lunes, 15 de junio de 2020

Ecologismo: Capitalismo verde



En tiempos de la no-vida, hay quien siente la necesidad de recrear ciertos espacios en los que la lucha se vuelve parcelaria. Se plantea como un espacio a conquistar, se especializa en apartados y surge un nuevo profesional que rentabiliza su saber y regula inseguridades. El politiquille oportunista disfrazado de verde en busca de la rentabilidad de los desastres. Aparece el empresarie respestuose, las marcas comerciales ecológicas, los verdaderos conflictos se diluyen, se esconden las causas que producen la maquinaria de la sociedad, así se busca luchar por la unidad y el bien del planeta sin entrar demasiado en los conflictos sociales, eso se puede salvar. Pero un mundo en armonía no se puede encontrar sólo por las luchas relacionadas a la naturaleza, ha de ser a la par con los problemas sociales cuando se puede vivir, buscando un cuestionamiento total.

Nadie plantea el porqué de la jerarquía social o animal, la dominación y sus justificaciones, el control, el antropocentrismo, la posesión de la naturaleza, la civilización o la tecnología. Pero el ecologismo no es más que el decorado verde de la barbarie, no trata de ir más allá, lo plantea como un problema aislado y separado de la crueldad del mundo despiadado en el cual morimos día a día. A algunes ecologistas sólo les parece importar el que no se destruyan más los "santuarios" de vida salvaje, las zonas vírgenes, esos paraísos que sólo se pueden contemplar, en los que prohibir la vida humana (este desprecio a los individuos hace que parezca que las capacidades que tenemos son sólo para hacer daño, y no para hacer algo bueno), mientras su cotidianidad puede ser del todo artificial, pero para elles lo más importante es proteger esos lugares con aires místicos, en armonía con un biocentrismo que raya lo absurdo, defendiendo todo tipo de vida como un valor incuestionable. Vivir es matar y morir, la muerte se considera mala y la vida buena, pero lo que importa es cómo se mata y cómo se muere, no el mero hecho de estar con vida. Vemos la muerte como algo terrible cuando la vida no es vivida plenamente, ni integrada plenamente en los ecosistemas.

Otres se plantean cómo humanizar la explotación de la naturaleza, minimizar los daños a la salud y al bienestar humano del capitalismo, poner parches para que se siga permitiendo disfrutar mejor la relación de superioridad con la tierra, perfeccionando la dominación y los riesgos que puede acarrear, todo para planear la mejor forma de explotar los recursos de la naturaleza, es algo que está ahí para poder mejorar las calidades de vida (muchas veces se confunde con el consumismo) y cómo no, en la sociedad de la mercancía, pasa por mercantilizarlo todo lo que queramos. Aunque no es cuestión de saquearlo todo en un segundo, se plantean controlarlo y autogestionarlo para que pueda dar tiempo a la tierra que se renueve. Esto es el ecologismo economicista que todo lo calcula y ve la naturaleza simplemente como un bien del que sacar su propio beneficio sin preocuparse más que de su antropocentrismo elitista. Otra parte es cómo ha surgido la agricultura (es un simple método, seguramente el primero) como necesidad, en la dominación de la tierra y los conceptos de propiedad, de delimitar terrenos y cómo ha calado en las sociedades venideras como algo natural conceptos que esconden autoridades, desigualdades, sacrificios, jerarquías. Y así se marginaba a les nómadas que disfrutaban de la vida sin agarrarse al mañana, ni una búsqueda de seguridad que poseer, que le volvía esclaves.

El progreso nos avasalla con la artificialización, la visión de la mejora de las especies, para adaptarlas a un entorno que la industrialización y el mercado arrastraron previamente, a través de esta artificialización se trata de diseñar un terreno de experimentación y explotación. Una vez rotos los límites del medio natural, no quedará un punto de referencia desde el que establecer la medida del equilibrio entre las necesidades humanas y las necesidades de un determinado ecosistema y, por otra parte, con productos biológicos, el capitalismo se adapta en todos los campos, por un lado la cara bestia del mercado que tiende a rentabilizar al máximo lo que crea (transgénicos y demás mierdas) y por otro el mercado verde de productos "sanos" (que en verdad es lo "normal"). Ese capitalismo verde que es la alternancia del consumo para quien no quiera comer lo que se vuelve típico. Para esto han influido los "avances" de la tecnología que son aplicados en nuestra cotidianidad, ya sea para expandir todo tipo de mercados (alimentos, control...) y crear relaciones de dependencia, las implantaciones de pseudonecesidades, mercancías sin nombre, que no hacen más que sujetarnos a donde se pierda la autonomía de los individuos y se sientan cada vez más miserables al no poder controlar ningún aspecto de su vida.

Tambien la forma de alimentarnos es una pequeña parte de cómo vemos el mundo y cómo lo queremos. Por eso nosotres ya no lo aceptamos como una simple dieta, o una especie de elección personal, ni de gustos, es una forma de vida; la correlación no explotadora ni dominadora con otras especies no es una mirada desde la superioridad, es una auténtica empatía con otros seres de diferentes especies. Ya no valen medias tintas, superar el vegetarianismo que no acaba ni con el sufrimiento ni la explotación sobre los animales. No sabemos si esto dolerá, porque puede parecer que tiene tintes de autoritarismo y no deja opciones. Pero queremos afrontar realidades, superar miserias y romper con las ideas aceptadas, así que si te duele, ya sabes: tienes un problema.


Bestmotivny


Fuente GERMINAL

domingo, 14 de junio de 2020

¿Por qué Anarquismo?




Aunque la mayoría de la gente con la que te cruzas por la calle no conoce el significado real de la anarquía, todos los que se abren a escuchar lo que realmente es, en qué principios se basa y las consecuencias sociales que implicaría; admiten, al menos al hablar honestamente, que es un gran objetivo y que les gustaría que algo así pudiese existir.

Dicen esto, sin embargo, con la idea de que, aunque bonito, es algo utópico y por lo tanto inalcanzable. Este determinismo suele ser fruto de los prejuicios que estas personas tienen sobre la actitud del resto de seres humanos del planeta, llegando a considerar como inevitable que, una vez que no exista autoridad, los hombres empezarán a darse hachazos en la cabeza unes a otres1.

Es decir, el propio sujeto se ve capaz de desenvolverse con normalidad en una sociedad sin jerarquías, pero al mismo tiempo desconfía de esa capacidad y/o voluntad en los demás.

Pese a la dificultad aparente, basta con superar ligeramente algunos de esos prejuicios para ser consciente de que sí que se puede. Ahora bien, se puede, pero: ¿vale la pena luchar por ello? ¿es útil dedicar parte de mi tiempo a la lucha? En definitiva: ¿existen razones suficientes para ser anarquista?

Razones existen y muchas, pero eso no quiere decir que sean suficientes. Es tarea de cada uno decidir si lo son o no, pero lo principal es reflexionar sobre todas ellas. Veamos entonces algunas de esas razones:

POR TU LIBERTAD Y DIGNIDAD

En nuestra sociedad actual existen muchas y variadas formas de esclavitud, la educación, la moral estrecha del Sistema, el aparato de control, el Sistema judicial y, el más manifiesto, el Sistema económico, expresado a través del salario. Luchar contra ellas quizá sea lo más obvio desde el punto de vista individual, ya que a nadie le gusta ser esclavo, pero: ¿que significan la libertad y la dignidad en la práctica?

Pues, por ejemplo, no tener que vender tu fuerza de trabajo por un salario, ya que esto tiene dos consecuencias fundamentales que son incompatibles con la dignidad y la libertad del trabajador.

La primera es que cuando trabajas por un salario, no trabajas para beneficio directo propio o de la sociedad, sino que lo haces para el beneficio directo de alguien que vive del trabajo de otros sin ofrecer nada real a cambio. El tener toda una serie de parásitos que viven de tu trabajo es ya de por si algo que nadie debería sufrir, pero si a eso le añadimos que todos esos personajes, desde el patrón y el alcalde, hasta el policía y el juez, son en la práctica superiores a ti en derechos, ya lo convierte en algo completamente indignante.

