El siguiente artículo del anarcosindicalista español que residió en Argentina, Emilio López Arango (1894-1929), constituye una aguda crítica de la dictadura proletaria defendida por los marxistas. Nos llamó profundamente la atención la capacidad de análisis del autor quien por momentos pareciera estar contemplando el futuro de la URSS con una esfera de cristal. Para la transcripción hemos empleado «Ideario del pensamiento anarquista en el movimiento obrero», Ediciones FORA, 2013, libro que compila parte de la obra de Emilio López Arango. (N&A)
Toda cuestión tiene su pro y su contra: su anverso y reverso. Hechos aceptados como la más lógica conclusión del progreso social, ideas al parecer materializadas por una larga experiencia histórica, tienen también su metafísica. Y es indiscutible que la concepción política de la dictadura –acompañada del agregado “proletaria”– constituye una de las más grandes ficciones sociológicas creadas para explicar hechos de la naturaleza material.
La metafísica de la dictadura está precisamente en su denominativo político. El hecho material, la concreción económica que la dictadura ofrece a los pueblos no admite diferencia de orden moral: es el Estado, la autoridad, la violencia elevada a las esferas donde tienen su trono el despotismo, la iniquidad y la explotación. ¿Y no son unos verdaderos metafísicos los revolucionarios que pretenden libertar al hombre por medio de los yugos y las cadenas?
Para destruir una ficción reformista, los bolcheviques crearon una ficción revolucionaria. Frente a un hecho de fuerza de la magnitud de la revolución rusa, no era posible pretender la renovación de las fracasadas ideas democráticas. El parlamentarismo no ilusionaba a la clase trabajadora. La ley había dejado de ser la panacea para las masas crédulas y apáticas. ¿Qué hacer ante semejante fracaso? Apelar a la metafísica de la dictadura.
En torno a esa palabra que encarna seculares despotismos, se fue construyendo lo que hoy se llama experiencia revolucionaria. ¿Qué nos ofrece de nuevo ese viejo concepto adornado con una nueva palabra? La democracia –gobierno del pueblo por el pueblo– es la metafísica de la legalidad, del derecho del ciudadano, de la igualdad jurídica. La dictadura del proletariado –ejercicio violento del poder para conquistar la libertad económica de la clase obrera– es la metafísica de la revolución. Por medio del parlamento o recurriendo a las barricadas, los marxistas persiguen el mismo fin: la conquista del poder político para la dominación económica sobre el proletariado.
Si no puede haber igualdad en la democracia, si el derecho jurídico es una ficción, si la ciudadanía no garantiza al esclavo su libertad económica, ¿es posible que la dictadura realice por sí sola, con sus elementos de fuerza, la conquista de los derechos políticos y económicos del proletariado? El Estado es una concreción materializada de la incapacidad de los hombres para vivir en la libertad. Que el gobierno tenga por base la democracia o surja de una conmoción social, para imponer los imperativos de una dictadura las consecuencias son idénticas para la mayoría sometida. La democracia no ha realizado el ideal del gobierno –del pueblo por el pueblo–. ¿Puede la dictadura realizar el ideal del gobierno de proletariado para el proletariado?
Los marxistas que hoy repudian las prácticas legalitarias, la acción parlamentaria y todas las groseras ficciones de la democracia, no tardarán en caer en el pantano que sirve de pudridero a todos los sistemas sociales. La dictadura, por lo mismo que es un ejercicio violento de funciones jurídicas y administrativas que lesionan intereses colectivos, solo puede ejercerla transitoriamente un gobierno de fuerza. Y más allá de la dictadura está la democracia, excepto que los comunistas de Estado pretendan establecer con carácter permanente un régimen de opresión peor que el zarista. ¿Que la dictadura ejercida por el partido bolchevique en nombre del proletariado, tiende a crear las bases de un régimen social distinto a los sistemas conocidos? He ahí un argumento metafísico.
Fuera de lo que pueda realizar el pueblo por sí mismo, con su esfuerzo y con su capacidad, nada de nuevo traerá esa “dictadura proletaria”. El proletariado delega en los jefes todas las funciones sociales, ¡y ofrece su fuerza bruta para elaborar sistemas que atentan contra la libertad y contra su vida! ¿Si el Estado queda en pie después de una revolución y si un nuevo gobierno suplanta al derrocado, debemos admitir que sigan subsistiendo las causas que provocaron el descontento popular y armaron el brazo de los revolucionarios? ¿Y pueden los hombres que se turnan en el poder, por muy identificados que estén con los dolores y las miserias del pueblo, destruir desde arriba los efectos de una organización social cuyas bases comienzan por asegurar con viejos materiales tomados en préstamo a las castas vencidas?
