viernes, 22 de junio de 2018

El origen anárquico del día del orgullo gay




El evento anual del Orgullo Gay, que se celebra desde hace cuarenta años en todo el mundo, se ha vuelto en un desfile festivo aliñado por música disco, patrocinado por los bares de ambiente y por las multinacionales, es una fuente de prósperos negocios y se realiza con la colaboración de las autoridades. A menudo a final del desfile se reserva un espacio para un agradecimiento especial a las fuerzas del orden, por la protección garantizada a lo largo del recorrido de la manifestación. El espíritu subversivo que originó este evento, que debería celebrar el “nacimiento del orgullo gay” en la fecha del 28 de junio del 1969, se ha perdido por completo. Las mismas personas LGBT que una vez al año bajan a la calle para celebrar, y luego vuelven por todo el resto del año a cerrarse en la invisibilidad y en la segregación del “estilo de vida gay”, no saben que el movimiento LGBT nació de una revuelta en contra de la policía, conocida como “revuelta de Stonewall”.

Es útil hacer una pequeña premisa sobre el contexto histórico en el que se inserta Stonewall. El final de los años 60 fue una época propicia para el nacimiento de muchos movimientos y organizaciones revolucionarias. Después de la muerte de Martin Luther King Jr. y de Malcom X, el movimiento de liberación negro se orientó hacia formas de resistencia más radicales y vio el nacimiento de las Panteras Negras. Este grupo rechazaba las premisas no violentas y de integración “a toda costa” de Luther King, prefiriendo el concepto de autodefensa como principal medio de lucha. También el movimiento de los estudiantes, en esta época, ganaba fuerza y se radicalizaba, y protagonizará los eventos del 1968 en muchos países del mundo, que inspiraron y radicalizaron políticamente a muchas personas que vivieron en aquella época.

Estados Unidos, finales de los años 60. La condena social de las relaciones homosexuales y de las personas transgender (que todavía no tenían este nombre) era explícita e institucionalizada: en la mayoría de los estados existían leyes en contra de la sodomía (todavía activas), estaba prohibido vender alcohol en los bares a personas homosexuales o sospechosas de serlo, estaba prohibido por ley el crossdressing, o sea era obligatorio utilizar vestidos considerados idóneos con el género/sexo de quien los llevaba. La transgresión podía significar ser detenidxs, pasar una o más noches en el calabozo, recibir palizas de la policía y a menudo ser víctima de violencia y abusos sexuales por parte de los mismos policías. Lxs trans, lxs genderqueer, gays, lesbianas y trabajadorxs sexuales podían vivir sus relaciones y amistades en semiclandestinidad, se reunían en algunos bares no reconocidos oficialmente como bares de ambiente, que sin embargo eran llevados por unos dueños, a menudo heterosexuales, que por un poco de dinero más estaban disponibles a hacer la vista gorda y arriesgarse a unas incursiones policiales. La represión policial era muy dura, con frecuentes detenciones y palizas, en especial hacia lxs que no tenían una apariencia de género normativa y hacia lxs trans que trabajaban en la calle. Había muchas irrupciones y registros en los bares sospechosos de ser puntos de encuentro de gays, lesbianas y trans.

Había silencio total alrededor de los discursos sobre el género y la sexualidad. Quienes en el pasado se habían declarado a favor de las minorías sexuales o habían publicado revistas underground, a menudo habían sido despedidxs o encarceladxs, así que había muy pocas personas tan valientes como para tomar partido en contra de la homofobia. Entre estas estuvo Emma Goldman, que a finales del siglo XIX tuvo lecturas públicas en las que denunciaba el trato injusto que tenían que vivir las personas homosexuales, por las que fue criticada hasta por sus mismos compañeros anarquistas. Sin embargo en los años 50 habían nacido, siempre en los Estados Unidos, algunas asociaciones de activistas que se definían “homófilas”, que luchaban tímidamente por la abolición de las leyes en contra de la homosexualidad y por la aceptación del amor homosexual por parte de la sociedad. Por esta razón hombres y mujeres de este movimiento se vestían de manera conforme a los estándares sociales para el género masculino y femenino (hombres con corbata y mujeres con faldas), mientras que las manifestaciones de cariño y sexualidad en público estaban condenadas porque eran “dañinas para la lucha”. Las demandas de asimilación por parte de la sociedad y de sus estándares de normalidad son muy similares a las reivindicaciones de las asociaciones LGBT reformistas actuales. Stonewall era un bar miserable situado en el número 53 de Christopher Street, en el corazón del Greenwich Village, Nueva York. Era un local sin agua ni permiso, sin embargo los mafiosos que lo gestionaban corrompían a los policías para que llamara antes de las incursiones y para que éstas pasaran muy pronto por la noche, cuando todavía no estaba lleno de clientes. Era uno de los pocos lugares de encuentro de las personas trans y queer, además de ser frecuentado principalmente por personas afroamericanas o latinas; los dueños hacían la vista gorda sobre la presencia gay en el lugar, así que lograban mayores ganancias. En la noche del 28 de junio 1969 un grupo de policías se presentó sin avisar alrededor de la 1:30 de la noche y empezó a detener a quienes se encontraban sin documentación o no había respetado las leyes sobre el “travestismo” llevando vestidos del “sexo opuesto”, entonces principalmente personas trans, lesbianas butch (masculinas) y drag queen, muchas de ellas negras. Un grupo de personas empezó a agruparse fuera del local y alguien empezó a gritarle a los policías.

