lunes, 29 de abril de 2013

El verdadero origen del 1º de Mayo (día internacional de los trabajadores)

Los Mártires de Chicago

"La ley está en juicio. La anarquía está en juicio. El gran jurado ha escogido y acusado a estos hombres porque fueron los líderes. No son más culpables que los miles que los siguieron. Señores del jurado, condenen a estos hombres, denles un castigo ejemplar, ahórquenlos y salven nuestras instituciones, nuestra sociedad."

Corría el año de 1877 y las huelgas de los ferroviarios, las reuniones y las grandes movilizaciones en Estados Unidos eran reprimidas a balazos, golpes y prisión. Estas mismas tácticas represivas y la necesidad imperiosa por la defensa y la asociación para buscar mejoras en las condiciones de trabajo que en ese tiempo eran de semiesclavitud dieron pie a la gestación de un movimiento de resistencia y lucha de trabajadores que algunos años mas tarde daría sus frutos.

En 1880 quedó conformada la federación de organizaciones de sindicatos y trade unions (Federation of Organized Trades and Labor Unions), y en 1884 se aprobó una resolución para establecer a partir del primero de mayo de 1886, mediante la Huelga General en todo EEUU, las ocho horas de trabajo. Esto despertó un interés y un apoyo generalizado, ya que por aquella época el horario de trabajo obligatorio era de 10, 12 o 14 horas diarias normalmente. De estas jornadas tampoco estaban excluidos l@s miles de niñ@s, ni por supuesto las mujeres a quienes se les pagaban salarios inferiores, sin mencionar que de por sí los salarios eran muy bajos y las condiciones de trabajo insalubres. La efervescencia fué tal en todo EEUU que los sindicatos y las trades unions aumentaban geométricamente. Por ejemplo, el número de miembros de los Caballeros del Trabajo subió de 100.000 en el verano de 1885 a 700.000 al año siguiente.

En 1885 volaba de mano en mano entre los trabajadores de EEUU una octavilla que decía:

"¡Un día de rebelión, no de descanso! (...) Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana". La víspera del Primero de Mayo, el periódico anarquista Arbeiter Zeitung, dirigido por August Spies, publicó los siguientes comentarios que muestran el tono de confrontación que imperaba: "¡Adelante con valor! El Conflicto ha comenzado. Un ejército de trabajadores asalariados está desocupado. El capitalismo esconde sus garras de tigre detrás de las murallas del orden. Obreros, que vuestra consigna sea: ¡No al compromiso! ¡Cobardes a la retaguardia! ¡Hombres al frente!"

El 1º de Mayo de 1886 la paralización de los centros de trabajo se generalizó. La huelga paralizó cerca de 12.000 fábricas a través de los EEUU. En Detroit, 11.000 trabajadores marcharon en un desfile de ocho horas. En Nueva York, una marcha con antorchas de 25.000 obreros pasó como torrente de Broadway a Union Square; 40.000 hicieron huelga. En Cincinnati un batallón obrero con 400 rifles Springfield encabezó el desfile. En Louisville, Kentucky, más de 6000 trabajadores, negros y blancos, marcharon por el Parque Nacional violando deliberadamente el edicto que prohibía la entrada de gente de color. En Chicago que era el baluarte de la huelga, paró casi completamente la ciudad. 30.000 obreros hicieron huelga, aunque empresas como en la fábrica de materiales de Mc Cormick y alguna otra se dieron a la tarea de contratar esquiroles. El día 2 se realizó un mitin de los obreros despedidos de Mc Cormick para protestar por los 1.200 despidos y los brutales atropellos policiales. Mientras Spies dirigía su discurso a un grupo de 6000 a 7000 trabajadores, unos cuantos centenares fueron a recriminar su actitud a los esquiroles que en ese momento salían de la planta. Rápidamente llegó la policía, cuya acción dejó seis muertos y gran cantidad de heridos. La indignación ganó los corazones de los trabajadores movilizados. Spies corrió a las oficinas del Arbeiter Zeitung y publicó allí un manifiesto que fué distribuido en todas las reuniones obreras: "(...) Si se fusila a los trabajadores responderemos de tal manera que nuestros amos lo recuerdarán por mucho tiempo (...)".


Disturbios obreros de Mc Cormick
Disturbios durante la concentración frente a Mc Cormick

El 3 de mayo, el crecimiento de la huelga era "alarmante". En el movimiento participaban más de 340.000 trabajadores por todo el país, 190.000 de ellos en huelga. Solo en Chicago, 80.000 hacían huelga. En este momento candente, el Arbeiter Zeitung hizo un llamamiento a la lucha armada, como siempre lo había hecho, salvo que ahora tenía un claro tono de urgencia:

"La sangre se ha vertido. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. La milicia no ha estado entrenándose en vano. A lo largo de la historia el origen de la propiedad privada ha sido la violencia. La guerra de clases ha llegado.... En la pobre choza, mujeres y niños cubiertos de retazos lloran por marido y padre. En el palacio hacen brindis, con copas llenas de vino costoso, por la felicidad de los bandidos sangrientos del orden público. Séquense las lágrimas, pobres y condenados: anímense esclavos y tumben el sistema de latrocinio."

En las salas de reunión de los proletarios rugían intensos debates; "el tigre capitalista" efectivamente había atacado y miles debatían cómo responder. Importantes facciones querían una insurrección. Se convocó una reunión popular en la plaza Haymarket para la noche del 4 de mayo. Preocupados por la posibilidad de una emboscada, los organizadores escogieron un lugar abierto y grande con muchas rutas de escape. Después de una reñida disputa retiran su llamamiento a un mitin armado y en su lugar convocan un mitin con el mayor número de asistentes posible. El 4 de mayo, todo Chicago está en huelga.


Cartel del mitin en Haymarket.
Grandes oradores harán presencia para denunciar las últimas atrocidades cometidas
por la policia, los disparos a nuestros compañeros de clase ayer por la tarde.
¡Trabajadores armaros y haced fuerte presencia!

Por la mañana la policía atacó una columna de 3000 huelguistas. Por toda la ciudad se formaron grupos de trabajadores. Al atardecer, Haymarket era una de las muchas reuniones de protesta, con 3000 participantes. Los discursos siguieron, uno tras otro, desde la parte de atrás de un vagón. Al comenzar a llover, la reunión se disolvió.


Fotos e imagenes de Haymarket.
Imagen de Haymarket momentos antes de la explosión


De repente, cuando solamente quedaban 200 asistentes, un destacamento de 180 policías fuertemente armados se presentó y un oficial ordenó dispersarse, a pesar de tratarse de un mitin legal y pacífico. Cuando el capitán de policía se volvió para dar las órdenes a sus hombres, una bomba estalló en sus filas. La policía transformó a Haymarket en una zona de fuego indiscriminado, descargando salva tras salva contra la multitud, matando a varios e hiriendo a 200. En el barrio reinaba el terror; las farmacias estaban apiñadas de heridos. Siete agentes murieron, la mayoría a causa de balas de armas de la policía.


Estallido de la bomba en Haymarket.
Tras el estallido la policia cargó contra los manifestantes

La clase dominante usó este incidente como pretexto para desatar su planeada ofensiva en las calles, en los tribunales y en la prensa. Comenzó una caza de brujas en contra, principalmente, de los anarquistas. Se clausuraron los periódicos, se allanaron las casas y locales obreros y los mítines fueron prohibidos a lo largo y ancho de todo el pais. Los medios de comunicación se abalanzaron contra todo lo que tuviera signo de revolucionario o subversivo y a los mil vientos lanzaban proclamas a la horca y al patíbulo.

El 5 de mayo en Milwaukee, la milicia del Estado respondió con una masacre sangrienta en un mitin de trabajadores; acribillaron a ocho trabajadores polacos y un alemán por violar la ley marcial. En Chicago, se llenaron las cárceles de miles de revolucionarios y huelguistas. Arrestaron a todo el equipo de imprenta del Arbeiter Zeitung y la policía detuvo a 8 anarquistas: George Engel, Samuel Fielden, Adolf Fischer, Louis Lingg, Michael Schwab, Albert Parsons, Oscar Neebe y August Spies. Todos eran miembros de la IWPA (Asociación Internacional del Pueblo Trabajador), asociación de corte -de lo que años después se denominaría como- anarcosindicalista.


Los Mártires de Chicago - (De izquierda a derecha) George Engel,   Samuel Fielden, Adolph Fischer, Louis Lingg, Michael Schwab, Albert   Parsons, Oscar Neebey August Spies.

El juicio fue totalmente manipulado, en todos los sentidos, siendo mas bien un linchamiento. Se les acusaba de complicidad de asesinato aunque nunca se les pudo probar ninguna participación o relación con el incidente de la bomba ya que la mayoría no estuvo presente y uno de los dos que estuvieron presentes era el orador en el momento que la bomba fue lanzada.

No se siguió el procedimiento normal para la elección del jurado, que acabó siendo formado por hombres de negocios y un pariente de uno de los policías muertos, y en su lugar se nombró un alguacil especial quien se jactó: "estoy manejando este proceso y sé qué debo hacer. Estos tipos van a colgar de una horca con plena seguridad". Tuvieron lugar una infinidad de manipulaciones, amenazas y sobornos para que se dieran testimonios ridículos sobre conspiraciones. El asunto era simple y estaba todo muy claro; el mismo fiscal Grinnel lo dijo: "La ley está en juicio. La anarquía está en juicio. El gran jurado ha escogido y acusado a estos hombres porque fueron los líderes. No son más culpables que los miles que los siguieron. Señores del jurado, condenen a estos hombres, denles un castigo ejemplar, ahórquenlos y salven nuestras instituciones, nuestra sociedad". Todos fueron encontrados culpables y sentenciados a muerte, a excepción de Oscar Neebe, condenado a 15 años de prisión.


Fotos del juicio a los mártires de Chicago.
Sala del juicio durante la declaración de Parsons

La cuestión de quién arrojó la bomba se ha debatido pero jamás se ha resuelto. Parece que fue un tal Rudolf Schnaubelt y que la fabricó Louis Lingg (quien ciertamente defendía a gritos el uso de la dinamita). Una importante pregunta es quien era realmente Schnaubelt, pero no se ha encontrado respuesta.

A los condenados los llamaron a hablar antes de sentenciarlos. No mostraron ni arrepentimiento ni remordimiento, era la sociedad la que estaba en juicio, no ellos:

August Spies, nacido en Alemania en 1855, era un orador ardiente:

"Hemos explicado al pueblo sus condiciones y relaciones sociales. Hemos dicho que el sistema del salario, como forma específica del desenvolvimiento social, habría de dejar paso, por necesidad lógica, a formas más elevadas de civilización. Al dirigirme a este tribunal lo hago como representante de una clase enfrente de los de otra clase enemiga. Podéis sentenciarme, pero al menos que se sepa que en Illinois ocho hombres fueron sentenciados a muerte por creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el último triunfo de la Libertad y la Justicia». Y concluyó con estas palabras: «¡Mi defensa es vuestra acusación! Las causas de mis supuestos crímenes: ¡vuestra historia! (...) Ya he expuesto mis ideas. Constituyen parte de mi mismo y si pensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que día a día ganan más y más terreno, (...) si una vez más ustedes imponen la pena de muerte por atreverse a decir la verdad y los reto a mostrarnos cuándo hemos mentido digo, si la muerte es la pena por declarar la verdad, pues pagaré con orgullo y desafío el alto precio! ¡Llamen al verdugo!"

