lunes, 30 de diciembre de 2013

Lo público y la autogestión: defensa y avance (Grupo Anarquista Albatros)

Reflexionando sobre lo público y lo estatal somos conscientes de la visión que se ha dado de los servicios públicos desde algunos sectores del movimiento libertario y de la izquierda radical, únicamente como actividades controladas por el Estado y ajenas al interés social de los trabajadores. Por eso queremos compartir nuestra postura al respecto y crear puentes en torno a ella, para sentar las bases de un trabajo o perspectiva común revolucionario.

 
Lo público

En la actualidad, vivimos el desarrollo de un proyecto capitalista que comenzó en los 80 (en EE UU y Gran Bretaña), se introdujo en España y el resto de la UE tímidamente a principios de los 90 y está destinado a convertir unos sectores vitales de la sociedad española, los servicios públicos que hoy gestiona el Estado y en donde antes apenas podían meter mano, en un nuevo mercado del que seguir sacando beneficios y haciendo rapiña.

El coste de esta tendencia privatizadora de lo público se está reflejando en una degradación continua de las condiciones de vida de los trabajadores, que tiene su reflejo en la mercantilización del bienestar social:

Sectores cedidos a empresas privadas, como los servicios públicos de limpieza, son algo visible y desde hace unos años es palpable el empeoramiento de recogida de basuras y reciclaje en nuestras calles. En el transporte público subidas de precios abusivas, despidos, pérdida de calidad del servicio y merma en la seguridad… Aumento del gasto en la sanidad, con pacientes derivados a la privada teniendo todo lo necesario en la pública, reducción de la inversión, despidos… La educación con financiación en enseñanza media a privados concertados por encima de los públicos, ideología franquista con la LOMCE (jerarquización de los directores, religión…), subida de tasas en las matriculas en universidades y Formación Profesional… El servicio de abastecimiento y saneamiento, el agua, el bien social más básico presto a su encarecimiento. Y es que en general ya no hay disimulo a la hora de recortar presupuestos para los servicios públicos; mientras tanto se conceden conciertos y prebendas a las privadas, un trasvase del sustento de los servicios públicos a lo privado en toda regla.

Hay que recalcar que los servicios públicos no son sólo actividades controladas por el Estado y mucho menos ajenas al interés de los trabajadores. Entendemos lo público como aquello que tiene cualidades para no ser una mercancía o que su gestión no esté basada en criterios de mercado. Se consideran por tanto un bien social que debe tener un carácter universal. Además, estos servicios serían igualmente necesarios en un escenario posrevolucionario (con los cambios evidentes de gestión, en manos nuestras, los trabajadores).

Defendiendo la necesidad pública de estos servicios hay que plantearse:

1.- ¿Qué entendemos por ello?

Un derecho público es lo opuesto a un privilegio, y si por algo se caracteriza el capitalismo es por la concentración de privilegios en las manos de la clase propietaria. Así pues, cuando el pueblo avanza y consigue garantizar el derecho al acceso de un servicio para todos, estamos frente a una esfera de la vida que rompe con la lógica de mercado del capital.

También hay que apuntar que el reconocimiento de un derecho por parte de una ley no significa la inmediata materialización de este, sino que bien puede quedar como algo simbólico. Por eso lo único que tenemos seguro para que ese derecho se haga efectivo es la fuerza y la capacidad para imponerlo mediante la organización y la lucha. Así pues, es la confianza en las capacidades del pueblo de organizar su propia vida la que hace cumplir ese derecho público. Por ello, supone la lucha frente al Capital por una necesidad básica.

2.- Ante el hecho privatizador de los capitalistas mediante el Estado ¿Qué proponemos los anarquistas como alternativa de lucha? ¿Podemos contentarnos con la mera defensa nostálgica de los “buenos días” del estado de bienestar o queremos más que eso?

La clave para responder a estas cuestiones pasa por pensar el concepto de autogestión y aclarar sus posibilidades como práctica.

La autogestión

Es la gestión cooperativa de una comunidad, en la que participan todos sus integrantes de forma libre e igualitaria y con independencia de factores externos. Promueve la participación en una actividad de los implicados en ella, sin delegar en otras personas y sin relaciones de autoridad entre los participantes.

En este sentido es importante poner como base una tensión estratégica de la autogestión con cualquier forma de capitalismo. También hay que poner el acento en la participación y funcionamiento de los que se dotan los miembros que se organizan en estos proyectos y procesos: la democracia directa. Aunque es evidente que en el proceso de lucha y como táctica podamos ampliar la participación y control obrero o practicar ciertas formas de autogestión en empresas recuperadas, como en la Argentina posterior a la crisis del 2001-2002, esta situación a largo plazo es insostenible por sí misma. Por tanto, para dar el paso de la autogestión a la socialización, que es la eliminación de las relaciones capitalistas de mercado y control estatal, se precisa tener un proyecto político-social de carácter global, lo que implica necesariamente pensar un proceso de revolución social.

Creemos que hay que aclarar ciertos términos que se confunden erróneamente con ciertas prácticas de economía “alternativa” dentro de la sociedad capitalista. Siendo precisos, el término es usado, indistintamente, como sinónimo de producción artesanal, microempresa o cooperativa, y autofinanciación.

Hablar de autogestión es indisociable al ataque de las bases mismas del sistema: en sus relaciones de propiedad y en las relaciones jerárquicas que se desprenden de la organización de la sociedad de clases. Para nosotros la autogestión no puede bastarnos con ser un submodelo coexistente con la producción capitalista y que, directa o indirectamente, participe de sus leyes. Por tanto, la autogestión sólo cobra pleno sentido en función del proceso revolucionario, de reapropiación del conjunto del Capital social sobre nuevas bases socialistas y libertarias. Entendido esto, creemos que no se trata de cómo fundamos nuevos servicios públicos, sino de cómo aspiramos en la lucha a la reorganización de los mismos, es decir, a la capacidad de decidir los trabajadores y usuarios sobre qué y cómo se hacen las cosas, bajo un proyecto de expropiación social.

Nuestro concepto de autogestión, que recoge el sentido original que le daban los sindicalistas revolucionarios y los clásicos del anarquismo, capacita para pensar en una sociedad moderna, compleja y sofisticada; que emana del conflicto de clases ocasionado por la sociedad industrial respecto al control de la producción. Este modelo, que se expresó rudimentariamente en las colectividades urbanas y rurales de la España del 36 o en los consejos obreros o soviets rusos del 17, no es una vuelta atrás, sino una superación revolucionaria de la sociedad capitalista y del estatismo.

Así pues, la socialización implica una cuestión de fines, un asunto estratégico y la autogestión una cuestión táctica, un asunto de medios. Que los mismos trabajadores se hagan cargo de sus asuntos implica la construcción de una experiencia organizativa que configura, aunque sólo de forma inicial, las bases de la nueva sociedad a la cual aspiramos.

Es necesario, por tanto, que los movimientos sociales piensen en la autogestión de la propiedad que hoy posee el empresariado y el Estado; es necesario comprender que mientras exista la propiedad privada, no podemos competir con ella, pues tenemos los recursos, los medios y la infraestructura, es decir, el Capital, en nuestra contra. Eso mismo ocurre hoy con las industrias autogestionadas en Argentina, experiencias valiosas y que nos llenan de entusiasmo revolucionario, pero que no van a pasar a mayores si, en lugar de la apropiación sólo de las empresas quebradas no comenzamos a pensar en la expropiación de las empresas “saludables”, transformando la autogestión en un verdadero ariete de guerra en contra del capitalismo, más allá que en una simple alternativa de supervivencia, y hacia la socialización de los medios de producción.

Defensa y avance

Cuando hablamos de destruir las instituciones existentes normalmente nos referimos a las que ejercen una función parasitaria y represiva (policía, ejército, cárceles, magistraturas…), pero no se nos pasa por alto que otras instituciones, las que supuestamente sirven para asegurar la vida de la humanidad, no pueden ser destruidas eficazmente si no se las sustituye con una cosa mejor.

El intercambio y distribución de productos, las comunicaciones y todos los servicios públicos ejercidos por el Estado o por particulares, han sido organizados de modo que sirven intereses reales de la población. No podemos desorganizarlos (y tampoco nos lo permitiría la población interesada), sino reorganizándolos de modo mejor. Eso no se puede hacer en un día, ni en la actualidad tenemos la capacidad necesaria para hacerlo. Tenemos claro que la vida social no admite interrupciones, y todos queremos vivir el día de la revolución, pero también el día siguiente y los sucesivos.
Es, por tanto, menester para el desarrollo de un proyecto revolucionario, que los medios sean coherentes con los fines, y en nuestro caso que la autogestión, como norte revolucionario, sea a su vez un método aplicado de forma correcta en relación a los servicios públicos.

Las privatizaciones, uno de los pilares de la sinvergonzonería neoliberal, es el supuesto de que el Mercado es el mejor distribuidor de recursos y que no hay mecanismo más eficiente para que los servicios y la producción funcionen mejor que mediante la propiedad privada. Las consecuencias de las privatizaciones (que, paradójicamente, representan una auténtica política de Estado) las sufrimos en carne propia el pueblo, con servicios que se encarecen y ven afectada drásticamente su calidad.

Pero ¿es posible oponerse a las privatizaciones sin oponer una salida revolucionaria y libertaria?

La socialdemocracia y el resto de partidos marxistas (IU, PCE, IA…), estatistas por naturaleza, cree y defiende como proyecto que los servicios y la propiedad sea gestionada por el Estado, a fin de cuentas, esperan que pronto llegue su turno de estar a la cabeza del Estado para con sus burócratas dirigirlo teóricamente en beneficio del pueblo. Por lo demás, tienen una perfecta coherencia entre sus medios y sus fines, entre su táctica y su estrategia; pero nosotros estamos en otra.

En cambio, los libertarios nos vemos en una disyuntiva de profunda trascendencia, pensar qué relación establecer entre propiedad y gestión. Para resolver esta cuestión es necesario tener una visión realista de cómo será en términos prácticos, y no valen las consignas, la cuestión de la propiedad y la administración de los servicios en la sociedad revolucionaria: ¿La propiedad sería colectiva y los trabajadores y usuarios se encargarían de gestionar en función de la necesidad de la colectividad? Seguramente llegado el caso las posibilidades serán más numerosas, pero urge tratarlas para poder trazar el camino a seguir hasta nuestro proyecto finalista.

Y es ahí donde tenemos la clave para comenzar a pensar alternativas que solucionen esta problemática. Por eso pensamos en la autogestión con un sentido muy preciso: que la gestión de los servicios públicos no recaiga en manos ni de los burócratas ni de los tecnócratas estatales o privados, sino en los propios implicados en estos servicios. De esta manera damos el paso de la negación (no a las privatizaciones) a la afirmación (gestión popular de los servicios). Esto plantea en términos reales nuestra lucha en contra de los privados (que compran nuestros servicios) y en contra del Estado (que los vende). Así, nuestra lucha contra las privatizaciones se transforma en una lucha en contra del Estado y del Capital, entregando al propio pueblo la capacidad de decidir sobre los asuntos que nos afectan más directamente.

