Es verdad que todos y todas estamos sufriendo por la crisis socio-sanitaria mundial acaecida por la pandemia del COVID-19. Sin embargo, sería una gran mentira decir que en Chile este sufrimiento es igual para todos y todas, pues, hay muchos que incluso se están beneficiando de esta crisis (así como lo hicieron con todas las anteriores), mientras otros mueren solos en sus casas; en la putridez de su pobreza extrema. Ahora bien, no es difícil ver cuál es la diferencia de estos dos grupos en las personas de la sociedad chilena, por un lado, la jerarquía (los que gobiernan) y por otro el laicado (los gobernados), reducidos a relaciones socio-institucionales bajo el mando del Estado de Chile, el cual, funciona como una industria colonialista bajo los intereses globalizadores del mercado económico mundial. Ejemplo de esta dicotomía del sufrimiento entre ambas personas que conviven en nuestra sociedad actual y que divergen en todo ámbito, pero, sobre todo, en el ámbito económico, son los hechos y la realidad.
El primer hecho son las micro-relaciones productivas, las cuales, tienen parte en un lugar bastante conocido por los chilenos: el supermercado. Mientras que la jerarquía enmarcada en las grandes concesionarias y cadenas industriales (sobre todo la alimenticia) ha aumentado sus ganancias en casi un 40 por ciento a través de los supermercados durante la pandemia, el laicado enmarcado en las personas mayoritariamente pobres tiene que hacer ollas comunes para alimentar al pueblo, las cuales, por lo demás, son fuertemente reprimidas por carabineros (cada vez más cerca de transformarse en una policía paramilitar, si es que ya no lo es). Pero ¿cuáles son los hechos de esta afirmación más allá de esta diferencia económica clara entre ambas personas? tan sólo uno, el uso de la industria y por consiguiente de la economía.
La jerarquía domina las cadenas de supermercados en la mayoría de los países y no tan sólo eso, el supermercado como espacio social, es el lugar capitalista por excelencia, es en punto central en donde se hacen las micro-transacciones que permiten las macro-transacciones mundiales, es el punto culmine de la economía internacional (así como los centros comerciales; Malls), en donde todas las industrias compiten por un lugar en la casa dulce. La jerarquía lo sabe y por eso protege los supermercados, porque ve el supermercado y la mercancía que hay dentro de él como propiedad privada, no porque quiera asegurar el abastecimiento ni mucho menos por un bien social, sino tan por sólo por su bien económico individual.
Preguntamos: ¿La comida debe ser propiedad privada? Por supuesto que no, pues el hambre de las personas no es economía sino sufrimiento. Con todo esto la jerarquía, que utiliza el Estado para su bien, no teme tanto a los saqueos del laicado en los supermercados, sino más bien teme a que estos se vuelvan organizados y comiencen a colectivizar el alimento que desde siempre, en una época industrial debió ser gratis y público, es por esto que además las ollas comunes son reprimidas violentamente (además de la clara represión estatal para con cualquier organización que no esté bajo su mando). Como anarquistas decimos que el alimento es gratis para el pueblo, pues, considerar la comida como si fuera un producto mercantil atenta contra la humanidad de las personas y menos aún cuando científicamente se sabe que se puede alimentar a toda la población si se evitara el acaparamiento.
Otro hecho que ejemplifica esta dicotomía entre las personas que representan la jerarquía y el laicado dentro de la sociedad chilena es la desigualdad ante la salud pública. Este hecho tiene lugar en el hospital y su amplio aparto burocrático. Cualquier ser humano que habitara en Chile se daría cuenta que las personas que se atiende en clínicas no son las mismas que se atienden en hospitales, pues ya usar el término clínica para referirse al lugar donde una persona se atiende adscribe otros tratamientos de mayor calidad y efectividad con la persona, mientras que el término hospital conlleva lo público, lo peyorativo, la espera, la mala calidad y lo burocrático. Por otro lado, en eso consiste un gran porcentaje del vivir o el morir en la sociedad chilena, o incluso poder llevar una vida digna si es que me llego a enfermar de algo muy grave. La cantidad de dinero es un determinante crucial para acceder a una salud de calidad. Esto no es una novedad en Chile y la pandemia reafirmó lo que hay a la vista del laicado: sólo muerte. Aun así, el laicado piensa que ese hospital público es suyo, cuando en realidad es del Estado manipulado por la jerarquía, el cual está dispuesto a mentir para manipular a la población con sus ministros nefastos y presidentes empresarios que históricamente han tenido una deuda con la salud pública en Chile, en vez de esto, prefieren aumentar el gasto fiscal en armas que usarán contra su propia población.
