lunes, 14 de marzo de 2016

El valor de las conquistas inmediatas – Emilio López Arango

Se quiere negar el valor de las conquistas inmediatas. No representan una solución de futuro ni determinan en el presente un cambio real de las condiciones de la clase trabajadora, sometida a la ley de hierro del salario. Y, aún cuando sea una necesidad la lucha por el pan, contra esa obligada consecuencia del sistema capitalista, hay anarquistas que oponen el concepto negativo –porque está fuera de las posibilidades presentes— de la revolución integral.

Teóricamente tendrían razón los impugnadores del esfuerzo mejorativista si pudieran achacar a los anarquistas que actúan en el movimiento obrero el fin de subordinar a las conquistas inmediatas el resultado final de ese esfuerzo. Pero es bien sabido que cualquier programa que formulemos para inspirar una actividad colectiva —incluso en el terreno doctrinario, desde los grupos que representan la tendencia “política” del anarquismo— no sirve más que para señalar la trayectoria de la acción revolucionaria sobre la realidad presente. ¿Es que se puede formular una teoría social prescindiendo de la sociedad de hoy, cerrando los ojos a las injusticias cotidianas, pasando por encima de las víctimas de este régimen injusto y brutal? Lo sabemos de sobra. Las conquistas económicas del proletariado se reducen a bien poca cosa, porque la ley de hierro del salario destruye toda posibilidad de mejoramiento del asalariado en el sistema capitalista. Sin embargo, ¿no está en ese esfuerzo concretada la aspiración de futuro, el comienzo de la lucha de los explotados contra los explotadores, la obligada contingencia del proceso revolucionario que los anarquistas tratamos de acelerar poniendo frente a frente al capital y al trabajo?

El reformismo no está en el hecho natural de que los obreros reclamen mejoras económicas, sino en la subordinación de la ideología socialista totalitaria a un programa que tiende a perpetuar el régimen del salariado. Y es un error sostener que todas las conquistas del proletariado son estériles y que no representan nada en la marca del progreso. ¿Acaso es lo mismo trabajar diez o doce horas que limitar a ocho o seis la jornada de trabajo? He aquí una mejora positiva, tan parcial como se quiera que nada tiene que ver con la ley de hierro del salario y que en cambio determina un nuevo proceso en la ley de la oferta y la demanda.

Rechazar ese positivo mejoramiento en las condiciones materiales del asalariado con el argumento de que perdura el sistema capitalista aunque la jornada de trabajo se reduzcan a cuatro o dos horas, supone tanto como defender la teoría de la miseria como factor de la revolución. Por otra parte, ¿es posible eludir el esfuerzo que reclama la lucha cotidiana contra la explotación capitalista, conservando todas las energías para dar el golpe de gracia al capitalismo cuando se agote la paciencia de los trabajadores? ¿Se puede acumular en alguna parte la energía que se pierde en la espera del gran acontecimiento? ¿O es que la inercia constituye un caudal de fuerzas ignoradas que se concentran en algún punto de la tierra y que explosionan al mágico conjuro de un genio desconocido por los hombres?

La realidad nos demuestra que toda conquista fundamental está condicionada por conquistas parciales. No se puede llegar a la revolución social de un salto sobre el infinito sin partir de un punto dado y seguir una determinada trayectoria de esfuerzos y realizaciones. Un programa total anarquista, que no extrae ninguna experiencia del presente que no se manifiesta en ningún propósito actual termina siendo una negación y defender la tesis empírica de “todo o nada” equivale a negar la posibilidad de que los trabajadores realicen por sí mismos su emancipación económica y social.

Descubrimos en esa teoría un extraño deriva del fatalismo histórico. Por oposición al reformismo, se niega el valor y la importancia de las conquistas inmediatas, con lo que confiesa que todo esfuerzo es inútil frente al inevitable proceso de la economía capitalista, del cual sin embargo se hace depender el desenlace del secular drama que viven los pueblos. Se sitúa la revolución en un punto hipotético —fuera de la realidad presente, sin continuidad en el tiempo y en el espacio— y se espera que se realice el milagro de la profecía de Juan Bovio: “hacia la anarquía marcha la historia”. Otra cosa no supone pretender que los anarquistas trabajen los valores revolucionarios en la conciencia del hombre prescindiendo del verdadero material humano.

No discutamos lo que está fuera de la discusión. Sí, lo sabemos. Los sociólogos burgueses —como nos recuerda un camarada que intenta demostrar la ineficacia del mejorativismo— conocen la ley que rige la economía capitalista. Saben incluso que concediendo a los obreros mayores salarios no se altera la “balanza económica”. Pero la burguesía, porque esa también es una ley de equilibrio, resiste la demanda de los trabajadores por un mayor bienestar. Y esa resistencia adquiere el carácter de lucha enconada, tiene exponentes de violencia, deriva a situaciones revolucionarias por la misma razón de que el desequilibrio es permanentemente en la sociedad del privilegio.

Hemos planteado el problema eterno de la lucha social cuyo origen está en la desigualdad de los hombres en el trabajo y en el disfrute de los bienes colectivos. Sustraerse al choque de las fuerzas antagónicas que presiden la marcha de la historia, negar el esfuerzo anarquista a la acción defensiva del proletariado, aislar las energías de la minoría consciente del conjunto de energías que chocan contra las murallas del privilegio, es tan imposible como pretender que un hombre viva encerrado en sí mismo y que realice su destino fuera de la humanidad.

Lo que importa no es demostrar la eficacia o ineficacia de las conquistas parciales, sino definir la conducta de los anarquistas frente al proceso de las reformas económicas que explican la existencia del proletariado y el gradual desarrollo de su conciencia revolucionaria. Cuando nosotros propiciamos una huelga por mayores salarios o adelantamos la posibilidad de reducir la jornada de trabajo de 6 horas ¿hipotecamos el futuro al presente? ¿Nos interesa siquiera buscar una base de equilibrio al sistema capitalista? No, lo único que hacemos es dar una dirección de impulso inicial del movimiento obrero y un objetivo inmediato a las fuerzas que entran en beligerancia en el terreno social. Y esa actividad, como lo demuestra la propaganda que el anarquismo realiza de acuerdo con su programa total, no impide que un esfuerzo mayor se haya puesto a prueba para el logro de objetivos que están fuera de las contingencias puramente materiales.

Tengamos cuidado con las negociaciones que toman por base un principio absoluto. Los anarquistas no dan importancia a las reformas sociales pero tampoco pueden sustraerse a la necesidad de luchar por ciertas conquistas inmediatas económicas y morales. Por eso actúan en el movimiento obrero, expresión de la lucha contra los privilegios de clase, en los que asienta el régimen capitalista.



Emilio López Arango 


Tomado del Libro «Ideario Del pensamiento anarquista en el movimiento obrero»


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