El siguiente texto, obra de de Bert F. Hoselitz, fue escrito a mediados del siglo XX y corresponde al prefacio del
Libro Escritos de Filosofía Política I y II - Mijaíl Bakunin, selección y compilado de textos a cargo de G.P.
Maximoff. El tomo I del libro lo pueden consultar haciendo click aquí.

El
anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Nos sentimos
tentados a decir que tan antigua como la idea del gobierno, pero faltan
pruebas seguras en apoyo de dicho aserto. No obstante, poseemos textos
con más de 2.000 años de antigüedad que no sólo describen una sociedad
humana sin gobierno, fuerza y ley restrictiva, sino que consideran este
estado de las relaciones sociales como el ideal de la sociedad. En
bellas y poéticas palabras, Ovidio nos proporciona una descripción de la
utopía anarquista. En el primer libro de sus Metamorfosis describe una
edad de oro donde no había ley y todos mantenían su lealtad y realizaban
lo justo sin necesidad de compulsión alguna. Allí no había miedo al
castigo, ni sanciones legales grabadas sobre tablillas de bronce, ni
ninguna masa de suplicantes miraba llena de espanto a su vengador,
porque sin jueces todos vivían en seguridad. La única diferencia entre
la visión del poeta romano y la idea de los anarquistas filosóficos
modernos es que el primero situó la edad de oro al comienzo de la
historia humana, mientras estos últimos la sitúan al final.
Pero
Ovidio no fue el inventor de esos sentimientos. En su poesía repitió
ideas que se habían abrigado durante siglos. Georg Adler, historiador
social alemán que en 1899 publicó un estudio exhaustivo y bien
documentado sobre la historia del socialismo, mostró que los criterios
anarquistas fueron mantenidos sin duda por Zenón (342 al 270 a. C.),
fundador de la escuela estoica de filosofía[Georg Adler, Geschichte des
Sozialismus und Kommunismus von Plato bis zur Gegenwatt,Leipzig, 1899,
pp. 46-51.]. Había sin duda fuertes sentimientos anarquistas entre
muchos de los primeros ermitaños cristianos, y en los criterios
político-religiosos de algunos —como, por ejemplo, Carpocrates y sus
discípulos (siglo II de la era cristiana)— esos sentimientos parecen
haber ocupado una posición fuerte, y quizá predominante. Sentimientos
semejantes se revivieron entre algunas de las sectas cristianas
fundamentalistas de la Edad Media, e incluso del período moderno.
Max
Nettlau, el infatigable historiador del anarquismo, se ha ocupado
también de esta cuestión y enumera una serie de trabajos, compuestos
durante los dos siglos precedentes a la Revolución Francesa, que
contienen puntos de vista libertarios, o incluso abiertamente
anarquistas[Max Nettlau, Der Verfrühling der Anarchie, Berlin, 1925, pp.
34-66]. Entre los trabajos franceses más importantes de este período
están el Discours de la Servitude Volontaire de Etionne de la Boétie,
compuesto alrededor del 1550, pero no publicado hasta 1577; el libro de
Gabriel Foigny, Les aventures de Jacques Sadeur dans la Dêcouverte et le
Voyage de la Terre Australe, que apareció anónimamente en 1676; unos
pocos ensayos cortos de Diderot, y una serie de poemas, fábulas y
relatos de Sylvain Maréchal que se publicaron en las dos décadas
inmediatamente anteriores a la Revolución.
De
modo semejante, pueden encontrarse ideas anarquistas durante el mismo
período en Inglaterra, donde —como en Francia— suelen expresarlas
representantes del ala más radical de la clase media ascendente.
Aparecen, así, concepciones anarquistas en algunos de los escritos de
Winstanley, y es bien conocido que el joven Burke, en su Vindication of
Natural Society (1756), presenta un ingenioso argumento en favor de la
anarquía, aunque la finalidad del trabajo fuera la sátira.
Pero
todos estos escritos y muchos otros poseen una o dos características
que los hacen diferir profundamente de los textos anarquistas
posteriores. O bien son abiertamente utópicos, como acontece con los
libros de Foygny o Maréchal, o se trata de opúsculos políticos dirigidos
contra algún abuso experimentado directamente de algún legislador o
algún gobierno, o dirigido al logro de una mayor libertad de acción
dentro de una constelación política particular. No es infrecuente que
contengan un análisis de la teoría política, pero es siempre incidental y
no constituye nunca la meta principal del trabajo.
