Artículo difundido en ¡Libertad!, publicación del grupo anarquista Libertad, en el número 39 con fecha noviembre-diciembre, 2006.
Una
vez escuché decir a un laureado profesor universitario de la Facultad
de Filosofía y Letras de Buenos Aires, que el anarquismo era una
ideología que derivaba del liberalismo, y citaba entre sus precursores a
Max Stirner. Semejante afirmación era un reflejo de la ignorancia
generalizada que reina en torno a las ideas anarquistas, de las cuales
parece que cualquiera puede decir lo que se le ocurra, habiendo leído a
un par de clásicos del anarquismo, alguna historia que haga esporádica
mención a la ideología y seguramente varios libros de autores no
anarquistas que se dedican a criticarlos, críticas generalmente tomadas
por prestigiosas por el simple hecho de provenir del amplio espectro del
marxismo.
Desde
el marxismo se censura a los anarquistas de liberales, individualistas,
pequeño burgueses, utópicos, reaccionarios e infantiles. Desde el
liberalismo se acusa a los anarquistas de colectivistas, socialistas,
extremistas, irreales, terroristas, caóticos, amorales y lindezas por el
estilo. Desde el anarquismo siempre se contestó a todas estas
acusaciones sin siquiera transpirar demasiado, porque cuando no
respondían a un desconocimiento flagrante de el corpus teórico
anarquista, expresaban la interesada falsedad de los acusadores. No ha
habido mejores ni más radicalizados críticos a la ideología que los
propios anarquistas. No digo autocrítica, una palabra que figura entre
las más populares entre los partidos de la izquierda iluminada, sino
crítica lisa y llana, que han terminado trágicamente en algunas
oportunidades, cuando se entremezclaron las pasiones o alguna disputa
por el honor en la discusión (diferencias que dentro de los partidos
marxistas suelen terminar en una purga, en el más amplio sentido de la
palabra).
El
anarquismo tiene sus raíces tanto en pensadores liberales como
socialistas, lo cual induce a confusión. La raigambre del anarquismo en
el socialismo ha sido explicitada innumerables veces por los teóricos
anarquistas desde los clásicos hasta la actualidad. Proudhon, Bakunin,
Reclus, Dejacque, así como incontables militantes del siglo XIX
asociaron fuertemente el anarquismo con el socialismo. Jamás se hubieran
sentado a discutir los socialistas anarquistas con los socialistas
estatistas y autoritarios en el seno de la Primera Internacional si las
cosas hubieran sido de otro modo. Y es sabido cuanto admiraba el propio
Marx en su juventud a Proudhon, de quien después renegó. No es necesario
en esta oportunidad discutir el asunto.
El liberalismo revolucionario
La
relación entre liberalismo, individualismo y anarquismo es mucho más
confusa y difícil de desentrañar. Quizás eso se deba a que ciertos
pensadores de origen liberal llegaron a proposiciones tan radicalizadas y
novedosas en su tiempo que sea lícito y correcto encuadrarlos como
precursores del anarquismo, aunque muy difícilmente puedan ser
catalogados también como socialistas. Este vínculo entre anarquismo y
liberalismo radical se fundamenta en la temática de la libertad del
individuo y la crítica a la acción del Estado como adversa al individuo y
la libertad. El liberalismo radical tuvo muchos exponentes en Francia,
Inglaterra y en las recientemente independizadas colonias
norteamericanas, y fue profundamente influenciado por la Revolución
francesa.
El
rol del individuo en las ideas liberales es preponderante, es la medida
de todas las cosas. Si bien autores como el utilitarista J. Bentham
(1789) sostiene que el interés de la comunidad es el interés de los
individuos y cuyo principio era “la mayor suma de felicidad para el
mayor número posible de miembros de la sociedad”, no llegan a plantearse
dentro de esta idea posturas estrictamente individualistas debido a que
conllevan un sentimiento declarado de solidaridad, según sostiene
Rudolf Rocker. No obstante es necesario señalar que la sociedades vista
como un agregado de individuos, como la sumatoria de sus componentes
individuales, idea de la que el anarquismo se distanciará principalmente
con los aportes de Proudhon y Bakunin, afirmando que la sociedad es más
que la suma de sus partes.
