miércoles, 27 de julio de 2016

Relato leído en el acto 80 años de la revolución social anarquista

El día martes 19 de julio de 2016, en la capital del saqueo de la región chilena, más de 150 personas se juntaron en Casa Volnitza para conmemorar el 80 aniversario de la revolución social ibérica de 1936. En la ocasión, se gestó un interesante diálogo entre camaradas, se proyectó el documental «Bajo el Signo Libertario», y se generó un conversatorio en donde a su vez se leyó parte de este relato que a continuación compartimos:



A las cuatro y cuarto de la madrugada del 19 de Julio de 1936 las tropas sediciosas del cuartel del Bruc, en Pedralbes (Barcelona), habían salido a la calle, dirigiéndose hacia el centro de la ciudad. Los obreros, apostados en las inmediaciones de los cuarteles, tenían la instrucción de dar el aviso y de no hostigar a los soldados hasta que no estuviesen ya muy alejados de los mismos. La táctica del Comité de Defensa Confederal había acordado que sería más fácil batir a la tropa en la calle que si permanecía atrincherada en los cuarteles.

El campo de fútbol del Júpiter de la calle Lope de Vega fue utilizado como punto de encuentro desde el que iniciar la insurrección obrera contra el alzamiento militar, por la cercanía del domicilio de la mayoría de anarquistas del grupo «Nosotros» y la enorme militancia cenetista existente en el barrio.

El Comité de Defensa de Pueblo Nuevo había requisado dos camiones de una cercana fábrica textil, que fueron aparcados junto al campo del Júpiter, Gregorio Jover vivía en el número 276 de la calle de Pujades. Ese piso, durante toda la noche del 18 al 19 de julio, se había convertido en el lugar de encuentro de los miembros del grupo anarquista «Nosotros», en espera del aviso de la salida a la calle de los facciosos. Lo acompañaban a Jover, Juan García Oliver, Buenaventura Durruti, Antonio Ortiz, Francisco Ascaso, Aurelio Fernández y José Pérez Ibáñez "el Valencia", todos ellos vecinos de Pueblo Nuevo.

Desde el piso de Jover alcanzaba a verse la valla del campo del Júpiter, junto a la que estaban estacionados los dos camiones. A las cinco de la mañana llegó un enlace comunicando que las tropas habían empezado a salir de los cuarteles. Las calles Lope de Vega, Espronceda, LLull y Pujades, que rodeaban el campo del Júpiter, estaban repletas de militantes cenetistas armados.

Una veintena de los más curtidos, probados en mil luchas callejeras, subieron a los camiones. Antonio Ortiz y Ricardo Sanz montaron una ametralladora en la parte trasera de la plataforma del camión que abría la marcha. Las sirenas de las fábricas textiles de Pueblo Nuevo comenzaron a ulular, llamando a la huelga general y la insurrección revolucionaria, extendiéndose a otros barrios y a los barcos surtos en el puerto. Era la señal acordada para el inicio de la lucha. Y esta vez la alarma de las sirenas cobraba su significado literal de tomar las armas para defenderse del enemigo: "al arma". Los dos camiones, bandera rojinegra desplegada, seguidos de un cortejo de hombres armados, cantando «Hijos del Pueblo» y «A las barricadas», animados por los vecinos asomados a los balcones, enfilaron hasta el Sindicato Anarcosindicalista de la Construcción en la Calle Mercaders, y luego a la rama anarquista metalúrgica y del transporte. Jamás las estrofas de esas canciones habían tenido tanto sentido : «aunque nos espere el dolor y la muerte contra el enemigo nos llamada el deber, el bien más preciado es la libertad, hay que defenderla con fe y con valor»; «en la batalla la hiena fascista con nuestros cuerpos sucumbirá, y el pueblo entero con los anarquistas hará que triunfe la libertad». (1)

Es así como el levantamiento fascista del ejército español desencadenó una fuerte resistencia proletaria y anarcosindicalista que, al menos en un primer momento, significó la destrucción de las bases de la sociedad capitalista. El Estado perdió razón de ser frente a la creación de asociaciones que organizadas federal y horizontalmente, socializaron los medios de producción, los servicios públicos y las tierras.