Como
teoría sistemática, el anarquismo filosófico puede considerarse
iniciado en Inglaterra con el trabajo de William Godwin Enquiry
Concerning Political Justice, que apareció en 1793. El anarquismo de
Godwin, como el de sus más inmediatos predecesores y el de Proudhon unos
cincuenta años después, es la teoría política del ala más radical de la
pequeña burguesía. En la Revolución Inglesa de 1668 y en la Revolución
Francesa de 1789 la burguesía había roto el monopolio del poder político
detentado antes por la corona y la aristocracia. Aunque los gobiernos
post-revolucionarios estaban todavía muy influidos por la nobleza rural y
la burocracia (que durante mucho tiempo siguió siendo una noblesse
derobe), las familias de clase media más poderosas y opulentas se
asociaron gradualmente por medio de matrimonios y alianzas políticas con
los círculos aristocráticos; y puesto que el gobierno se abstenía de una
interferencia excesiva en sus asuntos económicos, la hauteburgeoisie le
prestaba su apoyo gustosamente.
Pero
puesto que exigía y obtenía mayor libertad en asuntos económicos, fue
un instrumento en el proceso de abolir gradualmente o hacer ineficaces
las viejas organizaciones gremiales y otras asociaciones protectoras y
casi monopolísticas, que habían sobrevivido desde la Edad Media y habían
llegado a constituir una traba para el pleno desarrollo hasta del
comercio en pequeña escala y de las manufacturas. A finales del siglo
XVIII el productor inglés que tenía unos pocos empleados, el pequeño
tendero y el comerciante de baratijas formaban todos una masa de
empresarios independientes. A mediados del siglo XIX, en Francia, el
artesano y el artífice, el campesino que ganaba lo justo para mantenerse
a sí mismo y a su familia habían adquirido también la naturaleza de
pequeños empresarios independientes. Todos esos hombres sólo tenían un
pequeño capital a su disposición; estaban expuestos a los abiertos
vientos de la competencia, sin protección de los gremios ni otras
organizaciones cooperativas; por lo mismo, se vieron relegados a un
estado de impotencia política. No recibieron beneficios del gobierno, y
todas las legislaciones parecían tender a la protección de la propiedad a
gran escala, a la salvaguarda de la opulencia acumulada, al
mantenimiento de derechos monopolísticos en manos de las grandes
compañías de comercio, y al apoyo a los privilegios económicos y
políticos establecidos.
Los elementos más moderados de este
grupo patrocinaban la tendencia hacía una reforma parlamentaria,
mientras los radicales seguían a Paine y más tarde a los cartistas; pero
algunos intelectuales más radicales mantuvieron ideas anarquistas. La
distancia entre el anarquismo de Godwin y el liberalismo de algunos de
sus contemporáneos no era muy grande. Básicamente, ambas doctrinas
surgían de la misma corriente de tradiciones políticas,y la diferencia
principal entre ellas se encontraba en que el anarquismo constituía la
deducción más lógica y coherente a partir de las premisas comunes de la
psicología pragmatista y la creencia de que la mayor felicidad y las
relaciones sociales más armoniosas sólo podrían conseguirse si todas las
personas disponían de libertad para perseguir su propio interés.
Desde
luego, y siguiendo a John Locke, los liberales consideraban a la
propiedad como una consecuencia del derecho natural, y por ello apoyaban
el mantenimiento de un monopolio del poder político en manos del
gobierno para salvaguardar la seguridad de la propiedad y la vida contra
un ataque interno y externo. Pero a esto replicaban los anarquistas:el
gobierno protege la propiedad de los ricos; esta propiedad es un robo;
suprimid el gobierno y acabaréis con los latifundios y la gran propiedad
industrial; de este modo crearéis una sociedad igualitaria de
productores pequeños y económicamente autónomos, una sociedad que además
estará libre de privilegios o distinciones clasistas, donde el gobierno
será superfluo porque la felicidad, la seguridad económica y la
libertad personal de cada uno estarán salvaguardadas sin su
intervención.