Alberto Parsons, nacido en EEUU en 1848:

"Yo como trabajador he expuesto lo que creía justos clamores de la clase obrera, he defendido su derecho a la libertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo. Yo creo que los representantes de los millonarios de Chicago organizados os reclama nuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa. ¿Y qué justicia es la vuestra? Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros, inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia. El capital es el sobrante acumulado del trabajo, es el producto del trabajo. La función del capital se reduce actualmente a apropiarse y confiscar para su uso exclusivo y su beneficio el sobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El sistema capitalista está amparado por la ley, y de hecho la ley y el capital son una misma cosa. ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americano y el del mundo entero. Quedará el veredicto popular para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa."

Jorge Engel, nacido en Alemania en 1836:

"¿Por qué razón se me acusa de asesino? Por la misma que tuve que abandonar Alemania, por la pobreza, por la miseria de la clase trabajadora. Sólo por la fuerza podrán emanciparse los trabajadores, de acuerdo con lo que la historia enseña. ¿En que consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizados en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza, y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, la libertad, el bienestar. Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da privilegio. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quienes son sus enemigos y sus amigos."

Adolfo Fischer, nacido en Alemania en 1857:

"En todas las épocas, cuando la situación del pueblo ha llegado a un punto tal que una gran parte se queja de las injusticias existentes, la clase poseedora responde que las censuras son infundadas, y atribuye el descontento a la influencia de ambiciosos agitadores. La historia se repite. En todo tiempo los poderosos han creído que las ideas de pro se abandonarían con la supresión de algunos agitadores; hoy la burguesía cree detener el movimiento de las reivindicaciones proletarias por el sacrificio de algunos de sus defensores. Pero aunque los obstáculos que se opongan al progreso parezcan insuperables, siempre han sido vencidos, y esta vez no constituirán una excepción a la regla. Este veredicto es un golpe de muerte a la libertad de prensa, a la libertad de pensamiento, a la libertad de la palabra en este país. El pueblo tomará nota de ello. Si yo he de ser ahorcado por profesar las ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo nada que objetar. Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie humana, entonces, yo les digo muy alto, disponed de mi vida."

Luis Lingg, nacido en Alemania en 1864:

"Para nosotros la tendencia del progreso es la del anarquismo, esto es la sociedad libre sin clases ni gobernantes, una sociedad de soberanos, en la que la libertad y la igualdad económica de todos producirían un equilibrio estable con bases y condición del orden natural». (...) «Me concedéis, después de condenarme a muerte, la libertad de pronunciar mi último discurso. Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿Y qué significan la ley y el orden? Yo repito que soy enemigo del orden actual y repito también que lo combatiré con todas mis fuerzas mientras tenga aliento para respirar... Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡AHORCADME!"

Surgió un gran movimiento en su defensa y se celebraron mítines por todo el mundo: Holanda, Francia, Rusia, Italia, España y por todo Estados Unidos. En Alemania, la reacción de los trabajadores sobre Haymarket perturbó tanto a Bismarck que prohibió toda reunión pública. Al aproximarse el día de la ejecución, cambiaron la sentencia de Samuel Fielden y Michael Schwab a cadena perpetua. Louis Lingg apareció muerto en su celda: un fulminante de dinamita le voló la tapa de los sesos. Sin más opciones, este fue su acto final de protesta.

Al mediodía del 11 de noviembre de 1887 sus carceleros los vinieron a buscar para llevarlos a la horca. Los cuatro (Spies, Engel, Parsons y Fischer) compañeros de lucha y de sueños emprendieron el camino entonando La Marsellesa Anarquista en aquel día que después fue sería conocido como el viernes negro.


Foto mártires anarquistas chicago.


«Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable». (Relato de la ejecución por José Martí, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires)

Mucho antes, a finales de mayo de 1886, varios sectores patronales ya habían accedido a otorgar la jornada de ocho horas a varios centenares de miles de obreros.

Más de medio millón de personas asistieron al cortejo fúnebre. Años después, en 1893, Fielden, Schwab y Neebe fueron perdonados y puestos en libertad. Cada 1 de mayo, en muchos paises del mundo, los anarquistas de Chicago son recordados como símbolo de dignidad de la clase trabajadora, menos en Estados Unidos. En 1938 se impuso la jornada laboral de 8 horas en todo el pais.

Irónicamente, pasado más de un siglo, en los mismos Estados Unidos y en Europa, cuna del movimiento obrero revolucionario, estas conquistas obreras están siendo revertidas por gobiernos y multinacionales sin apenas disparar un solo tiro, y sin tener que llevar a nadie a la horca. Ahora todo es más sutil, los sindicatos subvencionados están a disposición del mejor postor, traicionando los mandatos y olvidando las luchas y el sacrificio personal de miles de trabajadores y trabajadoras y de quienes, desde el aciago 1886, se les conoce como "los mártires de Chicago".

Los Mártires de Chicago. The Anarchists of Chicago. 

"Es ya de toda evidencia que el sindicalismo no logra sus fines por la cuota en metálico, aunque la utilice para la vida ordinaria, sino por la cuota en especie, formada por el pensamiento, por la voluntad, por la energía, por la esperanza, cuota que han de pagar con su asistencia, su acción y su responsabilidad todos los trabajadores para alcanzar los bienes individuales y colectivos correspondientes al hombre y a la humanidad, es decir, para realizar la emancipación."

A. Lorenzo


Fuente: CNT Madrid 



jueves, 25 de abril de 2013

Prólogo de Malatesta a Dictadura y revolución

En 1922 se publicó en Argentina, de mano de la Editorial Argonauta, el libro Dictadura y revolución, en el que el destacado anarquista italiano Luigi Fabbri analizaba la Revolución Rusa de 1917. Errico Malatesta escribió para esta ocasión un interesante prólogo, que ahora reproducimos, en el que sintetiza su pensamiento sobre los procesos revolucionarios y ofrece un punto de vista específicamente libertario, tan opuesto a la perspectiva marxista, sobre temas tan eternos como vigentes: el terror revolucionario, el papel de las vanguardias, la defensa de la revolución, las renuncias y sacrificios inherentes a toda transformación humana... No conviene olvidar que este prólogo está escrito en el verano de 1922, ocho años después de la Semana Roja italiana y ocho semanas antes de la Marcha sobre Roma de las escuadras fascistas. Quizás nunca como aquí se ha expresado tan claramente la necesaria coherencia entre fines y medios, que caracteriza a los anarquistas (La Alcarria Obrera)

Errico Malatesta 1853- 1932
A dos años de distancia de cuando fue escrito, el libro de Luis Fabbri acerca de la Revolución Rusa conserva todo su vigor y sigue siendo aún el trabajo más completo y orgánico que conozco sobre este argumento. Antes bien, los acontecimientos posteriores ocurridos en Rusia han venido a confirmar el valor del libro, dando una ulterior y más evidente confirmación experimental a las deducciones que Fabbri desentrañaba de los hechos conocidos hasta entonces y de los principios generales sostenidos por los anarquistas.
 
En este libro se pone de relieve la vieja, eterna oposición entre libertad y autoridad, que ha llenado toda la historia pasada y trabaja como nunca al mundo contemporáneo, decidiendo la suerte de las revoluciones en acción y de aquellas que aún están por venir.
 
La Revolución rusa se ha desarrollado con el mismo ritmo de todas las revoluciones pasadas. Después de un período ascendente hacia una mayor justicia y una mayor libertad, que duró en tanto la acción popular atacaba y destruía los poderes constituidos, ha sobrevenido desde el momento en que un nuevo gobierno logró consolidarse, el período de la reacción, la obra, a veces lenta y gradual, a veces rápida y violenta, del nuevo poder, encaminada a destruir en todo lo posible las conquistas de la revolución y a restablecer un orden que asegure la permanencia en el poder a la nueva clase gobernante y defienda los intereses de los nuevos privilegiados y de aquellos entre los viejos que consiguieron sobrevivir a la tormenta.
 
En Rusia, gracias a circunstancias excepcionales, el pueblo destruyó el régimen zarista, constituyó por libre y espontánea iniciativa sus soviets (que fueron comités locales de obreros y campesinos, representantes directos de los trabajadores y sometidos al contralor inmediato de los interesados), expropió a los industriales y a los grandes terratenientes y comenzó a organizar, sobre bases de igualdad y de libertad y con criterios de justicia, aunque fuera relativa, la nueva vida social.
 
Así la Revolución se iba desarrollando y efectuando el más grandioso experimento que la historia recuerde, se aprestaba a dar al mundo el ejemplo de un gran pueblo que pone en actividad, por su propio esfuerzo, todas sus facultades y alcanza su emancipación y organiza su vida de acuerdo a sus necesidades, a sus instintos, a su voluntad, sin la presión de una fuerza exterior que lo trabe y le obligue a servir los intereses de una casta privilegiada.
 
Desgraciadamente, sin embargo, entre los hombres que más contribuyeron a dar el golpe decisivo al viejo régimen hubo fanáticos doctrinarios, ferozmente autoritarios, porque tenían una convicción cerrada de poseer “la verdad” y de tener la misión de salvar al pueblo, el cual no lograría salvarse, según ellos, si no seguía estrictamente el camino que le indicaban. Aprovechando hábilmente el prestigio adquirido por la participación que habían tomado en la revolución y sobre todo la fuerza que les daba la propia organización, consiguieron apoderarse del poder, reduciendo a la impotencia a todos aquellos, y en especial manera a los anarquistas, que habían contribuido a la revolución tanto o más que ellos mismos, pero que no pudieron oponerse eficazmente a esa usurpación porque se encontraban disgregados, sin previos acuerdos, casi sin organización alguna.
 
Desde entonces la revolución estaba condenada.
 
El nuevo poder, como está en la naturaleza de todos los gobiernos, quiso absorber en sus manos toda la vida del país y suprimir cualquier iniciativa, cualquier movimiento que surgiera de las entrañas populares. Creó primero en su defensa un cuerpo de pretorianos y luego un ejército regular y una poderosa policía que igualó o superó en ferocidad y manía 1iberticida aun a la misma del régimen zarista. Constituyó una innumerable burocracia; redujo los soviets a simples instrumentos del poder central o los disolvió con la fuerza de las bayonetas; suprimió con la violencia, a menudo sanguinaria, toda oposición; quiso imponer su programa social a los obreros y campesinos reacios, y así desanimó y paralizó la producción. Defendió sin embargo con éxito el territorio ruso de los ataques de la reacción europea, pero no logró con ello salvar la revolución, pues ya la había despedazado por sí mismo, aunque buscara defender las apariencias formales. Y ahora se esfuerza en hacerse reconocer por los gobiernos burgueses, en entrar con ellos en relaciones cordiales, en restablecer el sistema capitalista... en suma, en sepultar definitivamente la revolución.
 
Así todas las esperanzas que la revolución rusa había suscitado en el proletariado mundial habrán sido traicionadas. Ciertamente Rusia no volverá a su estado anterior, pues una gran revolución no pasa sin dejar huellas profundas, sin sacudir y exaltar el alma popular y sin crear nuevas posibilidades para el porvenir. Pero los resultados obtenidos serán muy inferiores a los que hubieran podido realizarse y cuya realización en verdad se esperaba, y enormemente desproporcionados a los sufrimientos padecidos y a la sangre derramada.
 
No queremos profundizar demasiado la investigación de las responsabilidades. Desde luego una gran culpa del desastre cae sobre la dirección autoritaria dada a la revolución; buena parte de la culpa cae también sobre la particular psicología de los gobernantes bolcheviques que aun equivocándose y reconociendo y confesando sus errores, están siempre igualmente convencidos de ser infalibles y quieren siempre imponer por la fuerza su mutable y contradictoria voluntad. Pero es tanto o más cierto aún que esos hombres han debido afrontar dificultades inauditas y que quizás mucho de lo que nos parece erróneo y malvado ha sido el efecto ineluctable de la necesidad.
 