¿Y qué ocurre con los recursos necesarios para garantizar el óptimo financiamiento de los servicios públicos? Estos deben ser exigidos de las arcas estatales, al ser éste el espacio en el cual se concentra el capital producido socialmente y acumulado (mediante la recaudación de impuestos, por ejemplo), un hecho que no podemos ni debemos obviar. En este sentido, no se trata de “legitimar” al Estado, sino de reapropiarnos socialmente de los recursos que las clases dominantes nos enajenan y que el Estado concentra, para poder utilizarlos según la libre determinación popular.

Así que volviendo a la escena de la calle, hemos presenciado cómo al calor del 15-M y ante la agudización privatizadora de gobiernos y capitalistas, ha repuntado temporalmente una conflictividad social que hacía tiempo no se recordaba, con las Mareas de los distintos sectores públicos y la confluencia tibia con sindicatos combativos. Junto a esto, es importante tener claro que nuestra alternativa implica que seamos capaces de proyectarnos mucho más allá de los servicios públicos, y que podamos trabajar una respuesta revolucionaria del conjunto de toda la sociedad, que vincule los distintos sectores económicos y sociales, y que conecte las luchas del presente con las conquistas del mañana.

Para concluir, diremos que la postura que entendemos coherente con una perspectiva de emancipación social y revolucionaria pasa por la oposición frontal a todos los procesos privatizadores que están llevándose a cabo, por cuanto contribuyen a la degradación de nuestras condiciones de vida. En esta línea creemos que nuestra primera tarea es defender los servicios públicos con un objetivo claro de capacitarnos, trabajadores y usuarios, para posibilitar que podamos tomar su control y su gestión.

Valoramos, como base a desarrollar por los luchadores sociales de hoy en día y para que los trabajadores podamos gestionar algún día los servicios públicos, o para que no nos alejemos más de este objetivo:

1.- Defender unos servicios públicos, universales, gratuitos y de calidad, impidiendo que pasen a ser gestionados por manos privadas, lo que conlleva su mercantilización y elitismo.

2.- Fortalecer la movilización y organización social en torno a los servicios públicos para aumentar la fuerza de sus sindicatos y asociaciones de usuarios, apoyando también un avance organizativo en el resto de sectores económicos y sociales del país.

3.- Capacitarnos trabajadores y usuarios de cara a presionar al Estado para mejorarlos y para profundizar en nuestro control y orientación de la gestión en lo posible, práctica que posibilitará su socialización, es decir, su autogestión por la comunidad y los trabajadores en el futuro.

¡Por unos servicios públicos autogestionados!
¡Porque la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos!
¡Arriba los que luchan!
Grupo Anarquista Albatros (FAI)
 
albatros@nodo50.org


Fuente: a las barricadas

jueves, 26 de diciembre de 2013

Anarquismo y Organización - Rudolf Rocker


Rudolf Rocker, historiador alemán e incansable propulsor de la cultura anarquista, tiene un extenso legado en cuanto a su participación en el movimiento libertario y sindicalista, además de numerosas y extensas publicaciones. “Nacionalismo y Cultura”, sin duda alguna, representa su obra cumbre y mejor conocida. Respecto al valor de esta obra, Albert Einstein señaló que “La obra de Rocker es extraordinariamente instructiva y testimonia una rara originalidad de espíritu”, mientras que Bertrand Russel, el reconocido filósofo inglés, declaró que “La obra de Rocker es una contribución importante a la filosofía política tanto a causa de sus profundos y bastos análisis de muchos autores famosos como también por su brillante crítica o la idolatría del Estado, a la superstición más difundida y funesta de nuestro tiempo". Por su parte, Thomas Mann, escritor alemán y premio Nobel de Literatura, aclaró sentirse “sinceramente feliz de tener este importante libro, hondo y altamente espiritual, y quisiera ponerlo a disposición de la mayor cantidad de seres humanos en todo el mundo”. (grupo de estudios Gómez Rojas)
 
I

Nada satisfactorio es que en los círculos anarquistas aún no se haya podido dilucidar esta cuestión, siendo que ella tiene tanta importancia para el movimiento anarquista como tal y para su desarrollo futuro. Justamente aquí en Alemania es donde las perspectivas de esta cuestión son más intrincadas. Naturalmente, el estado especial bajo el cual se desarrolló aquí el anarquismo moderno es en gran parte culpable de lo que hoy acontece. Una fracción de los anarquistas en Alemania rechaza en principio toda clase de organización con determinadas líneas de conducta y opina que la existencia de tales organismos está en contraste con la ideología anarquista. Otros reconocen la necesidad de pequeños grupos pero rechazan toda unión estrecha de los mismos, como por ejemplo, por medio de la Federación Anarquista Alemana, porque en esa fusión de fuerzas creen ver una restricción a la libertad individual y un tutelaje autoritario por parte de unos cuantos. Nosotros opinamos que estos puntos de vista nacen de una total confusión del origen de esa cuestión, es decir, de un completo desconocimiento de lo que se entiende por anarquismo.

Aunque en sus consideraciones sobre las diversas formaciones sociales y corrientes ideológicas el anarquismo parte del individuo, es no obstante, una teoría social que se ha desarrollado autonómicamente en el seno del pueblo, pues el hombre es ante todo una creación social en la cual la especie entera trabaja, pausadamente, pero sin interrupción, y de la que siempre va tomando nuevas energías, celebrando a cada segundo su resurrección. El hombre no es el descubridor de la convivencia social sino su heredero. Recibió el instinto social de sus antepasados animales al traspasar el umbral de la humanidad. Sin sociedad el hombre es inconcebible. Siempre vivió y luchó dentro de la sociedad. La convivencia social es la precondición y la parte más esencial de su existencia individual, pero también es la preforma de toda organización.

Quizás el poderío de las formas tradicionales que observamos en la mayor parte de la humanidad no sea en el fondo más que una cierta manifestación de este profundo instinto social. Como el hombre carece de condiciones para interpretar exactamente lo nuevo, su fantasía ve en ello la disolución de todas las relaciones humanas y temiendo sumergirse entonces en el caos se sostiene convulsivamente en los moldes tradicionales históricos. Seguramente, es uno de los errores de la convivencia, pero nos demuestra al mismo tiempo cómo el impulso social está estrechamente ligado a la vida de cada individuo. Quien ignora o no concibe exactamente este hecho irrefutable jamás alcanzara a comprender con claridad las fuerzas impulsivas de la evolución humana.

Las formas de la convivencia humana no son siempre las mismas. Se transforman con el correr de la historia, pero la sociedad queda y obra incesantemente sobre la vida de los individuos. Quien se encuentre habituado a girar siempre en una misma esfera de representaciones abstractas -hacia lo cual los alemanes tienen especial inclinación- llegaría seguramente a arrancar al individuo de esas incalculables relaciones que lo atan a la multitud, pero el resultado de tal operación científica no sería el hombre sino su caricatura, un ente pálido sin carne ni sangre, que solamente llevaría una vida espectral en el mundo nebuloso de lo abstracto, pero que nunca ha sido encontrado en la vida real. Ocurriría lo mismo que a ese carretero que quiso desacostumbrar a comer a su burro y que gritó desesperado cuando éste murió: ¡Qué desgracia, si hubiera vivido tan sólo un día más, habría llegado a vivir sin comer!

Los grandes teorizadores del anarquismo moderno, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, acentuaron siempre la base social de la teoría anarquista, convirtiéndola en punto de partida de sus consideraciones. Combatieron al Estado, no solamente como defensor del monopolio económico y de los contrastes sociales, sino también como el mayor obstáculo para toda organización natural que se desarrolle en el seno del pueblo, de abajo arriba, y que tienda a realizar tareas colectivas y a defender los intereses de la multitud de las agresiones cometidas en su contra. El Estado, el aparato político de violencia de la minoría privilegiada de la sociedad, cuya misión es la de uncir a la gran masa al yugo de la explotación patronal y al tutelaje espiritual, es el enemigo más encarnizado de todas las relaciones naturales de los hombres y el que siempre tratará de que tales relaciones se verifiquen solamente con la intervención de sus representantes oficiales. Se considera dueño de la humanidad y no puede permitir que elementos extraños se entrometan en su profesión.

Tal es el motivo porque la historia del Estado es la historia de la esclavitud humana. Solamente por la existencia del Estado es factible la explotación económica de los pueblos y su única tarea, puede decirse en síntesis, es la de defender esa explotación. Se convierte en el enemigo mortal de toda natural solidaridad y libertad -los dos resultados más nobles de la convivencia social y que evidentemente constituyen una sola y misma cosa- al intentar, por toda clase de artificios legales, restringir o por lo menos paralizar toda iniciativa directa de sus ciudadanos y toda fusión natural de los hombres para la defensa de sus intereses comunes. Proudhon ya lo había concebido exactamente y en su Confession d'un Révolutionnaire hace la siguiente aguda observación:

Consideradas desde el punto de vista social, libertad y solidaridad son dos conceptos idénticos. Encontrando la libertad de cada uno, no un impedimento en la libertad de los demás, como dice la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, sino un apoyo, el hombre más libre es el que mayores relaciones tiene con sus semejantes.

El anarquismo, el eterno contrario de todos los monopolios, científicos, políticos y sociales, combate al Estado como protector de monopolios y enemigo feroz de todas las relaciones directas e indirectas de los hombres entre sí, pero nunca fue enemigo de la organización. Al contrario, una de las acusaciones de más peso, al aparato estatal de violencia, consiste en que encuentra en el Estado el mayor obstáculo para una organización efectiva, basada en la igualdad de intereses para todos. Los grandes comentadores de la concepción anarquista universal, comprendieron claramente que cuantos más intereses opuestos hubiera en las formaciones sociales de los hombres estarían más estrechamente ligados unos a otros y más elevado es el grado de libertad personal que el individuo goza dentro de la colectividad. Por eso vieron en el anarquismo un estado social en el que los deseos individuales y las necesidades de los hombres desbordan de sus sentimientos sociales y son más o menos idénticos a ellos. En lo que abarca el mutualismo hallaron el estímulo eficaz de toda evolución social y la expresión natural de los intereses generales. Por eso rechazaron la ley torniquete como medio de relación de las organizaciones y desarrollaron la idea del libre acuerdo como base de todas las formas sociales de organización. El predominio de las leyes es siempre el predominio del privilegio sobre la multitud que está excluida de prerrogativas y es un símbolo de violencia brutal, bajo la máscara del derecho nivelador.

Las personas que están ligadas por intereses comunes se crean tendencias comunes bajo forma de acuerdos libres que les sirven como norma de conducta. Una convención entre iguales es el fundamento moral de toda verdadera organización. Toda otra forma de agrupamiento humano es violencia y despotismo de prerrogativas. En ese sentido entendía Proudhon la idea de la organización social de la humanidad, la que expresa en su gran obra Idée générale de la Révolution du XIX siecle, en las siguientes palabras:

Colocamos acuerdos en lugar de leyes. Nada de leyes ya sean votadas por mayorías consentidas. Cada ciudadano, cada comunidad, cada corporación se hace su propia ley. En vez de la violencia política colocamos las fuerzas económicas. En vez de las antiguas clases de ciudadanos, nobles, burguesía y proletariado colocamos la categoría y especializaciones en las funciones: agricultura, industria, intercambio, etc. En vez de la violencia pública colocamos la violencia colectiva. En vez de los ejércitos permanentes colocamos las secciones industriales. En vez de la policía colocamos la igualdad de intereses. En vez de la centralización política colocamos la centralización de la economía ¿concebís ese orden sin funcionarios, esa profunda unión intelectual? No supisteis nunca qué es la unión, vosotros que sólo sabéis concebir con una parada de legisladores, polizontes y procuradores. Lo que llamáis unión y centralización es nada más que un eterno caos, que sirve de pedestal para una situación real sin otro propósito que la anarquía (naturalmente, Proudhon emplea aquí la palabra anarquía en su popular y falsa interpretación como desorden) de las fuerzas sociales, que hicisteis base de un despotismo que no podría existir sin esa anarquía.