Es
de la mayor importancia comprender que la doctrina anarquista propuesta
por Godwin, Proudhon y sus contemporáneos fue la apoteosis de la
existencia pequeño-burguesa. Que su ideal último era idéntico al Cándido
de Voltaire: cultivar el propio jardín; que ignoraba o se oponía a las
empresas industriales o agrícolas de grandes dimensiones; y que, por
tanto, jamás se convirtió en una teoría política capaz de encontrar
simpatía o un apoyo entusiástico entre las masas de trabajadores
industriales. Era la ampliación radical de la doctrina liberal que
consideraba que la libertad de cada uno era el bien político más
elevado,y que la confianza responsable en la propia conciencia era el
más alto deber político. Se basaba, por consiguiente, en una filosofía
política estrechamente unida al ascenso de movimientos políticos de
clase media liberales y antisocialistas. Pero Bakunin, como es bien
sabido, se consideraba un socialista; logró su admisión como miembro
dirigente de la Asociación Internacional de Trabajadores, luchó por el
control de esta organización y tuvo entre sus seguidores a muchos
verdaderos proletarios.
¿Cómo
y por qué se asoció tan estrechamente hacia mediados del siglo XIX el
anarquismo con el socialismo, filosofía política que capitaneaba las
aspiraciones de un estrato social diferente y que atraía a una clase de
hombres tan distinta? No es necesario insistir en que la camaradería
entre anarquistas y socialistas no fue nunca muy satisfactoria. Sin
embargo, a pesar de los conflictos repetidos, las acusaciones mutuas y
los amargos abusos, los anarquistas y los socialistas se agruparon una y
otra vez, de tal manera que a finales del siglo XIX se consideraba
habitualmente al anarquismo como el ala más radical del socialismo. La
razón de este estrecho vínculo entre socialistas y anarquistas no puede
hallarse en la semejanza de sus doctrinas básicas, sino únicamente en la
estrategia revolucionaria común a ambos.
La
filosofía política de Godwin y Proudhon expresaba, como ya dijimos, las
aspiraciones de una parte de la pequeña burguesía. Con la consolidación
del capitalismo en Europa occidental y central durante el siglo XIX, la
lenta extensión del sufragio y la gradual retirada del laissez-faire,
absoluto, unida a la adopción por el Estado de nuevas responsabilidades
respecto a sus ciudadanos, sectores cada vez más amplios de la clase
medíase convirtieron en firmes apoyos del orden político existente, y el
anarquismo llegó a ser cada vez más una filosofía sostenida sólo por
grupos pequeños y marginales de intelectuales. Este desarrollo tuvo como
resultado que la teoría anarquista se volviera más difusa, y al mismo
tiempo más radical. En vez de escribir gruesos volúmenes, como sucedía
con Godwin y Proudhon, los anarquistas comenzaron a escribir opúsculos,
panfletos y artículos de periódicos o revistas donde trataban asuntos
del día, puntos de controversia personal o defacciones, y problemas de
táctica revolucionaria.
Los escritos a menudo
fragmentarios de Bakunin —la alta proporción de manifiestos, proclamas y
cartas abiertas en su obra— no son sólo típicos de sus rasgos
personales, sino de la gran mayoría de las publicaciones anarquistas de
su época. En esta situación, para salvar la teoría anarquista de una
completa desintegración lo que se necesitaba era la aparición de un gran
teórico o de una personalidad dinámica y poderosa que, por el
transparente atractivo de sus propias convicciones, reuniese los
fragmentos desperdigados del movimiento. Este papel fue el que le tocó a
Bakunin. Sin ser un teórico de la altura de su gran antagonista, Marx,
fue superior al líder socialista en el fervor de sus convicciones y en
la pasión con que las expresó.
La importancia de Bakunin
para los estudiantes de filosofía política reside, por eso, en la
posición crucial que su obra ocupa dentro de la literatura anarquista y
libertaria en general.A pesar de su abierta confusión en muchos casos, a
pesar de las contradicciones internas de sus escritos, a pesar del
carácter fragmentario de casi toda su producción literaria, Bakunin debe
ser considerado el filósofo político anarquista más importante. Por el
accidente de su nacimiento —tanto en el tiempo como en el lugar—, como
consecuencia del cual sufrió muchas influencias tempranas desde el
contacto con la eslavofilia hasta el hegelianismo, el marxismo y el
proudhonismo; y en virtud también de su temperamento inquieto y
romántico, Bakunin es un hombre que se encuentra en la encrucijada de
diversas corrientes intelectuales, que ocupa una posición en la historia
del anarquismo a finales de la era antigua y a comienzos de una nueva.