Y por eso nosotros nos abstendremos de dar un juicio, dejando para la posteridad el fallo de la historia serena e imparcial, si es verdad, después de todo, que sea posible una historia serena e imparcial. Pero existe en Europa todo un partido que está fascinado por el mito ruso y quisiera imponer a la próxima revolución los mismos métodos bolcheviques que han matado a la revolución rusa; y es urgente por lo tanto poner en guardia a las masas en general, y a los revolucionarios en especial, contra el peligro de las tentativas dictatoriales de los partidos bolchevizantes. Y Fabbri precisamente ha prestado un notable servicio a la causa, mostrando hasta la evidencia la contradicción que existe entre dictadura y revolución.
 
El argumento principal que utilizan los defensores de la dictadura; que continúa llamándose dictadura del proletariado, pero que es más, en realidad -ahora ya todos lo admiten- la dictadura de los jefes de un partido sobre toda la población, el argumento principal, decía, es el de la necesidad de defender la revolución contra las tentativas internas de restauración burguesa y contra los ataques que vinieran de los gobiernos exteriores, si el proletariado de esos países no supiera tenerlos a raya haciendo, o amenazando al menos, con hacer él mismo la revolución, tan pronto como el ejército se viera empeñado en una guerra.
 
No hay duda que es menester defenderse, pero del sistema que se adopte dependerá en gran parte la suerte de la revolución. Que si para vivir se debiera renunciar a la razón y a los fines de la vida, si para defender la revolución se debiera renunciar a las conquistas que constituyen el fin primordial de la revolución misma, sería preferible entonces ser vencidos honorablemente y salvar las razones del porvenir, que vencer traicionando la propia causa.
 
Es menester asegurar la defensa interna destruyendo radicalmente todas las instituciones burguesas y haciendo imposible cualquier retorno al pasado.
 
Es vano querer defender al proletariado contra los burgueses, poniendo a éstos en condiciones de inferioridad política. Entre tanto haya hombres que poseen y hombres que no poseen, los que poseen terminarán siempre burlándose de las leyes, aun más, apenas desvanecidas las primeras agitaciones populares serán ellos quienes irán al poder y harán las leyes.
 
Vanas son también las medidas de policía, que pueden servir bien para oprimir, pero que no servirán jamás para libertar.
 
Vano, y peor que vano homicida, es el llamado terror revolucionario. Verdad es que es tan grande el odio, el justiciero odio, que los oprimidos encierran en su alma, son tantas las infamias cometidas por los gobiernos y por los señores, son tantos los ejemplos de ferocidad que vienen desde lo alto, tanto el desprecio de la vida y de los sufrimientos humanos que ostentan las clases dominantes, que no hay que maravillarse si la venganza popular en un día revolucionario se desata terrible e inexorable. Nosotros no nos escandalizaremos y no trataremos de refrenarla sino por la propaganda, pues el quererla frenar por cualquier otro procedimiento nos llevaría a la reacción. Pero es verdad, según nosotros, que el terror es un peligro y no ya una garantía de éxito para la revolución. El terror en general cae sobre los menos responsables; otorga valor a los peores elementos, a aquellos mismos que hubieran sido esbirros y verdugos bajo el viejo régimen y se sienten felices de poder desahogar, en nombre de la revolución, sus perversos instintos y de poder satisfacer sus sórdidos intereses.
 
Y esto si se trata del terror popular ejercido directamente por las masas contra sus opresores directos. Que si luego el terror ha de ser organizado por un centro, hecho por orden del gobierno y por medio de la policía y de los llamados tribunales revolucionarios, entonces sería el medio más seguro para matar la revolución y sería ejercido, más que para daño de los reaccionarios contra los amantes de la libertad que resistieran a las órdenes del nuevo gobierno y ofendieran a los intereses de los nuevos privilegiados.
 
A la defensa, al triunfo de la revolución se provee interesando a todos en su éxito, respetando la libertad de todos y quitando a todos no sólo el derecho, sino aún la posibilidad de explotar el trabajo de los demás.
 
No es necesario someter los burgueses a los proletarios, sino abolir la burguesía y el proletariado, asegurando a cada uno la posibilidad de trabajar como mejor quiera y colocando a todos, a todos los hombres aptos, en la imposibilidad de vivir sin trabajar.
 
Una revolución social, que después de haber vencido está aun en peligro de ser sobrepujada por la clase desposeída, es una revolución que se ha detenido en la mitad del camino, y para asegurarse la victoria no tiene más que seguir siempre adelante, siempre más hondo.
 
Queda aún el problema de la defensa contra el enemigo de afuera.
 
Una revolución que no quiera terminar bajo el talón de un soldado afortunado no puede defenderse más que por medio de milicias voluntarias, haciendo en modo tal que cada paso dado por los extranjeros sobre el territorio insurrecto los haga caer en una trampa, procurando ofrecer todas las ventajas posibles a los soldados mandados por la fuerza y tratando sin piedad a los oficiales enemigos que vengan voluntariamente. Hay que organizar lo mejor posible la acción militar; pero es esencial evitar que aquellos que se especializan en la lucha militar ejerzan, en cuanto militares, una influencia cualquiera sobre la vida civil de la población.
 
Nosotros no negamos que desde el punto de vista técnico cuanto más un ejército sea dirigido autoritariamente tanta mayor probabilidad tendrá de victoria y que la concentración de todos los poderes en las manos de uno solo -se comprende que este uno debe ser un genio militar- constituiría un gran elemento de éxito.
 
Pero la cuestión técnica sólo tiene una importancia secundaria; y si por no arriesgar una derrota de parte del extranjero debiéramos arriesgamos a matar nosotros mismos la revolución, serviríamos muy mal a la causa.
 
Que el ejemplo de Rusia sea útil a todos.
 
Dejarse colocar un freno en la esperanza de ser mejor guiados no puede conducir más que a la esclavitud.
 
Que todos los revolucionarios estudien el libro de Fabbri. Es necesario para estar bien preparados y evitar los errores en que han caído los rusos.
 
Enrique Malatesta. Roma, Julio de 1922
 
 

La violencia del Estado y el derecho masivo a la desobediencia

El biólogo Humberto Maturana propone una definición de violencia, cuyo eje central es una demanda extrema de obediencia y sometimiento, sea esta realizada por medios directos o sutiles. Esta breve caracterización contiene como premisa básica, una negación de la legitimidad del otro. Entiendo como legitimidad del otro, su derecho a desarrollarse en forma integral de acuerdo a sus propias necesidades, en armonía con el resto, desde una noción general de interdependencia y reciprocidad basada en el mutuo reconocimiento de nuestras diferencias y de que aquello que es común.

En una sociedad jerarquizada ciertos valores hegemónicos son impuestos por la fuerza y la reproducción de la cultura, mediante justificaciones que van desde lo divino hasta falsificaciones de la historia con respecto a un contrato social. Los valores impuestos tienen como objetivo, por un lado un control conductual que asegure que cualquier otra forma de pensamiento y acción sea un anatema, y el perpetuar el sostenimiento de sistemas económicos que consoliden materialmente el poder de una minoría.

Las sociedades jerarquizadas al funcionar de esta manera, cultivan como emoción básica el miedo a las consecuencias negativas de resistir, en algún grado, la imposición de estos valores dominantes, que garantizan la explotación de amplios sectores de la población. El ser humano al ser una criatura que se reconoce a sí misma en relación con los otros, en una sociedad jerarquizada constantemente asume un rol de oprimido u opresor a distintas escalas familiar, laboral, social, etc. 

En definitiva es una relación en que los vínculos de solidaridad y confianza son sustituidos por protocolos de acción, implícitos o explícitos, de demanda de obediencia es decir una estructuración de la sociedad basada en la violencia, cuyo lenguaje son las leyes impuestas por la minoría en el poder y sus mucho más amplios colaboradores reproducidos por la cultura. Lo que conlleva que no puedan ser percibidas como relaciones violentas, además de que dichos comportamientos al ser absorbidos desde la niñez modifican nuestra propia fisiología en tal dirección.

En la sociedad capitalista se ha generado un discurso de aparente pluralidad y aceptación de todas las diferencias, pero como un tema meramente folclórico donde ningún modo de vida ajeno a los valores dominantes puede interrumpir en lo más mínimo el poder de la clase dominante, constituyendo una dictadura enmascarada en un relativismo cultural que golpea con tanta violencia como cualquier otro tipo de régimen totalitario.

Bajo este contexto en que las relaciones jerarquizadas son intrínsecamente violentas a nivel biológico y afectivo, cabe la pregunta si es legitimo confrontar con violencia esta estructura totalitaria que representa el estado y el capitalismo, en mi opinión, tal dilema es ficticio por la sencilla razón que toda la estructura jerarquizada es violenta en sí misma y si bien o quedamos sometidos a la violencia de otro o esta es ejercida contra otros o simplemente la volcamos contra nosotros mismos, como sucede en fenómenos psicosomáticos.

En mi opinión la pregunta relevante es como construimos un sistema social solidario y en ese sentido todas las estructuras verticales como el estado centralizado, deben ser sustituidas y superadas por estructuras de organización por libre asociación, horizontales y descentralizadas basadas en la empatía como base afectiva del apoyo mutuo. Lo que conlleva, como requisito, desmontar las bases económicas del poder también, es decir impedir la acumulación de capital en grupos económicos y la propiedad privada de bienes comunes, en síntesis que cada comunidad pueda hacerse cargo de los asuntos que son de su interés. 

En todo ese escenario, las acciones de resistencia y desobediencia, frente a las leyes y valores dominantes que no han emanado de más consenso que el que imponen la mentira y el exterminio, son totalmente lógicas, en la medida en que se convierten en las tácticas que posibilitan el derecho a rebelión de los pueblos oprimidos. 

Ante tales afirmaciones rápidamente se podría esgrimir la contradicción de fundar un sistema solidario desde la misma violencia que impone el estado. Sin embargo me parece que hay diferencias importantes: La violencia que impone el estado es un fenómeno sistemático, que invade toda la cotidianidad, a diferencia de la desobediencia y resistencia que es un fenómeno transitorio cuyo objetivo es la abolición de la imposición del control social. La violencia del estado mediante policías militarizadas es presentada en el discurso oficial como necesaria y deseable incluso ejerciéndose sobre los cuerpos de niños y personas desarmadas o débilmente armadas, en cambio la desobediencia y resistencia constituyen acciones de sabotaje o interrupción de la cotidianidad que tienen por objetivo dañar una estructura socioeconómica plenamente identificable y finalmente la violencia del estado a través de su policía militarizada tiende a lesionar, en forma grave tanto física como emocionalmente al disidente, con el fin de disuadirlo de persistir, en cambio la desobediencia o resistencia, a estos ataques tiene por objetivo la autodefensa, que permita que la disidencia asegure su supervivencia en el tiempo.


En esta perspectiva el tema de la desobediencia y resistencia, en cuanto a sus métodos, queda enmarcado a analizar que tácticas son liberadoras y útiles en un momento particular y no al hecho mismo de debatir si debemos mantenernos dentro de las leyes que emanan de imposiciones ilegitimas. Por lo que también es importante entender que el movernos dentro de una sociedad jerarquizada intrínsecamente violenta ha llevado a construir, en algunos sectores, una retorica incendiaria que en mi opinión fetichiza la violencia, lo que puede ser tan nocivo como el mas tímido de los reformismos, lo que es una victoria del propio sistema de dominación y que nos exige no olvidar que determinados medios tampoco son un fin en sí mismo y que una sociedad libertaria si bien requerirá de resistencia y desobediencia para construirse necesitara en mucha mayor cantidad de horizontalidad, solidaridad y apoyo mutuo lo que también tiene que quedar plasmado en las acciones y el discurso como objetivo central.