Una dirección ideológica análoga desarrolló con frecuencia Bakunin en sus escritos y publicaciones conocidas. Recuerdo sólo sus conclusiones en el Primer Congreso de la Liga de la Paz y la Libertad en 1867 en Ginebra. De Kropotkin ya no queremos hablar aquí, porque sus obras principales son por todos bien conocidas. Señalaremos solamente su admirable libro El apoyo mutuo en el que estudia la historia de las formas de organización humana hasta en sus tiempos más remotos, proclamando la solidaridad, el resultado más maravilloso de la convivencia social, el factor más grande y poderoso de la historia de la evolución de la vida social.

Proudhon, Bakunin, Kropotkin no eran amoralistas como algunos de los rumiadores sosos de Nietszche en Alemania que se titulan anarquistas y son bastante modestos con considerarse super-hombres. No han construido con habilidad una llamada moral señorial y esclava de la que toda clase de conclusiones se pueden sacar, pero al contrario se preocuparon de investigar el origen de los sentimientos morales en el hombre y lo hallaron en la convivencia social. Estando lejos de dar a la moral un significado religioso y metafísico, vieron en los sentimientos morales del hombre la expresión natural de su existencia social que se cristalizo lentamente en determinadas conductas y costumbres y servía de pedestal para todas las formas de organización que salían del pueblo. Con especial claridad lo observó Bakunin y aún en mayor medida Kropotkin, quien se ocupo en esta cuestión hasta el final de su vida y nos hizo conocer los resultados de sus investigaciones en una obra especial, de la que hasta ahora se publicaron unos capítulos solamente (Origen y evolución de la moral, Buenos Aires, Ed. Americalee. N. d. E.). Ciertamente, porque observaron el origen social del sentido moral eran profetas tan fogosos de una justicia social que encuentra su expresión complementada en el eterno combate del hombre hacia la libertad individual y la igualdad económica.

La mayoría de los innumerables escritos burgueses y socialistas estatales que hasta ahora se ocuparon de la crítica del anarquismo, no notaron mayormente el hondo carácter básico de la doctrina anarquista, -en Guillermo Liebknecht, Plekanoff y varios otros, esto sucedió intencionalmente- porque solamente de esa manera se puede explicar el contraste artificial entre anarquismo y socialismo, absurdo e infundado, que aquellos pretenden notar. Para esta clasificación singular se han basado principalmente sobre Stirner, sin considerar que su obra genial no tuvo la menor influencia sobre el origen y la evolución del verdadero movimiento anarquista y lo más que Stirner puede ser considerado, como lo observa acertadamente el conocido anarquista italiano Luis Fabbri, es como uno de los más lejanos precursores y antecesores del anarquismo. La obra de Stirner El único y su propiedad apareció en 1845 y quedo completamente relegada al olvido. El noventa y nueve por ciento de los anarquistas no han tenido la menor idea de ese filósofo alemán y de su obra, hasta que alrededor de 1890 el libro fue desenterrado en Alemania y desde entonces fue vertido en diversas lenguas. Y aún desde entonces la influencia de las ideas de Stirner sobre el movimiento anarquista en los países latinos, donde las teorías de Proudhon, Bakunin y Kropotkin durante decenas de años han tenido ya su influencia decisiva en los extensos círculos de la clase obrera, fue bastante ínfima y nunca aumentó. En ciertas esferas de intelectuales franceses, que por aquel entonces coqueteaban con el anarquismo, y de los cuales la mayoría hace tiempo ya, que se han retirado al otro lado de las barricadas, la obra de Stirner hizo un efecto fascinador, pero la inmensa mayoría de los anarquistas de allá nunca ha tenido contacto con ella.

A ninguno de los primeros teorizadores del anarquismo se les hubiese ocurrido siquiera, que llegaría un día en que lo tildarían de a-socialista. Todos ellos se sentían socialistas, porque estaban hondamente compenetrados del carácter social de su teoría. Por esta razón se llamaban con más frecuencia revolucionarios o en contraposición a los socialistas estatales, socialistas antiautoritarios; recién más tarde el nombre de anarquistas se hizo natural en ellos.

II



Está claro que los grandes exponentes del anarquismo y los comentadores del movimiento anarquista moderno, los que nunca se cansaron de afirmar el carácter social de sus ideas, no podían ser contrarios a la organización. Y en verdad nunca lo fueron. Combatieron la forma centralista de organización transportada de la Iglesia y del Estado, pero todos ellos reconocieron la necesidad absoluta de una fusión organizada de las fuerzas y hallaron en el federalismo la forma más adecuada para ese objeto. La influencia de Proudhon sobre las asociaciones obreras francesas es generalmente conocida. No es aquí el lugar de ocuparse detalladamente en la historia de ese movimiento sumamente interesante, que sin duda representa uno de los más admirables capítulos de la gran lucha del Trabajo contra la fuerza explotadora del régimen capitalista. Aquí nos interesa solamente la actitud de Proudhon con respecto a las organizaciones de camaradería. Proudhon criticó agudamente en su periódico la idea originaria de la asociación y trató con empeño de influenciarla con sus apreciaciones. Con la incansable labor de sus amigos dentro de las asociaciones, logró quebrantar la influencia del socialista estatista Luis Blanc sobre la comunidad y de realizar en ellos una gran transformación espiritual. En todo lugar y en todo momento exhortaba a sus camaradas a una lucha contra el gobierno, y aquellos quedaron fieles a su lado en todas sus luchas. Con la ayuda de la asociación las ideas del gran pensador francés penetraron benéficamente en los círculos obreros, adquiriendo una forma práctica. El famoso proyecto del Banco del Pueblo se apoyaba principalmente en la comunidad de los trabajadores, los que lo aceleraron con sacrificio. El Banco del Pueblo debía ser un medio natural de coalición entre las asociaciones de todo el país y al mismo tiempo restar terreno al Capital. No es ahora nuestra intención hacer la crítica del valor y el significado de ese proyecto nacido en las circunstancias especiales de aquella época. Se trata sólo de señalar que Proudhon y sus adeptos fueron fervientes partidarios de la organización. El proyecto del Banco del Pueblo era una empresa organizadora en gran escala y el mismo Proudhon opinaba que el Banco en su primer año de existencia contaría con más de dos millones de participantes.



En general basta observar las inapreciables conclusiones de Proudhon, sobre la esencia y el objeto de formaciones organizadoras, que se encuentran con frecuencia en todas sus obras y en los periódicos que sacaba, para reconocer con cuánta profundidad y con cuántos detalles ese pensador francés definió los atributos y la substancia de todas las formas sociales de organización. Con especial dedicación se expresa en sus obras: Del principio federativo y De la capacidad política de las clases obreras.

Los innumerables admiradores que Proudhon se captó entre la clase trabajadora, fueron todos partidarios convencidos de la organización. Fueron el elemento más importante que originó la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores y las primeras fases evolutivas de la gran unión obrera estuvieron completamente bajo su influencia espiritual.

Pero todos estos esfuerzos que hallaron su expresión en las organizaciones de los mutualistas, como se llamaban los partidarios de Proudhon, pueden considerarse como precursores y el comienzo del movimiento anarquista recién se inicia en el periodo de la Internacional, y sobre todo cuando la influencia de Bakunin y sus amigos es más reconocida en las federaciones de los países latinos. El mismo Bakunin fue en toda su vida un ferviente defensor de la idea de organización y la parte más importante de su actividad en Europa consistía en su deseo inquebrantable de organizar a los elementos revolucionarios y libertarios y prepararlos para la acción. Su actividad en Italia, la fundación de su Alianza, su portentosa propaganda en las filas de la Internacional tuvo siempre como aspiración de su pensamiento aquella finalidad. Defendió ese pensamiento en toda una serie de artículos admirables, que aparecieron en L'égalité de Ginebra, y que se ocupan especialmente en la organización de la Internacional como una co-fusión de federaciones económicas en oposición a todos los partidos políticos. En su escrito La política y la Internacional, que apareció en el precitado periódico, en los números del 8 al 28 de agosto de 1869, advierte Bakunin a los trabajadores que toda la política, bajo cualquier forma de vestimenta, persigue fundamentalmente un sólo propósito: el sostenimiento del dominio de la burguesía, vale decir al mismo tiempo la esclavitud del proletariado. No debe interesar, por lo tanto, la participación en la política de la burguesía, con la esperanza de lograr de ese modo mejorar su situación, por cuanto todo intento en ese sentido conduciría a decepciones crueles y aplazaría la emancipación del trabajo del yugo capitalista para el lejano porvenir. El único medio para emancipar al proletariado es la unión de trabajadores, en organizaciones económicas de combate, como la Internacional. El obrero aislado es una nulidad frente a las fuerzas del Capital, aún poseyendo aptitudes extraordinarias y energía personal. Solamente dentro de las organizaciones se desarrollan las fuerzas de todos y se concentran para una acción común.

Hasta su último aliento fue Bakunin un ferviente defensor de la organización, y estaba tan compenetrado de su necesidad, que no olvido de recordarlo una vez más en su sensible carta de despedida a sus hermanos de la Federación del Jura, poco después del Congreso de Ginebra en 1873, una carta que puede considerarse como testamento a sus amigos y colaboradores:

El tiempo ya no pertenece a las ideas sino a las acciones y ejecuciones. Hoy, lo esencial es la organización de las fuerzas proletarias. Pero esa organización debe ser obra de los mismos proletarios. Si yo aún fuera joven me instalaría en un barrio obrero, donde, participando en la vida laboriosa de mis hermanos, los obreros, hubiera al mismo tiempo participado con ellos en la gran obra de la organización.

Al final de esa carta-despedida vuelve a resumir otra vez esas dos conclusiones que, según su opinión, están en condiciones de garantir por sí solas el triunfo del trabajo, en las siguientes palabras:

1) Aferraos al principio de la grandiosa y extensa libertad del pueblo en la que igualdad y solidaridad no son mentiras.

2) Organizad lo mejor posible la Internacional y la solidaridad práctica de los trabajadores de todas las profesiones y de todos los países.

Recordad siempre que aunque sois débiles cada uno por sí, o como simples organizaciones locales y nacionales, encontraréis una fuerza colosal y un poder irresistible en la comunidad universal.

