La Anarquía no es una abstracción, una quimera. No es la imagen milagrosa colocada en un Santuario para que en las gradas de su altar depositen sus ofrendas los que en compacta peregrinación invocan un beneficio celestial por no haber sabido obtenerlo en la tierra. Bienestar que su debilidad les niega.
La Anarquía
tampoco es un dogma, un sistema que estreche en sus pliegues, en sus códigos y
en sus reglamentos las voluntades de todos y cada uno de los individuos.
La Anarquía es
la práctica de la vida, la obra de cada uno, de todos; se vive en ella a todas
horas, a todos instantes, en todas ocasiones, siempre que los hombres hayan sabido
desprenderse de esas mentiras, hipocresías y perjuicios que infectan el
organismo social presente.
Por el hecho
mismo de que la Anarquía es la obra de todos, de la total humanidad, rechaza
ser el ideal de una sóla clase, no refleja una aspiración sectaria, ni tiende a
perpetuar las luchas homicidas, dividendo a los hombres con esa crueldad ejercida
por todos los sistemas políticos y religiosos, y, en virtud de ellos, no
podemos ni debemos limitar nuestra esfera de acción a un solo punto dado.
A todos oprime,
enferma y mata el medio social existente. Así en la cabaña del pobre como en el
palacio del rico, en la miseria de los unos y en el lujo de los otros, superviven
los vicios, los despotismos, las tiranías.
Héroes, mártires
y desinteresados han brillado como soles en todas las clases. Avaros, ruines,
déspotas y soberbios han engendrado igualmente los grandes y pequeños, los
ricos y los pobres.
La esclavitud
afecta a todos los órganos, ya que no sólo se vive de pan, sino que
necesariamente también de amores. La miseria económica y la miseria moral
igualmente nos hará incapaces de vivir la vida cuyo albor rosado describe nuestra
mente. Si esto es cierto, y nosotros hemos dividido nuestros esfuerzos en lo
falso. Nada robustece tanto la resistencia contra lo que no tiene razón de ser,
como la acción adecuada al concepto o ideal renovador que se defiende, y
nosotros hemos abandonado, en mucha parte, esa integridad, sugestionados por el
principio justo de que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de
los trabajadores mismos.
Este principio
es justo, pero ante la magnitud del problema social, cuya solución afecta a
todos los órdenes de la vida, es comprimido, parcial. Revela un sentimiento
admirable; pero no es completo, no es perfecto.
Para que
nuestras energías no sufran alteraciones, es necesario desarrollarlas en
ambientes más puros, más sanos, más estrictos, inscribiéndolas en nuestros
libros, en nuestros periódicos, en nuestras hojas.
La redención
moral, intelectual y económica de la humanidad ha de ser obra de los hombres
libres, de los anarquistas íntegramente.
Teresa Claramunt
Tribuna Libre,
Gijón, 22-V-1909
Texto tomado del Libro Teresa Claramunt, la virgen roja barcelonesa,(pag 155) el cual pueden consultar
completo haciendo clic aquí.
Salud!
ResponderEliminar