domingo, 30 de noviembre de 2014

Bakunin: Contra la Autoridad Patriarcal (1873)


El siguiente texto forma parte del Capítulo 15, ‘Women, Love and Marriage’, (Mujer, amor y matrimonio) del Libro Anarchism, A Documentary History of LibertarianIdeas, del compilador Robert Graham. Traducción al castellano por @rebeldealegre 


Bakunin, en contraste con Proudhon, se oponía a la autoridad patriarcal. En su ensayo sobre la educación integral, denuncia la autoridad del padre sobre sus hijos. En sus programas y manifiestos revolucionarios, defiende consistentemente los iguales derechos para la mujer. En su Catequismo Revolucionario de 1866 escribió: “La mujer, distinta al hombre pero no inferior a él, inteligente, industriosa y libre como él, se declara su igual tanto en derechos como en toda función y deber político y social.”  (Selected Writings, New York: Grove Press, 1974, ed. A. Lelming, page 83). En consecuencia llama a:


La abolición no solo de la familia natural sino de la familia legal fundada sobre la ley y la propiedad. El matrimonio religioso y civil será reemplazado por el matrimonio libre.

Hombres y mujeres adultos tienen el derecho a unirse y separarse como les plazca, ni tiene la sociedad el derecho a obstaculizar su unión o a forzarles a mantenerla. Con la abolición del derecho a herencia y la educación de los niños asegurada por la sociedad, todas las razones legales para la irrevocabilidad del matrimonio desaparecerán. La unión de un hombre y una mujer debe ser libre, pues una elección libre es la condición indispensable para la sinceridad moral. En el matrimonio, mujer y hombre deben disfrutar de libertad absoluta. Ni la violencia ni la pasión ni los derechos antes rendidos pueden justificar una invasión de uno a la libertad del otro, y toda invasión como tal ha de considerarse un crimen. (Bakunin on Anarchism, Montreal: Black Rose Books, 1 980, pp. 93-94)

Dentro de la Primera Internacional, los federalistas anti-autoritarios asociados con Bakunin, como Eugene Varlin, adoptaron una postura similar, que tuvo la oposición de los seguidores de Proudhon, los mutualistas franceses. Pero no solo fueron los Proudhonianos en la Primera Internacional quienes ridiculizaron las ideas de Bakunin respecto a la igualdad de sexos. En su nota en oposición a la afirmación de Bakunin en el Programa de la Alianza Socialista Internacional (1868) de que la Alianza apoyaba por sobre todo “la igualdad política, económica y social de los individuos de cualquier sexo” (Bakunin, Selected Writings, pág. 174), Marx llamó a Bakunin hermafrodita, y ridiculizó a su esposa por haber añadido su firma al programa. La relación de Bakunin con su esposa Antonia fue objeto de considerable desdén porque, consistente con sus principios anarquistas, él nunca buscó restringir sus relaciones con otros hombres y actuó como padre cariñoso con los hijos de ella.

En los siguientes extractos de Estatismo y Anarquía (1873), reimpresos en Bakunin sobre Anarquismo, Bakunin vuelve al tema de la dominación patriarcal. En contraste con otros socialistas rusos de su era, Bakunin no tenía ilusión alguna respecto a la estructura social autoritaria y patriarcal de la comuna campesina rusa, el Mir, que otros veían como la base para el socialismo campesino.

El ideal del pueblo ruso se ve eclipsado por tres (…) rasgos que debemos combatir con toda nuestra energía… 1) paternalismo, 2) la absorción del individuo por parte del Mir, 3) confianza en el Zar.  (…) Los dos últimos, la absorción del individuo por parte del Mir y el culto al Zar, son el efecto natural e inevitable del primero, es decir, el paternalismo de quienes gobiernan. Este es un gran mal histórico, el peor de todos…

Este mal deforma toda la vida rusa, y por cierto la paraliza, con su vulgar letargo de la familia, el mentir crónico, la ávida hipocresía, y finalmente, el servilismo que hace la vida insoportable. El despotismo del marido, del padre, del hermano mayor sobre la familia (ya una institución inmoral por virtud de sus desigualdades jurídico-económicas), la convierten en una escuela de violencia y de bestialidad triunfante, de cobardía y de las perversiones cotidianas del hogar familiar. La expresión “cementerio blanqueado” (*) es una buena descripción de la familia rusa.