Bakunin, el gran profeta de la libertad individual, pero que siempre la concibió dentro de los marcos de los intereses de la comunidad, reconocía plenamente que Ia necesidad de cierta subordinación del individuo a resoluciones y líneas de conducta generales, voluntariamente concebidas, está fundada en la esencia de la organización. No vio de manera alguna en esa acción una violación de la libre personalidad, como ciertos dogmáticos serviles que estando ebrios de algunas frases banales no penetraron nunca el verdadero origen de la ideología anarquista, a pesar de que se declararan siempre pomposamente verdaderos depositarios de los principios anarquistas ¡De esa manera declara por ejemplo en su gran obra El imperio Knouto germano y la revolución social, escrita bajo la fresca impresión de la Comuna de París:

Por hostil que yo sea referente a lo que en Francia se llama discíplina, debo no obstante reconocer, que cierta disciplina no automática sino voluntaria y razonada es y será siempre necesaria allí donde se junten voluntariamente varios hombres para una obra común o deseasen una acción común para afianzar un movimiento. Esta disciplina no es más que voluntario acuerdo razonado para un común propósito y para la unificación de todas las energías individuales para un fin común.

En ese sentido concibieron los anarquistas del período de Bakunin la organización y trataron de verificar lo que conceptuaron práctico. En este sentido obraron en las federaciones y secciones de la Internacional, fructificándola con sus ideas. Organizaron a los trabajadores en secciones locales de propaganda y en grupos por oficio. Las sociedades y los grupos locales estaban adheridos a las uniones regionales y éstas a las organizaciones nacionales, las que a su vez estaban ligadas unas a otras en la gran unión de la Internacional.

Si se quiere tener un cuadro exacto de la extraordinaria y movida actividad organizadora, que desplegaban en aquel tiempo los anarquistas, basta ver el informe que presentó la Federación Nacional Española en el Sexto Congreso de la Internacional en Ginebra en 1873. Dicho informe es justamente de especial importancia, porque la Internacional en España desde su comienzo fue orientada por principios anarquistas. Si el anarquismo hasta hoy en día quedó como el factor decisivo en el movimiento obrero español en general, y era capaz de rechazar con éxito todas las intentonas social-demócratas, es principalmente porque los anarquistas españoles más que otros continuaron adictos a sus principios y métodos primitivos a pesar de las horribles persecuciones que de tiempo en tiempo han sufrido y siguen sufriendo aún hoy en día. Nunca se marearon con la enfermedad superhombrista y la estúpida manía del Yo, cuyas lamentables víctimas están siempre sumergidas en una muda admiración de su propio ombligo. y no temieron que la organización pudiera perjudicar su figura insignificante. Los anarquistas españoles siempre estuvieron hondamente arraigados en el movimiento obrero, cuya eficacia espiritual y organizadora intentaron siempre acelerar con todas sus fuerzas y en cuyos combates ocuparon siempre las primeras filas.

En el informe de la Federación Nacional de España leemos lo siguiente:

La Federación Nacional de España contaba el 20 de agosto de 1872 con 65 federaciones locales existentes, con 224 secciones de oficio y 49 secciones de oficios varios. Además contaba en 11 ciudades con adherentes individuales. El 20 de agosto de 1873 la Federación Nacional de España contaba 162 federaciones locales existentes, con 454 organizaciones de oficios y 77 secciones de oficios varios.

Agregando a las susodichas federaciones locales existentes, las federaciones que se están formando (es decir. las secciones existentes que están por unirse en federaciones), se llega al siguiente resultado: La F. N. de España contaba hasta el 20 de agosto de 1872, con 204 federaciones locales existentes y en formación, con 571 secciones de oficio y 114 secciones de oficios varios, además tiene en 11 ciudades, donde no hay organización, adherentes individuales.

El 20 de agosto de 1873 la F. N. de España contaba con 270 federaciones locales existentes y en formación, con 557 secciones de oficio y 117 secciones de oficios varios.

Podría también traer extractos de diversos informes de la Federación Italiana, de la Federación del Jura, etc., que se refieren a las actividades organizadoras de esas corporaciones, pero me hubiera extendido demasiado. Toda la literatura en periódicos y folletos de aquella época está repleta con indicaciones sobre la necesidad de la organización y en las filas de los anarquistas de entonces no había quien representase otra tendencia en tal sentido. Todos afirmaron el carácter social de la concepción anarquista y todos estaban convencidos que la liberación social sólo será posible realizarla por medio de la educación y de la organización de las masas, y que la organización es la primera condición para una acción común.


III




El susodicho carácter del movimiento se transformó paulatinamente después de la guerra franco-alemana y sobre todo después de la espantosa caída de la Comuna de París. El triunfo de Alemania y de la política de Bismark originó en Europa un nuevo hecho histórico del que no se pudo librar más. La aparición en el centro de Europa de un Estado militar-burocrático equipado con todos los medios de poder, ha tenido que influir inevitablemente en el desarrollo de la reacción general que levanto entonces cabeza por todas partes. En efecto, también eso fue la causa. El centro del movimiento obrero europeo fue arrojado de Francia a Alemania contribuyendo allí al desarrollo del movimiento social-demócrata, el que en el transcurso de su desarrollo influyó resueltamente, salvo pocas excepciones, en los demás países. De esa manera, de un lado nació el periodo infortunado, en el que Europa cada vez caía más como víctima de la militarización general qué partía de Alemania, mientras que del otro lado del movimiento obrero en general, bajo la continua influencia de la floreciente social-democracia alemana, se hundía cada vez más en desesperado posibilismo.



En los países latinos donde el ala libertaria de la Internacional ha tenido la más fuerte influencia al principio del séptimo decenio (del siglo XIX) se desencadenó una reacción salvaje. En Francia, donde los mejores y más inteligentes elementos del movimiento obrero hallaron la muerte en la horrenda caída de la Comuna, o fueron desterrados a Nueva Caledonia, si no lograban huir al extranjero y llevar allá la vida intranquila y apenada del refugiado, fueron reprimidas todas las organizaciones obreras por el gobierno y la prensa revolucionaria fue prohibida. Otro tanto se repetía dos años más tarde en España después de la represión sangrienta del movimiento cantonalista y la capitulación de la Comuna de Cartagena. Instantáneamente fue suprimido todo el movimiento obrero y toda noticia pública del movimiento revolucionario durante años fue imposible. En Italia se provocaba a los miembros de la Internacional como si fuesen bestias salvajes, y la propaganda pública se hizo tan difícil, obligando así a recurrir a las organizaciones secretas por las que estaban más inclinados que los camaradas de otros países debido a sus viejas tradiciones de las sociedades secretas de los Carbonarios y los Mazzinianos.


De esa manera, debido a las atroces persecuciones que debía soportar el movimiento anarquista, durante largos años, desapareció de la vida pública en los países latinos, viéndose obligado a crear un refugio en las sociedades secretas. Como el periodo de reacción duro más de lo que creyó la mayoría, el movimiento adquirió lentamente una nueva psicología, que fue fundamentalmente distinta de su anterior carácter. Los movimientos secretos son ciertamente capaces de desarrollar, en su círculo limitado, un grado superior de disposición al sacrificio y al sufrimiento físico en los individuos en bien de la revolución, pero les falta el contacto amplio con las masas populares, lo único que es capaz de fructificar su eficacia y de conservarlos durante largo tiempo, frescos y con animación. Por eso ocurre que cada uno de los adherentes de esa especie de movimientos pierden, sin darse cuenta, toda noción exacta de los verdaderos acontecimientos de la vida real y el deseo se convierte en padre de sus pensamientos. Pierden lentamente el sentido de la actividad constructiva y su pensamiento evolutivo toma una dirección puramente negativa. En resumen, inconscientemente pierden la concepción de un movimiento popular. Ese proceso evolutivo original ocurre a menudo con sorprendente rapidez y, en pocos años, da un carácter bien distinto a un movimiento cuando las circunstancias exteriores, es decir, ciegas persecuciones por parte de los gobiernos, favorecen el desarrollo de organizaciones secretas.
Se comprende que, en épocas de reacción general, cuando los gobiernos cortan de un movimiento toda posibilidad de vida pública, la organización secreta es el único medio para conservar ese movimiento, pero, al reconocer ese hecho, no debemos continuar ciegos frente a los inevitables defectos, de esas organizaciones y de vanagloriar su importancia. Una organización secreta puede considerarse siempre tan solo como un medio, que el peligro del momento justifica, pero nunca podrá impulsar con éxito, ni poner en marcha una revolución social. En la propia atmósfera de las reuniones secretas con suma facilidad el individuo olvida ese hecho irrefutable. La influencia mág1ca que esas corporaciones ejercen sobre los elementos jóvenes, románticamente dispuestos, es un poderoso estorbo a una observación clara de la propaganda real y enceguece a muchos frente a la desnuda realidad. Todo se ve como por medio de un sueño, no como es en verdad sino como se quisiera que fuese.
Las organizaciones secretas de los viejos revolucionarios rusos contribuyeron enormemente, pero a pesar de eso tuvieron que ensangrentarse lentamente y sus ideas no pudieron alcanzar a la multitud. El movimiento se hizo recién invencible cuando por el desarrollo de la industria rusa, las grandes masas del proletariado, y en parte también los campesinos, se compenetraron de las ideas socialistas.

Además de esto, un movimiento clandestino está ligado a una serie entera de defectos graves, que inevitablemente proceden de su propia existencia. En primera línea se encuentran en continua lucha con los guardadores del orden estatal, que espían siempre y por todas partes para descubrir conjuraciones o si es necesario crearlas por sus propios provocadores. Esa lucha inquebrantable que obliga al conspirador a buscar continuamente nuevas reglas de seguridad, aparte de que ocasiona un enorme desgaste de energías, engendra también una permanente desconfianza morbosa en todos, la que se convierte en una segunda naturaleza. La sospecha se introduce en todas partes silenciosamente y destruye para siempre infinidad de vidas humanas. Me basta recordar aquí al affaire Poucquart, que se convirtió no sólo en la tragedia de su propia vida, sino que mucho tiempo dividió espantosamente el movimiento, paralizando sus fuerzas. Es también evidente que las luchas personalistas han de tomar en tales movimientos caracteres fatales tanto más graves cuanto más limitado sea el círculo de sus actividades. Recordemos las luchas amargadas entre Barbes y Blanqui, en las sociedades secretas durante el gobierno de Luis Felipe, las que paralizaron por un tiempo largo las actividades de sus organizaciones.

Todos estos acontecimientos colocan sobre los movimientos clandestinos un sello propio y tienen una influencia poderosa sobre la estructura espiritual de sus miembros. Perjudican el desarrollo espiritual de esos movimientos y sus aptitudes creadoras, porque están siempre obligados a sobreponer su eficacia destructiva.

En tal período de reacción y de relaciones secretas, entró el movimiento anarquista en el último decenio del siglo pasado y es natural que no se haya logrado librar de la influencia de la nueva atmósfera. Durante el transcurso de varios años, en las filas anarquistas se acostumbró considerar a la actividad clandestina como un estado normal. Los nuevos elementos que se plegaron al movimiento, en el período conspirativo, tenían una inclinación especial a considerar la organización secreta y su actividad como consecuencia lógica del movimiento anarquista, la que debía anteponerse a toda actividad pública. Un concepto en ese sentido defendió el Comité Italiano para la Revolución Social en una extensa carta al 7° Congreso de la Internacional, que se verificó en noviembre de 1874, en Bruselas. En el susodicho manifiesto se rechaza toda actividad pública de los revolucionarios por peligrosa. Dicen:

Las represiones en masa implantadas por los gobiernos, nos obligaran a una conspiración totalmente secreta. Como esa forma de organización es muy superior, nos congratulamos porque las persecuciones concluyeron con la Internacional pública. Continuaremos el camino secreto; lo hemos elegido como el único que puede conducirnos a nuestra meta: la Revolución Social.

