jueves, 8 de julio de 2021

La vez que Malatesta fracasó como vendedor ambulante

 

 
Quiero relatar aquí un episodio contado no recuerdo ya en qué periódico, por el viejo anarquista francés L. Guerineau, de la época en que éste se encontraba prófugo en Londres con Malatesta. Una vez, en un momento de crisis, los amigos aconsejaron a Malatesta que tratase de ganar algo revendiendo pastas por las calles y las plazas. Así lo hizo; se procuró un carrito de mano, se procuró dulces de poco precio de un mayorista, y adelante... Pero el primer día, mientras estaba en una square de la ciudad densa de gente, con sus pastas de muestra, se le acercó un niño mal vestido que le pidió una de regalo. Se la dio de inmediato, con una caricia afectuosa. 

Poco después se vio rodeado de una infinidad de niños pobres de la vecindad, entre los cuales se había esparcido en un instante la noticia de la generosidad del vendedor de pastas, y distribuyó gratuitamente tantas que al fin toda la mercadería quedó agotada. Naturalmente fue el principio y el fin de aquel género de negocios...

Algún día después Kropotkin, que no sabía nada del desenlace, preguntó a Malatesta cómo andaba con su nuevo comercio. «La clientela no me faltaría -— respondió éste sonriendo —, pero me faltan los medios para procurarme mercaderías.»

Tanta bondad — no está sólo, naturalmente — era para él anarquía. En una breve discusión que tuvo conmigo por carta  a propósito de justicia y anarquía, me escribía: «El programa anarquista, basándose en la solidaridad y el amor, va más allá de la misma justicia... El amor da todo lo que puede y quisiera dar cada vez más... Hacer a los otros lo que se quisiera que los otros os hiciesen (es decir, el máximo bien), es lo que los cristianos llaman caridad y nosotros llamamos solidaridad: en suma, es amor.»

Cómo sentía él ese ideal de amor, todos sus compañeros de fe en especial lo saben, pues para ellos el afecto de Malatesta era inmenso: una verdadera ternura, como no puede darla la familia más amorosa. De la enorme familia anarquista, vasta como el mundo, había conocido él una infinidad de compañeros. Los recordaba a todos. reconocía a todos, aun después de una separación de decenas de años. Tomaba parte en sus alegrías y en sus dolores. En sus casas se sentía como en la propia, del mismo modo que todo compañero iba a su casa como a la propia, hasta que la continua vigilancia fascista le hizo el vacío a su alrededor. Cuando ya estaba con un pie en la tumba, sabiendo bien que la cosa había terminado para él, más que de sí se preocupaba de la enfermedad de un compañero lejano, y para estimularle y no apenarle, le escribía que estaba en vías de curación. Sintiendo próxima la muerte, se conmovía ante el pensamiento del dolor que experimentarían los compañeros más queridos ; miraba las fotografías, como un amante alejado del amante, ¿Y qué eran en realidad para él todos los compañeros dispersos y girando por el mundo sino su amada familia, representación de la familia humana futura auspiciada con tanta fe en el transcurso de su vida?

 

Luigi Fabbri 

 

Fragmento tomado del libro "Luigi Fabbri: Vida de Malatesta". Para acceder a la obra completa, clic aquí

 

 

 

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