En el libro 'Memorias de un
revolucionario', obra de un vasto valor histórico, Piotr
Kropotkin relata diversas situaciones de su vida y de cómo la policía fabricaba constantes empresas para desarticular y
desacreditar al movimiento anarquista. A continuación comparto
algunos fragmentos que me llamaron especialmente la atención y que considero importante difundir ya que estas situaciones están, literalmente, a la orden del día.
Cuando
estaba trabajando con Eliseo Reclus en Clarens, acostumbraba a ir a Ginebra
a presenciar la tirada de Le Révolté, y un día, al llegar a la
imprenta, me dijeron
que un caballero ruso deseaba hablarme. Ya lo había hecho con mis amigos,
y les indicó que venía con propósito de inducirme a publicar en
Rusia un periódico
de la índole del nuestro, ofreciendo para tal fin el dinero
necesario. Fui a
encontrarlo en un café, donde me dio un apellido alemán: el de
Tohnlehm, y me
dijo que era natural de las provincias del Báltico; jactábase de
poseer una gran
fortuna invertida en ciertas fincas y empresas industriales, y se
hallaba muy disgustado
con el gobierno ruso por su proyecto de rusificación.
La impresión que
en general me produjo fue, hasta cierto punto, indeterminada; así
que mis amigos
insistían en que aceptara su ofrecimiento; pero su aspecto, sin
embargo,
dejaba
algo que desear.
Del café me llevó a sus habitaciones del hotel, donde empezó a mostrar menos reserva y aparecer tal como era, y por consiguiente, más repulsivo. No pongáis en duda mi fortuna -me dijo-; tengo además un invento de importancia, del que pienso sacar patente y hacer que me produzca una suma respetable, dedicándolo todo a la causa de la revolución en Rusia y me enseñó, con gran sorpresa mía, un candelero que sólo se distinguía por lo feo, y cuya originalidad consistía en tener tres pedacitos de alambre destinados a recibir la vela. Ni la mujer más pobre habría encontrado el invento útil, y aun cuando se hubiera registrado, ningún industrial hubiese dado por la patente más de cincuenta francos. Un hombre rico, pensé, no es posible que espere nada de semejante mamarracho; al hacerlo, indica claramente que no ha visto nada mejor, lo que me hace creer que no existían tales carneros, e indudablemente no tenía de rico más que el nombre, no siendo suyo el dinero que ofrecía, por lo que decidí hablarle de la siguiente manera: Perfectamente; si tanto deseáis tener un periódico revolucionario ruso y habéis formado de mi la favorable opinión que habéis expresado, tenéis que depositar vuestro dinero en un banco, a mi nombre y a mi entera disposición. Pero os prevengo que no tendréis en él intervención alguna. Desde luego, así se hará -dijo él-; mas podré verlo, daros mi opinión sobre su marcha y ayudaros a introducirlo de contrabando en Rusia. No -repliqué-, nada de eso; no necesitaréis verme para nada. Mis amigos se figuraron que yo había estado muy duro con tal sujeto; pero algún tiempo después se recibió una carta de San Petersburgo, previniéndonos que recibiríamos la visita de un espía de la Sección Tercera, llamado Tohnlehm. El candelero nos fue, pues, de alguna utilidad.
El
lanzar un periódico subvencionado por la policía, con un agente de
ésta a su frente,
es un antiguo plan, al que recurrió el prefecto de policía de
París, Andrieux,
en 1881. Estaba yo pasando unos días en casa de Reclus, en la sierra,
cuando recibimos una carta de un francés, o mejor dicho un belga, en
la que
nos anunciaba que iba a publicar un periódico anarquista en París,
y pedía nuestra
colaboración.
La
carta, que rebosaba de elogios, nos produjo una desfavorable
impresión, y además
Reclus tenía un vago recuerdo de haber oído el nombre del autor mezclado
en un asunto poco edificante. Decidimos, pues, negarnos a ello, y yo escribí
a un amigo de París, encargándole que se enterará de dónde
procedía el dinero
destinado a tal empresa, porque pudiera ser de los orleanistas,
recurso al que
habían apelado éstos en otras ocasiones, razón por la cual
deseábamos conocer
su origen. Y el amigo referido, procediendo con una rectitud de
obrero, leyó
dicha carta en un mitin, en presencia del mismo interesado, quien
pretendió agraviarse,
por lo que tuve que escribir otras varias sobre el mismo tema, pero
en
todas ellas permanecí aferrado a esta idea: Si el hombre es de buena
fe, comprenderá
que debe mostrarnos la fuente del dinero, de lo contrario no es revolucionario
y no podemos tener con él ninguna relación.
Y
esto fue lo que hizo al fin de cuentas. Acosado por tanta cuestión,
dijo que el dinero
procedía de su tía, una señora rica, de opiniones retrógradas
que, dominada,
sin embargo, por el deseo de tener un periódico, lo había proporcionado. La señora no se hallaba en París, sino en Londres, y como insistiéramos,
no obstante, en tener sus señas, las obtuvimos por último, y nuestro
amigo Malatesta se ofreció a ir a verla, lo que efectuó acompañado
de un
amigo italiano que tenia algunas relaciones en el comercio de muebles
de segunda mano. La hallaron ocupando un piso bajo, y mientras Malatesta hablaba
con ella, convenciéndose cada vez más de que todo era una comedia, el
otro, fijándose en el mobiliario, descubrió que éste había sido
alquilado el día antes, probablemente en un almacén próximo, pues el membrete del negociante aun
estaba pegado en las sillas y mesas. Esto no era una prueba
concluyente, pero,
sin embargo, vino a aumentar nuestras sospechas, negándome yo en absoluto
a tener nada que ver con la publicación.
El
periódico era de una violencia exagerada: incendios, asesinatos y
bombas de dinamita,
era todo de lo que se ocupaba. Cuando fui al congreso de Londres encontré
a dicho individuo, y desde el momento que vi que no se lavaba la
cara, oí
algo de su conversación, y me hice cargo de la clase de mujeres que
lo acompañaban,
mi opinión respecto de él quedó formada. Durante el congreso presentó
una serie de proposiciones espeluznantes, y todos se mantuvieron
alejados
de él. Después, cuando insistió en que le dieran las direcciones
de todos
los anarquistas del mundo, la negativa no pudo ser más
significativa.
Para abreviar, diré que a los dos meses fue desenmascarado, suspendiéndose el periódico al día siguiente para no aparecer más. Dos años después de esto, el prefecto de policía, Andrieux, publicaba sus memorias, en cuyo libro aludía al periódico referido, que había sido obra suya, así como las explosiones que sus agentes habían organizado en París, colocando latas de sardinas, llenas de cualquier cosa, bajo la estatua de Thiers.
Para abreviar, diré que a los dos meses fue desenmascarado, suspendiéndose el periódico al día siguiente para no aparecer más. Dos años después de esto, el prefecto de policía, Andrieux, publicaba sus memorias, en cuyo libro aludía al periódico referido, que había sido obra suya, así como las explosiones que sus agentes habían organizado en París, colocando latas de sardinas, llenas de cualquier cosa, bajo la estatua de Thiers.
Piotr Kropotkin
Fragmentos tomados del libro 'Memorias de un revolucionario'
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Muy interesante texto.
ResponderEliminarSaludos.