En
su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, Étienne de La Boétie
(1530 - 1563) ya denunciaba de forma sensata el poder que tiene la
costumbre en nuestra manera de pensar y comportarnos. Es cierto:
cuando nos habituamos a algo, cambiarlo es realmente difícil. Sobre
todo si hemos estado sujeto a aquello desde nuestro nacimiento o si
ha trascendido a una o varias generaciones. Cuando esto ocurre, para
la mayoría de las personas su motivo de costumbre pasa de ser una
realidad a ser la
realidad, algo establecido y rara vez cuestionado, formándose así
los convencionalismos sociales arbitrarios y los racionales que
constituyen el sentido común. Poner en duda cualquiera de estas
verdades es considerado una locura, siendo que la auténtica locura
reside en pensar un mundo amutable, rígido y, por consecuencia, sin
historia.
Hoy en día difícilmente se permitiría que una persona fuese dueña de otra y sin embargo hubo un tiempo en que la esclavitud y la monarquía fueron vistas como algo más que aceptable, algo que debía ser. Lo normal y el sentido común, en éste y muchos casos más, no se configuran a partir de un pensamiento racional, sino que se van estructurando en la medida en que las prácticas se hacen más cotidianas y no existen las condiciones materiales para cuestionarlas y transformarlas. Es por esta razón que para muchas personas es imposible concebir un mundo sin autoridades, pues han estado presentes durante buena parte de nuestra historia conocida y durante absolutamente toda nuestra historia particular:
Desde antes de siquiera poder dar nuestros primeros pasos, somos aleccionados en cuanto a cómo debe ser nuestro comportamiento frente a una autoridad. Las autoridades –nos dicen desde siempre– deben ser respetadas y obedecidas. Este precepto daña a la humanidad de un modo tan grande y difícil de percibir, que es doblemente peligroso.
En una sociedad como la nuestra, donde la participación social es increíblemente baja, tanto en la organización sectorial como en lo electoral, vale la pena el que nos preguntemos la razón del por qué.
El respetar y obedecer a alguien tan sólo por el hecho de ser una autoridad es un sin sentido. Tal modo de vida anula el cuestionamiento y el razonamiento que llevan al ejercicio del diálogo, la reflexión y el debate, coartando las posibilidades de entendimiento. De ahí la dificultad de plantear problemáticas y que éstas sean aceptadas y asumidas por los dirigentes de un país. La autoridad viene a suplantar a la razón de igual modo como quien ante una pregunta que desconoce o que no quiere tratar, elude argumentar respondiendo “porque sí” o “porque no”; debes hacerlo porque la autoridad lo dice = porque sí; no debes hacerlo porque la autoridad lo dice = porque no.
Lamentablemente no es todo. El uso de autoridades ha llevado a las personas a tener una concepción errada de lo que es la política. Por lo general se piensa que la política es aquello que hacen los políticos y, en menor medida, los movimientos sociales.
Esta visión, compartida por muchos, hace que la población vea el ejercicio político como algo ajeno, que no le corresponde y de lo que otros deben encargarse. La mayor proximidad que sienten es al momento de votar, cosa que hacen muy de vez en cuando y sólo la pequeña parte participa del proceso electoral. El resultado es una población pasiva que delega todas las decisiones importantes a un grupo muy reducido de personas.
Lo cierto es que todo lo que una persona hace (acción) o no hace (omisión) es un acto político. La política se desarrolla en numerosos campos, planos, dimensiones o niveles de acción y tan sólo uno de ellos es el electoral; quién vota lo hace por el candidato que mejor represente sus ideas o por intereses personales o partidistas, mientras que quién no vota puede estar dando un mensaje de apatía, indiferencia o descontento con la política tradicional. También hace política la persona que prefiere usar una bolsa reutilizable a una de plástico, la junta vecinal al reunirse para tomar decisiones en torno a su sector, el sindicato que busca mejoras para sus colegas, la organización de cualquier tipo y toda forma de autogestión, etc.
No todo lo que hacemos tiene una magnitud tal que pueda ser visible ante todo un territorio país, pero eso no debe preocuparnos. El primer paso para cambiar el sentido común cuando no se controlan ni se busca controlar los medios, es lograr cambios de paradigmas a nivel local.
Una cantidad no menor de cambios han comenzado así, desde experiencias locales que se replican lo suficiente para generar un cambio en el sentido común, y no desde las llamadas autoridades, limitándose éstas últimas a ejecutar o establecer de modo formal dichos cambios que en la práctica ya se encuentran andando, y lo hacen con la sola intención de evitar el estallido que se produce cuando la presión social ya es demasiada y que les perjudicaría de gran manera. Así las mujeres han conquistado gran parte de sus derechos, así se logró abolir la esclavitud y así se arrancó a la monarquía de su puesto privilegiado. Pero para ello, primero es necesaria la comprensión de que todos y todas somos seres políticos y tomar consciencia de que nadie lo representa mejor a uno, que uno mismo.
