La idea de desarrollo es uno de esos conceptos que
han acompañado a nuestra especie durante toda la historia. El desarrollo
es inherente a la condición humana, es la búsqueda, la evolución. El
desarrollo no tiene campo de actuación determinado, todo es
desarrollable: la ciencia, la política, la economía... Por supuesto hay
que entender todos estos conceptos en su sentido amplio y no reducidos a
la estrechez de miras de este sistema cerril. Hoy en día, debido a esa
visión manipulada, se entiende que el desarrollo es sinónimo de
crecimiento. Se llama desarrollo al crecimiento e instauración en todas
sus formas del sistema productivista capitalista. Se llama desarrollo a
la globalización, a la instalación de centrales nucleares, a la tala de
bosques. . Se relaciona con el desarrollo cualquier tipo de actividad
económica, hasta el punto de igualar el concepto con el de crecimiento
económico.
El crecimiento económico es el credo del capitalismo (ya sea liberal o de Estado), de hecho el capitalismo está hecho por y para ello. Dicho crecimiento es indispensable en cualquier actividad que se desarrolle en su seno, no existen las acciones desinteresadas. Dentro del capitalismo, la supervivencia pasa por ese crecimiento, y a su vez el crecimiento es la solución a las situaciones desesperadas (hambre, miseria, crisis sociales, crisis ecológicas...) Por ello, cualquier iniciativa por parte del sistema, ya sea en su versión política (aparatos estatales), o en su versión económica (corporaciones, patronales, empresas), pasa irremediablemente por el filtro de la rentabilidad.
Normalmente el crecimiento económico va ligado al consumo de recursos naturales. Las materias primas son la base de la riqueza. Respecto a esto el sistema también adquiere posicionamiento. Hasta ahora se ha confiado en que las materias primas son inagotables, y en el caso de que no fuera así, se ha mantenido una fe ciega en la tecnología para conseguir que sí lo sean. De esta manera se da una explotación abusiva de los recursos. Es lo que se ha llamado mentalidad a corto plazo, pues primaba el beneficio inmediato, sin importar las posibles consecuencias futuras.
Desde un tiempo para acá se mantiene desde ciertos círculos de opinión que esa visión contrasta con la realidad finita de nuestro planeta, y que los recursos son agotables. Esta visión choca con el modelo económico capitalista que impulsa a toda costa el crecimiento y por lo tanto el consumo de recursos. Siguiendo las directrices capitalistas los recursos acabarán por agotarse. Por otra parte la ley de la entropía nos advierte que la tecnología no podrá solucionar los desperfectos causados por el ser humano, pues la energía, si bien no se crea ni se destruye, pasa a estados de indisponibilidad. Esto hace que el confiar en un uso infinito de la energía sea una concepción errónea, y que utilizar esa energía en procesos tecnológicos para arreglar problemas ya presentes aumente aún más el desorden (entropía), causando más daño incluso del que ya estaba hecho. Estos argumentos han provocado la caída del paradigma capitalista de la infinitud de los recursos, y junto con una serie de desastres naturales acontecidos en el siglo XX han provocado el estallido de una cierta conciencia ecologista. Esta conciencia se traduce en las luchas sociales-ecologistas que se han extendido por todo el mundo desarrollado.
Otra de las características de cualquier sistema de dominación en general y del nuestro en particular es que intenta asumir en su seno las inquietudes sociales, para después darles salida en formas que no comprometan su propia existencia. En el caso de la crisis ecológica, las estructuras políticas plantean el Desarrollo Sostenible. El motivo aparente de tal formulación es el asumir que el sistema de producción y consumo a la escala que se desarrolla en la actualidad supondrá el agotamiento paulatino de los recursos. Es por tanto menester idear un sistema de producción, un crecimiento económico menos agresivo con el medio, un desarrollo distinto, que sea sustentable por el medio.
