la social-democracia.
Pero dicha oposición, como ocurre generalmente en movimientos
opositores, se fue bien pronto al otro extremo. Junto a la influencia de
los elementos libertarios y artísticos contribuyó mucho a prestar
cierto apoyo al individualismo como teoría y hasta introducir en todas
partes la desorganización en el movimiento. Sobre todo a principios del
noveno decenio del siglo pasado, durante la época en que la llamada
acción individual incitó diversos atentados con bombas, la crítica
individualista de allí así como también de Italia, Alemania, Holanda,
Bohemia, etc., atacaba primero a la forma de organización y más tarde a
la organización misma. En los sindicatos apareció el espíritu
individualista de desorganización y en muchas sociedades de reciente
fundación, se puso como cuestión preliminar en la orden del día, que estatutos y presidentes llevan en sí el germen de un nuevo dominio.
No contentos con criticar el abuso de la organización y el empleo de
todos los medios para evitar que los miembros directores de los
sindicatos poseyeran demasiado poder en sus manos, pues son
sencillamente los mandatarios de los asociados, empezaron luego los
individualistas a combatir a la misma organización, soñando ver siempre
nuevos tiranos hasta allí donde se trataba tan sólo de regular
los asuntos sindicales más simples. También en estos casos fueron
erróneamente empleadas palabras como tiranización de la minoría por la mayoría y represión de la libertad individual.
Pero, la crítica individualista, no notó aquí el peligro de que cuando
en una organización obrera no existe una reglamentación se hace valer
con más facilidad la autoridad personal y hasta la dictadura de
individuos de acción, igual que en la vieja sociedad combatida. Más aún
que en los sindicatos halló resonancia el individualismo en el periodo
transitorio de que hablamos aquí, en los grupos y en los centros de
estudio y de agitación los que se colocaron directamente frente a las
sociedades de los social-demócratas. Recién, no hace mucho en diversos
países se discutieron problemas como los siguientes: ¿Si no es un
repudio contra la libertad del individuo el votar y concebir
resoluciones en grupos revolucionarios? ¿Si es permitido apelar a los
miembros de tales grupos, para que abonen con regularidad sus
contribuciones a la caja del grupo? ¿Si se está autorizado para nombrar
un presidente de mesa en los grupos para que anote a los que pidan la
palabra o un secretario y especialmente un tesorero, pues son todos
responsables ante los miembros y esto establece una nueva dominación
como ocurre en los social-demócratas? Además, relativo a
responsabilidad, el individuo soberano es deudor ante sí mismo de la
responsabilidad. Que no se vaya a creer que es exagerado. Todavía, en el
Congreso Internacional revolucionario de Londres en 1896, entre los
presentes se hallaba un stirneriano empedernido que protestaba cada vez
que había que aprobar alguna resolución: ¿Qué, una resolución? jNo quiero resoluciones! jNo vine para pactar con otros! ¡Yo quiero ser YO MISMO! Pero entonces la tendencia comunista ya tenía la supremacía y se le dijo al opositor: Eso podrías haber hecho en casa! No debes venir para aburrirnos.
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tan detalladamente a Cornelissen porque dió en la tecla con sus
consideraciones y lo sobrevivió todo igual que yo. Lamentablemente, el
espíritu de entonces no desapareció aún del todo del movimiento
anarquista en Alemania y sigue mareando acá y acullá a gente que se
embriaga fácilmente con palabras huecas y no tiene la habilidad de
escarbar en la substancia de los conceptos. Esa gente queda apegada a
las formas exteriores de las cosas, porque sufren de un incurable
fetichismo que les representa siempre los cuadros de su imaginación como
la verdad realista. Me basta recordar aquí solamente el Boletín
que la Bolsa de Obreros Mozos creyó conveniente publicar en ocasión del
último congreso sindicalista de Dusseldorf. La misma herejía autoritaria
y las mismas réplicas que quedaron completamente intactas por las
experiencias del tiempo. Una sola cosa se cambió. La hojita se titula Der Vorgeschobene y es realmente algo nuevo. Pues que en una sociedad tan ilustrada de individuos soberanos pueda haber también rebaño,
es algo que antes nadie hubiera soñado. Aparte de eso, es así como
viejos espectros nocturnos que se sumergen otra vez en el sepulcro, ante
la primera iluminación del alba.
En
el momento en que el movimiento anarquista volvió a colocarse sobre el
terreno de la acción de las masas, como lo hicieron sus grandes
precursores en la época de la Internacional, el problema de la
organización debía naturalmente volver de nuevo a la orden del día y fue
principalmente ese problema el que originó la convocación del Congreso Anarquista Internacional de Amsterdam (1907) y de la creación de la Internacional Anarquista. El compañero francés Dunois inició el punto Anarquismo y organización,
con una pequeña relación, en la que puntualizó el carácter social de la
idea anarquista y declaró que el anarquismo no es individualista sino
federalista y que puede definirse como federalista en todos los
terrenos. En la discusión todos los camaradas, exceptuando el
individualista holandés Croiset, se expresaron por la necesidad de la
organización. Con especial acentuación lo hizo nuestro viejo camarada
Errico Malatesta, quien siempre fue un campeón incansable de las ideas
organizadoras.