La segunda es que la propia existencia del salario (del dinero) te encadena al consumo de mercancías, conllevando a su vez la necesidad más dinero, creando la esclavitud del salario. A esto hay que sumarle también el hecho de que los mismos personajes que mantienes con tu trabajo, son luego los encargados de perseguirte cuando no tienes un salario con el que comprar lo que necesitas. Vamos, que ya no es digno tener que vender tu tiempo, tu cuerpo y tu salud para que otros vivan sin producir; como para aguantar que además sean esos mismos los que luego vayan a por ti cuando no puedes, o no quieres venderte.

Aún así, esta razón por si sola no nos sirve, pues el hecho de emanciparte tú no elimina las desigualdades, ya que podría dar lugar a perpetuarlas al trasladarte al estrato privilegiado, y además puede que tu situación individual te parezca lo suficientemente buena como para no necesitar un cambio. Es aquí donde entra en juego uno de los pilares del anarquismo, la solidaridad.

POR NUESTRA LIBERTAD Y DIGNIDAD

No es suficiente con ser libre uno mismo cuando todos los demás viven explotados, ni deberíamos conformarnos con vivir “bien” nosotros mientras a nuestro alrededor hay otros en malas condiciones. Vivimos en sociedad, y como seres sociales nuestro entorno nos afecta en muchos aspectos.

Para vivir bien es necesario, por tanto, que tanto tú como los que te rodean tengáis todas las necesidades cubiertas, solo así se puede vivir de forma armónica ya que mientras haya desigualdades habrá conflicto permanente.

Con esto parece que la lucha toma ya más forma y razón de ser, pero también se dice que aunque en los países más desarrollados vivamos explotados por el patrón y a costa de nuestro trabajo vivan toda una serie de parásitos, nuestro nivel de vida es muchísimo más alto que en otros lugares, así que no tenemos por qué quejarnos.

Esto, además de ser falso en muchos casos (¿o acaso no hay gente sin techo donde cobijarse en nuestras ciudades?), denota una falta de perspectiva en cuanto a la interpretación del por qué tenemos ese nivel de vida tan alto con respecto a otros lugares. Y es que es realmente esa pobreza la consecuencia directa de la abundancia, o mejor dicho, la apariencia de comodidad de los países desarrollados se basa en el usufructo y expolio de los países menos desarrollados, expolio que no es sólo en cuanto a fuerza de trabajo sino también en cuanto a materias primas.

Esto está directamente relacionado con otro de los pilares del anarquismo, el internacionalismo.

PORQUE EL CAMBIO EN OTROS SITIOS
SÓLO ES POSIBLE SI HAY UN CAMBIO AQUÍ

A diferencia de les teóricos del nacionalismo, nosotres, como anarquistas, consideramos que para un cambio local es necesario un cambio global. No creemos que una Revolución Nacional sea una salida eficaz a ningún problema, las tensiones internacionales sólo generan cambios dentro del estrecho maarco que la geopolítica permite. En cualquier caso, la construcción de una sociedad sin clases a nivel internacional conlleva la construcción de una revolución a nivel mundial.

Si coincidimos en que para que una sociedad funcione no puede haber desigualdad, lo mismo deberíamos convenir para la relación entre las sociedades. Es imposible, o al menos sería muy hipócrita afirmar, que la anarquía puede existir “de puertas para adentro” al mismo tiempo que no existe “de puertas para afuera”. Una sociedad no jerarquizada conlleva, a parte de la no jerarquización entre individuos, la no jerarquización de los productos aglutinantes de estos, es decir, de las sociedades.

En la anarquía no hay fronteras, ni las sociedades más ricas abusan de las más pobres, sino que frente a las adversidades naturales, se utilizaría el apoyo mutuo como factor relacionador. Esto no se haría como un gesto caritativo y altruista, o no solamente, si no que sería la manifestación de una característica innata en el ser vivo (como ya demostró Kropotkin en su libro “El Apoyo Mutuo. Un factor en la evolución”.

Para poner fin al expolio sufrido por los países “tercermundistas”, sólo es necesario que los medios de producción y las materias primas sean puestas en manos de los propios productores. Evidentemente, esto no va a ser una iniciativa de aquelles que en la situación actual están en posiciones de privilegio, sino una expropiación llevada a cabo por aquelles mismes que la están sufriendo; y no son sólo precisamente los propios habitantes de esos países, sino además el planeta entero por la internacionalización de la economía; los principales explotadores del “tercer mundo” habitan en los países desarrollados.

De esto modo, se subvierte el sistema económico actual, se dejan de considerar las necesidades como una forma de sacar beneficio a la producción para poner la producción en manos de las necesidades, cosa que sólo se puede conseguir, como hemos dicho poniendo los medios de producción en manos de los productores.

Y las necesidades estrictamente humanas no son las únicas que necesitan el anarquismo.

PORQUE EL CAPITALISMO
DESTRUYE EL PLANETA

Varios millones de kilómetros cuadrados deforestados en la selva amazónica, cientos de ríos contaminados, miles de hectáreas de bosque quemadas cada verano en zonas de potencial expansión turística e inmobiliaria, paisajes de gran valor natural que desaparecen bajo el cemento y el césped...

Todo con el único objetivo de extraer “capital” de donde se pueda. Es la rutina del capitalismo: el exprimirlo todo hasta no dejar gota y no podemos quedarnos quietos viendo como lo destruyen todo, pero no vamos a arrodillarnos para pedirles que destruyan menos o más despacio, porque eso entraría dentro de los cánones del “desarrollo sostenible”, en el que muches ecologistas han caído: la perpetuación del capitalismo y, por tanto, la destrucción progresiva y ralentizada del medio ambiente.

Vivimos en un planeta con recursos suficientes para que no sea necesario abusar de las capacidades de la naturaleza. Podemos vivir bien sin destruir el medio ambiente, pero esto solo será posible cuando no haya intereses capitalistas detrás de la producción. Cuando se produzca en base a necesidades y no por acumular stocks de mercancías inútiles.

Y después de todo esto, aún nos queda una razón más para continuar la lucha.

PORQUE LLEVAMOS UN MUNDO NUEVO
EN NUESTROS CORAZONES

Porque queremos un mundo libre y justo, en el que no quepa la guerra, la miseria ni la esclavitud, cosa que es imposible en una sociedad mercantilizada y jerarquizada. Y eso debería bastarnos para hacer cuanto esté en nuestra mano por conseguirlo.

Porque con un objetivo como el nuestro no cabe el pesimismo ni la desgana; queremos un mundo nuevo y no lo vamos a pedir, lo cogeremos nosotros mismos; porque es la única forma que tenemos de conseguirlo

Juventudes Anarquistas de León (FIJA)

Fuente: GERMINAL 

Falacias de la democracia - Ángel Cappelletti


La palabra "democracia" y, por ende, el mismo concepto que ella designa, tienen su origen en Grecia. Parece, pues, lícito, y aun necesario, recurrir a la antigua lengua y cultura de la Hélade cuando se intenta comprender el sentido de dicha palabra, tan llevada y traída en nuestro tiempo. Para les griegues, "democracia" significaba "gobierno del pueblo", y eso quería decir simplemente "gobierno del pueblo", no de sus "representantes". En su forma más pura y significativa, llevada a la práctica en la Atenas de Pericles, implicaba que todas las decisiones eran tomadas por la Asamblea Popular, sin otra intermediación más que la nacida de la elocuencia de los oradores. El pueblo, reunido en la Ekklesía, nombraba jueces y generales, recaudadores y administradores, financistas y sacerdotes. Todo mandatario era un mandadero. Se trataba de una democracia directa, de un gobierno de todo el pueblo. Pero ¿qué quería decir aquí "pueblo" (demos)? Quería decir " el conjunto de todos los ciudadanos". De ese conjunto quedaban excluidos no sólo los esclavos sino también las mujeres y los habitantes extranjeros (metecos). Tal limitación reducía de hecho el conjunto denominado "pueblo" a una minoría.