La rabia explotó cuando una lesbiana butch, detenida en una furgoneta policial, empezó a agitarse y a gritar. La leyenda cuenta que Sylvia Rivera, una mujer transgender, fue una de las primeras en tirar una botella (o un zapato con tacones, según otra versión) contra de los policías. Alguien consiguió robar las llaves de las esposas y se soltó, y luego liberó a lxs otrxs detenidxs. Otras personas empezaron a gritar: “¡policías maricones!”, “Gay power!”. Las personas empezaron a atacar lanzando ladrillos, piedras, basura y mierda de perrx encima de los policías. Los policías se retiraron adentro del bar, y se barricaron adentro. En la calle fue arrancado un parquímetro y luego fue utilizado para intentar romper la puerta y coger a los policías encerrados; otrxs, una vez abierta una brecha en la puerta, empezaron a lanzar cócteles molotov intentando quemar el bar. Cuando llegaron los refuerzos de la policía, con el equipaje antidisturbio, empezaron los verdaderos enfrentamientos. Mientras tanto también lxs vecinxs del barrio y lxs clientes de los bares cercanos se juntaron a la revuelta. Los testimonios hablan de 2000 personas en contra de 400 policías. La gente bailaba y cantaba en el medio del caos, riéndose de la policía por su incapacidad de restablecer el orden. Los disturbios continuaron por toda la noche, con un balance de cuatro policías heridos y trece personas detenidas, sin contar el número indefinido de manifestante heridos: la policía actuó con particular brutalidad en contra de las personas trans o genderqueer, frente a cómo actuaban con quienes tenían una presentación de género más normativa.

Al día siguiente la noticia de lo que había pasado se difundió rápidamente, y esa misma noche miles de queers radicales se volvieron a juntar fuera del bar Stonewall Inn. La policía intentó echar a lxs manifestantes, pero éstxs bloquearon las calles y empezaron a tirar piedras y botellas. La tercera noche de revuelta pasó cinco días después de la primera lucha: mil personas se juntaron en el bar y destruyeron los coches de policía aparcados en los alrededores.

Stonewall no fue el primer ejemplo de rebelión por parte de las personas trans y queer cansadas de ser oprimidas y perseguidas por el orden policial y estatal:

1959: Revuelta de Cooper’s Donuts. Esta cafetería de Nueva York, a finales de los años 50, abría durante toda la noche, y era el punto de encuentro de prostitutas, chaperos y queers callejeros. La policía se dedicaba a provocar a lxs clientes con cualquier excusa, hasta que una noche de mayo de 1959 la rabia queer explotó. La respuesta a los abusos de la policía fue inicialmente un simple lanzamiento de donuts, que se transformó en unos disturbios en la calle que duraron por toda la noche.

1966: Revuelta de la Cafetería Compton. Este bar de San Francisco, también abierto toda la noche, era frecuentado por prostitutas, chaperos adolescentes, personas marginales y vecinxs del barrio. Los dueños del bar una noche llamaron a la policía porque algunas dragqueens sentadas en una mesa se habían puesto demasiado ruidosas y estaban consumiendo muy poco. El policía que llegó respondiendo a la llamada, agarró a una chica trans por el brazo y, seguro de su impunidad, le pidió que abandonara el bar. La chica contestó echándole café caliente en la cara y la revuelta explotó dentro del bar, con lanzamiento de platos, vasos y cubiertos, ventanas y mesas destruidas y lanzados en la calle, hasta que llegaron los refuerzos de la policía. Los disturbios continuaron fuera, y acabaron con un coche patrulla destrozado y policías heridos por los bolsos y los zapatos de tacón de las dragqueens.

