domingo, 5 de abril de 2015

Silvia Federici: "Las diferencias no son el problema, el problema es la jerarquía"

La siguiente entrevista data del año 2012 y fue publicada en el portal La Hiedra, en la cual "Federici, autora del libro Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, nos explica qué significó la caza de brujas para el capitalismo y los procesos de expropiación de los cuerpos, los saberes y la reproducción de las mujeres. La entrevistó Manel Ros."

¿Por qué crees que era necesario un libro sobre las brujas y la caza de brujas?

El libro sobre las brujas nace como parte de la búsqueda que empecé en los 70, búsqueda que estaba conectada con los debates que tenían lugar en el movimiento de las mujeres. Había debates sobre el origen de la discriminación de las mujeres, las razones sobre la diferente posición de las mujeres en la sociedad capitalista respecto a los hombres. Antes que nada quería entender por qué las mujeres todavía están discriminadas. Tenía una teoría, pero estaba interesada en demostrar que esta discriminación no estaba basada en la tradición, sino que, de hecho, es algo que fue construido en las sociedades capitalistas. Dicho de otro modo, el patriarcado no es un legado del pasado, sino que más bien ha sido refundado por el capitalismo.

Yo formaba parte de una organización de mujeres, como Maria Rosa Dalla Costa o Selma James, entre otras, que habíamos desarrollado la teoría y veníamos de una tradición anticapitalista, marxista, de lucha de clases, pero teníamos una posición crítica respecto a la clásica interpretación marxista de la posición de las mujeres en la sociedad. Nuestra visión era que las mujeres están discriminadas en el capitalismo, no por el sistema productivo que crea la división del trabajo, y no porque el trabajo que hacen no sea importante, sino porque el trabajo no es remunerado.

Desarrollamos la idea de que, en el capitalismo, existe una organización del trabajo que tiene dos componentes: la producción de mercancías y la de fuerza de trabajo para el mercado. Las mujeres llevan a cabo la producción de la fuerza de trabajo, y la discriminación viene del hecho de que este trabajo se ha vuelto invisible. Así que el poder social, por muy limitado que sea, que tiene el trabajador masculino, debido a que cobra un sueldo y que su trabajo está reconocido, no lo tienen las mujeres. Pero la realidad es que, si observamos el capitalismo a través del trabajo asalariado, que incluye trabajo asalariado y trabajo no asalariado, veremos como la relación salarial es mucho más compleja que si sólo tenemos en cuenta el trabajo asalariado, puesto que el trabajo asalariado incluye también mecanismos de exclusión; incluye, como de hecho dice Marx, mecanismos para la extracción de trabajo no asalariado.

En el caso de las mujeres, de alguna manera este trabajo es el más importante porque crea a las personas que trabajan, ya que no puedes hacer coches si no tienes quien los haga. Nosotros decimos que la cadena de montaje empieza en la cocina, en el lavabo, en nuestros cuerpos. El capitalismo ha entendido esto, puesto que es el sistema de explotación que más que cualquier otro ha enfatizado la importancia del trabajo. Así que tiene muy claro que las mujeres son el sujeto productivo más importante, pero para mantener esta producción de la forma más barata posible, este trabajo se ha hecho invisible. Quise estudiar la historia para tratar de comprenderlo, empezando por el siglo XIX y después más atrás, donde me encontré con la caza de brujas.

¿Qué descubriste cuando te adentraste en el estudio de la caza de brujas?

Fue un choque, porque conocía a las brujas, pero siempre había sido una historia que nunca sabías si había sido real o una fantasía. Pero cuando empecé a estudiarlo e investigarlo, me di cuenta de que me estaba enfrentando a un fenómeno que era extremadamente importante y que, además, se dio de forma simultánea con el cercamiento (enclosure en inglés), la expulsión del campesinado de sus tierras, el proceso de colonización y el comienzo del tráfico de esclavos.

Todo esto hizo que me diera cuenta de que todo este proceso era fundamental para el desarrollo de la sociedad capitalista, de que era uno de sus fundamentos más importantes. Es interesante, también, porque muchos de estos procesos están basados en la exterminación: del sujeto colonial, de la gente africana que sufrió el tráfico de esclavos y también de las brujas. Entendí que todos estos fenómenos están conectados, y que son parte de la acumulación capitalista, de la acumulación de la clase trabajadora, de la acumulación de fuerza de trabajo. Esta fue la perspectiva desde la cual empecé a mirar la caza de brujas, y que me llevó hacia muchos caminos y muy diferentes.