… [El patriarca de la familia] es simultáneamente un esclavo y un déspota: un déspota ejerciendo su tiranía sobre todos bajo su techo y dependientes de su voluntad. Los únicos amos que él reconoce son el Mir y el Zar. Si él es la cabeza de la familia, se comportará como un déspota absoluto, pero será sirviente del Mir y esclavo del Zar. La comunidad rural es su universo; solo existe su familia y a un nivel más alto el clan. Esto explica por qué el principio patriarcal domina al Mir, una tiranía odiosa, una sumisión cobarde, y la negación absoluta de todos los derechos individuales y de la familia . . .

Uno de los más grandes infortunios en Rusia es que cada comunidad constituye un círculo cerrado. Ninguna comunidad encuentra necesario tener la menor conexión orgánica con otras comunidades. Están ligadas por el intermediario del Zar, el “pequeño padre,” y solamente por el supremo poder patriarcal conferido a él. Es claro que la desunión paraliza a las personas, condena a sus revueltas casi siempre locales a la derrota cierta y a la vez consolida la victoria del despotismo ...

La lucha contra el régimen patriarcal está en el presente levantándose en casi todo pueblo y en toda familia. En la comunidad rural, el Mir ha degenerado al punto en que se ha vuelto un instrumento del Estado. El poder y la voluntad burocrática arbitraria del Estado es odiado por el pueblo y la revuelta contra este poder y su voluntad arbitraria es al mismo tiempo una revuelta contra el despotismo de la comunidad rural y del Mir.



(*) N. del. T.: Expresión bíblica [Mateo 23:27] para algo que se ve bello por fuera, pero el interior es sucio.

martes, 25 de noviembre de 2014

La política sexual, el surgimiento del Estado y la contrarrevolución (Notas sobre la prostitución) Silvia Federici

Los siguientes fragmentos corresponden a la parte final del capitulo 1, "El mundo entero necesita una sacudida", del Libro Calibán y la Bruja de Silvia Federici. Recomiendo no hacerse una idea cerrada del pensamiento federiciano sobre la prostitución a partir de estos fragmentos, pues a lo largo del libro, Silvia Federici continúa abordando el tema de la prostitución desde diversas perspectivas. Las ilustraciones y leyendas corresponden a la edición original del Libro. Salud. N&A

