martes, 31 de julio de 2012

Movimiento Estudiantil:

A extender la revuelta! 

Cuando el gobierno se ríe de las justas demandas populares apoyada por una amplia mayoría social, cuando Beyer con su cara de burgués hipócrita  dice en los medios de comunicación que sigue sin entender porque los estudiantes están movilizados,  cuando ya son muchos meses de movilizaciones, paros, protestas, represión, amenazas, calumnias y asesinatos contra el pueblo indefenso y sobre todo, cuando los objetivos están claros y existe el convencimiento popular de la necesidad de recuperar un derecho fundamental, es hora de que el pueblo auto-organizado tome las riendas del movimiento y de su propio destino y pase decididamente a la acción y  extienda las tomas por todos los centros educacionales del País.
Hagamos de los liceos y universidades centros libres y populares, apliquemos las ciencias y las artes frente a los gobernantes que solo saben reprimir, es hora de organizar la resistencia y extender la revuelta en todo el país, no es el momento de campañas políticas que en nada benefician a la clase trabajadora ni a los estudiantes, la solidaridad, el apoyo mutuo, el amor y la autogestión pueden más que cualquier gobierno de inútiles sonrisas

 ¡¡Aguante Liceo Confederación Suiza y Liceo industrial de san Fernando!!

 A extender la revuelta! Por la Educación!


sábado, 28 de julio de 2012

No olvido a los miles de niños, mujeres y hombres asesinados por quienes hoy nos venden los juegos olímpicos. Los genocidas no tienen mi perdón. Por lo demás la competencia como virtud es una herramienta de control social, un arma más de la sociedad de mercado. Siento impotencia al ver como miles aplauden y vanaglorian ceremonias de humillación contra quienes hoy no pueden abrazar a sus familiares y amigos por culpa de éstos asesinos, invasores, genocidas y "promotores de la democracia neoliberal”.

domingo, 15 de julio de 2012

Durruti, el autor del primer robo a un banco en Chile


Por Luis Olea



Jueves 16 de julio de un soleado día de 1925. Enrique Barscoj esperaba pasajeros para su vehículo de alquiler, un reluciente Hudson con placa patente 2525, en el paradero de la Plaza de Armas cuando un individuo alto, grueso y de bigotes abundantes le solicitó sus servicios. La orden era dirigirse a calle San Diego y, desde allí, hasta la sucursal Matadero del Banco de Chile. Era el día de la santa patrona nacional: la Virgen del Carmen. El pasajero era absolutamente distinto a quienes trasladaba a diario: tenía un marcado acento español y actuaba con tranquilidad. Al llegar frente a la sucursal bancaria, se subieron al vehículo otros cuatro ocupantes, uno de ellos usaba bufanda granate y una gorra negra. Al cruzar la calle en dirección al banco, el español se colocó un antifaz negro de cuero y los demás desenfundaron armas cortas desde sus bolsillos. Se acercaba el momento. Esto ya lo habían hecho varias veces en distintas partes del mundo y no parecía ser diferente. Los cinco hombres presentaron sus pistolas. Estaban a punto de perpetrar el primer asalto a un banco en la historia de Chile.

