El siguiente escrito de José Antonio Gutiérrez D., fue publicado originalmente en el libro Los orígenes libertarios del Primero de Mayo: de Chicago a América Latina (1886-1930), trabajo compilatorio muy
completo donde se incluyen escritos sobre el origen del Primero de Mayo como El Día Internacional de los Trabajadores en
Cuba, México, Argentina, Costa Rica, Chile y Colombia. Además se adjunta un interesante
apéndice con breves textos poco conocidos de los protagonistas de la reyerta de
Haymarket y el movimiento por las ocho horas, como: ¿Qué es la Anarquía? de Albert Parsons, ¡Adelante, con valor! de
August
Spies y el Discurso de August Spies en la Plaza de Haymarket (4 de Mayo, 1886), entre
muchos otros para tener una visión amplia en torno a la
lucha de clases, el movimiento obrero y el anarquismo a finales del siglo XIX en
EEUU. (N&A)
El Primero de Mayo conmemora uno de los eventos más
dramáticos de los albores del movimiento obrero, cuyas repercusiones se hicieron
sentir en todos los rincones del planeta. En 1886 los EEUU se vieron sacudidos
por una oleada de huelgas exigiendo las ocho horas de trabajo diarias, la cual
fue violentamente reprimida, terminando con
la ejecución de cuatro importantes dirigentes obreros: August Spies, Albert
Parsons, George Engel y Adolf Fischer; un quinto, Louis Lingg, se había
suicidado un día antes de la ejecución a fin de evitar la horca. Tres
obreros más, Samuel Fielden, Oskar Neebe
y Michael Schwab, debieron pasar varios años en la cárcel hasta que, en 1893,
un gobernador les pusiera en libertad. El escenario de esta tragedia fue
Chicago, una ciudad pujante, que entre las décadas de 1870 y 1890 creció a un
ritmo acelerado, de 298.000 habitantes a 1.099.850, atrayendo a una abundante
mano de obra inmigrante para cubrir las necesidades de la creciente industria:
en esa época, al menos el 40% de la población de Chicago había nacido en el
extranjero (censo de 1880), y un 75% de las familias eran de origen extranjero
según otro censo realizado en 18841. Después de un incendio que en
1871 destruyó a la ciudad casi por completo, ésta fue reconstruida,
literalmente, de las cenizas, lo cual produjo un importante estímulo económico.
La ciudad no solamente cambió de aspecto después del incendio: antes era una
ciudad primordialmente comercial, y después, se convirtió en un centro dinámico
del desarrollo industrial norteamericano, donde las principales industrias
fueron la carne, metalurgia, maquinaria pesada, textil e imprenta. El 45% de la
población era parte del proletariado industrial2. Es al alero de
esas industrias donde se desarrollará el movimiento sindical y anarquista de
Chicago.
Pero estos no son años solamente de crecimiento económico, sino que
son también años de gran violencia de clase: los trabajadores eran frecuentemente
reprimidos por la más mínima demanda, el espíritu colectivo era constantemente
aplastado y destrozado mediante la criminalización de toda forma de
organización y de toda acción mancomunada para que los trabajadores mejoraran
su condición social. Casi todas las huelgas, las cuales eran por lo general
espontáneas y motivadas por el hambre y la desesperación, eran intervenidas por
la milicia, con varios trabajadores muertos. Agentes privados, los odiados
“Pinkerton” infiltraban las organizaciones obreras en labor de espías o para
causar divisiones, o bien prestaban abiertamente sus servicios como
mercenarios, protegiendo a los rompe huelgas o reprimiendo manifestaciones. Si
una huelga no se podía controlar, aún pese a la intervención de la milicia, de
los Pinkerton y de los policías, las clases dominantes por lo general recurrían
a formar organismos de tipo paramilitar para asistir la represión (que en
América Latina también se estrenaron bajo el nombre de “guardias blancas”), los
cuales a sangre y fuego imponían el orden, asesinando con total impunidad. Y en
caso de que aún todas estas fuerzas combinadas no pudieran controlar a los
insubordinados, siempre estaba la posibilidad de enviar a las tropas federales.
Como se ve, la cuestión social aparecía al desnudo, sin mecanismos de arbitraje
legal, sino como una descarnada guerra de clases sociales. En estos años, un
importante capitalista llamado Jay Gould, podía bravuconear diciendo “yo puedo
contratar a la mitad de la clase trabajadora para que asesine a la otra mitad,
si quiero”.
No es exagerado decir que el espíritu del Far West, del Salvaje
Oeste, era el espíritu que animaba a la empresa capitalista norteamericana:
violencia, corrupción, robo, saqueo, todos los medios servían con tal de
enriquecerse. Es acá donde encontramos el origen de las grandes fortunas de la
plutocracia yanqui de hoy, no en el “honesto sudor” de sus antepasados como
quisieran hacernos creer. Pero este espíritu de Far West capitalista intoxicaba
al conjunto de la estructura social. Sobre los trabajadores se intentaba
inculcar por todos los medios el mismo espíritu egoísta y competitivo que
animaba a los capitalistas norteamericanos, que sin ninguna clase de
consideración explotaban descarnadamente al obrero mientras competían con los
otros empresarios por todos los medios imaginables, incluida la corrupción y la
violencia, naturalmente. Para evitar el menor asomo de solidaridad de clase, se
buscaba poner al trabajador alemán contra el irlandés, al escandinavo en contra
del polaco, y al nacido en suelo estadounidense, en contra de todos los
inmigrantes. En estas condiciones, la clase obrera, cansada de ver su protesta
pacífica ahogada en sangre, comenzó a agruparse según origen étnico y a
responder con furia ciega a la violencia de los de arriba: los Molly Maguires,
por ejemplo, respondieron a la fuerza con fuerza en las minas de Pensilvania en
la década de 1870. Los Molly Maguires fueron una sociedad secreta que se
dedicaron, junto a organizar y dirigir las disputas laborales de los mineros
irlandeses, a sellar mediante el revólver las disputas con empleadores
abusivos, los cuales, las más de las veces, también sellaban con plomo la
protesta de los mineros en esta región, que había vivido una fuerte oleada
huelguística desde la década de 1840 y cuyas organizaciones sindicales habían
sido reprimidas y perseguidas violentamente, sobre todo durante las huelgas que
azotaron Pensilvania en 18753 . Varios empresarios mineros fueron
sencillamente llenados de plomo luego de alguna disputa con un minero irlandés,
capataces groseros eran golpeados y a veces asesinados, carneros (rompe
huelgas) muchas veces recibían un trato en nada diferente. Esta primera
experiencia de resistencia obrera, incapaz de unir a los obreros irlandeses con
sus hermanos de clase de otras nacionalidades, terminó con 19 líderes en 1877, y 2 más en 1879, asesinados en la horca
–todos irlandeses, todos mineros, todos líderes de las importantes huelgas del
carbón en 18754 .
Los años del surgimiento de estas
organizaciones de autodefensa, fueron años de aguda crisis económica a la
sombra de la depresión de 1873: el crecimiento industrial acelerado por el que
atravesaba el país, requería la intensiva construcción de infraestructuras,
obras, que a su vez requerían de grandes préstamos e inversiones, sin respaldo
y sin retorno inmediato. Bastó la quiebra de un banco para que la economía
estallara inmediatamente en pedazos, golpeando a los proletarios con una fuerza
cruel y arrojando a millones al hambre y al frío. El espectro del hambre hizo
que más y más trabajadores expresaran organizada o desorganizadamente su
descontento y exigieran condiciones mínimas de existencia: la respuesta de los
capitalistas y de las autoridades, como se puede suponer, fue brutal. Un
momento crítico, que marcó profundamente a los militantes obreros de la década
posterior, fue la huelga de los ferroviarios en 1877. Cuando en Junio de ese
año, la Baltimore & Ohio Railroad anunció que reduciría los magros salarios
de sus obreros, los cuales apenas alcanzaban para cubrir las necesidades más
básicas, los obreros de esa línea se declararon en huelga, sumándose a ella
inmediatamente otras líneas, generalizándose la huelga entre los ferroviarios
de la costa Este de los EEUU. Importantes capitalistas del sector, como Thomas
Alexander Scott, pidieron inmediatamente que se diera “una dieta de rifles a
los obreros, a ver si gustaban de ese alimento”5.
Las 20.000 tropas
de la milicia movilizadas para efecto de la represión y la policía inmediatamente
comenzaron a ejercer violencia en contra de los huelguistas, los cuales
respondieron con cualquier objeto que tuvieran a mano. Este combate desigual
terminó en una carnicería en contra de los obreros: 10 asesinados en Maryland,
40 en Pittsburgh, 12 en Baltimore, 16 en Reading, 10 en Cumberland, entre 25 y
50 en Chicago... en total, se estima, según las cifras más conservadoras, que
al menos 100 obreros fueron asesinados de la manera más cobarde, por
instigación directa del empresariado. Esta represión atroz reforzó las
posiciones de aquellos que sostenían la necesidad de responder al plomo con
plomo y de formar organizaciones de auto-defensa obrera. Convenció, además, a
muchos de los que hasta entonces creían ciegamente en la bondad intrínseca de
las instituciones, que la lucha de los trabajadores por sus derechos
encontraría una resistencia homicida por parte de la patronal, que no sería
sabio enfrentar con las manos vacías. Entre ellos encontramos a Albert Parsons,
quien como dirigente de los obreros tipógrafos, fue despedido, pasado a lista
negra y casi fue asesinado por esbirros de la patronal durante esa movilización6.
La “cuestión social” comenzó a perfilarse en medio de ese proceso de
industrialización acelerado, de esa oleada de inmigración que reunía diversas
tradiciones socialistas y organizativas, y al calor de esa violencia fanática
de las clases dominantes hacia cualquier forma de reivindicación obrera. En
este contexto, nacieron organizaciones como la Noble and Holy Order of the Knights
of Labor (Noble y Sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo, KoL), una
organización inspirada en la masonería y que propugnaba por 17 mejoras en las
condiciones de vida de los trabajadores y una línea de conciliación de clases,
que rechazaba las huelgas y que aceptaba no solamente a trabajadores, sino que
también a empleadores en sus filas: pese a su orientación más bien conservadora
y a que en general tenía connotaciones incluso racistas (en muchas secciones
locales se impedía la participación de negros y fue una organización que no
solamente apoyó la legislación que en 1882 limitaba el ingreso de chinos a los
EEUU, sino que algunos de sus miembros participaron en masacres y linchamientos
de chinos), su carácter de masas, con alrededor de 700.000 miembros durante su
apogeo en 1886, significó que muchas secciones locales se radicalizaron, se
opusieron a los prejuicios y la colaboración de clases dictada por su
dirigencia, y que algunos anarquistas y socialistas ingresaron en sus filas
para labores de agitación –entre ellos, Albert Parsons–. También surgieron
organizaciones sindicales que con el tiempo se dividieron según orientación
política en sindicatos “gremialistas” o “progresistas”, en una práctica
conocida como el “dualismo sindical”. También surgieron expresiones políticas
de la clase trabajadora, como el
Socialist Labor Party (Partido Socialista Laborista, SLP): hacia 1879 el SLP logró
importantes triunfos electorales; sin embargo, la incapacidad de realizar
reformas de alguna importancia, así como la reproducción de viejos hábitos
clientelistas entre algunos de los representantes del partido, llevaron a una
discusión en torno a la futilidad del electoralismo. Esta discusión llevó a la
polarización del partido en torno a la cuestión de las tácticas, polarización
exacerbada por los fraudes electorales de 1880: la burguesía, temerosa de
mayores cuotas de poder para los socialistas, hicieron fraudes masivos y
descarados para favorecer a sus propios candidatos.
Esta amarga experiencia
llevó a que hacia fines de 1880 se perfilara una corriente que buscaba el
quiebre con el electoralismo, abogando por la acción directa, y que hablaba,
sin falsas vergüenzas, sobre la inevitabilidad de la violencia revolucionaria.
Estos sectores se autodenominarían a sí mismos “Social Revolucionarios” y aún
no se definían explícitamente como anarquistas, aún cuando la influencia
anarquista ya comenzaba a hacerse sentir en las tierras del dólar: en Enero de 1881 había aparecido en Boston
el primer periódico anarquista de los Estados Unidos, “The Varios Autores 18
Anarchist”, editado por el Dr. Edward Nathan-Ganz, en el cual colaboraron
algunas eminencias del movimiento revolucionario internacional, incluidos Johann Most, entonces aún un social
revolucionario y de quien hablaremos un poco más adelante y Adhémar Schwitzguébel, amigo personal
de Bakunin y figura clave del ala anarquista de la Primera Internacional (pese
a su nombre y a su contenido, este periódico se autodefinía como Social
Revolucionario). Nathan-Ganz, posteriormente, participará en el Congreso Social
Revolucionario de Londres, en Julio de 1881, en el cual se fundó la llamada
“Internacional Negra”, la que en realidad jamás tuvo una existencia real, pero
cuyas resoluciones tuvieron algún eco entre los círculos revolucionarios de
EEUU, particularmente en Chicago, donde los sectores descontentos con el SLP
decidieron a organizarse según sus recomendaciones 7.
Social Revolucionarios y Anarquistas
El término Social Revolucionario, es relativamente elástico,
agrupando una amplia gama de tendencias políticas aún en definición, que
compartían entre sí la defensa de la violencia revolucionaria y el rechazo al
reformismo electoralista. En varios casos, el término era utilizado como
sinónimo de anarquismo, como por el Dr. Nathan-Ganz. En el caso de los
militantes de Chicago, así como del grupo Freiheit (Libertad) de Londres
liderado por Johann Most, indicaba una especie de transición entre la
socialdemocracia y el anarquismo revolucionario. Most, veterano del partido
socialdemócrata alemán, que sirvió en el parlamento, el Reichstag, por algunos
períodos y que en él se desencantó del electoralismo, y que luego fue expulsado
de este partido por sostener ideas radicales, define de manera muy clara el
programa de ese momento de los Social Revolucionarios en el siguiente artículo
de 1880:
“Concluimos que es un
error el creer que el Estado democrático es el medio mediante el cual los
trabajadores, mágicamente, podrán construir el socialismo... Quien sea que
busque un orden completamente nuevo de cosas, no se meterá en la cabeza cosas
ya manoseadas por la burguesía en su infancia. Una nueva sociedad no puede
moldearse según fórmulas políticas anticuadas.