Como anarquistas decimos que la salud no es transable, es inadmisible que existan clínicas o cualquier forma de hospital privado y exclusivo pues eso fomenta la discriminación social en las personas, haciéndoles creer que su vida tiene un precio.
Por último (y aunque existen muchos más) el hecho de la militarización del país es la dicotomía empírica que marca los límites entre la jerarquía y el laicado en la sociedad chilena. Esta se basa en dos aspectos centrales para el funcionamiento de esta relación vertical en la sociedad: El poder y el uso del poder. La jerarquía tiene tanto poder político y económico en la sociedad, mientras que el laicado tan sólo tiene el poder social. Comparativamente no hay duda que el poder político y económico es mucho más violento que el social, permitiéndole a la jerarquía gobernar a través del Estado. El hecho y el lugar donde esto se representa son las mismas calles de Santiago de hoy en día. La militarización del país es un acto simbólico y sumamente práctico para el Estado cuando tiene que demostrar quien tiene y usa el poder. Y no tan sólo eso, sino que además contra quien apunta ese poder al ser disparado. La jerarquía posee ejército y una violencia potencial que le permite tener el poder, el laicado no. Es acá cuando sucede la dicotomía clara, pues, el ejército de Chile no es el ejército del pueblo de Chile sino de la jerarquía que posee el poder en la sociedad chilena. Aunque los militares hagan unas cuantas ollas en las poblaciones pobres y levanten algunos campamentos sanitarios, estas acciones se realizan para legetimar la inutil ocupación militar de los espacios públicos y así reproducir y expandir el poder del Estado y el capitalismo. Como anarquistas decimos no a la militarización en la sociedad y en todas las sociedades pues el ejército es la institución de la violencia y el poder, la corrupción y la degradación humana.
En conclusión, podríamos decir que existe una clara diferencia entre el sufrimiento que han vivido las personas en el transcurso de la pandemia del COVID-19. Mientras la jerarquía se ha visto menos afectada e incluso ha sacado ganancias de la crisis, el laicado cae aún más abajo en el sufrimiento, pasando hambre, desahucio y muerte. Ahora bien, el lector se debe preguntar más específicamente ¿quiénes componen a la jerarquía y al laicado en este análisis de la sociedad chilena? (aunque seguramente lo haya podido intuir). Para responder a esta pregunta es necesario saber cuál es la base que hace que las personas sean distintas en la sociedad de hoy en día, y no es más que un sólo aspecto: el dinero. Obviamente existe un agujero negro entre la reducción que hay al pensar que en la sociedad la jerarquía son los ricos y el laicado son los pobres, pues desaparece la clase media en el análisis. Pero no se trata de esto, sino más bien se trata de que la jerarquía son personas que tienen bastante dinero como para tener poder y usarlo. Para ser de la jerarquía no basta sólo con tener un poco de dinero, sino que también hace falta tener poder ya sea económico, político o ambos. De la misma forma, el laicado no es sólo una persona pobre, sino que también es el obrero que trabaja en la industria, el estudiante, el profesional, etcétera, los cuales, más que tener un poder efectivo en la sociedad se convierten poco a poco en el reducto del poder que la jerarquía ejerce sobre la sociedad a través del Estado.
Como anarquistas decimos que hay que terminar con este tipo de relación social basada en la jerarquía y el laicado que se afianza cada vez más en la sociedad chilena, bajo la economía capitalista y del Estado, y para esto, es necesario crear una economía social que fomente el bienestar y una vida digna para las personas. La única forma de acabar con las dicotomías entre sectores sociales es creando una economía horizontal que haga parte a todos y a todas las personas del mundo, no como actores pasivos sino totalmente activos en la toma de decisiones.