La democracia directa de los griegos, que en lo referente a su principio y su forma general, aparece como cercana a un sistema de gobierno ideal, se ve así desfigurada y negada en la práctica por las instituciones sociales y los prejuicios que consagran la desigualdad (esclavitud, familia patriarcal, xenofobia). Por otra parte, a esta limitación intrínseca se suma en Atenas otra, que proviene de la política exterior de la ciudad. En su momento de mayor florecimiento democrático desarrolla ésta una política de dominio político y económico en todo el ámbito del Mediterráneo. Somete directa o indirectamente a muchos pueblos y ciudades y llega a constituir un imperio marítimo y mercantil.

Ahora bien, esta política exterior contradice también la democracia directa. Una ciudad no puede gozar de un régimen tal en su interior e imponer su prepotencia tiránica hacia afuera. El imperialismo, en todas sus formas, es incompatible con una auténtica democracia. Los atenienses no dejaron de cobrar conciencia de ello y Tucídedes reporta los esfuerzos que hicieron por conciliar ambos extremos inconciliables. Cleón acaba por expresar su convicción de que "la democracia es incapaz de imperio".

La democracia moderna, instaurada en Europa y América a partir de la Revolución Francesa, a diferencia de la originaria democracia griega, es siempre indirecta y representativa. El hecho de que los Estados modernos sean mucho más grandes que los Estados-ciudades antiguos hace imposible -se dice- un gobierno directo del pueblo. Este debe ejercer su soberanía a través de sus representantes. No puede gobernar sino por medio de aquellos a quienes elige y en quienes delega su poder. Pero en esta misma formulación está ya implícita una falacia. 

El hecho de que la democracia directa no sea posible en un Estado grande no significa que ella deba de ser desechada: puede significar simplemente que el Estado debe ser reducido hasta dejar de serlo y convertirse en una comuna o federación de comunas. Entre los filósofos de la Ilustración, teóricos de la democracia moderna, Rousseau y Helvetius vieron muy bien la necesidad de que los Estados fueran lo más pequeños posible para que pudiera funcionar en ellos la democracia.

Pero ya en esa misma época comienza algunos autores a oponer "democracia" y "república", lo cual quiere decir, "democracia directa" y "democracia representativa". Los autores de “The Federalist” y muchos de los padres de la constitución norteamericana, como Hamilton, se pronuncian, sin dudarlo mucho, por la segunda, entendida como "delegación del gobierno en un pequeño número de ciudadanos elegidos por el resto". No podemos dejar de advertir que aquí el pueblo es simplemente un "resto".

Con Stuart Mill, sin embargo, este "resto" se define como la totalidad de los seres humanos, sin distingos de rango social o de fortuna. "There ought to be no pariahs in a fullgrown and civilized nation, except through their own default"[1] Sólo les niños, les débiles mentales y criminales quedan excluides. Pero esta idea del sufragio universal tropieza enseguida con una grave dificultad. El ejercicio de la libertad política y del derecho a elegir resulta imposible sin la igualdad económica.

La gran falacia de nuestra democracia consiste en ignorarlo. Esto no lo ignoraban los miembros del Congreso constituye de Filadelfia que proponían el voto calificado y querían que sólo pudieran elegir y ser elegidos los propietarios. Hamilton afamaba: "A power over a man's subsistence amounts to a power over his will"[2]. El mismo Kant hacía notar agudamente que el sufragio presupone la independencia económica del votante y dividía a todes les ciudadanes en "actives" y "pasives", según dependieran o no de otres en su subsistencia. Pero lo que de aquí se debe inferir no es la necesidad de establecer el voto calificado o el voto plural, como pretenden algunes conservadores, sino, por el contrario, la necesidad de acabar con las desigualdades económicas, si se pretende tener una auténtica democracia. 

Ya antes de Marx, los así llamados "socialistas utópicos", como Saint-Simon, veían claramente que no puede haber verdadera democracia política sin democracia económica y social. ¿Quién puede creer que la voluntad del pobre está representada en la misma medida que la del rique? ¿Quién puede suponer que la preferencia política del obrere o del marginal tiene el mismo peso que del gran comerciante o la del banquere? Aunque según la ley todos los votos sean equivalentes y todes les ciudadanes, tanto el que busca su comida en los basurales como el que se recrea con las exquisiteces de lo restaurantes de lujo, tengan el mismo derecho a postularse para la presidencia de la república, nadie puede dejar de ver que esto no es sino una ficción llena de insoportable sarcasmo. Y no es sólo la desigualdad económica en sí misma la que torna írrita la pretensión de igualdad política en la democracia representativa y el sufragio universal. Lo mismo sucede con la desigualdad cultural que, en gran medida, deriva de la económica. Una auténtica democracia supone iguales oportunidades educativas para todes; supone, por una parte, que todes les ciudadanes tengan acceso a todas las ramas y todos los niveles de la educación, y, por otra, que toda formación profesional y toda especialización deban ser precedidas por una cultura universal y humanística. Pero en nuestras modernas democracias y, particularmente, en la norteamericana arquetípica, la educación resulta cada día más costosa y más inaccesible a la mayoría, mientras la ultra-especialización alienante se impone cada vez más sobre la formación humanística.

Por otra parte, hoy no se trata sólo de las desiguales oportunidades de educación que en un pasado bastante reciente oponían la masa de los ignorantes a la élite de los hombres cultos. La inmensa mayoría de les gobernantes es lamentablemente inculta, incapaz de pensar con lógica y de concebir ideas propias. Bien se puede hablar en nuestros días de la recua gubernamental. Y no podemos entra en el terreno de la cultura moral. Si la democracia se basa; como dice Montesquieu, en la virtud, y medimos la virtud de una sociedad por la de sus "representantes", es obvio que nuestra democracia representativa carece de base y puede hundirse en cualquier momento. De todas maneras, estos hechos indudables nos fuerzan a replantear uno de los más profundos problemas de toda democracia representativa: el del criterio de elegibilidad. Si el conjunto de les ciudadanes de un Estado debe escoger de su seno a un pequeño grupo de hombres que lo represente y delegar permanentemente todo su poder en ese grupo, será necesario que cuente con un criterio para tal elección. ¿Por qué designar a fulano y no a mengano? ¿Por qué a X antes que a Y? Se trata de aplicar el principio de razón suficiente. 

Ahora bien, a este principio parece responder, desde los inicios de la democracia moderna en el siglo XVIII, la norma de la elegibilidad de les más justes y les más ilustrades. Se supone que elles son los mas aptos para administrar, legislar y gobernar en nombre de todes y en beneficio de todes. Se supone asimismo que la masa de les ciudadanes ha recibido la educación intelectual y moral requerida para discernir quiénes son les más justes y les más ilustrades. Todo esto es, sin duda, demasiado suponer. Pero, aún sin entrar a discutir tales suposiciones, lo indiscutible es que, en el actual sistema de democracia representativa, la propaganda y los medios de comunicación, puestos al servicio del gobierno y de los partidos políticos, de los intereses de los grandes grupos económicos y, en general, de la sobrevivencia y la consolidación del sistema, manipulan y deforman de tal manera las mentes de les electores que éstos, en su inmensa mayoría, resultan incapaces de formarse un juicio independiente y de hacer una elección de acuerdo con la propia conciencia. 

En algunos casos extremos, cuando la democracia representativa entra en crisis, debido a un general e inocultable deterioro de los valores que supuestamente la fundamentan la mayoría abjura del sistema y reniega de los partidos, pero aún así se muestra incapaz de asumir el poder que le corresponde y de autogestionar la cosa pública. El condicionamiento pavloviano es tan potente que, después de cada explosión popular, se da siempre una reordenación de los factores de poder y, cuando eso no se logra satisfactoriamente, se produce una explosión militar. Pero el sistema sobrevive y el capitalismo de la "libre empresa" y la "libre competencia" campea por sus fueros sin que lo adverse siquiera el viejo capitalismo de Estado (alias "comunismo"). Aquí está la clave del entusiasmo del Pentágono y de la CIA, de la Casa Blanca y del FMI por la "democracia representativa" en América Latina y en el mundo. Es evidente, pues, que el criterio de elegibilidad no es el de "moral y luces" sino el de "acatamiento y adaptabilidad" (al status quo). Para que les más justes y les más sabies fueran elegides, sería preciso, entre otras cosas, que se eligiera a quienes no quieren ser elegides.