Quien sea que piense en una
transformación general de la sociedad, debe consecuentemente ser un
revolucionario. Y debe serlo en el doble sentido del término. Primero, porque
el derrocamiento del orden existente es a las claras el objetivo del término
revolución; y en segundo lugar, porque resulta claro también que este
derrocamiento será hecho por medios violentos. Pues solamente los sofistas y
los ignorantes pueden recitar al pueblo el sin sentido de una “revolución
pacífica” del conjunto de la sociedad...
Llamarse a uno mismo revolucionario,
sin más especificaciones, sin embargo, también resulta cuestionable. Puesto que
los revolucionarios son también aquellos que piensan solamente en una
transformación política y no quieren más que reemplazar a la autocracia por un
régimen constitucional... Por consiguiente, debemos denominarnos social
revolucionarios.
Con este término manifestamos nuestra intención de transformar
a la sociedad, y como la sociedad actual no puede ser destruida en pedazos sin,
al mismo tiempo, destruir su soporte político, el Estado moderno, la revolución
social abarca, no es necesario aclararlo, la revolución política.
La revolución
social debe consistir... en nada menos que la más absoluta destrucción de todos
los instrumentos existentes del “orden”, para así tener un amplio margen para
construir una sociedad en armonía...
Uno no debe temer en absoluto a esta
desintegración general de las cosas puesto que ella precede inevitablemente a
la reconstrucción. Para asegurar que durante este breve período de transición
la humanidad no se desmorone como la arena, habrá un factor que ha de servir
como cemento –para este fin visualizamos al pueblo revolucionario en armas...”8.
Estas ideas definen muy bien al programa de los Social
Revolucionarios liderados por Most, y a los grupos de obreros revolucionarios
en Chicago. En este espíritu, y con el ejemplo del Congreso de Londres, en
Octubre de 1881 se convocó a un Congreso
Social Revolucionario en Chicago, entre los días 21 y 23, bajo el nombre “Congreso de Socialistas de los EEUU”.
En él, pese a que solamente participaron 21 delegados, se destacó la
participación de tres compañeros que en los años posteriores tendrían una
importancia capital en el desarrollo del movimiento obrero y revolucionario de
Chicago: Michael Schwab, August Spies (quien actuó como secretario del
Congreso) y Albert Parsons. Este Congreso aprobó las resoluciones del Congreso
de Londres (que versaban sobre la “propaganda por el hecho”, es decir, los
golpes violentos a los representantes más odiados del régimen como mecanismo
para despertar a la clase trabajadora), llamó a los obreros a organizar cuerpos
armados de auto-defensa, condenó la propiedad privada y el régimen del trabajo
asalariado, y se solidarizó de las luchas de los populistas rusos y de los
anti-imperialistas irlandeses. De esta convención nació el Revolutionary Socialistic Party (Partido Socialista Revolucionario
-RSP), pero desde su nacimiento esta organización se vio entrampada en
diferencias tácticas (se siguió participando de las elecciones, por ejemplo,
para demostrar su “futilidad”) y su estructura orgánica era demasiado laxa como
para tener eficacia alguna. Fue solamente en Diciembre de 1882, con la llegada
de Johann Most a los Estados Unidos desde Londres, quien ya se había convertido
al anarquismo, que este núcleo militante adquirió una dinámica que le
convertiría en una poderosa corriente revolucionaria y libertaria, que dejaría
una impronta indeleble en la historia de la clase trabajadora9.
El Congreso de
Pittsburgh (Octubre de 1883)
La llegada de Johann Most fue como un vendaval que infundió
vida nueva en el movimiento obrero y revolucionario en los EEUU. Su recepción
fue propia de un héroe, miles de obreros iban a escuchar sus arengas y sus
discursos repletaban los salones de varias ciudades donde anduvo de gira. Por
un período de un año, junto a varios compañeros, incluidos algunos que
terminarían en la horca, se entregó absolutamente, con pasión febril, a la
agitación y propaganda revolucionaria, con miras a organizar las fuerzas
anarquistas para prepararse a la revolución inminente. Los anarquistas veían en
la crisis económica aguda, en las condiciones de miseria materiales absolutas
del pueblo, en su desesperación, en la violencia de clase generalizada, los
signos que anunciaban la inminente llegada de la revolución. Los anarquistas no
hacían una defensa ciega de la violencia- en palabras de Adolf Fischer: “Aquellos beneficiados por la actual
organización social ¿cederán pacíficamente sus privilegios? Esa es la cuestión.
Si los anarquistas estuvieran convencidos que esto es posible, serían los seres
más felices del planeta. Pero en base a la experiencia concluyen que las clases
privilegiadas no cederán a la razón, sino que se aferrarán a sus privilegios
por la fuerza y que por tanto un conflicto general entre estas clases
diametralmente opuestas es inevitable”10. Engel se expresa en los siguientes términos ante la
inevitabilidad de la revolución: “No me gusta la guerra, pero me doy cuenta de
que una revolución violenta se viene, debe venir, no como fruto de los obreros,
sino que de los capitalistas”11. Durante una conferencia, Spies expresaba lo
siguiente: “Una revolución es un levantamiento abrupto -una convulsión del
organismo social febril. Nosotros preparamos a la sociedad para ese momento”12. Ellos se
entendían así mismos como aves que auguraban el futuro mejor, como apóstoles de
lo inevitable, cuyo rol era preparar a los trabajadores para el choque final de
las clases y para la vida nueva que seguiría.
Esta mentalidad redentora de la humanidad es la que dominó al Congreso
de Pittsburgh, celebrado los días 14, 15 y 16 de Octubre de 1883, el cual
marcó un punto de quiebre en el desarrollo del movimiento libertario de Chicago
y de los Estados Unidos. Este Congreso, decía Most a August Spies en una carta
de Julio de 1883, debía sentar las bases para una “partido internacionalista,
federalista y revolucionario, sin un ejecutivo, sin una agencia central, sin
funcionarios pagados”13. A él llegaron representantes de 26 ciudades
de todo el país; sin embargo, el grueso de la militancia libertaria se
concentraba en la región nororiental, aquella que presentaba el centro más
dinámico del desarrollo capitalista: Chicago, Nueva York, Filadelfia,
Pittsburgh, St. Louis. También participaron representantes venidos de Canadá y
México.
El consenso del Congreso en torno al rechazo del electoralismo, el
fomento de la acción directa, la necesidad de la lucha armada para el
derrocamiento del capitalismo fue abrumador. Un importante punto de discusión
fue el rol de los sindicatos en la lucha revolucionaria: mientras los delegados
de Nueva York, con Most a la cabeza, guardaban ciertas desconfianzas en el
sindicalismo por considerarlo de naturaleza reformista, que en sus
negociaciones retrasaba el advenimiento de la revolución y por sus derivas
burocráticas14, los delegados de Chicago, con Parsons y Spies a la cabeza,
defendían el rol primordial del sindicalismo y de la lucha por ciertas reformas
a favor de la clase obrera, como escuelas de lucha revolucionaria, a la vez que
se oponían frontalmente al sindicalismo gremialista y reformista. El sindicato
era a la vez instrumento de lucha contra el capitalismo, y embrión económico y
social de la sociedad post-revolucionaria. A esta posición que propugnaba por
un sindicalismo militante, de base, revolucionario, se le conoció como la
“línea de Chicago” y fue la posición dominante de la mayoría de los delegados15.
La visión
política de los elementos radicales que se congregaron en el Congreso, se
plasmó en el “Manifiesto de Pittsburgh”, redactado por un comité compuesto por
Johann Most, Albert Parsons, August Spies, Victor Drury (revolucionario francés
que llegó a EEUU después de la supresión de la Comuna de París en 1871) y
Joseph Reifgraber (obrero metalúrgico, dirigente nacional sindical y editor del
periódico anarquista Die Parole –La Palabra- de St. Louis). El Manifiesto tomó
prestados los párrafos finales de un programa de unificación propuesto por
Burnette G. Haskell, de la llamada Internacional Roja, organización del Lejano
Oeste, con bases en San Francisco, Denver y en Chihuahua (México). Este
documento se publicó originalmente en alemán e inglés, pero se tradujo
posteriormente al francés, checo, yiddish y al castellano. Su circulación fue
enorme: su tiraje inicial fue de 100.000 copias en inglés, 50.000 en alemán y 10.000
en francés, pero hubo varios tirajes posteriores. Tan sólo entre Mayo y
Noviembre de 1885, según el registro del secretariado de propaganda e
información, se vendieron 200.000 copias del Manifiesto, en inglés, alemán y
checo16 [Ver
documento en el anexo].
La Asociación Internacional de Trabajadores (IWPA)
El Congreso marcó el
nacimiento de la International Working People’s Association (IWPA), la primera organización marcadamente
anarquista en los EEUU17, y en la cual confluyó toda la radicalidad de esos
años de lucha. Su nombre, marcaba por una parte la continuidad de la tradición
revolucionaria iniciada por la Primera Internacional, fundada por Carlos Marx
en 1864 en Londres, y a la cual se sumarían los libertarios en 1868, marcando
el primer intento de hacer un frente clasista y revolucionario de alcance
internacional. De hecho, plantearon que esta organización sencillamente revivía
a la Internacional18. Pero también marcaba una diferencia y era un
enfoque mucho más incluyente, que no rechazaba a los elementos del llamado
“lumpen proletariado” (los elementos marginados por el desarrollo capitalista
de esa época y sin un lugar fijo en la producción) y también hacía un esfuerzo
especial por organizar a las mujeres19:
se destacaron en sus filas importantes compañeras como Lizzie Holmes, Lucy
Parsons y Sarah Ames, sus postulados explicitaban abiertamente la igualdad de
los sexos y se procuraba que las actividades políticas fueran familiares
(picnics, por ejemplo) para facilitar la asistencia de las mujeres. Muy pocas
otras organizaciones políticas de aquella época lograron tener una
participación femenina tan importante, reflejado en la visibilidad de algunas
dirigentes mujeres. Esta participación femenina horrorizaba de igual manera a
la burguesía yanqui como en la Comuna de París, las “petroleras” 20 horrorizaban a
la burguesía francesa21. Esta Asociación era internacional no tanto por su
alcance a trabajadores extranjeros (su fundación se hizo sentir en Europa y
América Latina, y surgieron bases del movimiento en Canadá y México22), el cual pese a todo fue limitado, sino por
su política internacionalista y por su composición multiétnica. En su seno se
organizaron obreros de todo el orbe, formando una auténtica Torre de Babel en
que debían entenderse en por lo menos 12 idiomas diferentes. Aunque el
movimiento era en su inmensa mayoría alemán (de acuerdo a las listas de
miembros disponibles, aproximadamente un 45%), también se encontraban numerosos
bohemios –checos- (15%), escandinavos (10%), estadounidenses (15%), irlandeses
(5%), británicos, siendo el resto suizos, franceses, polacos, holandeses,
belgas, rusos, canadienses, luxemburgueses e italianos23. Haber
logrado organizar a esta masa de manera relativamente compacta, constituye el
mayor logro de esta generación militante, que generó unidad donde todo
confabulaba a la desunión y la competencia entre las comunidades inmigrantes.
El movimiento anarquista en Chicago organizó tanto a obreros calificados como a
jornaleros y obreros sin ninguna clase de calificación. Se calcula, según un
listado de 572 militantes anarquistas cuyos oficios se conocen, que el 40% de
la IWPA eran obreros de manufacturas (mueblistas, textiles, tabacaleros,
gráficos, etc.), un 20% eran obreros de la construcción (carpinteros, pintores,
albañiles, canteros, estucadores, ladrilleros, etc.) y un 14% eran jornaleros
sin ninguna clase de especialización. El resto, pertenecía a los más diversos
oficios, desde telefonistas, tenderos, comerciantes, herreros, oficinistas,
choferes, panaderos, cerveceros, amas de casa, matronas, profesores, hasta uno
que otro periodista y doctor. ¡Incluso aparece hasta un adivino y un par de
Pinkertons! En total, se estima que aproximadamente el 82% de los miembros de
la IWPA eran trabajadores de cuello azul; el 18% eran trabajadores de cuello
blanco, y de ese sector, tan sólo un 1% estaba en ocupaciones de alta
profesionalización24. Era un movimiento eminentemente nacido de las
entrañas de un pueblo explotado y pobre. Pero aún cuando la inmensa mayoría de
los jornaleros y obreros sin calificación en Chicago estaban desorganizados
(política y laboralmente), el anarquismo tenía fuerte llegada a esos sectores y
mantenía capacidad de convocatoria y de movilización entre ellos mucho mayor
que lo que se deduce de las estadísticas de militancia activa.
La organización
se conformaba de diferentes grupos: en su mayoría organizados según etnicidad
(alemanes, bohemios, escandinavos –principalmente daneses y noruegos- o
angloparlantes –británicos, irlandeses o norteamericanos) o según la localidad
de Chicago en que sus habitantes moraban. El movimiento estaba organizado
primordialmente en base a criterios étnicos: con los altos niveles de
inmigración que hemos visto, no era fácil la tarea de organizar a una clase
obrera que hablaba en varios idiomas ininteligibles entre sí: por tanto las
organizaciones sindicales, así como los grupos que componían la IWPA, se
organizaban según lengua –alemanes, escandinavos (principalmente daneses y
noruegos, en menor medida, suecos), bohemios (checos), angloparlantes
(irlandeses, estadounidenses, ingleses).