Thomas
Paine, en cambio, opone a la sociedad contra el Estado, aunque sin
proponer la total extinción de éste. En la concepción de Paine –un
verdadero radical político de su época- los hombres cuanto menos
gobernados están pueden “atender a sus propios asuntos”. También decía
por 1776, que “la sociedad es el resultado de nuestras necesidades; el
gobierno el resultado de nuestra corrupción…La sociedad estimula el
tráfico mutuo; el gobierno crea diferencias. La sociedad es un
protector; el gobierno un carcelero.” Es indudable que esta idea de
antagonismo entre sociedad y Estado será continuada por el anarquismo
décadas después de Paine. Por otro lado, el componente liberal de Paine,
no se basa tanto en la oposición entre el individuo y la sociedad o el
individuo y el Estado, sino entre la sociedad conformada por un agregado
de individuos y el Estado.
El
radicalismo de Paine fue eufóricamente saludado por los revolucionarios
en Francia, lo cual le valió no pocas dificultades en su vida. No
obstante fue William Godwin quien desde el liberalismo llegó a una idea
más próxima al anarquismo en su Estudio sobre la Justicia Política.
Tanto es así que en muchas historias de la ideología anarquista se lo
incluye dentro del panteón libertario. Godwin (1793) creía que el
problema del Estado era su existencia, su esencia, no su forma externa.
El Estado debía desaparecer de la sociedad para que los individuos
pudieran desarrollar plenamente sus capacidades a través del libre
acuerdo. El aporte novedoso de Godwin consiste en que reconoció que “un
desenvolvimiento social en esa dirección no es posible sin una
transformación básica de las condiciones económicas existentes, pues la
dominación y la explotación salen del mismo tronco y están ligadas
inseparablemente. La libertad del individuo está asegurada sólo cuando
encuentra su punto de apoyo en el bienestar económico y social de todos”
(Rocker, Nacionalismo y Cultura:
154). En Godwin la sociedad ya no es vista como un agregado de
individuos sino como la matriz que conforma los individuos. En su obra
son claramente perceptibles las ideas en germen del anarquismo: “¡Con
qué deleite ha de mirar hacia delante todo amigo de la humanidad bien
informado, para avizorar el glorioso momento que señala la disolución
del gobierno político, el fin de ese bárbaro instrumento de depravación,
cuyos infinitos males, incorporados a su propia esencia, solo pueden
eliminarse mediante su completa destrucción!”
La
obra de Godwin causó un impacto tremendo en su primera edición y marcó a
toda una generación en Inglaterra, pero el clima represivo en una época
de reacción contra todo atisbo revolucionario –que obligó a Paine a
exiliarse en Francia- logró que en pocos años se dejaran de editar sus
obras, condenando a su autor a una virtual indigencia y a un interesado
olvido. Pero es necesario aclarar que no hay una relación directa entre
las ideas de Godwin y los anarquistas ya que su obra permaneció
marginada y prácticamente ignorada hasta que fue rescatada de la
marginación cuando el anarquismo ya estaba firmemente constituido. Tan
grande es el vacío entre Godwin y los anarquistas, que ni Proudhon ni
Bakunin lo leyeron siquiera (García Moriyón: 48). Lo mismo se podría
decir de Henry David Thoreau, un “inclasificable” de mediados del siglo
XIX, defensor de la ecología, antibelicista, antiautoritario,
antiimperialista y antiesclavista en una sociedad norteamericana que ya
entonces se proyectaba hacia el triste papel de gendarme universal.
Si
bien hemos recorrido algunos personajes del liberalismo radical, hemos
excluido deliberadamente a la gran mayoría de los pensadores vinculados
al liberalismo económico y a los vinculados al liberalismo reaccionario
posterior a la Revolución francesa, porque sus ideas son más bien la
negación del anarquismo. El propio Kropotkin en La Ayuda Mutua atacará la idea de laissez faire de
los darwinistas sociales que propugnaban la ley del más fuerte, para
justificar las desigualdades sociales y la insolidaridad social del
capitalismo. El liberalismo sostiene que el Estado debe gobernar lo
menos posible las actividades económicas, culturales y sociales, pero
debe mantenerse con el fin de proveer un poder de policía, garantizar la
ley y el derecho a propiedad y organizar la defensa externa de la
nación. En semejante doctrina el Estado es necesario, aunque un mal
necesario. La doctrina liberal presupone que la no-intervención estatal llevará a una autorregulación
social y económica que propiciaría el pleno desarrollo individual, lo
cual se demostró que era una falsedad cuando se intentó la aplicación
práctica de tales ideas, resultando en una de las sociedades más
salvajemente injustas, insolidarias, desiguales e hipócritas que jamás
hayan existido, como lo fue el capitalismo occidental del siglo XIX.
Contra este tipo de modelo económico y social fue que los hombres
sintieron la necesidad de fundar una nueva sociedad, basada en los
principios socialistas y libertarios.
Anarquismo e individualismo
A
diferencia del liberalismo, el individualismo fue un pensamiento que no
formó parte de la conformación ideológica del anarquismo, sino que se
incorporó posteriormente. Pero comparte con el liberalismo la ausencia
de una doctrina uniforme; tanto el liberalismo como el individualismo
son bastante difusos y heterogéneos. Incluso es difícil a veces
determinar donde empieza uno y donde termina el otro.
El Manifiesto
de Anselme Bellegarrigue escrito en la década de 1850 en Francia es una
condena del poder y la política de una lucidez sorprendente. El
anarquismo de Anselme Bellegarrigue era, indudablemente, revolucionario y
socialista, pero en vez de basarse en principios de solidaridad se
fundamentaba en un ensalzamiento del egoísmo que nunca prosperaría en el
anarquismo. Para éste autor, la razón colectiva del Estado y la
sociedad tradicional es una ficción. En la base está el interés
personal, y después deviene el interés colectivo. “No ha sido cierto
nunca ni nunca será cierto, no puede ser cierto que haya sobre la tierra
un interés superior al mío, un interés al cual yo deba el sacrificio,
siquiera parcial, de mi interés.” El único interés a tenerse en cuenta
es el interés personal, la prerrogativa individual. Para Bellegarrigue,
“la sociedad es la consecuencia inevitable de la agregación de
individuos; el interés colectivo es, a igual título, una consecuencia
providencial y fatal de la agregación de los intereses personales. El
interés colectivo sólo se realizará plenamente en la medida en que quede
intacto el interés personal; porque, si se entiende por interés
colectivo el interés de todos, basta que, en la sociedad, sea dañado el
interés de un solo individuo para que inmediatamente el interés
colectivo ya no sea más el interés de todos y, en consecuencia, haya
dejado de existir.” En síntesis, el interés colectivo es una
consecuencia natural del interés del individuo, por lo tanto la única
verdad sobre la que debemos apoyarnos es el individuo.
Tan
centrada en el individuo es la visión de Bellegarrigue que directamente
niega la historia, haciendo imposible un análisis adecuado de las
causas de la opresión y la explotación. “Para mí, la creación del mundo
data del día de mi nacimiento… Yo soy el primer hombre, yo seré el
último. Mi historia es el resumen de la historia de la humanidad.” ¿Cómo
es posible cualquier entendimiento cuando la única medida de la vida
social es la propia experiencia personal y el propio interés? ¿Qué clase
de comunismo o socialismo se puede plantear desde una base moral que
subordina el interés colectivo al interés personal? No difiere mucho de
la moral del liberalismo capitalista, cuando se afirma que “yo me
encierro en el ciclo de mi existencia y el único problema que tengo que
resolver es el de mi bienestar. No tengo más que una doctrina, esta
doctrina no tiene sino una fórmula, esta fórmula no tiene más que una
palabra: GOZAR.”
Aquello
que no me proporcione placer no es de mi interés, aquello que me dañe
es mi enemigo. Sin embargo, el individualismo crudo de Bellegarrigue no
le impide afirmar que el dogma individualista es el único dogma
fraterno. Semejante incoherencia demuestra la inconsistencia del
pensamiento individualista: si todos son egoístas y aceptan el egoísmo
de los demás, nadie puede mandar ni obedecer. En primer lugar, es
imposible que desde una base egoísta desaparezcan los conflictos de
intereses, más bien se incrementarán. En éste caso, ¿quién es más
egoísta, aquel que cede en nombre del egoísmo o el que triunfa en nombre
del egoísmo?
En
segundo término, como sostiene Kropotkin, la distinción entre el
egoísmo y el altruismo es absurda, ya que “si esa oposición existiera en
realidad, si el bien del individuo fuera verdaderamente opuesto al de
la sociedad, la especie humana no existiría; ningún animal habría podido
alcanzar su actual desarrollo… Y … que si los dos no hubieran sido
siempre idénticos, no hubiera podido cumplirse la evolución misma del
reino animal.” El error de Bellegarrigue consiste en confundir el
interés colectivo con el interés de la clase dominante y gobernante. Que
el Estado y la burguesía impongan su interés y le coloquen el traje de
la voluntad general para hacerlo aceptable para las masas, no nos
permite llegar a la conclusión de que el interés colectivo contiene a
explotados y explotadores. El interés individual sólo podrá
desarrollarse plenamente, cuando la sociedad sea libre; todo lo
contrario a lo que se sostiene desde la exaltación del egoísmo, que
supone que lo que es bueno para el individuo es bueno para la sociedad.
El discurso neoliberal y posmoderno rescataría en este punto la postura
del individualismo egoísta.
No
obstante afirmar que la sociedad es un agregado de individuos y el
interés colectivo es igual a la suma de intereses individuales
Bellegarrigue sostiene que “el estado natural del hombre es en sí el
estado de sociedad”, distanciándose del pensamiento contractualista de
un Rousseau. Lo que torna inconsistente el pensamiento de Bellegarrigue
son precisamente estas contradicciones que no permiten comprender desde
qué lugar se parte para postular la anarquía como propuesta finalista.
Bellegarrigue es crítico del sistema electoral, de la democracia, de las
leyes, del gobierno y de la tiranía de las mayorías sobre las minorías:
“Pero aún cuando el pueblo francés en pleno consintiera en ser
gobernado en materia de educación, culto, finanzas, industria, arte,
trabajo, afectos, gustos, hábitos, movimientos y hasta en su
alimentación, yo declaro con todo derecho que su voluntaria esclavitud
en nada empeña mi responsabilidad, así como su estupidez no compromete
mi inteligencia. Y sin embargo, de hecho, su servidumbre se extiende
sobre mí sin que me sea posible sustraerme a ella.” Nuestro personaje no
se deja engañar, a pesar de su ingenuidad. Lo vemos más bien como un
revolucionario agobiado por la situación opresiva que tiene que vivir,
un espíritu atormentado que no desea rendirse a la máquina
gubernamental. “Frente a los múltiples obstáculos que se levantan por
todas partes, mi espíritu intimidado se hunde en el embrutecimiento: no
sé hacia dónde volverme; no sé qué hacer; no sé en qué convertirme.”
Las
masas dóciles e inocentes de las brutalidades que se cometen en su
nombre y perjuicio, necesitan ser esclarecidas para terminar con la
tiranía “sólo que, no distinguiendo bien las causa, no saben cómo
actuar. Yo estoy intentando esclarecerlas sobre uno u otro punto.” Es en
este pasaje donde la radicalidad de los pensamientos se disuelve en la
ingenuidad de la propuesta. La acción de los individuos esclarecidos que
llevan un nuevo evangelio a las masas embrutecidas, que una vez
iluminadas volverán las espaldas a sus tiranos. Este tipo de propuestas
se agotan en los actos de rebeldía individuales o en la desobediencia
civil, sin inquietar al sistema, sin corroer sus bases y sin conformar
un movimiento organizado para la lucha social. Si todos los gobiernos
son “necesariamente una causa de antagonismo, de discordia, de asesinato
y de ruina”, frente a semejante leviatán no se puede pretender
derrotarlos desde una postura rayana con la candidez.
No
ha sido el pensamiento de Bellegarrigue uno de los más prestigiosos e
influyentes dentro del movimiento anarquista, sino que ha pasado
fugazmente sin dejar grandes continuadores. Bellegarrigue fue un
precursor, un iniciador del anarquismo, contemporáneo de Joseph Dejaqcue
y Proudhon, en un momento de dispersión y retroceso de todas las
tendencias socialistas después de la derrota de los obreros parisinos de
1848. Pero este tipo de posturas resurgen cada cierto tiempo dentro del
movimiento anarquista, toman diferente forma pero conservan el
contenido acomodándolo a los tiempos que les toca vivir.
El individualismo de Max Stirner
El
individualismo de Stirner (1806-1856) ha sido muchas veces confundido
con el anarquismo. Su verdadero nombre era Johann Kaspar Schmidt y fue
autor del libro El Único y su propiedad,
que gozó de un breve momento de fama en 1844, y fue finalmente
recuperada del olvido medio siglo después por el poeta John Henry
Mackay. Para Stirner el individuo, la personalidad humana, está
enfrentada a la sociedad y al Estado. La misión de una persona consiste
en ser ella misma y reconocer lo que le es propio. Para Stirner se trata
de la búsqueda de la autonomía personal. La única propiedad del
individuo es la propiedad de sí mismo, y es necesario que cada uno se
apodere de su propia persona, para poder asociarse libremente. Para
Stirner el Estado se opone al individuo, es su antagonista, porque toda
institución jerárquica se opone a la voluntad personal. Stirner nunca
habló de anarquismo, y mucho menos de socialismo. Exaltaba el «yo
único», postulando, en oposición a la sociedad, una Asociación de
Egoístas cuyo principio era “la utilización de todos por todos.” Como es
característico de toda apología del egoísmo, Stirner todo lo valora en
referencia al Yo: “Yo sólo tengo un cuerpo y soy alguien. No veo ya en
el mundo más de lo que él es para mí; es mío, es mi propiedad. Yo lo
refiero todo a mí.” La liberación humana, en última instancia, termina
siendo una tarea individual, no social.
En su artículo Anarquismo y Organización,
Rudolf Rocker consideraba prácticamente inexistente la influencia de
Stirner y su obra en la conformación de las ideas anarquistas: “El
noventa y nueve por ciento de los anarquistas no han tenido la menor
idea de ese filósofo alemán y de su obra, hasta que alrededor de 1890 el
libro fue desenterrado en Alemania y desde entonces fue vertido en
diversas lenguas. Y aún desde entonces la influencia de las ideas de
Stirner sobre el movimiento anarquista en los países latinos, donde las
teorías de Proudhon, Bakunin y Kropotkin durante decenas de años han
tenido ya su influencia decisiva en los extensos círculos de la clase
obrera, fue bastante ínfima y nunca aumentó. En ciertas esferas de
intelectuales franceses, que por aquel entonces coqueteaban con el
anarquismo, y de los cuales la mayoría hace tiempo ya, que se han
retirado al otro lado de las barricadas, la obra de Stirner hizo un
efecto fascinador, pero la inmensa mayoría de los anarquistas de allá
nunca ha tenido contacto con ella. A ninguno de los primeros
teorizadores del anarquismo se les hubiese ocurrido siquiera, que
llegaría un día en que tildarían a las ideas como no-socialistas. Todos
ellos se sentían socialistas, porque estaban hondamente compenetrados
del carácter social de su teoría.”
Kropotkin
también criticaba a aquellos que incluían a las concepciones de Stirner
como pertenecientes al tronco anarquista. El individualismo que
exaltaba al yo hasta
liberarlo de sus relaciones sociales o morales hacía imposible la
práctica de la solidaridad, concepto fundamental del comunismo
anarquista. Esta teoría derivaría en una negación de su punto de
partida, estimulando la formación de grupos minoritarios superiores que
oprimirían a los demás en nombre de la consecución de su propio
desarrollo pleno. Además, sostiene Kropotkin, que la moral anarquista se
orienta hacia la consecución de la felicidad de la comunidad, en primer
lugar y luego la de sus integrantes individualmente, diferenciándose
del proyecto individualista que se satisface con la exaltación del
egoísmo. El elemento socialista está completamente ausente en el
pensamiento stirneriano, así como toda crítica a la explotación
económica y la opresión social; es innegable el carácter burgués de una
teoría que en ningún momento se propone una revolución social.
Individuo versus sociedad: la falsa dicotomía
En
el radicalismo de fines del siglo XIX abundaron los experimentos que
vinculaban ideas individualistas, liberales, anarquistas y socialistas
en una macedonia libertaria que se distanciaba o se acercaba al anarco
comunismo o colectivismo según la coyuntura. Uno de éstos fue la
propuesta del norteamericano Benjamín Tucker, cuyo sistema era un
híbrido entre Proudhon y el antisocialista Herbert Spencer. Si bien la
defensa de los derechos individuales de este tipo de proposiciones era
radicalizada, no se puede decir lo mismo de la sociedad que pretendían,
idealizando una sociedad de egoístas libres e iguales regida por las
leyes del darwinismo social, es decir por la ley del más fuerte. Todas
estas teorías intentan compatibilizar una conducta egoísta con la
libertad y la igualdad, suponiendo que la defensa a ultranza de los
derechos de cada uno llevará a una autorregulación e impidiendo el
surgimiento de nuevas estructuras de dominación; demás está decir que
este tipo de incoherencias de intelectuales obsesionados con el egoísmo
nunca logró conformar un cuerpo de ideas uniforme o que tuvieran una
aceptación generalizada dentro de las masas obreras.
Entre
los anarquistas el individualismo puro nunca llegó a hacer pié y llegó a
ser identificado directamente con las ideas del enemigo de clase; como
sostenía Emma Goldman en Habla Emma la Roja
(p. 89), el individualismo “no es más que un solapado atentado a
reprimir y a derrotar al individuo y a su individualidad … ha resultado
invariablemente en la más burda de las distinciones de clase …[y] ha
supuesto todo el individualismo para los amos, mientras que el pueblo es
regimentado en una casta de esclavos al servicio de un puñado de
superhombres egoístas».
La
sociedad que pregonan los individualistas aparece como un agregado de
átomos aislados, separados, que “libremente” se relacionan entre sí,
hacen “contratos individuales” en los que se supone que no hay
desigualdad entre los contratantes, si no existe una autoridad sobre
ellos. Esta ficción sobre la sociedad no difiere mucho de la fábula
sociológica para explicar y justificar la necesidad del Estado que
pergeñaron los contractualistas próximos al siglo XVIII, entre los que
se destacaron Hobbes, Locke y Rousseau. La sociedad era formada por los
individuos voluntariamente y por la necesidad
de establecer una autoridad política que garantice el orden y la
felicidad general. La sociedad no preexistía a los individuos, sino que
era constituida por un contrato entre los súbditos y el soberano. Para
los individualistas el contrato persiste, aunque la autoridad
desaparezca.
Esta
postura es absolutamente ilusoria y se fundamenta en la suposición de
que la sociedad es abstracta mientras el individuo es algo concreto. La
realidad es al revés: el individuo es un concepto, una abstracción,
mientras que la sociedad es una realidad concreta. Por individuo
suponemos a un ser, una entidad con la posibilidad de existir fuera de
la sociedad, con capacidad para sobrevivir aisladode otras entidades
semejantes. Esta clase de relaciones sociales no existen ni siquiera en
el mundo animal, en el cual abundan las asociaciones y las relaciones de
reciprocidad. No existen individuos aislados, como pretenden los
individualistas, por lo menos en el mundo macroscópico. Por otro lado,
es una incongruencia pensar en asociaciones de egoístas donde cada uno
procure el bien individual y como consecuencia se obtenga el bienestar
general. Una sociedad de esas características –si se la puede llamar
así- resultará en una sociedad desigual, donde se tolerará la
servidumbre voluntaria y en la imposición del más fuerte.
Y por otro lado, nada impedirá que la suma de contratos individuales
genere la constitución de un nuevo Estado, llegando a la negación de la
libertad individual.
Por
el contrario, el ser humano es un animal social, hecho reconocido por
todos los teóricos fundadores del anarquismo y toda la moderna teoría
sociológica. A nadie se le ocurriría negar el origen social del hombre
desde ninguna de las ciencias sociales, ni tampoco desde las ciencias
naturales o biológicas. La posibilidad de creación de una cultura, de la
existencia misma del lenguaje o la supervivencia fuera de un grupo
humano para los niños serían considerablemente limitadas o directamente
imposibles. El mundo egoísta de Stirner se derrumba frente a una madre
que da pecho a su hijo recién nacido, el cual es el ser más parecido que
se puede encontrar a la quimera individualista, pero que también es el
ser viviente más dependiente e indefenso. La sociedad hace al hombre, y
viceversa. No son términos opuestos sino complementarios: la confusión
individualista parte de considerarlos antagónicos e identificar
fuertemente la sociedad con el Estado, que en realidad es una estructura
de dominación social. Los
Estados no han sido constituidos para dominar a los seres individuales
–con un simple jefe o caudillo sería suficiente- sino para dominar a las
sociedades, lo cual los hace esencialmente diferentes. Dominando a la
sociedad se puede entonces dominar a sus integrantes. El Estado es más
que la negación de los individuos, la negación de los valores sociales y
comunitarios. El Estado desplaza a la sociedad de su lugar original
para erigirse sobre las personas.
Bakunin
comprendía profundamente estas distinciones conceptuales. Si no fuera
así, Bakunin nunca hubiera definido la libertad individual como
precedida por la libertad social, en la conocida frase “la libertad de
mis semejantes prolonga la mía hacia el infinito”. Ya desde sus primeros
pasos de la mano de Proudhon, el anarquismo partía de un punto de vista
completamente diferente al de los liberales y los individualistas.
Mirko Roberti lo explica de forma brillante: “Proudhon parte del
concepto sociológico de que la sociedad, ya sea a nivel económico, ya
sea a nivel político, expresa una idéntica «fuerza colectiva» que no es
el simple resultado de las fuerzas individuales asociadas: a partir del
momento en que éstas se asocian, se desarrolla un excedente de energía
que no es obra de ninguna de éstas en particular, sino de su
«asociación».” Desde aquí parte Proudhon y coloca uno de los pilares
fundamentales sobre los que se edificarán todas las teorías posteriores
acerca de los mecanismos de explotación: “El capitalista, dicen, ha
pagado las jornadas de los obreros; para ser más exactos, debe decirse
que el capitalista ha pagado, cada día, una jornada a todos los obreros
que ha empleado, lo cual no es en absoluto lo mismo. Porque esta inmensa
fuerza que resulta de la unión y de la armonía de los trabajadores, de
la convergencia y de la simultaneidad de sus esfuerzos, el capitalista
no la ha pagado. Doscientos hombres levantaron sobre su base en pocas
horas el obelisco de Luxor; ¿acaso un solo hombre, en doscientos días,
habría podido hacerlo? Sin embargo, según el capitalista, la suma de los
salarios habría sido la misma.”
El
concepto federalista de Proudhon es una defensa mucho más eficaz de la
libertad que toda la charlatanería individualista que llora y protesta
todo intento organizativo dentro del movimiento anarquista, agitando el
fetiche de la restricción de las libertades individuales. El federalismo
es un método organizativo pluralista que permite igual posibilidad de
expresión a cada grupo social, que tiende al equilibrio entre las partes
involucradas; es la forma organizativa de la autogestión. Si el
socialismo se organiza horizontalmente y federalmente, en contraste con
el verticalismo y el autoritarismo marxista, las objeciones de los
individualistas anti-organizacionistas carecen de sentido.
Lamentablemente, los coletazos de las viejas discusiones aún siguen
azotando en el presente.
Según
afirman Chantal López y Omar Cortés, el renovado auge de las ideas de
Stirner –al que podríamos agregar Nietzche-dentro de los anarquistas que
se denominan individualistas o aquellos que optaron por un camino
intermedio, como la tendencia del anarquismo insurreccionalista,
puede deberse a: “1. Centros urbanos de desmedida proporción que forman
un auténtico dique para la comunicación inter-individual; 2.
Hacinamientos humanos de tan inhumanas proporciones que minimicen o
destruyen el valor de cada individuo, reduciéndole prácticamente a cero;
3. Contornos arquitectónicos urbanísticos diseñados tan irracionalmente
que son un cotidiano reto a la integridad individual.” Y agregan:
“Mientras la atomización individual sea la constante, mientras
gigantescos edificios pueblen las ciudades, mientras las avenidas sean
diseñadas para máquinas contaminantes, mientras los medios de transporte
colectivo sean diseñados para llevar carga y no seres humanos, las
acciones anti-sociales, anti-comunitarias expresadas, con una amargura
angustiante, por cierto, a lo largo de la obra de Stirner, continuarán
presentes.” Sin dejar de coincidir con estos autores, creemos que una
hipótesis de tipo ambiental no alcanza para explicar un fenómeno tan
recurrente en la historia del movimiento. El resurgimiento de posiciones
individualistas de corte stirneriano dentro del movimiento anarquista
es harto notorio. Estimulado por un neoliberalismo salvaje y una cultura
desarticulada por el posmodernismo, el individualismo se erige como una
alternativa frente al anarquismo burocratizado e inerte,
frente a las grandes verdades de otrora actualmente en crisis: el
movimiento obrero, el sindicalismo revolucionario, la organización
revolucionaria y carácter comunista del anarquismo. La posibilidad de
revitalizar el movimiento no pasa ni por resucitar viejas estructuras
vacías de contenido ni por incorporar elementos e ideas que –a pesar de
la seducción que puedan suscitar- son la negación del anarquismo.
El
anti-organizacionismo individualista y la exaltación del egoísmo, desde
siempre, se han manifestado perfectamente incapaces de conmover al
sistema capitalista y al Estado. Más allá de las diferencias dentro del
movimiento, más allá de las tendencias, la identificación anarquista
sigue pasando por los mismos principios: libertad, igualdad, solidaridad
y revolución social. Dentro de éstos no hay lugar para el egoísmo
individualista, a veces disfrazado de posmoderno, otras veces a tono con
la new age, donde la liberación social termina reduciéndose a alguna expresión estética o a la proliferación de fórmulas macrobióticas.
P. Rossineri