La violencia y las diversas formas de control social a las que somos sometidos son brutales, al punto que son naturalizadas por completo, y por lo mismo no podemos permitir que nos conquiste en forma tan intima mientras luchamos por defendernos y alcanzar nuestros objetivos. El adversario, la clase dominante, siempre tendrá diversos rostros y administradores con mayor grado de importancia y trascendencia unos que otros, pero ellos no son el objetivo principal sino los valores y la estructura jerarquizada intrínsecamente violenta que defienden.

La revolución no será un carnaval, pero tampoco tiene porque ser un baño de sangre masivo que ponga en riesgo a la propia humanidad, será ante todo un movimiento consciente que oponga una cultura propia solidaria y horizontal que reconozca como legitimo aquello que nos diferencia y lo que tenemos en común donde nadie tenga el poder de imponer estructuras de dominación, y en que la resistencia y la desobediencia serán una carta mas dentro de la baraja de la que en ningún caso se puede prescindir, quien así lo plantee en términos absolutos solo predica la moral hipócrita de nuestros opresores.






 

1º de Mayo de 1899: Los anarquistas y el origen del “día del trabajador” en la región chilena



“Y ese dolor vivo y profundo que nos impresiona y nos preocupa, que nos emociona y nos exalta, da ánimos al pueblo para seguir adelante, para continuar luchando a través de caídas y derrotas sobre las rutas prohibidas para llegar a ese mundo nuevo que los pueblos laboriosos y oprimidos del Universo llevaron siempre en su corazón como una esperanza y como una ansiada redención. Ese día venturoso, sin amos, libre, anárquico y sin fronteras, llegará…”
(Acción Directa, Santiago, 1º de Mayo de 1940)


Anarquistas en el 1° de Mayo de 1919, Santiago

1º de Mayo de 1899:  Los anarquistas y el origen del “día del trabajador” en la región chilena (extraído desde archivo histórico la revuelta)

Introducción

El Primero de Mayo es una fecha que desde sus inicios y con el transcurso de los años se ha consolidado como un día de ritualidad para los movimientos sociales anticapitalistas de todo el mundo. Por acuerdo de la II Internacional en Europa y a raíz de un hecho trágico en Estados Unidos, trabajadores y trabajadoras del orbe entero significaron la jornada como una fecha propia de vindicación y esperanzas revolucionarias.

Este breve escrito pretende traer a colación los eventos que dieron origen al día, del mismo modo que intenta dar un vistazo al significado que alcanzó cuando comenzó a ser recordado en la región chilena. Con este ejercicio pretendemos rescatar un par de cosas que no siempre se recuerdan -o se quieren recordar- al respecto, como por ejemplo, el origen y el cariz libertario del Primero de Mayo.

Hay quienes hoy (como ayer) prefieren hablar del día “del trabajo” en lugar del día “del trabajador”; y esa modificación no es ingenua. El Primero de Mayo fue vivido como un día de formación identitaria. Es decir, los trabajadores comprometidos revolucionariamente con el evento se daban cuenta de que sus miserias y sus esperanzas de cambio se correspondían con las de millones de parias repartidos por todo el mundo. Pues -y como indica Peter Deshazo para el caso local-, debido a la naturaleza “altamente emocional, ideológica y rebelde,  el 1 de mayo, mas que cualquier otro evento por separado, inculcaba un sentimiento de identidad de clase en los trabajadores urbanos”[1]. El clasismo de aquellos trabajadores, entendido como su identificación igualitaria con sus pares y en contraposición a la burguesía, se alimentaba con este tipo de jornadas, y el recuerdo de éstas –a su vez- se conformaba en un espacio creador de clasismo obrero. Por eso para muchos era (y es) mejor “celebrar” el Trabajo y no al Trabajador. Después de todo –nos dirán los empresarios y sus defensores-, no es bueno que el empleado se identifique como miembro de una clase social (la obrera o popular), se pone muy revoltoso. Es mejor que tome conciencia de que sin trabajo no hay pan; de que sin ser un buen operario, un buen esclavo, no hay derecho al bienestar.

Otros dirán que el 1º de Mayo es un fetiche más dentro del trasnochado intento por cambiar el mundo, trozo además de un análisis clasista de la sociedad que está superado. En parte es cierto, la conflagración ya no es (y nunca lo fue) exclusivamente entre un burgués gordinflón con sombrero de copa y una masa temeraria de descamisados proletarios: las cosas son mucho más complejas. Pero hay que advertir que en la época en que se ambienta la presente investigación, dichos conceptos (proletariado, lucha de clases, etcétera) no eran tan relativos como hoy. Pues, en función de esas nociones los trabajadores revolucionarios las emprendieron contra el sistema en el que padecían material, moral, cultural y políticamente. Además, hay mucho que no ha sido transformado, ni por el tiempo y ni siquiera por aquellos auto-reclamados revolucionarios que se han trepado hasta los círculos del poder ejecutivo para dirigir desde allí los cambios. La vida en el orden actual depende del trabajo asalariado, y mientras esa realidad permanezca incólume –aunque se le disfrace- la violencia y la lucha entre quien entrega el servicio generador de riqueza (el trabajador) y quien posee el control sobre la industria productora, seguirá en pie. Por eso el 1º de Mayo sigue siendo actual. Porque este día nació como promesa de rebelión contra la explotación del dinero.

Y bueno, llegamos al 1º de Mayo en la región chilena. Lo que se ha escrito sobre el tema es de variada extensión, dedicación y contenido. Dos trabajos pueden ser considerados como pioneros al respecto, uno bajo la autoría de Mario Garcés y Pedro Milos llamado Los sucesos de Chicago y el primero de Mayo en Chile; y otro, debido a Osvaldo Arias, titulado El 1°. de Mayo en América Latina: historia de las primeras celebraciones. Ambos nos entregan importante información sobre las conmemoraciones en otros espacios latinoamericanos y respecto al carácter de éstas en décadas recientes. Luego, nos corresponde observar que la mayoría de los libros, tesis y artículos que se han escrito sobre el movimiento obrero y popular en estas tierras (o sobre temáticas relacionadas), han rozado el tema y le han dedicado algún espacio, desde una cita o un renglón, hasta un par de páginas. Si bien todas estas investigaciones sirven en diversas medidas para desentrañar lo que buscamos, la divergencia de enfoques y datos contenidos en cada una de ellas hace que exista una cierta confusión respecto a la cuestión. Significativo de lo anterior es el nulo acuerdo existente para determinar cuando fue la vez primera en que los mártires de Chicago fueron conmemorados en la región chilena: 1892, 1893, 1897, 1898, 1899 y 1903 son las fechas que se han barajado, pero casi ninguna debidamente sustentada[2].

Aparte de intentar develar aquel misterio (la primera conmemoración) nos gustaría introducir una temática que ha sido, a nuestro juicio, escasamente abordada. Después de todo la idea es construir colectivamente un aporte, no solo un recuento. En este sentido hemos tomado como principal novedad, entre otros detalles, la influencia de los anarquistas de la región argentina en el 1º de mayo en estos lindes.

Pero antes de llegar al preciso día quisiéramos, para entender el escenario que cobijó el evento, dar una breve mirada al estado de las luchas sociales, así como a la situación orgánica de los anarquistas locales que, pensamos, fueron sus principales gestores. En aquel tiempo las fronteras entre ideologías –como veremos más adelante- eran bastante difusas, mas, consideramos que fueron los libertarios (antes que las otras corrientes) los que pueden ser apreciados como principales motores de la introducción del 1º al calendario popular local, tanto por el esfuerzo como por la insistencia desplegados en tal dirección.


La cuestión social y el movimiento obrero y popular en la alborada del siglo XX

                El siglo XIX se marchó dejando tras de sí un alarmante escenario. Arreciaba en esta región lo que se ha dado en llamar “la cuestión social” lo que, en resumidas cuentas, es la serie de problemas derivados del proceso de transición de una economía generalmente agraria a una predominantemente urbana e industrial[3]. Esquemáticamente, el fenómeno relata la emigración de innumerables multitudes de campesinos –jóvenes en su mayoría- hasta los centros económicos ubicados en puertos, industrias y enclaves mineros. Las ciudades no fueron capaces de resistir la irrupción de las masas en vías de proletarización, lo cual conllevó a que éstas fueran obligadas a vivir hacinadas, provocándose así (entre otras cosas) que Chile fuera el Estado con mayor tasa de mortalidad infantil del continente[4].

                Las clases laboriosas estaban condenadas a padecer los embistes del capitalismo. No existían leyes que les protegieran en el trabajo, en muchas partes se pagaba con fichas y no con dinero, la educación era privilegio de pocos. Estaban solos, el Estado residía ligado a las redes de poder de la oligarquía y en esa situación su posición frente a los obreros generalmente no fue de neutralidad o simpatía, sino de confrontación. Quizás el mejor argumento en tal sentido nos lo da él mismo cuando mediante su Ejército asesinó a cientos de trabajadores en 1890, 1903, 1905, 1906, 1907, y aún hasta mucho después. La Iglesia alguna vez intentó ayudar, pero su nivel influencia era mínimo en comparación al sindicalismo laico y, de hecho, el nivel de desprestigio de su obra era tal que no pocas veces se les expulsó de reuniones obreras. No sin cierta razón muchos trabajadores veían en su obra mero asistencialismo y defensa del orden. Después de todo, los altos prelados estaban íntimamente ligados –por familia y por otras redes- a las elites del país.

 ¿Qué hacer? Los trabajadores (los artesanos primero y los obreros después, aunque también al mismo tiempo) apostaron por organizarse: fundaron sociedades mutuales, centros de educación popular, cooperativas de consumo, más tarde sociedades de resistencia y sindicatos. Algunos en unión con otras clases intentaron fundar una colectividad electoral de corte popular: así nació en 1887 el Partido Democrático (PD). Era el primer partido que situaba en su programa la emancipación económica del pueblo. Sin embargo, la posición reformista y proclive a forjar alianzas con sectores considerados oligárquicos hizo que en el interior del PD se formasen corrientes disidentes cuyos intereses fueron convergiendo en la necesidad de avanzar hacia ideologías más “socialistas”. Por ello es que al cambio de siglo varios de los militantes del PD intentaron fundar entidades exclusivamente clasistas, tales como el Partido Obrero Francisco Bilbao o el Partido Socialista (no el actual).

De la misma disidencia en el interior del PD apareció también un buen grupo de individualidades que, convencidas del fracaso de la vía electoral como generadora de cambios sociales, fueron a nutrir a la emergente corriente anarquista. Estos últimos, concentrados en un principio en Santiago y Valparaíso principalmente, apostaban por la acción directa y por la superación revolucionaria de todas las autoridades, económicas, políticas y morales. El inicio del siglo XX marcó un quiebre en el movimiento obrero y popular. En el seno del bullicioso momento histórico una corriente revolucionaria cada vez más identificable en su autonomía y expansiva en su radio de acción, se abría espacio en el campo de las reivindicaciones de los grupos subalternos. Entraban en la arena los anarquistas y los socialistas.