La revolución social anarquista de 1936 no fue espontánea, sin embargo. Tal proceso de construcción proletaria se venía gestando desde hace varias décadas en la región ibérica. En 1868, motivado por Mijaíl Bakunin, el italiano Giuseppe Fanelli realizó un viaje propagandístico con la tarea urgente de fundar secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) en España. Durante su estadía, Fanelli fundó núcleos de la AIT en Madrid y Barcelona, a la vez que transmitió por primera vez las propuestas revolucionarias del anarcosindicalismo colectivista, ideas redactadas en el texto «El Programa de la Alianza Internacional de la democracia Socialista», en cuyo primer punto abogaba por «la abolición completa y definitiva de las clases y la igualdad social, política y económica de ambos sexos. Para llegar a este objeto, pide la abolición de la propiedad individual».

De este modo arribaron las ideas que influenciaron a miles de obreras y obreras de los campos y las ciudades de la región ibérica que, organizados en grupos de acción y propaganda, asociaciones diversas, ateneos libertarios, revistas y organizaciones anarcosindicalistas como Federación Regional Española (FRE), Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), dotaron la capacidad básica necesaria para la organización de una sociedad sin Estado, capitalismo ni dominación del ser por el ser. Capacidad revolucionaria que tras varios intentos, logró concretarse en julio de 1936. Fueron CNT, la FAI, Mujeres Libres y la Federación Ibérica de las Juventudes Libertarias, las organizaciones que, heredando largos años de experiencia, lucha y organización, impulsaron y protagonizaron la revolución anarquista de 1936. Considerando lo anterior, podemos constatar que poco y nada de espontaneísmo hubo en aquel proceso, y sí muchos años de organización sindical, formación política, difusión y propaganda. Solo debido al trabajo de largo aliento el pueblo de la región ibérica logró vencer al fascismo, abolir el Estado, socializar las fábricas, los servicios públicos y las tierras. Fue gracias a incansables años de organización, infinitas asambleas, plenarios, giras propagandísticas e intentos fallidos de instaurar el comunismo libertario que los pueblos de la España de 1936 lograron vivir, al menos por un tiempo, en anarquía.

MUJERES LIBRES

En plena revolución social de 1936 se creó la organización anarcofeminista «Mujeres Libres». Llegaron a tener 20.000 afiliadas, y aunque ideológicamente se identificaron con los métodos anarcosindicalistas y fines de la CNT-FAI, procuraron siempre mantener su autonomía. Abordaron cuestiones como la capacitación de las mujeres obreras, pues consideraron que éstas se encontraban triplemente oprimidas: por el capitalismo, por ser mujeres y por la ignorancia. Entre las militantes y colaboradoras de Mujeres Libres podemos encontrar mujeres como Federica Montseny, Mercedes Comaposada, Lucía Sánchez Saornil, Pepita Carpena, Azucena Fernández Barba, Amparo Poch y Gascón y Soledad Estorach.



«Mujeres Libres, a pesar de la heterogeneidad de las ideas, de sus proyectos, del escaso desarrollo de sus propuestas, irradia en el presente una especie de brillo que cautiva y eso por es así por muchas razones: por la audacia en los contenidos de sus propuestas, por el arrojo de sus iniciadoras en proclamar los derechos sexuales, económicos, culturales y legales de todas las mujeres, por la tenacidad de sus militantes en defender una organización autónoma incluso contra vientos libertarios que no las aceptaban en su seno. Lo es también por los efectos de la hecatombe de la derrota, por el desastre de la dispersión, de la muerte, del exilio, de la cárcel de muchas de ellas, por el silencio que mantuvieron las que desde dentro trataron de seguir vivas. Lo es porque a pesar de todo ello, la historia de mujeres libres ha salido de debajo del polvo de décadas de olvido y puede hoy vincularse al feminismo contemporáneo que, sin saberlo tal vez, bebe buena parte de sus iniciativas de aquellas que a principios del siglo XX reclamaban para las mujeres españolas todas las libertades y derechos.