Después de Stonewall

La revuelta de Stonewall fue un evento que ayudó a despertar las consciencias de lxs que siempre habían estado discriminadxs a causa de sus identidades de género, de sus sexualidades, además de ser marginadxs por sus condiciones sociales o de raza. La rebelión queer fue encabezada por personas trans, trabajadoras sexuales, lesbianas butch, personas que se prostituían de vez en cuando o que vivían en la calle, marginadxs por el hecho de ser pobres, trans, queer, inmigrantes.

Stonewall trajo la inspiración, el amor y la rabia para la creación de un movimiento que quería luchar por la libertad y la justicia. Desgraciadamente hoy queda muy poco de aquel espíritu de revuelta. El movimiento LGBT contemporáneo, salvo algunos espacios más radicales, es totalmente moderado y comprometido con las políticas de los partidos, y ya no es una amenaza para nadie. Las principales organizaciones LGBT representan los intereses de la mayoría blanca de clase media y “normativa”, que busca una integración democrática en el sistema, piden ayuda a los gobiernos y a las fuerzas del orden, mendigan “derechos” como el matrimonio entre homosexuales y leyes contra la homofóbia, que sólo sirven para alejarnos a todxs (queers y no queers) de la libertad verdadera y refuerzan las instituciones sociales que tienen el control de nuestras vidas. El movimiento gay/lesbiano ha sido asimilado por el capitalismo, que ha hecho de éste un producto de consumo a través de la venta de un estilo de vida y de un negocio que ha crecido alrededor de clubs, saunas, discotecas, agencias de viaje, revistas... Los elementos “incómodos”, como las personas trans, bisexuales, pansexuales, genderqueer, han sido eliminados de manera silenciosa, sus necesidades y demandas han sido olvidadas, porque son un obstáculo para los proyectos de asimilación de los políticos gays y de las políticas lesbianas. La hipocresía de esta inclusión es evidente sólo en las letras B y T de la sigla LGTB, porque no hay otras ocasiones en las que se hable de la realidad cotidiana de estas personas o de las que son queer no blancas, o no privilegiadas económicamente.

 Alex B.



Fragmento extraído del libro «Pequeña historia de la resistencia feminista/queer radical desde los años 60 hasta hoy». Pueden consultar el libro íntegro haciendo clic aquí (N&A)

martes, 19 de junio de 2018

La casa del comunismo libertario acogerá un conservatorio sobre Silvia Federici

La jornada será el lunes 13 de Agosto en el Centro Social Autogestionado del Barrio Franklin 



Silvia Federici, autora de los libros «Calibán y La Bruja» y «Revolución en Punto Cero», es una de las activistas que en los últimos años ha motivado muchísimo interés por parte de diversos sectores de los movimientos que resisten contra el capitalismo y los patriarcados. Las luchas contra el racismo, por la defensa de los territorios, por un feminismo autónomo y la resignificación del trabajo doméstico, mantienen una fuerte vinculación con el pensamiento federiciano. Durante la conversación se abordarán consideraciones fundamentales que tratarán de otorgar algunas herramientas teóricas, históricas y epistemológicas que en lo posible ayuden a comprender las particularidades del libro «Calibán y La Bruja» y que en general presenten las distintas facetas de la autora quien, a sus 76 años, continúa muy activa en las luchas contra toda forma de subordinación.