Los primeros grupos anarquistas de la región chilena

Los primeros años del anarquismo organizado en estas tierras confunden a sus hombres y mujeres con los defensores de otras perspectivas obreristas[5]. El tránsito desde y hacia el Partido Democrático o las agrupaciones protomarxistas era constante, lo que como es de imaginar concitó críticas y polémicas virulentas. Aparte de esa vertiente de anarquistas parida en el seno de otras corrientes ideológicas, otros grupos independientes y quizás muy reducidos pululaban en las últimas décadas del siglo XIX en la región chilena. Grupos e individuos que se han vuelto de muy difícil rastreo. Aunque, y por otra parte, la inexistencia de registros explícitos no implica una ausencia necesaria de militantes actuando en diversos espacios gremiales y sociales. Como botón de muestra de tales cavilaciones comunicamos al lector nuestras sospechas en torno, por ejemplo, a El Obrero, periódico popular editado en la capital en 1890 bajo la administración –al parecer- de algunos grupos de tipógrafos. En él se deja ver que el periódico anarquista barcelonés El Productor (1887-1893) llegaba a ciertos individuos de esta región. El Obrero no esconde su simpatía por el libelo catalán y en sus páginas se hacen llamados revolucionarios a los “americanos”. ¿Llegaban ya los posteriormente célebres y denostados agitadores extranjeros? No lo sabemos y esperemos que pronto algún compañero o compañera se entusiasme y nos de nuevas luces al respecto[6]. Por otro lado, tres años después y en Valparaíso, salió a la luz El Oprimido, publicación que se autodefinía “comunista-anárquica”. Si bien estas menciones parecen restringidas y algo etéreas, nos sirven para invitarnos a pensar que antes de la explosión de la cultura libertaria en esta región ya existían elementos aislados que aunque difíciles de cualificar y cuantificar son también simientes de lo que vendría después.

 Ya en 1899 se consolidaba en Santiago una tendencia de claro cariz anarquista.  Es evidente que había conceptos confusos (como la fugaz tentación por partidos obreros), pero existían otros (como el internacionalismo) que parecían homogenizar el abigarrado mundo ácrata de la capital. No obstante y a pesar de lo complejo que es siempre encerrar en límites cronológicos los eventos, diversos autores han convenido en ver a los años 1898-1902 como testigos de la explosión orgánica de los anarquistas en estas tierras[7]. Durante esas jornadas una gran cantidad de periódicos y organizaciones sindicales de orientación libertaria empiezan a emerger en Santiago y Valparaíso, y no pasarán muchos años para que la Idea tenga sus voceros en otros varios puntos del territorio. Un siglo nuevo se iniciaba y con él los anarquistas se situaban y formaban al fragor de las luchas sociales y bajo el amparo de las esperanzas de redención social. La primera editorial de El Rebelde en noviembre de 1898 nos confirma las expectativas puestas por no pocos hombres y mujeres hacia la idea: “Esta doctrina, que a despecho de sus enemigos se abre camino en todas partes, iluminando con la antorcha de la razón i la filosofía los mas apartados rincones del mundo, combatirá en Chile, como en el Japón i hasta en la China, la tiranía i la explotación, operando la gran evolución cuyo periodo elegido se desarrollará en el escenario universal del siglo XX”[8].

                Naturalmente esta actividad subversiva que hasta cierto punto era también inédita, con sus hombres, con sus ideas, discursos y publicaciones, pronto despertó la enemistad del Estado y la prensa de masas. Así, no pasaría mucho tiempo hasta que Magno Espinosa, coordinador del periódico recién citado, fuese arrestado por las doctrinas “disolventes” que predicaba en sus páginas[9]. Se podría decir que ese fue el bautizo del anarquismo chileno. El bautizo a palos de un hijo no deseado, de un engendro que era capaz de blasfemar a la patria.

En marzo de 1898 apareció La Tromba, periódico que coqueteaba con el anarquismo. En noviembre y ya más explicito en términos ideológicos nació El Rebelde que, tras dos números, desaparecerá en mayo de 1899. A éste se le sumará pronto La Campaña (1899-1902), La Ajitación (1899-1903), El Ácrata (1900-1901), El Siglo XX (1901), y La Luz (1901-1903).  De ahí en adelante la propaganda anarquista no cesará a pesar de persecuciones y crisis internas, así como de su disparidad de profusión y temporalidad, hasta la actualidad. En la primera mitad del siglo XX en total se habrán de editar cerca de 50 periódicos libertarios. Algunos fugaces, pero otros de larga data.

Junto a la propaganda, los primeros años de la nueva centuria ven aparecer y multiplicarse en el mundo obrero a las sociedades de resistencia, organismos sindicales de claro cariz anárquico. Las sociedades de resistencia apostaban por la lucha directa contra los patrones. Había que evitar la intromisión de politiqueros y presionar mediante la huelga para acabar con las mil y una injusticias sociales.

                En resumidas cuentas con el cambio de siglo los anarquistas se introducían en el escenario sindical y cultural de los trabajadores de la región chilena. Se inauguraba la época de esplendor de la Idea a nivel local, la que empezaría a decaer –por varios factores- a finales de la década del 20. Tiempos estos (1898-1927) en donde las organizaciones sindicales de orientación anarquista, según Peter DeShazo, fueron el principal motor de las huelgas y de la lucha social de estas tierras[10].


Influencia de los revolucionarios argentinos en los primeros anarquistas de la región chilena

                El origen del movimiento anarquista en Chile fue asistido importantemente por sus pares de la región argentina. Es cierto que las ideas pudieron –y de hecho lo hicieron- introducirse también por otras rutas, pero la lectura de fuentes nos indica que el contacto Santiago – Buenos Aires fue trascendental en la formación de los primeros grupos y periódicos anarquistas locales. En estos años formativos, no solo prensa y material doctrinario llegó a Chile desde el otro lado de Los Andes, también hubo –por ejemplo- una importante visita del abogado y reconocido libertario italiano, residente entonces en la región argentina, Pietro Gori[11].

Como se ha indicado, bastante prensa de orientación libertaria llegó a manos de jóvenes activistas de la causa obrera en la región chilena. Uno de esos libelos fue La Protesta Humana, principal periódico anarquista de Buenos Aires, aunque se tiene noticia también de la llegada de El Rebelde, Ciencia Social, El Derecho a la Vida, La Aurora, El Amigo del Pueblo, La Vanguardia, La Voz de la Mujer, Los Tiempos Nuevos, y El Obrero Panadero[12]. Por otro lado, también existió conexión epistolar entre varios anarquistas locales con compañeros transandinos[13]. Desde el otro lado el entusiasmo comunicacional también tenía sus seguidores. Individuos de reconocida trayectoria tales como Santiago Locascio escriben apoyando las iniciativas periodísticas del anarquismo de la región chilena[14].

A partir de 1898 la comunicación con la prensa obrera de la región argentina se hace mas fluida y, por ejemplo, el grupo anarquista local Rebelión (coordinado por Magno Espinosa) pide ayuda a sus pares de La Protesta Humana para que se le enviaran periódicos y folletos subversivos[15]. A través de las cartas e informaciones publicadas tanto en los medios santiaguinos como en las páginas de este libelo trasandino se puede distinguir una clara y cercana relación entre ambas partes. Son numerosos los escritos (artículos, poemas, saludos) de anarquistas de este lado que son publicados en Buenos Aires y viceversa[16]. Nos parece importante destacar además que esta fluida comunicación revolucionaria internacional se dio en un contexto de tensión fronteriza entre los gobiernos de Chile y la Argentina. El ambiente era proclive a la guerra: aparte de adquirir más buques y acorazados, ambos Estados implantaron el servicio militar obligatorio (1900-1901).  La reacción del movimiento obrero y popular revolucionario (al contrario de muchos trabajadores organizados en mutuales e influenciados por el Partido Democrático) fue, con matices, contraria al conflicto y proclive al internacionalismo obrero[17].


El 1º de mayo en Santiago

Los hechos que dieron origen al Primero de Mayo se remontan a 1886. Ese día y mediante una huelga general previamente acordada, varias organizaciones sindicales estadounidenses intentaron instaurar las 8 horas como máximo para la jornada laboral (en Chile llegaban incluso a las 16 horas). El gobierno norteamericano procedió a reprimir todas las manifestaciones y en una de ellas –motivada originalmente por un conflicto particular-, el 3 de mayo, cayeron varios obreros asesinados por la represión estatal. Al otro día y durante un mitin en la plaza Haymarket, una anónima bomba fue lanzada como venganza contra las fuerzas de seguridad, muriendo en el acto un oficial de la policía. Como contraataque, el Estado detuvo a los dirigentes obreros más conocidos de la zona. Esa redada culminó tras un largo y bullicioso juicio con la muerte en la horca, el 11 de noviembre de 1887, de cuatro anarquistas (Fischer, Engel, Parsons y Spies). Años después se comprobó que todos eran inocentes, evidenciándose la tesis de que en realidad todo había sido un plan para descabezar a las organizaciones sindicales. En Europa y en un congreso de la II Internacional se acordó decretar el Primero de Mayo como día de recuerdo “simbólico”. La fecha sin embargo, estuvo lejos de solo ser un día de silencio –como sugerían los socialistas-, en Estocolmo, así como en Barcelona y otras grandes urbes, los trabajadores fueron a la huelga general, la que repitieron en los siguientes años hasta que la Internacional se vio obligada a aceptar lo que los trabajadores forzaban con los hechos[18].

Noticias parciales debieron llegar –con atraso- a la región chilena por medio de diversas fuentes periodísticas o por medio de la voz de los viajeros.  ¿Cuántos individuos aislados supieron tempranamente de los sucesos y los evocaron en la intimidad de sus existencias? ¿Cómo fue que los trabajadores criollos se sumaron a los actos que por todo el orbe se realizaban? Después de todo, no había entonces ninguna organización extranjera que ordenase a los chilenos hacer tal o cual cosa (como sucedió con los comunistas y la URSS en décadas posteriores). Por lo mismo no resulta extraño postular que recordar un 1º de Mayo fue para los trabajadores de la región chilena una cuestión de voluntad: la lejanía espacial no era motivo para retraerse de un proceso –la revolución social- que desde un principio se contempló como un fenómeno mundial.

En septiembre de 1890 el periódico El Obrero de Santiago informaba en sus páginas sobre el desarrollo de la huelga general que el 1º de Mayo de ese año se había concretado en Barcelona y otras zonas de la península ibérica. Noticias que habían llegado por medio de El Productor, vocero ácrata editado en la capital catalana y al cual los santiaguinos felicitaban por la energía y esfuerzo que ésta realizaba “en pro de nuestras ideas”. Para hacerse un concepto de la naturaleza de la información que comentamos, transcribimos a continuación extractos de El Obrero: “Barcelona, en el 1º de Mayo, ha dado una lección a la burguesía; ha medido sus fuerzas cual ejército que pasa revista, y podido demostrar, a la faz de todo el mundo que sus huestes de trabajadores saben defender sus intereses y que son tantos los defensores de nuestras ideas cuantos (sic)  son los trabajadores. (…) ¡Fecha memorable que los trabajadores de todo el mundo han demostrado no olvidarán jamás, pues en ella tomaron parte los mártires de Chicago que mas tarde subieron al cadalso por haber defendido los derechos del trabajador! ¡Fecha memorable que forma la etapa mas gloriosa de la historia del proletariado, pues en ella se han unido los trabajadores del universo bajo una sola aspiración: las ocho horas de jornada, y han demostrado a la burguesía que donde nuestros mártires alcanzaron la pena de muerte, ha empezado la redención del proletariado!”. Solo dos ejemplares de El Obrero quedaron en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Santiago, quizás no se editaron más, quizás desaparecieron. Lo cierto es que en ambos se narran con entusiasmo los pormenores de los sucesos del 1º de Mayo, tanto en Barcelona como en otros puntos de Europa. “Tenemos la seguridad –decían en el segundo número respecto al futuro de la jornada- de que será mucho mas grande, si cabe, y tomamos en ella parte todos los que hayamos dormido, mostrando por nuestro entusiasmo el pesar que tenemos de no haberlo verificado antes”[19].

Los historiadores del Partido Comunista Hernán Ramírez y Fernando Ortiz, así como el socialista Osvaldo Arias señalaron que Luís Peña y Lara –“un socialista” que actuaba en el interior del PD- escribió en 1893 “un manifiesto que parece ser el más antiguo hecho en Chile con motivo del primero de mayo”. Dicho manifiesto es en realidad un extenso artículo escrito en El Obrero de La Serena el 29 de abril de ese año. En él se indica que “Hoy (1º de mayo) es el día en que el pueblo hambriento y desnudo formula enérgica protesta contra el orden de cosas existente, contra la organización actual de la sociedad burguesa… Ese grito de protesta lanzado por el oprimido que trabaja y nada tiene, es universal: no reconoce ni fronteras, ni razas, ni nacionalidades…”[20].