Todos los grupos adherían al programa
desarrollado en el Congreso de Pittsburgh y elegían un secretariado que era
rotativo cada seis meses, para enfatizar la participación del conjunto de la organización
y la democracia interna -adelantándose al sindicalismo revolucionario impulsado
por los libertarios desde finales del siglo XIX, entendían a la organización
revolucionaria como un laboratorio en el cual se ponían en práctica los
principios que habrían de regir la vida futura: ¿Cómo podría esperarse que una
organización autoritaria engendre una sociedad igualitaria y libre? (...) La Internacional, embrión de la sociedad
humana futura, debe ser desde el primer momento la imagen fiel de nuestros
principios de libertad y federalismo, y rechazar de su seno cualquier principio
conducente al autoritarismo y la dictadura 25. La organización llegó a tener en Mayo de 1886 más de
un centenar de grupos, con un promedio de 50 militantes cada uno26, pero con
algunos grupos llegando a sobrepasar los 200 militantes27. Estos grupos,
se concentraban en la zona nororiental que hemos mencionado, pero también
existieron grupos en Denver, San Francisco, Nuevo Orleans, los centros mineros
de Pensilvania, Michigan, etc.28 Aunque es difícil saber exactamente cuántos
militantes activos tenía la organización, Paul Avrich calcula que en 1883
habría nacido con unos 2.000 militantes y que a fines de 1885 habría alcanzado
unos 5.000 militantes, llegando a tener unos 15.000 colaboradores29. En Chicago,
que era la plaza fuerte de la IWPA, se estima que en 1886 la organización
habría contado con unos 2.500 militantes activos y con un número mucho mayor de
simpatizantes, muy probablemente 10.00030, que se expresa en su capacidad de convocar
movilizaciones multitudinarias31 –el anarquismo se convertía así en el polo de
atracción de los elementos revolucionarios e inconformes en Chicago,
constituyéndose en el principal referente de izquierda. Hacia 1884, las filas
del SLP se reducían hasta poco más de un centenar de militantes, mientras el
anarquismo crecía imparablemente, fuerte y combativo32.
Un elemento
fundamental, que vertebró al movimiento anarquista, fue la prensa: ella no
solamente sirvió de canal de expresión y de agitación, escrita en un lenguaje
provocativo, directo y sencillo; además, fue un importante sustento para la
vida organizativa, siendo el punto en que se congregaban las diferentes
visiones y experiencias que constituían el movimiento. Esta prensa, obrera y
libertaria, fue políglota, al igual que el movimiento: la IWPA tuvo 14 órganos
oficiales, 9 en alemán, 2 en inglés, 2 en checo y 1 en danés33. De ellos,
solamente uno fue diario, el periódico alemán Chicagoer Arbeiter Zeitung
(Periódico Obrero de Chicago), cuyo editor era Albert Spies. Michael Schwab también cumplía labores editoriales en
ese periódico y Adolf Fischer trabajaba como tipógrafo. Este diario tenía,
además, una edición dominical enfocada a la cultura, Die Fackel (La Antorcha) y
una del día sábado Der Vorbote (El Heraldo). Estas tres publicaciones nacieron
de la mano de la social democracia y luego se pasaron al campo anarquista.
Otros periódicos de lengua alemana eran el Freiheit (Libertad) editado por
Johann Most en Nueva York, Die Parole (La Consigna) de St. Louis, Die Zukunft
(El Futuro) de Filadelfia, New England Anzeiger (El Informador de New England)
de New Haven, el New Jersey Arbeiter Zeitung (Periódico Obrero de New Jersey)
de Jersey City Heights y el mensual Die
Anarchist (El Anarquista), editado en Chicago por Engel y Fischer, del cual
tan sólo aparecieron cuatro números entre Enero y Abril de 1886. Este último
periódico fue fundado por una base en Chicago que consideraba que el Arbeiter
Zeitung no era lo suficientemente radical34. En danés apareció el Den Nye Tid (La Nueva Era), el
cual también fue un periódico que se inició en la fase social demócrata para
luego transitar hacia el anarquismo. En inglés, los periódicos fueron Nemesis
editado en Baltimore y, de lejos el más influyente, The Alarm (La Alarma) de Chicago, editado por Albert Parsons y su
compañera Lucy Parsons, una importante cabecilla del movimiento, quien
irritaba a la clase dominante no sólo por ser mujer y anarquista, sino también
por ser una mujer de color y estar casada con un hombre blanco, un verdadero
sacrilegio en esa época. Por último, en checo, aparecieron el Budoucnost
(Futuro) de Chicago y el Proletář (Proletario) de Nueva York. También apareció
en Chicago una publicación anarquista checa de corta vida llamada Lampcka (El
Farol) 35.
La prensa tuvo una
importancia formidable: en Chicago, el Arbeiter Zeitung producía 5.780 copias
todos los días, Die Fackel y Der Vorbote producían 12.200 y 8.000 copias
semanales en 1886. The Alarm producía tres mil copias quincenalmente en 1886 y
del periódico checo Budoucnost se editaban 1.500 copias semanales. Periódicos
como Lampcka y Der Anarchist tenían publicaciones muchísimo más modestas, de
algunos cuantos centenares de copias. El número de copias, debemos recordar, es
una subestimación del número total de lectores de estas publicaciones, puesto
que la mayoría de ellas circulaban ampliamente de mano en mano36. Junto a estos
periódicos, se repartía abundante material de propaganda en forma de libros y
folletos: durante 1885, como habíamos dicho, se distribuyeron en diversas
lenguas 200.000 copias del Manifiesto de Pittsburgh, 25.000 copias del
Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Friedrich Engels, 10.000 copias de un
folleto muy popular de Lucy Parsons titulado “A los Vagos” [reproducido en el anexo], 5.000 copias de folletos de
Johann Most y más de 6.000 libros que incluían títulos de Bebel, Lasalle, Marx,
Bakunin y Reclus entre otros. En total, se habían vendido 387.527 obras37. Esto da una buena idea de la amplia
circulación y el interés existente en las ideas revolucionarias en aquel
contexto.
Miembros de la IWPA, cansados de ver al movimiento sindical avanzar
con pies de plomo y esclavo de las premisas ideológicas de la clase dominante
en su desarrollo, se dedicaron a estimular sindicatos “progresistas” que tenían
una orientación más radical, favorecían la acción directa y no temían a la
convocatoria a huelgas. Es así como en
Febrero de 1884 se llama a fundar la Central Labor Union (Central Sindical
Obrera, CLU) en Chicago (ya existía una de igual nombre y similares principios
en Nueva York); esta se constituye en Junio de aquel mismo año con ocho
sindicatos “progresistas”38, los cuales llamaron a “la rebelión, en todo el país,
de la clase expoliada, en contra de las instituciones económicas y políticas”39. Esta organización adoptó la organización de
base y horizontal de la IWPA, con cargos rotativos y asambleas de base
resolutivas, también adoptó como declaración propia el Manifiesto de Pittsburgh
y sus métodos y fines eran abiertamente revolucionarios. El secretariado de la
CLU se reunía en los mismos locales que la IWPA y convocaban conjuntamente a
manifestaciones y actividades sociales. La mayoría de los dirigentes de la CLU
eran también militantes de la IWPA, aunque había algunos que pertenecían al
sector de izquierda del SLP. El historiador Paul Avrich revela que de los 400
miembros del sindicato progresista de carpinteros, casi todos eran anarquistas
o simpatizaban con el anarquismo40. Esto es prueba de lo hondo que el movimiento
libertario supo calar en la clase trabajadora de esos años. En 1886, la CLU
contaba con 24 sindicatos, incluidos los 11 más importantes y numerosos de
Chicago, agrupando a una masa activa de 28.000 obreros en la ciudad41.
Los anarquistas también participaron
activamente de las organizaciones de autodefensa armada que formaron
organizaciones sindicales en respuesta a la brutalidad policial y militar (las
cuales eran posibles debido a las permisivas leyes norteamericanas sobre
posesión de armas de fuego), y donde compartían espacio con algunos socialistas
de izquierda, pese a que el SLP les restara oficialmente el apoyo en 187842. Tanto August
Spies como Adolf Fischer pertenecían a una de las cuatro compañías de la
Lehrund-Wehr-Verein (Sociedad para la Instrucción y la Protección –fundada en
1875) de Chicago, la cual, pese a ser predominantemente alemana, incluía
miembros de otras nacionalidades, incluida una compañía francesa. Esta
organización, que fue la de mayor desarrollo, tenía probablemente unos 400
miembros en armas43. Otras organizaciones armadas reproducían esta
organización étnica del movimiento: la alemana Jaeger-Verein (Sociedad de
Tiradores), la checa Bohemian Sharpshooters (Francotiradores Bohemios), la
irlandesa Fifth Ward Labor Guards (Los Guardias Obreros del Quinto Distrito) y
la angloparlante International Rifles (Rifles Internacionales)44. Cada cual tenía su uniforme y armas. Ninguna
de estas organizaciones se enfrentó con las fuerzas armadas del Estado; su rol
pasó por preparar a los obreros para la revolución “inminente” y hacer de
guardia en protestas y actividades sociales, donde su presencia sin lugar a
dudas tuvo un rol disuasivo que impidió la perpetración de arbitrariedades por
parte de la fuerza pública en más de una ocasión. Algunos sindicatos incluso
llegaron a disponer de ciertos fondos para el apoyo de estas organizaciones y
para la adquisición de armamentos: a Louis Lingg, el joven delegado de un
sindicato de carpinteros adherido a la CLU, se le encomendó supervisar esta
tarea en su condición de dirigente sindical y ferviente revolucionario45.
Junto a su partido revolucionario, a su prensa y a su organización sindical,
los elementos revolucionarios tenían una rica y vibrante vida cultural y
social, que abarcaba al conjunto de la familia, mediante la existencia de
sociedades de beneficencia y apoyo mutuo, grupos de teatro, coros, bandas
musicales, escuelas dominicales para los niños, asociaciones de gimnasia y
diversas festividades, desde bailes y picnics, hasta celebraciones en grande de
eventos como la Comuna de París, o las marchas, que eran ocasiones en que
también acudía el conjunto de la familia y en las cuales el elemento
revolucionario ostentaba todo su poderío mediante el despliegue de sus
emblemas, la procesión organizada de los militantes y de las compañías armadas
de auto-defensa obrera. Esta vida social, más que nada, demostraba el afán
anarquista de mejorar no solamente las condiciones 29 materiales, sino también
morales, de existencia de la clase obrera. Este movimiento, dice Bruce Nelson:
De las divisiones etno-culturales, lingüísticas, de oficio, de género y de especialización
producida por la industrialización acelerada, los anarquistas forjaron un
sentido de solidaridad de clase (...) Con un programa de eventos que eran
públicos y visibles, los socialistas y anarquistas alimentaron una cultura que
era confrontacional y agresiva. Tanto el movimiento como su cultura eran
auto-concientes y con conciencia de clase. Más aún, este movimiento amenazaba
con infectar al conjunto de la clase trabajadora46.
Ese temor a la “infección” revolucionaria de la
clase trabajadora, ese miedo a la fuerza organizada del elemento libertario,
explican la violencia y la histeria con que la plutocracia yanqui procedió a
reprimir al conjunto del movimiento durante su clímax en la Huelga General de
Mayo de 1886.
La Gran Huelga del 1º
de Mayo de 1886
Desde la década de 1870 diversos intelectuales y algunos
reformistas con simpatías por los trabajadores venían planteando la necesidad
de instaurar una jornada de ocho horas mediante el parlamento y no mediante la
acción misma de los trabajadores. Algunos socialistas y dirigentes sindicales
asistieron a algunas conferencias en torno a esta cuestión (entre ellos, Albert
Parsons), pero no se sacó nada en limpio de esto. Hasta que en Octubre de 1884
la Federation of Trade and Labor Unions of the United States and Canada
(Federación de Sindicatos y Organizaciones Gremiales de EEUU y Canadá) deciden
declarar que desde el 1º de Mayo de 1886 se establecería la jornada de ocho
horas y que todos los medios para obtener ese fin eran válidos, aún la Huelga
General. Esta reunión tuvo lugar en Chicago y se formó así una asociación para
luchar por las 8 horas.
Sindicatos conservadores, temerosos de los disturbios,
y los KoL miraron con recelo este llamado; estos últimos, por principio se
oponían a las huelgas, aún cuando las bases locales de los KoL hayan
participado y animado muchas de ellas. En un primer momento, los anarquistas y
la IWPA también se opusieron a este movimiento, algunos en base a una
argumentación principista. Decían que con esta reforma se buscaba frenar al
movimiento revolucionario, que la revolución inminente no debía retrasarse, que
esta reforma parcial era una manera de domesticar a la clase obrera. Otros,
como Parsons y Spies, consideraban que era una batalla perdida. En palabras de
Spies en un artículo suyo publicado en The Alarm el 5 de Septiembre de 1885: No
somos antagónicos al movimiento por las ocho horas –ya que constituye una lucha
social; sencillamente predecimos que es una lucha perdida47.
Pero a
fines de 1885 los ánimos comenzaron a cambiar, primero en los compañeros más
permeados y experimentados en la lucha sindical, como Parsons, Schwab, Fielden
y Spies, después en el resto. La influencia de la CLU fue decisiva: la clase
obrera en su conjunto asumió esta lucha y arrastró con ella a los principales
dirigentes anarquistas. El movimiento anarquista demostró en esta ocasión la
clave de su éxito: que no solamente predicaba su credo, sino que también
aprendía de la clase trabajadora, era un movimiento abierto, que escuchaba,
libre de dogmatismos y que no reemplazaba la lucha de clases viva con
argumentos recalentados de teoría muerta. En fin, era un movimiento que se
constituía a sí mismo en el proceso de lucha.
En esas circunstancias, desde
Diciembre de 1885 ya encontramos a los principales dirigentes de la IWPA
apoyando al movimiento por las Ocho Horas y a sus organizaciones a la cabeza de
esta lucha en los principales centros obreros del país, pero sobre todo en
Chicago, el principal foco de agitación obrera en todo el país. Como diría el
historiador Bruce Nelson: los anarquistas le dieron un sentido militante y
combativo al movimiento de las ocho horas en Chicago48.
Los anarquistas esperaban que la reforma, de
ser conquistada mediante la lucha, abriera las puertas a una serie de victorias
obreras que llevarían al socialismo. Otros creían que la oposición burguesa
provocaría el esperado levantamiento armado de la clase obrera. Y otros veían
en esta reforma una especie de escuela práctica para demostrar la futilidad de
las reformas a la vez que los trabajadores ganaban experiencia en la lucha. Sea
como sea, los anarquistas ayudaron en gran medida a convertir a este movimiento
en un movimiento de masas dispuesto a luchar y triunfar.
Mientras los KoL –que
se habían sumado de mala gana al movimiento y por presión de las bases más que
de los dirigentes- y los sindicatos conservadores pedían, tímidamente, ocho
horas de trabajo y sueldo equivalente a esas 8 horas, los anarquistas y la CLU
exigían 8 horas sin reducción salarial por menor número de horas. El estilo
confrontacional de los anarquistas no era ineficaz: el 1º de Mayo de 1886, sin
necesidad de iniciar la huelga, diversas empresas en Chicago ya habían otorgado
la jornada de ocho horas a 47.500 obreros, algunos habiendo logrado hasta un
aumento salarial. Otros 62.500 obreros se fueron a huelga en Chicago, la
inmensa mayoría haciéndose eco de las demandas de la CLU y de la IWPA, de ocho
horas de trabajo con igual salario que según la jornada previa49. Pocos días después la huelga era total y
abarcaba a 80.000 asalariados en la ciudad50.