Ésta fue la situación del movimiento cuando varios social-demócratas radicales alemanes en el extranjero, lo llegaron a conocer. Las grandes luchas ideológicas en el seno de la Internacional pasaron para el proletariado alemán casi sin dejar huella. Sobre todo, apenas se distinguía la influencia de la gran Alianza Obrera en Alemania. Los contados viejos precursores del anarquismo en Alemania, ya habían sido olvidados hace tiempo, mientras que los trabajadores alemanes comenzaron por organizarse autonómicamente. Los escritos de Carlos Grun, Moises Hess, Guillermo Marr, etc. eran por ellos completamente ignorados, como también las valiosas traducciones de Proudhon, las que por el cuarto y quinto decenio (del siglo XIX) fueron publicadas en Alemania. Todo el movimiento estaba entonces bajo la total influencia de los social-demócratas.

Las espantosas persecuciones al movimiento anarquista en los países latinos ahuyentaron a una gran cantidad de refugiados a la Suiza francesa. Allí se encontraron franceses, italianos, españoles. Dicho círculo se agrandó cuando en Alemania, se implantó la ley contra los socialistas, y muchos alemanes tuvieron que refugiarse en el extranjero debido a las persecuciones. La Federación del Jura, que tuvo gran influencia en Suiza en el último decenio, desplegó una vivaz propaganda en la que participaron los refugiados. En esa esfera conocieron el anarquismo obreros alemanes, como Emilio Werner, Eisenhauer y Augusto Reinsdorf. Fue justamente aquella fase evolutiva del movimiento, de la que hemos hablado, la que conocieron y que estampó un sello especial sobre su propia evolución. En el espíritu de aquella época consideraba al Arbeiter Zeitung que fue fundado en julio de 1876 en Berna, como el primer periódico anarquista escrito en alemán. Cuando el Reischtag adoptó, dos años más tarde, la ley contra los socialistas, y todo el movimiento socialista fue por este motivo declarado ilegal, naturalmente que tuvo que contribuir poderosamente a que la nueva tendencia se encarrilara en un sentido extremista.

Además hay que añadir un nuevo factor de suma importancia. En Rusia comenzó por entonces la terrible campaña de la Narodnaia Volia, contra los representantes del absolutismo zarista, la que se inflamó con una pasión no vista hasta hoy en la historia europea. Los actos de los revolucionarios rusos tuvieron una mágica influencia sobre el movimiento socialista de Europa, especialmente allí donde el movimiento fue perseguido por el gobierno. No hay nada que contribuya tanto a despertar en los hombres instintos violentos y sed de venganza como el incesante vilipendio de su dignidad. Hay que vivir un periodo así para poder apreciar exactamente su fatal influencia. Las eternas persecuciones de la policía, los bajos chicaneos a que se está expuesto diariamente, las disposiciones económicas y la provocación de todas partes, pueden desesperar al hombre más apacible. Cuando esto sucede a un hombre de gran valor personal, como Augusto Reinsdorf, a quien verdaderamente se perseguía de ciudad en ciudad como a una bestia salvaje, se comprende que su espíritu se desborde finalmente en pensamientos vengativos que han de tener una influencia decisiva sobre toda la manera y el sentido de su propaganda. Cuantas más víctimas son inmoladas, más se arraiga en su alma el deseo de venganza.

Se entiende que en tal estado de ánimo poca comprensión se puede tener para el desarrollo de ideas y para hechos creadores. La comunicación espiritual con la masa popular cada vez desaparece más y aún más en el grado que se desarrollan los aspectos extremos en cada revolucionario. A pesar de eso está bien convencido que de esa manera se acerca más al pueblo, cuando en realidad ocurre todo lo contrario. Es tanto como imposible de comprender la psicología especial de un hombre mientras desconocemos la atmósfera de la esfera en la que actúa. Y esa fue la causa en su más amplia acepción. El sentido para una gran actividad organizadora, sobre la base de la muchedumbre, para completarla con ideas nuevas y luego empaparse en la vida práctica del pueblo, un cambio mutuo eficaz sin el que es incomprensible un verdadero movimiento popular, ese sentido, poco a poco, se pierde del todo y da lugar a toda clase de alucinaciones que no tienen ningún contacto con la realidad de la vida. Tampoco puede ser de otra manera, pues toda actividad, por más extensa que sea, al margen de las multitudes, es debida al estado de excepción, más que a una ilusión. El gran pensamiento fructificador de una organización de las masas, como lo representaba la Internacional, queda poco a poco atrás. La organización se convierte en un pequeño núcleo de conspiradores, mientras cree que tiene cierta importancia, y naturalmente puede tener un campo de influencia bastante limitado. En este sentido concibió Reinsdorf la organización, respecto a la que, en julio de 1880, vertió en Freíheit de Most los siguientes pensamientos:

Cuando consideramos el por qué del terrorismo contra los trabajadores socialistas alemanes, por parte de una pequeña fracción de funcionarios del Reichtag y de periodistas, el que culminó con la expulsión del partido de Hasselmann y de Most, y la burla a los obreros social-revolucionarios y el desprecio de toda actividad revolucionaria, llegamos a la conclusión de que la causa de ese lamentable acontecimiento esta en los mismos obreros alemanes que con su organización centralista crearon ese partido fetichista, que se coloca en contra de toda acción individual y boicotea a todo el que se permite dudar de su infalibilidad. La gran lección que deben deducir de esos hechos los obreros socialistas alemanes es que, en el futuro, cuiden de su autodeterminación individual en contra de todo llamado jefe. Cada individuo debe tener el derecho de ajustar su acción revolucionaria, de acuerdo a su propia idea cada grupo independiente debe tener el derecho de emplear, en su terreno social, como medio de liberación el veneno, el puñal, la dinamita, sin ser por esto declarado irresponsable o de que está al servicio de la policía. Cada grupo debe también tener el derecho de unirse, para ciertos trabajos comunes, con uno o más grupos distintos sin ser acusado de que obra contra la táctica del partido y otras consideraciones artificiales y de palabrería que, hasta el presente, no tienen otro objeto que crear privilegios. Libertad de actividad revolucionaria para cada individuo y para cada agrupación, libertad para cada agrupación y para cada individuo referente a una coalición y, de esa manera, el aceleramiento de iniciativas y la confianza en las propias fuerzas del individuo, en beneficio de la causa, por medio de los hechos y lo que es más importante: la liberación del peso enorme del protectorado de jefes ineptos para la acción, ese es el resultado de una organización anti-autoritaria de labor socialista revolucionara.

En el número 39 de Freiheit (1880) toca otra vez Reinsdorf la organización anarquista y dice:

¿Cuál es el estado actual de la organización de los anarquistas? No se oye mucho de largos congresos, discursos y resoluciones; sin ser culpado de recalcitrante contra una llamada disciplina de partido (la palabra suena militarísticamente) cada agrupación y hasta cada miembro trabaja a su modo por la revolución, seguro del acuerdo solidario de los camaradas, cuando se trata respecto a un acto de propaganda. Pero un relámpago agudo en el Neva, un rápido brillar en el Deniester, un complot campesino en la Romania, un asalto armado a los empleados de impuestos en los valles de Sierra Nevada, una demostración colosal en la ciudad mundial a orillas del Sena o un combate con la policía en las costas republicanas de Aar, son los signos vitales que se traslucen de tiempo en tiempo y que demuestra que tienen siempre ante sus ojos el propósito: la destrucción de la sociedad actual.

Como es fácil observar, Reinsdorf concibe la organización casi exclusivamente bajo el horizonte de conjuraciones y actos terroristas. Alrededor del mismo punto de vista estaban colocados todos los anarquistas de esa época. La esencia natural del anarquismo no la conocieron, o la conocieron bastante superficialmente y sin ninguna perfección y, la mayoría de ellos, confundieron en forma circunstancial una necesidad del movimiento con el ser substancial de la propaganda anarquista. De ese modo sucedíale a menudo a Reinsdorf que se extraviaba en ideaciones puramente blanquistas y sin darse cuenta se dejaba influenciar por ideas extremadamente autoritarias. Por ejemplo en septiembre de 1880 en una correspondencia en Freiheit exhorta a los trabajadores alemanes a estudiar detenidamente el Catecismo del revolucionario, el que equivocadamente atribuye -como lo hicieron muchos otros- a Bakunin y que en verdad pertenece a Netschaiev y, justamente ese documento que tanto le entusiasmó es la negación de todo sentimiento personal, de toda personalidad en general. Pero eso no le sucedió a Reinsdorf solamente. El llamado Comité ejecutivo revolucionario de New York del que tanto habló John Most por los años ochenta y tantos (del siglo XIX), pero el que con toda seguridad existía más en la imaginación que en la realidad, no fue de manera alguna producto de las ideas anarquistas. En tales periodos de reacción general cuando los movimientos revolucionarios sólo pueden existir clandestinamente, son inevitables esos confusionismos. Es una atmósfera de errores de la que nadie puede librarse completamente.

IV




Así como los anarquistas de aquel periodo exageraron el significado de las organizaciones conspiradoras, de la misma manera sublimaron, al correr del tiempo, la importancia de los actos individuales alcanzando esto último proporciones lejanas, llegando muchos de ellos hasta ver en la llamada propaganda por el hecho el punto esencial del movimiento. Los actos terroristas individuales de caracteres apasionados son concebibles y explicables en periodos de reacción desenfrenada y de persecuciones atroces. Estos medios no fueron solamente empleados por los anarquistas. Hasta se puede afirmar tranquilamente que, comparándolos con los partidarios reaccionarios del terrorismo individual, los anarquistas fueron unas simples criaturas inocentes. De todos modos, queda bien establecido que estos actos en sí, nada tienen que ver con los anarquistas. Como seres humanos, igual que todos, estados determinados incitaron a algunos anarquistas a cometer determinados actos, como también solía ocurrir con personas de distintas tendencias ideológicas. Solamente, debido a las espantosas persecuciones de que son objeto los anarquistas en los diversos países, puede explicarse el por qué la importancia de esos actos fue exagerada en los sectores anarquistas de aquel periodo.



Los actos individuales nunca pueden servir de fundamento para un movimiento social y de manera alguna son capaces de transformar el sistema social. Solamente pueden, en ciertos tiempos, atemorizar a algunos sostenedores del sistema existente pero no influyen en absoluto sobre el sistema mismo. Eso tampoco fue afirmado por los anarquistas. Solamente ciertos individuos pueden ser inducidos por procederes terroristas y ese solo hecho es la mejor demostración que sobre la base de individuos no se puede edificar un movimiento Las transformaciones sociales son solamente factibles por movimientos de multitudes. Así lo comprendieron los anarquistas del primer periodo y por lo mismo dedicaron lo principal de sus actividades a la propaganda entre las masas y trataron de relacionarlas en uniones económicas y en centros de estudios sociales. Recién más tarde, cuando la siempre creciente reacción concluyó con esa actividad y el movimiento anarquista fue perseguido por las autoridades, se desarrolló en ella la tendencia de la que ya hemos hablado.