La historia de Mujeres Libres es tan corta como intensa. Dura apenas lo que la guerra permite. Se expande cuando la guerra se alarga, con ella gana militantes y con ella también pierde intensidad su actividad feminista. Se convierten en la organización de mujeres libertarias más importante que jamás antes hubiera existido» (2)


1- Barricadas en Barcelona - Agustin Guillamon

2- Sueños y pesadillas de las Mujeres Libres


martes, 26 de julio de 2016

AFPs, reformas, reformismo y anarquismo

El pasado domingo 24 de julio mares humanos colmaron La Alameda levantando una sola consigna: No + AFP. La capital del saqueo se vistió de tempestades anunciando un nuevo ciclo proletario de protestas. Ya no es solo por “educación gratuita y de calidad”, sino que por la supresión del régimen de las AFP, sistema de pensiones herencia del pinochetismo, profundizado por los partidos de la izquierda neoliberal. En la multitudinaria protesta que solamente en Santiago reunió a más de 300.000 personas, no faltaron columnas, grupos e individualidades anarquistas y anarcosindicalistas. En este contexto, en el seno del movimiento anarquista surgen interesantes debates: si no queremos más AFPs, ¿Qué sistema de pensiones sostener? ¿Participar y fortalecer el movimiento contra las AFPs constituye un atentado contra los principios anarquistas? ¿Si tal movimiento es reformista es una contradicción que el movimiento libertario participe en él? 

Para abordar tales cuestionamientos de una manera integral, consideramos importante dialogar a través de los matices de la terminología vinculada. Para tal efecto, usaremos y abusaremos de las palabras de Errico Malatesta y Emilio López Arango.

Para Errico Malatesta el anarquismo siempre ha sido reformista. Aclara, empero, que sería más certero calificar al anarquismo como un movimiento reformador (para distinguirlo del reformismo político vulgar). La revolución —nos explica—, en el sentido histórico de la palabra, significa la reforma radical de las instituciones, ejecutada raudamente por medio de la insurrección violenta del pueblo contra el arraigado poder y privilegio. En este sentido, el anarquismo no podría ser otra cosa que reformista. El anarquismo es revolucionario porque no quiere solamente mejorar las instituciones que existen ahora, sino destruirlas completamente, abolir todas y cada una de las formas de poder del humano sobre el humano y todo parasitismo, de todo tipo, sobre el trabajo humano. Pero la revolución no puede ocurrir a pedido. ¿Debemos, entonces, permanecer como espectadores pasivos, esperando que el momento correcto se presente?

Todo, tanto en la historia como en la naturaleza, ocurre gradualmente. Cuando una represa revienta es porque o bien la presión del agua ha crecido demasiado para que la represa siga conteniendo o por la desintegración gradual de las moléculas del material del que está hecho la represa. De igual modo, las revoluciones estallan bajo la creciente presión de aquellas fuerzas que buscan el cambio social y ese punto se alcanza cuando el gobierno existente puede ser derrocado y cuando, por procesos de presión interna las fuerzas del conservadurismo se debilitan progresivamente.

Pero nunca hemos de reconocer —y aquí es donde nuestro ‘reformismo’ difiere de aquel tipo de ‘revolucionismo’ que termina sumergido en las urnas de votación— las instituciones existentes. Hemos de llevar a cabo todas las reformas posibles en el espíritu en el que un ejército avanza siempre arrebatando en su camino el territorio ocupado por el enemigo. Y siempre hemos de permanecer hostiles a todo gobierno —ya sea monarquista como el de hoy o republicano o bolchevique, como el de mañana—.(1)

Con los anteriores párrafos, podemos reforzar la diferencia entre el carácter reformador del anarquismo y del reformismo vulgar del parlamenterismo democrático-representativo, por el otro. Más que reformista o propiciador del reformismo, el anarquismo es, para el anarquista italiano, reformador en un sentido revolucionario y libertario. Tal dirección anárquica no significa, sin embargo, el triunfo garantizado del movimiento. En efecto, cuando las clases oprimidas conforman movimientos de acciones directas por una conquista determinada, ante el temor de que tal arremetida se transforme en un movimiento que destruya los cimientos de la sociedad burguesa —o por las mismas necesidades del desarrollo del capitalismo—, tales demandas suelen verse expresadas en los códigos de las instituciones burguesas. La mayoría de las veces funcionales a los intereses de la clase dominante.