El proletariado ruso hizo una revolución sin precedentes en la historia. Pero, moral y económicamente considerada, ¿la dictadura del Partido Comunista representa una conquista efectiva para la clase trabajadora? La dictadura no es una abstracción. Para Rusia, ese sistema de gobierno constituye la más dolorosa experiencia: es el Estado revivido, la propiedad privada, la explotación, el salario, el hambre, la miseria y todas las plagas del capitalismo consideradas como una necesidad social por los gobernantes surgidos de las bajas capas del pueblo. Y si quitamos a esa dictadura su metafísica –si la despojamos del apelativo “proletario”– ¿qué es lo que queda de ella? La desnuda realidad de un gobierno que ha hecho de la violencia su ley y del despotismo la base política y económica de su dominación sobre el proletariado.
Sí; la democracia es una ficción, pero la dictadura es una realidad en lo que representa como sistema de gobierno y una metafísica en lo que teóricamente supone su agregado político: dictadura del proletariado.
Para los marxistas la ley, las reglamentaciones, los dictámenes del Estado, constituyen el único elemento de orden. Y poco importa que una fracción que se llama revolucionaria, recomiende al proletariado la acción violenta para conquistar el poder. Una revolución cumplida es, para un marxista, el agotamiento de las fuerzas populares mediante la creación de una autoridad soberana e indiscutible. Y la “dictadura del proletariado” –ya lo hemos visto en Rusia–, no es otra cosa que una democracia conquistada y violada por un partido. El funcionamiento del soviet ruso, sus leyes y reglamentos, sus autoridades subordinadas a un órgano central absolutista; su sistema político y su administración económica, ¿no son realmente otras tantas manifestaciones de la democracia burguesa transitoriamente sometida a dispositivos violentos que durarán lo que dure el proceso de equilibrio social inaugurado por la comisariocracia roja?
Los metafísicos de la “dictadura del proletariado” pretenden desconocer esta realidad política y económica: Rusia marcha hacia el capitalismo –en sus formas clásicas–, con propiedad privada y salariados y como consecuencia de ello el soviet está obligado a democratizarse. Y esto significa el fin de la dictadura, en lo que es aún más doloroso para los creyentes del mito bolchevique, en esa realidad histórica está la muerte de la ficción proletaria de esa misma dictadura.
Inmediatamente esa desilusión será funesta para el comunismo dictatorial. Pero la culpa será de quienes se empañaron en hacer metafísica con una cosa tan material y grosera como es la dictadura.
Emilio López Arango
La metafísica de la dictadura está precisamente en su denominativo político. El hecho material, la concreción económica que la dictadura ofrece a los pueblos no admite diferencia de orden moral: es el Estado, la autoridad, la violencia elevada a las esferas donde tienen su trono el despotismo, la iniquidad y la explotación. ¿Y no son unos verdaderos metafísicos los revolucionarios que pretenden libertar al hombre por medio de los yugos y las cadenas?
Para destruir una ficción reformista, los bolcheviques crearon una ficción revolucionaria. Frente a un hecho de fuerza de la magnitud de la revolución rusa, no era posible pretender la renovación de las fracasadas ideas democráticas. El parlamentarismo no ilusionaba a la clase trabajadora. La ley había dejado de ser la panacea para las masas crédulas y apáticas. ¿Qué hacer ante semejante fracaso? Apelar a la metafísica de la dictadura.
En torno a esa palabra que encarna seculares despotismos, se fue construyendo lo que hoy se llama experiencia revolucionaria. ¿Qué nos ofrece de nuevo ese viejo concepto adornado con una nueva palabra? La democracia –gobierno del pueblo por el pueblo– es la metafísica de la legalidad, del derecho del ciudadano, de la igualdad jurídica. La dictadura del proletariado –ejercicio violento del poder para conquistar la libertad económica de la clase obrera– es la metafísica de la revolución. Por medio del parlamento o recurriendo a las barricadas, los marxistas persiguen el mismo fin: la conquista del poder político para la dominación económica sobre el proletariado.
