lunes, 21 de octubre de 2013

Poder y deseo - Baldelli (Publicado en la revista Bicicleta Nº 10 año 1978)

"En aquellas sociedades en dónde los medios del poder son de dimensiones enormes y están centralizados de manera que unos pocos hombres pueden situarse en la estructura histórica de tal manera que, con sus decisiones sobre el uso de esos medios, modifican las condiciones estructurales en que viven la mayoría de las gentes, en tales sociedades, esas elites del poder son quienes hacen la historia". Wright Milis, The Power Elite.

Es sabido que en los periodos llamados revolucionarios, no siempre se poseen todos los datos pertinentes para conocer una situación, ni siempre hay tiempo para reflexionar sobre ella, sobre todo si hay que enfrentarse con organizaciones poderosas, cuyos métodos incluyen la mentira y la represión policiaca. Por eso se deben aprovechar los periodos de clima no revolucionario para adquirir y aclarar unos cánones básicos de análisis político y social.

¿Qué es el poder?. Es aconsejable contestar a esta pregunta desde la psicología e incluso desde la biología, pues así como la sociedad se compone de individuos, todo problema social tiene tiene sus fundamentos en pensamientos, sentimientos y voluntades individuales. Pues bien, psicológicamente el poder es algo terrible y deseable. En el mundo animal existen seres poderosos y ha sido mediante su observación como el hombre ha aprendido, no tanto a concebir el poder en si mismo, como a confiar en él como una cosa sancionada por la naturaleza y por los dioses que creía la gobernaban.

Pero el poder no obra en función de la explotación, como con muchas más palabras, han afirmado Marx y los marxistas. La explotación por ser continua y organizada, no puede ser obra de impulsos instintivos como lo son las formas más primitivas del poder. Un animal ataca a otro porque tiene hambre o porque en el territorio que habitan ambos hay escasez de lo que necesitan los dos, pero el poder que acompaña a la explotación no es simplemente agresión.

En la mayoría de los animales, así se induce observando su conducta, la imaginación posibilita la satisfacción de los instintos en formas muy precisas, cuyo número además es muy limitado. En el hombre, por el contrario, la imaginación no parece tener limites. Pero mientras en los otros animales, siempre según podemos conjeturar, hay correspondencia casi perfecta entre las imágenes forjadas por el instinto y las capacidades del organismo, semejante correspondencia se ha perdido en el hombre, cuya constitución orgánica todavía no cambia por caleidoscópica que sea su imaginación. De ahí su fe en la magia, de la cual la ciencia es un parto retardado. El pensamiento mágico es a su vez, fé en la eficacia del deseo. Como deseando ponerse a correr o bajarse para coger algo, el cuerpo pronto y casi automáticamente pone en obra lo deseado, convierte el deseo en acto, de la misma manera el pensamiento mágico se cree en estado de causar efecto en la realidad más allá del cuerpo. Bendiciones y maldiciones, y tantas creencias en espíritus y fuerzas preternaturales, atestiguan la extensión y el vigor del pensamiento mágico, aun en nuestros días. La invención es hija del deseo más bien que de la necesidad. Es el deseo, el que crea los utensilios y las armas, y el poder es la facultad de contentar los deseos por medios extraorgánicos, como los utensilios y las armas.Dado que el deseo siempre tiene tendencia a ir más allá de las necesidades, las satisfacciones del poder son extraorgánicas también.


El tirano como el niño

Poder y violencia son cosas distintas. Los utensilios obran sobre la materia y es mediante otras formas por las que se ejerce el poder, es mediante la palabra. Es la palabra quien clarifica el deseo y lo proclama, sacándolo de su dominio interior y enterando de su existencia a la realidad exterior en la que se mueven hombres para los que la palabra es inteligible y el deseo algo que les vibra en el corazón. La palabra nos pone en contacto con otros hombres como los impulsos nerviosos unen nuestro cerebro con nuestros miembros. Por la palabra no sólo se exteriorizan los pensamientos de cada hombre, sino que también penetran en otros hombres. La palabra puede ser mando y el mandato obedecido es la síntesis del poder. El recién nacido reacciona al sonido de la palabra humana como a ningún otro sonido, y a los sonidos del recién nacido responde la madre instintivamente. Estos sonidos expresan una necesidad que la madre comprende y se apresura a contestar.

Por lo que atañe al poder el psicoanálisis sugiere que el deseo de mandar ("libido imperandi"), nace precisamente de esta situación entre madre y niño. La maldad con la que casi siempre se acompañan los mandatos, procedería por lo tanto de un sentimiento de venganza contra la madre y la vida en general, por no seguir ambas, pasada la infancia, entendiendo y satisfaciendo los deseos de niño que siempre permanecen en el hombre. El poder es un conjunto de métodos para obtener de los hombres aquellos frutos que en condiciones sociales naturales serían frutos de amor. Actúa el poderoso con la sociedad como el niño con la madre que tiene otros niños a quien cuidar. Explotación es la toma de los frutos de la cooperación social sin consideración para con los derechos de otros y sin producir el que los toma ningún fruto de amor.