Sin embargo, exigir y construir las bases necesarias para erigir tales conquistas no es en sí mismo reformismo o revolucionario. Será lo uno o lo otro, según el medio/formas que se empleen para arribar a tal demanda (además del objetivo a concretar, por supuesto). Si se protesta mediante métodos proletarios libertarios (acción directa, protestas, asambleas, anarcosindicalismo) por el acceso a la salud o por el fin de las AFPs, no será necesariamente reformismo. Si lo hacemos presentándonos como parte de una candidatura para consignar tal medida desde las alturas del poder, sí lo será. Si nos organizamos horizontalmente en pos de mejorar nuestra seguridad, no tendría porqué ser reformismo. Si exigimos que tal seguridad sea proporcionada por las instituciones coercitivas del Estado, sí lo será.

Complejizando tales distinciones prácticas y terminológicas, Emilio López Arango nos plantea un necesario ejercicio crítico del reformismo. Para el histórico militante de la FORA, el reformismo no se expresa únicamente en los cambios que sufre la estructura jurídica del Estado, sino que también en el traspaso de las riquezas y de los privilegios detentados por una minoría. Los señores feudales y la nobleza propietaria se vieron obligados a dar cabida en su mesa a la clase burguesa, adueñada del poder político. La revolución del siglo XVIII dio un golpe de muerte al feudalismo. Mas el problema social quedó en pie con ese traspaso de poderes y de títulos de propiedad. ¿Podría el proletariado, mediante un acto de fuerza que le diera el control de la máquina capitalista, eliminar de un golpe todas las diferencias de clase y de casta? ¿No sería más probable que, aplicando el método histórico de los marxistas, creara en su seno nuevos privilegiados y nuevos gobernantes, que serían precisamente los jefes políticos o los funcionarios sindicales? (2) Así, el reformismo no solo se expresa en la política parlamentaria o de la socialdemocracia, sino que también en los sectores que propugnan la dictadura del proletariado. El reformismo no está en el hecho natural de que los obreros reclamen mejoras económicas, sino en la subordinación de la ideología socialista totalitaria a un programa que tiende a perpetuar el régimen del salariado.(3)

Además de las tácticas socialistas democráticas y de los marxistas dictatoriales, para López Arango el reformismo también se expresa en los sectores sindicalistas apolíticos o en compañeros que abogan por prácticas "libres de dogmatismos". Tales posturas, al rechazar sistemáticamente todo compromiso con un “dogma”, dejan sentado el concepto fatalista del marxismo, pues confían al desarrollo industrial de las naciones y a la prevalencia cada vez más absorbente del capitalismo, la tarea de crear en los pueblos y en los individuos las aptitudes necesarias para preparar y realizar la revolución.(4) Tal actitud de los sindicalistas apolíticos o de compañeros que se dejan llevar por los movimientos sin un análisis teórico anarquista de las condiciones existentes, pueden ser arrastrados con mayor facilidad por el devenir de la ideología dominante. Si en la autogestión obrera no se incorpora integralmente el anarquismo —nos advierte Murray Bookchin—, la gestión tiende a prevalecer sobre el auto (de sí, para sí); la administración tiende a asumir el control sobre la autonomía del individuo. Gracias a la influencia ejercida por los valores tecnocráticos sobre el pensamiento del hombre, la individualidad —que reviste una importancia fundamental en la concepción libertaria de la organización de la vida en todos sus aspectos—, tiende a ser sustituida, con un juego sutil pero inexorable, por las virtudes de eficaces estrategias administrativas. Como consecuencia, se va promoviendo la autogestión no tanto con finalidad libertaria cuanto por metas funcionales, y esto ocurre incluso en los sindicalistas más comprometidos. (5)