El Desarrollo Sostenible tiene su nacimiento oficial en la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo, designada por la ONU para estudiar y diseñar los planteamientos de una serie de consideraciones de anteriores reuniones y cumbres de Jefes de Estado. Dicha comisión, bajo la presidencia de la ministra noruega Brundtland, elabora en 1987 un informe titulado “Nuestro Futuro Común” en el que se define como Desarrollo Sostenible aquel que “satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”. En dicho informe se reconocen una serie de limitaciones de la biosfera, y se trata de dar salida al problema configurando un modelo de desarrollo diferente. El Desarrollo Sostenible no sale de la nada, es decir, tiene antecedentes claros (como el ecodesarrollo); así como después de su primera formulación también han salido otras interpretaciones del término. En general, se basa en que un crecimiento económico es indispensable para la civilización, pero que hay que cuidar que ese crecimiento dañe lo menos posible al medio ambiente. Para ello se elaboran una serie de estrategias basadas en el mercado y la magistratura.
“Así la Unión Europea, con la aprobación en la Cumbre de Gotemburgo en 2001 del documento “Desarrollo sostenible en Europa para un mundo mejor. Estrategia de la Unión Europea para un desarrollo sostenible”, optó por identificar “Desarrollo sostenible” con crecimiento económico, que se considera compatible con la cohesión social y la protección del medio ambiente, siempre que aquel se desvincule del deterioro ambiental gracias a las nuevas tecnologías, determinadas reformas institucionales y cambios en el comportamiento de empresas y consumidores. Incluso se considera necesario que la política ambiental sea rentable y contribuya al crecimiento. En esta misma línea la “Estrategia española de desarrollo sostenible”, sometida a consultas por el Gobierno en 2002, pretende asociar el crecimiento económico y la cohesión social con la protección de los recursos y del entorno (mejorando la “productividad de los recursos” y desligando crecimiento y degradación). Se define el “Desarrollo sostenible” como combinación de un crecimiento económico que favorezca el progreso social y respete el medio ambiente; una política social que estimule la economía; y una política ambiental que sea a la vez eficaz y económica. Se trataría de una estrategia conciliadora entre sostenibilidad y crecimiento, dirigida hacia el aumento de la competitividad a largo plazo. Y para lograrlo se propone utilizar mecanismos tales como incentivos fiscales, regulaciones públicas o precios de mercado corregidos, de forma que se reflejen los costes y beneficios externos de carácter social y ambiental.’ (Extraído de “Una visión crítica sobre el Desarrollo Sostenible” Luis Enrique Espinoza Guerra.)
Otra de las visiones relacionadas con el Desarrollo Sostenible y el crecimiento económico es la de identificar el problema ambiental con una posible fuente de beneficios. Se abre un nuevo mercado en el que las energías limpias, las empresas de reciclaje, los incentivos económicos a empresas “limpias” encuentran un filón a explotar. Esta visión se adapta muy bien a lo que antes se llamaba capitalismo verde, y trata de alejar el concepto de que la protección del medio ambiente es perjudicial para el mercado, integrando a ésta en el propio mercado. Lo que es indiscutible es que la puesta en común de todas las visiones sobre Desarrollo Sostenible pasa por un crecimiento económico indispensable. Es más, se podría igualar la expresión Desarrollo Sostenible con Crecimiento Sostenible, lo cual es una contradicción, pues no se puede esperar un crecimiento prolongado en un sistema finito.
A partir de aquí surgen varios argumentos ecológicos que demuestran la inviabilidad del Desarrollo Sostenible. El informe Brundtland, así como posteriores cumbres de Jefes de Estado y conferencias de las Naciones Unidas (Río 1992, Cumbre del Milenio 2000, Johannesburgo 2002...) insisten en que el Desarrollo Sostenible no sólo tiene que ver con cuestiones puramente ecológicas y económicas, sino también con cuestiones sociales. De hecho, uno de los objetivos que en un futuro garantizará el desarrollo sostenible es la tendencia a reducir las diferencias entre el primer y el tercer mundo, acabar con el hambre, etc. En conclusión, se trata de “desarrollar” a los países “subdesarrollados”. Ante esto surgen una serie de conceptos que demuestran la inviabilidad de esa afirmación (así como también demuestran la inviabilidad de una igualdad económica en el capitalismo, es decir, que para que haya ricos es necesario que haya pobres, y eso es imposible de cambiar.)
