sábado, 26 de marzo de 2016

El Imperialismo en América, De la Independencia política a la esclavitud económica - Emilio López Arango

El siguiente artículo fue escrito a principios del siglo pasado por el anarcosindicalista de origen español afincado en Argentina, Emilio López Arango. Desconocemos la fecha exacta de su primera publicación que, seguramente, fue difundida por la prensa anarquista de la época. Para la transcripción nos hemos valido del libro compilatorio de sus textos, «Ideario del pensamiento anarquista en el movimiento obrero», Ediciones FORA, 2013. (N&A) 

La tendencia imperialista de este siglo no es una preocupación política, religiosa o racial. Los imperios modernos prescinden de la idea hegemónica que inspiraba las conquistas militares de la antigüedad. El unitarismo político y religioso, que impone una misma creencia, un mismo idioma y costumbres iguales a pueblos, cultural, ético y psicológicamente desemejantes, fue rechazado por los creadores de las grandes potencias dominantes. Inglaterra dio el ejemplo, limitando la soberanía de la metrópoli al dominio económico, garantizado por una policía colonial y por la vigilancia de su poderosa escuadra, dejando a los nativos de sus colonias la tarea de vigilar el orden interno y defender y respetar los privilegios consagrados. 

Por ese carácter peculiar del inglés, que disimula sus intereses con el manto de una hipócrita protección, fue posible conservar íntegro hasta ahora el imperio colonial británico. La posición contraria la ocuparon los españoles en América, porque la idea del imperialismo fue para España más política y religiosa que económica, originado con ello los movimientos nacionalistas –de concepción política de la independencia, patrimonio de la burguesía criolla–, que pusieron en conflicto a la corona con las nacionalidades formadas por la conquista y desarrolladas bajo el tutelaje de la metrópoli imperial.

Ese fenómeno histórico tiene todas las apariencias de una enorme contradicción ética y psicológica. Sin vínculos de raza, de idioma y de religión, las colonias inglesas, en Asia, África, América y Oceanía, separadas por enormes distancias y hasta poseedoras en cierto grado de una robusta personalidad, mantienen la unidad del Imperio. Inidentificadas por el lenguaje común y por las comunes costumbres, las ex colonias españolas de América están separadas de España por una enorme barrera de intereses y de prejuicios. Las causas de esa separación la hemos expuesto más arriba: son el fruto de la tendencia a imponer la hegemonía política y religiosa de la metrópoli a las colonias, características en el tipo latino y más particularizada en el español. 

Se dirá que por esos rasgos distintivos de la conquista española de América, las repúblicas americanas llegaron a ser libres e independientes. Políticamente, sí. Pero el mismo proceso se operó en Estados Unidos, que era una colonia inglesa, lo que al parecer contradice la tesis antes expuesta. Mas es necesario tener en cuenta este hecho: los norteamericanos trasladaron en cierto modo a este continente las preocupaciones económicas de Inglaterra, formaron un nuevo centro de dominación imperialista y se erigieron en metrópoli conquistadora.

La independencia de Estados Unidos no fue sólo política; posiblemente el proceso de la nacionalidad yanqui haya partido de una necesidad económica, como lo demuestra su propia estructura inter estadual. En cambio, la América española se desintegró en nacionalidades separadas por fronteras artificiosas que no podían responder a un fenómeno social lógico, a diferencias elementales de cultura o particularismos raciales e idiomáticos.

En el imperio colonial español, particularmente en América, dominaron las preocupaciones religiosas y políticas. El prejuicio de raza no existió como elemento refractario para operar la conquista de estos pueblos. Los conquistadores, junto con la dominación política crearon una especie de comunidad con los pueblos conquistados. Mientras trasplantaban en las colonias las preocupaciones de la realeza, de la aristocracia y del clero e imponían una dura ley de una monarquía absoluta a las poblaciones autóctonas, establecían su hogar sobre esos mismos prejuicios y contradecían el espíritu mismo de la conquista. ¿No tiene en ese fenómeno psicológico su explicación la existencia de una aristocracia criolla, mitad noble y mitad plebeya, fruto del cruce de los españoles con los indígenas, que fue la que promovió el movimiento de independencia y la que se aprovechó de la libertad política conquistada en perjuicio de los indios irredentos?