Con llamados así dando vuelta en algunos círculos obreros cabría ahora preguntarse cuando se concretó por vez primera un acto público en recuerdo del 1º de Mayo a nivel local. Al parecer, la respuesta está en las tierras australes: en la ciudad de Punta Arenas y en el año 1897. Sin embargo, este trabajo se ha concentrado en la zona central puesto que el radio de influencia es mayor que en el extremo sur. Es decir, la ficción llamada Chile (o región chilena) es mas coherente acá que en la casi autónoma y aislada Patagonia. Lo hemos hecho así no por centralismo, sino porque es mucho más probable que la conmemoración en Santiago o Valparaíso haya (y de hecho, así fue) repercutido e influenciado en una mayor cantidad de ciudades que la irradiada desde Punta Arenas. No obstante resulta importante este dato[21].

Sobre el resto del país ya hemos dicho que entre los varios autores revisados no hay acuerdo. Hernán Ramírez, Fernando Ortiz y Jaime Massardo –por ejemplo- insinúan que fue en 1892 y en el puerto de Valparaíso, mas, los autores yerran pues confunden un mitin del Partido Democrático que se concretó ese día coincidiendo causalmente con el domingo (día de manifestaciones) 1º del quinto mes, mitin que –según se deduce de la prensa de sus organizadores- no tuvo relación alguna con los hechos de Chicago[22]. Además, y como veremos, aún reconociendo la veracidad de aquella sugerencia, la noticia del evento como tal –conmemoración- al parecer no llegó a Santiago, en donde otros autores señalan que el acto se realizó en 1898, 1899 o en 1903. A partir de los datos que encontramos hemos reconstruido en parte esa “primera conmemoración”.

El 11 de febrero de 1898 un articulo titulado “la religión de un cobarde” cubría la portada del periódico cercano al Partido Radical La Tarde. La situación era alarmante: a la redacción del diario había llegado un escrito antipatriota firmado con el seudónimo “Uno que no irá a la guerra”, en donde se sugería que los trabajadores no tenían porqué ir a un conflicto bélico con la Argentina, guerra que, como señalamos anteriormente, era bastante azuzada entonces. Desde La Tarde, un patriótico “A. Dester” respondía el anónimo desacreditando al socialismo revolucionario, credo que veía tras el llamado internacionalista. “Quiera Dios –decía el articulista respecto al anarquismo- para el honor de Chile y para la felicidad de este pueblo varonil y heroico, que ese flajelo de las almas no encuentre un terreno propicio”.  Durante los siguientes días permaneció la polémica y la propaganda subversiva era instalada ya como un tema de preocupación para la oligarquía y para los sectores conservadores. Desde el otro lado, Luís Olea - célebre anarquista- fue a la redacción misma del periódico a entregar su respuesta escrita “en 19 carillas con letra gorda y clara”. Washington, que así firmaba un nuevo comentarista en reemplazo momentáneo del ausente Dester, narra de la siguiente forma la visita del pintor decorador: “Yo había visto entrar a la imprenta al socialista con un rollo de cartillas en la mano. Alto, fornido, patilla rubia y cerrada, mirada azul; semejante al recién venido, un pacífico burgués, uno de esos veteranos del trabajo que logran vencer en la gran batalla de la vida, por medio del esfuerzo constante del brazo vigoroso nutrido por su cerebro bien nutrido y equilibrado. Cuando llegó a la sala de redacción, Luís, así se llamaba el ciudadano universal, se dirigió a mi mesa. (…) Apenas crucé con él dos palabras, porque el apóstol socialista buscaba a Dester y no a mí. Alancé en ese corto instante a divisar en el fondo de sus grandes ojos una chispa extraña, algo así como un resplandor rojizo que transformaba por milésimas de segundos esa cara bonancible, en una mascara de odio.” La respuesta al artículo de Dester redactada por Olea fue cercenada por La Tarde, por lo que el “rucio” debió desarrollarla luego en La Tromba[23]. Hemos destacado lo anterior puesto que consideramos importante consignar el ambiente que sirvió de testigo días después para dar cabida a un par de eventos insospechados.

Ese año (1898) actuaba en Santiago la llamada Confederación Obrera, una especie de coordinadora de entidades mutualistas, sociales y protosindicales de la capital. En el interior de este organismo actuaban individuos cercanos a las ideas anarquistas, los cuales y juntos a otros elementos progresistas, propusieron conmemorar por vez primera –como ellos lo indicaban- un acto en conmemoración a los mártires de Chicago. Para tal efecto se creó un comité organizador que, al parecer, no contó con la simpatía de toda la Confederación. Mientras algunos trabajadores visualizaban la fecha como día de protesta, otros advertían en la prensa masiva que la jornada “no era un acto revoltoso”, mientras que otros, menos benévolos aún, anunciaban que era un día sin importancia[24]. El periódico católico El Pueblo señalaba que los interesados en conmemorar la fecha eran “emisarios de los centros anarquistas europeos” avecinados recientemente en estas playas. Y el 1º de Mayo por su parte, no podía ser sino lo que ellos llamaban “día de orden del anarquismo universal”[25]. El ambiente antisubversivo creado por la prensa desde febrero fue terreno propicio para que la jornada virara su curso original.

El Primero de Mayo fue concebido como una fecha revolucionaria. Su conmemoración en cierta forma era también una manera de protestar contra las injusticias que afectaban a los obreros chilenos. Por lo mismo, tal día no podía contar con la simpatía del Gobierno, desatándose como es natural la persecución y el truncamiento de la iniciativa. A mediados de abril la policía desbarató al comité organizador, apresando a Marcos de La Barra, Policarpo Solís y Gregorio Olivares, entre otros. Un año mas tarde los anarquistas de Santiago (Grupo Rebelión, coordinado por Magno Espinoza) comunicaban a sus pares de la región argentina (La Protesta Humana) así estos sucesos: “La Confederación Obrera que aquí existe, es una Asociación compuesta de dos delegados de cada una de las sociedades gremiales existentes en Santiago, y el elemento revolucionario que se ha introducido en esa federación trabajó hasta que se consiguió que ésta acordara celebrar el 1º de Mayo; pero eso que llaman gobierno no pudo permanecer impasible ante el gran movimiento obrero que por primera vez iba a operarse en Chile y echó mano de sus esbirros para que frustraran la celebración de esa fecha. Primeramente el gobierno, por medio de sus agentes, sobornó a algunos de los que habían dado sus votos para la celebración proyectada y les hizo declarar públicamente que no querían hacer causa común con los socialistas y anarquistas de Buenos Aires y Europa. No obstante, los que a toda costa queríamos celebrar el 1º de Mayo invitamos a una reunión a los obreros, la que fue numerosísima, acordando celebrar un meeting y un banquete para tal fiesta, quedando nombrada una comisión de cinco compañeros para hacer los trabajos preparatorios. Una noche, como seis días antes que debíamos tener la ultima reunión, agentes de la policía tomaron presos a los miembros de esta comisión junto con otros compañeros, pasándolos al juzgado del crimen por “desorden”, siendo condenados a 20 pesos y medio de culpa cada uno. De esta manera la burguesía chilena, que parece no ir en zaga a la de otros países, ha ahogado el primer movimiento del proletariado en la república de Chile. Pero no importa; estamos dispuestos a trabajar con ahínco hasta que nuestros esfuerzos sean condecorados con la Revolución Social”[26].

Para felicidad de los sectores contrarios a los revolucionarios el acto no se concretó. El ácrata Alejandro Escobar señalaría un año más tarde que dicho fracaso fue condicionado por la infiltración –orquestada desde la Intendencia- de agentes de la policía secreta (Manuel Escudero y Eleuterio Estay) en el comité organizador, y por ello “no hubo fiesta” –sentenciaban los anarquistas[27].

El acto público debió retrasarse hasta 1899. Ese año los libertarios publicaron en El Rebelde (repartido en la misma fecha) la siguiente –y sugerente nota-: “El socialismo libertario llama por primera vez a la clase obrera de Chile a conmemorar el 1º de Mayo, fecha gloriosa en que se verificó el mas importante movimiento obrero; y día en que el proletariado de todos los países pisotea las fronteras –que la burguesía trata de oponerles como una barrera insalvable de odios y rencores patrióticos- para darse un abrazo con sus hermanos de todo el mundo y cobijarse bajo la bandera del socialismo, que tan nobles ideales entraña y que ha de traernos nuestra completa emancipación social”. Por la prolongada temporalidad entre los ejemplares de los periódicos revolucionarios de la época y quizás también porque el acto no debió ser muy masivo, no hemos tenido noticias de las características concretas de aquella manifestación. Los grandes diarios guardaron silencio. La Tarde, por ejemplo, se limitó a indicar que ese día “los socialistas de esta capital” publicaron un periódico conmemorativo que llevaba por nombre El Primero de Mayo[28].

El esfuerzo por dar a conocer el 1º de Mayo en la región chilena era una preocupación para algunos trabajadores de la capital, y en ese intento, los anarquistas demostraron tener mayor dedicación. De hecho, al mismo tiempo La Democracia –administrado entre otros por el posteriormente idolatrado socialista Luís Emilio Recabarren- mostraba escaso interés por la fecha, lo que se revertiría años más tarde luego de que los anarquistas tomaran como suya la fecha en la capital. Ahora, como se deduce de los antecedentes de los años noventa del siglo XIX, traer a colación aquel día no era una inquietud exclusiva de los ácratas, pues de ser así difícilmente se entendería la extensiva acogida que el evento encontró entre los reformistas del Partido Democrático, del efímero Partido Obrero Francisco Bilbao y de las sociedades mutuales de la capital, pero el hecho de que los primeros insistieran con la conmemoración en su prensa y en las colaboraciones que mandaban al extranjero, es, creemos, decidor.

Ahora bien, hemos dicho que por iniciativa anarquista se conmemoró por vez primera el día del trabajador en la región chilena. Pero este breve escrito sostiene además que el contacto con los libertarios argentinos fue vital para esa primera oportunidad. Evidentemente, el 1º de mayo se hubiere terminado conmemorando sin anarquistas y sin acercamiento con los argentinos pero, creemos, bastante más tarde. Esta idea la sostenemos a partir de varias situaciones que si bien no pueden ser tenidas como únicas explicaciones, sí dan pistas a favor de lo que intentamos destacar: en la región argentina el 1º de Mayo ya se conmemoraba en 1890; las publicaciones anarquistas trasandinas llevaban tiempo destacando la fecha en sus páginas; la principal ruta de alimentación teórica –mediante cartas, visitas, folletos y periódicos- de los revolucionarios socialistas de Santiago provenía de Buenos Aires; La Protesta Humana tenía comunicación y canje constante con personajes como Olea, Montenegro y Magno Espinosa, autoproclamados gestores de esta iniciativa en la región chilena[29].

En 1900 el acto se repetiría. “Nosotros –diría El Ácrata-  al celebrar por segunda vez en Chile, la fiesta del Trabajo, hacemos a nuestros hijos y a nuestras esposas, la solemne promesa de luchar hasta el final por nuestra común emancipación”[30]. Al entusiasmo de los anarquistas se sumaron en los siguientes años -con algunas reticencias los unos, con supuesta autoridad sobre el día los otros- los reformistas del Partido Democrático y las incipientes organizaciones socialistas. Aunque estos últimos recibieron temprano la advertencia de los libertarios: el Primero de Mayo es para la lucha, no es para celebrar[31]. Manuel J Montenegro criticó duramente un banquete organizado por los seguidores criollos del marxismo en 1902. Desde las páginas de La Agitación les dedicaba estas no muy simpáticas palabras: “Estaba reservado a nuestros socialistas científicos tergiversar el significado de los hechos tan solo para darse bombo y exhibirse como redentores entre quienes ignoran la historia ¡Redentores de cartón!”[32].