La gran ventaja que la democracia representativa tiene, a los ojos de les poderoses del mundo, consiste en que con ella el pueblo cree elegir a quienes quiere, pero elige a quienes le dicen que debe querer. El sistema cuida de que todo pluralismo no represente sino variantes de un único modelo aceptable. Las leyes se ocupan de fijar los límites de la disidencia y no permiten que ésta atente seriamente contra el poder económico y el privilegio social. Se trata de cambiar periódicamente de gobernantes para que nunca cambie el Gobierno; de que varíen los poderes para que permanezca el Poder. Por otra parte, la democracia representativa implica en su propio concepto una grave falacia. ¿Cómo se puede decir que el diputade o el presidente que yo elijo representa mi voluntad, cuando dura en su cargo cuatro o cinco años y mi voluntad varía, sin duda alguna, de año en año, de mes en mes, de hora en hora, de minuto a minuto? Afirmar tal cosa equivale a congelar el libre albedrío de cada ciudadane en un instante inmutable y negar al hombre su condición de ser pensante por un cuatrienio o un quinquenio. No hay falacia más ridícula que la del mandatarie que afirma que la mayoría lo apoya porque hace cuatro años lo votó. Pero, aún si nos situáramos en los supuestos de la representatividad, deberíamos preguntarnos: Cuando yo elijo a un diputade, ¿éste es un simple emisarie de mi voluntad, un mandadero, un portavoz de mis ideas y decisiones, o lo elijo porque confío absolutamente en él, a fin de que él haga lo que crea conveniente?

En el primer caso, no delego mi voluntad sino que escojo simplemente un vehículo para darla a conocer a los demás. Si esta concepción se lleva a sus últimas consecuencias, la democracia representativa se convierte en democracia directa. En el segundo caso, no sólo delego mi voluntad, sino que también abjuro de ella, mediante un acto de fe en la persona de quien elijo. Si esta concepción se lleva a sus últimas consecuencias la democracia representativa desemboca en gobierno aristocrático u oligárquico. En el primer caso, el representante es un simple mensajero, en nada superior, sino más bien inferior, a quien lo envía. En el segundo, no se ve por qué el representante debe ser elegide por el voto popular, ya que por sus propios méritos puede confiscar definitivamente la voluntad de los demás. Más valdría entonces aceptar la teoría conservadora de Burke acerca de la representación virtual, según la cual inclusive quienes no votan están representados en el gobierno cuando realmente desean el bien del Estado. La democracia representativa se enfrenta así a este dilema: o les gobernantes representan real y verdaderamente la voluntad de les electores, y entonces la democracia representativa se transforma en democracia directa, o les gobernantes no representan en sentido propio tal voluntad, y entonces la democracia deja de serlo para convertirse en aristocracia.

Stuart Mill, que era un liberal sincero, no gustaba de la aristocracia, pero tampoco se atrevía a postular una democracia directa y, por eso, proponía un camino intermedio. Para él, les gobernantes elegides por el pueblo deben gozar de cierta iniciativa personal al margen de la voluntad de sus electores y, aún cuando siempre han de considerarse responsables ante éstos, no deben ser sometidos a plebiscitos o juicios populares. El filósofo inglés llega hasta donde puede llegar un liberal que no osa ser libertario. Como los autores de “The Federalist” considera necesario el liderazgo de los hombres justos e ilustrados para el desarrollo político del pueblo, cuyo buen sentido ha de ser iluminado por la sabiduría de aquéllos. Tal concesión a la aristocracia del saber suscita, sin embargo, algunas objeciones. 

Un diputade puede saber de finanzas, o de educación, o de agricultura, o de política internacional, o de salud pública, pero no puede saber de todas esas cuestiones al mismo tiempo. Sin embargo, en los debates parlamentarios puede opinar y debe votar sobre todas ellas. Es obvio que opinará y votará sobre lo que no sabe. Opinará y votará, pues, con frecuencia, no como hombre ilustrado, sino como ignorante. ¿Cómo puede un ignorante contribuir al desarrollo político del pueblo? Se dirá que puede asesorarse con los expertes o "sabies" que tiene a su disposición. Pero, si se trata de aprender de quienes saben, también pueden hacerlo les electores sin necesidad de delegar su ignorancia en ningún represente.

La democracia representativa se vincula, por lo común, con los partidos políticos y no funciona sino a través de ellos. Es dudoso, sin embargo, que se trate de una vinculación necesaria y esencial ya que bien se puede concebir una representación estrictamente grupal o personal. Nada impide imaginar que los partidos sean remplazados por grupos de electores formados "ad hoc" o que el electorado vote sólo por personas con nombres y apellidos cuyos programas de gobierno hayan sido dados a conocer previamente. Es una falacia más, por consiguiente, aunque no de las más graves, afirmar que no puede existir democracia indirecta sin partidos políticos. El papel desempeñado por éstos origina, de hecho, algunas de las más serias contradicciones que dicha democracia implica. Los partidos representan intereses de clases o de grupos y se fundan en una ideología. Ellos proponen al electorado las candidaturas y establecen las listas de los elegibles. Ahora bien, es muy posible que un ciudadane no se identifique con ninguna de las clases o grupos representados por los partidos existentes y que no comparta ninguna de sus ideologías. ¿Tendrá que votar por alguien que no expresa de ninguna manera sus intereses y su modo de pensar? Le queda el recurso -se dirá- de fundar un nuevo partido. Pero es obvio que éste es un recurso puramente teórico, ya que en la práctica la función de un partido político (y sobre todo de uno que tenga alguna probabilidad de acceder al gobierno) resulta nula no sólo para les ciudadanes individuales sino también para casi todos los grupos formados en torno a una idea nueva y contraria a los intereses dominantes. En general, el elector elige a ciegas, vota por hombres que no conoce, cuya actitud y cuyo modo de pensar ignora y cuya honestidad no puede comprobar. Vota haciendo un acto de fe en su partido (o, por mejor decir, en la dirigencia de su partido), con la fe del carbonero, confiando en el azar y en la suerte y no en convicciones racionales. Pero, si esto es así, ¿no sería preferible reintroducir la ticocracia y, en lugar de realizar costosas campañas electorales, sortear los cargos públicos como los premios de la lotería? Este procedimiento no deja de tener un fundamento racional, si se supone que todos los hombres son iguales e igualmente aptos para gobernar. 

No deja de ser escandalosamente contradictorio que partidos políticos cuya proclamada razón de existir es la defensa de la democracia en el Estado sean en su organización interna rígidamente verticalistas y oligárquícos. Ello obliga a pensar que la escogencia de los candidatos difícilmente tiene algo que ver con la honestidad, con el saber o siquiera con la fidelidad a ciertos principios. En nuestros días parece advertirse en los partidos políticos un proceso de desideologización. En realidad no se trata de eso sino, más bien, de una creciente uniformación ideológica en la cual el pragmatismo y la tecnocracia encubren una vergonzante capitulación ante los postulados del capitalismo salvaje. Hoy, menos que nunca, optar por un partido significa defender una idea o un programa, frente a otra idea y otro programa. El nuevo orden mundial, cuya bandera es gris, impone la mediocridad como sustituto de la libertad y de la justicia.

Uno de los más ilustres ideólogos de la democracia, Jefferson, el cual sabía bien que el mejor gobierno es el que menos gobierna, confiaba en que el gobierno del pueblo por medio de sus representes aboliría los privilegios de clase sin suprimir las ventajas de un liderazgo sabio y honesto. Al cabo de dos siglos, la historia nos demuestra que tal esperanza no se ha realizado. Sólo la democracia directa y autogestionaria puede abolir los privilegios de clase y, sin admitir ningún liderazgo, reconocer los auténticos valores del saber y de la moralidad en quienes verdaderamente los poseen.

