Los siguientes fragmentos han sido tomados de la compilación de G.P. Maximoff, la cual pueden consultar haciendo clic aquí (Hasta el momento solo está disponible el primer tomo, el segundo tomo que circula por la red, en realidad es la parte II del primer tomo, si alguien desea digitalizar el segundo tomo, donde se resume el pensamiento de Bakunin relacionado con la sociedad anarquista y la organización político-social revolucionaria- entre otras cosas-, sería un excelente aporte). Las negrillas corresponden al compilador Maximoff. Salud.
El
amor y la justicia divinos se convierten en azotes de la humanidad.
De este modo, la razón —único órgano que posee el hombre para
discernir la verdad— al convertirse en razón divina, deja de ser
inteligible y se impone a los creyentes como una apelación al
absurdo. Entonces el respeto al Cielo se convierte en desprecio hacia
la tierra, y la adoración de la divinidad se convierte en
menosprecio de la humanidad. El amor humano, la inmensa solidaridad
natural que vincula a todos los individuos y pueblos, y que pronto o
tarde los unirá a todos haciendo dependiente la felicidad y la
libertad de cada uno de la libertad y la felicidad de los demás en
una comuna fraternal por encima de todas las diferencias de raza y
color, este mismo amor —transmutado en amor divino y caridad
religiosa— se convirtió en azote de la humanidad. Toda la sangre
vertida en nombre de la religión desde el comienzo de la historia, y
los millones de víctimas humanas inmoladas para mayor gloria de
Dios, así lo atestiguan...
(...)
La religión como primer paso hacia la humanidad. En la religión el animal humano, emergiendo de la bestialidad da el primer paso hacia la humanidad; pero mientras siga siendo religioso, jamás alcanzará su meta, pues toda religión le condena al absurdo y, descarriando sus pasos, le hace buscar lo divino en vez de lo humano. A través de la religión los pueblos que acaban de liberarse de la esclavitud natural, donde están hundidas profundamente otras especies animales, vuelven a caer en una nueva esclavitud, en la servidumbre ante hombres fuertes y castas privilegiadas por elección divina
Todas las religiones y sus dioses no han sido nunca más que la creación de la fantasía crédula de hombres que no habían alcanzado el nivel de pura reflexión y pensamiento libre basados en la ciencia. En consecuencia, el Cielo religioso no fue sino un espejismo donde el hombre, exaltado por la fe, encontró mucho tiempo atrás su propia imagen ampliada e invertida, es decir, deificada.
La historia de las religiones, de la grandeza y el ocaso de los sucesivos dioses, no es por tanto más que la historia del desarrollo de la inteligencia y la conciencia colectiva de la humanidad. En la medida en que los hombres descubrían en sí mismos o en la Naturaleza externa un poder, una capacidad de cualquier tipo o especie, se la atribuían a esos dioses, tras exagerarla y ampliarla más allá de toda medida, como hacen los niños, mediante un acto de fantasía religiosa. Así, debido a esta modestia y generosidad de los hombres, el Cielo se enriqueció con los despojos de la Tierra, y como consecuencia natural, a medida que se hacía más opulento, más miserable iba siendo la humanidad. Una vez establecido, se proclamó que Dios era naturalmente el dueño, la fuente y el propietario de todas las cosas, siendo el mundo real sólo su reflejo.
El hombre, su creador inconsciente, se arrodilló ahora ante él reconociéndose a sí mismo como la criatura y el esclavo de Dios.
El cristianismo es la religión final y absoluta. El cristianismo es precisamente la religión par excellence, porque exhibe y manifiesta la naturaleza y la esencia misma de toda religión: el empobrecimiento sistemático y absoluto, la esclavitud y la degradación de la humanidad en beneficio de la divinidad. Esto constituye el principio supremo, no sólo de toda religión, sino de toda metafísica, como también de las escuelas deístas y panteístas. Al ser Dios todo, el mundo real y el hombre son nada. Al ser Dios la verdad, la justicia y la vida infinita, el hombre es falsedad, iniquidad y muerte. Siendo Dios el señor, el hombre es el esclavo. Incapaz de encontrar por sí mismo el camino hacia la verdad y la justicia, ha de recibirlas como una revelación del más allá, a través de intermediarios elegidos y enviados por la gracia divina.