Empecé a entender que el desarrollo del capitalismo, como fue descrito por Marx, tenía que, no ya ser reescrito -porque creo que el trabajo de Marx es muy acertado y muy potente, además de muy útil para estos días, de hecho pocas cosas se podrían cambiar-, sino apuntar a otra historia que Marx no vio.

Tú has estudiado mucho a Marx y hablas mucho de él en tu libro, pero a la vez dices que Marx no vio la historia desde el punto de vista de las mujeres. ¿Qué podemos aprender de Marx y qué tenemos que reformular?

Para mí, lo más importante de Marx es su teoría sobre la explotación, la importancia que da al salario, no sólo lo que significa a nivel de tener dinero, sino también lo que significa cuando se trata de organizar la sociedad, de organizar no sólo la fábrica habitual, sino también la fábrica social. A la vez, su explicación de la acumulación primitiva u originaria continúa siendo fundamental. Marx todavía nos sirve para explicar hoy en día qué pasa en el mundo con respecto al desarrollo capitalista, pero la base del trabajo de Marx era que, bajo el capitalismo, el sujeto revolucionario sería el trabajador asalariado, y que la lucha por la transformación del mundo y por la transición al comunismo tendría lugar en el terreno del trabajo asalariado.

Pero Marx no tenía un conocimiento profundo del proceso que se da en el capitalismo y que produce la fuerza de trabajo. Si leemos el primer volumen de El Capital de Marx sobre la teoría de la plusvalía, donde describe la producción de fuerza de trabajo, encontraremos que la forma en que describe la producción es extremadamente limitada y reducida. Para Marx, la producción de la fuerza de trabajo está totalmente limitada dentro de la producción de mercancías. El trabajador tiene un salario, con el salario compra la mercancía, la utiliza y se reproduce a sí mismo, en ningún caso sale del círculo de la mercancía. Por lo tanto, toda el área del trabajo reproductivo, que es tan importante y vital para las sociedades capitalistas, y toda la cuestión de la división sexual del trabajo, está totalmente ausente. Es importante señalar que el hecho de ver todas estas otras áreas no significa incluir un quinto capítulo en el primer volumen de El Capital.

De hecho se dice que tu libro es la parte no escrita de El Capital de Marx…

Creo que si así fuera sólo añadiríamos cosas, pero de lo que se trata es de repensarlo de forma conjunta. Siempre digo que lo que he intentado hacer no es escribir la historia de las mujeres en el capitalismo, sino la historia del capitalismo desde el punto de vista de las mujeres y la reproducción, que de hecho es muy diferente. Si escribes la historia de las mujeres en el capitalismo, dices: de acuerdo, tenemos la historia de los hombres y ahora haremos la historia de las mujeres, pero escribir la historia del capitalismo y de su origen desde el punto de vista de lo que les pasa a las mujeres o lo que pasa con la reproducción, que para mí están muy conectadas la una con la otra, hace repensar todo el conjunto desde otra perspectiva.

El trabajo contractual dentro del capitalismo está acompañado de una cantidad inmensa de trabajo no libre, no asalariado y no contractual. Es entonces cuando empiezas a entender por qué a través de la historia del capitalismo tienes colonización de una forma continuada, igual que las diferentes formas de esclavitud. Aceptar que el trabajo no libre y no asalariado es fundamental, y que no sólo tiene como objetivo extraer riqueza de la gente trabajadora, sino también una forma de organizar la sociedad, es muy importante. La supervivencia de las relaciones no libres es algo fundamental y forma parte del maquillaje genético de las sociedades capitalistas. Mirando el capitalismo desde el punto de vista de la reproducción, lo que yo denomino la reproducción de la fuerza de trabajo ha sido muy importante para llegar a entender el capitalismo, y esto es algo que no encuentras en Marx.

Volviendo al libro, hay un momento en que argumentas que, durante la Edad Media, la división del trabajo no comportaba necesariamente la opresión de las mujeres.

En muchas sociedades, antes de los procesos de colonización, los hombres y las mujeres tenían tareas diferentes, y existía una división de las tareas. De hecho, en muchas sociedades, por ejemplo en Nigeria, los hombres y las mujeres trabajaban en la agricultura y unos y otras plantaban cosas diferentes y se organizaban de formas diferentes. Incluso hay casos en que los hombres y las mujeres utilizaban palabras propias. De este modo, las mujeres no dependían de los hombres, tenían acceso a sus propias cosechas y las utilizaban para auto subsistir si era necesario. Así que el hecho de hacer tareas diferentes no implica automáticamente grados de poder diferentes: la cuestión es qué valores están asociados a estas diferencias.