Esta huelga fue una impresionante demostración de la fuerza del movimiento
obrero organizado en los EEUU, donde más de 300.000 obreros abandonaron su
puesto de trabajo, pero particularmente en Chicago. Es imposible que la huelga
haya tenido la fuerza que tuvo sin la decisión y el apoyo que otorgaron al
movimiento los anarquistas, quienes se convirtieron en los principales
promotores de la huelga. Fueron ellos quienes organizaron charlas públicas y
manifestaciones masivas, que agruparon a miles de obreros, las semanas previas
a la convocatoria a la huelga51. Esta
decisión de los libertarios está capturada en las opiniones de un anónimo
anarquista entrevistado el 1º de Mayo por un periódico local en Chicago:
Los
trabajadores alemanes y bohemios se hayan absolutamente organizados y armados y
lucharán para obtener sus objetivos. [Varios gremios] ya han obtenido la
jornada de ocho horas. Los KoL son fundamentalmente estadounidenses e irlandeses
(...) ellos se contienen y toman lo que les den, mientras que los alemanes y
bohemios van a tomarse lo que ellos mismos quieran52.
Sin embargo, y pese a los preparativos oficiales (la policía recibió nuevos
hombres y nuevos “juguetes”), la huelga fue del todo pacífica. Era la calma que
antecedió a la tormenta: como hemos señalado, todo movimiento obrero, toda
actividad huelguística, era acallada mediante la más brutal represión. Diversas
huelgas en el Estado de Illinois y en Chicago mismo, en el período 1884-1886,
habían enfrentado una brutal represión. Por ejemplo, en Mayo de 1885, en
Lemont, un grupo de huelguistas de una cantera local, fueron acribillados por
la milicia: al menos dos obreros murieron y varios más fueron heridos gravemente,
mientras el resto eran pasados por el garrote y la bayoneta53. Esta misma escena se repitió en numerosas
otras ocasiones y todos estaban concientes de que la violencia podría desatarse
con la menor provocación.
Tal provocación ocurrió el 3 de Mayo, con la
represión a los obreros de la fábrica Mc Cormick. Ese día la policía comenzó a
atacar violentamente a los manifestantes: una marcha de 500 costureras, por
ejemplo, fue atacada salvajemente, dejando a varias de ellas, apenas
adolescentes, mal heridas. Pero los más graves enfrentamientos se vivieron en
la fábrica de maquinaria agrícola McCormick, donde los obreros se encontraban
en huelga y movilizados desde Febrero, mes en el cual el patrón Cyrus H.
McCormick Jr. había despedido a todos sus trabajadores y contratado a carneros
que no estaban sindicalizados en retaliación por las conquistas que habían
logrado los obreros mediante una huelga en 1885. Al término de uno de los
turnos, el día 3 de Mayo, se presentó una escaramuza entre los obreros que protestaban
fuera de la fábrica y los carneros que la abandonaban. La policía intervino con
gran violencia, asesinando a por lo menos dos obreros (algunos informes de la
época hablan de hasta seis muertos) e hiriendo gravemente a varios más54. En esos precisos momentos, Spies arengaba en
las inmediaciones de McCormick a una masa de entre 5.000 y 10.000 obreros,
convocada por el sindicato de trabajadores madereros, el cual le había nominado
al término de esa manifestación su vocero en la negociación por la reducción de
la jornada laboral55. Apenas terminado su discurso, Spies se dirigió
al lugar de la carnicería, al cual ya antes habían concurrido algunos obreros
de la manifestación de los madereros para solidarizarse en la lucha contra la
policía, y el espectáculo de hombres, mujeres y niños heridos, sangrantes,
siendo golpeados salvajemente por la policía lo asqueó en lo más profundo.
Corrió apresuradamente a la redacción del Arbeiter Zeitung, escribió su famosa
circular titulada “Venganza”, en la cual llama a los obreros a tomar las armas
por los caídos en la planta de McCormick56 [documento completo en el anexo]. Esta circular tensó
el ambiente y motivó a que se convocara una manifestación de protesta al día
siguiente, por iniciativa de Fischer y Engel. El 4 de Mayo, sin embargo,
concientes del peligro, se trató de evitar provocaciones y se suprimió un
primer borrador de la circular de la protesta que invitaba a los trabajadores a
armarse y asistir con toda su fuerza a la manifestación. Spies no quería que la
convocatoria sirviera de excusa para un nuevo derramamiento de sangre y como él
sería uno de los oradores, pidió a Fischer suprimir esa parte de la
convocatoria, a lo cual éste accedió.
La manifestación de Haymarket no tuvo el
carácter masivo que los convocantes esperaban: en parte, porque el 4 de Mayo
fue un día agitado en el cual hubo múltiples enfrentamientos entre la policía y
los huelguistas; en parte, porque ese mismo día había otras manifestaciones
públicas convocadas, y en parte, porque el negro cielo amenazaba con lluvia.
Creo que también influyó que la manifestación fuera convocada sobre la hora,
sin especificar quién convocaba ni quién hablaría en ella: se decía que habría
buenos oradores y que era convocada por el “comité ejecutivo”, sin especificar
de qué. Con todo, se reunió una muchedumbre de unas 3.000 personas, quienes
fueron arengados por Spies, Parsons y Fielden. Cuando éste último estaba a
punto de terminar su arenga a las 10:30 de la noche, debido a que parecía que
llovería en cualquier momento, y cuando no quedaban más de 300 asistentes,
apareció, súbitamente, una patrulla de 175 policías bajo el mando del inspector
Bonfield, dando orden de que la manifestación fuera suspendida. Fielden
protestó diciendo que la manifestación era pacífica, el Capitán Ward insistió
prepotente y agresivamente en que la manifestación fuera suspendida, a lo cual
un asistente no identificado respondió arrojando una bomba que mató
instantáneamente a un policía, dejando heridas a varias decenas de ellos. La
policía, confundida, respondió disparando atolondradamente, a lo cual algunos
obreros respondieron con tiros, pero la mayoría sencillamente arrancó y trató
de salvar su pellejo ante la lluvia de balas policiales. Al final de esta
escena, que duró tan sólo un par de minutos, yacían en el suelo más de sesenta
oficiales heridos (la mayoría de ellos por las balas de sus propios camaradas
que disparaban atolondradamente) y uno muerto. Posteriormente, la cifra de
muertos en la policía sería de siete oficiales muertos. Del lado de los
trabajadores, se estima que murieron entre cuatro y ocho, aún cuando jamás se
sabrá a ciencia cierta 57.
¿Quién
arrojó la bomba? Hay quienes afirmaron que la bomba había sido arrojada por un
agente provocador o por un detective, idea defendida por Albert Parsons en su
famoso discurso ante la Corte del Estado de Illinois 58, y opinión que sostuvo su esposa Lucy Parsons
hasta el fin de sus días59. Más
parece ser que la bomba fue arrojada efectivamente por un anarquista, sobre el
cual se ha especulado bastante, pero cuya identidad jamás se ha establecido60. Sea como fuera, los anarquistas defendieron,
aún ante la tragedia que se desencadenaría con este fatídico suceso, la
moralidad de aquella bomba arrojada a una fuerza policial que por años había
atormentado a la clase obrera. En su juicio, Spies declaró: Si yo hubiera
arrojado la bomba, o hubiera instigado a que fuera arrojada, o hubiera sabido
que esto ocurriría, no vacilaría un solo momento en reconocerlo. Es cierto que
se perdieron unas cuantas vidas –y que muchos fueron heridos. ¡Pero también se
salvaron cientos de vidas! De no haber sido por esa bomba, habría habido cien
viudas y cientos de huérfanos, en vez de unos pocos como ahora61. Haciéndose eco de esta opinión, George Engel
declaró que creo firmemente, que si aquel desconocido no hubiera arrojado la
bomba, al menos 300 obreros hubieran sido asesinados o mal heridos por la
policía (…) ellos pretendieron masacrar a los obreros, pero las cosas se dieron
de otra manera62. Otros anarquistas
se expresaron de idéntica manera, entre ellos, Johann Most quien dijo que ese
bombazo se justificaba legalmente como autodefensa y que en un sentido militar,
había sido excelente63. Para ellos,
este fue un chispazo de justicia en medio de varios golpes mortales recibidos
durante años.
La persecución
Sea cual sea el origen de la bomba, lo cierto es
que este ataque fue capitalizado por la clase dominante de Chicago: se decretó
la ley marcial y se desató una feroz persecución sobre los anarquistas, y en
general, sobre los sectores organizados de la clase obrera. Esta campaña estuvo
orquestada desde los círculos de magnates de Chicago, que donaron U$100.000 con
el fin de acabar con los “anarquistas”64,
y movilizó, bajo la dirección del inspector Bonfield y del Capitán Schaack, a
toda la fuerza policial y a un importante número de agentes, que secuestraron
obreros, torturaron a otros en terribles interrogatorios en los cuales incluso
sometían a los hijos de los anarquistas a tormentos65, mientras la prensa aullaba notas histéricas en contra de
los “rojos”, “salvajes asesinos”, “escoria extranjera”, “basura humana”66. En esta tarea, fueron asistidos por la
dirigencia conservadora de ciertas organizaciones gremiales, que querían
mostrarse como “buenos muchachos” ante la patronal. Los KoL tuvieron un rol
particularmente grotesco en este libreto, aún cuando Parsons haya sido miembro
activo de esa organización. Un órgano de Chicago de los KoL, regurgitando la
verborrea de Terence Powderly, jefe principal de esta organización que en nada
se diferenciaba del discurso de la prensa capitalista, declaraba:
Que el mundo
entienda que los KoL no tienen ningún tipo de afiliación, asociación, simpatía
o respeto por esta banda de cobardes asesinos, degolladores y ladrones conocidos
como anarquistas, que merodean en este país como asesinos de medianoche,
agitando las pasiones de extranjeros ignorantes, enarbolando la bandera roja de
la anarquía y ocasionando desórdenes y derramamiento de sangre. Parsons, Spies,
Fielding [sic], Most y todos sus seguidores, simpatizantes, auxiliadores y
ayudantes debieran ser tratados mediante la justicia sumaria. No debiera
tenerse con ellos más consideración que con bestias salvajes. Sus líderes son
unos cobardes y sus seguidores unos imbéciles.
KoL, los llamamos a
boicotearlos; si uno de esta pandilla de maleantes ingresa, por alguna
equivocación, a nuestra organización, expúlsenle sin más, señálenle como a un
monstruo al margen de la ley. No se permitan conversar con ellos; trátenles
como lo merecen, es decir, como monstruosidades humanas que no merecen simpatía
ni consideración de nadie en este mundo67.
Estas declaraciones grotescas las reproducimos para vergüenza eterna de
quienes, diciendo defender a los trabajadores, se disciplinaban del lado de los
patrones y traicionaban a sus propios compañeros en momentos que la más cruda
represión arreciaba y en momentos en que la vida de muchos corría peligro –hoy
en día, aún existen quienes cumplen el mismo rol. Estas declaraciones hicieron
que los KoL perdieran toda credibilidad a los ojos de la clase obrera y que
después que se consumara el asesinato legal de los mártires, debido a este rol
vergonzoso, entraran en crisis profunda y Varios Autores 36 perdieran todo
protagonismo en las luchas obreras por venir. Powderly, ansioso de ganarse los
favores de la burguesía, contribuyó al declive de los KoL68. Hay que
destacar, sin embargo, que no siempre las bases obreras se hicieron eco de la
opinión de sus dirigentes y que muchas secciones locales de estos sindicatos o
de los KoL participaron activamente en la defensa de los anarquistas
perseguidos e injustamente encarcelados69.
La prensa burguesa repetía similares denuncias anti-anarquistas enardecidas,
dejaba entrever el mismo fanatismo capitalista, pedía a grito más
ametrallamientos a obreros y la horca para los líderes obreros de Chicago,
pedían expulsar a extranjeros y socialistas, con notas llenas de misoginia y
racismo. En este ambiente de ley marcial e histeria, cientos de compañeros
fueron a parar a la cárcel, donde se les quería hacer “confesar” conspiraciones
y planes demoníacos para incriminar a los líderes del movimiento anarquista,
mediante la amenaza de prisión perpetua y horca; también buscaban las
“confesiones” a cambio de prebendas, trabajo, dinero o más frecuentemente, a
cambio de la libertad y de dejarlos de torturar70.
Es de destacar, como testimonio de la entrega de los militantes libertarios de
Chicago y de la firmeza en sus principios revolucionarios, que solamente tres
aceptaron renunciar a sus principios y traicionar a sus compañeros. Quienes a
cambio de dinero y otras migajas entregaron a los Mártires al verdugo fueron
Gottfried Waller, Bernard Schrade y Wilhelm Seliger (mencionado a veces con la
versión inglesa de su nombre, William Seliger)71.
Sus testimonios comprados fueron instrumentalizados por la parte acusadora para
dar “sustento” a los relatos de fábula de conspiraciones y planes
maquiavélicos.
La plutocracia de Chicago había aprovechado la oportunidad
presentada por los incidentes de Haymarket como la oportunidad perfecta para ir
tras los principales líderes del movimiento obrero de esa ciudad, todos
anarquistas y militantes de la IWPA, hombres a los que detestaban de todo
corazón y que, cada cual con sus particularidades, representaban la amenaza
revolucionaria que les quitaba el sueño. Así fueron tras de Parsons, Spies,
Fielden, Schwab, Neebe, Engel, Fischer, Lingg y Rudolph Schnaubelt, cuñado de
Schwab, a quien acusaron sin ninguna prueba de ser el hombre que efectivamente
arrojó la bomba pero a quien nunca pudieron atrapar pues tras una breve
detención, se les voló de la ciudad para siempre72.
Albert Parsons también se escapó de la justicia: al ver que el clima represivo
se deterioraba y presintiendo lo peor, salió de la ciudad residiendo por
algunos meses en Waukesha, estado de Wisconsin73.