Pero quien dice revelación dice reveladores, profetas y sacerdotes, quienes tras verse reconocidos como representantes de Dios sobre la tierra, como profesores y guías de la humanidad en su camino hacia la vida eterna, reciben la misión de dirigirla, gobernarla y mandarla en su existencia terrestre. Todos los hombres les deben fe y absoluta obediencia. Esclavos de Dios, los hombres han de ser también esclavos de la Iglesia y del Estado, en la medida en que este último resulta consagrado por la Iglesia. Entre todas las religiones que han existido y existen todavía, el cristianismo ha sido la única que comprendió perfectamente este hecho, y entre todas las sectas cristianas la Iglesia Católica Romana lo ha proclamado y extendido con rigurosa coherencia. Este es el motivo de que el cristianismo sea la religión absoluta, la religión final, y de que la Iglesia Apostólica Romana sea la única iglesia coherente, legítima y divina.
Con todas las deferencias debidas a los semi-filósofos y a los así llamados pensadores religiosos, decimos: la existencia de Dios implica una abdicación de la razón y la justicia humana; es la negación de la libertad humana, y acaba necesariamente en la esclavitud teórica y práctica.
Dios implica la negación de la libertad. Y si no nos sentimos inclinados a la esclavitud, no podemos ni debemos hacer la más leve concesión a la teología, porque en este alfabeto místico y rigurosamente coherente, cualquiera que comience por la A ha de llegar inevitablemente a la Z, y quien quiera adorar a Dios debe renunciar a su libertad y a su dignidad humana.
Dios existe; luego el hombre es un esclavo.
El hombre es inteligente, justo, libre; luego Dios no existe.
Desafiamos a cualquiera a que evite este círculo; y que cada cual haga ahora su elección.
La religión está siempre aliada con la tiranía. Además, la historia nos muestra que los predicadores de todas las religiones —salvo los de Iglesias perseguidas— han estado aliados con la tiranía. E incluso los sacerdotes perseguidos, aunque combatiesen y maldijeran a los poderes que los perseguían, ¿no disciplinaban al mismo tiempo a sus propios creyentes, poniendo así los fundamentos de una nueva tiranía? La esclavitud intelectual, sea cual fuere su naturaleza, tendrá siempre como resultado natural la esclavitud política y social.
En sus diversas formas actuales, el cristianismo, y junto a él la metafísica doctrinaria y deísta brotada del cristianismo y que en esencia no es más que teología disfrazada, son sin duda alguna los obstáculos más formidables para la emancipación de la sociedad. Prueba de ello es que todos los gobiernos, todos los estadistas de Europa —que no son ni metafísicos, ni teólogos, ni deístas, y no creen verdaderamente ni en Dios ni en el diablo— defienden apasionada y obstinadamente a la metafísica tanto como a la religión, y a cualquier tipo de religión mientras enseñe, como es su invariable costumbre, la paciencia, la resignación y la sumisión.
La religión debe ser combatida. La obstinación con que los estadistas defienden a la religión prueba cuán necesario es combatirla y derrocarla.
¿Es necesario recordar aquí en qué medida desmoralizan y corrompen al pueblo las influencias religiosas? Destruyen su razón, el instrumento principal de la emancipación humana, y llenando la mente del hombre con divinas absurdeces reducen a idiocia al pueblo, y la idiocia es el fundamento de la esclavitud. Matan la energía laboral del hombre, que es su mayor gloria y su salvación, porque el trabajo constituye el acto por el cual el hombre se convierte en un creador y da forma a su mundo; el trabajo es el fundamento y la condición esencial de la existencia humana, al mismo tiempo que el medio a través del cual el hombre conquista su libertad y su dignidad humana.
La religión destruye este poder productivo del pueblo inculcando el desdén hacia la vida terrenal en comparación con la beatitud celeste, adoctrinando al pueblo con la idea de que el trabajo constituye una maldición o un castigo merecido, mientras el ocio constituye un privilegio divino. Las religiones matan en el hombre la idea de la justicia, estricto guardián de la hermandad y suprema condición de la paz, inclinando en todo momento la balanza hacia el lado de los más fuertes, que son siempre los objetos privilegiados de la solicitud, la gracia y la bendición divinas. Por último, la religión destruye en los hombres su humanidad, reemplazándola en sus corazones por la crueldad divina.
Las religiones están basadas sobre la sangre. Todas las religiones están fundadas sobre la sangre porque todas, como es sabido, se basan esencialmente en la idea del sacrificio, es decir, en la perpetua inmolación de la humanidad a la insaciable venganza de la divinidad. En este misterio sangriento el hombre es siempre la víctima, y el sacerdote —también un hombre, pero un hombre privilegiado por especial gracia— es el divino ejecutor. Esto explica por qué los sacerdotes mejores, más humanos y amables de todas las religiones han tenido casi siempre en el fondo de sus corazones —y si no allí, en su mente y en su fantasía (pues conocemos la influencia ejercida por ambas cosas en los corazones de los hombres)— algo cruel y sangriento. Este es el motivo de que los sacerdotes de la Iglesia Católica Romana, de la Rusa y la Griega Ortodoxa, y de las iglesias protestantes, se encuentren unánimemente unidos para preservar la pena de muerte cuando se ha puesto a discusión el tema de su abolición.