Tuvimos muchos debates en el movimiento feminista sobre la clase de sociedad que queríamos. ¿Queremos una sociedad donde no se utilice la categoría hombre o mujer? ¿O queremos una sociedad que tenga alguna forma, no de especialización, pero sí de diferenciación, porque después de todo las mujeres tenemos la capacidad de tener hijos o hijas? Tal como yo lo veo, las diferencias no son el problema, el problema es la jerarquía. La jerarquía hace que las diferencias se vuelvan una fuente de discriminación, de devaluación y de subordinación. No es necesario construir una sociedad donde no hayan diferencias; y quizás decidamos que algunas diferencias son buenas.

También hablas sobre cómo la acumulación primitiva de capital también supuso la acumulación y la división de las diferencias, no sólo en la clase trabajadora, sino también con respecto a género, etnia y edad.

Marx dijo varias veces que cuando hablamos de acumulación primitiva, de lo que realmente estamos hablando es de la acumulación de trabajo. Lo que hace el capital en su primera fase de desarrollo es la acumulación de la clase trabajadora. Otro aspecto de la acumulación es la división, la acumulación de la división, que es el momento fundacional del racismo y del sexismo. Yo siempre insisto una y otra vez en la importancia de esto, incluso hoy en día. El hecho de que el capitalismo pueda organizar diferentes regímenes de trabajo ha sido una de las armas más poderosas que ha utilizado para parar los procesos revolucionarios. Primero, porque divide a la gente, segundo, porque puede utilizar algunos grupos a los cuales delega poder, como, por ejemplo, delegando poder en los hombres para controlar el trabajo de las mujeres. Otro ejemplo: a través del uso del salario, el capitalismo ha podido esconder muchas áreas de explotación, como el trabajo doméstico, y hacerlas aparecer como naturales. La construcción ideológica de las diferencias está estrechamente relacionada con la construcción material.

¿Podemos decir, entonces, que los hombres se benefician del trabajo de las mujeres?

Sí y no. La delegación del poder tiene una función importante para el capitalismo, una función también desde el punto de vista del hombre trabajador asalariado. El trabajo reproductivo ha reproducido al trabajador hombre, permitiéndole no volverse loco mientras no trabaja y poderse presentar al puesto de trabajo en condiciones día tras día. Por lo tanto, hay una reproducción, pero también es una reproducción para el mercado de trabajo.

El trabajo reproductivo tiene este carácter relacionado con el trabajo, pero a la vez, si miras la historia de las luchas de las mujeres referentes al trabajo reproductivo, podemos ver dos dimensiones: la reproducción del individuo para el mercado de trabajo y, a la vez, la reproducción de la lucha. Entender el carácter del trabajo reproductivo ha permitido a las mujeres rechazarlo, porque reconoces que sí, reproduces a tus hijos, algo muy importante, limpias los platos, la ropa, les das de comer, pero en esta reproducción está también la disciplina, la cual también reproduces.

El capitalismo ha organizado, a través del trabajo, las relaciones entre la producción para el mercado y la reproducción, el trabajo de los hombres y de las mujeres, de tal manera que la mujer se ha transformado en la sustituta de la tierra que han perdido los hombres, convirtiendo a la mujer en los nuevos comunes. El capitalismo ha permitido a los hombres utilizar el trabajo y el cuerpo de las mujeres como un gran común. A corto plazo hay un beneficio inmediato, pero hay una gran pérdida a largo plazo. Hay un beneficio inmediato porque hay una reproducción, pero entonces te reproduces de una manera concreta que a la larga conforma un tipo de esclavitud al mercado de trabajo capitalista.

Hay un debate también dentro del movimiento feminista sobre la cuestión de si las mujeres tendrían que tener un salario por el trabajo doméstico. ¿Qué piensas?

Estuve cinco años en una organización que llevó a cabo una campaña internacional que luchaba a favor de un salario para el trabajo doméstico. En 1972 en Italia fundamos un colectivo internacional bajo el nombre de Colectivo Feminista Internacional, con el cual lanzamos la campaña internacional Salario por el Trabajo Doméstico (Wages for Housework). Lo que decíamos era que el salario para el trabajo doméstico es muy importante.