LA PROTESTA SOCIAL COMO ESPERANZA
La incertidumbre pareciera ser el principio de autoridad trenzado entre un pasado desigual, un presente represivo y una visión de futuro que elude proyectos. La famosa frase “que la dignidad se haga costumbre” no resulta un fruto moderno, sino que resulta del arrastre de la historia de un pueblo ahogado en una miseria provocada principalmente por un contexto de rígidas divisiones sociales, diseñado y destinado cultural y legalmente para sostener un orden de aristocracias hereditarias que, manteniendo núcleos de poder, mueven los hilos de la política y la economía, generando la continua sensación de participación y representación ciudadana en un apariencia de democracia. Por lo tanto, el denominado “Estallido social” fue como una crónica anunciada, detonado o no por fuerzas irregulares, funcionó de ventana para expresar y comprender mejor de los dolores y angustias que constituyen cuerpo y mente de aquellos que habitan el territorio de la región chilena.
Una historia hecha de dolor y sufrimiento, además del abandono de la tercera edad, eludiendo todo sentimiento colectivo y espontáneo en torno a la idea del valor de la ancianidad, de la sabiduría de la vida que está impregnado, por ejemplo, en el admapu mapuche y del común de los pueblos originarios. El angustiante dolor se repite en cada población, en cada barrio de barro, en cada campamento ¿De dónde brota la esperanza hoy? Será una duda implantada en la mente de quienes vean como las cuarentenas son aprovechadas como instrumento de la política, por la derecha y la izquierda burguesa, con un gobierno generando protocolos para fotografiar la repartición de cajas “solidarias”, mientras políticos que, pretendiendo representar al pueblo, se muestran preocupados por frenar los aportes de las arcas del Estado para aminorar las cuarentenas y ministros que niegan de manera terca sus propios errores, se hace negligente, incapaz de cualquier tipo de cercanía con las demandas de un pueblo desbordado.
Hoy, en un contexto no preparado ni intencionado para tolerar las cuarentenas, el pueblo trabajador es usado como carne de cañón, mientras los señores les miran sobre el hombro despreciando la dignidad humana, esa que el pueblo pide como migajas, pero que debería ser ley del sentido-común. El pueblo de la región chilena no ha hecho más que demostrar que la ley de la dignidad, esa no escrita y que no necesita tutela de una fuerza custodia para ser respetada, está integrada en el deseo y en el anhelo del pueblo. Es quizá la dignidad la única bandera que hoy contenga la sensación de desunión, la igualdad el sentido y la libertad el sueño. No podemos hacer la vista gorda al hecho de que el pueblo ha desarrollado su tejido social y ha exigido sus demandas, especialmente, gracias a la visión de luchar por un “sentimiento colectivo espontáneo” más que por un proyecto político específico. Esto no lo podemos olvidar, por el contrario, dicho recuerdo será útil a la hora de identificar como tanto ollas comunes, como asambleas, como cualquier acción solidaria también pueden estar comandadas por segundas intenciones diversas de quienes busquen ascender en los escalafones de una política asalariada, lejos del sentir originario de las legítimas demandas del pueblo libre.
Es por esto que resulta necesario que toda forma de organización se hiciera idealmente bajo los estándares de la horizontalidad y la asamblea, de manera tal de no tener necesidad de concentrar un poder de decisión en dirigentes, sino en el total de la voluntad de cuerpos sociales que jamás coarten las libertades ajenas, sino que funcione como foro de discusión para la continua regeneración de un tejido social desgastado por la política nefasta.
¡A LUCHAR EN TODAS PARTES EL 2 Y 3 DE JULIO 2020!
Como ya sabemos vivimos en una realidad violenta, nos enfrentamos al mayor enemigo mundial de la humanidad, de la solidaridad, del bienestar humano, animal y de la Ñuke Mapu. Este enemigo está muy bien organizado y muy bien constituido para sus beneficios y no esperamos más que ruinas de parte de ellos. Ante toda la rabia y la tristeza que nos da ver diariamente como se ríen de nosotros y nosotras, preferimos la auto-organización y seguir luchando por nuestra dignidad, como quieras y donde quieras, como puedas y con lo que puedas, manteniendo la responsabilidad que conlleva, sobre todo durante esta pandemia.
Como SOV-Santiago hacemos un llamado a protesta para el día 2 y 3 de julio y a no bajar los brazos contra la precariedad de la vida y la militarización. Porque ante las amenazas del gobierno respondemos, solo el pueblo ayuda al pueblo.
¡Qué viva la anarquía: Amor, Solidaridad y Fraternidad!
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