sábado, 2 de abril de 2016

Independencia política y esclavitud económica - Emilio López Arango

Todos los movimientos políticos de independencia nacional son en su origen manifestaciones del descontento popular. Los pueblos sufren la explotación directa del capitalismo, se ven obligados a luchar contra los amos de la tierra, de las industrias, de todas las fuentes de producción y progreso; pero no siempre llegan a descubrir las raíces históricas del mal. Si los explotados son extranjeros, y a la vez que el poder económico detenta el político, se subvierte el principio clasista por la prevalencia de preocupaciones raciales, idiomáticas o simplemente nacionalistas, fenómeno éste que produce una absurda alianza entre el proletariado y la burguesía para luchar contra el supuesto enemigo común.

Los movimientos nacionales de independencia, aún cuando en periodos de miseria dirigen sus esfuerzos a la atracción de las masas descontentas –y al generalizar su espíritu xenófobo señalan como enemigo al explotador extranjero–, se despreocupan por completo del problema social. Son movimientos políticos, de la burguesía y de la clase media, que tienden a asegurar el dominio de una casta gobernante autóctona, pero que eluden plantear conflictos serios al capitalismo expoliador. Por otra parte, en el nacionalismo entran también en juego intereses ajenos a la emancipación política de la burguesía nacional: influencias extrañas que mueven a los principales actores de vulgares e indignas farsas patrióticas.

No desconocemos las causas históricas que determinaron el desmembramiento del imperio colonial español. Esas mismas causas obran como factores determinantes en la composición y descomposición de todos los imperios, aún de los que disfrazan el dominio de la metrópoli industrial, militarista y política con protectorados forzosos y con tutelas que pretenden ser paternales. Mas no podemos desconocer tampoco que con la bandera del nacionalismo las burguesías locales –o de las colonias “en mayoría de edad”– buscan su emancipación política, no como un resultado natural de las aspiraciones de la Nación, sino simplemente como la consecuencia obligada de su desenvolvimiento como clase privilegiada e inteligente. La “intelligenzia” actúa sobre la base del nacionalismo para destacar su poder de casta, sin que por ello llegue a libertarse de la tutela del capitalismo y de las preocupaciones burguesas predominantes.

La independencia de América fue el resultado de la “intelligenzia” francesa –de las corrientes democráticas que llegaban de Europa por la vía transatlántica– y no el fruto de un movimiento de redención de los parias sometidos, más que el poder político de las metrópolis colonizadoras y conquistadoras, al poder económico de los amos, extranjeros y criollos. De ahí que la emancipación política de la colonias americanas haya sido conseguida a expensas de los nativos, para beneficio de la burguesía criolla y de los capitalistas que llevaron a cabo la segunda conquista: la industrial y comercial.

Se explica que la independencia política de los Estados desprendidos del imperio colonial español y del resto de las colonias europeas en América, no haya operado un proceso social paralelo en las condiciones morales y económicas de los parias nativos. La esclavitud del indígena, si fue sancionada por la conquista respondiendo a motivo políticos y a razones de soberanía, no por eso deja de ser un hecho indiscutible que se hizo más precaria con el desarrollo de la burguesía local y con el cosmopolitismo capitalista. Los descendientes de los conquistadores –los criollos, mestizos o de la sangre europea–, formaron la burguesía y la “intelligenzia” americanas. Extraños a la vida y a los dolores e infortunios de los indios, su nacionalismo fue más ultramarino que autóctono: una especie de malentendido familiar con sus progenitores, que terminó con el reconocimiento de la mayoría de edad en los hijos cansados de la tutela paterna.

Ese hecho tiene una trayectoria de más de un siglo, pero ofrece hoy las mismas características. El patriotismo criollo, de la ciudad industrial y cosmopolita, invade la campaña en los períodos electorales. Se infunde en los nativos, con el alcohol que los envenena y aniquila, ideas extrañas a sus costumbres y a sus hábitos sencillos. Sin embargo, esa noción política de la nacionalidad no juega ningún papel en la vida esclava y miserable de las poblaciones indígenas, porque el enemigo natural de los campesinos pobres es el político criollo, el funcionario del Estado, el gendarme que representa a la patria para defender los intereses de gentes extrañas adueñadas de las tierras de sus abuelos, del producto de su trabajo y del pan a sus hijos. 

Resulta ridícula la propensión xenófoba de los criollos de América. Nace en la ciudad, como producto del nacionalismo y como preocupación dominante en la “intelligenzia”, ese artificioso movimiento contra lo extranjero. Son los hijos de extranjeros, de inmigrantes enriquecidos en el comercio, con apellidos exóticos casi siempre, los que fomentan el patriotismo de bullanga. Y son esos mismos patriotas, que ignoran hasta qué extremo aceptan la servidumbre del capital y hasta que límite la Nación está encadenada a intereses bastardos, los que señalan como enemigos a los trabajadores que luchan contra las fuerzas opresoras que ahogan todo esfuerzo libertador en las masas oprimidas. 

Los feudos industriales y agrícolas, el monopolio del comercio interior y exterior, la banca y las finanzas, están en las repúblicas latino-americanas en poder de compañías extranjeras. Ese fenómeno explica la sujeción de los gobiernos criollos a las metrópolis financieras dominantes en todo mundo, a las reyecías del franco, de la libra esterlina y del dólar. Pero la burguesía criolla es patriota y nacionalista. La casta de la “intelligenzia” difunde en el pueblo el orgullo nacional, recuerda constantemente a los héroes de la independencia americana, exhibe como un motivo literario viejos arquetipos de una raza vencida y humillada. 

De ese nacionalismo grotesco surge la contradicción más flagrante. La pequeña burguesía y la clase media, los intelectuales y los políticos, ocupan puestos privilegiados en las grandes empresas extranjeras, ofician de agentes del capitalismo en su calidad de funcionarios del Estado y son de hecho los ejecutores de la política opresiva de los consorcios financieros adueñados de todas las fuentes de riqueza del país. Y los mismos gobiernos, factores de la invasión capitalista en América, ¿cómo contemplan los problemas nacionales? Acorralando a los indios en los últimos reductos que conserva aún su raza del despojo organizado por los patriotas de la ciudad, para los que “pioneros” de la libra esterlina y del dólar no encuentren obstáculos en su avance.

El nacionalismo y el capitalismo se confunden. Las patrias chicas viven en estrecha dependencia con las grandes naciones conquistadoras y colonizadoras; y esa conquista pacífica, que realizan en América las grandes compañías explotadoras, cuenta con el apoyo de la burguesía y de la “intelligenzia”, que encuentra útil para su dominación política el yugo impuesto a los trabajadores por un poder económico extraño a las preocupaciones nacionalistas y a la xenofobia de los patriotas por tradición.



Emilio López Arango 



Tomado del Libro «Ideario Del pensamiento anarquista en el movimiento obrero»


















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