LOS HOMBRES DE DURRUTI
 En la sede de la IWW (Industrial Workers in the World), en pleno centro de Santiago, los dirigentes anarquistas Félix López y Pedro Nolasco Arratía, este último, trabajador gráfico y fundador de la Federación de obreros de imprenta, estaban viviendo su propia película de vaqueros. Las noches anteriores habían departido con unos compañeros españoles que llegaron a Chile huyendo de la persecución que ellos, aguerridos anarquistas, sufrieron en Europa. López y Nolasco tuvieron mayor contacto con dos de ellos: Buenaventura Durruti, que exudaba coraje y carisma, y Francisco Ascaso, más bien serio y retraído. El resto del contingente estaba compuesto por el hermano de Ascaso, Alejandro; Gregorio Jover y Antonio Rodríguez, El Toto. Todos pertenecían al grupo Los Solidarios, destacamento que había emprendido un sinnúmero de acciones armadas y ajusticiamientos en la península ibérica. Esa fama tenía omnibulados a sus pares chilenos, quienes conocían, por ejemplo, el famoso y sanguinario asalto al Banco de Gijón, en 1923, y por el que habían conseguido automático exilio en Francia y Bélgica. López y Nolasco sabían que el paso por Chile era una escala no prevista por los 5 anarquistas, pero a la que le sacarían el mayor provecho posible. Ascaso y Durruti tenían una férrea doctrina de silencio y trataban de hablarse a través de señas, por lo que transmitieron escasamente sus planes a los ‘compañeros’ chilenos. Se podía decir que su relación era de saludos y despedidas. Durruti les había prometido que si los ayudaban con la logística, les confiarían parte del botín para su organización. Una cosa estaba clara, en el atraco actuarían sólo ellos. Y así lo hicieron. Días antes, en la tarde del domingo 12, habían intentado asaltar a los empleados del Club Hípico que llevaban el dinero de las apuestas hacia la administración, ubicada en calle 21 de Mayo. Pero las cosas no salieron como lo habían planificado, ya que los empleados se defendieron a balazos y el robo de los hombres de Durruti fue abortado con rapidez. “Últimamente la capital se ha visto invadida por un grupo de gentes de pésimos antecedentes que viene huyendo de las policías extranjeras. Descubrimiento hecho hace poco días de una banda de tenebrosos extranjeros ha venido a confirmar plenamente esa suposición”, señalaba con asombro el diario Los Tiempos, el día lunes 13 de julio. Tres días más tarde, sin embargo, no habría errores ni malas casualidades. Los cinco forasteros habían decidido que el banco estaría en la periferia de la ciudad y el más adecuado el Banco de Chile que prestaba servicios en el bullente sector del matadero. El robo, entonces, sería allí.
EL HOMBRE DEL ANTIFAZ
Después de dejar el Hudson azul con placa patente 2525, los hombres ingresaron con rapidez al banco. Dentro del edificio la actividad era tranquila. Lo único que llamaba la atención era la presencia de Urbano Villaseca, un arriero que se encontraba recolectando dinero en favor de los calicheros del norte salitrero. Había cuatro funcionarios en actividad y tres en horario de colación cuando irrumpieron los asaltantes. Los hechos se sucedieron rápido: Carlos Thompson, cajero del lugar, contaba y empaquetaba monedas cuando el tipo de bigotes, quien según testigos tenía “aspecto de abastero”, saltó por sobre el mostrador e intentó apoderarse de la caja. En un primer instante Thompson creyó que se trataba de una broma de pésimo gusto, pero entendió que todo era muy serio cuando el hombre del antifaz, apostado a un costado de las cajas y con una Colt de 38 mm en cada mano, lo apuntó directo en las sienes y gritó: -Señores, ¡arriba las manos! Luego de este hecho, los demás bandidos saltaron por sobre las rejas de bronce que resguardaban al cajero, y fueron en busca de los billetes. Thompson, hombre fuerte y bien alimentado, cayó al suelo y desde aquel innoble lugar dio la alarma. La acción del cajero impidió que los malhechores intentaran hacerse de la bóveda mayor y tuvieron que contentarse con el dinero de la caja. Luego sobrevino la fuga y su consiguiente persecución: los asaltantes corrieron hasta el vehículo de alquiler que habían abordado en el centro. En el trayecto dispararon varias veces al cielo para sembrar el pánico entre la muchedumbre que circulaba por San Diego, y lo consiguieron con efectividad. Detrás de ellos venían tres funcionarios del banco. El segundo cajero, Domingo Pérez, intentó seguir el auto, pero recibió un balazo en la mano izquierda que lo detuvo en su intento. Alfredo Muñoz y Manuel Moya fueron más lejos y, aprovechando un momento de confusión ocasionado por el asombro del chofer, se aferraron de la parte posterior del vehículo en movimiento. Allí se inició una intensa balacera por parte de la banda, quienes, asomándose por la ventanilla trasera dispararon sus armas. Primero dieron con Muñoz, quien recibió dos balazos, uno que se alojó en el cráneo y otro que impactó en su rodilla derecha. Moya, en cambio, sólo recibió una contusión leve al caer mientras el Hudson de color azul intentaba la fuga. En San Diego esquina Concepción el auto ya corría solo y sin dificultades. Mientras tanto el auxiliar del Banco, Benjamín