Guardémonos de la falsa concepción, dice Malatesta, de
que la ausencia de organización es una garantía para la libertad; los
hechos palpables nos demuestran lo contrario. Un ejemplo a su favor:
existen en Francia periódicos anarquistas que no dependen de ninguna
organización pero están cerrados para todos aquellos cuyas ideas, estilo
y persona tienen el infortunio de no caer en gracia a sus editores,
resultando en tal caso, que unos individuos poseen más poder para
coartar la libertad de opinión a otros, no como pudiera ocurrir con un
periódico editado por una organización. Se habla mucho de autoridad y
autoritarismo. Aclaremos de una vez por todas qué es lo que se entiende
por tal. No cabe duda de que nos sublevamos desde el fondo de nuestro
corazón, y nos sublevaríamos siempre, contra la autoridad que está
representada por el Estado y la que persigue el único objeto de mantener
la esclavitud económica en el seno de la sociedad, pero ningún
anarquista, sin excepción, se negaría a respetar una autoridad puramente
moral la que debe su origen a experiencia, inteligencia y talento. Es
un grave error acusar a los partidarios de la organización, los
federalistas, de autoritarismo, y es un gran error creer que los
llamados enemigos de la organización, los individualistas, se hubieran
condenado voluntariamente a un aislamiento completo. Yo soy de la
opinión de que la lucha, que se mantiene entre individualistas y
partidarios de la organización, gira en general alrededor de frases
huecas, que no pueden tener ningún valor para los hechos prácticos. En
Italia sucede muchas veces que los individualistas están sin tener en
cuenta de que son contrarios a la organización, mejor organizados que
algunos defensores de la organización, los que a cada paso reafirman su
necesidad y nunca la realizan en la práctica. Sucede también a menudo
que en los grupos, donde tanto se perora de la libertad del individuo,
hay más autoritarismo efectivo que en las sociedades tituladas de autoritarias
porque tienen un presidente de mesa y adoptan resoluciones. Basta de
frases huecas y dediquémonos mejor a los hechos prácticos. Las palabras
separan, los hechos unen. Es tiempo ya de que organicemos nuestras
fuerzas para obtener una influencia decisiva sobre los acontecimientos
sociales.
En ese sentido el Congreso adoptó diversas decisiones creando un Bureau Internacional para que facilite las relaciones entre las diferentes organizaciones nacionales. El segundo congreso de la Internacional Anarquista
que debía efectuarse en el verano de 1914 en Londres y para el que ya
estaban notificados delegados de 21 diversos países de Europa y América,
fue interrumpido por la guerra mundial que estalló justamente cuando el
congreso tenía que realizarse y los cinco miembros que componían el Bureau fueron más tarde dispersados por diversos países.
La
primera parte de la catástrofe gigantesca está ahora detrás nuestro y
sería imposible prever que es lo que podría traernos la segunda parte.
Sólo podemos suponerlo dentro de contornos bastante obscuros. Inmensos
problemas se nos plantean esperando una solución. El movimiento
anarquista sufrió mucho en todas partes a consecuencia de la guerra y
los compañeros de todos los países deben hacer los mayores esfuerzos
posibles para juntar nuestras fuerzas dispersas y reanimarlas para la
acción. Se concibe ahora en todas partes que el movimiento anarquista
necesita una base organizadora para obtener un resultado eficaz en, las
grandes luchas que se nos presentan y para que los socialistas estatales
de una u otra tendencia no se conviertan en los herederos gozosos de
nuestra actividad y sacrificio. Rusia nos dió en este sentido un ejemplo
previsor. Allá el movimiento anarquista, a pesar de la enorme
influencia que tenía sobre el pueblo, y a pesar de los inmensos
sacrificios con que contribuyeron los anarquistas para la causa de la
revolución, concluyó siendo víctima de su dispersamiento interno y de su
desorganización. Coadyuvó a exaltar a los bolcheviques al poder y
nuestros compañeros sienten hoy muy bien su sabor amargo. Lo mismo
sucederá en todas partes mientras que no logremos unirnos en
determinadas líneas de conducta y fusionar en organizaciones nuestras
fuerzas.
En Francia nuestros camaradas se unieron en la Unión Anarquista y despliegan una actividad satisfactoria. En Italia es hoy en día la Unión Anarquista
una de las organizaciones más importantes e influyentes en el
movimiento obrero italiano. En España, donde los anarquistas siempre han
concentrado el peso de sus actividades propagandísticas y organizadoras
en el movimiento sindical revolucionario, enseguida después de la
guerra se desarrolló la Confederación del Trabajo
portentosamente. Después de una serie entera de luchas, fue en cierta
manera desposeída de la publicidad por la espantosa reacción que
nuevamente bulle allá, durante los últimos dos años, pero no desapareció
a pesar de las persecuciones atroces que sufrió y que sigue sufriendo
hasta hoy día. Solamente debido a su inquebrantable actividad
organizadora lograron nuestros camaradas españoles resistir a los
violentos ataques de la reacción y reafirmar la estabilidad del
movimiento. También en Portugal y en Sudamérica, donde los movimientos
están bien emparentados con el español, contribuyeron mucho nuestros
camaradas en el terreno de la organización y son acreedores de las
mejores esperanzas en el futuro.