Cuando comenzó el juicio (21 de Junio), al no querer abandonar a sus compañeros
a su suerte y sintiendo que su gran popularidad serviría para aumentar las
posibilidades de los demás enjuiciados, Albert Parsons se entregó
voluntariamente ante la Corte de Chicago 74;
pese a que jamás volvería a ver la luz del día, Parsons nunca se arrepintió de
haberse entregado en solidaridad con sus compañeros75. Es probable que Lucy Parsons, a quien las autoridades
odiaban intensamente (por ser anarquista y mujer de color), solamente haya
librado con vida pues la imagen de marido y esposa ahorcados, dejando a dos
niños completamente huérfanos, hubiera sido demasiado sórdida y quizás las
autoridades hubieran enfrentado oposición a ello aún de parte de las clases
acomodadas de EEUU. Otro a quien las autoridades de Chicago querían ahorcar era
Johann Most –aún cuando éste vivía en Nueva York, es probable que hubieran
buscado la manera de extraditarlo, si no fuera por el hecho de que entonces,
Most se encontraba preso por “incitación a la violencia” durante un discurso a
fines de abril76. Eso le salvó la
vida.
El juicio y la pasión de los Mártires de Chicago
El juicio a los Mártires
fue una parodia de justicia. En realidad, no hubo ninguna prueba contundente en
contra de ellos, no se comprobó que fueran ellos los que arrojaran la bomba y
la única “prueba” en su contra fue que algunos de los artículos incendiarios
escritos en la prensa anarquista de esos años “podrían” haber incitado a quien
arrojó la bomba a hacerlo77. Se
introdujo como evidencia, aparte de los testimonios comprados, artículos
escritos en la prensa de la IWPA, que habrían supuestamente incitado a quien
arrojó la bomba, y hasta la ropa ensangrentada de los policías heridos, lo cual
obviamente no tenía nada que ver con el proceso judicial pero que serviría para
excitar las pasiones de la prensa y el jurado78.
En realidad, la parte acusadora, desde el comienzo, fue clara que a estos
hombres se les juzgaba en su condición de anarquistas y líderes del movimiento
obrero en Chicago, no porque la “evidencia” (inexistente, por lo demás) los
inculpara de manera alguna. Tal cosa se desprende de las palabras del Fiscal
Grinnell, jefe de la parte acusadora, dirigidas al jurado apenas terminado el
juicio: La ley está siendo enjuiciada, la anarquía está siendo enjuiciada.
Estos hombres han sido seleccionados, escogidos por el Gran Jurado y acusados
porque han sido líderes. No son más culpables que los miles de hombres que les
siguen. Señores del Jurado, condenen a estos hombres, hagan de ellos un
ejemplo, ahórquenlos y salven a nuestras instituciones, a nuestra sociedad79.
La manera en que el juez Joseph Gary condujo
el juicio demuestra que no había posibilidad de ninguna clase de imparcialidad:
Día tras día, él se hacía rodear de muchachas jóvenes y atractivas, bien
vestidas (...) las cuales venían a una especie de teatro, susurrándose cosas al
oído, sonriendo y comiendo dulces. Gary (...), al igual que las muchachas,
parecía tratar el caso como un juego romano, en el cual los pulgares desde el
comienzo apuntaban hacia abajo. Un día (...) Gary le mostró un crucigrama [a
una señorita] mientras transcurrían los argumentos del caso. Otra joven
señorita posteriormente declaró que el juez Gary le decía bromas y que pasaba
la mayor parte del tiempo haciendo dibujos en lugar de poner atención a los
testimonios80. No había en realidad
necesidad de poner atención: el veredicto ya estaba tomado. No viene al caso
mencionar todos los pormenores del caso ni todas las irregularidades e
iniquidades en ella cometidas. Digamos sencillamente que el juicio fue una mera
formalidad para lograr el asesinato a sangre fría de siete de los anarquistas
(a cambio de los siete policías que murieron en Haymarket)81. Parsons, Spies, Fischer, Engel, Lingg,
Fielden y Schwab, fueron condenados a la horca, mientras que Oskar Neebe fue
condenado a 15 años de prisión el día 20 de Agosto de 188682. Al
conocerse el veredicto, los Mártires, uno tras uno, se dirigieron al jurado
durante los días 7 y 9 de Octubre con unos discursos que por su serenidad,
convicción inquebrantable y por su combatividad constituyen uno de los más
hermosos testimonios en la lucha de los pueblos; fueron profusamente difundidos
en varios idiomas, pero aún así, hasta la fecha, no contamos con traducciones
completas a la lengua castellana de ellos.
La clase capitalista, como era de
esperarse, se deleitó con este veredicto que saciaba su sed de sangre obrera.
Esta afirmación no es exagerada: basta leer los comentarios de la prensa
capitalista de la época para ver que sus aullidos no revelaban otra cosa sino
auténtica sed de sangre: “La horca los espera” se regocijaba el Chicago
Tribune, “la ley ha triunfado. La anarquía ha sido derrotada. Los conspiradores
han sido rápidamente condenados. Que sean castigados rápidamente”. Luego, este
mismo diario dice, sobre el Jurado “han realizado su desagradable tarea sin
titubear (…) recolectemos un fondo de unos $100.000 para dárselos en agradecimiento”83.
Estas expresiones de júbilo en la prensa reflejaban el pensamiento y el sentir
de la plutocracia norteamericana. El presidente de la Asociación Cristiana de
Jóvenes (YMCA), el multimillonario J.V. Farwell escribía en una carta al Fiscal
Grinnell: Estoy orgulloso de nuestro gobierno. Su belleza y poder por sobre
todos los demás gobiernos quedan demostrados por la condena de los demonios
anarquistas (…) Aún la misma Rusia no nos iguala, pues allá envían a las minas
de Siberia o al paredón sólo a algunos individuos. Es preciso que nuestra
gloriosa América (ie. Estados Unidos) les diera una lección sobre cómo
exterminar a esta plaga social cortándoles su cabeza, y así matar también al
cuerpo de su movimiento84. No cabe
duda de que la crueldad de estas palabras reflejan el salvajismo y la
bestialidad con la cual en Estados Unidos, la tierra de la libertad, se ha
perseguido, masacrado y aplastado a cualquier forma de disidencia.
De ahí en
adelante vendría un período de más de un año de apelar y tratar de detener la
ejecución por medios legales y de movilizar a las masas para oponerse a este
crimen. Estas actividades fueron coordinadas y financiadas por un Comité de
Defensa, al cual llegaron fondos de todo el mundo, incluida una recaudación de
fondos desde La Habana, Cuba [ver artículo sobre el Primero de Mayo en Cuba en
este mismo volumen]. El abogado defensor, “Capitán” William Black, jugó un rol
extraordinariamente importante en todo este proceso, no solamente desde las
Cortes, sino también denunciando el carácter político de este asesinato
judicial: en el transcurso del juicio él mismo se fue radicalizando en sus
opiniones políticas y siguió, por el resto de su vida, siendo un amigo de las
organizaciones obreras y revolucionarias85.
Otro rol destacado cupo a la infatigable Lucy Parsons, quien como parte del
Comité de Defensa, participó en innumerables protestas y realizó un tour de
agitación por todo Estados Unidos, hablando entre los meses de Octubre de 1886
a Marzo de 1887 a unas 200.000 personas en todo el país que asistieron a sus
charlas públicas en diversas ciudades. Estas reuniones públicas a veces fueron
interrumpidas por la policía y en todo momento Lucy Parsons fue acosada por
ellos86. El Comité también publicó
folletos y los discursos de los Mártires, los cuales servían el doble propósito
de mecanismo de financiamiento y agitación. El interés en el caso era tal, que
Lucy Parsons en un sólo día, podía vender fácilmente 5.000 copias de estos
folletos en la calle87. Se creó un
gran movimiento de masas en todo el mundo que clamaba por su emancipación y
circulaban peticiones para su liberación con cientos de miles de firmas: una
petición del grupo anarquista Freedom (Libertad) de Londres, liderado por el
veterano anarquista ruso Piotr Kropotkin, reunió, en un sólo día, 16.000 firmas88.
Todas las formas de avanzar la causa de los mártires se aplicó: una amplia
movilización y cooperación de los sectores socialistas y obreros, que incluyó
incluso la participación en las elecciones locales de Octubre de 1886 en la
plataforma común de un partido formado para la ocasión con el nombre de United
Labor Party (Partido Unido Obrero, ULP), el cual contó con la participación de
los anarquistas, socialistas, sindicalistas varios y sectores de base de los KoL.
Como muestra de la agitación y simpatía lograda por el movimiento, este partido
obtuvo un 27% de los votos. La participación de anarquistas en esta plataforma
electoral debe ser entendida en el contexto de la aguda represión vivida en
esos días, que imposibilitaba las maneras tradicionales de organizarse de la
IWPA y como una manera de presionar por el caso –de hecho, esta iniciativa no
sobrevivió a los Mártires89. Dicho sea de paso, los mismos mártires
no descalificaron la iniciativa –según Spies, El partido político que obtuvo
más de 25.000 votos el último otoño es otro de los buenos resultados de la
propaganda revolucionaria de Grinnell90.
Pero el interés que
despertaba el caso no era solamente un interés humano en estos Mártires del
movimiento obrero que eran llevados sin 41 ninguna prueba de peso, al cadalso.
El interés también crecía en la causa que sustentaban, en el anarquismo –como
explicó un literato norteamericano, William Dean Howells, quien participó del
Comité de Defensa, gente de todo el mundo se pregunta en qué consiste realmente
esta causa por la cual los hombres mueren inexorablemente, sintiéndose
afortunados de su muerte91. El interés en el anarquismo crecía
enormemente y toda una generación de nuevos anarquistas crecieron a la sombra
de la horca –esa es la razón primordial por la cual estos militantes
revolucionarios en ningún momento se quebraron y miraron a la muerte con
desprecio, sabiendo que su sacrificio no sería en vano sino que inspiraría a
miles a tomar sus banderas. Spies da cuenta de esto cuando dice en una carta
que el resultado directo de la persecución ha sido actividad generalizada de
los círculos obreros; un gran progreso en la organización y particularmente en
las ideas. Los elementos radicales han tomado la delantera en todas partes,
mientras que los elementos conservadores han sido rezagados. El ArbeiterZeitung
ha triplicado su número de suscriptores desde que Greinnel comenzó su
agitación. En ese entonces teníamos 4.000 suscriptores; ahora hay más de 10.00092.
Parsons preparaba su propio libro para explicar los principios filosóficos y
científicos del Anarquismo, con contribuciones de Kropotkin, Reclus, Marx y de
los otros mártires93. Y todos los mártires, en general, expresaban
esa misma serenidad y esa misma entrega a la causa: Fischer, por ejemplo,
escribía a Johann Most que a revolución social debe tener su ímpetu y nuestra
noble causa anarquista precisa de mártires. Que así sea. Estoy dispuesto a
entregar mi vida al altar de nuestro ideal. En otra ocasión Fischer confesaba
soy un revolucionario, pero también un esposo y un padre (...) Pero aún
amándoles tan tiernamente (a su familia), no les puedo deshonrar con mi
cobardía. En otra ocasión, Fischer enviaba un mensaje a los obreros de St.
Louis mediante el anarquista William Holmes: Diles que muero gustoso por mis
principios. Diles que no flaquearé ni vacilaré; que no deben llorar por mí ni
guardar luto por mi muerte, sino que deben seguir adelante con sus buenos
oficios y estar también preparados, de ser necesario, a dar su vida por nuestra
gran causa94. Esta convicción era
compartida por todos los mártires, y la única debilidad que mostraban, eran las
dudas que sembraba el profundo amor por sus familias95.
Esta presión familiar, más la del círculo
directo de amigos, simpatizantes y de muchos compañeros, llevó a Fielden y
Schwab a firmar una petición de clemencia al gobernador el día 3 de Noviembre
de 1887, aproximadamente a una semana de la ejecución. Los otros mártires,
aunque nunca les guardaron rencor por ello, se negaron aduciendo que no pedían
clemencia sino un juicio justo. O libertad o muerte96. El editor del Chicago Daily News, arrepentido por su rol
en fomentar la histeria durante el primer semestre de 1886, suplicó con
lágrimas en los ojos a Parsons que firmara un pedido de clemencia, a lo cual
éste respondió me expuse al juicio a sabiendas de mi inocencia; sus ataques
venenosos nos condenaron de antemano. Yo moriré con mucho menos miedo y
remordimiento que el que usted ha de sentir en vida, ya que mi sangre caerá
sobre su cabeza97.
Todos los dados ya
estaban echados en contra de los cinco mártires y ninguna de las gestiones
impulsadas hasta el último minuto pudieron salvarles la vida. El 5 de Noviembre
de 1887, reaparecía The Alarm (había cesado de publicarse después de Mayo de
1886) con el siguiente mensaje de Parsons a los lectores: No desfallezcan.
Desnuden las iniquidades del capitalismo; denuncien la esclavitud de la ley;
señalen la tiranía del gobierno; denuncien la ambición, la crueldad, las
abominaciones de la clase privilegiada que se desmadra y deleita sobre el
trabajo de sus esclavos asalariados. Adiós. A.R. Parsons. Celda 29, Chicago,
Illinois98. Cuando estaba todo listo
para las ejecuciones, el 10 de Noviembre, por la mañana, Lingg encendía una carga
de fulminante de mercurio que le había sido entregada por el anarquista Dyer
Lum, la cual colocó en su boca. Debido a que la carga era bastante pequeña,
apenas del tamaño de un cigarro, se voló la boca, lengua, gran parte del
rostro, pero sobrevivió su intento de suicidio por seis horas de horrenda
agonía. Lingg había preferido morir por su propia voluntad y no permitirle a la
burguesía el placer de ver su cuerpo colgando99.