A finales, no obstante, del siglo XV, se puso en marcha una contrarrevolución que actuaba en todos los niveles de la vida social y política. En primer lugar, las autoridades políticas realizaron importantes esfuerzos por cooptar a los trabajadores más jóvenes y rebeldes por medio de una maliciosa política sexual, que les dio acceso a sexo gratuito y transformó el antagonismo de clase en hostilidad contra las mujeres proletarias. Como ha demostrado Jacques Rossiaud en Medieval Prostitution (1988) [La prostitución medieval], en Francia las autoridades municipales prácticamente dejaron de considerar la violación como delito en los casos en que las víctimas fueran mujeres de clase baja. En la Venecia del siglo XIV, la violación de mujeres proletarias solteras rara vez tenía como consecuencia algo más que un tirón de orejas, incluso en el caso frecuente de un ataque en grupo (Ruggiero, 1989: 94, 91-108). Lo mismo ocurría en la mayoría de las ciudades francesas. Allí, la violación en pandilla de mujeres proletarias se convirtió en una práctica común, que los autores realizaban abierta y ruidosamente por la noche, en grupos de dos a quince, metiéndose en las casas o arrastrando a las víctimas por las calles sin el más mínimo intento de ocultarse o disimular. Quienes participaban en estos «deportes» eran aprendices o empleados domésticos, jóvenes e hijos de las familias acomodadas sin un centavo en el bolsillo, mientras que las mujeres eran chicas pobres que trabajaban como criadas o lavanderas, de quienes se rumoreaba que eran «poseídas» por sus amos (Rossiaud, 1988: 22). De media la mitad de los jóvenes participaron alguna vez en estos ataques, que Rossiaud describe como una forma de protesta de clase, un medio para que hombres proletarios —forzados a posponer su matrimonio durante muchos años debido a sus condiciones económicas— se cobraran «lo suyo» y se vengaran de los ricos. Pero los resultados fueron destructivos para todos los trabajadores, en tanto que la violación de mujeres pobres con consentimiento estatal debilitó la solidaridad de clase que se había alcanzado en la lucha antifeudal. Como cabía esperar, las autoridades percibieron los disturbios causados por semejante política (las grescas, la presencia de pandillas de jóvenes deambulando por las calles en busca de aventuras y perturbando la tranquilidad pública) como un pequeño precio a pagar a cambio de la disminución de las tensiones sociales, ya que estaban obsesionados por el miedo a las grandes insurrecciones urbanas y la creencia de que si los pobres lograban imponerse se apoderarían de sus esposas y las pondrían en común (ibidem: 13).
 

Para estas mujeres proletarias, tan arrogantemente sacrificadas por amos y siervos, el precio a pagar fue incalculable. Una vez violadas, no les era fácil recuperar su lugar en la sociedad. Con su reputación destruida, tenían que abandonar la ciudad o dedicarse a la prostitución (ibidem; Ruggiero, 1985: 99). Pero no eran las únicas que sufrían. La legalización de la violación creó un clima intensamente misógino que degradó a todas las mujeres cualquiera que fuera su clase. También insensibilizó a la población frente a la violencia contra las mujeres, preparando el terreno para la caza de brujas que comenzaría en ese mismo periodo. Los primeros juicios por brujería tuvieron lugar a fines del siglo XIV; por primera vez la Inquisición registró la existencia de una herejía y una secta de adoradores del demonio completamente femenina.

 

Burdel, de un grabado alemán del s. XV.
Los burdeles eran vistos como un remedio contra la protesta social, la herejía y la homosexualidad.


Otro aspecto de la política sexual fragmentadora que príncipes y autoridades municipales llevaron a cabo con el fin de disolver la protesta de los trabajadores fue la institucionalización de la prostitución, implementada a partir del establecimiento de burdeles municipales que pronto proliferaron por toda Europa. Hecha posible gracias al régimen de salarios elevados, la prostitución gestionada por el Estado fue vista como un remedio útil contra la turbulencia de la juventud proletaria, que podía disfrutar en la Grand Maison —como era llamado el burdel estatal en Francia— de un privilegio previamente reservado a hombres mayores (Rossiaud, 1988). El burdel municipal también era considerado como un remedio contra la homosexualidad (Otis, 1985), que en algunas ciudades europeas (por ejemplo, Padua y Florencia) se practicaba amplia y públicamente, pero que después de la Peste Negra comenzó a ser temida como causa de despoblación. (34)
 

Así, entre 1350 y 1450 en cada ciudad y aldea de Italia y Francia se abrieron burdeles, gestionados públicamente y financiados a partir de impuestos, en una cantidad muy superior a la alcanzada en el siglo XIX. En 1453, sólo Amiens tenía 53 burdeles. Además, se eliminaron todas las restricciones y penalidades contra la prostitución. Las prostitutas podían ahora abordar a sus clientes en cualquier parte de la ciudad, incluso frente a la iglesia y durante la misa. Ya no estaban atadas a ningún código de vestimenta o a usar marcas distintivas, pues la prostitución era oficialmente reconocida como un servicio público (ibidem: 9-10).