El crecimiento económico es el credo del capitalismo (ya sea liberal o de Estado), de hecho el capitalismo está hecho por y para ello. Dicho crecimiento es indispensable en cualquier actividad que se desarrolle en su seno, no existen las acciones desinteresadas. Dentro del capitalismo, la supervivencia pasa por ese crecimiento, y a su vez el crecimiento es la solución a las situaciones desesperadas (hambre, miseria, crisis sociales, crisis ecológicas...) Por ello, cualquier iniciativa por parte del sistema, ya sea en su versión política (aparatos estatales), o en su versión económica (corporaciones, patronales, empresas), pasa irremediablemente por el filtro de la rentabilidad.
Normalmente el crecimiento económico va ligado al consumo de recursos naturales. Las materias primas son la base de la riqueza. Respecto a esto el sistema también adquiere posicionamiento. Hasta ahora se ha confiado en que las materias primas son inagotables, y en el caso de que no fuera así, se ha mantenido una fe ciega en la tecnología para conseguir que sí lo sean. De esta manera se da una explotación abusiva de los recursos. Es lo que se ha llamado mentalidad a corto plazo, pues primaba el beneficio inmediato, sin importar las posibles consecuencias futuras.
Desde un tiempo para acá se mantiene desde ciertos círculos de opinión que esa visión contrasta con la realidad finita de nuestro planeta, y que los recursos son agotables. Esta visión choca con el modelo económico capitalista que impulsa a toda costa el crecimiento y por lo tanto el consumo de recursos. Siguiendo las directrices capitalistas los recursos acabarán por agotarse. Por otra parte la ley de la entropía nos advierte que la tecnología no podrá solucionar los desperfectos causados por el ser humano, pues la energía, si bien no se crea ni se destruye, pasa a estados de indisponibilidad. Esto hace que el confiar en un uso infinito de la energía sea una concepción errónea, y que utilizar esa energía en procesos tecnológicos para arreglar problemas ya presentes aumente aún más el desorden (entropía), causando más daño incluso del que ya estaba hecho. Estos argumentos han provocado la caída del paradigma capitalista de la infinitud de los recursos, y junto con una serie de desastres naturales acontecidos en el siglo XX han provocado el estallido de una cierta conciencia ecologista. Esta conciencia se traduce en las luchas sociales-ecologistas que se han extendido por todo el mundo desarrollado.
Otra de las características de cualquier sistema de dominación en general y del nuestro en particular es que intenta asumir en su seno las inquietudes sociales, para después darles salida en formas que no comprometan su propia existencia. En el caso de la crisis ecológica, las estructuras políticas plantean el Desarrollo Sostenible. El motivo aparente de tal formulación es el asumir que el sistema de producción y consumo a la escala que se desarrolla en la actualidad supondrá el agotamiento paulatino de los recursos. Es por tanto menester idear un sistema de producción, un crecimiento económico menos agresivo con el medio, un desarrollo distinto, que sea sustentable por el medio.
El Desarrollo Sostenible tiene su nacimiento oficial en la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo, designada por la ONU para estudiar y diseñar los planteamientos de una serie de consideraciones de anteriores reuniones y cumbres de Jefes de Estado. Dicha comisión, bajo la presidencia de la ministra noruega Brundtland, elabora en 1987 un informe titulado “Nuestro Futuro Común” en el que se define como Desarrollo Sostenible aquel que “satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”. En dicho informe se reconocen una serie de limitaciones de la biosfera, y se trata de dar salida al problema configurando un modelo de desarrollo diferente. El Desarrollo Sostenible no sale de la nada, es decir, tiene antecedentes claros (como el ecodesarrollo); así como después de su primera formulación también han salido otras interpretaciones del término. En general, se basa en que un crecimiento económico es indispensable para la civilización, pero que hay que cuidar que ese crecimiento dañe lo menos posible al medio ambiente. Para ello se elaboran una serie de estrategias basadas en el mercado y la magistratura.