El triunfo de la humanidad es incompatible con la supervivencia de la religión. La religión cristiana se fundó más que ninguna otra sobre la sangre, y resultó históricamente bautizada con ella. Podemos contar los millones de víctimas que esta religión de amor y perdón ha entregado a la venganza de su Dios. Recordemos las torturas que inventó e infligió a sus víctimas. ¿Es que ahora se ha hecho más amable y humana? ¡En absoluto! Conmovida por la indiferencia y el escepticismo, simplemente ha resultado impotente o más bien menos poderosa, pero —desgraciadamente— ni siquiera carece de poder para causar daño. En los países donde, galvanizada por pasiones reaccionarias, la religión proporciona la impresión externa de resucitar, ¿no es el primer movimiento venganza y sangre, el segundo la abdicación de la razón humana, y su conclusión la esclavitud? Mientras el cristianismo y los predicadores cristianos o de cualquier otra religión divina continúen ejerciendo la más leve influencia sobre las masas del pueblo, jamás triunfarán sobre la tierra la razón, la libertad, la humanidad y la justicia. Pues mientras las masas del pueblo estén hundidas en la superstición religiosa, siempre serán instrumentos dóciles en manos de todos los poderes despóticos aliados contra la emancipación de la humanidad.
Este es el motivo de que tenga la mayor importancia liberar a las masas de la superstición religiosa, no sólo por nuestro amor hacia ellas sino en beneficio de nosotros mismos a fin de salvaguardar nuestra libertad y seguridad. Sin embargo, esta meta sólo puede alcanzarse de dos modos: a través de la ciencia racional, y a través de la propaganda del Socialismo.
Sólo la revolución social puede destruir a la religión. La propaganda del libre pensamiento no podrá matar la religión en las mentes del pueblo. La propaganda del libre pensamiento es desde luego muy útil, indispensable como un medio excelente para convertir a individuos con criterios avanzados y progresivos. Pero apenas será capaz de conmover la ignorancia popular, porque la religión no es sólo una aberración o una desviación del pensamiento, sino que conserva todavía su carácter especial de una protesta natural, viva y poderosa de las masas contra sus vidas estrechas y miserables. Las gentes van a la iglesia como van a una taberna, para embrutecerse, para olvidar su miseria, para verse en su imaginación al menos, durante unos pocos minutos, felices y libres, tan felices como los demás, la gente acomodada. Dadles una existencia humana, y jamás entrarán en una taberna o en una iglesia. Y sólo la Revolución Social puede y debe darles tal existencia.
Mijaíl Bakunin (Las negrillas corresponden al compilador Maximoff)
(...)
La religión como primer paso hacia la humanidad. En la religión el animal humano, emergiendo de la bestialidad da el primer paso hacia la humanidad; pero mientras siga siendo religioso, jamás alcanzará su meta, pues toda religión le condena al absurdo y, descarriando sus pasos, le hace buscar lo divino en vez de lo humano. A través de la religión los pueblos que acaban de liberarse de la esclavitud natural, donde están hundidas profundamente otras especies animales, vuelven a caer en una nueva esclavitud, en la servidumbre ante hombres fuertes y castas privilegiadas por elección divina
Todas las religiones y sus dioses no han sido nunca más que la creación de la fantasía crédula de hombres que no habían alcanzado el nivel de pura reflexión y pensamiento libre basados en la ciencia. En consecuencia, el Cielo religioso no fue sino un espejismo donde el hombre, exaltado por la fe, encontró mucho tiempo atrás su propia imagen ampliada e invertida, es decir, deificada.
La historia de las religiones, de la grandeza y el ocaso de los sucesivos dioses, no es por tanto más que la historia del desarrollo de la inteligencia y la conciencia colectiva de la humanidad. En la medida en que los hombres descubrían en sí mismos o en la Naturaleza externa un poder, una capacidad de cualquier tipo o especie, se la atribuían a esos dioses, tras exagerarla y ampliarla más allá de toda medida, como hacen los niños, mediante un acto de fantasía religiosa. Así, debido a esta modestia y generosidad de los hombres, el Cielo se enriqueció con los despojos de la Tierra, y como consecuencia natural, a medida que se hacía más opulento, más miserable iba siendo la humanidad. Una vez establecido, se proclamó que Dios era naturalmente el dueño, la fuente y el propietario de todas las cosas, siendo el mundo real sólo su reflejo.