No
hay en las obras de Bakunin nada parecido al grave sentido común de
Godwin, a la pesada dialéctica de Proudhon, a la ponderada minuciosidad
de Max Stirner. En ellas ha desaparecido el anarquismo como teoría de la
especulación política, y harenacido como teoría de la acción política.
Bakunin no está satisfecho con perfilar los males del sistema existente y
describir el marco general de una sociedad libertaria; predica la
revolución, participa en la actividad revolucionaria, conspira, arenga,
hace propaganda, forma grupos de acción política y apoya todo alzamiento
social, grande o pequeño, prometedor o destinado al fracaso, desde su
mismo comienzo. Y el tipo de rebelión en la que piensa sobre todo
Bakunin es la salvaje Pugachevchina, el desencadenamiento de las masas
campesinas reprimidas durante siglos, que habían saqueado y destruido el
campo, pero que se habían demostrado esencialmente incapaces de
construir una sociedad nueva y mejor. Y aunque Bakunin no fue miembro de
ninguno de los grupos de acción nihilista de Rusia ni en ninguna otra
parte, su incondicional adhesión al derrocamiento revolucionario del
orden existente suministraba inspiración a los hombres y mujeres jóvenes
que creían en la eficacia de la«propaganda por los hechos».
Con
Bakunin aparecieron, por tanto, dos nuevas tendencias en la teoría
anarquista. La doctrina se desplazó desde la especulación abstracta
sobre el uso y el abuso del poder político a una teoría de la acción
política práctica. Al mismo tiempo, el anarquismo dejó de ser la
filosofía política del ala más radical de la pequeña burguesía y se
convirtió en una doctrina política que reclutaba la masa de sus
adherentes entre los obreros, incluso entre el lumpenproletariat, aunque
sus cuadros centrales siguieran reclutándose entre la intelligentsia.
Sin Bakunin es impensable el sindicalismo anarquista como el que existió
largo tiempo sobre todo en España. Sin Bakunin, Europa quizá nunca
habría presenciado un movimiento político anarquista organizado, como el
que se hizo sentir en Italia, Francia y Suiza en los treinta años
anteriores a la Primera Guerra Mundial. Y el talento de Bakunin y su
imaginación para «establecer una escuela de actividad subversiva
tuvieron una importante influencia en las tácticas de Lenin» [John
Maynard, Russia in Flux, Londres,1941, p. 87].
Por
tanto, se puede considerar que el papel de Bakunin en la tradición
anarquista consistió en la fundación de un nuevo grupo político, en cuyo
programa se encontraba la abolición de todos los partidos y todas las
políticas, y en la elaboración del programa de un nuevo partido,
estableciendo sus pilares filosóficos y políticos generales. No es una
hazaña pequeña, pero dada la peculiar constelación de movimientos
políticos, intelectuales y prácticos que afectaron a Bakunin, su
contribución a la teoría política debe ser de especial interés para los
estudiantes dedicados a la historia de las ideas políticas y sociales.
En el núcleo del pensamiento político de Bakunin hay dos problemas que
han suministrado tema para una verdadera multitud de argumentaciones y
debates: la libertad y la violencia. El primero de ellos ha sido la
preocupación principal del anarquismo filosófico desde el mismo momento
de su aparición en el pensamiento humano; el segundo fue añadido por
Bakunin. La originalidad de su contribución está en el entrelazamiento
de ambos temas dentro de una totalidad coherente.Desgraciadamente, el
pensamiento de Bakunin ha recibido muy escasa atención hasta hace muy
poco tiempo en los Estados Unidos. Por ejemplo, el conocido texto de
George H. Sabine Historia de la Teoría Política sólo menciona una vez a
Bakunin, e incluso en esa ocasión no hace comentario alguno sobre sus
puntos de vista, sino que simplemente lo enumera como precedente
intelectual del sindicalismo. Sólo una minúscula fracción de los
trabajos originales de Bakunin han estado disponibles hasta el presente
en traducciones inglesas, y por lo mismo sus propias opiniones
expresadas en sus propias palabras apenas son conocidas para quienes no
leen otras lenguas. Pero tampoco son fáciles de conseguir la sediciones,
rusas, francesas, alemanas y españolas de las obras de Bakunin, y hay
bastantes bibliotecas en los Estados Unidos, incluso grandes, que sólo
poseen colecciones muy pobres e incompletas de sus escritos.
