Las imágenes de mujeres agarrando firmemente a sus hijos
entre las ruinas de lo que una vez fueron sus hogares, o luchando por
entretenerlos bajo las tiendas de los campos de refugiados, trabajando en las
maquilas, en los burdeles o como empleadas domésticas en países extranjeros,
han supuesto durante años la esencia de noticias e informes. Y las cifras estadísticas
apoyan la historia de victimización descrita por esas imágenes, tanto que la
«feminización de la pobreza» se ha convertido en una categoría sociológica. Aun
así, los factores que motivan tal deterioro dramático de las condiciones de
vida de las mujeres ―y que coincide irónicamente con la campaña de las Naciones
Unidas para mejorar la situación de las mujeres1― no se entienden correctamente
en Estados Unidos, ni siquiera en los círculos feministas. Las sociólogas
feministas están de acuerdo en que las mujeres de todo el mundo están pagando
un «precio desproporcionado» por la «integración en la economía global» de sus países.
Pero las causas de esta miseria, de estos problemas, no se discuten, o se
atribuyen al sesgo patriarcal de las agencias internacionales que gobiernan la
globalización. Por ello, algunas organizaciones feministas han propuesto una
nueva «marcha sobre las instituciones» con el objetivo de influir sobre el
desarrollo global y hacer que agencias financieras como el Banco Mundial sean
«más sensibles respecto al tema del género».2 Otras organizaciones han empezado
a presionar a los Gobiernos para que implementen las resoluciones de la ONU,
convencidas de que la mejor estrategia es «la participación».
Sea como sea, la globalización es especialmente catastrófica para las mujeres y no porque la controlen agencias dominadas por hombres, que no son conscientes de las necesidades de las mujeres, sino por los objetivos que se ha marcado la globalización.
El objetivo primordial de la globalización es proporcionar al capital el control total sobre el trabajo y los recursos naturales y para ello debe expropiar a los trabajadores de cualquier medio de subsistencia que les permita resistir un aumento de la explotación. Y dicha expropiación no es posible sin que se produzca un ataque sistemático sobre las condiciones materiales de la reproducción social y contra los principales sujetos de este trabajo, que en la mayor parte de los países son mujeres.
Se victimiza a las mujeres también por ser culpables de los dos principales crímenes que se supone debe de combatir la globalización. Ellas son las que, a través de sus luchas y resistencias, más han contribuido a «valorizar» el trabajo de sus hijos y de las comunidades, desafiando las jerarquías sexuales sobre las que se ha desarrollado el capitalismo, y las que han forzado a los Estados a aumentar sus inversiones en la reproducción de la mano de obra.3 También se han convertido en las principales defensoras del uso no capitalista de los recursos naturales (tierras, agua, bosques) y de la agricultura orientada a la subsistencia, interponiéndose como consecuencia en la mercantilización de la «naturaleza» y la destrucción de los comunes aún existentes.4
Esta es la razón por la que la globalización en cualquiera de sus formas capitalistas ―ajuste estructural, liberalización del comercio, guerras de baja intensidad― es en esencia una guerra contra las mujeres; una guerra especialmente devastadora para las mujeres del «Tercer Mundo», pero que socava la forma de vida y la autonomía de todas las mujeres proletarias del mundo, incluyendo las que viven en los «avanzados» países capitalistas. De esto se desprende que la condición económica y social de las mujeres no se puede mejorar sin luchar contra la globalización capitalista y sin una deslegitimación de las agencias y de los programas que sustentan la expansión global del capital, comenzando por el FMI, el Banco Mundial y la OMC. Por ello, cualquier intento de «empoderar» a las mujeres «generizando» estas agencias no solo será improductivo, sino que producirá por fuerza un efecto mistificador, que posibilitará a estas agencias la cooptación de las luchas que llevan a cabo las mujeres contra la agenda neoliberal y por la construcción de una alternativa no capitalista.5
Globalización: un ataque a la reproducción
Sea como sea, la globalización es especialmente catastrófica para las mujeres y no porque la controlen agencias dominadas por hombres, que no son conscientes de las necesidades de las mujeres, sino por los objetivos que se ha marcado la globalización.