El hombre, su creador inconsciente, se arrodilló ahora ante él reconociéndose a sí mismo como la criatura y el esclavo de Dios.
El cristianismo es la religión final y absoluta. El cristianismo es precisamente la religión par excellence, porque exhibe y manifiesta la naturaleza y la esencia misma de toda religión: el empobrecimiento sistemático y absoluto, la esclavitud y la degradación de la humanidad en beneficio de la divinidad. Esto constituye el principio supremo, no sólo de toda religión, sino de toda metafísica, como también de las escuelas deístas y panteístas. Al ser Dios todo, el mundo real y el hombre son nada. Al ser Dios la verdad, la justicia y la vida infinita, el hombre es falsedad, iniquidad y muerte. Siendo Dios el señor, el hombre es el esclavo. Incapaz de encontrar por sí mismo el camino hacia la verdad y la justicia, ha de recibirlas como una revelación del más allá, a través de intermediarios elegidos y enviados por la gracia divina.
Pero quien dice revelación dice reveladores, profetas y sacerdotes, quienes tras verse reconocidos como representantes de Dios sobre la tierra, como profesores y guías de la humanidad en su camino hacia la vida eterna, reciben la misión de dirigirla, gobernarla y mandarla en su existencia terrestre. Todos los hombres les deben fe y absoluta obediencia. Esclavos de Dios, los hombres han de ser también esclavos de la Iglesia y del Estado, en la medida en que este último resulta consagrado por la Iglesia. Entre todas las religiones que han existido y existen todavía, el cristianismo ha sido la única que comprendió perfectamente este hecho, y entre todas las sectas cristianas la Iglesia Católica Romana lo ha proclamado y extendido con rigurosa coherencia. Este es el motivo de que el cristianismo sea la religión absoluta, la religión final, y de que la Iglesia Apostólica Romana sea la única iglesia coherente, legítima y divina.
Con todas las deferencias debidas a los semi-filósofos y a los así llamados pensadores religiosos, decimos: la existencia de Dios implica una abdicación de la razón y la justicia humana; es la negación de la libertad humana, y acaba necesariamente en la esclavitud teórica y práctica.
Dios implica la negación de la libertad. Y si no nos sentimos inclinados a la esclavitud, no podemos ni debemos hacer la más leve concesión a la teología, porque en este alfabeto místico y rigurosamente coherente, cualquiera que comience por la A ha de llegar inevitablemente a la Z, y quien quiera adorar a Dios debe renunciar a su libertad y a su dignidad humana.
Dios existe; luego el hombre es un esclavo.
El hombre es inteligente, justo, libre; luego Dios no existe.
Desafiamos a cualquiera a que evite este círculo; y que cada cual haga ahora su elección.
La religión está siempre aliada con la tiranía. Además, la historia nos muestra que los predicadores de todas las religiones —salvo los de Iglesias perseguidas— han estado aliados con la tiranía. E incluso los sacerdotes perseguidos, aunque combatiesen y maldijeran a los poderes que los perseguían, ¿no disciplinaban al mismo tiempo a sus propios creyentes, poniendo así los fundamentos de una nueva tiranía? La esclavitud intelectual, sea cual fuere su naturaleza, tendrá siempre como resultado natural la esclavitud política y social.
En sus diversas formas actuales, el cristianismo, y junto a él la metafísica doctrinaria y deísta brotada del cristianismo y que en esencia no es más que teología disfrazada, son sin duda alguna los obstáculos más formidables para la emancipación de la sociedad. Prueba de ello es que todos los gobiernos, todos los estadistas de Europa —que no son ni metafísicos, ni teólogos, ni deístas, y no creen verdaderamente ni en Dios ni en el diablo— defienden apasionada y obstinadamente a la metafísica tanto como a la religión, y a cualquier tipo de religión mientras enseñe, como es su invariable costumbre, la paciencia, la resignación y la sumisión.
La religión debe ser combatida. La obstinación con que los estadistas defienden a la religión prueba cuán necesario es combatirla y derrocarla.