La fecha anunciada tardó un par de años en masificarse y al parecer 1903 es el año en que la jornada se consagró: mientras que en la capital se repartían periódicos, folletos y volantes “en abundancia”, en el norte la Mancomunal de Antofagasta organizaba una variopinta velada artística con baile, discursos, poesía y filarmónica incluida. En Valparaíso el contexto de la huelga general que se libraba en el puerto hizo converger grandes manifestaciones populares, sin embargo, no hay mayores indicios de que dicho contexto haya sido utilizado para la conmemoración. Lo cual no deja de llamar la atención.

Dos años después, y en el acto conmemorativo, los anarquistas -según Fernando Ortiz-  tuvieron incidentes en la manifestación con jóvenes de colegios católicos. En ese 1905 el día también fue rescatado en la austral Punta Arenas. En 1906 y en el año siguiente sucedieron en Santiago, Valparaíso, Concepción, Chillán, Victoria y en otros confines, las manifestaciones de Mayo más grandes antes de la Masacre de la Escuela Santa Maria en diciembre de 1907. Iquique, la misma ciudad que se cubriría de sangre en aquella matanza, desafiaba en las calles al crucero “Esmeralda” que desde la costa vigilaba los posibles desmanes: allí el Centro  de Estudios Sociales La Redención –donde actuaba Luís Olea- editó tres números del periódico El 1º de Mayo (1907-1908).

La matanza del año 1907 incidió en un cierto reflujo de la actividad huelguística, sindical y de difusión de los trabajadores de la región chilena. Retroceso que se revertiría con fuerza a partir de 1912 y se consolidaría con la huelga general de octubre de 1913 que, motivada como protesta contra la implantación del retrato forzoso a los obreros de ferrocarriles, y con la FORCH a la cabeza, paralizó a varios puertos del país, contando además con la solidaridad de la FORP de Lima. Pero a pesar del golpe duro propinado por el Estado y el empresariado, la propaganda, así como la conmemoración del 1º de Mayo, no desapareció totalmente. El periódico anarquista La Protesta, por ejemplo, dedicó dos hermosas portadas a los mártires de Chicago en 1908 y 1909, años de supuesta inactividad de agitación.

 En 1912 la conmemoración del Primero de Mayo generó escándalo en la sociedad chilena. Unos 10 mil trabajadores conmemoraron la fecha en Santiago. El comité organizador fue compuesto por La Gran Federación Obrera de Chile (que en 1919 se haría marxista), por varias mutuales, por la Liga de Libre Pensadores, por un minúsculo Partido Obrero Socialista y por la polémica Sociedad de Resistencia de Oficios Varios. Según la policía y en declaración ante el juzgado: “Los oradores, con palabras violentas, predicaban la destrucción de la actual sociedad, de las leyes, de la religión, de los Poderes Públicos, en una palabra, de todos los derechos y deberes consagrados en nuestra Constitución. Ostentaban los representantes de la “Sociedad Oficios Varios” estandartes en los que se leían las siguientes frases: ¡Viva la anarquía! –Sin Dios ni Amo,-La Patria mata a sus hijos, y como injuria grave, que ha conmovido al publico en general, ésta otra: El Ejército es la Escuela del Crimen”. Ante tal situación se le siguió por algún tiempo un proceso judicial a la SROV, rastreo que, en todo caso, no llegó muy lejos.

En 1913 fue Valparaíso el que se destacó con las grandes manifestaciones. El comité organizador tenía entre sus nombres a varios hombres que a la postre se harían célebres entre los anarquistas. Presidía Juan Onofre Chamorro, que más tarde fue secretario general de la Federación Obrera Regional Chilena (1913-1917), y secretario luego de la sección porteña de los Trabajadores Industriales del Mundo, IWW (1920). También estaba Pedro Ortúzar, quien se exiliará en la Argentina durante la dictadura ibañista, para regresar años más tarde a participar del movimiento libertario local hasta su muerte, acaecida el 23 de junio de 1944. A estos se sumaban Modesto Oyarzún, quien fuera administrador –junto a Julio Rebosio- de la primera Verba Roja (Valparaíso, 1918) y el joven poeta José Domingo Gómez Rojas, inocuamente torturado hasta la muerte en el proceso contra la IWW de 1920.

La Batalla recuerda que al frente de las columnas obreras (que según estos llegaban a 15 mil) eran alzados sendos estandartes de color rojo, adornados algunos de ellos con cintas negras. Hay que tener presente que en esta época, y hasta mucho después, el color rojo de las banderas era rescatado por todas las corrientes del socialismo revolucionario. Y entre los manifestantes se leían los carteles con las siguientes inscripciones: “Paso a los Productores”, “Viva la Fraternidad Universal”, “Respeto al Trabajo”, “Instrucción Racional”, “Abajo la Taberna”, “Pan y Luz”, “Ocho Horas de Trabajo”, “Obreros, Organizaos”, “Somos las hormigas productoras”, “Mas escuelas”, “Abolición de la pena de muerte”, “Abajo las fronteras”, “La Opresión engendra Rebelión”, “Hacia el Porvenir”, entre otras.

El evento no estuvo exento de percances. En medio de la manifestación el anarquista José García de la Huerta habló en contra de la policía porque ésta había abusado de su poder contra él días antes. La gente se indignó con estas palabras, pero más se encolerizaron los agentes represivos, los que subieron hasta la tribuna en la que peroraba García, llevándose presos –en medio de silbidos- a éste y también a Chamorro, del comité organizador. Según La Unión: “Una poblada inmensa acompañó hasta las puertas de la comisaría al señor Chamorro pidiendo a gritos que se les pusiera en libertad”. Después de quince minutos y por temor al desborde popular, la policía cedió y los liberó.

En el norte, en Iquique, las organizaciones sociales salieron del silencio al que la Matanza de 1907 los había condenado. De hecho, del mismo acto surgió una emblemática polémica sobre el internacionalismo entre un articulista de El Nacional y Luís Emilio Recabarren. Dicho conflicto se resolvió en el Teatro Variedades algunos días después. Allí el afamado socialista dictó “Patria y Patriotismo”, discurso que más tarde fue publicado en formato folleto alcanzando gran popularidad.

En tiempos de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (1918-1919), hubo dantescas manifestaciones, las que se repitieron en 1920, año en que los wobblies (IWW) lideraban en Valparaíso el Primero de Mayo al mismo tiempo en que mediante exitosas huelgas consolidaban su poder y desconcertaban con sus novedosas tácticas sindicales a la sociedad porteña[33].

Nos parece importante consignar que el 1º de Mayo era un día de protesta en el cual los elementos mas ideologizados del ascendente movimiento obrero y popular llamaban, con éxito muchas veces, a desistir de trabajar para ir a los mítines públicos. Naturalmente, para la burguesía y el Estado dicho gesto era una huelga sin sentido, una falta de respeto, y por lo mismo no fueron escasos los despidos por tan insolentes abandonos laborales. Ahora bien, de igual forma es pertinente advertir que el 1º de Mayo no siempre o necesariamente fue visto como una jornada revolucionaria, para muchos sectores se trataba también de un día de encuentro entre patronos y obreros (generalmente de agrupaciones católicas o mutualistas) en torno a la idea del Trabajo como entidad a pontificar. De esa forma el día era extirpado de su acción constructora de identidad de clase, para actuar como perpetuante del régimen existente, en tanto el Trabajo era posicionado como fin en sí, fin posible de ser producido gracias a la conciliación entre capital y fuerza productiva. De ahí a los banquetes de fraternidad entre patronos y mutualistas un paso: un verdadero sacrilegio para socialistas, y peor aún para los anarquistas. La prensa burguesa -decía La Batalla en 1914-, distorsiona el sentido de la fecha “especialmente El Diario Ilustrado que llegó a decir que ese día no es ya un día solo de los trabajadores, sino un día de los chilenos”[34].

Durante todos estos años la fecha convocó tantas multitudes que el Estado se vio obligado a tomar cartas en el asunto para neutralizar los ribetes revolucionarios que solían adquirir los 1º de Mayo. Ya no se podía reprimir simplemente, el nivel de popularidad del evento lo había legitimado ¿Qué hacer? La respuesta nos la dan los propios anarquistas en 1926: “El primero de Mayo dejó de ser, al menos aquí en Chile, un día de protesta por los Mártires de Chicago… Desde que el gobierno de este país a raíz y posteriormente a las mal llamadas revoluciones militares de Septiembre y Enero (1924-1925), decretó feriado legal el primero de Mayo, éste perdió en mucho su poder emotivo y revolucionario; y, sobretodo, ese carácter anti-estatal de resistencia que adquiría un paro de protesta en ese día frente al gobierno y a los capitalistas. (…)De ese modo, el primero de Mayo, pasará a ser como un 18 de Septiembre, como un 21 de Mayo o como una semana santa…”[35].

Esta situación no puede mirarse como simple casualidad. El hecho no puede separarse del proceso general de cooptación del movimiento obrero revolucionario mediante la sindicalización legal y la intromisión activa del Estado en los sistemas de relaciones laborales[36]. No obstante, a pesar de que en el futuro la jornada sería de descanso legal y la participación del gobierno no estaría ausente de los eventos que en su honor se levantaran, el día siguió conformando un elemento aglutinador de las diversas fuerzas de trabajadores. El carácter anarquista fue perdiendo terreno en beneficio de las otras ideologías que pudieron acomodarse mejor en el nuevo sistema de sindicalización legal consolidado a partir de la dictadura de Ibáñez. Solo los militantes libertarios agrupados en diversas y disímiles organizaciones tales como la IWW, la CGT, la URE, la FOIC, FONACC, MUNT y también durante los primeros años de la CUT (1953), seguirían recordando la significación anarquista de los mártires de Chicago[37].

Todas las vertientes antisistémicas hicieron eco del llamado que iniciaron a finales del XIX los compañeros anarquistas. El Primero de Mayo puede considerarse como uno de los aportes más simbólicos de los libertarios al movimiento social local. Un aporte que resiste hasta el presente. Una gesta que sobrevivió a la dictadura, cuando el día se conmemoraba en silencio a veces, o en actos relámpagos en otras. Cuando los sindicalistas del CNT convocaban actos contrarios a los oficiales de Pinochet, episodios en donde se improvisaba el descontento antidictatorial.

Y así llegamos hasta el fin de este pequeño esbozo de la primera conmemoración pública del 1º de Mayo y de su significado en la región chilena. Anhelamos que futuras investigaciones nos develen a profundidad el desarrollo del 1º de Mayo con posterioridad a los años en que nos hemos remitido. Había fe en un destino mejor, el día no era de descanso: era de lucha. Los anarquistas locales y gracias al ejemplo y contacto con los revolucionarios argentinos, aceleraron la llegada al país del evento. Santiago en 1899 dio el primer paso (registrado) y pronto los más recónditos confines de la región chilena se sumaron a ésta: la jornada internacionalista por excelencia. Pasos que se iniciaron con arengas como la que a continuación reproducimos de El Rebelde: “Unámonos los trabajadores de Chile y sigamos la obra empezada por las victimas del 1º de Mayo. Borremos la frontera y démonos con nuestros hermanos un abrazo fraternal y juntos luchemos por nuestra causa que en todo el mundo es la misma. ¡Viva el 1º de Mayo! ¡Viva la Revolución Social!”[38] (37)

por Víctor Muñoz Cortés
En Santiago y en el invierno de 2009


(*) Mi gratitud y afecto a los compañeros del Grupo El Surco por el apoyo, los comentarios, las críticas y las importantes sugerencias a este trabajo. Este texto se publicó originalmente en Varios Autores, Los orígenes del Primero de Mayo. De Chicago a América Latina (1886-1930), Editorial Quimantú, Santiago, 2010.