Antes que nada tiene muchas funciones. Es diferente cuando el trabajador asalariado lucha por mejoras salariales y cuando el esclavo lucha por un salario, y hacíamos esta analogía entre el ama de casa y el esclavo, porque antes que nada estamos haciendo visible el trabajo que se hace, puesto que la invisibilidad ha sido una de las causas fundamentales de nuestra opresión. Así que lo primero era hacer visible nuestra explotación, dejando claro que esto es trabajo, es trabajo que produce capital. De este modo, cuando pedimos un salario por el trabajo doméstico estamos creando un espacio de lucha, haciendo visible la explotación y haciendo visible nuestra relación con el capital y el estado, saliendo de la realidad del trabajo doméstico, saliendo de la idea de que el trabajo doméstico es un servicio personal. Segundo, la falta de dinero por el trabajo que hacemos nos convierte en dependientes de los hombres, así que trabajas, pero después tienes que pedir dinero para vivir.

El salario para el trabajo doméstico permitiría a las mujeres tener algún tipo de autonomía económica de los hombres, no del capital, y esto, de hecho, ya sería un cambio importante en las relaciones con los hombres y la sociedad. Tercero, cuando salen a buscar un trabajo, muchas veces las mujeres consiguen trabajos relacionados con el trabajo doméstico y, acostumbradas a hacer este trabajo gratuitamente, es más probable que acepten salarios más bajos. Así que luchando por un salario para el trabajo doméstico se rompen toda una serie de dependencias, invisibilidades y naturalidades a la vez que se abre un espacio de lucha. No lo vemos como un fin en sí mismo, sino como un movimiento de una lucha más general donde podemos conseguir involucrar a muchas mujeres, porque, aunque no hagamos trabajos domésticos, todas somos amas de casa de alguna manera, puesto que cada mujer es vista de una manera concreta debido a este trabajo. Para nosotras, la idea de que el trabajo doméstico institucionaliza a la mujer en casa no era válida: es la falta de dinero, de autonomía, la que la mantiene encerrada en casa.

En tu libro hablas también del concepto del patriarcado del salario.

El capitalismo ha cambiado el mundo de arriba abajo, cambiando muchas cosas. Para el capitalismo, las diferencias de poder que existían entre los hombres y las mujeres eran de una gran utilidad, pero esta diferencia y la forma en que las diferencias estaban organizadas no es una cosa que hayan cogido directamente del pasado, sino que la han reconstruido. Una de las cuestiones más importantes en esta reconstrucción ha sido el salario. Quizás esto forma parte de mi conexión con el operaismo de Italia y el análisis político del salario, que critica el leninismo y la diferenciación entre la cuestión económica y política, la idea de que el salario sólo es una cuestión económica, en vez de ver que el salario es una forma política de organizar la sociedad.

El término patriarcado del salario surge al analizar el hecho de que, bajo el capitalismo, muchas de las diferencias que promueven las discriminaciones entre hombres y mujeres, pero también entre colonizadores y colonizados, han sido organizadas a través del salario. El salario ha sido el apoyo material, el instrumento, con el cual se han construido las jerarquías, y se ha convertido en el punto clave del contrato social con el cual el capital reconoce al trabajador, o lo utiliza para invisibilizarlo y superexplotarlo con la naturalización del trabajo. Con la diferenciación entre el trabajo asalariado y el no asalariado se ha podido llevar a cabo una gran acumulación de trabajo no remunerado, pero a la vez ha sido un instrumento de la construcción de las diferencias. Digo patriarcado del salario porque es un nuevo tipo de patriarcado, no es el patriarcado de la Edad media o el del imperio romano, sino que es un patriarcado que ha sido reconstruido en base al salario.

¿Existe la caza de brujas actualmente?

Tengo una amiga que volvió de Ghana hace poco y me explicó que, por la noche, en la televisión, hacen unos programas donde te enseñan cómo reconocer a una bruja. La proliferación de las sectas pentacostales está haciendo resurgir este tipo de prácticas, básicamente financiadas por grupos políticos de derechas en EEUU. Hay un documental muy interesante que salió el año pasado, llamado The Witches of Gambaga, que habla sobre los campos de brujas que hay al norte de Ghana, donde viven mujeres que han tenido que dejar sus pueblos e ir a vivir allí, acusadas de ser brujas, porque si no las hubieran matado. Estos campos están financiados por el gobierno, y cuando han pasado unos años, en algunos casos, las dejan volver a sus pueblos, pero a otras muchas las matan. Pero no sólo es Ghana, es también Tanzania, Kenya; también en la India se mata a muchas mujeres acusadas de brujería.