Bajo el dominio de la Ley contra los socialistas en Alemania, el movimiento anarquista desarrolló una actividad subterránea, pero que, se limitó solamente a la distribución clandestina de los periódicos y folletos publicados en el extranjero. Órganos anarquistas como Freiheit de Most y Warheit que también aparecía en New York y especialmente Autonomía de Londres fueron introducidos a Alemania por las fronteras belga y holandesa. La difusión de esa literatura estaba sujeta a infinidad de víctimas y los compañeros que caían en las garras de las autoridades fueron casi todos sin excepción castigados con la prisión. Bastante fuerte nunca lo fue el movimiento, porque siempre tenía que luchar con inmensas dificultades y no sólo tenía que soportar toda especie de persecuciones por parte del gobierno, sino que también los ataques odiosos e intolerables de los jefes social-demócratas, duchos en toda clase de vilipendios. De esa manera Guillermo Liebknecht calumnió a Augusto Reinsdorf, acusándolo de que estaba al servicio de la policía cuando ya lo habían condenado a muerte.

Existieron grupos en Berlín, Hamburgo, Hannover, Magdeburgo, Francfort del Mam, Maguncia, Manheim y en otras diversas ciudades en el bajo Rhin, en Sajonia y en el sur de Alemania. La mayoría de los miembros, especialmente en los años posteriores durante la Ley contra los socialistas, estaba compuesta de jóvenes entusiastas, que más concibieron el anarquismo con el sentimiento que con la razón. Pero no es del todo extraño, puesto que la literatura anarquista en lengua alemana no podía gloriarse de un rico contenido. Además de Dios y el Estado de Bakunin había contados folletos de Kropotkin, Most y Poucquart. Esto fue toda la pequeña riqueza. Tampoco hay que olvidar que las palabras de fuerte sustancia de Most influyeron entonces más sobre nosotros, la juventud, que las sencillas exposiciones de Kropotkin. Psicológicamente es fácil entenderlo. En un país donde estaba prohibida la palabra libre, se sobreentiende que las expresiones más radicales han debido tener mayor éxito, aunque esas expresiones no hayan sido profundizadas.

Con la caída de la Ley contra los socialistas en 1890 se verifico también un cambio en el horizonte anarquista de Alemania, de considerables proporciones aún cuando se opero con lentitud. La oposición dentro de la social-democracia, que ya se podía notar bien durante las últimas fases de la ley de excepción, salió ahora públicamente ocasionando disgustos a los viejos jefes del partido. Los viejos intentaron toda clase de recursos para conformar a los jóvenes y al no lograrlo se declararon abiertamente por una ruptura, llegando a tal extremo que los oradores de la oposición fueron expulsados durante la convención de Erfurt en 1891. Los expulsados fundaron entonces una nueva organización, el Partido de los Socialistas Independientes, fundando un órgano propio en Berlín, Sozialist.

Estos hechos facilitaron también a los anarquistas públicamente con sus ideas, siendo Berlín el punto donde se celebraron las primeras conferencias anarquistas. Dos años más tarde se llego hasta el intento de fundar un órgano anarquista propio en Alemania, pero el Arbeiter Zeitung que se titulaba órgano de los anarquistas de Alemania y que debía aparecer en noviembre de 1893 en Berlín, fue inmediatamente confiscado por el gobierno. Toda la edición del primer número, exceptuando algunos ejemplares, cayó en poder de la policía. Mientras tanto el Sozialist evolucionaba cada vez más en dirección al anarquismo, hasta que finalmente bajo la dirección de Gustavo Landauer, hubo una ruptura en el seno de los socialistas independientes y la mayoría se declaró por el anarquismo. Desde entonces el Sozialist fue netamente anarquista.

Entonces, es decir en la mitad del noveno decenio, fue quizá posible organizar los diversos grupos anarquistas en Alemania y de esa manera colocar el fundamento para un movimiento saludable y vigoroso. Efectivamente, una parte de los anarquistas alemanes tenían esta intención, pero justamente fue entonces cuando comenzaron las discordias intestinas que durante años sacudieron a todo el movimiento joven. Todo un diluvio de ideas distintas se volcó sobre el nuevo movimiento anarquista, las que llevaron una espantosa confusión a los espíritus. Si el movimiento hubiera tenido la posibilidad de desarrollarse públicamente algunos años sin contratiempos y poder fortificarse espiritualmente, muchas ideas que adquirieron entonces habrían ayudado a acelerar y fructificar su evolución espiritual. Desgraciadamente no se encontraba en esa afortunada situación. A la mayoría de sus partidarios de entonces les faltaba la madurez espiritual que les pudiera habilitar independientemente para probar y valorizar críticamente todas las nuevas ideas que se introducían tan de improviso en su seno.

El 99% de los anarquistas de Alemania no tuvieron entonces una idea siquiera del origen y de las aspiraciones del movimiento anarquista. Por medio de los periódicos y folletos anarquistas que aparecían en el extranjero llegaron a conocer superficialmente una fase determinada de la lucha, pero las circunstancias que mediaron para la nueva forma del movimiento, fueron para ellos completamente desconocidas. Los compañeros que alcanzaron a conocer el periodo de conspiración del movimiento en Alemania, todos sin excepción eran partidarios del anarquismo comunista. De otra tendencia antes no se supo siquiera. En 1891 apareció en Munich la conocida novela de Juan Enrique Mackay Los anarquistas. El susodicho libro hizo mucho ruido en los círculos anarquistas de Alemania, a pesar de su bien floja base teórica. En las reuniones de agrupaciones y en las disertaciones nocturnas se entablaban discusiones sin fin sobre la cuestión: ¿Anarquismo comunista o anarquismo individualista? No eran pocos los que llegaron a la conclusión de que el llamado individualismo representa en sí la verdadera dirección ideológica del anarquismo. Algunos se fueron tan lejos después de Mackay, que hasta llegaron a disputar seriamente a los de tendencia comunista el derecho de llamarse anarquistas. Es notable que los prosélitos más fanáticos de la libertad son justamente aquellos que quieren limitarla estrechamente.

Un año más tarde apareció en la Biblioteca Universal de Reclam una nueva edición de la obra de Stirner, El Unico y su Propiedad , la que ya había sido casi completamente olvidada. (La segunda edición que apareció en 1852, fue poco divulgada y en los centros anarquistas quedó casi desconocida por completo). La reaparición de esa obra extraña es un acontecimiento importante para el movimiento anarquista en Alemania. Solamente un pequeño porcentaje tenía una idea cabal del tiempo y de las circunstancias en que apareció la obra de Stirner. Las grandes luchas ideológicas del periodo anterior a 1848 fueron hace bastante tiempo olvidadas y por lo consiguiente se comprende que muchos de los que se embucharon avidamente el Único , no las conocían o si las conocían era pobremente y no como para interpretar los agudos ataques polémicos del libro. Es fácil presumirlo, porque aquel periodo no dejó ningún rastro de literatura que nos presente valores contrarios a las luchas de aquel tiempo remoto. Por eso la obra de Stirner se convirtió para muchos en un nuevo Manifiesto, una especie de última verdad que no puede ser superada. Aunque resulte paradójico, esa obra clásica de negaciones, que seguramente no tiene otra igual en toda la literatura, se convirtió, para muchos anarquistas de aquel tiempo, en una nueva Biblia la que fue de muchas maneras comentada e interpretada y desgraciadamente comentadores no faltaron. Creo que es una tragedia de todos los grandes espíritus, o quizá del espíritu en general, que justamente las cabezas más obtusas y los charlatanes más sosos se consideran siempre prontos para aparecer como sus apóstoles. Con Stirner y Nietzsche ya sobrepasa la medida. y esto verdaderamente no lo merecieron. En muchos grupos anarquistas se encontraron comentadores stirnerianos que siempre estaban prontos con un comentario de la egocracia -que, dicho sea de paso, no comprendieron- e imposibilitaron toda obra razonable. Es decir, en cada grupo naturalmente uno sólo de esos espíritus podía figurar, porque en cuanto aparecía otro espíritu en la agrupación era inevitable la ruptura y originaba la inmediata fundación de una nueva agrupación. Esos alemanes combatían principalmente toda actividad organizadora mirando de arriba abajo, con orgullo despectivo al gran rebaño. Llegaron hasta a olvidar que el mismo Stirner otorga un valor relativo a la organización cuando habla de las Sociedades de egoístas. Tuve oportunidad de estudiar a algunos de los que siguen su propio camino, los que siempre estaban prontos con sus frases banales, rebaño vacuno, e idiotismo de masas y la experiencia me demostró que la mayoría de estos extraños santos estaban siempre a la altura del simple hombre del pueblo y que para muchos de ellos el epiteto al margen de las masas les estaba como pintado. Lo mismo ocurría con la herejía autoritaria de esos señores. Acechaban caer siempre sobre alguna autoridad y reducirla a ceniza pero ellos mismos fueron siempre la gente más intolerante que se pueda concebir, e imbuídos de una terquedad y oposición enfermiza que imposibilitaba simplemente colaborar con ellos durante un tiempo.

Pero no fueron ellos las únicas nuevas influencias sobre el movimiento joven, aunque sin duda tuvieron la eficacia más perjudicial. En 1892 apareció la obra del Dr. Benedicto Fridlander El socialismo libertario en contraposición a la esclavitud estatal de los marxistas, libro muy digno de ser leído, que hizo recordar a los anarquistas la obra vital de Eugenio Duhring, que era también desconocida por la mayoría de los jóvenes. Esto impuso a muchos anarquistas el estudio de las obras de Duhring, especialmente cuando la nueva tendencia comenzaba a editar en 1894 un órgano propio Der moderne Volkergeist (El espíritu popular moderno) que les facilitaba la propagación más intensiva de sus ideas.

Además el movimiento en pro de la tierra libre que por entonces propagaba Teódoro Hertzka, influyo de una manera tan poderosa sobre el movimiento anarquista, que resulta imposible valorizarla. Sus obras Tierra libre , Un viaje a Tierra libre, etc. , fueron muy leídas en los centros de los anarquistas alemanes y muchas veces comentadas en el Sozialist.

En 1894, el Dr. Bruno Wille publicó su obra Philosophie der Befreiung durch das reine Mittel (Filosofía de la emancipación por un medio puro), la que también provocó grandes divergencias de opiniones, porque trajo nuevamente al tapete la cuestión sobre el empleo de la violencia como un medio táctico de lucha, medio que naturalmente Wille rechazaba. Se podría hablar aquí de algunas otras cosas que han tenido una mayor o menor influencia sobre el desarrollo del movimiento anarquista en Alemania, pero basta con señalar las corrientes más importantes. Repetimos nuevamente que, todas esas ideas y aspiraciones nuevas que circundaron al movimiento joven, podrían resultarle útil y ventajosas, si tuviera el tiempo suficiente para fortificarse espiritualmente y establecer una base para su actividad. Pero como lamentablemente no fue así, todas esas nuevas tendencias obraron como la pólvora sobre el movimiento joven, destruyéndolo interiormente cada vez más. La redacción del Sozialist, que halló en Gustavo Landauer un admirable representante, se empeñó grandemente en unir y educar al movimiento por dentro, pero no fue trabajo fácil y se hizo cada vez más difícil por las persecuciones atroces y los chicaneos policiales que el movimiento tuvo que soportar. Los atentados de Ravachol, Vaillant, Henry, Pallás y otros que ocurrieron en Francia y España enloquecieron a la policía alemana induciéndola a perseguir atrozmente a los anarquistas. Las persecuciones cayeron sobre el movimiento como un granizo y en especial fueron dirigidas contra los editores del Sozialist al que se pretendía destruir a toda costa. En el corto tiempo de su existencia, es decir de noviembre de 1891 hasta enero de 1895, no menos de 17 redactores responsables fueron acusados y con excepción de dos que lograron huir al extranjero, fueron todos condenados, y cuando estos medios no dieron más resultado se llegó hasta violar las leyes, con el objeto de terminar con ese periódico tan odiado, hasta que finalmente lo consiguieron.