En Alemania adquirió el anarquismo un terreno firme, a partir de la revolución, debido al fuerte desarrollo del movimiento anarco-sindicalista
que abarca a todos los elementos del movimiento obrero anarquista.
Según mi opinión es el acontecimiento más significativo en toda la
historia de la evolución del anarquismo en Alemania, a pesar de que aún
no está suficientemente valorizado por la fracción de los compañeros que
están en principio sobre la base del movimiento obrero y de la
organización. El que sepa valorizar toda la odisea de dicho desarrollo
concebirá que justamente esos compañeros que dejaron de ser novicios en
el movimiento deben estar especialmente interesados en acelerarlo en
todo lo posible, porque un largo divisionismo como podemos ver hoy en la
mayoría de las organizaciones extremistas existentes, hubiera sido al
mismo tiempo un desmoronamiento del movimiento anarquista del que no
podría restablecerse por mucho tiempo.
VI
Queremos
que no se nos confunda. Si hemos defendido aquí tan fervientemente la
organización, no queremos de modo alguno manifestar que es un bálsamo
para todas las clases de enfermedades. Sabemos muy bien que en primera
línea está el espíritu que anima e inspira un movimiento; cuando falta
ese espíritu para nada sirve la organización. No se puede resucitar a
muertos organizándolos. Lo que sí interpretamos es que allí donde
realmente existe el espíritu y donde están las energías necesarias, es
la organización de las fuerzas sobre la base federativa el mejor medio
para alcanzar los resultados más grandes. En la organización hay un
campo de actividad para todos. La estrecha cooperación de los individuos
por una causa común es un medio poderoso para el levantamiento de la
fuerza moral y de la conciencia solidaria de cada miembro. Es
absolutamente falso el afirmar que en la organización se pierden la
individualidad y el sentimiento personal. Todo lo contrario, justamente
por el constante contacto con iguales se despliegan recién las mejores
cualidades de la personalidad. Si se entiende por individualismo nada
más que el constante pulimiento del propio YO y el ridículo temor
de que en todo contacto estrecho con otros hombres reside un peligro
para la propia persona, se olvida que justamente ahí yace el mayor
obstáculo para el desarrollo de la individualidad. Cuanto más
estrechamente está ligado un hombre a sus prójimos y cuanto más
profundamente siente sus alegrías y sus dolores, más hondo y rico es su
sentimiento personal y más grande su individualidad. Se puede afirmar
tranquilamente que el sentimiento personalista de un hombre se
desarrolla directamente de su sentimiento social.
Por
eso el anarquismo no es contrario a la organización, sino su más
ferviente defensor, claro está, suponiendo que se trata de una
organización natural de abajo arriba, que nace de las relaciones comunes
de los hombres y encuentra su expresión en una cooperación federativa
de las fuerzas. Por eso combate también toda imposición de esa
cooperación que se impone desde arriba sobre los hombres; porque
destruye las relaciones naturales entre ellos, que es la base de toda
organización real y convierte a cada individuo en una parte automática
de una gran máquina que se dirige por privilegiados y trabaja para
determinados intereses particulares.
Se
puede, como Malatesta, reposar todo el peso sobre la organización de
los grupos anarquistas y de su unión federativa, o estar con Kropotkin,
de que los anarquistas continúen con sus pequeños grupos y depositar
todo el peso de sus actividades en las organizaciones sindicales. Se
puede hasta representar el mismo punto de vista que James Guillaume, el
valeroso compañero de luchas de Bakunin, para que no se hable siquiera
de organizaciones anarquistas especiales, sino que se trabaje
exclusivamente dentro de los sindicatos revolucionarios para la
evolución y profundización del socialismo libertario. Estas son
disparidades de criterio que se prestan a discusión. pero de todas
maneras queda establecida la necesidad de la organización.
Justamente
ahora, antes de que se avecine la tempestad, es más urgente esa
necesidad. Las contradicciones sociales se han hecho más palpables en
todos los países y enormes masas del proletariado están aún dominadas
por la creencia de que el uso de la violencia estatal por el mismo
proletariado, lo coloca en condiciones de resolver el problema social.
Ni el derrumbamiento espantoso de Oriente. puede curar a la mayoría de
ese engreimiento. Es absurdo pensar que el socialismo estatal perdió su
poder fascinador sobre las masas. Es todo lo contrario, y por sobre el
mismo debe colocarse frente al espíritu de servidumbre general, el IDEAL DE LIBERTAD Y SOCIALISMO.
Una lucha, una lucha sin piedad a todas las fuerzas de la tiranía y a
todos los idólatras del poder y del dominio, bajo cualquier máscara que
estén escudados. La suerte de nuestro avenir próximo está sobre la
balanza de la historia. Deben, por lo tanto, unirse todas las fuerzas en
una gran alianza y abrir las puertas para un porvenir libre.
Rudolf Rocker
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