Ángel J. Cappelletti

[1] "No debe haber parias en una nación desarrollada y civilizada, excepto por propia incapacidad". (N. del T.)

[2] "El poder sobre los medios de subsistencia de un hombre aumenta el poder sobre su voluntad". (N. de T.)

Fuente: GERMINAL

La organización de la economía en una sociedad anarquista o durante la etapa de transición revolucionaria hacia la anarquía

Congreso de la Internacional de Federaciones Anarquistas, Carrara, Agosto y Septiembre de 1968





Revolución social libertaria indispensable

La organización de la economía de fondo, orientación y finalidad libertarias y su desarrollo y desenvolvimiento hace indispensable un cambio radical del sistema capitalista y estatal y asimismo del llamado comunista de Estado imbuido de todos los principios marxistas-leninistas. Este cambio implica necesariamente abolir y superar ambos y asentar las bases fundamentales de la nueva economía y de la sociedad anarquista o del socialismo ácrata en marcha hacia ella.

Ni la sociedad anarquista ni siquiera la comunista libertaria se van a realizar por arte de encantamiento ni en un día, ni de manera sincronizada en el plano mundial, en una fase dada de la historia humana universal. La revolución social no será simultánea en cada uno y en todos los países del mundo a la vez. Ni tampoco podrá ser uniforme, a base de un tipo o patrón único, pues las condiciones geográficas, climáticas, étnicas, demográficas, las de desarrollo industrial, de riquezas naturales, de existencia o no de materias primas, de posibilidades agrícolas, las de ambiente, mentalidad y cultura, etc., influirán en sus variantes constructivas, aún bajo la influencia determinante de la savia y de la orientación libertaria, haciendo que, según la densidad de ésta y de los caracteres específicos señalados, aparezcan, no ya sólo universalmente sino en cada país propiamente dicho, el sistema y sus estructuras nuevas bajo perfiles y aspectos polifacéticos, múltiples y pluralistas, en la rebusca de un incesante perfeccionamiento y armonioso equilibrio.

Pero las características esenciales de la sociedad anarquista o anarquizante y de los medios y procedimientos prácticos y eficaces para llegar a ella, deben manifestarse con recios y claros lineamientos para prender en la realidad y abrir surco profundo en ella, con miras a las eclosiones fecundas del mañana libre, ya desde hoy.

La finalidad de la nueva economía libertaria y de la sociedad anarquista debe ser la libertad y el bienestar de todos y de cada uno de los seres que la compongan, en un medio de igualdad social y de solidaridad humana.

Para realizar este fin se hace indispensable la desaparición del Estado bajo todas sus formas de la dictadura, aunque se le llame transitoria, de todas las instituciones autoritarias del capitalismo; de la propiedad privada; de todas las formas y procedimientos de explotación y de opresión del hombre por el hombre, de las clases sociales, rangos, jerarquías y privilegios; del asalariado.

Aunque la revolución social en un país no puede ir, desgraciadamente, en sus primeras fases, más allá de ciertas condiciones determinadas que impondrán inevitablemente las características del propio país y los medios con que el mismo cuente en el momento que estalle o se produzca aquella, al menos en el orden económico, pues la economía globalmente considerada no se crea ni se desarrolla en un instante, desde el primer momento, imprimiendo su huella fecundante y su voluntad realizadora firmemente definida, por parte de los anarquistas se ha de tener la preocupación de plasmar en la realidad la máxima sustancialidad, realizaciones y desarrollo libertarios.

Y el lema debe ser: Libertad, pan, vestido, vivienda, cultura y recreo para todos. De cada uno según sus medios a cada uno según sus necesidades. Habrá que destruir y barrer todos los obstáculos interiores, sobrevivencias de un pasado de autoritarismo y de explotación, que se opongan a la libre organización de la sociedad nueva.

Y no se podrá contar mucho con la solidaridad revolucionaria mundial apoyando la revolución social del país que fuere, sobre todo si se presenta con tipología preponderante definidamente anarquista. Toda ayuda de los bloques predominantes internacionalmente tenderá a la satelización.

Y hay que contar, además, que en todo cambio revolucionario profundo se produce un periodo de marasmo económico, de tanteo experimental, de ajuste de las estructuras más idóneas a los objetivos y fines perseguidos, que pone a prueba la corriente revolucionaria transformadora y su valor y capacidad realizadora y constructiva.

Asegurar la existencia y el funcionamiento libre de la sociedad

Desde el primer momento se hace necesario asegurar la producción, el abastecimiento, incrementar el rendimiento, la productividad, sin explotar al hombre productor, sin extenuarle, sin aprisionarle en normas de trabajo alienadoras.

El triunfo inmediato de la revolución social y su consolidación y las fases futuras de su desenvolvimiento progresivo dependerá en mucho de la propia capacitación social, económica, cultural e ideológica de los trabajadores, de lo que podríamos llamar capacidad específica revolucionaria y libertaria, individual y globalmente considerada. El factor esencial del orden nuevo debe ser el hombre libre y consciente de sí mismo.
Ningún tipo de economía, ya desechando todo cuanto puede suponer sistema capitalista, estatal o comunista de Estado, es consubstancial con el anarquismo.

Nuestro fin es vivir en libertad y hacer todo lo posible para que todos los seres puedan disfrutar de ella y gozar, en igualdad de condiciones, de cuanto la tierra, la naturaleza y el esfuerzo solidario de los hombres pueden proporcionar a todos y a cada uno indistintamente.

Amplia recepción del anarquismo social

Por las mismas razones nuestra concepción del socialismo integral, del socialismo ácrata es amplia y no exhaustiva, ni unilateral ni uniforme en sus posibilidades y modalidades de aplicación práctica. Y si nuestras preferencias van hacia el comunismo libertario, como régimen económico abierto y perfectible, no rechazamos sistemáticamente, aparte de las burguesas y autoritarias, otras modalidades de organización social, ya sean de tipo mutualista, colectivista, cooperativista, etc., siempre que de ellas quede excluida toda raíz de explotación del hombre por el hombre. La libertad de experimentación de modalidades económicas las más justas y adecuadas para dar satisfacción a las necesidades humanas y asegurar al hombre el máximo de libertad y el mayor bienestar, deberán tener vía abierta en la sociedad anarquista, tratando, naturalmente, de que marchen de común concierto con la convivencia del conjunto y del sistema general cimentado en la asociación federativa de los productores libres y de consumidores solidarios.
Libertad de experimentación

La experimentación y coexistencia de modalidades de tipo socializador, mutualistas (Proudhon), colectivistas (Bakunin-R. Mella), comunistas (Kropotkin- Malatesta), cooperativistas (no comercializadas), etc., a la escala local, comarcal, regional o nacional, puede ser posible, dentro del sistema libertario, salvaguardando el principio anárquico esencialmente antiautoritario, fundamentalmente autónomo y federalista. Y máxime si se entiende, como es lógico libertariamente, que la evolución humana y la de las formas sociales no se estanca y que ninguna estructura económica podría considerarse definitiva e inmutable. Crear siempre más libertad, más bienestar, más abundancia de todo, mayor perfección, y las más óptimas condiciones para el pleno desarrollo del individuo, del grupo social, del conjunto humano, tal debe ser la orientación y el fin de la sociedad anarquista, de la organización social y económica libertaria.

Esbozos sociales y económicos libertarios

La economía no puede desarrollarse sin base social. Y donde exista el ser o el grupo humano, surge la sociedad, de la misma convivencia. Las necesidades se presentan, con sus inapelables exigencias, hasta por el mismo orden simple y natural biológico y, manifestándose en el plano general, trascendiendo el conjunto colectivo, hacen que los hombres se vean en el deber de buscar una ordenación o principio regulador, para hacer al menos compatible la propia convivencia humana, ya sea a base de pacto o de contrato libremente aceptado y conscientemente consentido, voluntariamente aplicado.