Valdés, detuvo un auto de alquiler que se hallaba en las cercanías y, junto al policía (Dragoneante en esa época), Miguel Mella, fueron tras los asaltantes. Claro que sólo alcanzaron a seguirlos unos cuantos metros, pues el chofer del carro se negó a seguir la persecución a causa de la lluvia de balas que provenía del auto de los asaltantes. En San Diego, entre Victoria y Pedro Lagos, les perdieron pisada definitivamente. Algunos testigos dijeron que el auto dobló por Matta al oriente, aunque otros aseguraron que tomó la dirección contraria hacia el Parque Ercilla. El monto total del asalto bordeó los 50 mil pesos de la época. Con respecto a la banda, la policía sólo llegó a dos conclusiones. Una: tenían “voces extrañas que les daban el aspecto de argentinos o de españoles”, como hizo mención La Nación del viernes 17 de Julio. Y dos: en el suelo del local se encontró el antifaz del jefe de la banda. En la prensa se habló del nacimiento de una nueva etapa en la criminología del país. El Mercurio editorializó de la siguiente manera: “Está demostrando que Santiago no tiene hoy solo el peligro de los bandidos que obran a la antigua, sino también de los que siguen los nuevos sistemas terroríficos capaces de atemorizar a los hombres de más ánimo”. Los diarios llamaron a los asaltantes “Apaches”, en alusión al nombre con que los periodistas franceses caracterizaban a los hampones de París, y que había sido tomado de un famoso tango del uruguayo Manuel Gregorio Arostegui, “El Apache Argentino”. Santiago de Chile, poniéndose al día con el resto del mundo, había conocido a sus primeros “Apaches”. Nadie sabía que se trataba de Buenaventura Durruti, el anarquista más famoso de Europa.
SIEMPRE SEREMOS PRÓFUGOS
Después del asalto y aprovechando el alboroto que causaron, el quinteto de asaltantes intentó dar el golpe maestro. El día sábado 18 asaltaron en la calle Seminario a un cajero de ferrocarriles con el fin de adueñarse de las llaves de caudales del terminal Alameda. Por desgracia para ellos, el cajero no llevaba las llaves consigo, lo que frustró el asalto. La prensa estaba conmocionada, hablaba de peligrosos asaltantes argentinos fugados recientemente de la cárcel de La Plata, y que se habían coludido con hampones locales. Las pulsaciones de la ciudad marcaban un ritmo frenético, y cercano al pánico. Para aparentar agilidad y pericia, la justicia sometió a proceso a Enrique Barscoj, el chofer que los condujo hasta el banco y luego huyó con ellos bajo amenaza, pero que tuvieron la deferencia de cancelarle la carrera. El juez instructor de la causa, Fernando Soro Barriga, solicitó a la prensa que no siguiera endiosando a los hampones y que dejaran de lado la tesis que hablaba de forajidos extranjeros. Durante todo ese tiempo los cinco se hospedaron en un hotel de poca monta en las cercanías de Avenida Matta. La dependienta recordó años después a un grupo de “gente muy educada” y que hablaba todo el tiempo sobre temas sociales. A principios de agosto, y con toda calma, Durruti, Ascaso, Jover y los demás hombres abandonaban el país. Primero se trasladaron a Los Andes y desde allí tomaron el Tren Trasandino como pasajeros comunes y corrientes con destino a Argentina.
DE LOS PIRINEOS A LOS ANDES
En Argentina trataron de trabajar. Durruti intentó ser un estibador, Ascaso quiso ser cocinero y Jover, un carpintero. Pero aquello les duró poco. El 18 de enero de 1926 asaltaron el Banco San Martín. No dieron con ellos y se creyeron a salvo. Pronto, sin embargo, se dieron cuenta que se cerraba el cerco; había fotografías suyas en las estaciones de ferrocarril, en trenes y tranvías. Era tiempo de escapar. Cruzaron a Montevideo. Ahí elaboraron una estrategia que dejaba en claro que no se trataba de simples niños jugando a los bandidos: compraron boletos de primera clase en el buque que los trasladaría a Cherburgo, pero terminaron en las Islas Canarias. Acababa así su travesía por América Latina. La posterior vida de Durrutiy sus compañeros se convirtió en vértigo: En 1926, en París, ideó un doble atentado contra el Rey y Primo de Rivera, el que fracasó y provocó un nuevo exilio hasta 1931. En 1932 fue desplazado al Sahara español. En 1933 y 1934 cayó sucesivamente preso después tres intentos insurreccionales sin éxito. En febrero de 1936 el izquierdista Frente Popular ganó las elecciones españolas, con el apoyo a regañadientes de los anarquistas. El 18 de julio de ese mismo año, Francisco Franco dió un golpe militar y detonó la Guerra Civil Española. Seis días después Durruti armó una milicia con más de 2.500 hombres para luchar contra los franquistas. Se bautizó como la “Columna Durruti”. En noviembre de ese año su columna se dirigió a Madrid para defender la ciudad de Franco. El 20 de ese mes, sin embargo, encontró la muerte, contando con 40 años de edad. En ese momento Buenaventura Durruti dejó de ser historia y se convirtió en mito. Su cuerpo fue trasladado a Barcelona donde se hicieron los funerales ante cerca de medio millón de personas. Era el mismo hombre que 11 años antes, con un antifaz de cuero negro, había ocupado las portadas de los diarios con un robo histórico, el del Banco de Chile, sucursal Matadero.