La razón de esta negligencia en hacer disponibles las obras de un
pensador político indiscutiblemente importante en una edición americana
parece ser triple. En parte, la mala reputación que el anarquismo ha
tenido en los Estados Unidos es una de las causas. Puesto que se
consideraba un conjunto de creencias mantenidas por «criminales» o en el
mejor de los casos «lunáticos», no parecía necesario poner a
disposición de los lectores americanos la obra de un hombre considerado
como el antecedente intelectual más importante de esa«demencia
política». Pero ya hemos visto que el anarquismo no se originó en
Bakunin; posee una historia larga y distinguida, y algunas de sus raíces
—la búsqueda de la libertad humana,el postulado de una confianza moral
responsable en la propia conciencia, el derecho a usar de la violencia
contra la tiranía— se encuentran en la tradición radical cristiana y
anglosajona, que tiene una profunda influencia sobre el pensamiento
político en los Estados Unidos.
Una segunda razón para la
inexistencia casi total de escritos de Bakunin en inglés ha sido la
persistencia de un relato histórico unilateral sobre su conflicto con
Marx, llevado casi al extremo de una leyenda por los seguidores y
discípulos posteriores de este último. El incidente, la lucha por
controlar la Asociación Internacional de Trabajadores, es probablemente
el episodio más conocido de la vida de Bakunin. Por desgracia, no existe
un solo estudio verdaderamente objetivo sobre dicho conflicto. Los
seguidores de Marx han atribuido a veces los más siniestros motivos a
Bakunin, y los seguidores de Bakunin, especialmente James Guillaume,
parecen inspirados por tal odio hacia Marx que sus descripciones del
conflicto deben descartarse debido a sus evidentes prejuicios. La mejor y
más detallada historia de las relaciones de Bakunin con Marx, entre
cuantas conozco, es el relato hecho por E. H. Carr en su biografía de
Bakunin. No es necesario repetirlo aquí, ni siquiera en un breve
resumen. En su aspecto esencial, la lucha entre Bakunin y Marx tenía por
objeto el control de una organización con ramificaciones
internacionales, que ambos creían capaz de conseguir gran influencia
entre amplias masas de trabajadores. Puesto que la organización
necesitaba tener un programa político claro y coherente, la lucha se
hizo despiadada y utilizando todas las armas ideológicas a disposición
de cada uno de los lados. Hubo denuncias y contra-denuncias, hubo
censuras sobre el carácter y la pureza de motivos entre los oponentes, y
puesto que tanto Marx como Bakunin podían encolerizarse y ser
sarcásticos y violentos en el uso de las palabras, el conflicto fue
doloroso para cada uno y dejó como secuela una gran cantidad de odio,
sospechas y malos sentimientos. Bakunin perdió, pero la victoria de Marx
fue una victoria pírrica, como es bien sabido. El conflicto entre los
gigantes había destruido a la Internacional. La venganza póstuma del
movimiento marxista, infinitamente mejor organizado y provisto de fondos
considerablemente más amplios que los seguidores de Bakunin, fue el
intento de condenar a Bakunin al olvido. Pero al hacerlo así hirió al
propio Karl Marx, que había continuado leyendo los escritos de Bakunin
incluso tras la ruptura; y sobre la base de algunas notas marginales que
Marx escribió en su ejemplar de Gesudarstvennest i Anarkhiia (Estatismo
y Anarquismo), publicadas por Ryazanoff en el segundo volumen (1926) de
Letopisi Marksisma, hemos deconcluir que muchas ideas de Bakunin
ejercieron una influencia profunda y duradera sobre él. Y aunque la
influencia de Bakunin sobre el socialismo ruso sólo se ha investigado
parcialmente, poca duda cabe de que debe ser contado entre los
precedentes intelectuales del partido leninista.