“Así la Unión Europea, con la aprobación en la Cumbre de Gotemburgo en 2001 del documento “Desarrollo sostenible en Europa para un mundo mejor. Estrategia de la Unión Europea para un desarrollo sostenible”, optó por identificar “Desarrollo sostenible” con crecimiento económico, que se considera compatible con la cohesión social y la protección del medio ambiente, siempre que aquel se desvincule del deterioro ambiental gracias a las nuevas tecnologías, determinadas reformas institucionales y cambios en el comportamiento de empresas y consumidores. Incluso se considera necesario que la política ambiental sea rentable y contribuya al crecimiento. En esta misma línea la “Estrategia española de desarrollo sostenible”, sometida a consultas por el Gobierno en 2002, pretende asociar el crecimiento económico y la cohesión social con la protección de los recursos y del entorno (mejorando la “productividad de los recursos” y desligando crecimiento y degradación). Se define el “Desarrollo sostenible” como combinación de un crecimiento económico que favorezca el progreso social y respete el medio ambiente; una política social que estimule la economía; y una política ambiental que sea a la vez eficaz y económica. Se trataría de una estrategia conciliadora entre sostenibilidad y crecimiento, dirigida hacia el aumento de la competitividad a largo plazo. Y para lograrlo se propone utilizar mecanismos tales como incentivos fiscales, regulaciones públicas o precios de mercado corregidos, de forma que se reflejen los costes y beneficios externos de carácter social y ambiental.’ (Extraído de “Una visión crítica sobre el Desarrollo Sostenible” Luis Enrique Espinoza Guerra.)
Otra de las visiones relacionadas con el Desarrollo Sostenible y el crecimiento económico es la de identificar el problema ambiental con una posible fuente de beneficios. Se abre un nuevo mercado en el que las energías limpias, las empresas de reciclaje, los incentivos económicos a empresas “limpias” encuentran un filón a explotar. Esta visión se adapta muy bien a lo que antes se llamaba capitalismo verde, y trata de alejar el concepto de que la protección del medio ambiente es perjudicial para el mercado, integrando a ésta en el propio mercado. Lo que es indiscutible es que la puesta en común de todas las visiones sobre Desarrollo Sostenible pasa por un crecimiento económico indispensable. Es más, se podría igualar la expresión Desarrollo Sostenible con Crecimiento Sostenible, lo cual es una contradicción, pues no se puede esperar un crecimiento prolongado en un sistema finito.
A partir de aquí surgen varios argumentos ecológicos que demuestran la inviabilidad del Desarrollo Sostenible. El informe Brundtland, así como posteriores cumbres de Jefes de Estado y conferencias de las Naciones Unidas (Río 1992, Cumbre del Milenio 2000, Johannesburgo 2002...) insisten en que el Desarrollo Sostenible no sólo tiene que ver con cuestiones puramente ecológicas y económicas, sino también con cuestiones sociales. De hecho, uno de los objetivos que en un futuro garantizará el desarrollo sostenible es la tendencia a reducir las diferencias entre el primer y el tercer mundo, acabar con el hambre, etc. En conclusión, se trata de “desarrollar” a los países “subdesarrollados”. Ante esto surgen una serie de conceptos que demuestran la inviabilidad de esa afirmación (así como también demuestran la inviabilidad de una igualdad económica en el capitalismo, es decir, que para que haya ricos es necesario que haya pobres, y eso es imposible de cambiar.)
El primer concepto es el de capacidad de carga, que se traduce en la población que puede sostener una zona geográfica concreta, teniendo en cuenta el nivel de consumo de esa población. Es decir, si el ciudadano medio de un país “desarrollado” tiene un cierto nivel de consumo, y ese consumo (de energía, productos...) tuviera que ser producido en la misma área geográfica en la que vive, ¿cuántos ciudadanos podría sostener esa área? Se trata de suponer un caso ideal en el cual las regiones fueran autosuficientes. Si realizamos ese ejercicio mental nos damos cuenta de que las regiones del primer mundo están superpobladas, más que las del tercer mundo, a diferencia de la opinión extendida. Esto es debido a que el factor clave no es la población, como pretenden hacernos creer para justificar determinadas políticas, sino el consumo.