viernes, 13 de julio de 2012


Ya está disponible Salir Del Ghetto Nº1, publicación Anarquista intermitente desde Santiago, región chilena.

En ésta edición:
  •        Editorial.
  •        Movimiento estudiantil: por la Autogestión.
  •        Desmitificando  la Acción Directa.
  •       Cuento: Una Historia de Pega.   
  •        Anarquía (o Amarquía) según Ami.
  •        Sobre las  Agresiones neonazis.
  •        La Ley y La Autoridad.
  •        ¿Quién asesinó a Daniel Zamudio?







lunes, 9 de julio de 2012

Antecedentes del anarquismo filosófico - Bert F. Hoselitz

El siguiente texto, obra de de Bert F. Hoselitz, fue escrito a mediados del siglo XX y corresponde al prefacio del Libro Escritos de Filosofía Política I y II - Mijaíl Bakunin, selección y compilado de textos a cargo de G.P. Maximoff.  El tomo I del libro lo pueden consultar haciendo click aquí

El anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Nos sentimos tentados a decir que tan antigua como la idea del gobierno, pero faltan pruebas seguras en apoyo de dicho aserto. No obstante, poseemos textos con más de 2.000 años de antigüedad que no sólo describen una sociedad humana sin gobierno, fuerza y ley restrictiva, sino que consideran este estado de las relaciones sociales como el ideal de la sociedad. En bellas y poéticas palabras, Ovidio nos proporciona una descripción de la utopía anarquista. En el primer libro de sus Metamorfosis describe una edad de oro donde no había ley y todos mantenían su lealtad y realizaban lo justo sin necesidad de compulsión alguna. Allí no había miedo al castigo, ni sanciones legales grabadas sobre tablillas de bronce, ni ninguna masa de suplicantes miraba llena de espanto a su vengador, porque sin jueces todos vivían en seguridad. La única diferencia entre la visión del poeta romano y la idea de los anarquistas filosóficos modernos es que el primero situó la edad de oro al comienzo de la historia humana, mientras estos últimos la sitúan al final. 

Pero Ovidio no fue el inventor de esos sentimientos. En su poesía repitió ideas que se habían abrigado durante siglos. Georg Adler, historiador social alemán que en 1899 publicó un estudio exhaustivo y bien documentado sobre la historia del socialismo, mostró que los criterios anarquistas fueron mantenidos sin duda por Zenón (342 al 270 a. C.), fundador de la escuela estoica de filosofía[Georg Adler, Geschichte des Sozialismus und Kommunismus von Plato bis zur Gegenwatt,Leipzig, 1899, pp. 46-51.]. Había sin duda fuertes sentimientos anarquistas entre muchos de los primeros ermitaños cristianos, y en los criterios político-religiosos de algunos —como, por ejemplo, Carpocrates y sus discípulos (siglo II de la era cristiana)— esos sentimientos parecen haber ocupado una posición fuerte, y quizá predominante. Sentimientos semejantes se revivieron entre algunas de las sectas cristianas fundamentalistas de la Edad Media, e incluso del período moderno.

Max Nettlau, el infatigable historiador del anarquismo, se ha ocupado también de esta cuestión y enumera una serie de trabajos, compuestos durante los dos siglos precedentes a la Revolución Francesa, que contienen puntos de vista libertarios, o incluso abiertamente anarquistas[Max Nettlau, Der Verfrühling der Anarchie, Berlin, 1925, pp. 34-66]. Entre los trabajos franceses más importantes de este período están el Discours de la Servitude Volontaire de Etionne de la Boétie, compuesto alrededor del 1550, pero no publicado hasta 1577; el libro de Gabriel Foigny, Les aventures de Jacques Sadeur dans la Dêcouverte et le Voyage de la Terre Australe, que apareció anónimamente en 1676; unos pocos ensayos cortos de Diderot, y una serie de poemas, fábulas y relatos de Sylvain Maréchal que se publicaron en las dos décadas inmediatamente anteriores a la Revolución.

De modo semejante, pueden encontrarse ideas anarquistas durante el mismo período en Inglaterra, donde —como en Francia— suelen expresarlas representantes del ala más radical de la clase media ascendente. Aparecen, así, concepciones anarquistas en algunos de los escritos de Winstanley, y es bien conocido que el joven Burke, en su Vindication of Natural Society (1756), presenta un ingenioso argumento en favor de la anarquía, aunque la finalidad del trabajo fuera la sátira.

Pero todos estos escritos y muchos otros poseen una o dos características que los hacen diferir profundamente de los textos anarquistas posteriores. O bien son abiertamente utópicos, como acontece con los libros de Foygny o Maréchal, o se trata de opúsculos políticos dirigidos contra algún abuso experimentado directamente de algún legislador o algún gobierno, o dirigido al logro de una mayor libertad de acción dentro de una constelación política particular. No es infrecuente que contengan un análisis de la teoría política, pero es siempre incidental y no constituye nunca la meta principal del trabajo.

Como teoría sistemática, el anarquismo filosófico puede considerarse iniciado en Inglaterra con el trabajo de William Godwin Enquiry Concerning Political Justice, que apareció en 1793. El anarquismo de Godwin, como el de sus más inmediatos predecesores y el de Proudhon unos cincuenta años después, es la teoría política del ala más radical de la pequeña burguesía. En la Revolución Inglesa de 1668 y en la Revolución Francesa de 1789 la burguesía había roto el monopolio del poder político detentado antes por la corona y la aristocracia. Aunque los gobiernos post-revolucionarios estaban todavía muy influidos por la nobleza rural y la burocracia (que durante mucho tiempo siguió siendo una noblesse derobe), las familias de clase media más poderosas y opulentas se asociaron gradualmente por medio de matrimonios y alianzas políticas con los círculos aristocráticos; y puesto que el gobierno se abstenía de una interferencia excesiva en sus asuntos económicos, la hauteburgeoisie le prestaba su apoyo gustosamente.