Al día siguiente, el 11 de Noviembre, los cuatro condenados restantes, tras una
noche en que tuvieron que conciliar el sueño interrumpido por el incesante
martilleo de quienes armaban el cadalso, enfrentaban la horca. Chicago amanecía
en estado de sitio, el tráfico detenido, varios regimientos rodeando la ciudad
con metralletas Gatling y 300 policías armados hasta los dientes rodeando la cárcel –todo en
vano, pues no había ningún plan para rescatar a los condenados. De hecho, los
anarquistas Holmes, Lum y Robert Reitzel, tenían un plan para rescatar a los
presos, pero los mismos mártires los detuvieron, entre ellos Lingg quien
comentó a Lum que la hora para la venganza sería después, y Fischer, quien
temía que un rescate armado, aunque plenamente justificado, podría poner en
riesgo los avances hechos por la propaganda de la causa en torno a su juicio y
que podría acarrear un derramamiento de sangre innecesario. En palabras de
Holmes la ciudad de Chicago se salvó de la destrucción solamente por la
intervención de esos hombres en espera de su muerte. Dieron piedad y
misericordia a cambio de su persecución, traición, encarcelamiento, tortura y
asesinato. Que sea nuestro silencio el que hable, ese fue el pensamiento de
cada uno y de todos ellos100.
Sin
permitírsele a August Spies ver por última vez a su esposa, Nina Van Zandt, esa
mañana, ni a Lucy Parsons y sus dos hijos visitar por última vez a Albert
Parsons101, los cuatro condenados
fueron conducidos, poco antes del mediodía, con túnicas blancas al cadalso,
ante el cual se había congregado una muchedumbre de 170 personas, la mayoría periodistas,
pero también médicos, miembros del jurado, entre otros. Cuando la capucha ya se
les había colocado y se ajustaba la horca a su cuello, se escuchó, con un
terrible eco que resuena hasta nuestros días, la voz de los anarquistas de
Chicago diciendo sus últimas palabras:
Spies: ¡Llegará el día en que nuestro
silencio hable más fuerte las voces que hoy estrangulan! Fischer: ¡Viva la
Anarquía! Este es el momento más feliz de mi vida Engel: ¡Viva la Anarquía!
Parsons: ¿Se me permitirá usar la palabra, oh, hombres de América? ¡Permítame
hablar, Sheriff Matson! ¡Deje que se oiga la voz del pueblo!
En esos momentos,
se dejó caer la trampa bajo los pies de los condenados. La Autoridad había sido
cruel hasta el último minuto de vida de los condenados: la caída no era lo
suficientemente grande como para haberles garantizado una rápida muerte
mediante el quiebre del cuello. Murieron a las 12:06, tras 7 minutos de
horribles contorsiones, por estrangulamiento102.
Mueren para vivir en las luchas de la clase trabajadora La prensa burguesa se
regocijó con la muerte de los anarquistas proclamando que con ellos “moría la
anarquía” (incluso en Londres, el Times recomendaba a las autoridades
británicas seguir el ejemplo de Chicago para acabar con los problemas
laborales); la sociedad de abogados de Chicago hacía cenas de honor al Juez
Gary y la alta sociedad escribía cartas de felicitaciones al juez, gobernador y
fiscal103. Sin embargo, el juicio
histórico desde el momento mismo de la muerte, condenó a estos personajes a la
vergüenza y el repudio de las generaciones venideras, mientras los mártires, y
con ellos su causa, se engrandecieron como figuras emblemáticas, que en sí
mismas encarnaron los valores que innumerables luchadores sociales han intentado
seguir. Su ejemplo, su heroísmo, su integridad, son una fuente de inspiración
después de un siglo de su asesinato para los pueblos de todo el mundo, mientras
que la cobardía, las intrigas, la violencia descarada y la perversidad de todo
el sistema judicial yanqui, representante de la clase capitalista, fue
desnudada como pocas veces en la historia. Decenas de miles de personas en todo
el mundo abrazaron la causa revolucionaria y la causa anarquista gracias al
ejemplo de los mártires, algo que ellos bien sabían, pues convirtieron su
tragedia individual en una campaña de agitación y propaganda –supieron vivir y
morir, valientemente, por la causa libertaria.
En todo el mundo hubo protestas
ante el salvajismo cometido en la “tierra de la libertad”; para los anarquistas
en particular, la horca se convirtió en un símbolo de igual magnitud que la
cruz. En Chicago, espontáneamente, anarquistas y revolucionarios comenzaron a
hacer pequeñas horcas en plata o en oro104.
Los cuerpos de los mártires recibieron honores que ninguna figura pública había
recibido ni ha recibido nunca en Chicago. Miles de personas, terriblemente
acongojados, fueron a dar sus respetos a las casas de los mártires, donde sus
cuerpos eran velados en medio de un hondo dolor. Solamente en casa de los
Parsons, 10.000 personas pasaron frente al ataúd del ex director del Alarm.
Similares escenas se vivieron en casa del resto de los mártires. El 13 de
Noviembre, la procesión de 20.000 personas que acompañaban los féretros camino
al cementerio, fue saludada por 45 una masa impresionante de 200.000 habitantes
de Chicago, que con su presencia condenaban a la justicia de clase y a la
plutocracia que en esos momentos destapaba botellas de champaña para celebrar.
Todos saludaban y lloraban a sus mártires –incluso algunos policías fueron
vistos derramando lágrimas105.
Sus
cadáveres fueron depositados en el cementerio Waldheim, en las afueras de la
ciudad, donde se erigió en 1893 un monumento que hasta el día de hoy marca su
tumba con las últimas frases pronunciadas por Spies en el cadalso. Esta tumba
se ha convertido en un sitio de peregrinación para los revolucionarios de todo
el orbe que han pasado alguna vez por Chicago.
Los sobrevivientes
La memoria de
los mártires sería reivindicada poco tiempo después por el nuevo gobernador del
Estado de Illinois, John Peter Altgeld, uno de los pocos políticos que sería
universalmente admirado por los anarquistas por su integridad y honestidad.
Tras años de arduo trabajo del Comité por la Amnistía de los presos de Haymarket,
el 26 de Junio de 1893, emitió la orden de liberación de los tres anarquistas
aún presos por el caso de Haymarket (Fielden, Nebe y Schwab), no como un acto
de misericordia en su condición de autoridad, sino como un acto incondicional
ante hombres injustamente encarcelados. En su mensaje de liberación, el cual
fue reproducido en miles de copias por las organizaciones obreras
norteamericanas, denuncia la arbitrariedad, la “feroz maldad” y la parcialidad
del fiscal Grinnell y del juez Gary, denuncia a todo el caso como un acto
abierto de persecución política, donde pruebas y testigos fueron
desvergonzadamente manufacturados, y donde el veredicto respondió a la presión
fomentada desde los medios de comunicación de los capitalistas y la policía. El
conjunto del sistema judicial había sido pervertido para facilitar el crimen de
cinco hombres inocentes, un asesinato revestido de apariencia legal, y concluía
que el único responsable de la muerte de los policías en la plaza de Haymarket
era la brutalidad policial hacia los obreros y la imprudencia del capitán
Bonfield. Por hablar con semejante claridad, Altgeld fue detestado por los
capitalistas de la época (quienes lo atacaron desde sus medios tanto como
habían atacado a los anarquistas en el período de 1886-1887), pero fue admirado
por la clase trabajadora106. Los grandes perseguidores de
anarquistas, los capitanes Bonfield y Schaack, habían caído en desgracia en
Enero de 1889, cuando se descubrió que estos guardianes de la ley estaban a
sueldo de maleantes y proxenetas, y que se dedicaban al tráfico de productos
confiscados y robados, entre los cuales se encontró un recuerdo que Lingg había
dejado en herencia a su novia antes de morir, y el cual había desaparecido
“misteriosamente” de su celda107.
Fueron dados de baja y terminaron sus días sin ninguna clase de honores. Los
tres sobrevivientes, en cambio, aunque ya no volvieron a cumplir el rol
dirigente que habían cumplido antes de los sucesos de Haymarket, siguieron
trabajando por la causa del pueblo: Schwab volvió a colaborar en el Arbeiter
Zeitung, hasta su muerte por tuberculosis en 1898; Fielden se fue a vivir en un
campo en Colorado, desde donde colaboraba a veces con los anarquistas y
participaba en algunas reuniones conmemorativas del 1º de Mayo, hasta que la
muerte lo abatió en 1922; y Neebe, que siguió siendo activo en el mundo
sindical, en los gremios de los panaderos y los cerveceros, demostró interés
por el movimiento populista hacia fines de la década del 1890 y participó de
los Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Workers of the World, IWW),
a quienes nos referiremos más adelante, y en cuyo Congreso de 1907 lo
encontramos asistiendo. Él moriría en 1916108.
Todos ellos se dedicaron por el resto de sus días a defender el legado de los
mártires, junto a otros compañeros de esas jornadas de lucha, como Most, Lucy
Parsons, Lizzie y William Holmes, y Dyer Lum, quienes por el resto de sus vidas
se dedicarían a no permitir que el olvido carcomiera la memoria de aquella
barbarie consumada en Chicago el 11 de Noviembre de 1887. Neebe, por ejemplo,
se quejaba frecuentemente de que “mucha de la literatura de ‘defensa’ [de los
mártires] mostraba a las víctimas como si hubieran sido inocentes corderos,
cuando en realidad habían sido soldados extraordinariamente bravos” en la lucha
revolucionaria109. Ese es,
precisamente, el mensaje revolucionario imperecedero que debemos rescatar para
nuestros tiempos.
El Movimiento Popular después de los Mártires
Uno de los
efectos que tuvo la prolongada ola de persecución y represión para el
movimiento en Chicago es que, aún cuando el martirio de los anarquistas propagó
las doctrinas revolucionarias y libertarias como nunca antes, muchas de las
energías y de las capacidades organizativas del movimiento anarquista en esa ciudad,
que hasta entonces se habían utilizado exclusivamente en tareas de agitación y
organización revolucionarias, se volcaron a las tareas de supervivencia del
movimiento, tales como los comités de defensa y asistencia legal110. Esta dificultad ya la había advertido el
mismo Fischer durante una visita de Lizzie Holmes a la cárcel: Ustedes no están
haciendo nada, al parecer han abandonado completamente su labor solamente
porque nosotros estamos en la cárcel. Cuando Lizzie Holmes respondió que no
querían hacer nada que pudiera complicar la situación legal de los condenados,
Fischer respondió vehementemente ¡Bah! ¿Entonces van a abandonar toda actividad
porque los capitalistas tienen a unos cuantos de los nuestros tras las rejas?
Entonces jamás volverán a hacer nada, pues desde ahora en adelante está claro
que se encargaran de tener siempre a unos cuantos tras las rejas. ¡Les digo que
es ahora cuando hay que dar la batalla!111.
Esto, sumado a la desaparición física de los más dinámicos organizadores y
dirigentes del movimiento anarquista en Chicago, significó que esta ciudad
dejara de ser el centro más importante para el movimiento y que este rol lo
asumiera Nueva York. Sin embargo, el movimiento libertario siguió siendo
significativo e importante por mucho tiempo en esta ciudad, aún cuando la IWPA
perdería mucho de su impulso tras la sistemática y prolongada represión
desatada en 1886112, reduciéndose a
los círculos de alemanes, los cuales perderían ascendiente en el movimiento
revolucionario local, con el ascenso, hacia 1890, de otras comunidades
inmigrantes como los italianos, polacos y judíos113.
Entre estas nuevas comunidades inmigrantes, Most, representante de esa
generación militante de 1886, logró gran popularidad y sirvió así de puente
entre ambos movimientos libertarios. Pero aún cuando Chicago haya perdido su
lugar central relativo en el movimiento, se puede afirmar que el legado de los
mártires hizo avanzar enormemente, tanto a nivel local, como nacional (y aún
internacionalmente, como se demuestra en este libro) la causa revolucionaria.
El movimiento por la jornada de las ocho horas fue una víctima momentánea de la
ola represiva que desde Chicago se expandió a toda Norteamérica: como habíamos
mencionado, miles de trabajadores en Chicago obtuvieron la jornada de ocho
horas mediante la huelga de Mayo y otros miles la habían obtenido aún antes de
la huelga, incluso, con aumento salarial. En todo el país, se estima que
185.000 obreros del total que había ido a huelga, conquistaron la jornada de 8
horas, mientras otros 200.000 vieron sus jornadas laborales reducidas a 9 ó 10
horas, o vieron la introducción de descansos los fines de semana, etc.114. Sin embargo, durante los meses de represión
generalizada que siguieron a los sucesos de Haymarket, la patronal se apresuró
a tratar de revertir las conquistas de los trabajadores, y en muchos casos,
lograron terminar con la jornada de ocho horas, aunque los trabajadores en
general no volvieron a trabajar nuevamente las agotadoras jornadas de antes del
1º de Mayo de 1886. Más aún, es una verdadera proeza que en medio de la mayor
reacción patronal, a fines de 1886, aún 15.000 obreros en Chicago conservaban
la jornada de 8 horas115. El
movimiento por las 8 horas en los EEUU dejaba de ser un movimiento organizado a
nivel nacional: la Federación Americana de Trabajadores (American Federation of
Labor, AFL), nacida en 1886 bajo la dirección de Samuel Gompers, llamaba en
1888 a retomar la agitación por la jornada de ocho horas y decretó que el 1º de
Mayo de 1890 sería el día del establecimiento de la jornada universal de 8
horas en los EEUU. Cuando en Julio de 1889 se reunía el Congreso de Partidos
Social-demócratas en París que daría nacimiento a la Segunda Internacional,
Gompers, a nombre de la AFL, envió un mensaje llamando a los trabajadores a
convertir el 1º de Mayo en un día internacional de protesta obrera por la
jornada de 8 horas. Muchos obreros europeos y en algunos países
latinoamericanos habían seguido con simpatía la movilización en EEUU por las 8
horas, y rápidamente se sumaron a la protesta. Así, desde el 1º de Mayo de
1890, se conmemora internacionalmente a los Mártires de Chicago y se instaura
el día de la protesta de los trabajadores116.
En los EEUU, sin embargo, la AFL 49 pese a sus llamados, se restó de la
iniciativa a comienzos de 1890 y dejó a algunos de sus sindicatos, como los
carpinteros, tipógrafos y canteros, peleando solos por la jornada de 8 horas
–la cual, empero, conquistaron mediante la lucha, ejemplo que fue seguido
posteriormente por otros trabajadores117.
Aunque durante algunos años posteriormente al asesinato de los mártires el 11
de Noviembre se convirtió en un día de protestas de los anarquistas en Chicago
y en otras ciudades de los Estados Unidos, desde 1890 el primero de Mayo se convirtió
en el día en que todas las vertientes del movimiento obrero se unieron en una
sola voz de protesta.