Si ahora le damos la vuelta a la tortilla nos encontramos con otro factor, el de huella ecológica. Hasta ahora hemos analizado cuánta población cabría en una zona concreta, Ahora vamos a ver cuánta superficie de terreno debería existir para sustentar a una población concreta. Haciendo este ejercicio obtenemos que países como Holanda necesitarían multiplicar por cinco su superficie para llegar a ser sostenibles. Siguiendo con el repaso, obtenemos que los países que supuestamente son modelos económicos y sociales, como Suecia, Noruega, EEUU, Japón, en realidad tienen un déficit ecológico impresionante. Se da que estos países deben robar capacidad de carga a otras zonas geográficas para sostener su nivel de consumo (instalando fábricas en el tercer mundo, emitiendo contaminación transfronteriza, almacenando residuos nucleares en otras zonas del mundo...) A escala planetaria, si el tercer mundo llegase al nivel de consumo del primero, suponiendo que la producción del primero y la población mundial no aumentase, necesitaríamos la superficie de dos planetas más. Si a esto sumamos que en el informe Brundtland se preveía que para llegar a la sostenibilidad se debería aumentar la producción del orden de cinco a diez veces más, y que la población mundial no para de crecer, para dentro de unos años, con una población estabilizada de 10.000 millones de personas, ya necesitaríamos cinco planetas más para que fuera sostenible. Esto todo infravalorando los cálculos.
Existen muchos más argumentos contra el Desarrollo Sostenible, pero creo que los expuestos son muy evidentes y de por sí ya echan por tierra esa teoría. El problema de todas las iniciativas del tipo Desarrollo Sostenible es que parten desde el sistema y para el sistema. Nunca se plantearán que la crisis ecológica viene dada de hecho por la forma de utilización de recursos del propio sistema, así como viene dado el consumo y la producción. Sostenible es un adjetivo bien utilizado. Algo debe ser sostenible, y ese algo es el desarrollo. Como hemos visto, el desarrollo está entendido como crecimiento económico, y el crecimiento económico pasa por la utilización de más y más recursos siguiendo una función exponencial. Por muy eficientemente que utilicemos esos recursos, esa eficiencia nunca podrá igualar la velocidad con la que se incrementa el consumo. Es por tanto esa concepción la causante de la crisis, así como de la terrible progresión que nos conduce irremediablemente hacia un desastre sin precedentes. Ante esto no hay otra solución que cambiar el rumbo, y eso pasa por cambiar las relaciones de producción y consumo, por cambiar la sociedad.
El Desarrollo Sostenible no deja de ser en realidad un reflejo de la capacidad del sistema para mutar y adaptarse a cualquier situación con el fin de perpetuarse. En la práctica, ninguna iniciativa que surja del sistema deja de serlo. Por eso el Desarrollo Sostenible no sólo no es válido en la lucha contra la insostenibilidad, sino que fomenta ese desequilibrio. Es por tanto necesario desligarse completamente de este tipo de políticas si lo que perseguimos es un cambio real de la tendencia destructiva, y buscar sistemas que garanticen un uso más racional de los recursos. Está más que probado que bajo el sistema actual eso no es posible. Debemos buscar un sistema en el que la producción venga dada por las necesidades de las personas, y no al revés, que es lo que se da ahora. El problema (o la suerte), es que ese sistema está muy lejos de los planteamientos políticos. Tan lejos que no se puede dar por definición bajo ninguna forma de dominación.
Sólo la lucha por la reorganización de la producción en una sociedad distinta, en la que los propios productores sean los dueños de su producción para poder así adaptarla a sus necesidades, será efectiva para cambiar el orden de las cosas, El confiar en iniciativas dadas por el sistema destructor es perder un valioso tiempo.
Raúl Llamas
Germinal Libertario
Número 1 (Otoño de 2008)
Fuente : El germinal Libertario
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