Silvia Federici ha desarrollado una profunda crítica a las relaciones de dominación. En ciertos manuales se le define como “marxista”, sin embargo Federici critica radicalmente el machismo sistémico en el marxismo y su visión desarrollista. Cuestiona a su vez el santo intocable del marxismo económico: la noción de Plusvalía. Para Federici la generación de plusvalía no es únicamente una relación del varón en la fábrica sino una construcción socialopresiva desde el hogar. Dicho de otro modo: La plusvalía no se constituye únicamente desde el momento en que se marca tarjeta y se termina el turno sino desde el momento en que el trabajo reproductivo se desarrolla, esto es, lavado, planchado, cocinar y el cuidado niños, niñas, ancianas y desempleados en el hogar, en donde no existe descanso ni vacaciones en la infinita lista de labores domésticas. El trabajo no es solamente ir a la fábrica o a la oficina sino prácticamente todas las relaciones vinculadas en la totalidad explotadora del capitalismo, en donde el trabajo de la reproducción constituye el trabajo más importante para que funcione la máquina: la producción de vidas humanas, mano de obra para la acumulación capitalista. Para la autora entonces las relaciones patriarcales en el hogar y en la reproducción no se les puede considerar solo «opresión» de las mujeres sino que también «explotación». Explotación que debe ser subvertida por relaciones libres en donde las comunidades dispongan de lo socialmente constituido tanto en los hogares como en otros ámbitos productivos. 

Para más información evento en facebook:

viernes, 1 de junio de 2018

Mujeres de Otro Humus: Reflexiones anarcofeministas en torno a la migración


La pérdida del territorio, la defensa de los cuerpos

La consigna del progresismo reza que “todas somos migrantes”. Una falacia más dentro del cúmulo que sostiene las políticas tibias de una izquierda no sólo autoritaria sino corporativizada. No, no todas somos migrantes. Algunas personas han dejado sus lugares de origen para movilizar capitales y conquistar nuevos territorios. Otras lo han hecho para sumar otro tipo de posesiones: títulos académicos, por ejemplo. Las mueve una motivación colonialista. Otras, nosotras, hemos sido despojadas de nuestro terruño por esa motivación ajena y lo único que nos ha quedado ha sido nuestro cuerpo de mujer. Hemos debido entonces movilizarlo hacia otros lugares y poner en venta la fuerza de trabajo que él nos supone. Nosotras somos migrantes.

Lo anterior define no sólo una identidad, sino todo un entramado de relaciones sociales extremadamente complejo. Cuando una se convierte en migrante, la batalla por la defensa del cuerpo parece entonces ocupar el papel fundamental en la vida. Habrá que defender el cuerpo de los puteros masificados que conciben a la mujer migrante como un objeto de consumo, de los patrones que comprenden que tu condición migrante merece siempre un sueldo más bajo y una explotación mayor, de una sociedad racista que estigmatizará tu tono de voz, tu color de piel, la textura de tus cabellos, el tamaño de tus pechos, el ancho de tus caderas, tu cuerpo todo.

El quiebre de los afectos, la red de solidaridades

Mientras libra la batalla en humus ajeno, la mujer que ha migrado también se esfuerza por sostener a la distancia los lazos afectivos que ha dejado atrás. Entonces nos dejamos buena parte del sueldo en llamadas de larga distancia, en remesas familiares que sirvan de sostén al hogar primero. Pero ya bien canta aquel clásico de los años 70, la distancia es como el viento y apaga el fuego pequeño. Y lo cierto es que muy pequeño fuego ha de quedar para relaciones sostenidas únicamente sobre la base material de las remesas. Casi todas acaban en catástrofes familiares: ¿Cuánto vas a enviar este mes?, ¿Por qué no has enviado aún?, ¡Debes enviar cuanto antes!

Es por ello que a toda inmigrante urge construir una nueva red de solidaridades. Muchas logran encontrarla más inmediatamente en las iglesias, hay que admitirlo siquiera con vergüenza. Esa institución anquilosada y plagada de mitos e hipocresías, sigue disputándonos efectivamente la construcción de espacios de apoyo. Las personas que a ella acuden se comparten datos de empleo, de arriendo, se juntan a conversar sobre sus situaciones, construyen las relaciones que muchas veces no está dispuesto a construir el nacional con el migrante, ni siquiera en los más politizados espacios antiautoritarios.

Las iglesias también ofrecen algo fundamental para cualquier migrante sin techo: las casas de acogida transitoria. Por supuesto que son lugares en donde impera la lógica paternalista y asistencialista. Pero de seguro que si eres mujer migrante y el hombre que te arrendaba un cuarto ha intentado abusar de ti y luego te ha echado a la calle, seas creyente o convencida atea, agradecerías infinitamente el abrazo asistencial de una monja.