La tercera
razón para la falta de publicidad de las obras de Bakunin en Estados
Unidos debe atribuirse al propio Bakunin. Como ya hemos indicado, la
mayor parte de sus obras son fragmentarias o tratan problemas políticos
del día o disputas entre facciones. El lector de esas obras se encuentra
ante una pieza incompleta y necesita familiarizarse con un conjunto de
datos sobre la historia de los partidos y movimientos radicales del
siglo XIX para poder valorar las plenamente. Los posibles lectores de
Bakunin han recibido alguna ayuda desde 1937 en la amplia biografía
publicada por Edward H. Carr. Pero la utilidad del trabajo de Carr está
estrictamente limitada, puesto que trata casi exclusivamente de los
incidentes fácticos de la vida de Bakunin, y no de sus ideas. La
intención obvia de Carr de no escribir una biografía intelectual aparece
claramente demostrada por el hecho de no mencionar siquiera el libro
Estatismo y Anarquismo, al que algunos consideran como la obra principal
y más madura de Bakunin.
Por
todos estos motivos, parece eminentemente deseable dejar que Bakunin
hable por sí mismo. Pero publicar en inglés una selección amplia de sus
obras habría presentado insuperables dificultades. No menos de varios
volúmenes son necesarios para hacer justicia ala voluminosa producción
de Bakunin. Dicho procedimiento era claramente impracticable — por muy
deseable que pudiera considerarse desde el punto de vista puramente
académico—,y sin duda habría retrasado durante décadas, si no para
siempre, la aparición de las obras de Bakunin en inglés. Por fortuna
esas dificultades quedan evitadas por la inteligente compilación y la
presentación sistemática de fragmentos de las obras de Bakunin realizada
por G. P. Maximoff, e incluida en este volumen. Aunque Bakunin nunca
presentó sus ideasen forma tan sistemática y lógicamente coherente, la
ventaja de esta solución es obvia: segana mucho espacio sin perder ni la
sustancia ni la fundamentación exhaustiva del pensamiento de Bakunin.
Creemos, por ello, que este trabajo presenta de un modo adecuado el
pensamiento de un importante pensador político del siglo XIX , y desde
luego de una de lastres o cuatro figuras principales en la historia del
anarquismo filosófico.
Pero hay todavía otra razón para
considerar oportuna una publicación actual de los escritos de Bakunin.
El estado burocrático y centralizado crece por todas partes. En la
órbita soviética todas las libertades personales, que incluso en los
períodos más democráticos deesos países tuvieron una existencia muy
tenue, están siendo suprimidas más concienzudamente que nunca. En el
mundo occidental, las libertades políticas están sufriendo un ataque
desde diversos puntos, y las masas —en vez de vocear abiertamente su
preocupación por esta tendencia— parecen hacerse cada día más inertes,
con gustos estereotipados, criterios estereotipados y, nos tememos,
emociones estereotipadas. El campo está abierto de par en par para
demagogos y charlatanes, y aunque pueda ser cierto todavía que resulta
imposible engañar a todos durante todo el tiempo, muchas personas han
sido al parecer engañadas durante un período muy largo. El estado
cuartelario de Stalin, por una parte, y la creciente apatía política de
amplios sectores de las masas populares, por otra, han proporcionado un
nuevo ímpetu a algunos hombres de visión para reflexionar nuevamente
sobre algunos de los principios considerados habitualmente como
fundamento del pensamiento político occidental. El significado de la
libertad, como las formas y límites de la violencia política, son
problemas que preocupan hoy a tantos espíritus inteligentes como en los
días de La Boétie, Diderot, Junius y Bakunin. En una situación
semejante, el hombresuele volver —en busca de inspiración o confirmación
para su pensamiento— sobre la obra de quienes han luchado con problemas
idénticos o similares. Las sorprendentes y a menudo brillantes
intuiciones de Bakunin presentadas en este volumen deben ser una
fructífera fuente de ideas nuevas para la aclaración de las grandes
cuestiones que rodean a los problemas de la libertad y el poder.
Bert F. Hoselitz