[1] Peter DeShazo, Trabajadores urbanos y sindicatos en Chile: 1902-1927, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2007, p. 231.
[2] Osvaldo Arias Escobedo, El 1o. de Mayo en América Latina: historia de las primeras celebraciones, Escuela de Historia, Centro de Investigaciones Multidisciplinarias, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, 1996; Luís Vitale, Contribución a una historia del anarquismo en América Latina, Ed. Instituto de Investigación de Movimientos Sociales “Pedro Vuskovic”, Santiago, 1998, p. 26; Sergio Grez, Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea” en Chile, 1893-1915, LOM, Santiago, 2007, p. 48; Mario Garcés y Pedro Milos, Los sucesos de Chicago y el primero de Mayo en Chile, ECO, 1989; Jaime Massardo, La formación del imaginario político de Luís Emilio Recabarren. Contribución al estudio crítico de la cultura política de las clases subalternas de la sociedad chilena, LOM, Santiago, p. 90; Fernando Ortiz, El Movimiento Obrero en Chile (1890-1919). Antecedentes. Ediciones Michay, Madrid, 1985, p.144-146.
[3] Castel, Robert, La metamorfosis de la cuestión social, Paidós, Buenos Aires, 1997; Mario Garcés, Crisis social y motines populares en el 1900, LOM, Santiago, 2003; Sergio Grez (Recopilación y estudio crítico), La “Cuestión Social” en Chile. Ideas, debates y precursores, DIBAM, Santiago, 1995.
[4] Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX, LOM, Santiago, 2000; Julio Pinto, “De proyectos y desarraigos: la sociedad latinoamericana frente a la experiencia de la modernidad (1780-1914)”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Área Ciencias sociales 130, USACH, 2000.
[5] Sergio Grez, Los anarquistas…,op. cit.
[6] Sobre el anarquismo español y este periódico ver, entre otros, a Javier Paniagua, Anarquismo y Socialismo, Historia 16, Madrid, 1999.
[7] Por esta oportunidad omitiremos la interesante duda que nos plantea el periódico anarquista El Oprimido que apareció en Valparaíso en 1893. Un estudio meticuloso de los ejemplares de ese libelo nos entregará datos importantes sobre los primeros ácratas de la región chilena. Nos parece interesante plantear el asunto, puesto que es necesario complejizar esa inevitable tendencia que se tiene en la historia de amarrar asuntos e ideas a años específicos. Un ejercicio arbitrario y por lo mismo artificial. Es una herramienta claro, y la usamos, pero queda hecha la advertencia en cuanto a sus límites: ordena, no explica.
[8] “El Rebelde”, El Rebelde (Santiago, región chilena), 20 de noviembre de 1898.
[9] Sergio Grez, Los anarquistas…,op. cit., p. 44
[10] Peter DeShazo, op. cit.
[11] “El doctor Pedro Gori y sus difamadores”, El Ácrata (Santiago, región chilena), 1era quincena de mayo de 1901. Para una desarrollada visión de la visita de Pietro Gori así como una interesante biografía del mismo, revisar Pietro Gori: Biografía de un “Tribuno Libertario” y su paso por Chile (1901), Santiago, 2009, (Inédito), de Eduardo Godoy Sepúlveda, (e_godoy_sepulveda@hotmail.com). Agradezco el acceso al documento preliminar y los comentarios a este escrito.
[12] “El patriotismo argentino”, La Democracia (Santiago, región chilena), 11 de noviembre de 1900.
[13]  Alejandro Escobar, “Chile a fines del siglo XIX”, “Inquietudes políticas y gremiales a principios de siglo”, “La agitación gremial en Santiago, Antofagasta e Iquique”, “La organización política de la clase obrera a comienzos de siglo” y “El movimiento intelectual y la educación socialista” en Revista Mapocho, Nº 58, Santiago, 2005.
[14] “Desde Buenos Aires”, El Ácrata (Santiago, región chilena), 10 de junio de 1900.
[15] “El grupo rebelión” (aviso), La Protesta Humana (Buenos Aires, región argentina), 12 de junio de 1898.
[16] Baste citar de ejemplos a las ediciones de La Protesta Humana (Buenos Aires, región argentina) de los días 15 de enero, 18 de febrero, 12 de junio, 7 de agosto y 9 de septiembre de 1898; 7 y 14 de enero, 12 de febrero, 3 y 17 de septiembre, 1 de octubre, 10 y 24 de diciembre de 1899; 22 de junio de 1901, etc.
[17] Revisar nuestro trabajo “¡Nuestra patria es el Mundo! El Internacionalismo obrero contra la cuasi-guerra chileno-argentina de 1898-1902”, Santiago, 2007, Inédito.
[18] Eric Hobsbawm, Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz, Crítica, Barcelona, 1999.
[19] “El Productor y la huelga del 1º de Mayo”, El Obrero (Santiago, región chilena), 30 de agosto de 1890; “Residuos del 1º de Mayo”, El Obrero (Santiago, región chilena), 6 de septiembre de 1890.
[20] Fernando Ortiz, op. cit., p. 144; Hernán Ramírez, “Origen y Formación del Partido Comunista de Chile”, en Obras Completas V. II, LOM, Santiago, 2007, p. 188.
[21] Manuel Rodríguez, Contribuciones para una historia del 1º de Mayo en Magallanes, www.archivochile.com
[22] “El meeting del domingo”, El Pueblo (Valparaíso), 7 de mayo de 1892.
[23] “La religión de un cobarde”, “La religión de un cobarde (II)”, “De unos obreros”, “El cáncer social”, “Los problemas sociales” en La Tarde, (Santiago, región chilena), 11, 15, 17, 19, 22 de febrero de 1898; “Extracto de una refutación al artículo de A. Dester, titulado: La religión de un cobarde”, La Tromba (Santiago, región chilena), 1ª semana de marzo de 1898.
[24] “La Confederación Obrera y la fiesta del trabajo”, La Lei (Santiago, región chilena), 21 de abril de 1898
[25] “¡Alerta!”, El Pueblo (Santiago, región chilena), 19 de abril de 1898
[26] “Movimiento Social. Chile”, La Protesta Humana (Buenos Aires, región argentina), 12 de junio de 1898.
[27] “La impotencia burguesa”, El Rebelde (Santiago, región chilena), 1º mayo de 1899.
[28] “El 1º de Mayo”, El Rebelde (Santiago, región chilena), 1 de mayo de 1899: “Santiago”, La Tarde (Santiago de Chile), 2 de mayo de1899.
[29] Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Libros de Anarres-Utopia Libertaria, Buenos Aires, 2005, p. 55; Jaime Massardo, op. cit., p. 89;  También hay citas-ejemplo textuales, como las palabras de Spies “Tiempo habrá en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy estranguláis”. Compárese “El 1º de Mayo”, El Rebelde (Santiago, región chilena) del 1 de mayo de 1899 con “1º de Mayo”, La Protesta Humana (Buenos Aires), 1 de mayo de 1898. Desde luego hay que matizar la exclusividad de la influencia de La Protesta Humana, con el aporte también probable de los otros periódicos de orientación revolucionaria que llegaban a Chile.
[30] “La fiesta del Pueblo”, El Ácrata  (Santiago, región chilena), 6 de mayo de 1900.
[31] A pesar de que en su prensa los anarquistas generalmente pusieron más énfasis en ver al 1º de mayo como día de luto y de lucha y no como una “fiesta”, es necesario señalar que la idea del 1º de mayo como celebración no está ausente de los escritos ácratas. Después de todo también era un día de promesa, de proyección, y por lo mismo de alegría. Además, pero quizás solo en los primeros años del siglo XX, también fueron ajenos a las “comidas de celebración”, siempre atacaron la “profanación” del día, en tanto socialistas y reformistas fueron acusados de desvirtuar el verdadero origen y sentido de la jornada. Con ello complejizamos el dual análisis de Eric Hobsbawm para quien donde existía más influencia anarquista entre los obreros, la jornada contaba con un carácter luctuoso, sombrío, de mártires. Mientras que con la ausencia de estos, el 1º de mayo era inevitablemente una “fiesta obrera”. Eric Hobsbawm, op. Cit., p. 139 y 146.
[32] “¡Esos socialistas!”, La Ajitación (Santiago, región chilena), 24 de mayo de 1902.
[33] “Movimiento Social”, La Luz (Santiago, región chilena), 28 de mayo de 1903; Mario Garcés y Pedro Milos, op. cit., p. 34; Sobre la huelga de Valparaíso en 1903 ver Jorge Iturriaga, La huelga de trabajadores marítimos y portuarios, Valparaíso, 1903, y el surgimiento de la clase obrera organizada en Chile, tesis de licenciatura UC, Santiago, 1997. Agradecemos a su autor la versión digital del documento; Fernando Ortiz, op. cit., p.144-146; Julio Pinto, Desgarros y Utopías en la Pampa Salitrera, La consolidación de la identidad obrera en tiempos de la cuestión social (1890-1923), LOM, Santiago, p 98; Sobre las huelgas generales contra el retrato forzoso de 1913 y 1917 ver Eduardo Godoy, “1907 (Iquique) y 1913 (Valparaíso): Debacle y Rearticulación. Dos Hitos en la Historia del Movimiento Obrero - Popular Chileno”, en prensa (LOM) y Camilo Plaza “Abajo la marca humana: Dos episodios de rechazo al retrato forzoso, 1913 y 1917”, 2008, inédito. Agradezco a ambos autores sus documentos originales; El texto policial fue extraído de Alberto Harambour, “Jesto y palabra, idea y acción: la historia de Efraín Plaza Olmedo”, en Colectivo Oficios Varios, Arriba quemando el sol, Estudios de Historia social chilena: experiencias populares de trabajo, revuelta y autonomía (1830-1940), LOM, Santiago, 2004;  “La celebración del 1º de mayo en Valparaíso”, La Batalla (Santiago, región chilena),  segunda quincena de mayo de 1913; Víctor Muñoz, Arde la patria: Los trabajadores, la “guerra de don Ladislao” y la construcción forzosa de la nación en Chile (1918-1922), inédito; Peter DeShazo, op. cit. p. 260; Sobre la IWW, ver Mario Araya, Los wobblies criollos: Fundación e ideología en la Región chilena de la Industrial Workers of the World-IWW (1919-1927), Tesis Inédita, Universidad Arcis, Santiago, 2008. Agradezco a su autor el texto original.
[34] “La celebración del 1 de mayo”, La Batalla (Santiago, región chilena), 2da quincena de mayo de 1914; Un panorama más acabado de la fecha como conformador de identidad clasista, aunque para el caso trasandino, en Juan Suriano, “Banderas, héroes y fiestas proletarias. Ritualidad y simbología anarquista a comienzos de siglo”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Doctor Emilio Ravignani, Tercera serie, núm. 15, 1er semestre de 1997.
[35] “Alrededor del Primero de Mayo”, El Surco (Iquique) 1º de mayo de 1926.
[36] Víctor Muñoz, Luís Armando Triviño: wobblie. Hombres, ideas y problemas del anarquismo en  la década del veinte, Quimantú, Santiago, 2009
[37] Mario Garcés y Pedro Milos, op. cit.; ver también “Documento histórico: un volante del 1º de Mayo escrito por las organizaciones anarcosindicalistas chilenas en 1947”, (notas de José Gutiérrez), en http://www.anarkismo.net/article/12897.
[38] “El 1º de Mayo”, El Rebelde (Santiago, región chilena), 1 de mayo de 1899.