Otros espacios de confluencia y apoyo entre inmigrantes son los sostenidos sobre la base de iniciativas culturales. Los grupos de danzas folklóricas logran constituirse como un espacio de comunión entre personas casi siempre de un mismo gentilicio. El esfuerzo por aferrarse a las raíces, que bien puede estar acompañado de otras insanas dosis de patriotismos, los integra en la voluntad por mostrar las propias tradiciones y defenderlas de la distancia y el olvido para legarlas a los hijos nacidos fuera del terruño. En ese esfuerzo confluyen diálogos de resistencia.

Otras efectivas redes de apoyo mutuo han comenzado a surgir entre mujeres inmigrantes. Se trata de espacios separados en donde se pretende integrar una perspectiva feminista a la vez que procurar la formación y el activismo de las integrantes. Si bien estas organizaciones no cuentan hoy con la fortaleza política suficiente para autogestionar espacios físicos que puedan ser de utilidad a toda la comunidad migrante, es probable que su desarrollo al margen de la institucionalidad sí pueda garantizarlo a futuro. Las amenazas a este desarrollo son exactamente las mismas que pesan sobre todo el movimiento popular: que a través de la corporativización, puedan quebrarse voluntades críticas y transformadoras.

Resulta entonces indispensable que el movimiento anarquista, si pretende sostener para con la comunidad migrante sus principios de solidaridad y apoyo mutuo, se libre a sí mismo de la parálisis impuesta por el neoliberalismo, así como de los vicios antisociales que lo colocan al margen de nosotras, sintiéndose a veces una élite de razón casta y pura, en ocasiones liberada del trabajo asalariado (que jamás del sistema salarial), otras veces sumida en el consumo contracultural, pretendidamente en la cúspide de una idea que al resto de las trabajadoras nos exige esfuerzos supremos para forjar organización y lucha, a la vez que sostener dos hogares. Y es que no serán los espacios antiautoritarios un lugar en el que las mujeres migrantes encontremos redes de solidaridades, si no impera en ellos una perspectiva interseccional que permita la comprensión de nuestras distintas realidades y que las asuma como parte de sí para poder constituirse en fuerza de resistencia anticapitalista.

Los cuidados en crisis, la buena inmigrante

El hogar que una mujer deja atrás para migrar, debe reconstruirse a sí mismo. Los roles de cuidado que esa mujer asumía serán realizados ahora por otra mujer de la familia, pues pocas veces un varón habrá de romper el mandato patriarcal para cuidar a los abuelos, criar a las niñas, dedicar una jornada adicional a las tareas del hogar. En esa reacomodación de la economía del hogar también se fracturan relaciones afectivas, es lo normal. La sensación de abandono que invade a quienes exigían esos cuidados, no se eliminará a fin de mes con el cobro de la remesa. En aquel hogar, es probable que la mujer migrante se constituya para siempre en una “mala madre”.

Pero la mujer que ha migrado no dejará entonces de ejecutar los roles de cuidado que la sociedad le ha encomendado por el sencillo hecho de haberla definido como mujer. Corresponde a la mujer migrante cuidar a los abuelos que otro Estado arrojó a la miseria, criar a las niñas que el sistema salarial separó de sus mamás, preparar las comidas y sacudir las camas de los jóvenes estudiantes y/o liberados del trabajo asalariado, entre otras tareas de producción y reproducción. Son esas las “buenas inmigrantes” que celebran progres y no tan progres. Las que cocinan rico, las que sonríen a pesar del cansancio, las que sirven la mesa, destapan la cerveza, las que sirven.

Ante este panorama, el feminismo autónomo ha logrado sentar la discusión en torno al trabajo doméstico. Y es probable que esa discusión abra paso para que en un futuro estos roles tan importantes para la sociedad pero tan desacreditados por el sistema capitalista patriarcal, puedan ser redefinidos y asumidos colectivamente. Sólo entonces dejarán de ser el yugo de las mujeres.

Las políticas de género, la organización feminista

Por su parte, los Estados nacionales pretenden ponerse a tono configurando lineamientos con lo que denominan “perspectiva de género”. Se ofertan mil y un cursos para que los funcionarios adquieran esta cuasi mágica fórmula con la cual aspiran no sólo nutrir sus hojas de vida e ingresos salariales, sino la capacidad para intervenir en el desarrollo de políticas públicas que se muestren como progresistas en materia de derechos para las mujeres. Así, hemos sido testigos de cómo esos mismos policías capaces de perseguir, golpear y despojar a las mujeres mapuches e inmigrantes de su mercancía para la venta callejera, luego acuden con uniforme planchado a los cursos de capacitación de un tal Observatorio Contra el Acoso Callejero. Es atendiendo a esta política del “cumplo y miento” que surgen leyes como la del aborto en tres causales, tan débil en su concepción, que mutó adefesio con el cambio de mando presidencial, una burla a las aspiraciones del movimiento de mujeres, pero una lección enorme para todas las que pudieron creer que las leyes pueden forjar derechos y que podemos ahorrarnos el trabajo de tomarlos por cuenta propia.