Incluso la Iglesia llegó a ver la prostitución como una actividad legítima. Se creía que el burdel administrado por el Estado proveía un antídoto contra las prácticas sexuales orgiásticas de las sectas herejes y que era un remedio para la sodomía, así como también un medio para proteger la vida familiar.
 

Resulta difícil discernir, de forma retrospectiva, hasta qué punto esta «carta sexual» ayudó al Estado a disciplinar y dividir al proletariado medieval. Lo que es cierto es que este new deal fue parte de un proceso más amplio que, en respuesta a la intensificación del conflicto social, condujo a la centralización del Estado como el único agente capaz de afrontar la generalización de la lucha y la preservación de las relaciones de clase.
 

En este proceso, como se verá más adelante, el Estado se convirtió en el gestor supremo de las relaciones de clase y en el supervisor de la reproducción de la fuerza de trabajo —una función que continúa realizando hasta el día de hoy. Haciéndose cargo de esta función, los funcionarios de muchos países crearon leyes que establecían límites al coste del trabajo (fijando el salario máximo), prohibían la vagancia (ahora castigada duramente) (Geremek, 1985: 61 y sg.) y alentaban a los trabajadores a reproducirse.

En última instancia, el creciente conflicto de clases provocó una nueva alianza entre la burguesía y la nobleza, sin la cual las revueltas proletarias no hubieran podido ser derrotadas. De hecho, es difícil aceptar la afirmación que a menudo hacen los historiadores de acuerdo a la cual estas luchas no tenían posibilidades de éxito debido a la estrechez de su horizonte político y «lo confuso de sus demandas». En realidad, los objetivos de los campesinos y artesanos eran absolutamente transparentes. Exigían que «cada hombre tuviera tanto como cualquier otro» (Perenne, 1937: 202) y, para lograr este objetivo, se unían a todos aquellos «que no tuvieran nada que perder», actuando conjuntamente, en distintas regiones, sin miedo a enfrentarse con los bien entrenados ejércitos de la nobleza, y esto a pesar de que carecían de saberes militares.
 

Si fueron derrotados, fue porque todas las fuerzas del poder feudal —la nobleza, la Iglesia y la burguesía—, a pesar de sus divisiones tradicionales, se les enfrentaron de forma unificada por miedo a una rebelión proletaria. Efectivamente, la imagen que ha llegado hasta nosotros de una burguesía en guerra perenne contra la nobleza y que llevaba en sus banderas el llamamiento a la igualdad y la democracia es una distorsión. En la Baja Edad Media, dondequiera que miremos, desde Toscana hasta Inglaterra y los Países Bajos, encontramos a la burguesía ya aliada con la nobleza en la eliminación de las clases bajas.(35) La burguesía reconoció, tanto en los campesinos como en los tejedores y zapateros demócratas de sus ciudades, un enemigo mucho más peligroso que la nobleza —un enemigo que incluso hizo que valiese la pena sacrificar su preciada autonomía política. Así fue como la burguesía urbana, después de dos siglos de luchas para conquistar la plena soberanía dentro de las murallas de sus comunas, restituyó el poder de la nobleza subordinándose voluntariamente al reinado del Príncipe y dando así el primer paso en el camino hacia el Estado absoluto.


John Hus martirizado en Gottlieben sobre el Rin en 1413.
Después de su muerte sus cenizas fueron arrojadas al río.
Alberto Durero, La caída del hombre (1510)
Esta escena impactante sobre la expulsión de Adán y Eva de los Jardines del Edén evoca la expulsión del campesinado de sus campos comunes, que comenzaba a ocurrir en Europa occidental exactamente al mismo tiempo que Durero producía este trabajo.