Volviendo con López Arango, cabe destacar que considera que sería un gran error sostener que todas las conquistas del proletariado son estériles y que no representan nada en la marca del progreso. ¿Acaso es lo mismo —arguye nuestro autor— trabajar diez o doce horas que limitar a ocho o seis la jornada de trabajo? (...) Rechazar ese positivo mejoramiento en las condiciones materiales del asalariado con el argumento de que perdura el sistema capitalista aunque la jornada de trabajo se reduzcan a cuatro o dos horas, supone tanto como defender la teoría de la miseria como factor de la revolución. Por otra parte, ¿es posible eludir el esfuerzo que reclama la lucha cotidiana contra la explotación capitalista, conservando todas las energías para dar el golpe de gracia al capitalismo cuando se agote la paciencia de los trabajadores? ¿Se puede acumular en alguna parte la energía que se pierde en la espera del gran acontecimiento? ¿O es que la inercia constituye un caudal de fuerzas ignoradas que se concentran en algún punto de la tierra y que explosionan al mágico conjuro de un genio desconocido por los hombres?

La realidad nos demuestra que toda conquista fundamental está condicionada por conquistas parciales. No se puede llegar a la revolución social de un salto sobre el infinito sin partir de un punto dado y seguir una determinada trayectoria de esfuerzos y realizaciones. Un programa total anarquista, que no extrae ninguna experiencia del presente que no se manifiesta en ningún propósito actual termina siendo una negación y defender la tesis empírica de “todo o nada” equivale a negar la posibilidad de que los trabajadores realicen por sí mismos su emancipación económica y social.(6)


N&A





5- La autogestión, si no existen individuos capaces de gestionarse autónomamente, corre el riesgo de transformarse en cualquier cosa que sea exactamente su opuesto: una jerarquía basada en la obediencia y el mandato. La abolición de las clases no compromete mínimamente la existencia de estas relaciones jerárquicas. Estas pueden subsistir en el interior de la familia, entre los sexos y entre los diferentes grupos de edad, entre los grupos étnicos y en el interior de los organismos burocráticos, lo mismo que en los grupos sociales administrativos que pretenden realizar la política de una organización o de una sociedad libertaria. (Autogestión y nueva tecnología: la imaginación contra la máquina - Murray Bookchin) 



miércoles, 13 de julio de 2016

Conmemoración revolución social anarquista 80 años (Santiago, región chilena)

Actualmente el movimiento sindical y de la clase trabajadora en general, se encuentra carcomido por tendencias socialdemócratas y neoliberales y, a pesar de que existen sectores de la izquierda que llaman a organizar una nueva central de trabajadores para contrarrestar la influencia de la CUT, estos llamados no suelen romper con las formas jerárquicas del sindicalismo parlamentarista y de acción mediada, pues insisten en fortalecer el sindicalismo reformista, dirigencial y vinculado a partidos que aspiran al poder político. Es decir, gran parte de la izquierda lejos de criticar a la CUT, lo que aspiran es a crear otras centrales bajo los mismos principios reformistas y jerarquizados. En este sentido, recordar la revolución anarquista de 1936 y el anarcosindicalismo ibérico de principios del siglo XX, resulta fundamental para retomar el camino hacia un mundo sin capitalismo ni dominación del ser por el ser. No basta con declarase crítico de los partidos y del sindicalismo reformista, es necesario organizarse en concordancia con los fines que deseamos alcanzar. Los anarquistas sabemos que no vamos a abolir el Estado ampliándolo. Del mismo modo, no combatiremos el sindicalismo dirigencial, burocrático y patronal, creando las bases orgánicas a través de legalismos sindicales, dirigentes o tecnócratas.




En vísperas del 80 aniversario de la revolución social anarquista (1936 - 2016), les invitamos a un taller/conversatorio sobre la importancia de este proceso histórico de la región ibérica para el anarquismo y el movimiento obrero en general. Además contaremos con la proyección del documental «Bajo el signo libertario», obra cinematográfica autogestionada por la CNT-FAI en pleno proceso revolucionario de 1936. Luego de la proyección, daremos paso a un conversatorio sobre la importancia del comunismo libertario y los principios anarquistas. La cita será el martes 19 de julio a las 19:00 hrs en Casa Volnitza, Vidaurre 1629, metro Los Héroes. Para mayor información pueden acceder a la página del evento hacienco clic aquí. Salud y revolución social.