Pero puesto que exigía y obtenía mayor libertad en asuntos económicos, fue un instrumento en el proceso de abolir gradualmente o hacer ineficaces las viejas organizaciones gremiales y otras asociaciones protectoras y casi monopolísticas, que habían sobrevivido desde la Edad Media y habían llegado a constituir una traba para el pleno desarrollo hasta del comercio en pequeña escala y de las manufacturas. A finales del siglo XVIII el productor inglés que tenía unos pocos empleados, el pequeño tendero y el comerciante de baratijas formaban todos una masa de empresarios independientes. A mediados del siglo XIX, en Francia, el artesano y el artífice, el campesino que ganaba lo justo para mantenerse a sí mismo y a su familia habían adquirido también la naturaleza de pequeños empresarios independientes. Todos esos hombres sólo tenían un pequeño capital a su disposición; estaban expuestos a los abiertos vientos de la competencia, sin protección de los gremios ni otras organizaciones cooperativas; por lo mismo, se vieron relegados a un estado de impotencia política. No recibieron beneficios del gobierno, y todas las legislaciones parecían tender a la protección de la propiedad a gran escala, a la salvaguarda de la opulencia acumulada, al mantenimiento de derechos monopolísticos en manos de las grandes compañías de comercio, y al apoyo a los privilegios económicos y políticos establecidos.

Los elementos más moderados de este grupo patrocinaban la tendencia hacía una reforma parlamentaria, mientras los radicales seguían a Paine y más tarde a los cartistas; pero algunos intelectuales más radicales mantuvieron ideas anarquistas. La distancia entre el anarquismo de Godwin y el liberalismo de algunos de sus contemporáneos no era muy grande. Básicamente, ambas doctrinas surgían de la misma corriente de tradiciones políticas,y la diferencia principal entre ellas se encontraba en que el anarquismo constituía la deducción más lógica y coherente a partir de las premisas comunes de la psicología pragmatista y la creencia de que la mayor felicidad y las relaciones sociales más armoniosas sólo podrían conseguirse si todas las personas disponían de libertad para perseguir su propio interés.

Desde luego, y siguiendo a John Locke, los liberales consideraban a la propiedad como una consecuencia del derecho natural, y por ello apoyaban el mantenimiento de un monopolio del poder político en manos del gobierno para salvaguardar la seguridad de la propiedad y la vida contra un ataque interno y externo. Pero a esto replicaban los anarquistas:el gobierno protege la propiedad de los ricos; esta propiedad es un robo; suprimid el gobierno y acabaréis con los latifundios y la gran propiedad industrial; de este modo crearéis una sociedad igualitaria de productores pequeños y económicamente autónomos, una sociedad que además estará libre de privilegios o distinciones clasistas, donde el gobierno será superfluo porque la felicidad, la seguridad económica y la libertad personal de cada uno estarán salvaguardadas sin su intervención.

Es de la mayor importancia comprender que la doctrina anarquista propuesta por Godwin, Proudhon y sus contemporáneos fue la apoteosis de la existencia pequeño-burguesa. Que su ideal último era idéntico al Cándido de Voltaire: cultivar el propio jardín; que ignoraba o se oponía a las empresas industriales o agrícolas de grandes dimensiones; y que, por tanto, jamás se convirtió en una teoría política capaz de encontrar simpatía o un apoyo entusiástico entre las masas de trabajadores industriales. Era la ampliación radical de la doctrina liberal que consideraba que la libertad de cada uno era el bien político más elevado,y que la confianza responsable en la propia conciencia era el más alto deber político. Se basaba, por consiguiente, en una filosofía política estrechamente unida al ascenso de movimientos políticos de clase media liberales y antisocialistas. Pero Bakunin, como es bien sabido, se consideraba un socialista; logró su admisión como miembro dirigente de la Asociación Internacional de Trabajadores, luchó por el control de esta organización y tuvo entre sus seguidores a muchos verdaderos proletarios.

¿Cómo y por qué se asoció tan estrechamente hacia mediados del siglo XIX el anarquismo con el socialismo, filosofía política que capitaneaba las aspiraciones de un estrato social diferente y que atraía a una clase de hombres tan distinta? No es necesario insistir en que la camaradería entre anarquistas y socialistas no fue nunca muy satisfactoria. Sin embargo, a pesar de los conflictos repetidos, las acusaciones mutuas y los amargos abusos, los anarquistas y los socialistas se agruparon una y otra vez, de tal manera que a finales del siglo XIX se consideraba habitualmente al anarquismo como el ala más radical del socialismo. La razón de este estrecho vínculo entre socialistas y anarquistas no puede hallarse en la semejanza de sus doctrinas básicas, sino únicamente en la estrategia revolucionaria común a ambos.