Notas:

34- Así, la proliferación de burdeles públicos estuvo acompañada por una campaña contra los
homosexuales que se extendió incluso a Florencia, donde la homosexualidad era una parte
importante del tejido social «que atraía a hombres de todas las edades, estados civiles y niveles
sociales». La homosexualidad era tan popular en Florencia que las prostitutas solían usar ropa
masculina para atraer a sus clientes. Los signos de cambio vinieron de dos iniciativas introducidas
por las autoridades en 1403, cuando la ciudad prohibió a los «sodomitas» acceder a cargos
públicos e instituyó una comisión de control dedicada a extirpar la homosexualidad: la Oficina de
la Decencia. Significativamente, el primer paso que dio la oficina fue preparar la apertura de un
nuevo burdel público, de tal manera que, en 1418, las autoridades aún seguían buscando medios
para erradicar la sodomía «de la ciudad y el campo» (Rocke, 1997: 30-2, 35). Sobre la promoción
de la prostitución financiada públicamente como remedio contra la disminución de la población y la
«sodomía» por parte del gobierno florentino, véase también Richard C. Trexler (1993: 32):


Como otras ciudades italianas del siglo XV, Florencia creía que la prostitución patrocinada
oficialmente combatía otros dos males incomparablemente más importantes desde el
punto de vista moral y social: la homosexualidad masculina —a cuya práctica se atribuía
el oscurecimiento de la diferencia entre los sexos y por lo tanto de toda diferencia y
decoro— y la disminución de la población legítima como consecuencia de una cantidad
insuficiente de matrimonios.


Trexler señala que es posible encontrar la misma correlación entre la difusión de la homosexualidad,
la disminución de la población y el auspicio estatal de la prostitución en Lucca, Venecia y Siena entre
finales del siglo XIV y principios del XV; señala también que el crecimiento en cantidad y poder
social de las prostitutas condujo finalmente a una reacción violenta, de tal manera que mientras que:
[A] comienzos del siglo XV predicadores y estadistas habían creído profundamente [en
Florencia] que ninguna ciudad en la que las mujeres y los hombres parecieran iguales
podía sostenerse por mucho tiempo […] un siglo más tarde se preguntaban si una
ciudad podría sobrevivir cuando las mujeres de clase alta no pudieran distinguirse de las
prostitutas de burdel (Ibidem: 65).


35- En Toscana, donde la democratización de la vida política había llegado más lejos que en
cualquier otra región europea, en la segunda mitad del siglo XV se dio una inversión de esta
tendencia y una restauración del poder de la nobleza promovida por la burguesía mercantil con
el fin de bloquear el ascenso de las clases bajas. En esa época se produjo una fusión orgánica
entre las familias de los mercaderes y las de la nobleza, por medio de matrimonios y prerrogativas
compartidas. Esto dio por terminada la movilidad social, el logro más importante de la sociedad
urbana y de la vida comunal en la Toscana medieval (Luzzati, 1981: 187, 206).



Silvia Federici

 Fuente: Libro Calibán y la Bruja (pág. 78-84)

lunes, 24 de noviembre de 2014

Acoso callejero y Estado policial: Una necesaria crítica desde el feminismo


La masa enardecida en hora pico me arrastró hasta el fondo del vagón. Cuando el tren emprendió su marcha y hube logrado hacerme de un espacio propicio, saqué mi libro y continué la lectura. Dejé de atender agudamente al texto para fijarme que el roce que sentía contra mis nalgas fuese sólo el del bolso de algún pasajero, de algún igual. No vi bolsos, pero tampoco actitudes sospechosas en los hombres que viajaban a mis espaldas, así que traté de retomar la lectura. No obstante, el roce continuó pasados unos minutos y esta vez lo dejé avanzar para corroborar mis sospechas. La mano se coló hasta rozar mi vulva y fue entonces cuando me volteé ya segura de la agresión y golpeé la espalda del infame, le arranqué los audífonos con los que fingía abstraerse de su entorno, lo insulté y le deseé una muerte violenta. Aunque grité para todo el vagón el porqué de mi arrebato, nadie se solidarizó conmigo. Todos me miraron como si yo fuese una desequilibrada y aquel hombre, la víctima indefensa de una loquita violenta.