Sin amor para dictarnos las acciones que sosieguen las necesidades y los deseos de otros no hay motivo para que todos nuestros esfuerzos no sean dirigidos a sosegar nuestros propios deseos y nuestras propias necesidades. Para que no sea así hay que hacer violencia a nuestra naturaleza, hay que crear condiciones en las que, para evitar males mayores, como el hambre, las palizas o la muerte, nos sea preciso renunciar a las satisfacciones de nuestros deseos. El poder organizado, institucionalizado, es a la vez creación y sostén de tales condiciones antinaturales. Cuanto más se refina el poder y más eficaz se hace la explotación, tanto más grande y casi ¡limitada se hace la cantidad y variedad de los deseos. Los límites de nuestros deseos parecen ser otros cuando se reduce al mínimo la intimidación abierta y tales limites toman aspecto de condiciones naturales y aún de justicia: cuando a las armas las sustituye el dinero, cuando los que mandan y explotan no son la nobleza u otro pueblo conquistador, sino los capitalistas. Dónde no hay dinero no hay capitalismo. Con el capitalismo el dinero se convierte en símbolo y medio unívoco de satisfacción de los deseos. Ofreciendo dinero a los trabajadores para que trabajen por él, el capitalista les otorga la oportunidad de satisfacer deseos y necesidades que no pueden satisfacer por otro medio. Con el fruto del trabajo ajeno el capitalista hace más dinero y con este dinero se pone en estado de satisfacer más y más deseos. Pero no por su capacidad de satisfacer un número más grande de deseos se distingue el capitalismo de otros sistemas, sino por hacer del incremento continuo de esta capacidad su objetivo principal. La fuerza motora del capitalismo es pues el gusto del poder, y la explotación capitalista es una fusión de las riquezas naturales con la riqueza humana del trabajo para que de ellas se alimente la voluntad de potencia de unos pocos que se han atribuido el papel de amos de la tierra.

 Donde hay amor, no hay poder

Las fuerzas de cohesión social no residen, según afirmó Hobbes, en el poder, pero de esta cohesión social se aprovecha el poder para sus fines y es muy importante el mantenerla para los detentadores del poder.

Que el hombre poderoso quiera el amor de la sociedad no es siempre evidente, como no es siempre evidente que un niño quiera el amor de su madre cuando se comporta hacia ella de manera odiosa y parece hacer todo lo posible por hacerse odiar. Dos son los motivos que empujan a una conducta al parecer tan absurda. El primero es probar que, así como una madre no puede dejar de querer a su niño y no puede vivir sin él, así la sociedad no puede vivir sin su tirano, y tiene que quererle sea quien sea. El segundo es más hondo, y es el de negar la autonomía del amor, probar que por si sólo no puede nada, y que todo lo que hace y puede hacer es porque el poder se lo manda este motivo más hondo viene de que el amor es la antítesis del poder, y esto el poder bien lo sabe. Donde hay amor no hay poder, y donde hay poder no hay amor. El poder es Impotencia de amar. Quien busca el poder es quien no sabe amar. De esta impotencia del poder deriva su necesidad de interpretar el amor en términos de poder. El poder teme al amor, y si el amor es temible tiene que ser una forma de poder. El amor puede negarse y eso es lo que teme el poder. Que el amor se niegue de forma absoluta que cese de producir sus frutos, y, ¿para qué va a servir el poder?. Los hombres desean el poder porque despierta admiración o temor. La admiración es signo de amor y el temor es posible donde hay amor a la vida y el amor verdaderamente humano a la vida es amor a otros humanos.

El poder que el niño teme en su madre es que esta le niegue su amor. Así para el tirano es que la sociedad le niegue el suyo. Pero el tirano no quiere ser niño; el quiere probar que es hombre, más hombre que los dernás' y ser hombre para él, como para todos los que se parecen a él, o quisieran ser como él, es no tener o aparentar no tener ninguna necesidad de amor. El que quiere, como el que quiere ser querido, es un débil, es algo incompleto, con sus finalidades fuera de si. Pero los que quieren son más completos que los que no quieren. Hay una superioridad en el amor que el poder no puede admitir, y eso explica como la opresión y la explotación de la sociedad por parte del poder han tomado formas que son un insulto a la naturaleza, no solo humana sino simplemente animal. El gran delito del capitalismo, como de toda otra forma de poder es el de Impedir el amor. Es la ausencia de amor la que hace del trabajo una negación de la libertad. El trabajo pierde toda significación ética cuando no es más que un medio para conseguir dinero. Hay algo sacro en el trabajo, y es que representa una conquista humana que permite vivir, o debería permitirlo, sin rivalidades ni matanzas. Pero para amar el trabajo, y para amarlo con el corazón más que con la cabeza, hay que sentir, y no sólo saber, que se trabaja para alguien a quien se quiere, hay que poder hacer un don del fruto del trabajo como de la actividad misma que lo produce. No es la posesión de los medios de producción la que hace odioso al capitalista, *sino el robar a los trabajadores el motivo de amor, sin el cual ningún trabajo es humano. Cuando al patrón capitalista le sustituye el patrón comunista, o cualquier otro, nada fundamental cambia, y del trabajo queda solo la esclavitud.