Son estas mismas “políticas de género” las que penalizan el acoso callejero con leyes y ordenanzas municipales, dirigiendo su especial atención contra los obreros de la construcción, estigmatizándolos como responsables de las agresiones machistas contra las mujeres transeúntes e invisibilizando el acoso sexual que se despliega dentro de las oficinas de Recoleta y Las Condes, donde más de un jefe, gerente, director, ha hecho y sigue haciendo de las suyas humillando y sometiendo los cuerpos de las mujeres trabajadoras.

Sin duda alguna, esas “políticas de género” no responden a las demandas más urgentes del movimiento feminista, mucho menos de las mujeres migrantes. Responden a los intereses de la misma clase política empeñada en ofrecer máscaras y migajas para sostener el estado de cosas. Nos corresponde a nosotras, migrantes, feministas, mujeres anarquistas, no sólo develar esa verdad sino trabajar incansablemente por consolidar una organización autónoma lo suficientemente sólida como para hacer frente a las campañas estatales que caricaturizan nuestras demandas y a su vez accionar sin dobleces ante las amenazas que pesan sobre nuestra existencia. Por sobre el acoso callejero, expresión apenas de lo que venimos denunciando, nos interesa combatir la violencia machista. Y para combatir esa violencia no bastará con ordenanzas ni cartelitos en la entrada de las construcciones, para ello deberemos avanzar en transformar radicalmente la sociedad, abrazar sin descanso los principios de una sociedad si jerarquías que procure la más plena y auténtica igualdad social. Resulta entonces indispensable para el movimiento feminista en general, deslastrarse de todo vicio burgués y dejar de atender a la línea política que dictan los gobiernos y las ONG empeñados en exprimir a las más precarizadas. De no hacerlo, sin dudas se constituirá en un obstáculo más para las mujeres migrantes, trabajadoras, que no anhelamos cuotas de participación en la sociedad capitalista patriarcal, sino que su destrucción total y definitiva.

Migrar alimenta al capital, sembremos resistencia

Las migrantes somos consecuencia de los reacomodos capitalistas. Nos vimos obligadas a salir de un territorio que ya no podía garantizarnos subsistencia y nos hicimos mano de obra aún más barata en otro espacio de la geografía. Las implicaciones económicas de esa realidad son complejas tanto para nosotras como para las trabajadoras que ya habitaban el territorio que nos recibe. Cotizamos a las AFP lo mismo que cualquier trabajadora, aunque es probable que muchas de nosotras no obtengamos jamás una pensión y ese dinero sólo haya servido para nutrir las mesas de los grandes capitalistas.  Al mismo tiempo muchas de nosotras sostenemos la economía doméstica de la abuela de la pobla que nos arrienda una habitación porque no le alcanza sólo con su pensión. Y es más que probable que también ella reciba nuestros cuidados, la amorosa expresión del trabajo no pagado.

No escogimos libremente esta situación y muchas de nosotras nos encontramos hoy aisladas y sumidas en una cruel dinámica de sobreexplotación para poder subsistir y a la vez servir de sostén a nuestras familias en otras regiones. Somos muy pocas las que logramos escapar de esa norma y sumarnos activamente en la organización y transformación social. Ya hemos sido despojadas una vez y debemos crecernos en resistencia para defender con mayor fuerza este territorio que empezamos a construir en nuevo humus. Nuestras opciones de resistencia como colectivo inmigrante dependen de esa fortaleza y en alguna medida de cuán convocadas y acogidas seamos por la clase trabajadora organizada de la región. Al margen de nacionalismos, las trabajadoras debemos confluir en organización horizontal para la lucha contra la patronal, el Estado, el capitalismo y la cultura patriarcal de las instituciones que forjan machismo en nuestras sociedades. Sólo así podremos sentirnos seguras de avanzar certeramente hacia un destino auténticamente liberador. De la voluntad para construir ese destino, no podrán despojarnos nunca.