Ese día lloré hasta llegar a la oficina en la que trabajaba. Cuando comenté lo que me había ocurrido recibí comentarios que iban desde “es lo normal, nos pasa a todas” a “eso te pasa por andar tan bonita”. Entonces sentí que el ultraje era continuado, que la agresión no paraba allí, porque resulta sumamente violento no encontrar solidaridad por parte de tus pares sino esa increíble tendencia a naturalizar las agresiones machistas o a considerarlas consecuencia de una provocación que causas por el simple hecho de ser mujer o tener determinados rasgos físicos o vestirte de cierto modo. No podía ser de otra manera, yo trabajaba en una oficina en la que las agresiones machistas eran el pan de cada día porque la estructura organizativa y jerárquica estaba minada de vicios patriarcales. Llegado a ese punto, yo no sólo había sufrido “acoso callejero” sino algo mucho más complejo: yo había sido víctima de la violencia machista. Una violencia machista que ejerció no sólo el hombre que metió su mano entre mis piernas sino que ejercieron todos los pasajeros del vagón que optaron por desatender mi reclamo y mirarme con desprecio. Violencia machista que también ejercieron mis compañeras de la oficina al naturalizar aquel evento o al culpabilizarme por él. Queda perfectamente claro que a las mujeres jamás nos alcanzará con elevar consignas contra el llamado “acoso callejero” si no damos la pelea por desmontar toda una estructura de violencia patriarcal.

Pero, ¿cuál es la primera imagen que se viene a nuestras mentes cuando escuchamos la frase “acoso callejero”? Lo más seguro es que nuestro imaginario se colme de agresiones verbales a mujeres transeúntes por parte de los trabajadores de la construcción o, efectivamente, tocamientos no autorizados entre usuarios del transporte público. Lo cierto es que las consignas contra el acoso callejero casi siempre dejan de lado un análisis estructural de la violencia y se limitan a una perspectiva altamente clasista en donde el machismo del obrero, del trabajador que usa el metro, es el único que hay que combatir. Nada se dice del machismo institucional, del machismo que ejercen funcionarios, patrones, gerentes, militares. Sobre ese jefe de oficina que recluta mujeres jóvenes para manipularlas emocional y psicológicamente, llevarlas a su cama y hacerlas luego cómplices de actos de corrupción, nada se dirá en las protestas contra el acoso callejero. Las consignas contra el acoso callejero dejan de lado el necesario cuestionamiento sobre la violencia a la que son sometidas muchas mujeres trabajadoras, deja de lado la violencia sexista que afecta a la infancia, a la lesbiana por ser lesbiana, al gay por ser gay, al transexual por ser transexual. Reducir la lucha contra la violencia machista a la batalla contra el acoso callejero es un acto profundamente clasista que termina por desvirtuar la imagen del verdadero objetivo a destruir, que no es otro que el sistema capitalista patriarcal.

Los prejuicios clasistas que soportan muchas de las campañas contra el acoso callejero también permiten que surjan publicidades como la titulada “Hungry Builders” de Snickers, que básicamente asocia el comportamiento machista con el hambre de los trabajadores (1). O los “experimentos sociales” en los que una mujer “se disfraza de obrero” para piropear a hombres transeúntes (2). ¿Podemos las feministas revolucionarias ser partidarias de este tipo de razonamientos? Honestamente, no lo creo. Los prejuicios clasistas también dan pie al surgimiento de iniciativas como las de los vagones sólo para mujeres, que representan la certeza de que la convivencia popular en respeto es imposible y por tanto toca separarnos en el orden binario que impone la misma sociedad héteropatriarcal y capitalista que soporta la violencia que padecemos.  Los prejuicios clasistas también permiten la policialización de los sistemas de transporte público, como es el caso del Transmilenio de Bogotá, en el que mujeres policías vestidas de civil asumen que “la idea es ser una tentación” para poder identificar, individualizar y judicializar a posibles agresores sexuales. (3) ¿Acaso las mujeres debemos esperar que las fuerzas represivas de los Estados, instituciones inherentemente patriarcales, sean las que nos defiendan de agresiones machistas? ¿Esta lógica policial es coherente con las luchas que las mujeres elevamos desde una perspectiva feminista o será el acoso sexual callejero la excusa con la que los Estados pretenden agudizar sus mecanismos de control e intimidación contra la población y la clase trabajadora en especial (que es la que mayoritariamente usa el servicio de transporte público)?