En la concepción anarquista -al menos en la que admite la base organizadora por pacto libre- el comunismo libertario es el sistema o mecanismo estructural que hace más viable la formación y el desenvolvimiento de la sociedad cimentada sobre postulados ácratas interpretados con lúcido realismo, sin mixtificación del sentido y contenido de aquellos.

Base de la nueva sociedad: la Comuna libre

La piedra angular o célula viviente de la nueva organización social libertaria, para nosotros, además del individuo, del grupo, de la colectividad, del sindicato es la Comuna libre.

La Comuna libre, constituida por todas las personas, puede tener la función de coordinación social general, en el aspecto simplemente administrativo; no de poder o institución política sino de servicio social, en el plano territorial local. Sus funciones deben ajustarse a aquellas resoluciones y decisiones que las propias asambleas libres comunales hayan tomado de consenso mutuo. De la organización comunal ha de desterrarse todo autoritarismo y toda burocracia.

Las federaciones comarcales, regionales y nacionales de Comunas libres podrán constituirse en el plano general de un país o zona geográfica y étnica determinada, y confederarse internacionalmente.

La Comuna no debe concentrar en sí el poder político, y menos militar, que debe éste igualmente desaparecer en absoluto. Ni siquiera poder revolucionario. Todo poder político ha de ser abolido y nadie debe ejercerle. Tampoco debe haber en la Comuna propietarismo económico, que haga de su término geográfico e histórico un coto cerrado o un feudo. Toda Comuna debe estar abierta a la solidaridad, practicarla y recibirla, basándose en el principio de que toda riqueza natural o creada o fabricada, todo producto, utillaje o bien material, es patrimonio común y permanece a la disposición de todos, siendo su usufructo regulado por las normas colectivas libre y voluntariamente establecidas.

Del sindicato revolucionario y de sus funciones

El organismo que en la sociedad socialista ácrata mejor puede asegurar la organización del trabajo y su función, es el sindicato de característica sindicalista revolucionario, constituido por los trabajadores libres de la industria, del campo, de la mina, de los laboratorios, de los centros de investigación y rebusca, los de especialidades técnicas. Los sindicatos, agrupados por ramos e industrias, en federaciones locales, comarcales, regionales, nacionales e internacionales y administrando directamente, bajo su responsable control, fábricas y talleres, campos, minas, marinas, institutos científicos y tecnológicos, son organismos aptos para asegurar la producción de todos los artículos y cosas indispensables a la sociedad y a sus componentes, a tenor de las necesidades que se hagan sentir y se presenten, persiguiendo el objetivo de crear la abundancia con la aportación de cada uno al esfuerzo común, según sus fuerzas y capacidades y sin explotación de nadie ni privilegio alguno. Todos los recursos materiales, económicos y técnicos, los artículos manufacturados, los productos agrícolas, ganaderos, de pesca, etc., habrán de considerarse y ponerse a disposición común, por medio de los organismos adecuados y más idóneos, para la distribución, el cambio y la repartición más equitativa.

Las Federaciones de sindicatos podrán formarse por categorías de producción, ya sea industrial, campesina, etc., o de servicios públicos, correos, comunicaciones, transporte y demás.

La revolución social, con la desaparición de la burguesía y de las estructuras capitalistas y autoritarias, deberá establecer una nueva ordenación económica, que implicará necesariamente otras modalidades de trabajo, reajustes de fabricación, reconversiones profesionales, especialidades distintas de la producción.

Los sindicatos por profesión o industria tampoco habrán de disponer de poder político ni de propiedad de fábrica, de maquinaria o de productos elaborados. El propietarismo corporativista tampoco hay que dejarle tomar raíz en la sociedad anarquista o comunista libertaria.

La autogestión ha de tener por base asegurar la mejor y más racional organización del trabajo y la función de producción, controlados por un elevado sentido de responsabilidad individual y profesional consciente y voluntario.

Los comités o comisiones de autogestión de fábrica, empresa, taller o colectividad productora serán nombrados directamente por el propio personal ocupado en las mismas, estando sujetos a renovaciones periódicas y siendo revocables.

El burocratismo debe desterrarse de los comités y de todas partes. Al mismo personal técnico o calificado en especialidad, no ha de conferírsele en ninguna circunstancia, categoría de mando.

Nos manifestamos contrarios a admitir el principio de todo el poder a los sindicatos, como el de concederlo, de dirección-mando, a cualquier persona técnica o especializada, encargada responsablemente de un trabajo, quien deberá considerar a los demás trabajadores en un plano de igualdad moral y efectiva, como hombres y como productores, cooperando en las labores de una empresa común al servicio del bien general.

Sobre el salario o remuneración

Si los anarquistas nos hemos fijado por finalidad el suprimir la explotación del hombre por el hombre, el abolir las clases y el salariado, lógicamente no podríamos pronunciarnos, en una organización social de tipo libertario, por el mantenimiento de un tipo de salario o de categorías salariales de retribución por el trabajo efectuado.

Indudablemente son varios los problemas ya de orden moral, efectivo, práctico y social que supone la supresión del salario. Y buscar procedimientos de remuneración por concepto de trabajo o unidades y especialidades del mismo, tampoco seria una solución libertaria y menos compatible con un alto sentido de justicia y de solidaridad humana.

Partiendo de este razonamiento, nos manifestamos partidarios de la aplicación del principio de a cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades, considerando que el trabajo de cada uno le da derecho a la satisfacción de sus necesidades personales y a procurarse libremente el abastecimiento de cuanto se le haga preciso e indispensable en los almacenes, cooperativas o centros de distribución común.

Una carta de trabajador o de productor -carta especial para impedidos, inválidos, ancianos o niños- puede tener valor adquisitivo en todas partes y dar derecho a ser beneficiario de todos los servicios comunes. La socialización de los mismos, como también los de la vivienda, sanidad, seguridad social, espectáculos y recreos, ha de considerarse como una de las fórmulas más prácticas y accesibles al usufructo individual, familiar y común.

Es indispensable que cada hombre o mujer válidos tengan asegurada una plaza, un empleo o colocación útil en la organización común o colectiva del trabajo, como un derecho inalienable e imprescriptible reconocido y establecido por la sociedad anarquista, por la nueva organización social comunista libertaria.

Distribución y consumo

El fin de la organización social que defendemos y preconizamos, no debe ser el beneficio o el provecho industrial o comercial, manipulado o monopolizado por un grupo, clan, entidad u organismo cualquiera, sino el bien común, dentro de la Federación o Asociación de Comunas libres y solidarias.

Por otra parte, entendemos que las formas y mecanismos económicos de la sociedad anarquista no deben encajarse en una rígida armadura, en un régimen monolítico y de estructuras inamovibles.

Respetando el principio fundamental de no explotación del hombre por el hombre, de comunidad de riquezas, bienes, tierras, máquinas y productos, todo ha de ser puesto a la disposición y consumo y utilización individual y común.

Y así la libertad, el pan, la cultura y la independencia dentro de la unión y solidaridad quedarán mejor garantizados y asegurados para todos.

La distribución general coordinada y al detalle de productos agrícolas y manufacturados podrá ser asegurada por las asociaciones o federaciones de consumidores, a base de almacenes de abastecimientos y suministro al por mayor, donde los sindicatos de producción y colectividades podrán suministrar y depositar los productos, y por medio de las cooperativas de consumo y de los economatos o centros calificados para la distribución al detalle, exentos de todo mercantilismo.

ORGANISMOS DE LA REVOLUCIÓN

Las colectividades

Las colectividades de producción, y hasta las mixtas de producción y consumo, sobre todo en el agro, en el medio rural y campesino, pueden ser también un factor importante entre los medios idóneos y eficaces de asentamiento y desenvolvimiento de la nueva economía, como organismos vitales funcionando sobre el principio de libre cooperación en la nueva economía solidaria, sin mercantilismo ni concurrencia.

La experiencia de los sovkozes y de los kolkhozes es demostrativa de los grandes defectos que aquejan esos organismos, sobre todo de la factura estatal de los primeros, y a la vez de su ineficacia.