La herencia militante de Chicago
Si bien es cierto que
con la represión al anarquismo y sus consecuencias -declive de la IWPA y
pérdida de organizadores y líderes destacados-, hubo un reflujo en el
sindicalismo combativo118, pasando la
hegemonía en el sindicalismo al elemento conservador (la AFL, cuyo líder
Gompers reflejaba su ideología pro-empresarial en su famosa frase el peor
crimen en contra de los trabajadores es que su compañía no obtenga ganancias),
esa herencia militante seguirá viva119 y renacerá en 1905 en los Trabajadores Industriales
del Mundo (IWW), que al igual que la IWPA y la CLU dos décadas antes, supieron
atraer a sus filas al proletariado no calificado, a los jornaleros y peones, y
supieron hablar en un lenguaje claro y franco a una clase obrera multicultural
e internacional. Al igual que la IWPA, no ocultaron la necesidad de los
trabajadores de defenderse de la represión, no ocultaron sus fines
revolucionarios, su práctica estaba en abierta confrontación al sistema y
agitaron entre los obreros las banderas de la acción directa. Al igual que la
IWPA sostenían que la organización obrera tenía que servir de modelo para la
construcción de la sociedad futura. Para hacer este vínculo tan explícito como
fuera posible, la IWW fue fundada en 1905 en la ciudad de Chicago, en uno de
los locales que dos décadas antes habían sido lugares frecuentes de reunión de
la IWPA (el Brand’s Hall) y una de las oradoras de la convención fue ni más ni
menos que Lucy Parsons, viuda de Albert Parsons y destacada militante sindical
y anarquista. El padre de otro de los fundadores de la IWW, Joe Ettor, había
sido herido durante la protesta de Haymarket. Luego de la convención hubo una
procesión al mausoleo de los Mártires de Chicago.
La importancia de esta
organización no puede ser subestimada: la IWW reunió a los elementos
revolucionarios en el movimiento sindical (marxistas, anarquistas,
sindicalistas revolucionarios) y lograron convocar a amplias masas obreras,
atraídas por su entusiasmo, su militancia, su entrega a la causa obrera y
sobretodo, por un programa de acción directa que entregaba beneficios tangibles
a una clase trabajadora brutalizada y súper explotada. Llegaron en 1924 a tener
100.000 militantes y lograron crear un auténtico pánico en la clase dominante
yanqui. Su capacidad de lucha, de cara a una represión increíble, se desprende
del relato de una de las huelgas célebres que condujeron en sus albores:
Una de
las primeras y más encarnizadas huelgas de los IWW ocurrió en McKee Rocks,
Pensilvania, en Julio de 1909. Violenta y sangrienta de principio a fin, esta
insurrección de dos meses sentó el precedente de la militancia de los IWW por
muchos años más (...)
La Pressed Steel Car Company llamó a los ‘Cosacos’ poco
después de que sus ocho mil empleados se fueran a huelga por mejores salarios y
condiciones de trabajo. Los ánimos estaban alborotados en la empresa por varias
experiencias amargas en el pasado. Los IWW aparecieron en escena como siempre
denunciando a los ‘opresores de los obreros’ y apelaron a la justicia
económica, siendo bien recibidos con gran entusiasmo por los huelguistas. Desde
el comienzo era evidente que no había suficiente espacio en McKee Rocks para la
IWW y las fuerzas policiales. El primer choque ocurrió el 12 de Agosto. Un
obrero metalúrgico llamado Harvath, fue asesinado a ‘sangre fría’ por los
‘Cosacos’ (...)
Tras el asesinato de Harvath, el comité de huelga se reunió
para idear mecanismos de protección para que los obreros no volvieran a sufrir
ataques semejantes de manos de estos pistoleros. Entonces, lanzaron un
ultimátum diciendo que aplicarían el ‘ojo por ojo’ (...) El comité de huelga
dio aviso al jefe de policía que por cada obrero metalúrgico asesinado se
quitaría la vida a un ‘Cosaco’. Luego, añadieron que no serían selectivos a la
hora de elegir al pistolero al cual escarmentar. Por un par de semanas hubo una
51 reducción notoria de la violencia en contra de los huelguistas. Hasta que el
29 de Agosto, un grupo de obreros fueron atacados, muriendo uno de ellos en la
refriega.
La venganza fue inmediata y terrible. Se asesinó a cinco guardias y
pistoleros de la policía. Luego siguió un combate cuerpo a cuerpo, en el que cayeron
más obreros y más ‘Cosacos’. Pero los mercenarios de la empresa fueron batidos
y se replegaron, quedando los huelguistas dueños del campo de batalla. Luego de
esta batalla, Pressed Steel Car Company ofreció negociar el conflicto. Si
hubieran pensado en hacer esto antes, nos hubiéramos ahorrado todo este
derramamiento de sangre. Sea como fuera, los huelguistas volvieron a trabajar
el 8 de Septiembre, con todas las demandas satisfechas120.
Pero al igual que los Mártires de Chicago
dos décadas atrás, los IWW antes sufrieron de una represión feroz y de una
violencia de clase difícil de imaginar: los horrendos linchamientos de Frank
Little (1917) y Wesley Everett (1919), el fusilamiento de Joe Hill (1915), el
encarcelamiento de sus dirigentes y la constante persecución de la
organización, etc., son testigos del odio de clase que se generó en la
plutocracia de EEUU. A veces, esta dinámica de violencia patronal motivó, como
en McKee Rocks, respuesta por parte de los trabajadores, convirtiéndose la
dinamita y el sabotaje en armas bastante utilizadas por los sindicatos
norteamericanos durante las primeras décadas del siglo XX, muchas veces con
resultados favorables a los obreros121.
Más tarde, la persecución a los anarquistas llevó a la silla eléctrica a los
anarquistas italianos Niccola Sacco y Bartolomeo Vanzetti en 1927, otro caso
que también despertó la solidaridad internacional y movilizaciones masivas,
despertando sentimientos semejantes a los que se habían despertado casi medio
siglo antes por el caso de los Mártires de Chicago. Es de destacar que estos
son los actos más emblemáticos de la brutalidad yanqui, pero que detrás de cada
uno de estos mártires célebres hay cientos y miles de mártires anónimos,
asesinados por pistoleros o por la milicia. La historia de la violencia de
clase en los EEUU siguió por las décadas siguientes: el macartismo en los ‘50,
la persecución a los comunistas, a los activistas por los derechos de los
afroamericanos, la cacería de los “Panteras Negras” en los ‘60, todo demuestra
que los límites para los movimientos de cambio social en EEUU son
extremadamente limitados, pese a toda la palabrería hueca sobre las
“libertades” y la “democracia” yanqui. Cada movimiento significativo de cambio
social, que amenazara en lo más mínimo al status quo, enfrentó en los EEUU una
violencia completamente demencial por parte del “establecimiento”. La violencia
acompañaría inevitablemente la lucha de clases en los EEUU por muchas décadas,
hasta la supresión, por media de la fuerza bruta del movimiento popular en la
“Tierra de la Democracia y de la Libertad”.
Pero más que la violencia, hiere el
olvido. El movimiento popular norteamericano es conciente que la memoria es
subversiva en sí misma. Y eso es lo que hace relevante el ejercicio de escribir
la historia de los de abajo en un país que les condenó al olvido más absoluto.
Pero pese a la amnesia colectiva impuesta desde el poder mediante la sangre y
el discurso dominante, la herencia militante de Chicago sobrevive cada vez que
surge la protesta social en EEUU, pues pese a todo, ese movimiento representa
el acto fundacional del movimiento popular en el país del dólar. Después del 11
de Noviembre de 1887, en que el mundo fue testigo del rostro verdadero de la
sociedad de clases, ya nada volvió a ser igual que antes. Ni en los EEUU, ni en América Latina.
José Antonio Gutiérrez D.
3 de Marzo, 2010
Notas
1 Bruce Nelson, “Beyond the Martyrs: A Social History of
Chicago’s Anarchists 1870-1900”, Rut- Bruce Nelson, “Beyond the Martyrs: A
Social History of Chicago’s Anarchists 1870-1900”, Rutgers University Press,
New Brunswick, 1988, pp.15-17.
2 Nelson, op.cit., pp.10-11.
3 Ver Bimba,
Anthony, “The Molly Maguires”, Ed. International Publishers, Nueva York, 2000.
Ver también Adamic, Louis “Dynamite –A Century of Class Violence in America, 1830-1930”,
Rebel Press (Londres), 1984, pp.10-16.
4 Bimba, op.cit. p.116.
5 Avrich, Paul
“The Haymarket Tragedy”, Princeton University Press, 1984 (Princeton, NJ,
EEUU), p.28
6 Adamic, op.cit., pp.17-25; Zinn, Howard “A People’s History of
the United States”, Ed. Longman, 1996, pp.237-246; Avrich, op.cit.,
pp.26-38.
7 Para más detalles sobre la vida de Nathan-Ganz y sobre los orígenes
de su periódico The Anarchist, y de la prensa libertarias en los Estados
Unidos, se puede revisar el artículo de Heiner Becker “The Mistery of Dr.
Nathan Ganz”, en Raven Quarterly, vol. 2, No. 2, Octubre de 1988 (Freedom
Press, Londres), pp.118-145.
8
Citado por Heiner Becker “Johann Most in Europe”, Raven Quarterly, vol. 1, No.
4, Marzo de 1988 (Freedom Press, Londres), pp.299-300.
9 Avrich, op.cit.,
pp.55-60.
10 Avrich, Ibid, pp.330-331.
11 Foner, Philip (editor) “The
Autobiographies of the Haymarket Martyrs”, Monad Press, Nueva York, 1977, p.98.
12 Spies, August: “Autobiography, His Speech in Court and General Notes”, Chicago
Illinois, 1887, p.61 (ed. Facsimilar Kessinger Publishing, 2009).
13
Citado en Avrich, op.cit., p.68.
14 Si bien Most y otros delegados expresaban
desconfianza de los sindicatos, era más bien porque el sindicalismo en EEUU no
nació de la mano del movimiento socialista como en Europa y tendía a ser
bastante conservador, hasta que los anarquistas irrumpieron decididamente
después del Congreso de Pittsburgh. El supuesto “anti-sindicalismo” de Most y
de sus partidarios ha sido exagerado o completamente inventado, como la
biografía de Most escrita por Rocker lo demuestra. Adolf Fischer, entre los
Mártires considerado uno de los “radicales”, no por expresar ciertas
reticencias hacia las derivas burocráticas del sindicalismo dejó de ser un
excelente militante obrero y sindical, como lo demuestra su afiliación y su
participación en el sindicato de tipógrafos.
15 Avrich, op.cit., pp.72-74.
16
Ibid, p.75, p.135, p.469.
17 Dicho sea de paso, el movimiento anarquista en
esta época no tenía ningún problema en reconocer los aportes de Marx y aún no
se enquistaba el sectarismo que caracterizaría más tardíamente a un sector del
anarquismo que se definiría ante todo por su oposición a Marx. Estos
anarquistas leían a Marx, a Lasalle, a socialistas como Bebel, junto a las obras
de Bakunin, Kropotkin y Most. Uno de los grupos que conformó la IWPA, de hecho,
se llamaba grupo Karl Marx.
18 Ver, en este sentido a Dyer Lum, “A Concise
History of the Great Trial of the Chicago Anarchists in 1886”, Socialistic
Publishing Company, Chicago, Illinois, 1886, p.15. (edición facsimilar de
Adamant Media Co. 2005). Varios Autores 54
19 Aún del nombre se deduce este
ánimo incluyente: mientras la Primera Internacional se llamaba en inglés
“International Worginmen’s Association” (literalmente, Asociación Internacional
de Hombres Trabajadores), ellos eligen el nombre de International Working
People’s Association, que quiere decir, Asociación Internacional de Personas
Trabajadoras.
20 Nombre con el que se conocía, en francés, a las mujeres
proletarias de la Comuna –pétroleusesel cual evocaba imágenes de vandalismo,
degeneración moral y destrucción.
21 Ver Carolyn Ashbaugh, “Women in the Haymarket Events” en Roediger
& Rosemont, “Haymar- Ver Carolyn Ashbaugh, “Women in the Haymarket Events”
en Roediger & Rosemont, “Haymarket Scrapbook”, Charles H. Kerr Editors,
1986, pp.97-100. Nelson, op.cit., pp. 93-94, discute el número de
mujeres que militaban en la IWPA, estimando en base a algunas listas de
militantes conservadas, en 6%. Esta lista, aparte de incompleta, podría estar
reflejando sub-representación de las mujeres. También cita a S. Fielden quien
entrega cifras de aproximadamente el 10% de participación femenina en la
sección angloparlante. Aunque hoy la cifra pueda parecer baja, debe ser
entendida en el contexto: en esa época las mujeres estaban casi completamente
excluidas de las organizaciones políticas tradicionales, apenas podían estudiar
y en otros partidos de izquierda, como el SLP, su representación no alcanzaba
al 1%.
22 Avrich, op.cit.,
p.76.
23 Nelson, op.cit. pp.86-87; Avrich, op.cit. pp.84-85.
24 Nelson,
op.cit. pp.88-91. Los cálculos se hacen sobre una muestra del total que muy
probablemente tiene sus propias distorsiones (muy probablemente los obreros sin
calificación están sub-representados en la muestra).
25 Citado en Avrich, op.cit., p.132.
26 Avrich,
op.cit, p.83.
27 Nelson, op.cit.,p.104.
28 Avrich, op.cit, p.84.
29 Ibid,.
p.83.
30 Ibid, p.471.
31 Nelson, op.cit. pp.106-107.
32 Ibid., pp.74-75. 33
Ibid.