Que nuestras consignas contra el acoso callejero estén siendo empleadas por los Estados para consolidar mecanismos represivos debería llamarnos a la revisión, pues resulta por lo menos sospechoso que de repente se destinen cuantiosas sumas de dinero para “combatir el acoso callejero”. ¿Quién determinó que las prioridades de las mujeres eran justamente esas? En el contexto latinoamericano las llamadas leyes “antiterroristas”,  requisitos del FMI y el BM para garantizar confianza entre las burguesías, están sirviendo para avalar montajes contra luchadores sociales y criminalizar cualquier tipo de protesta. Incluso en países como Venezuela, en donde hay un gobierno que se dice socialista y que en algún momento gozó de un considerable apoyo popular, esta legislación fue aprobada y ha servido al gobierno para criminalizar las huelgas obreras, promover la infiltración de “informantes anónimos” y convalidar montajes judiciales. En Venezuela hay  más de dos mil quinientos dirigentes campesinos, trabajadores, activistas comunitarios y luchadores judicializados gracias a esta ley. Las feministas latinoamericanas no podemos darnos el lujo de desatender esta realidad y avalar campañas o iniciativas que con la excusa de combatir el acoso callejero puedan servir para criminalizar a nuestra clase trabajadora. Por eso es preocupante que en Chile, la directora ejecutiva del Observatorio contra el Acoso Callejero, María Francisca Valenzuela, se pronuncie en favor de las “brigadas anti-manoseos” de Transmilenio-Bogotá y sugiera que “claramente debería ser considerada por las autoridades del país” (4). ¿Acaso esta funcionaria desconoce todas las denuncias que han hecho las mujeres de su país contra las agresiones sexuales que han recibido por parte de Carabineros de Chile en el marco de protestas sociales? (5) Parece increíble que se pueda dar la espalda a la realidad en nombre de una campaña financiada por la ONU y la UE. ¿Increíble? Qué va… de lo que se trata es de mantener las subvenciones, por supuesto. 

Todas estas campañas se sustentan sobre la idea de que la mujer es un ser vulnerable y pasivo que demanda la protección de las fuerzas represivas del Estado. Por ello son funcionales al sistema capitalista y patriarcal y por ello debemos hacerles frente con ojo crítico y desmontar toda la carga opresiva que suelen traer consigo.

Lo que trato de acotar en estas líneas es que el tema de las agresiones machistas no debe dejar de lado una perspectiva de clase que nos permita profundizar en mecanismos de combate mucho más efectivos. Corresponde entonces cuestionar desde la raíz. Y la raíz siempre nos conmina a empinar el tallo. Somos las mujeres las que debemos garantizar nuestra propia defensa, nada debemos esperar de las instituciones represivas.

Las mujeres debemos tomar consciencia de nosotras y para nosotras. Cuando el cuerpo de una mujer es expuesto por vallas publicitarias bajo cánones sexistas, las expuestas somos todas. Cuando el cuerpo de una mujer es comprado para satisfacer apetencias sexuales, las compradas somos todas. Cuando el cuerpo de una mujer es violentado por el simple hecho de ser un cuerpo de mujer y ocupar un espacio público, las violentadas somos todas. Por ello, uno de los mecanismos colectivos de defensa que debemos comenzar a desarrollar tiene que ser bajo esta certeza. En la medida en que seamos solidarias las unas con las otras, que salgamos en defensa de la mujer que también somos, en esa medida iremos construyendo sólidas formas de resistencia ante el sistema héteropatriarcal. Que ninguna mujer naturalice la violencia contra otra mujer, que ninguna culpe a otra de portar “tentaciones” en su cuerpo. Ya basta de multiplicar el machismo estructural y ocupemos los espacios públicos con la determinación de la defensa.