Los kibbutz, a través de sus modalidades conocidas y de su mismo funcionamiento interno, tampoco pueden ser preconizados como tipo de organización económica y social libertaria. En tal sentido, descartamos igualmente la fórmula del soviet, cuya experiencia en la U.R.S.S. ya hemos podido comprobar lo que ha podido dar de sí.

Hasta la fecha, experimentalmente, como expresión práctica y eficaz de realización colectivista-comunista viviente, puede ofrecerse el de las colectividades de tipo libertario durante la revolución española, en una situación dada de trascendental realismo histórico, manifestándose como organismos eficientes para asegurar el desenvolvimiento económico de un pueblo, sobre todo desenvolviéndose vinculadas de concierto con los sindicatos y demás organismos comunales, complementarios unos de otros y atendiendo cada uno en su esfera delimitada y característica respectiva, las necesidades y funciones económicas y sociales inherentes a la sociedad o comunidad.

Consejos sociales y económicos

Entre los organismos complementarios de utilidad, a título de asesoramiento, de información y de estadística, de orientación técnica, de rebusca de modalidades de organización más perfecta, de coordinaciones de plano local y general, de enseñanzas prácticas deducidas de las mismas experiencias diversas comparadas de producción y de consumo, de explotación y estudio de las posibilidades de desarrollo económico y de explotación de nuevas riquezas en común, puede haber los consejos de economía locales, comarcales y regionales, desembocando en el Consejo general de economía nacional federada.

Esos consejos de economía no deben tener ninguna potestad ejecutiva, sino simplemente misión consultiva y de asesoramiento. Podrán ser formados por delegados designados por la Comuna, los sindicatos, las colectividades, las cooperativas y centros de consumo, los organismos técnicos y culturales.

Los miembros de esos consejos, que incluso podrían éstos ser denominados consejos sociales y económicos, serán designados por los organismos respectivos y delegados a aquellos, a título temporal renovable y revocable.

Teniendo en cuenta las necesidades esenciales, materiales, productivas, relacionadoras, culturales y artísticas, etc., entre los consejos sociales y de economía que podrían formarse hay el de alimentación, el de vivienda, el de vestir, el de la producción agrícola, ganadera y forestal, el de la minería, el de la pesca, el de transporte, de comunicaciones, de artes gráficas, prensa y libro, el de la industria metalúrgica y siderúrgica, el de agua, luz, fuerza motriz y nuclear, el de la industria química, el del ramo del vidrio y cerámica, el del ramo de la madera, el de la construcción, el de sanidad, el de la cultura, artes y recreos, el de ciencias, investigaciones y técnicas, el de depósitos, créditos e intercambios, el de relaciones exteriores, el de importación y exportación, los cuales, a través de sus ramificaciones locales, comunales, sindicales, de colectividades, cooperativas y agrupaciones autónomas, sin centralismo alguno, de abajo a arriba, se entrelazarán en un consejo general de coordinación y solidaridad de entidades y organismos autónomos, sin atribuciones ejecutivas.

Las denominaciones de los diversos consejos que enumeramos podrán ser distintas de las que damos nosotros, los acoplamientos tener más o menos amplitud, las demarcaciones por especialidad o rama más variadas o sintéticas que las apuntadas. Y serán siempre adoptadas de común concierto, entre los interesados, directamente, sin imposición alguna.

Consideraciones generales

Al trazar o esbozar esas modalidades o fórmulas lo hacemos con la preocupación principal de evitar las influencias y reminiscencias autoritarias, las tendencias centralizadoras, absorbentes y monopolizantes en la sociedad anarquista o comunista libertaria y con el deseo de dar a la libertad, a la autonomía, contenido viviente, estructural, funcional, práctico y estimulador de mayor progreso y ascensional perfeccionamiento. La energía dinámica social transformadora y creatriz, la fundamentamos en el hombre y en la mujer, naturalmente, en su propia conciencia, como ser integral en sí, individualmente, y como unidad autónoma asociada voluntariamente al conjunto comunitario.

Si en las etapas de transformación y hacia la realización plena del comunismo, mientras el desarrollo industrial y agrícola no hayan alcanzado grado suficiente, por diversas causas, para crear la superabundancia y la libre adquisición individual, sin acaparamiento ni abuso de toda clase de productos, se estimara que no se hacía indispensable una regularización de la distribución y del consumo dentro del propio sistema de socialización aplicada, de colectivismo o de comunismo incipiente, ella deberá ser la más racional y justa.

Lo mismo opinamos si se pensara en la conveniencia o utilidad de un sistema de remuneración, para dar facilidades adquisitivas. De él somos contrarios porque tememos que la remuneración, de no ser igualitaria, y aún así, caería fatalmente en injusticias, suscitaría egoísmos y enconos y a la larga haría resucitar desigualdades.

La existencia del dinero, ya muy controvertida en sociología libertaria, tampoco es aconsejable, a nuestro entender. Y de establecerse un signo monetario, a base de bonos o de vales, tampoco ha de quedar centralizado en un organismo de tipo bancario, sino que, emitidos esos vales o bonos-moneda por las comunas, interiormente y en el plano general, han de poseer valor adquisitivo y permutable en todas ellas. Ha de evitarse la acumulación de valores de signo monetario, en especies o productos, la acumulación de la índole que sea, por parte de una comuna, de una colectividad o empresa potente, más importante o más próspera, de una región más desarrollada, de la misma manera que ha de evitarse y combatirse la centralización y el monopolio.

Si un plan económico general se hiciera necesario establecer, habrá de procurarse que las partes o unidades contribuidoras o cuyo concurso y recursos se requieren o pudieran ser afectadas, no queden sacrificadas, y lo acepten previamente, pues si la voluntad general se impusiera y se manifestara con la omnipotencia de un poder efectivo e indiscutible, se engendraría el riesgo de opresión o de injusticia y la rebeldía surgiría como reacción defensiva inevitable. La sociedad ha de ser como un organismo viviente en que todas las células o agrupaciones de ellas, todos los órganos, cumplen su función, para asegurarse la vida y la salud, con la diferencia de que dentro de ese organismo social el hombre se siente él y se manifiesta autonómicamente, contribuyendo con su propia individualidad a enriquecerlo y a vitalizarlo y con su inteligencia, razón y conocimientos, a darle conciencia, humanismo, desenvolvimiento armónico, impulsión creadora y ascendente.

Lejos de nosotros está la pretensión, que sería vana, de definir en lineamientos inmutables, ni siquiera a grandes rasgos y mucho menos en detalle minucioso, las bases sociales, éticas y económicas del anarquismo -adrede no utilizamos el vocablo político, por las mismas confusiones a que el mismo se presta, como se presta el de democracia. La evolución de la historia sabemos que lejos de seguir una línea ascensional continua, más bien la traza ondulante y está llena de contradicciones, y es a través de ellas como las nuevas formas sociales y económicas, y el propio desarrollo de la conciencia y de la ética humana, se superan y dan paso a nuevas formas, estructuras y conciencia de la ética humana, se superan y dan paso a nuevas formas, estructuras y concepciones, que tienen también existencia efímera, en una perpetua renovación de la vida social y de sus formas, dinámica creadora permanente de lo nuevo, imprimiendo su modulación y su huella a las realidades de cada tiempo, en cada pueblo y en el mundo. Es la propia dialéctica de la vida que crea esos gérmenes que dan impulso al progreso, pasando por el cerebro, la conciencia y la voluntad del hombre y plasmando en formas nuevas realidades efímeras.

Conscientes de ello, como anarquistas, pugnando por todas las audacias realizadoras progresivas, manteniendo viviente y activo el espíritu revolucionario, no ponemos trabas ni límites a la construcción del mañana libre, en continuo proceso de desarrollo y nos limitamos a estos apuntes alrededor del tema La organización de la economía en una sociedad anarquista o durante la etapa de transición revolucionaria hacia la anarquía, sin ninguna pretensión exhaustiva y como contribución al pensamiento y contenido común en los aportes a la doctrina libertaria, sin ninguna pretensión de originalidad. 