V

Los editores del Sozialist pensaron al principio volver a publicarlo en el extranjero, pero después de un paréntesis de siete meses lograron volver a publicarlo en Berlín como época nueva. Pero el género y el estilo de escribirlo era diferente. El nuevo Sozialist perdió su anterior tono de mozo bravo de sus primeros años, concretándose exclusivamente a cuestiones puramente teóricas en cuyo terreno contribuyo considerablemente. Como ejemplo recuerdo solamente los admirables estudios sobre el marxismo y, en especial, los análisis críticos de la interpretación materialista de la historia, que fueron ampliamente tratados.

Pero los artículos del Dr. Eugenio Enrique Smith, Ladislauer, Gunplowicz, Benedicto Frid Lander, Bruno Wille, Ommer Born, Brude, etc., a pesar de toda su bondad, no podían corresponder a las necesidades de los trabajadores anarquistas que no estaban lo suficientemente instruidos, como para apreciar las idealizaciones de los intelectuales. Lógicamente esto debía terminar con un hondo confusionismo dentro del movimiento berlinés y que más tarde se extendió a otras localidades. Los mismos editores del Sozialist comprendieron que habría que intentar algo en ese sentido para nivelar las contradicciones que aparecían cada vez más expresivas y fundaron en 1896 el Annen Konrad (El pobre Conrado) una especie de suplemento popular al Sozialist. También el nuevo periódico, que aparecía bajo la dirección de Alberto Weidner, estaba bien presentado pero su formato era muy chico para ocupar el lugar que precisaba. Mientras tanto se ahondaron demasiado las divergencias que la orientación del Sozialist ocasionó. Aunque con un poco de buena voluntad se habría podido llegar a un arreglo razonable y favorable para todo el movimiento, pero en Alemania donde esas disputas abarcaban desde tiempo atrás un carácter más hostil que en cualquier otra parte, según parece fue imposible.

De esa manera apareció en 1897 en el sector de los elementos descontentos con la orientación del Sozialist, un nuevo órgano anarquista Neues Leben (Vida Nueva). Pero el nuevo periódico no granjeó ningún honor especial para su tan prometedor título, a pesar de toda la buena voluntad de sus editores, porque les faltaba la suficiente capacidad que se requiere para sacar un periódico bien redactado. No obstante, el nuevo periódico logró desposeer al Sozialist, el que, a fines de 1899, después de largas y árduas luchas financieras, dejó de aparecer.

Evidentemente no fue buena señal para la fuerza espiritual de ese movimiento, que una hoja como Neues Leben logrará arrojar del escenario a un periódico excelente y comedido como lo fue el Sozialist. Pero tales acontecimientos deben también ser juzgados desde otro punto de vista. Sin duda había entonces entre los anarquistas alemanes un cierto número de elementos que pueden ser considerados con mayor justicia como socialistas decepcionados, más que como anarquistas. Ese elemento aún hoy no desapareció del todo en Alemania.

Que el Sozialist no haya podido ser para ellos un periódico conveniente es fácil de comprender, pero existe otra causa que tomo un rol importante en esa lucha mutua entre anarquistas, y quizá tuvo una importancia decisiva. Una parte de los trabajadores anarquistas sintieron instintivamente que la posición que adoptaba el Sozialist lo alejaba cada vez más de la clase trabajadora, porque una parte considerable de sus colaboradores se perdía, de facto, en ideaciones que eran completamente ajenas a la vida real con sus luchas cotidianas. Se sentía que el contacto interno con el movimiento obrero en general se debilitaba, cada día más, previendo en ello un accidente que habría de perjudicar al desarrollo ulterior del movimiento.

Esas cosas en general las siente el trabajador simple más tenue e intensamente que el intelectual, aunque no siempre posee las facilidades de darle una expresión a esos sentimientos. La mayoría de los camaradas alemanes aspiraban a un movimiento obrero anarquista y sentían instintivamente de que una acentuación demasiado unilateral de teorías puramente abstractas sobre la soberanía ilimitada del individuo y otras cosas análogas por medio de las cuales puede suponerse todo lo posible e imposible, desalojaría a las masas del campo del movimiento convirtiéndolo en una secta petrificada. Esto indujo a muchos a tomar una actitud resuelta contra el Sozialist y encaminarse por otras vías. Es profundamente sensible la injusticia amarga que de esa manera se cometió, tanto desde el punto de mira puramente humanitario como del de interés del movimiento, con un hombre como Gustavo Landauer. Un vistazo a su excelente Manifiesto al Socialismo, es suficiente para reconocer que justamente Landauer fue uno de los pocos en Alemania que más profundamente interpretaron el lado social del anarquismo. Pero también sería injusto si se atribuyera todo, en esa lucha, a simples odios personalistas o restricciones espirituales, a pesar de que muy a menudo son lamentablemente acontecimientos que acompañan a tales pleitos.

El buen sentido indujo a muchos obreros anarquistas a desear una raíz de unión más potente del anarquismo con el movimiento obrero. Para muchos fue quizá más instintivamente que a sabiendas. Se sentía la necesidad interna, pero no se tenía la certidumbre del camino conveniente. El periodo de Neues Leben no fue seguramente camino verdadero, pero, para algunos, acelero la aclaración interna no obstante estar fuertemente influenciado por los acontecimientos que se operaban en el extranjero. El joven movimiento sindicalista en Francia se desarrollo con una rapidez pasmosa, y muchos anarquistas activos empeñaron toda su energía en el nuevo movimiento, participando en sus innumerables luchas. La razón de ser de un movimiento de masas se levanto poderosamente después de un adormecimiento tan largo durante el tiempo de las leyes de excepción. La grandiosa idea de Huelga General comenzó a abarcar a la muchedumbre de los países latinos y, bajo la directa influencia de grandes luchas obreras las que, durante los primeros años del presente siglo, conmovieron España, Francia, Italia, la Suiza francesa, Holanda, Hungría y otros países, también entró el movimiento anarquista en una nueva fase de su evolución, que volvió a acercarlo a sus precursores.
En enero de 1904 empezó a aparecer en Berlín Der Freie Arbeiter (El Obrero libre), cuyos editores se colocaron enteramente en el terreno del movimiento revolucionario de las masas, predicaba la huelga general y la acción directa. Un intento firme, en ese sentido, ya fue hecho con anterioridad por Rodolfo Lange y otros camaradas, los que con tal motivo sacaron el Anarchist. Pero, en el momento de colocarse en el terreno del movimiento revolucionario de las masas, el punto Organización volvió al tapete y, en efecto, fue Lange uno de los decididos partidarios de la organización anarquista en gran escala concitando muchas veces la contrariedad de una gran parte de los camaradas alemanes, con su defensa resuelta de este pensamiento. Cuando la Conferencia de Mannheim, de la Federación Anarquista Alemana (1907), elaboró y aprobó líneas de conducta en ese sentido, como era de esperar provocó innumerables protestas, protesta donde la frase La autonomía absoluta del individuo autócrata jugó un rol prominente.

Acontecimientos iguales ocurrieron también, en una más o menos idéntica forma, casi en todas partes, es decir, se trataba de asuntos que debían hacer en todas partes, el mismo efecto. El conocido anarquista holandés Christian Cornelissen, relató bien detalladamente ese estado en su interesante estudio sobre La Evolución del Anarquismo donde emite su opinión de la siguiente manera:

En diversos países modernos el anarquismo recién se hizo camino práctico como oposición a la centralización y disciplina de la social-democracia. Pero dicha oposición, como ocurre generalmente en movimientos opositores, se fue bien pronto al otro extremo. Junto a la influencia de los elementos libertarios y artísticos contribuyó mucho a prestar cierto apoyo al individualismo como teoría y hasta introducir en todas partes la desorganización en el movimiento. Sobre todo a principios del noveno decenio del siglo pasado, durante la época en que la llamada acción individual incitó diversos atentados con bombas, la crítica individualista de allí así como también de Italia, Alemania, Holanda, Bohemia, etc., atacaba primero a la forma de organización y más tarde a la organización misma. En los sindicatos apareció el espíritu individualista de desorganización y en muchas sociedades de reciente fundación, se puso como cuestión preliminar en la orden del día, que estatutos y presidentes llevan en sí el germen de un nuevo dominio. No contentos con criticar el abuso de la organización y el empleo de todos los medios para evitar que los miembros directores de los sindicatos poseyeran demasiado poder en sus manos, pues son sencillamente los mandatarios de los asociados, empezaron luego los individualistas a combatir a la misma organización, soñando ver siempre nuevos tiranos hasta allí donde se trataba tan sólo de regular los asuntos sindicales más simples. También en estos casos fueron erróneamente empleadas palabras como tiranización de la minoría por la mayoría y represión de la libertad individual. Pero, la crítica individualista, no notó aquí el peligro de que cuando en una organización obrera no existe una reglamentación se hace valer con más facilidad la autoridad personal y hasta la dictadura de individuos de acción, igual que en la vieja sociedad combatida. Más aún que en los sindicatos halló resonancia el individualismo en el periodo transitorio de que hablamos aquí, en los grupos y en los centros de estudio y de agitación los que se colocaron directamente frente a las sociedades de los social-demócratas. Recién, no hace mucho en diversos países se discutieron problemas como los siguientes: ¿Si no es un repudio contra la libertad del individuo el votar y concebir resoluciones en grupos revolucionarios? ¿Si es permitido apelar a los miembros de tales grupos, para que abonen con regularidad sus contribuciones a la caja del grupo? ¿Si se está autorizado para nombrar un presidente de mesa en los grupos para que anote a los que pidan la palabra o un secretario y especialmente un tesorero, pues son todos responsables ante los miembros y esto establece una nueva dominación como ocurre en los social-demócratas? Además, relativo a responsabilidad, el individuo soberano es deudor ante sí mismo de la responsabilidad. Que no se vaya a creer que es exagerado. Todavía, en el Congreso Internacional revolucionario de Londres en 1896, entre los presentes se hallaba un stirneriano empedernido que protestaba cada vez que había que aprobar alguna resolución: ¿Qué, una resolución? jNo quiero resoluciones! jNo vine para pactar con otros! ¡Yo quiero ser YO MISMO! Pero entonces la tendencia comunista ya tenía la supremacía y se le dijo al opositor: Eso podrías haber hecho en casa! No debes venir para aburrirnos.