La filosofía política de Godwin y Proudhon expresaba, como ya dijimos, las aspiraciones de una parte de la pequeña burguesía. Con la consolidación del capitalismo en Europa occidental y central durante el siglo XIX, la lenta extensión del sufragio y la gradual retirada del laissez-faire, absoluto, unida a la adopción por el Estado de nuevas responsabilidades respecto a sus ciudadanos, sectores cada vez más amplios de la clase medíase convirtieron en firmes apoyos del orden político existente, y el anarquismo llegó a ser cada vez más una filosofía sostenida sólo por grupos pequeños y marginales de intelectuales. Este desarrollo tuvo como resultado que la teoría anarquista se volviera más difusa, y al mismo tiempo más radical. En vez de escribir gruesos volúmenes, como sucedía con Godwin y Proudhon, los anarquistas comenzaron a escribir opúsculos, panfletos y artículos de periódicos o revistas donde trataban asuntos del día, puntos de controversia personal o defacciones, y problemas de táctica revolucionaria.

Los escritos a menudo fragmentarios de Bakunin —la alta proporción de manifiestos, proclamas y cartas abiertas en su obra— no son sólo típicos de sus rasgos personales, sino de la gran mayoría de las publicaciones anarquistas de su época. En esta situación, para salvar la teoría anarquista de una completa desintegración lo que se necesitaba era la aparición de un gran teórico o de una personalidad dinámica y poderosa que, por el transparente atractivo de sus propias convicciones, reuniese los fragmentos desperdigados del movimiento. Este papel fue el que le tocó a Bakunin. Sin ser un teórico de la altura de su gran antagonista, Marx, fue superior al líder socialista en el fervor de sus convicciones y en la pasión con que las expresó.

La importancia de Bakunin para los estudiantes de filosofía política reside, por eso, en la posición crucial que su obra ocupa dentro de la literatura anarquista y libertaria en general.A pesar de su abierta confusión en muchos casos, a pesar de las contradicciones internas de sus escritos, a pesar del carácter fragmentario de casi toda su producción literaria, Bakunin debe ser considerado el filósofo político anarquista más importante. Por el accidente de su nacimiento —tanto en el tiempo como en el lugar—, como consecuencia del cual sufrió muchas influencias tempranas desde el contacto con la eslavofilia hasta el hegelianismo, el marxismo y el proudhonismo; y en virtud también de su temperamento inquieto y romántico, Bakunin es un hombre que se encuentra en la encrucijada de diversas corrientes intelectuales, que ocupa una posición en la historia del anarquismo a finales de la era antigua y a comienzos de una nueva.

No hay en las obras de Bakunin nada parecido al grave sentido común de Godwin, a la pesada dialéctica de Proudhon, a la ponderada minuciosidad de Max Stirner. En ellas ha desaparecido el anarquismo como teoría de la especulación política, y harenacido como teoría de la acción política. Bakunin no está satisfecho con perfilar los males del sistema existente y describir el marco general de una sociedad libertaria; predica la revolución, participa en la actividad revolucionaria, conspira, arenga, hace propaganda, forma grupos de acción política y apoya todo alzamiento social, grande o pequeño, prometedor o destinado al fracaso, desde su mismo comienzo. Y el tipo de rebelión en la que piensa sobre todo Bakunin es la salvaje Pugachevchina, el desencadenamiento de las masas campesinas reprimidas durante siglos, que habían saqueado y destruido el campo, pero que se habían demostrado esencialmente incapaces de construir una sociedad nueva y mejor. Y aunque Bakunin no fue miembro de ninguno de los grupos de acción nihilista de Rusia ni en ninguna otra parte, su incondicional adhesión al derrocamiento revolucionario del orden existente suministraba inspiración a los hombres y mujeres jóvenes que creían en la eficacia de la«propaganda por los hechos».

Con Bakunin aparecieron, por tanto, dos nuevas tendencias en la teoría anarquista. La doctrina se desplazó desde la especulación abstracta sobre el uso y el abuso del poder político a una teoría de la acción política práctica. Al mismo tiempo, el anarquismo dejó de ser la filosofía política del ala más radical de la pequeña burguesía y se convirtió en una doctrina política que reclutaba la masa de sus adherentes entre los obreros, incluso entre el lumpenproletariat, aunque sus cuadros centrales siguieran reclutándose entre la intelligentsia. Sin Bakunin es impensable el sindicalismo anarquista como el que existió largo tiempo sobre todo en España. Sin Bakunin, Europa quizá nunca habría presenciado un movimiento político anarquista organizado, como el que se hizo sentir en Italia, Francia y Suiza en los treinta años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Y el talento de Bakunin y su imaginación para «establecer una escuela de actividad subversiva tuvieron una importante influencia en las tácticas de Lenin» [John Maynard, Russia in Flux, Londres,1941, p. 87].