Fuente GERMINAL

sábado, 13 de junio de 2020

La falacia anarcapitalista


Anarcocapitalismo con anarquismo tiene tantas cosas en común como el pollo con el repollo. Es decir, nada. Para demostrar aquello en la región chilena no hace falta ni mucho texto, pues los anarcocapitalistas forman bloque con neonazis y tienen entre sus personalidades a conocidos pinochetistas. En general son pocos, aún así en algunos foros de internet se dedican a confundir a curiosos despistados que no conocen las ideas anarquistas, las cuales son por definición totalmente contrarias al capitalismo y toda forma de dominación.  Para contribuir a desmontar tal broma de mal gusto, compartimos el articulo a continuación (N&A) 



La falta de memoria histórica y teórica del anarcocapitalismo, que básicamente es una ideología puramente económica, basada en una abstracción que idealiza la libertad de un mercado ante la libertad material de las personas, y ante ello justifica la explotación de unos sobre los otros. Esto significa lo más rancio y decadente de un liberalismo clásico y radical, ese liberalismo que en su tiempo significó la punta de lanza de la modernidad ante la explotación de su tiempo, y el anarcocapitalismo está muy lejos de representarlo. Pero ¿por qué falta de memoria histórica y teórica? Al ser una teoría meramente económica y en cierta medida política, el anarcocapitalismo carece de todo razonamiento moral y ético en la socialización de los individuos que componen esa sociedad, este elemento ético en el liberalismo clásico es muy importante, y que lamentablemente la mayoría incluso teóricos de esa corriente no toma en cuenta.

¿A qué llamamos teoría ética del liberalismo? El utilitarismo, y principalmente el utilitarismo de John Stuart Mill, fue la finalización de un proceso liberal en el pensamiento ético para terminar de darle un ethos, una ética acorde al pensamiento liberal. La mayor premisa del utilitarismo la encontramos en el libro de Mill “el utilitrismo” y esta es “el principio de mayor felicidad” ¿En una ética de la felicidad donde el fin es la misma cosa, acaso no es suficiente motivación para los que obran en tono a ella? Si la humanidad está impulsada naturalmente hacia la felicidad, la motivación en sí misma, podríamos plantear, es natural en el ser humano para accionar de esa manera. Pero para Mill la moral no es natural.

El accionar del principio utilitarista la podemos dividir en lo que respecta a lo externo (sociedad) a lo interno (individuo) y a las sanciones (exterior e interior). La motivación de la acción moral es, una relación de lo exterior e interior en cuanto a la acción utilitarista. El deber es producto del sentimiento de nuestro espíritu, que se fue construyendo por las situaciones que experimentamos, los sentimientos vividos, los estados de valor, miedo, etc. Es la conjunción de todo los que somos y no traicionamos a eso, y cuando lo hacemos nos viene el remordimiento. Esta noción del deber interno en la ética utilitarista llenada por el principio de mayor felicidad, en el cálculo utilitarista se esgrime en una moralidad del accionar hacia el placer, pero estas acciones a estar motivas y no recluidas en lo particular, se transforma en el accionar y en la relación colectiva de la felicidad, donde encuentra su mayor motivación y expresión. De esta manera el espíritu de cada uno de nosotros son los sentimientos consientes de la humanidad (exterior) en lo cual hay formas, modalidades, motivaciones (sanciones) para la multiplicación de la felicidad.

Es preciso aclarar entonces que, si para Mill los sentimientos morales no son en cierta forma naturales, estos se adquieren, pero a la misma vez, de por que sean adquiridos no quieren decir que no devengan de una potencialidad natural. Así como el hombre por cuestiones físicas y naturales posee voz, tiene la potencialidad de desarrollar el lenguaje, es por eso que el hombre al poseer espíritu y su tendencia a la felicidad desarrolle una socialización del individuo con la sociedad, tendiente a formas de comportamientos que lleven a la felicidad. El principio de felicidad es un criterio ético y la felicidad de uno como de todos es la motivación moral del obrar. La confirmación de estas ideas devienen de la propia sociedad y del pensamiento utilitarista de Mill en lo ético. La vida del ser humano es una vida colectiva, social y de asociación con los otros, donde la cooperación en la realización de intereses comunes potencia el beneficio colectivo, y de todos hacia uno, la confirmación de la felicidad social y el obrar hacia la multiplicación de ella es la propia garantía, existencia y potencialidad del individuo. La solidaridad de las acciones comunes para fines colectivos se despliegan en una fraternidad común de intereses, lo particular se extiende al todo, garantizado por la igualdad de todos sus asociados y custodiado por la libertad individual de cada uno, que no es ni más ni menos que, la confirmación de la libertad de todos en uno en la felicidad colectiva.

*Que sea intenso, largo, seguro, rápido, fructífero, puro,*



*has de tener en cuenta para el placer o dolor seguro.*



*Busca placeres tales cuando el fin es privado; extiéndelos*



*no obstante cuando es público el cuidado.*



*Evita dolores tales, para ti o para otro.*



*Se ha de existir dolor que se extienda a muy pocos.*

(Mill, Jonh, Stuart)

Para finalizar, tomando el utilitarismo como herramienta ética del liberalismo, basada esta idea utilitarista en el principio de mayor felicidad, y teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, claramente encontramos contradicciones en el planteamiento económico del anarcocapitalismo con todas sus contradicciones. En el calculo utilitarista, en lo cual el obrar moral de una persona en su socialización, su finalidad no solo radica en la felicidad individual, sino también colectiva, ya que esa es su garantía y existencia misma de su felicidad, por ende este accionar ético genera las condiciones materiales y simbólicas de una igualdad progresiva (recordemos que la modernidad se basa en una idea de progreso lineal siempre a potencia de su propia superación futura) La existencia y multiplicación de esa felicidad da también a la existencia real de la libertad, esto quiere decir, una libertad simbólica y material de todos los individuos de esa sociedad en constante avance. Este obrar basado en el principio ético del principio de mayor felicidad, donde encontramos una libertad real, da los elementos para la existencia material y comercial de un comercio e intercambio libre entre todos los asociados de esa comunidad, para decirlo de otra manera, la libertad real de las personas con el principio ético utilitarista genera las condiciones de socialización para el libre mercado, y este libre mercado devine a partir de esa socialización y no como idea fundante meramente abstracta, esto genera las condiciones materiales y simbólicas de unas relaciones de producción dentro del capitalismo, que a pesar de ser expoliadoras, no se basan ni atentan contra la propia humanidad en nombre de esas santas ideas de propiedad privada y ganancias.

En el libro de Mill “El utilitarismo” encontramos muchos conceptos, pero unos de lo mayor importancia es la idea del autor sobre la superación del liberalismo. Esto significa la modernidad misma, y es la superación del liberalismo como ideología y del sistema capitalista como forma económica de socialización humana. Esto se basa en la idea ética del propio liberalismo del principio de mayor finalidad como telos y en su constante superación de sus condiciones simbólicas y materiales para la multiplicación de la felicidad, de hecho Mill entiende las condiciones materiales que ejerce la clase burguesa sobre el proletariado, y es su mayor esfuerzo dotar de una ética que de a un mejoramiento, eliminación y superación de esa explotación enquistada en la propia lógica mercantil, comercial y de producción del capitalismo.

Con estas sencillas ideas entonces se puede demostrar fácilmente las falacias argumentativas de los anarcocapitalistas en torno a sus ideas económicas y políticas, su falsa conciencia en el entendimiento de la anarquía como idea única encarnada solo como ausencia de un Estado, vaciando así de todo contenido simbólico cultural de regularización social basada únicamente en una idea de libre voluntad. En lo material se reduce irónicamente a ideas puramente abstractas de comercio, propiedad y un mercado dando como lo inviolable unas relaciones de producción capitalistas nefastas para la propia humanidad. Lo más irónico de esto es que se puede encontrar el principio de desviación de sus ideas a base de sus autores base.

El anarcocapitalismo no es anarquismo, no es mutualismo, no es liberalismo, es simplemente una idea política y económica basado en un sistema de producción expoliador y explotador carente de toda idea ética, moral, política real, económica y simbólica para su realización.

Nicolás G.