Una disposición individual y colectiva para la defensa ante las agresiones machistas en todos los ámbitos del quehacer social tendría que garantizar el desarrollo de estrategias para la autodefensa. Confrontar al acosador, es necesario. Sea el obrero de la construcción o el gerente patrón, ese hombre deberá recibir la solidez de nuestras miradas y la altivez de nuestras voces sin miedo. Deberá escucharnos decir en alta voz que su opinión sobre nuestros cuerpos no nos interesa, que sus actos han vulnerado nuestros espacios y que deberá crecerse en autocontrol si querrá convivir en sociedad. El machista ha sido educado para concebir a la mujer como un cuerpo que pasa. Y nuestro silencio evasivo no ayuda. Así que lo mejor será detenernos y hacernos escuchar. Las feministas no queremos “brigadas anti-manoseos”, pero estamos dispuestas a ser pandilla justiciera al mejor estilo de las Gulabi Gang. Exigimos respeto y lo forjaremos por cuenta propia.



(1) http://youtu.be/lTNAAHLZx8M

(2) http://youtu.be/eTh6EeaZDDQ

(3) http://www.eltiempo.com/bogota/mujeres-policias-en-transmilenio-contra-el-abuso-sexual/14315664

(4) http://noticias.terra.cl/chile/mujeres-exigen-brigada-anti-manoseo-en-el-transantiago,3a75b6bae7397410VgnVCM10000098cceb0aRCRD.html

(5) http://lamansaguman.cl/2012/08/un-patron-de-abusos-contra-las-mujeres-manifestantes/




Fuente: El canto de la Arpia


viernes, 21 de noviembre de 2014

Teresa Claramunt - por Antonia Maymón




A una carta de nuestra Federica participándole que Teresa Claramunt se estaba muriendo, la querida compañera Antonia Maymón contestó con las siguientes cuartillas:


«Para EL LUCHADOR»
  
Teresa Claramunt se muere, acabo de recibir la noticia que me comunica mi excelente amiga Montseny.

Yo, que nunca me he distinguido por elogios encomiásticos y que muy pocas veces he traído a cuento a nuestros grandes hombres, siento, ante la carta de mi amiga, las lágrimas en mis ojos y el dolor en mi corazón.

Y es que Teresa está ligada a mis primeros pasos en el ideal que tanto amo. Cuando yo la conocí, mujer fuerte y valerosa, luchadora infatigable, representaba para mi, jovencita imbuida todavía de mil prejuicios, resabios del  ambiente burgués y reaccionario que había respirado hasta hacía poco, un cumulo de perfecciones.

¡La he respetado siempre como a una madre! ¡Me ha querido como a una hija! La represión de 1911 nos lanzó, a ella a la cárcel, a mí al destierro.

Después, la vida nos ha separado y reunido muchas veces, no siempre hemos estado en todo de acuerdo, mas si siempre la quise, sus últimos anos de enfermedad, que la iban convirtiendo en un ser cada día más inútil.

—¡a ella, más acción que otra cosa!—, me acercaban más a su persona.

Frente a la abulia femenina y la muñequita de biscuit, de labios pintados y mejillas maquilladas, es Teresa un trozo de mi sensibilidad, cultivada en el ideal ácrata, amor de mis amores.

Nada de alabanzas ni recordatorios, un pensamiento de amor para su memoria, un deseo de que tenga muchas imitadoras. 


El luchador, 24 de abril de 1931, Barcelona