Cite tan detalladamente a Cornelissen porque dió en la tecla con sus consideraciones y lo sobrevivió todo igual que yo. Lamentablemente, el espíritu de entonces no desapareció aún del todo del movimiento anarquista en Alemania y sigue mareando acá y acullá a gente que se embriaga fácilmente con palabras huecas y no tiene la habilidad de escarbar en la substancia de los conceptos. Esa gente queda apegada a las formas exteriores de las cosas, porque sufren de un incurable fetichismo que les representa siempre los cuadros de su imaginación como la verdad realista. Me basta recordar aquí solamente el Boletín que la Bolsa de Obreros Mozos creyó conveniente publicar en ocasión del último congreso sindicalista de Dusseldorf. La misma herejía autoritaria y las mismas réplicas que quedaron completamente intactas por las experiencias del tiempo. Una sola cosa se cambió. La hojita se titula Der Vorgeschobene y es realmente algo nuevo. Pues que en una sociedad tan ilustrada de individuos soberanos pueda haber también rebaño, es algo que antes nadie hubiera soñado. Aparte de eso, es así como viejos espectros nocturnos que se sumergen otra vez en el sepulcro, ante la primera iluminación del alba.

En el momento en que el movimiento anarquista volvió a colocarse sobre el terreno de la acción de las masas, como lo hicieron sus grandes precursores en la época de la Internacional, el problema de la organización debía naturalmente volver de nuevo a la orden del día y fue principalmente ese problema el que originó la convocación del Congreso Anarquista Internacional de Amsterdam (1907) y de la creación de la Internacional Anarquista. El compañero francés Dunois inició el punto Anarquismo y organización, con una pequeña relación, en la que puntualizó el carácter social de la idea anarquista y declaró que el anarquismo no es individualista sino federalista y que puede definirse como federalista en todos los terrenos. En la discusión todos los camaradas, exceptuando el individualista holandés Croiset, se expresaron por la necesidad de la organización. Con especial acentuación lo hizo nuestro viejo camarada Errico Malatesta, quien siempre fue un campeón incansable de las ideas organizadoras.

Guardémonos de la falsa concepción, dice Malatesta, de que la ausencia de organización es una garantía para la libertad; los hechos palpables nos demuestran lo contrario. Un ejemplo a su favor: existen en Francia periódicos anarquistas que no dependen de ninguna organización pero están cerrados para todos aquellos cuyas ideas, estilo y persona tienen el infortunio de no caer en gracia a sus editores, resultando en tal caso, que unos individuos poseen más poder para coartar la libertad de opinión a otros, no como pudiera ocurrir con un periódico editado por una organización. Se habla mucho de autoridad y autoritarismo. Aclaremos de una vez por todas qué es lo que se entiende por tal. No cabe duda de que nos sublevamos desde el fondo de nuestro corazón, y nos sublevaríamos siempre, contra la autoridad que está representada por el Estado y la que persigue el único objeto de mantener la esclavitud económica en el seno de la sociedad, pero ningún anarquista, sin excepción, se negaría a respetar una autoridad puramente moral la que debe su origen a experiencia, inteligencia y talento. Es un grave error acusar a los partidarios de la organización, los federalistas, de autoritarismo, y es un gran error creer que los llamados enemigos de la organización, los individualistas, se hubieran condenado voluntariamente a un aislamiento completo. Yo soy de la opinión de que la lucha, que se mantiene entre individualistas y partidarios de la organización, gira en general alrededor de frases huecas, que no pueden tener ningún valor para los hechos prácticos. En Italia sucede muchas veces que los individualistas están sin tener en cuenta de que son contrarios a la organización, mejor organizados que algunos defensores de la organización, los que a cada paso reafirman su necesidad y nunca la realizan en la práctica. Sucede también a menudo que en los grupos, donde tanto se perora de la libertad del individuo, hay más autoritarismo efectivo que en las sociedades tituladas de autoritarias porque tienen un presidente de mesa y adoptan resoluciones. Basta de frases huecas y dediquémonos mejor a los hechos prácticos. Las palabras separan, los hechos unen. Es tiempo ya de que organicemos nuestras fuerzas para obtener una influencia decisiva sobre los acontecimientos sociales.

En ese sentido el Congreso adoptó diversas decisiones creando un Bureau Internacional para que facilite las relaciones entre las diferentes organizaciones nacionales. El segundo congreso de la Internacional Anarquista que debía efectuarse en el verano de 1914 en Londres y para el que ya estaban notificados delegados de 21 diversos países de Europa y América, fue interrumpido por la guerra mundial que estalló justamente cuando el congreso tenía que realizarse y los cinco miembros que componían el Bureau fueron más tarde dispersados por diversos países.

La primera parte de la catástrofe gigantesca está ahora detrás nuestro y sería imposible prever que es lo que podría traernos la segunda parte. Sólo podemos suponerlo dentro de contornos bastante obscuros. Inmensos problemas se nos plantean esperando una solución. El movimiento anarquista sufrió mucho en todas partes a consecuencia de la guerra y los compañeros de todos los países deben hacer los mayores esfuerzos posibles para juntar nuestras fuerzas dispersas y reanimarlas para la acción. Se concibe ahora en todas partes que el movimiento anarquista necesita una base organizadora para obtener un resultado eficaz en, las grandes luchas que se nos presentan y para que los socialistas estatales de una u otra tendencia no se conviertan en los herederos gozosos de nuestra actividad y sacrificio. Rusia nos dió en este sentido un ejemplo previsor. Allá el movimiento anarquista, a pesar de la enorme influencia que tenía sobre el pueblo, y a pesar de los inmensos sacrificios con que contribuyeron los anarquistas para la causa de la revolución, concluyó siendo víctima de su dispersamiento interno y de su desorganización. Coadyuvó a exaltar a los bolcheviques al poder y nuestros compañeros sienten hoy muy bien su sabor amargo. Lo mismo sucederá en todas partes mientras que no logremos unirnos en determinadas líneas de conducta y fusionar en organizaciones nuestras fuerzas.

En Francia nuestros camaradas se unieron en la Unión Anarquista y despliegan una actividad satisfactoria. En Italia es hoy en día la Unión Anarquista una de las organizaciones más importantes e influyentes en el movimiento obrero italiano. En España, donde los anarquistas siempre han concentrado el peso de sus actividades propagandísticas y organizadoras en el movimiento sindical revolucionario, enseguida después de la guerra se desarrolló la Confederación del Trabajo portentosamente. Después de una serie entera de luchas, fue en cierta manera desposeída de la publicidad por la espantosa reacción que nuevamente bulle allá, durante los últimos dos años, pero no desapareció a pesar de las persecuciones atroces que sufrió y que sigue sufriendo hasta hoy día. Solamente debido a su inquebrantable actividad organizadora lograron nuestros camaradas españoles resistir a los violentos ataques de la reacción y reafirmar la estabilidad del movimiento. También en Portugal y en Sudamérica, donde los movimientos están bien emparentados con el español, contribuyeron mucho nuestros camaradas en el terreno de la organización y son acreedores de las mejores esperanzas en el futuro.

En Alemania adquirió el anarquismo un terreno firme, a partir de la revolución, debido al fuerte desarrollo del movimiento anarco-sindicalista que abarca a todos los elementos del movimiento obrero anarquista. Según mi opinión es el acontecimiento más significativo en toda la historia de la evolución del anarquismo en Alemania, a pesar de que aún no está suficientemente valorizado por la fracción de los compañeros que están en principio sobre la base del movimiento obrero y de la organización. El que sepa valorizar toda la odisea de dicho desarrollo concebirá que justamente esos compañeros que dejaron de ser novicios en el movimiento deben estar especialmente interesados en acelerarlo en todo lo posible, porque un largo divisionismo como podemos ver hoy en la mayoría de las organizaciones extremistas existentes, hubiera sido al mismo tiempo un desmoronamiento del movimiento anarquista del que no podría restablecerse por mucho tiempo.

VI

Queremos que no se nos confunda. Si hemos defendido aquí tan fervientemente la organización, no queremos de modo alguno manifestar que es un bálsamo para todas las clases de enfermedades. Sabemos muy bien que en primera línea está el espíritu que anima e inspira un movimiento; cuando falta ese espíritu para nada sirve la organización. No se puede resucitar a muertos organizándolos. Lo que sí interpretamos es que allí donde realmente existe el espíritu y donde están las energías necesarias, es la organización de las fuerzas sobre la base federativa el mejor medio para alcanzar los resultados más grandes. En la organización hay un campo de actividad para todos. La estrecha cooperación de los individuos por una causa común es un medio poderoso para el levantamiento de la fuerza moral y de la conciencia solidaria de cada miembro. Es absolutamente falso el afirmar que en la organización se pierden la individualidad y el sentimiento personal. Todo lo contrario, justamente por el constante contacto con iguales se despliegan recién las mejores cualidades de la personalidad. Si se entiende por individualismo nada más que el constante pulimiento del propio YO y el ridículo temor de que en todo contacto estrecho con otros hombres reside un peligro para la propia persona, se olvida que justamente ahí yace el mayor obstáculo para el desarrollo de la individualidad. Cuanto más estrechamente está ligado un hombre a sus prójimos y cuanto más profundamente siente sus alegrías y sus dolores, más hondo y rico es su sentimiento personal y más grande su individualidad. Se puede afirmar tranquilamente que el sentimiento personalista de un hombre se desarrolla directamente de su sentimiento social.

Por eso el anarquismo no es contrario a la organización, sino su más ferviente defensor, claro está, suponiendo que se trata de una organización natural de abajo arriba, que nace de las relaciones comunes de los hombres y encuentra su expresión en una cooperación federativa de las fuerzas. Por eso combate también toda imposición de esa cooperación que se impone desde arriba sobre los hombres; porque destruye las relaciones naturales entre ellos, que es la base de toda organización real y convierte a cada individuo en una parte automática de una gran máquina que se dirige por privilegiados y trabaja para determinados intereses particulares.

Se puede, como Malatesta, reposar todo el peso sobre la organización de los grupos anarquistas y de su unión federativa, o estar con Kropotkin, de que los anarquistas continúen con sus pequeños grupos y depositar todo el peso de sus actividades en las organizaciones sindicales. Se puede hasta representar el mismo punto de vista que James Guillaume, el valeroso compañero de luchas de Bakunin, para que no se hable siquiera de organizaciones anarquistas especiales, sino que se trabaje exclusivamente dentro de los sindicatos revolucionarios para la evolución y profundización del socialismo libertario. Estas son disparidades de criterio que se prestan a discusión. pero de todas maneras queda establecida la necesidad de la organización.

Justamente ahora, antes de que se avecine la tempestad, es más urgente esa necesidad. Las contradicciones sociales se han hecho más palpables en todos los países y enormes masas del proletariado están aún dominadas por la creencia de que el uso de la violencia estatal por el mismo proletariado, lo coloca en condiciones de resolver el problema social. Ni el derrumbamiento espantoso de Oriente. puede curar a la mayoría de ese engreimiento. Es absurdo pensar que el socialismo estatal perdió su poder fascinador sobre las masas. Es todo lo contrario, y por sobre el mismo debe colocarse frente al espíritu de servidumbre general, el IDEAL DE LIBERTAD Y SOCIALISMO. Una lucha, una lucha sin piedad a todas las fuerzas de la tiranía y a todos los idólatras del poder y del dominio, bajo cualquier máscara que estén escudados. La suerte de nuestro avenir próximo está sobre la balanza de la historia. Deben, por lo tanto, unirse todas las fuerzas en una gran alianza y abrir las puertas para un porvenir libre.


Rudolf Rocker







Texto extraído de Antorcha