El objetivo primordial de la globalización es proporcionar al capital el control total sobre el trabajo y los recursos naturales y para ello debe expropiar a los trabajadores de cualquier medio de subsistencia que les permita resistir un aumento de la explotación. Y dicha expropiación no es posible sin que se produzca un ataque sistemático sobre las condiciones materiales de la reproducción social y contra los principales sujetos de este trabajo, que en la mayor parte de los países son mujeres.
Se victimiza a las mujeres también por ser culpables de los dos principales crímenes que se supone debe de combatir la globalización. Ellas son las que, a través de sus luchas y resistencias, más han contribuido a «valorizar» el trabajo de sus hijos y de las comunidades, desafiando las jerarquías sexuales sobre las que se ha desarrollado el capitalismo, y las que han forzado a los Estados a aumentar sus inversiones en la reproducción de la mano de obra.3 También se han convertido en las principales defensoras del uso no capitalista de los recursos naturales (tierras, agua, bosques) y de la agricultura orientada a la subsistencia, interponiéndose como consecuencia en la mercantilización de la «naturaleza» y la destrucción de los comunes aún existentes.4
Esta es la razón por la que la globalización en cualquiera de sus formas capitalistas ―ajuste estructural, liberalización del comercio, guerras de baja intensidad― es en esencia una guerra contra las mujeres; una guerra especialmente devastadora para las mujeres del «Tercer Mundo», pero que socava la forma de vida y la autonomía de todas las mujeres proletarias del mundo, incluyendo las que viven en los «avanzados» países capitalistas. De esto se desprende que la condición económica y social de las mujeres no se puede mejorar sin luchar contra la globalización capitalista y sin una deslegitimación de las agencias y de los programas que sustentan la expansión global del capital, comenzando por el FMI, el Banco Mundial y la OMC. Por ello, cualquier intento de «empoderar» a las mujeres «generizando» estas agencias no solo será improductivo, sino que producirá por fuerza un efecto mistificador, que posibilitará a estas agencias la cooptación de las luchas que llevan a cabo las mujeres contra la agenda neoliberal y por la construcción de una alternativa no capitalista.5
Globalización: un ataque a la reproducción
Para comprender por qué la globalización supone un ataque contra
las mujeres debemos hacer una lectura «política» de este proceso como una
estrategia diseñada y dirigida a la rendición del «rechazo al trabajo» de la
fuerza de trabajo mediante la expansión global del mercado laboral. Es la
respuesta a un ciclo de luchas que, desde los movimientos anticolonialistas,
pasando por el Black Power, hasta los movimientos feministas y obreros de los
años sesenta y setenta, desafiaron la división internacional del trabajo y
provocaron no solo una crisis histórica de beneficios sino también una
revolución social y cultural. Las luchas de las mujeres ―contra la dependencia
de los hombres, por el reconocimiento del trabajo doméstico, contra las
jerarquías raciales y sexuales― supusieron un aspecto clave en esta crisis. Por
lo que no es casual que todos los programas asociados a la globalización
señalen a las mujeres como objetivo principal.
Los Programas de Ajuste Estructural (PAE), por ejemplo, pese a su promoción como herramientas para la recuperación económica, han destruido los modos de subsistencia de las mujeres, haciendo imposible que se reproduzcan ellas y sus familias. Uno de los objetivos principales de los PAE es la «modernización» de la agricultura, es decir, la reorganización de la misma en base al comercio y la exportación. Lo que conlleva un aumento del terreno dedicado a los cultivos comerciales y que más mujeres, las principales agricultoras de subsistencia del mundo, se vean desplazadas. Las mujeres también se han visto desplazadas por el retraimiento del sector público que ha provocado el desmantelamiento de los servicios sociales y del empleo público. También aquí las mujeres han sido las que han pagado el precio más alto no solo porque han sido las primeras en resultar despedidas sino también porque la falta de acceso a la asistencia sanitaria y al cuidado infantil marca para ellas la diferencia entre la vida y la muerte.6
La creación de las «cadenas de montaje globales», con talleres en los que se trabaja en condiciones de semiesclavitud (sweatshops)7 a lo largo y ancho del planeta y que se alimentan del trabajo de mujeres jóvenes, también forma parte de la guerra contra las mujeres y la reproducción social. Es cierto que la posibilidad de trabajar en la industria del mercado global puede representar una oportunidad de adquirir mayor autonomía para algunas mujeres.8 Pero incluso aunque esto fuese verdad, es una autonomía que las mujeres pagan con su salud y con la imposibilidad de tener una familia debido a las largas jornadas de trabajo y a las terribles condiciones laborales en las zonas de libre comercio. Es una ilusión suponer que el trabajo en estas áreas industriales pueda ser una buena solución temporal para las mujeres en edad de casarse. Muchas de ellas terminan malgastando sus vidas encerradas en estas fábricas-presidio, e incluso aquellas que las abandonan arrastran secuelas físicas.