Sin que sea nuestro propósito defender los métodos de conquista y de colonización de los españoles en América –métodos de guerra sobre motivos puramente políticos y religiosos– diremos que se ha perpetuado un error de apreciación sobre los alcances sociales que tuvo el imperialismo español. Mientras los conquistadores de la América española, al reducir a las poblaciones indígenas se mezclaban y convivían con ellas, limitándose a ejecutar el plan de catequización de los reyes católicos, los colonizadores ingleses trasplantaban en su zona de influencia el dominio efectivo –político, religioso y económico– de la metrópoli sin establecer ninguna clase de contacto con los nativos. De ahí que la independencia de los países indo-latinos haya sido el fruto del mestizaje y de preocupaciones puramente políticas, mientras que los Estados Unidos conquistaron su personalidad nacional independizándose económicamente de Inglaterra y creando a su vez un nuevo tipo de imperialismo en América. 

Es ese imperialismo, típicamente yanqui, de origen británico, que en el propio solar tiene el orgullo de la raza y rinde culto a la sangre pura, pero que fuera de sus límites geográficos prescinde de las preocupaciones raciales, idiomáticas y religiosas. Es esa tendencia imperialista de estructura económica, apolítica, la que tiene subyugada a la burguesía criolla y la que impuso el dominio de Yanquilandia en la América española. ¿Qué valor tiene la independencia política de estas repúblicas desprendidas hace más de un siglo del imperio colonial español?

Políticamente, sólo se ha independizado la burguesía patricia –de origen español–, facilitando ese proceso histórico el crecimiento de la casta burguesa, con el aporte de las inmigraciones europeas. El indígena no ganó nada con la libertad política: ni siquiera contribuyó a ese aporte de elementos para crear la clase privilegiada de la Nación, ya que la segunda conquista –la económica, operada por el capitalismo– redujo las perspectivas del indio, ser extraño para los criollos de la ciudad, preocupados por una idea civilizadora más imperialista que la que inspiró la conquista de España.

Es sobre la base económica, por el dominio de una clase privilegiada, extranjera o de origen europeo, que el imperialismo capitalista afianzó su poder en América.

En el juego brutal de los intereses de la competencia industrial y comercial, de la explotación sin límites de las riquezas del suelo, las razas indígenas sacan la peor parte. En condiciones fisiológicas y étnicas inferiores al obrero europeo o al criollo de raza blanca, los trabajadores autóctonos ofrecen el remanente más considerable de carne barata para las grandes explotaciones agrícolas, forestales, etc., que son las que ya mayores beneficios dejan a los capitalistas. Donde abundan los nativos y menor es el contacto de las poblaciones campesinas con la ciudad industrial y proletaria, mayor es la esclavitud y la miseria. ¿Qué hacen los gobiernos criollos para proteger al indio, políticamente libre desde hace más de un siglo? Dictan leyes protectoras y crean sociedades de protección que solo se preocupan de ensalzar a la raza en libros ramplones y en poesías épicas.

La independencia económica de los pueblos latinoamericanos no es un proceso social paralelo a la libertad política de la burguesía criolla. En cierto modo se operó un movimiento convergente, en el dominio de la política y de la economía, en las colonias inglesas del Norte. Por eso Estados Unidos, que es una nación de intereses materiales, desarrolla las corrientes nacionalistas más exageradas dentro de sus límites geográficos y a la vez amplía su esfera de influencia en América mediante su poderoso e incontrarrestable imperialismo financiero.

Será necesario que pase aún mucho tiempo para que los parias americanos descubran el engaño de esa independencia política, tan invocada por la burguesía criolla, que soldó el eslabón de la cadena rota por la revolución del siglo pasado, imponiéndoles el yugo económico del capitalismo conquistador. Y esa obra de esclarecimiento sólo podremos realizarla los anarquistas, que no vivimos ilusionados por las conquistas de la democracia y que sabemos descubrir el fondo trágico del imperialismo que se disfraza con las palabras de orden de la burguesía hoy dominante: Libertad, Igualdad, Fraternidad.


Emilio López Arango

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