34 El periódico se proclamaba representante de los grupos “autonomistas”
de la IWPA. El “autonomismo” era una corriente anarquista surgida en el exilio
alemán en Londres en 1885, liderada principalmente por Otto Rinke y Josef
Peukert, quienes sostenían el comunismo anarquista inspirado en Kropotkin, en
oposición a las tesis colectivistas sustentadas por la Freiheit y Johann Most;
además, desconfiaban particularmente de la lucha por reformas y enfatizaban el
descentralismo al punto de ser casi inorgánicos. Engel y Fischer se sintieron atraídos
a fines de 1885 por este descentralismo (aunque jamás llegaron al punto
inorgánico como lo demuestra su militancia en la IWPA y en las autodefensas
obreras), a esa hostilidad al reformismo y a la apuesta comunista de los
autonomistas, que entonces eran una fuerza nueva. Pero Rinke y Peukert estaban
en gran medida motivados por un dogmatismo enfermizo y por un sectarismo
rabioso contra quienes discreparan de ellos, representantes últimos del purismo
anarquista, y que sentían una envidia patológica por Johann Most, quien sentían
les eclipsaba en el movimiento. Esta fracción, que expiró en 1895, hizo un
enorme daño al movimiento alemán, disolviéndolo en amargas querellas internas,
llegando Peukert a la delación de un asociado de Most encargado de pasar copias
de Freiheit clandestinamente a Alemania: como resultado, este compañero (Johann
Neve) fue arrestado en 1887 y murió en una prisión alemana tras una década de
martirios. En realidad, los “autonomistas” no hicieron casi nada más que
intentar por todos los medios boicotear el trabajo de la fracción liderada por
Most y atacarla desde su prensa con más vigor que con el que atacaban a la
burguesía, mediante toda clase de absurdas intrigas. La situación fue tal que
el mismo Kropotkin, supuesto inspirador político de los “autonomistas”, le
pidió a Peukert alejarse del movimiento y dejar de hacer daño (ver “Johann
Most, La Vida de un Rebelde” de Rudolf Rocker, Ed. La Protesta, Bs As, 1927, y “Johann Neve” de
Heiner Becker en The Raven Quarterly, Ed. Freedom, Londres, Vol.I Nº2, 1987). Ni
Engel, ni Fischer, pese a todo su purismo, jamás cayeron en estos extremos. Es
necesario hacer esta aclaración, pues aunque hayan utilizado el título de
autonomistas, no tuvieron nada que ver con las querellas y las intrigas desafortunadas
que desangraron intestinamente al movimiento. Su espíritu fue siempre mucho más
generoso. De hecho, su periódico se mantuvo siempre en buenos términos con la
Freiheit, y hasta el final, ambos mantuvieron profunda amistad con Johann Most,
manteniéndose alejados de las peleas de ego de la pandilla de Peukert. De igual
modo, estuvieron ajenos y murieron antes de la peor parte de estas peleas de
tendencias de 1887 en adelante. Por otra parte, aunque se cacarea del
anti-sindicalismo de los autonomistas de la IWPA y de su excesivo celo
conspirador, Fischer siguió siempre siendo un fiel sindicalista adherido al
sindicato de tipógrafos, lo cual desmiente esas falsas dicotomías que se han
querido imponer entre los Mártires. No podemos por tanto dejarnos engañar por
la utilización del término “autonomista” por parte del grupo de Engel y
Fischer: en realidad, pese a las afinidades doctrinarias que puedan haber
tenido con este sector del movimiento alemán en Londres, la aparición de este
periódico no tiene tanto que ver con la pelea con la Freiheit o con Most (con
quienes siempre se mantuvieron en buenos términos), como con las disputas
internas en Chicago (con Spies y Schwab, principalmente, choques que tampoco
deben ser exagerados ya que en ningún caso llevaron a un quiebre ni con ellos
ni con la IWPA) y a su convicción de que la Arbeiter Zeitung no hacía lo
suficiente por radicalizar al movimiento.
35 Ibid, pp.132-133. Ver también
Nelson, op.cit. pp.116-119.
36 Nelson, op.cit. 123-124.
37 Avrich, p.135.
38 Nelson, op.cit.
pp.40-43.
39 Avrich, op.cit. p.91.
40 Ibid, p.92; ver también Nelson, op.cit.
p.42.
41 Nelson, op.cit.
p.182.
42 “Chicago Lehr-und-Wehr-Verein”, en Roediger & Rosemont, op.cit.,
p.86.
43 Avrich, op.cit., p.162.
44 Nelson, op.cit., p.151.
45 Avrich, op.cit.
p.159-161. Sobre la decisión del sindicato de carpinteros de la CLU de
destinar fondos para la adquisición de explosivos y el nombramiento de Lingg
como encargado de esta tarea, ver la defensa de William Black (fragmento), en
Roediger & Rosemont, op.cit, p.48.
46 Ibid, p.152.
47 Lum, op.cit. p.17.
48 Nelson, op.cit. p.184.
49
Nelson, op.cit. pp.183-184.
50 Alan Dawley, “The International Working People’s
Association”, en Roediger & Rosemont, op.cit, p.85.
51 La semana
previa a la huelga, una manifestación convocada por la CLU y la IWPA, atrajo a
25.000 obreros, ver Lum, op.cit.
p. 52 Nelson, op. cit. p.184.
53 Avrich, op.
cit. p.96.
54 Ibid, p.190.
55 Lum, op.cit. pp.22-23.
56 Ibid;
Avrich, op.cit., pp.190-191.
57 Lum, op.cit., pp.26-35; Avrich., op.cit., pp.
197-214. Avrich entrega los nombres y ocupaciones de cuatro internacionalistas
identificados entre los muertos: Emil Lutz (zapatero), Carl Kiester
(jornalero), Mathias Lewis (zapatero), Charles Schumacher (sastre). Otros
nombres han circulado sobre los cuales no hay certeza de que hayan sido
asesinados esa noche (Reinhold Krueger, Frank Lewis –que podría ser el mismo
Mathias Lewis-, Peter Lay, John Edlund y Franz Wroch).
58 “The Famous Speeches of the Eight Anarchists
in Court, October 7-9, 1886”, Free Society Publishers, San Francisco, 1899
(Edición facsimilar de Kessinger Publishers, 2009).
59 Ver un discurso
suyo de 1930 en “Lucy Parsons –Freedom, Equality & Solidarity”, ed. Gale Aherns, Charles H. Kerr
Editors, Chicago, 2004, p.157.
60 Avrich, op.cit. pp.437-445. En 1986
Avrich especuló con un nuevo posible candidato en un artículo publicado en
Roediger & Rosemont, op.cit, pp. 71-73, titulado “The Bomb Thrower: a new
candidate”.
61 “Famous
Speeches” op.cit., p.3.
62 Foner, op.cit., pp.97-98.
63 Avrich, op.cit., p.441.
64 Se estima que hasta 1891, la cantidad de fondos donados por la
burguesía de Chicago en contra del movimiento anarquista fue de U$487.000.
Nelson, op.cit., p.197.
65 El hijo de Parsons, por ejemplo, fue torturado para
sacar información sobre el paradero de su padre, Avrich, op.cit., p.227.
66 Ibid, pp.215-239.
67 Ibid, p.220.
68 Ibid, p.350; Ver también Foner, Philip “History of the Labor Movement of the
United States, vol.2, From the Founding of the AF of L to the Emergence of
American Imperialism”, ed. International Publisher, 1998 (Nueva York),
p. 169, quien denuncia a Powderly como el gran responsable de la ruina de los
KoL por estar más interesado en adular a los capitalistas y en ser piropeado por
ellos, que en mejorar la situación de los trabajadores. Como libertarios,
resulta muy difícil atribuir meramente a las acciones de un solo individuo (que
de cualquier modo fue derrocado en 1893, entre otros cargos, por apropiación
ilegítima de fondos de la organización) el declive de una organización de
cientos de miles. Claramente, la razón debe ser buscada en la falta de claridad
táctica, programática de los KoL, sus vacilaciones políticas, un método de
organización anticuado y autocrático, etc. Todo esto confluye para explicar las
derivas conservadoras de los KoL y su bochornoso rol durante el proceso de
1886-1887.
69 Avrich, op.cit,
p.309.
70 Ibid, p.222.
71 Nelson, op.cit. p.192. No se sabe qué suerte
corrió Schrader, pero Waller debió salir del país, volver a Alemania, donde
debió cambiarse el nombre luego de ser gravemente agredido por anarquistas en
retaliación por su traición en Octubre de 1886, Ibid. p.203. Selliger, por su
parte, debió abandonar el país con un nombre ficticio, junto a su familia, para
evitar represalias (Ver autobiografía de Lingg). Según Avrich (op. cit. p.230),
Balthasar Rau, del Arbeiter Zeitung, probablemente habría cooperado con la
policía, pero no tiene pruebas para ello, salvo que su acusación por asesinato
fue desechada y salió en libertad. Esto no parece probable –cualquier
declaración de uno de los más importantes colaboradores de Spies hubiera sido
con toda certeza utilizada en el juicio.
72 Tras múltiples viajes escapando
de la persecución policial, Schnaubelt viaja a Inglaterra y de ahí en
Argentina. Avrich, op.cit.,
pp.437-439.
73 Ibid, p.243.
74 Lum, op.cit., pp.48-49.
75 Parsons, Lucy “Life
of Albert Parsons”, Chicago, 1889 (edición facsimilar de Elibron Classics,
2005), p.102.
76 Becker, Heiner, “Johann Most”, en Roediger & Rosemont,
op.cit., pp.138-139.
77 Incluso, se buscó establecer la culpabilidad de
Lingg en el incidente, por el hecho de que éste habría fabricado algunas bombas
anteriormente… sin comprobar que este hecho tuviera nada que ver con el
incidente en cuestión. De hecho, esa noche Lingg no estaba siquiera cerca de
Haymarket. Avrich, op.cit.
p.273.
78 Ibid, p.276.
79 Parsons, Albert “Anarchism: Its philosophy and
scientific basis”, Chicago, 1887, p.53 (edición facsimilar University Press of
the Pacific, Honolulu, Hawaii, 2003).
80 Avrich, op.cit., p.263.
81
Spies sugiere en su discurso ante la Corte que se está aplicando una versión de
la ley del Talión bajo la apariencia de legalidad al asesinar a siete
anarquistas a cambio de siete policías muertos. Ver Van Zandt, Nina, “August Spies’
Auto-Biography: His speech in Court and General Notes”, Socialistic Publishing
Society, Chicago, 1887, p.54 (edición facsimilar de Kessinger Publishing,
2009).
82 Ibid, p.269.
83 Ibid, pp.280-281.
84 Ibid, p.280.
85 Ibid, pp.316-317
y pp.448-449.
86 Ibid, p.298.
87 Ibid, p.305.
88 Ibid, p.350.
89 Nelson,
op.cit, p.206.
90 Van Zandt, op.cit., p.84. Es necesario aclarar también que en
ese momento histórico, como resultado de la represión generalizada en contra
del anarquismo, hubo ocasiones en que se entendió tácticamente la participación
en elecciones. Esta posición fue sostenida en 1882 por Carlo Cafiero en Italia,
quien apoyó a Carlo Acosta. Después de la represión generalizada en toda Europa
que se desató con la Comuna de París en 1871, el mismo Bakunin recomendó a su
amigo Carlo Gambuzzi que participara en elecciones parlamentarias para buscar
maneras de frenar las medidas represivas que arreciaban. En esta época los
anarquistas cuestionaban que las elecciones fueran una estrategia para avanzar
la causa del proletariado, o que pudieran llevar a la emancipacion gradual, y
condenaban el electoralismo pues prolongaba la ilusión en la metafísica
política burguesa; pero en ocasiones de extrema represión no descartaban que podían
tener cierta utilidad.
91
Ibid, p.377.
92 Van Zandt, op.cit. p.84.
93 “Anarchism: Its philosophy and
scientific basis”, publicado en 1887.
94 Avrich, op.cit. p.299.
95 Ibid,
pp.358-359.
96 Ibid, pp.355-360. Spies también firmó la carta,
bajo enormes presiones, pero inmediatamente se arrepintió y envió otra carta en
la cual renuncia a la clemencia y ofrece su vida como chivo expiatorio a cambio
de la libertad de sus camaradas. Parsons, el otro de los mártires que
probablemente hubiera conseguido escapar a la pena de muerte mediante la
clemencia gracias a su enorme popularidad en Chicago, se negó a hacerlo para no
abandonar a sus otros compañeros que no tenían posibilidad alguna de que se les
otorgara (Engel, Lingg, Fischer y Spies).
97 Parsons, Lucy, op.cit. p.208.
98 Avrich, op.cit., p.320.
99
Ibid, pp.375-376.
100 Ibid, pp.383-385.
101 Ibid, pp.385-386. En los documentos
adjuntos, Lucy Parsons relata el incidente mediante el cual ella fue
encarcelada junto a sus hijos y a Lizzie Holmes, y sometida a malos tratos
solamente por querer visitar a su marido por última vez.
102 Ibid, pp.392-393.
103 Ibid, pp.401-402.
104 Ibid,
pp.410-412.
105 Ibid, pp.395-397.
106 Ibid, pp.421-424.
107 Ibid, p.415.
108
Nelson, op.cit., p.202; p.229
109 Ibid, p.162.
110 Ibid, pp.199-200.
111
Avrich, op.cit., p.330.
112 La IWPA desaparecería formalmente hacia
1914, pero después de 1886 había perdido todo impulso. Ibid, p.432.
113 Ibid, pp.432-433.
114 Foner,
op.cit (1998), p.104.
115 Nelson, op.cit., p.225.
116 Foner, Philip “May Day, a
Short History of the International Workers’ Holiday 1886-1986”, ed. International
Publishers, 2005 (Nueva York), p.41.
117 Nelson, op.cit., p.226.
118 La CLU
perdía importancia y sus sindicatos se fusionaban con los de la Asamblea Sindical,
de tendencia reformista, hasta desaparecer en 1909. Ibid, p.228.
119 En el
período posterior a la represión de Chicago no hubo pocos enfrentamientos
abiertos entre la patronal y los obreros, como la huelga de Pullman en 1894 o
la célebre Huelga de Homestead (que derivó en una insurrección), en 1892, en la
cual 5.000 obreros se alzaron en armas y derrotaron a cientos de Pinkertons.
Después de la victoria militar de los obreros, la dirigencia conservadora llevó
a los trabajadores a una derrota política durante la negociación de la huelga
–derrota la cual destruyó por dos décadas al movimiento sindical entre los
trabajadores del acero, el cual no volvió a ir a huelga sino hasta 1919. Hacia
fines de la década de 1890, en Idaho y Colorado, las huelgas de los mineros
terminaron muchas veces en ocupaciones y colectivizaciones de piques, y en
insurrecciones armadas. La Western Federation of Miners (WFM), sindicato que
condujo esas luchas, será en 1905 crucial para el nacimiento de la IWW.
120
Chaplin, Ralph “Wobbly”, University of Chicago Press, 1948 (Chicago, Illinois,
EEUU) pp.139- 140
121 Adam c, op.cit., p.113.
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