Como en el caso de las mujeres jóvenes que, en Colombia o Kenia, trabajan en la industria de las flores, que tras años e incluso meses de trabajo se quedan ciegas o desarrollan enfermedades mortales debido a la constante exposición a fumigaciones y pesticidas.9
Otra evidencia de la guerra que las agencias internacionales mantienen contra las mujeres, especialmente en el Sur, es el hecho de que tantas de ellas se hayan visto forzadas a migrar hacia el Norte, donde, a menudo, el único empleo que encuentran es el de trabajadoras domésticas. De hecho, son las mujeres del Sur las que hoy en día cuidan de los niños y de las personas mayores en muchos países de Europa y Estados Unidos, un fenómeno que algunos han descrito como el desarrollo de la «maternidad global» y de los «cuidados globales».10
En su proceso de consolidación, la nueva economía mundial depende seriamente de la desinversión estatal en el proceso de reproducción social. Tan crucial es la disminución de los costes laborales para los benefi cios de la nueva economía global que, en los lugares en los que la deuda y el reajuste estructural no han sido sufi cientes, las guerras han completado esta tarea. En otros textos he argumentado por qué muchas de las guerras habidas en los últimos años en el continente africano emergen claramente de las políticas de ajuste estructural, que exacerban los confl ictos y excluyen a las elites locales de cualquier otro modo de acumulación que no sea el pillaje y el saqueo. Pero aquí lo que quiero recalcar es el hecho de que gran parte de las guerras contemporáneas se dirigen a destruir la agricultura de subsistencia y en consecuencia su objetivo son las mujeres. Esto es cierto tanto en la «lucha contra la droga», que sirve para destruir los cultivos de pequeños campesinos, como en el caso de las guerras de baja intensidad y las «intervenciones humanitarias».
Aparte, existen otros fenómenos derivados del proceso globalizador que tienen consecuencias devastadoras en las mujeres y en la reproducción: la contaminación medioambiental, la privatización del agua ―última misión encomendada al Banco Mundial que arrogantemente predice que las guerras del siglo XXI serán las guerras por el agua―, la deforestación y exportación de bosques enteros.11
Existe una lógica en los regímenes laborales actuales que retrotrae a los tiempos de la etapa colonial, en los que los trabajadores se consumían produciendo para el mercado global y a duras penas se reproducían.
Todas las estadísticas demográfi cas que miden la calidad de vida en los países «ajustados» son elocuentes respecto a este punto. Habitualmente muestran:
• Un aumento de la mortalidad y una reducción de la esperanza de vida (cinco años al nacer para los niños en África).12
Los Programas de Ajuste Estructural (PAE), por ejemplo, pese a su promoción como herramientas para la recuperación económica, han destruido los modos de subsistencia de las mujeres, haciendo imposible que se reproduzcan ellas y sus familias. Uno de los objetivos principales de los PAE es la «modernización» de la agricultura, es decir, la reorganización de la misma en base al comercio y la exportación. Lo que conlleva un aumento del terreno dedicado a los cultivos comerciales y que más mujeres, las principales agricultoras de subsistencia del mundo, se vean desplazadas. Las mujeres también se han visto desplazadas por el retraimiento del sector público que ha provocado el desmantelamiento de los servicios sociales y del empleo público. También aquí las mujeres han sido las que han pagado el precio más alto no solo porque han sido las primeras en resultar despedidas sino también porque la falta de acceso a la asistencia sanitaria y al cuidado infantil marca para ellas la diferencia entre la vida y la muerte.6
La creación de las «cadenas de montaje globales», con talleres en los que se trabaja en condiciones de semiesclavitud (sweatshops)7 a lo largo y ancho del planeta y que se alimentan del trabajo de mujeres jóvenes, también forma parte de la guerra contra las mujeres y la reproducción social. Es cierto que la posibilidad de trabajar en la industria del mercado global puede representar una oportunidad de adquirir mayor autonomía para algunas mujeres.8 Pero incluso aunque esto fuese verdad, es una autonomía que las mujeres pagan con su salud y con la imposibilidad de tener una familia debido a las largas jornadas de trabajo y a las terribles condiciones laborales en las zonas de libre comercio. Es una ilusión suponer que el trabajo en estas áreas industriales pueda ser una buena solución temporal para las mujeres en edad de casarse. Muchas de ellas terminan malgastando sus vidas encerradas en estas fábricas-presidio, e incluso aquellas que las abandonan arrastran secuelas físicas.
Como en el caso de las mujeres jóvenes que, en Colombia o Kenia, trabajan en la industria de las flores, que tras años e incluso meses de trabajo se quedan ciegas o desarrollan enfermedades mortales debido a la constante exposición a fumigaciones y pesticidas.9
Otra evidencia de la guerra que las agencias internacionales mantienen contra las mujeres, especialmente en el Sur, es el hecho de que tantas de ellas se hayan visto forzadas a migrar hacia el Norte, donde, a menudo, el único empleo que encuentran es el de trabajadoras domésticas. De hecho, son las mujeres del Sur las que hoy en día cuidan de los niños y de las personas mayores en muchos países de Europa y Estados Unidos, un fenómeno que algunos han descrito como el desarrollo de la «maternidad global» y de los «cuidados globales».10
En su proceso de consolidación, la nueva economía mundial depende seriamente de la desinversión estatal en el proceso de reproducción social. Tan crucial es la disminución de los costes laborales para los benefi cios de la nueva economía global que, en los lugares en los que la deuda y el reajuste estructural no han sido sufi cientes, las guerras han completado esta tarea. En otros textos he argumentado por qué muchas de las guerras habidas en los últimos años en el continente africano emergen claramente de las políticas de ajuste estructural, que exacerban los confl ictos y excluyen a las elites locales de cualquier otro modo de acumulación que no sea el pillaje y el saqueo. Pero aquí lo que quiero recalcar es el hecho de que gran parte de las guerras contemporáneas se dirigen a destruir la agricultura de subsistencia y en consecuencia su objetivo son las mujeres. Esto es cierto tanto en la «lucha contra la droga», que sirve para destruir los cultivos de pequeños campesinos, como en el caso de las guerras de baja intensidad y las «intervenciones humanitarias».
Aparte, existen otros fenómenos derivados del proceso globalizador que tienen consecuencias devastadoras en las mujeres y en la reproducción: la contaminación medioambiental, la privatización del agua ―última misión encomendada al Banco Mundial que arrogantemente predice que las guerras del siglo XXI serán las guerras por el agua―, la deforestación y exportación de bosques enteros.11
Existe una lógica en los regímenes laborales actuales que retrotrae a los tiempos de la etapa colonial, en los que los trabajadores se consumían produciendo para el mercado global y a duras penas se reproducían.
Todas las estadísticas demográfi cas que miden la calidad de vida en los países «ajustados» son elocuentes respecto a este punto. Habitualmente muestran:
• Un aumento de la mortalidad y una reducción de la esperanza de vida (cinco años al nacer para los niños en África).12
• La ruptura de estructuras familiares y de comunidades, lo que provoca un aumento de los niños que viven en las calles o que trabajan como esclavos.13
• Un incremento en el número de refugiados, en su mayoría mujeres, desplazados debido a la guerra o a políticas económicas.14
• Una expansión de zonas chabolistas inabarcables cuyo crecimiento es alimentado por la expulsión de los campesinos de sus tierras.