La imposición unitaria

Hay engaño en todo ataque contra el pasado en nombre de un hipotético porvenir o de un progreso indefinido y mal definido. Si se ataca el pasado es porque vive todavía, y por lo tanto no es pasado sino que se quiere que pase. El pasado somos nosotros también: todo lo que constituye nuestra identidad. Las cosas y personas a las cuales tenemos cariño, las conclusiones de nuestras experiencias, los valores a los cuales hemos entregado nuestra fé, todo esto es pasado. El desarrollo de nuestra individualidad no es nunca completo y nuestra voluntad, como nuestra fé, abarca el por venir, pero el que quiere que cambiemos en el nombre del progreso y de porvenir quiere imponernos la voluntad suya, quiere que cesemos de ser los seres autónomos que somos para servir de decoración en cierto cuadro de su imaginación, o de rueda en cierta máquina para su uso, si no de su invención. Individuos y sociedades son cosas vivas, orgánicas. Sus leyes son de conservación y crecimiento. El tan mentado progreso es casi siempre algo mecánico, impuesto desde fuera, factor de desequilibrio, creación constante de situaciones nuevas que hacen vanos tantos valiosos esfuerzos para remediar a los males que el progreso deja tras de si mientras otros prepara. Nos dicen que el progreso es necesario, ineluctable, inevitable, y ésta es otra mentira. Si así verdaderamente fuera, los seres humanos no serían libres. Si existe el así llamado progreso es porque hay hombres que lo quieren y que se han propuesto imponer su voluntad a los demás. La imponen con los medios acostumbrados del poder y sobre todo con el engaño. Siempre hay engaño cuando se habla de necesidad, histórica u otra, de fuerzas ineluctables, del triunfo ineluctable de una clase dada, de un partido, de una raza o de una nación.

Hable el poder cuanto quiera de libertad, de justicia y de otros ideales. Para reconocerlo por lo que es basta reparar en un comportamiento suyo que se puede disfrazar de mil maneras, pero no ocultar. Es que el poder es imperialista, quiere absorberlo todo, dominarlo todo, hacer todo dependiente de un único centro. Por eso siempre habla de unión y unificación de unidad y unicidad. Como que a nadie le gusta una sociedad o una humanidad dividida, muchos son los que creen en esta mentira del poder. El caso es que bajo pretexto de unificar a la sociedad el poder es el que divide. Por numerosos y diferentes que sean sus agrupaciones y organizaciones, sus creencias, sus actividades y sus costumbres, una sociedad no está más dividida que cualquier colonia animal sino la divide el poder. Un poder siempre halla otro poder con el cual enfrentarse, y para poder mejor enfrentarse a él se impone parasitariamente a la sociedad.

No cabe duda de que los conflictos ayudan a crear el poder, pero aun menos cabe duda de que es el poder quien crea los conflictos.

Muerte a lo grande

Hay que aprender que en lo grande está la tiranía y en lo pequeño la libertad. La sociabilidad del hombre no se puede manifestar de manera auténtica más que en pequeñas agrupaciones, por la muy sencilla razón que hay limites a las energías afectivas, a la atención y al tiempo que cada cual pueda dedicar a su prójimo. En toda organización demasiado grande el hombre se convierte en cifra, en abstracción, en objeto, en utensilio. Siempre hay que desconfiar de todo lo grande y de los que no saben dejar las cosas como están. Estos siempre piensan en la expansión como si, en el mundo tan limitado y tan poblado en que vivimos fuera posible expanderse sin obligar a otros a contraerse o a desaparecer. Hay que desconfiar particularmente de lo grande en los medios de comunicación, en los tan bién llamados "mass media" pues cuanto mayores son las multitudes que alcanzan, mayor es el engaño. Hay que desconfiar de los "mass media" porque son para las masas y no para hombres. Más aún, hay que repudiarlos completamente, hay que demostrar que la masa no existe.

Baldelli


1 comentario: