martes, 25 de noviembre de 2014

La política sexual, el surgimiento del Estado y la contrarrevolución (Notas sobre la prostitución) Silvia Federici

Los siguientes fragmentos corresponden a la parte final del capitulo 1, "El mundo entero necesita una sacudida", del Libro Calibán y la Bruja de Silvia Federici. Recomiendo no hacerse una idea cerrada del pensamiento federiciano sobre la prostitución a partir de estos fragmentos, pues a lo largo del libro, Silvia Federici continúa abordando el tema de la prostitución desde diversas perspectivas. Las ilustraciones y leyendas corresponden a la edición original del Libro. Salud. N&A

A finales, no obstante, del siglo XV, se puso en marcha una contrarrevolución que actuaba en todos los niveles de la vida social y política. En primer lugar, las autoridades políticas realizaron importantes esfuerzos por cooptar a los trabajadores más jóvenes y rebeldes por medio de una maliciosa política sexual, que les dio acceso a sexo gratuito y transformó el antagonismo de clase en hostilidad contra las mujeres proletarias. Como ha demostrado Jacques Rossiaud en Medieval Prostitution (1988) [La prostitución medieval], en Francia las autoridades municipales prácticamente dejaron de considerar la violación como delito en los casos en que las víctimas fueran mujeres de clase baja. En la Venecia del siglo XIV, la violación de mujeres proletarias solteras rara vez tenía como consecuencia algo más que un tirón de orejas, incluso en el caso frecuente de un ataque en grupo (Ruggiero, 1989: 94, 91-108). Lo mismo ocurría en la mayoría de las ciudades francesas. Allí, la violación en pandilla de mujeres proletarias se convirtió en una práctica común, que los autores realizaban abierta y ruidosamente por la noche, en grupos de dos a quince, metiéndose en las casas o arrastrando a las víctimas por las calles sin el más mínimo intento de ocultarse o disimular. Quienes participaban en estos «deportes» eran aprendices o empleados domésticos, jóvenes e hijos de las familias acomodadas sin un centavo en el bolsillo, mientras que las mujeres eran chicas pobres que trabajaban como criadas o lavanderas, de quienes se rumoreaba que eran «poseídas» por sus amos (Rossiaud, 1988: 22). De media la mitad de los jóvenes participaron alguna vez en estos ataques, que Rossiaud describe como una forma de protesta de clase, un medio para que hombres proletarios —forzados a posponer su matrimonio durante muchos años debido a sus condiciones económicas— se cobraran «lo suyo» y se vengaran de los ricos. Pero los resultados fueron destructivos para todos los trabajadores, en tanto que la violación de mujeres pobres con consentimiento estatal debilitó la solidaridad de clase que se había alcanzado en la lucha antifeudal. Como cabía esperar, las autoridades percibieron los disturbios causados por semejante política (las grescas, la presencia de pandillas de jóvenes deambulando por las calles en busca de aventuras y perturbando la tranquilidad pública) como un pequeño precio a pagar a cambio de la disminución de las tensiones sociales, ya que estaban obsesionados por el miedo a las grandes insurrecciones urbanas y la creencia de que si los pobres lograban imponerse se apoderarían de sus esposas y las pondrían en común (ibidem: 13).
 

Para estas mujeres proletarias, tan arrogantemente sacrificadas por amos y siervos, el precio a pagar fue incalculable. Una vez violadas, no les era fácil recuperar su lugar en la sociedad. Con su reputación destruida, tenían que abandonar la ciudad o dedicarse a la prostitución (ibidem; Ruggiero, 1985: 99). Pero no eran las únicas que sufrían. La legalización de la violación creó un clima intensamente misógino que degradó a todas las mujeres cualquiera que fuera su clase. También insensibilizó a la población frente a la violencia contra las mujeres, preparando el terreno para la caza de brujas que comenzaría en ese mismo periodo. Los primeros juicios por brujería tuvieron lugar a fines del siglo XIV; por primera vez la Inquisición registró la existencia de una herejía y una secta de adoradores del demonio completamente femenina.

 

Burdel, de un grabado alemán del s. XV.
Los burdeles eran vistos como un remedio contra la protesta social, la herejía y la homosexualidad.


Otro aspecto de la política sexual fragmentadora que príncipes y autoridades municipales llevaron a cabo con el fin de disolver la protesta de los trabajadores fue la institucionalización de la prostitución, implementada a partir del establecimiento de burdeles municipales que pronto proliferaron por toda Europa. Hecha posible gracias al régimen de salarios elevados, la prostitución gestionada por el Estado fue vista como un remedio útil contra la turbulencia de la juventud proletaria, que podía disfrutar en la Grand Maison —como era llamado el burdel estatal en Francia— de un privilegio previamente reservado a hombres mayores (Rossiaud, 1988). El burdel municipal también era considerado como un remedio contra la homosexualidad (Otis, 1985), que en algunas ciudades europeas (por ejemplo, Padua y Florencia) se practicaba amplia y públicamente, pero que después de la Peste Negra comenzó a ser temida como causa de despoblación. (34)
 

Así, entre 1350 y 1450 en cada ciudad y aldea de Italia y Francia se abrieron burdeles, gestionados públicamente y financiados a partir de impuestos, en una cantidad muy superior a la alcanzada en el siglo XIX. En 1453, sólo Amiens tenía 53 burdeles. Además, se eliminaron todas las restricciones y penalidades contra la prostitución. Las prostitutas podían ahora abordar a sus clientes en cualquier parte de la ciudad, incluso frente a la iglesia y durante la misa. Ya no estaban atadas a ningún código de vestimenta o a usar marcas distintivas, pues la prostitución era oficialmente reconocida como un servicio público (ibidem: 9-10).

Incluso la Iglesia llegó a ver la prostitución como una actividad legítima. Se creía que el burdel administrado por el Estado proveía un antídoto contra las prácticas sexuales orgiásticas de las sectas herejes y que era un remedio para la sodomía, así como también un medio para proteger la vida familiar.
 

Resulta difícil discernir, de forma retrospectiva, hasta qué punto esta «carta sexual» ayudó al Estado a disciplinar y dividir al proletariado medieval. Lo que es cierto es que este new deal fue parte de un proceso más amplio que, en respuesta a la intensificación del conflicto social, condujo a la centralización del Estado como el único agente capaz de afrontar la generalización de la lucha y la preservación de las relaciones de clase.
 

En este proceso, como se verá más adelante, el Estado se convirtió en el gestor supremo de las relaciones de clase y en el supervisor de la reproducción de la fuerza de trabajo —una función que continúa realizando hasta el día de hoy. Haciéndose cargo de esta función, los funcionarios de muchos países crearon leyes que establecían límites al coste del trabajo (fijando el salario máximo), prohibían la vagancia (ahora castigada duramente) (Geremek, 1985: 61 y sg.) y alentaban a los trabajadores a reproducirse.

En última instancia, el creciente conflicto de clases provocó una nueva alianza entre la burguesía y la nobleza, sin la cual las revueltas proletarias no hubieran podido ser derrotadas. De hecho, es difícil aceptar la afirmación que a menudo hacen los historiadores de acuerdo a la cual estas luchas no tenían posibilidades de éxito debido a la estrechez de su horizonte político y «lo confuso de sus demandas». En realidad, los objetivos de los campesinos y artesanos eran absolutamente transparentes. Exigían que «cada hombre tuviera tanto como cualquier otro» (Perenne, 1937: 202) y, para lograr este objetivo, se unían a todos aquellos «que no tuvieran nada que perder», actuando conjuntamente, en distintas regiones, sin miedo a enfrentarse con los bien entrenados ejércitos de la nobleza, y esto a pesar de que carecían de saberes militares.
 

Si fueron derrotados, fue porque todas las fuerzas del poder feudal —la nobleza, la Iglesia y la burguesía—, a pesar de sus divisiones tradicionales, se les enfrentaron de forma unificada por miedo a una rebelión proletaria. Efectivamente, la imagen que ha llegado hasta nosotros de una burguesía en guerra perenne contra la nobleza y que llevaba en sus banderas el llamamiento a la igualdad y la democracia es una distorsión. En la Baja Edad Media, dondequiera que miremos, desde Toscana hasta Inglaterra y los Países Bajos, encontramos a la burguesía ya aliada con la nobleza en la eliminación de las clases bajas.(35) La burguesía reconoció, tanto en los campesinos como en los tejedores y zapateros demócratas de sus ciudades, un enemigo mucho más peligroso que la nobleza —un enemigo que incluso hizo que valiese la pena sacrificar su preciada autonomía política. Así fue como la burguesía urbana, después de dos siglos de luchas para conquistar la plena soberanía dentro de las murallas de sus comunas, restituyó el poder de la nobleza subordinándose voluntariamente al reinado del Príncipe y dando así el primer paso en el camino hacia el Estado absoluto.


John Hus martirizado en Gottlieben sobre el Rin en 1413.
Después de su muerte sus cenizas fueron arrojadas al río.
Alberto Durero, La caída del hombre (1510)
Esta escena impactante sobre la expulsión de Adán y Eva de los Jardines del Edén evoca la expulsión del campesinado de sus campos comunes, que comenzaba a ocurrir en Europa occidental exactamente al mismo tiempo que Durero producía este trabajo.


Notas:

34- Así, la proliferación de burdeles públicos estuvo acompañada por una campaña contra los
homosexuales que se extendió incluso a Florencia, donde la homosexualidad era una parte
importante del tejido social «que atraía a hombres de todas las edades, estados civiles y niveles
sociales». La homosexualidad era tan popular en Florencia que las prostitutas solían usar ropa
masculina para atraer a sus clientes. Los signos de cambio vinieron de dos iniciativas introducidas
por las autoridades en 1403, cuando la ciudad prohibió a los «sodomitas» acceder a cargos
públicos e instituyó una comisión de control dedicada a extirpar la homosexualidad: la Oficina de
la Decencia. Significativamente, el primer paso que dio la oficina fue preparar la apertura de un
nuevo burdel público, de tal manera que, en 1418, las autoridades aún seguían buscando medios
para erradicar la sodomía «de la ciudad y el campo» (Rocke, 1997: 30-2, 35). Sobre la promoción
de la prostitución financiada públicamente como remedio contra la disminución de la población y la
«sodomía» por parte del gobierno florentino, véase también Richard C. Trexler (1993: 32):


Como otras ciudades italianas del siglo XV, Florencia creía que la prostitución patrocinada
oficialmente combatía otros dos males incomparablemente más importantes desde el
punto de vista moral y social: la homosexualidad masculina —a cuya práctica se atribuía
el oscurecimiento de la diferencia entre los sexos y por lo tanto de toda diferencia y
decoro— y la disminución de la población legítima como consecuencia de una cantidad
insuficiente de matrimonios.


Trexler señala que es posible encontrar la misma correlación entre la difusión de la homosexualidad,
la disminución de la población y el auspicio estatal de la prostitución en Lucca, Venecia y Siena entre
finales del siglo XIV y principios del XV; señala también que el crecimiento en cantidad y poder
social de las prostitutas condujo finalmente a una reacción violenta, de tal manera que mientras que:
[A] comienzos del siglo XV predicadores y estadistas habían creído profundamente [en
Florencia] que ninguna ciudad en la que las mujeres y los hombres parecieran iguales
podía sostenerse por mucho tiempo […] un siglo más tarde se preguntaban si una
ciudad podría sobrevivir cuando las mujeres de clase alta no pudieran distinguirse de las
prostitutas de burdel (Ibidem: 65).


35- En Toscana, donde la democratización de la vida política había llegado más lejos que en
cualquier otra región europea, en la segunda mitad del siglo XV se dio una inversión de esta
tendencia y una restauración del poder de la nobleza promovida por la burguesía mercantil con
el fin de bloquear el ascenso de las clases bajas. En esa época se produjo una fusión orgánica
entre las familias de los mercaderes y las de la nobleza, por medio de matrimonios y prerrogativas
compartidas. Esto dio por terminada la movilidad social, el logro más importante de la sociedad
urbana y de la vida comunal en la Toscana medieval (Luzzati, 1981: 187, 206).



Silvia Federici

 Fuente: Libro Calibán y la Bruja (pág. 78-84)

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