Por tanto, se puede considerar que el papel de Bakunin en la tradición anarquista consistió en la fundación de un nuevo grupo político, en cuyo programa se encontraba la abolición de todos los partidos y todas las políticas, y en la elaboración del programa de un nuevo partido, estableciendo sus pilares filosóficos y políticos generales. No es una hazaña pequeña, pero dada la peculiar constelación de movimientos políticos, intelectuales y prácticos que afectaron a Bakunin, su contribución a la teoría política debe ser de especial interés para los estudiantes dedicados a la historia de las ideas políticas y sociales. En el núcleo del pensamiento político de Bakunin hay dos problemas que han suministrado tema para una verdadera multitud de argumentaciones y debates: la libertad y la violencia. El primero de ellos ha sido la preocupación principal del anarquismo filosófico desde el mismo momento de su aparición en el pensamiento humano; el segundo fue añadido por Bakunin. La originalidad de su contribución está en el entrelazamiento de ambos temas dentro de una totalidad coherente.Desgraciadamente, el pensamiento de Bakunin ha recibido muy escasa atención hasta hace muy poco tiempo en los Estados Unidos. Por ejemplo, el conocido texto de George H. Sabine Historia de la Teoría Política sólo menciona una vez a Bakunin, e incluso en esa ocasión no hace comentario alguno sobre sus puntos de vista, sino que simplemente lo enumera como precedente intelectual del sindicalismo. Sólo una minúscula fracción de los trabajos originales de Bakunin han estado disponibles hasta el presente en traducciones inglesas, y por lo mismo sus propias opiniones expresadas en sus propias palabras apenas son conocidas para quienes no leen otras lenguas. Pero tampoco son fáciles de conseguir la sediciones, rusas, francesas, alemanas y españolas de las obras de Bakunin, y hay bastantes bibliotecas en los Estados Unidos, incluso grandes, que sólo poseen colecciones muy pobres e incompletas de sus escritos.

La razón de esta negligencia en hacer disponibles las obras de un pensador político indiscutiblemente importante en una edición americana parece ser triple. En parte, la mala reputación que el anarquismo ha tenido en los Estados Unidos es una de las causas. Puesto que se consideraba un conjunto de creencias mantenidas por «criminales» o en el mejor de los casos «lunáticos», no parecía necesario poner a disposición de los lectores americanos la obra de un hombre considerado como el antecedente intelectual más importante de esa«demencia política». Pero ya hemos visto que el anarquismo no se originó en Bakunin; posee una historia larga y distinguida, y algunas de sus raíces —la búsqueda de la libertad humana,el postulado de una confianza moral responsable en la propia conciencia, el derecho a usar de la violencia contra la tiranía— se encuentran en la tradición radical cristiana y anglosajona, que tiene una profunda influencia sobre el pensamiento político en los Estados Unidos.

Una segunda razón para la inexistencia casi total de escritos de Bakunin en inglés ha sido la persistencia de un relato histórico unilateral sobre su conflicto con Marx, llevado casi al extremo de una leyenda por los seguidores y discípulos posteriores de este último. El incidente, la lucha por controlar la Asociación Internacional de Trabajadores, es probablemente el episodio más conocido de la vida de Bakunin. Por desgracia, no existe un solo estudio verdaderamente objetivo sobre dicho conflicto. Los seguidores de Marx han atribuido a veces los más siniestros motivos a Bakunin, y los seguidores de Bakunin, especialmente James Guillaume, parecen inspirados por tal odio hacia Marx que sus descripciones del conflicto deben descartarse debido a sus evidentes prejuicios. La mejor y más detallada historia de las relaciones de Bakunin con Marx, entre cuantas conozco, es el relato hecho por E. H. Carr en su biografía de Bakunin. No es necesario repetirlo aquí, ni siquiera en un breve resumen. En su aspecto esencial, la lucha entre Bakunin y Marx tenía por objeto el control de una organización con ramificaciones internacionales, que ambos creían capaz de conseguir gran influencia entre amplias masas de trabajadores. Puesto que la organización necesitaba tener un programa político claro y coherente, la lucha se hizo despiadada y utilizando todas las armas ideológicas a disposición de cada uno de los lados. Hubo denuncias y contra-denuncias, hubo censuras sobre el carácter y la pureza de motivos entre los oponentes, y puesto que tanto Marx como Bakunin podían encolerizarse y ser sarcásticos y violentos en el uso de las palabras, el conflicto fue doloroso para cada uno y dejó como secuela una gran cantidad de odio, sospechas y malos sentimientos. Bakunin perdió, pero la victoria de Marx fue una victoria pírrica, como es bien sabido. El conflicto entre los gigantes había destruido a la Internacional. La venganza póstuma del movimiento marxista, infinitamente mejor organizado y provisto de fondos considerablemente más amplios que los seguidores de Bakunin, fue el intento de condenar a Bakunin al olvido. Pero al hacerlo así hirió al propio Karl Marx, que había continuado leyendo los escritos de Bakunin incluso tras la ruptura; y sobre la base de algunas notas marginales que Marx escribió en su ejemplar de Gesudarstvennest i Anarkhiia (Estatismo y Anarquismo), publicadas por Ryazanoff en el segundo volumen (1926) de Letopisi Marksisma, hemos deconcluir que muchas ideas de Bakunin ejercieron una influencia profunda y duradera sobre él. Y aunque la influencia de Bakunin sobre el socialismo ruso sólo se ha investigado parcialmente, poca duda cabe de que debe ser contado entre los precedentes intelectuales del partido leninista.