• Un aumento de la violencia contra las mujeres a manos de sus familiares, de las autoridades gubernamentales y de las tropas en combate.15
También
en el «Norte» la globalización ha arrasado con las políticas económicas que
sostienen la vida de las mujeres. En Estados Unidos, supuestamente el ejemplo
más exitoso de neoliberalismo, el sistema de asistencia social ha sido desmantelado
―en especial el fondo AFCD que afecta directamente a mujeres con
niños a su cargo.16 Gracias
a esto se ha pauperizado la vida de aquellas familias cuya
cabeza es una mujer, y ahora las mujeres de la clase obrera deben tener
más de un empleo para sobrevivir. Mientras tanto el número de mujeres en
prisión no ha dejado de aumentar; así prevalece una política de
encarcelamientos masivos,
lo que es coherente con el regreso de economías de tipo colonial
incluso en el corazón del mundo industrializado.
Luchas de mujeres y movimiento feminista internacional
¿Cuáles
son las implicaciones que conlleva esta situación para los movimientos feministas
internacionales? La primera respuesta que debemos dar es que las
feministas no solo deben apoyar e impulsar la cancelación de la «deuda del Tercer
Mundo» sino también involucrarse en las campañas de reparación, con el
objetivo de que devuelvan a las comunidades devastadas por los ajustes estructurales
los recursos que les han arrebatado. A largo plazo las feministas debemos
darnos cuenta de que no podemos esperar ninguna mejora en nuestras
vidas por parte del capitalismo. Por lo que hemos podido ver, tan pronto
como los movimientos anticoloniales, de derechos humanos y feministas obligaron
al sistema a hacer concesiones, este reaccionó con la respuesta equivalente
a la de un ataque nuclear.
Si la destrucción de nuestros medios de subsistencia es indispensable para la supervivencia de las relaciones capitalistas, este debe convertirse en nuestro campo de batalla. Debemos unirnos a las luchas que sostienen las mujeres del Sur que han demostrado que las mujeres pueden sacudir incluso los regímenes más opresivos.17 Un buen ejemplo son las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina, quienes durante años han desafiado uno de los regímenes más represivos del mundo, en un momento en el que nadie en el país se atrevía a levantar la voz.18 Otro caso similar es el de las proletarias/indígenas de Chile quienes, tras el golpe militar de 1973, se unieron para garantizar la alimentación de sus familias ―organizaron cocinas comunales y durante este proceso adquirieron conciencia de sus necesidades y su fuerza como mujeres.19
Estos ejemplos muestran que el poder de las mujeres no proviene de arriba, no lo otorgan las instituciones globales como las Naciones Unidas, sino que debe construirse desde abajo y que solo a través de la autoorganización podrán las mujeres revolucionar sus vidas. De hecho, las feministas harían bien en tener en cuenta que las iniciativas de las Naciones Unidas en favor de las mujeres han coincidido con los ataques más devastadores contra ellas en todo el planeta, y que la responsabilidad de los mismos recae sobre las agencias miembro de las Naciones Unidas: el Banco Mundial, el FMI, la OIT y, por encima de todo, el Consejo de Seguridad de la ONU. Frente al feminismo fabricado por la ONU, con sus ONG, sus proyectos «generadores de ingresos» y sus relaciones paternalistas con los movimientos locales, se levantan las organizaciones de base que las mujeres han construido en África, Asia y Latinoamérica, para luchar por servicios básicos (carreteras, escuelas, clínicas), para resistir los ataques gubernamentales contra la venta callejera ―uno de los modos primordiales de subsistencia de las mujeres― y para defenderse mutuamente de los abusos de sus maridos.20
Como cualquier otra forma de autodeterminación, el movimiento de liberación de las mujeres requiere de condiciones materiales específi cas, que comienzan por el control de los medios de producción y subsistencia. Como Maria Mies y Veronika Bennholdt-Thomsen razonan en The Subsistence Perspective (2000), este principio cuenta no solo para las mujeres del «Tercer Mundo» que han sido las principales protagonistas de luchas territoriales por la recuperación de tierras ocupadas por terratenientes,21 sino que también es importante para las mujeres de los países industrializados. Hoy en día en Nueva York, las mujeres se oponen a las apisonadoras para defender sus huertos urbanos, fruto de un enorme trabajo colectivo que ha unido a comunidades enteras, y revitalizado vecindarios anteriormente considerados zonas catastróficas.22
Pero la represión a la que se han enfrentado estos proyectos muestra que necesitamos una movilización feminista contra la intervención estatal en nuestra vida cotidiana al igual que frente a la política internacional. Las feministas también debemos organizarnos contra la brutalidad policial, el reforzamiento del aparato militar y, sobre todo, contra la guerra. Nuestro primer y más importante paso debe ser oponernos al reclutamiento de mujeres en los ejércitos, hecho tristemente aceptado con el apoyo de algunas feministas en nombre de la igualdad y la emancipación de las mujeres.
