La teoría del caos y la familia nuclear - Hakim Bey
DOMINGO
EN EL RIVERSIDE PARK
los Padres ponen a los hijos en su sitio,
clavándolos mágicamente a la hierba con funestas miradas embrujadas de
lechosa camaradería, forzándolos a lanzar bolas de béisbol una y otra
vez durante horas. Los niños casi parecen pequeños san sebastianes
atravesados por las flechas del aburrimiento.
Los vanos rituales de la diversión familiar transforman cada húmedo prado veraniego en un parque temático, a cada hijo en una alegoría in
voluntaria
de la riqueza del Padre, en una pálida representación alejada 2 ó 3
veces de la realidad: el niño como metáfora de cualquier cosa.
Y aquí llego yo con la caída de la noche, colocado en polvo de setas,
medio convencido de que estos cientos de luciérnagas surgen de mi
propia conciencia -¿Dónde han estado todos estos años?
¿Por qué tantas de repente?- cada una de ellas elevándose en
el momento de su incandescencia, trazando rápidos arcos como las
grafías abstractas de la energía en el esperma.
";Familias! ;Usureras del amor! ;Cómo las odio!" Las pelotas de béisbol
vuelan sin rumbo a la luz vespertina, pases que se pierden, las voces
se elevan en quejoso cansancio. Los niños sienten cómo la puesta de sol
va encostrando las últimas horas de libertad concedida, pero aún los
Padres insisten en prolongar las tibias postrimerías de su sacrificio
patriarcal hasta la hora de la cena, hasta que las sombras se coman la
hierba.
De entre estos hijos de la clase acomodada uno cruza miradas conmigo
por un instante. Le transmito telepáticamente una imagen de dulce
licencia, el olor del TIEMPO desatado de todas las redes de la escuela,
las clases de música, los campamentos de verano, las tardes familiares
alrededor de la tele, los Domingos en el Parque con Papá -tiempo
auténtico, tiempo caótico-.
Ya la familia abandona el parque, un pequeño pelotón de desdicha. Pero
ése se ha dado la vuelta y me sonríe con complicidad -"mensaje
recibido"- y sale bailando tras una luciérnaga, reflotado por mi deseo.
El Padre ladra un mantra que disipa mi poder.
El momento pasa. El niño es tragado por el esquema de la semana -se
desvanece como un pirata de piernas desnudas o un indio prisionero de
los misioneros-. El parque sabe quien soy, se revuelve bajo mis pies
como un jaguar gigante a punto de despertar para la meditación
nocturna. La tristeza aún lo retiene, pero permanece salvaje en su más
profunda esencia: un desorden exquisito en el corazón de la noche
urbana.
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Hakim Bey |
texto extraído de http://www.merzmail.net/comunicados.htm
ffffffffffffffffffff que hermosura
ResponderEliminarQue deleite de texto
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