Si no puede haber igualdad en la democracia, si el derecho jurídico es una ficción, si la ciudadanía no garantiza al esclavo su libertad económica, ¿es posible que la dictadura realice por sí sola, con sus elementos de fuerza, la conquista de los derechos políticos y económicos del proletariado? El Estado es una concreción materializada de la incapacidad de los hombres para vivir en la libertad. Que el gobierno tenga por base la democracia o surja de una conmoción social, para imponer los imperativos de una dictadura las consecuencias son idénticas para la mayoría sometida. La democracia no ha realizado el ideal del gobierno –del pueblo por el pueblo–. ¿Puede la dictadura realizar el ideal del gobierno de proletariado para el proletariado?
Los marxistas que hoy repudian las prácticas legalitarias, la acción parlamentaria y todas las groseras ficciones de la democracia, no tardarán en caer en el pantano que sirve de pudridero a todos los sistemas sociales. La dictadura, por lo mismo que es un ejercicio violento de funciones jurídicas y administrativas que lesionan intereses colectivos, solo puede ejercerla transitoriamente un gobierno de fuerza. Y más allá de la dictadura está la democracia, excepto que los comunistas de Estado pretendan establecer con carácter permanente un régimen de opresión peor que el zarista. ¿Que la dictadura ejercida por el partido bolchevique en nombre del proletariado, tiende a crear las bases de un régimen social distinto a los sistemas conocidos? He ahí un argumento metafísico.
Fuera de lo que pueda realizar el pueblo por sí mismo, con su esfuerzo y con su capacidad, nada de nuevo traerá esa “dictadura proletaria”. El proletariado delega en los jefes todas las funciones sociales, ¡y ofrece su fuerza bruta para elaborar sistemas que atentan contra la libertad y contra su vida! ¿Si el Estado queda en pie después de una revolución y si un nuevo gobierno suplanta al derrocado, debemos admitir que sigan subsistiendo las causas que provocaron el descontento popular y armaron el brazo de los revolucionarios? ¿Y pueden los hombres que se turnan en el poder, por muy identificados que estén con los dolores y las miserias del pueblo, destruir desde arriba los efectos de una organización social cuyas bases comienzan por asegurar con viejos materiales tomados en préstamo a las castas vencidas?
El proletariado ruso hizo una revolución sin precedentes en la historia. Pero, moral y económicamente considerada, ¿la dictadura del Partido Comunista representa una conquista efectiva para la clase trabajadora? La dictadura no es una abstracción. Para Rusia, ese sistema de gobierno constituye la más dolorosa experiencia: es el Estado revivido, la propiedad privada, la explotación, el salario, el hambre, la miseria y todas las plagas del capitalismo consideradas como una necesidad social por los gobernantes surgidos de las bajas capas del pueblo. Y si quitamos a esa dictadura su metafísica –si la despojamos del apelativo “proletario”– ¿qué es lo que queda de ella? La desnuda realidad de un gobierno que ha hecho de la violencia su ley y del despotismo la base política y económica de su dominación sobre el proletariado.
Sí; la democracia es una ficción, pero la dictadura es una realidad en lo que representa como sistema de gobierno y una metafísica en lo que teóricamente supone su agregado político: dictadura del proletariado.
Para los marxistas la ley, las reglamentaciones, los dictámenes del Estado, constituyen el único elemento de orden. Y poco importa que una fracción que se llama revolucionaria, recomiende al proletariado la acción violenta para conquistar el poder. Una revolución cumplida es, para un marxista, el agotamiento de las fuerzas populares mediante la creación de una autoridad soberana e indiscutible. Y la “dictadura del proletariado” –ya lo hemos visto en Rusia–, no es otra cosa que una democracia conquistada y violada por un partido. El funcionamiento del soviet ruso, sus leyes y reglamentos, sus autoridades subordinadas a un órgano central absolutista; su sistema político y su administración económica, ¿no son realmente otras tantas manifestaciones de la democracia burguesa transitoriamente sometida a dispositivos violentos que durarán lo que dure el proceso de equilibrio social inaugurado por la comisariocracia roja?
Los metafísicos de la “dictadura del proletariado” pretenden desconocer esta realidad política y económica: Rusia marcha hacia el capitalismo –en sus formas clásicas–, con propiedad privada y salariados y como consecuencia de ello el soviet está obligado a democratizarse. Y esto significa el fin de la dictadura, en lo que es aún más doloroso para los creyentes del mito bolchevique, en esa realidad histórica está la muerte de la ficción proletaria de esa misma dictadura.
Inmediatamente esa desilusión será funesta para el comunismo dictatorial. Pero la culpa será de quienes se empañaron en hacer metafísica con una cosa tan material y grosera como es la dictadura.
Emilio López Arango
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