Una vez dejemos atrás la idea de autoridad, la razón, el diálogo y la reflexión podrán recuperar su lugar natural dentro de la sociedad.
Primavera
Hoy en día difícilmente se permitiría que una persona fuese dueña de otra y sin embargo hubo un tiempo en que la esclavitud y la monarquía fueron vistas como algo más que aceptable, algo que debía ser. Lo normal y el sentido común, en éste y muchos casos más, no se configuran a partir de un pensamiento racional, sino que se van estructurando en la medida en que las prácticas se hacen más cotidianas y no existen las condiciones materiales para cuestionarlas y transformarlas. Es por esta razón que para muchas personas es imposible concebir un mundo sin autoridades, pues han estado presentes durante buena parte de nuestra historia conocida y durante absolutamente toda nuestra historia particular:
Desde antes de siquiera poder dar nuestros primeros pasos, somos aleccionados en cuanto a cómo debe ser nuestro comportamiento frente a una autoridad. Las autoridades –nos dicen desde siempre– deben ser respetadas y obedecidas. Este precepto daña a la humanidad de un modo tan grande y difícil de percibir, que es doblemente peligroso.
En una sociedad como la nuestra, donde la participación social es increíblemente baja, tanto en la organización sectorial como en lo electoral, vale la pena el que nos preguntemos la razón del por qué.
El respetar y obedecer a alguien tan sólo por el hecho de ser una autoridad es un sin sentido. Tal modo de vida anula el cuestionamiento y el razonamiento que llevan al ejercicio del diálogo, la reflexión y el debate, coartando las posibilidades de entendimiento. De ahí la dificultad de plantear problemáticas y que éstas sean aceptadas y asumidas por los dirigentes de un país. La autoridad viene a suplantar a la razón de igual modo como quien ante una pregunta que desconoce o que no quiere tratar, elude argumentar respondiendo “porque sí” o “porque no”; debes hacerlo porque la autoridad lo dice = porque sí; no debes hacerlo porque la autoridad lo dice = porque no.
Lamentablemente no es todo. El uso de autoridades ha llevado a las personas a tener una concepción errada de lo que es la política. Por lo general se piensa que la política es aquello que hacen los políticos y, en menor medida, los movimientos sociales.
Esta visión, compartida por muchos, hace que la población vea el ejercicio político como algo ajeno, que no le corresponde y de lo que otros deben encargarse. La mayor proximidad que sienten es al momento de votar, cosa que hacen muy de vez en cuando y sólo la pequeña parte participa del proceso electoral. El resultado es una población pasiva que delega todas las decisiones importantes a un grupo muy reducido de personas.
Lo cierto es que todo lo que una persona hace (acción) o no hace (omisión) es un acto político. La política se desarrolla en numerosos campos, planos, dimensiones o niveles de acción y tan sólo uno de ellos es el electoral; quién vota lo hace por el candidato que mejor represente sus ideas o por intereses personales o partidistas, mientras que quién no vota puede estar dando un mensaje de apatía, indiferencia o descontento con la política tradicional. También hace política la persona que prefiere usar una bolsa reutilizable a una de plástico, la junta vecinal al reunirse para tomar decisiones en torno a su sector, el sindicato que busca mejoras para sus colegas, la organización de cualquier tipo y toda forma de autogestión, etc.
No todo lo que hacemos tiene una magnitud tal que pueda ser visible ante todo un territorio país, pero eso no debe preocuparnos. El primer paso para cambiar el sentido común cuando no se controlan ni se busca controlar los medios, es lograr cambios de paradigmas a nivel local.
Una cantidad no menor de cambios han comenzado así, desde experiencias locales que se replican lo suficiente para generar un cambio en el sentido común, y no desde las llamadas autoridades, limitándose éstas últimas a ejecutar o establecer de modo formal dichos cambios que en la práctica ya se encuentran andando, y lo hacen con la sola intención de evitar el estallido que se produce cuando la presión social ya es demasiada y que les perjudicaría de gran manera. Así las mujeres han conquistado gran parte de sus derechos, así se logró abolir la esclavitud y así se arrancó a la monarquía de su puesto privilegiado. Pero para ello, primero es necesaria la comprensión de que todos y todas somos seres políticos y tomar consciencia de que nadie lo representa mejor a uno, que uno mismo.
Una vez dejemos atrás la idea de autoridad, la razón, el diálogo y la reflexión podrán recuperar su lugar natural dentro de la sociedad.
Primavera
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