Tenemos que aprender mucho de esta desafortunada política. La imagen de la mujer uniformada, conquistando la igualdad con los hombres mediante el derecho a matar, es la imagen de lo que la globalización puede ofrecernos: el derecho a sobrevivir a expensas de otras mujeres y de sus hijos, cuyos países y recursos necesita explotar el capital corporativo.
Silvia Federici
Si la destrucción de nuestros medios de subsistencia es indispensable para la supervivencia de las relaciones capitalistas, este debe convertirse en nuestro campo de batalla. Debemos unirnos a las luchas que sostienen las mujeres del Sur que han demostrado que las mujeres pueden sacudir incluso los regímenes más opresivos.17 Un buen ejemplo son las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina, quienes durante años han desafiado uno de los regímenes más represivos del mundo, en un momento en el que nadie en el país se atrevía a levantar la voz.18 Otro caso similar es el de las proletarias/indígenas de Chile quienes, tras el golpe militar de 1973, se unieron para garantizar la alimentación de sus familias ―organizaron cocinas comunales y durante este proceso adquirieron conciencia de sus necesidades y su fuerza como mujeres.19
Estos ejemplos muestran que el poder de las mujeres no proviene de arriba, no lo otorgan las instituciones globales como las Naciones Unidas, sino que debe construirse desde abajo y que solo a través de la autoorganización podrán las mujeres revolucionar sus vidas. De hecho, las feministas harían bien en tener en cuenta que las iniciativas de las Naciones Unidas en favor de las mujeres han coincidido con los ataques más devastadores contra ellas en todo el planeta, y que la responsabilidad de los mismos recae sobre las agencias miembro de las Naciones Unidas: el Banco Mundial, el FMI, la OIT y, por encima de todo, el Consejo de Seguridad de la ONU. Frente al feminismo fabricado por la ONU, con sus ONG, sus proyectos «generadores de ingresos» y sus relaciones paternalistas con los movimientos locales, se levantan las organizaciones de base que las mujeres han construido en África, Asia y Latinoamérica, para luchar por servicios básicos (carreteras, escuelas, clínicas), para resistir los ataques gubernamentales contra la venta callejera ―uno de los modos primordiales de subsistencia de las mujeres― y para defenderse mutuamente de los abusos de sus maridos.20
Como cualquier otra forma de autodeterminación, el movimiento de liberación de las mujeres requiere de condiciones materiales específi cas, que comienzan por el control de los medios de producción y subsistencia. Como Maria Mies y Veronika Bennholdt-Thomsen razonan en The Subsistence Perspective (2000), este principio cuenta no solo para las mujeres del «Tercer Mundo» que han sido las principales protagonistas de luchas territoriales por la recuperación de tierras ocupadas por terratenientes,21 sino que también es importante para las mujeres de los países industrializados. Hoy en día en Nueva York, las mujeres se oponen a las apisonadoras para defender sus huertos urbanos, fruto de un enorme trabajo colectivo que ha unido a comunidades enteras, y revitalizado vecindarios anteriormente considerados zonas catastróficas.22
Pero la represión a la que se han enfrentado estos proyectos muestra que necesitamos una movilización feminista contra la intervención estatal en nuestra vida cotidiana al igual que frente a la política internacional. Las feministas también debemos organizarnos contra la brutalidad policial, el reforzamiento del aparato militar y, sobre todo, contra la guerra. Nuestro primer y más importante paso debe ser oponernos al reclutamiento de mujeres en los ejércitos, hecho tristemente aceptado con el apoyo de algunas feministas en nombre de la igualdad y la emancipación de las mujeres.