¿Es necesario recordar aquí en qué medida desmoralizan y corrompen al pueblo las influencias religiosas? Destruyen su razón, el instrumento principal de la emancipación humana, y llenando la mente del hombre con divinas absurdeces reducen a idiocia al pueblo, y la idiocia es el fundamento de la esclavitud. Matan la energía laboral del hombre, que es su mayor gloria y su salvación, porque el trabajo constituye el acto por el cual el hombre se convierte en un creador y da forma a su mundo; el trabajo es el fundamento y la condición esencial de la existencia humana, al mismo tiempo que el medio a través del cual el hombre conquista su libertad y su dignidad humana.
La religión destruye este poder productivo del pueblo inculcando el desdén hacia la vida terrenal en comparación con la beatitud celeste, adoctrinando al pueblo con la idea de que el trabajo constituye una maldición o un castigo merecido, mientras el ocio constituye un privilegio divino. Las religiones matan en el hombre la idea de la justicia, estricto guardián de la hermandad y suprema condición de la paz, inclinando en todo momento la balanza hacia el lado de los más fuertes, que son siempre los objetos privilegiados de la solicitud, la gracia y la bendición divinas. Por último, la religión destruye en los hombres su humanidad, reemplazándola en sus corazones por la crueldad divina.
Las religiones están basadas sobre la sangre. Todas las religiones están fundadas sobre la sangre porque todas, como es sabido, se basan esencialmente en la idea del sacrificio, es decir, en la perpetua inmolación de la humanidad a la insaciable venganza de la divinidad. En este misterio sangriento el hombre es siempre la víctima, y el sacerdote —también un hombre, pero un hombre privilegiado por especial gracia— es el divino ejecutor. Esto explica por qué los sacerdotes mejores, más humanos y amables de todas las religiones han tenido casi siempre en el fondo de sus corazones —y si no allí, en su mente y en su fantasía (pues conocemos la influencia ejercida por ambas cosas en los corazones de los hombres)— algo cruel y sangriento. Este es el motivo de que los sacerdotes de la Iglesia Católica Romana, de la Rusa y la Griega Ortodoxa, y de las iglesias protestantes, se encuentren unánimemente unidos para preservar la pena de muerte cuando se ha puesto a discusión el tema de su abolición.
El triunfo de la humanidad es incompatible con la supervivencia de la religión. La religión cristiana se fundó más que ninguna otra sobre la sangre, y resultó históricamente bautizada con ella. Podemos contar los millones de víctimas que esta religión de amor y perdón ha entregado a la venganza de su Dios. Recordemos las torturas que inventó e infligió a sus víctimas. ¿Es que ahora se ha hecho más amable y humana? ¡En absoluto! Conmovida por la indiferencia y el escepticismo, simplemente ha resultado impotente o más bien menos poderosa, pero —desgraciadamente— ni siquiera carece de poder para causar daño. En los países donde, galvanizada por pasiones reaccionarias, la religión proporciona la impresión externa de resucitar, ¿no es el primer movimiento venganza y sangre, el segundo la abdicación de la razón humana, y su conclusión la esclavitud? Mientras el cristianismo y los predicadores cristianos o de cualquier otra religión divina continúen ejerciendo la más leve influencia sobre las masas del pueblo, jamás triunfarán sobre la tierra la razón, la libertad, la humanidad y la justicia. Pues mientras las masas del pueblo estén hundidas en la superstición religiosa, siempre serán instrumentos dóciles en manos de todos los poderes despóticos aliados contra la emancipación de la humanidad.
Este es el motivo de que tenga la mayor importancia liberar a las masas de la superstición religiosa, no sólo por nuestro amor hacia ellas sino en beneficio de nosotros mismos a fin de salvaguardar nuestra libertad y seguridad. Sin embargo, esta meta sólo puede alcanzarse de dos modos: a través de la ciencia racional, y a través de la propaganda del Socialismo.
Sólo la revolución social puede destruir a la religión. La propaganda del libre pensamiento no podrá matar la religión en las mentes del pueblo. La propaganda del libre pensamiento es desde luego muy útil, indispensable como un medio excelente para convertir a individuos con criterios avanzados y progresivos. Pero apenas será capaz de conmover la ignorancia popular, porque la religión no es sólo una aberración o una desviación del pensamiento, sino que conserva todavía su carácter especial de una protesta natural, viva y poderosa de las masas contra sus vidas estrechas y miserables. Las gentes van a la iglesia como van a una taberna, para embrutecerse, para olvidar su miseria, para verse en su imaginación al menos, durante unos pocos minutos, felices y libres, tan felices como los demás, la gente acomodada. Dadles una existencia humana, y jamás entrarán en una taberna o en una iglesia. Y sólo la Revolución Social puede y debe darles tal existencia.
Mijaíl Bakunin (Las negrillas corresponden al compilador Maximoff)
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