Tú has participado durante muchos años activamente en el movimiento feminista. ¿Qué valoración haces de estos años y cómo ves actualmente al movimiento?

Vengo de los principios del feminismo, durante los años 60 y 70, y para mí, entonces, el feminismo era un movimiento revolucionario que tenía que ser anticapitalista, no sólo de autonomía respecto a los hombres, sino una autonomía de las mujeres como parte de una lucha más amplia, siendo también autónomas del capital. Así que estaba realmente disgustada con el feminismo que quería autonomía respecto a los hombres, pero no quería una autonomía respecto al capital.

El 1975 el movimiento de las mujeres explotó, empezó a tomar unas fuertes connotaciones subversivas y se extendió mucho a nivel internacional. En el momento en que empezó a extenderse el nuevo liberalismo, las Naciones Unidas intervinieron y lucharon para ponerse en el centro del movimiento y para crear un feminismo neoliberal, para utilizarlo contra las luchas, también las de los hombres. Por ejemplo, crearon un movimiento de mujeres burguesas que en África y América Latina luchaban por la privatización de la tierra.

Entonces hay gente que me pregunta, ¿por qué te consideras feminista? Me considero feminista porque siempre se apoderan de todo y yo me niego a dárselo todo. Ahora es muy importante hablar de feminismo de una manera diferente, de tener una concepción alternativa del feminismo.

Muchas mujeres jóvenes no quieren tener nada que ver con el feminismo. Algunas porque son liberales y creen que no lo necesitan, porque las mujeres, hoy en día, hacen lo que quieren. Otras no quieren ni hablar del tema porque piensan que el feminismo es una cosa burguesa. Pero creo que todo esto está empezando a cambiar, porque mientras movimientos sociales, como por ejemplo Occupy, se han empezado a desarrollar, también se han creado experiencias políticas masivas que han dado mucho espacio a la reproducción, porque las personas están juntas en la calle, duermen juntas, preparan comida juntas.

Es en estas situaciones cuando salen muchos temas sobre las relaciones entre hombres y mujeres, y muchas mujeres jóvenes empiezan a darse cuenta de que algunos de los problemas a los que nos enfrentábamos todavía existen. Hay muchos temas abiertos, como por ejemplo tener hijos o hijas, cómo se crían, la relación con los hombres, la cuestión de si existe el género o no, etc. Hay todavía un gran terreno que se tiene que construir, que se tiene que definir, que se tiene que luchar.



Calibán y la bruja dialoga con la «historia de las mujeres» y la teoría feminista. En primer lugar, confirma que «la transición al capitalismo» es una cuestión primordial para teoría feminista, ya que la redefinición de las tareas productivas y reproductivas y de las relaciones hombre-mujer en este periodo, que fue realizada con la máxima violencia e intervención estatal, no dejan dudas sobre el carácter construido de los roles sexuales en la sociedad capitalista. El análisis que aquí se propone nos permite trascender también la dicotomía entre «género» y «clase». Si es cierto que en la sociedad capitalista la identidad sexual se convirtió en el soporte específico de las funciones del trabajo, el género no debería ser considerado una realidad puramente cultural sino que debería ser tratado como una especificación de las relaciones de clase. Desde este punto de vista, los debates que han tenido lugar entre las feministas postmodernas acerca de la necesidad de deshacerse de las «mujeres» como categoría de análisis y definir al feminismo en términos puramente agonísticos, han estado mal orientados. Para decirlo de otra manera: si en la sociedad capitalista la «feminidad» se ha constituido como una función-trabajo que oculta la producción de la fuerza de trabajo bajo la cobertura de un destino biológico, la «historia de las mujeres» es la «historia de las clases» y la pregunta que debemos hacernos es si se ha trascendido la división sexual del trabajo que ha producido ese concepto en particular. En caso de que la respuesta sea negativa (tal y como ocurre cuando consideramos la organización actual del trabajo reproductivo), entonces «mujeres» es una categoría de análisis legítima, y las actividades asociadas a la «reproducción» siguen siendo un terreno de lucha fundamental para las mujeres —como lo eran para el movimiento feminista de los años setenta— y un nexo de unión con la historia de las brujas”. Silvia Federici. Para acceder al libro completo clic aquí:

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo: "Las diferencias no son el problema, el problema es la jerarquía".

    Voy a leer el libro.

    Salud!

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