La tercera razón para la falta de publicidad de las obras de Bakunin en Estados Unidos debe atribuirse al propio Bakunin. Como ya hemos indicado, la mayor parte de sus obras son fragmentarias o tratan problemas políticos del día o disputas entre facciones. El lector de esas obras se encuentra ante una pieza incompleta y necesita familiarizarse con un conjunto de datos sobre la historia de los partidos y movimientos radicales del siglo XIX para poder valorar las plenamente. Los posibles lectores de Bakunin han recibido alguna ayuda desde 1937 en la amplia biografía publicada por Edward H. Carr. Pero la utilidad del trabajo de Carr está estrictamente limitada, puesto que trata casi exclusivamente de los incidentes fácticos de la vida de Bakunin, y no de sus ideas. La intención obvia de Carr de no escribir una biografía intelectual aparece claramente demostrada por el hecho de no mencionar siquiera el libro Estatismo y Anarquismo, al que algunos consideran como la obra principal y más madura de Bakunin.

Por todos estos motivos, parece eminentemente deseable dejar que Bakunin hable por sí mismo. Pero publicar en inglés una selección amplia de sus obras habría presentado insuperables dificultades. No menos de varios volúmenes son necesarios para hacer justicia ala voluminosa producción de Bakunin. Dicho procedimiento era claramente impracticable — por muy deseable que pudiera considerarse desde el punto de vista puramente académico—,y sin duda habría retrasado durante décadas, si no para siempre, la aparición de las obras de Bakunin en inglés. Por fortuna esas dificultades quedan evitadas por la inteligente compilación y la presentación sistemática de fragmentos de las obras de Bakunin realizada por G. P. Maximoff, e incluida en este volumen. Aunque Bakunin nunca presentó sus ideasen forma tan sistemática y lógicamente coherente, la ventaja de esta solución es obvia: segana mucho espacio sin perder ni la sustancia ni la fundamentación exhaustiva del pensamiento de Bakunin. Creemos, por ello, que este trabajo presenta de un modo adecuado el pensamiento de un importante pensador político del siglo XIX , y desde luego de una de lastres o cuatro figuras principales en la historia del anarquismo filosófico.

Pero hay todavía otra razón para considerar oportuna una publicación actual de los escritos de Bakunin. El estado burocrático y centralizado crece por todas partes. En la órbita soviética todas las libertades personales, que incluso en los períodos más democráticos deesos países tuvieron una existencia muy tenue, están siendo suprimidas más concienzudamente que nunca. En el mundo occidental, las libertades políticas están sufriendo un ataque desde diversos puntos, y las masas —en vez de vocear abiertamente su preocupación por esta tendencia— parecen hacerse cada día más inertes, con gustos estereotipados, criterios estereotipados y, nos tememos, emociones estereotipadas. El campo está abierto de par en par para demagogos y charlatanes, y aunque pueda ser cierto todavía que resulta imposible engañar a todos durante todo el tiempo, muchas personas han sido al parecer engañadas durante un período muy largo. El estado cuartelario de Stalin, por una parte, y la creciente apatía política de amplios sectores de las masas populares, por otra, han proporcionado un nuevo ímpetu a algunos hombres de visión para reflexionar nuevamente sobre algunos de los principios considerados habitualmente como fundamento del pensamiento político occidental. El significado de la libertad, como las formas y límites de la violencia política, son problemas que preocupan hoy a tantos espíritus inteligentes como en los días de La Boétie, Diderot, Junius y Bakunin. En una situación semejante, el hombresuele volver —en busca de inspiración o confirmación para su pensamiento— sobre la obra de quienes han luchado con problemas idénticos o similares. Las sorprendentes y a menudo brillantes intuiciones de Bakunin presentadas en este volumen deben ser una fructífera fuente de ideas nuevas para la aclaración de las grandes cuestiones que rodean a los problemas de la libertad y el poder.

Bert F. Hoselitz