domingo, 16 de enero de 2022

Las Autoridades - Rafael Barrett


Fácil es volcar un gobierno; difícil transformar las costumbres gubernativas. Fácil es cortar cabezas; difícil pedir que retoñen. La vida de un pueblo tiene mucho de vegetal. Es inútil a veces podarla y hasta mutilarla; el mal sube con la savia dentro del tronco. El mal está en las raíces, bajo tierra. Allí es donde se debe herir para curar.

Las raíces de la nación están, como las del árbol, bajo tierra. Son los muertos. Los muertos están vivos. Las generaciones pasadas alimentan a las generaciones presentes. Nuestras calamidades son la ramificación de las calamidades antiguas, que no pudieron ser detenidas o desviadas o acabadas en su origen. Nuestro pasado es el terror, y en el terror seguimos viviendo.

El terror gobierna, como ha gobernado antes. Aparece como una fatalidad. Los de abajo la esperan. Los de arriba se encuentran prácticamente privados de todo instrumento de dirección y de orden, excepto el látigo. Por la ley fatal de la menor resistencia, empuñan el látigo, y a los viejos y genuinos motivos de embrutecimiento y decadencia moral se añade el actual abuso, cada vez más abrumador, que constituye, sobre todo en la campaña, el único sistema administrativo.

Los incalificables tratamientos de que ha sido víctima en la capital un súbdito inglés, llamado Jacks, se prestan a tristes reflexiones. Ponen de manifiesto estos hechos el inconsciente menosprecio que en ciertas esferas existe para todo lo que está indefenso. Hay tal naturalidad en el ejercicio de los despotismos de campanario, que el crítico queda confuso y aturdido. La crueldad no se revela con los caracteres de lo anormal y de lo excesivo, sino bajo los rasgos apacibles del hábito. Se apalea sosegadamente, por la fuerza de la costumbre. Tal vez, ante la protesta indignada de los que siquiera tienen nervios debajo de la carne, sea el primer movimiento de los verdugos un movimiento de asombro.

Las autoridades no son verdaderamente lo que deberían ser. De ellas suele partir el desorden y el peligro. A veces es necesario un motín para restablecer el orden. Mas al hablar de autoridades no nos referimos, por desgracia, a las cabezas. Se trata de esa cadena de jefes menores, medianos, mediocres, chicos e ínfimos, cadena en que cada eslabón estira y es estirado, en que cada cual es subalterno y superior, es atormentado y atormenta. Y a medida que se desciende por la escala sombría, se ve multiplicada la crueldad. Recuérdese el caso del sargento cuyo martirio fue denunciado por el mismo órgano que ha sabido revelar todos los detalles del caso Jacks. Son los que sufren los que con mayor delicia hacen sufrir. Son los castigados los que con mayor saña castigan. Son los esclavos los que se vuelven más temibles negreros. Los bajos esbirros que ejecutan indignidades con infelices presos son los que, desde que nacieron quizá, han devorado la abyección injusta de la servidumbre y han respirado el dolor con el aire y no han podido separar de la luz del día un sentimiento de humillación ignominiosa. Devuelven, en un espasmo desesperado, los palos que han recibido, los salivazos que han limpiado, mudos, en su rostro inerte.

¡Ojalá fuera el culpable un hombre, uno solo, por poderoso y alto que fuera! Eso se suprime. Por desdicha, la enfermedad es colectiva. Las masas sociales se han impregnado de la sombra hereditaria proyectada sobre el país por una espantosa sucesión de tiranías y de catástrofes. Las almas se han teñido de la melancolía fatídica de la resignación. No son revoluciones ni golpes de Estado los que han de salvarnos, sino una evolución lenta, a cuya obra no han de bastar toda nuestra paciencia, todo nuestro valor y toda nuestra ternura.

 

Rojo y Azul, 20 de diciembre de 1907

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