Tenemos que aprender mucho de esta desafortunada política. La imagen de la mujer uniformada, conquistando la igualdad con los hombres mediante el derecho a matar, es la imagen de lo que la globalización puede ofrecernos: el derecho a sobrevivir a expensas de otras mujeres y de sus hijos, cuyos países y recursos necesita explotar el capital corporativo.
Silvia Federici
1- Me refi ero a las actividades promovidas por la ONU en benefi cio de la emancipación de las mujeres, incluyendo las cinco Global Conferences on Women [Conferencias Globales de Mujeres] y la Women’s Decade [Década de las Mujeres] (1976-1986). Véanse los siguientes textos: Naciones Unidas, From Nairobi to Beij ing, Nueva York, Naciones Unidas, 1995; The World’s Women 1995: Trends and Statistics, Nueva York, Naciones Unidas, 1995; The United Nations and the Advancement of Women: 1945-1996, Nueva York, Naciones Unidas, 1996; Mary K. Meyer y Elizabeth Prugl (eds.), Gender Politics in Global Governance, Boulder, Rowman and Litt lefi eld Publishers, 1999. Mujeres, globalización y movimiento internacional de mujeres.
2-Christa Wichterich, The Globalized Woman: Reports from a Future of Inequality, Londres, Zed Books, 2000; Marilyn Porter y Ellen Judd (eds.), Feminists doing Development: A Practical Critique, Londres, Zed Books, 1999.
3-Véase, por ejemplo, la lucha de las welfare mothers en Estados Unidos en la década de los sesenta, que supuso el primer terreno de negociación entre el Estado y las mujeres en lo tocante a los temas reproductivos. Con esta lucha las mujeres que recibían la Aid to Families With Dependent Children transformaron este subsidio en el primer «salario para el trabajo doméstico». Véase el texto de Milwaukee County Welfare Rights Organization, Welfare Mothers Speak Out, Nueva York, W. W. Norton Co., 1972.
4- Sobre las luchas de las mujeres contra la deforestación y la mercantilización de la naturaleza, véanse (entre otros) Filomina Chioma Steady, Women and Children First: Environment, Poverty, and Sustainable Development, Rochester (VT), Schenkman Books, 1993; Vandana Shiva, Close to Home: Women Reconnect Ecology, Health and Development Worldwide, Filadelfi a, New Society Publishers, 1994; Radha Kumar, The History of Doing: An Illustrated Account of Movements for Women’s Rights and Feminism in India 1800-1990, Londres, Verso, 1997; Yayori Matsui, Women in the New Asia: From Pain to Power, Londres, Zed Books, 1999.
5 Véase un relato de la manera en la que el Banco Mundial prestó mayor «atención al género» como resultado de las críticas realizadas por ONG en los escritos de Josett e L. Murphy, Gender
Issues in World Bank Lending, Washington DC, The World Bank, 1995
Issues in World Bank Lending, Washington DC, The World Bank, 1995
6 Meredith Thursten (ed.), Women and Health in Africa, Trenton, Nueva Jersey, Africa World Press, 1991; Folasode Iyun, «The Impact of Structural Ajustment on Maternal and Child Health in Nigeria
», en Gloria T. Emeagwali (ed.), Women Pay in Price: Structural Ajustment in Africa and Caribbean, Trenton, Africa World Press, 1995.
», en Gloria T. Emeagwali (ed.), Women Pay in Price: Structural Ajustment in Africa and Caribbean, Trenton, Africa World Press, 1995.
7 Un sweatshop es un taller, tienda o fábrica «de sudor» [sweat] donde los empleados trabajan en condiciones pésimas de seguridad, retribución y derechos durante largas jornadas laborales.
Estos talleres pueden ser clandestinos o no, pertenecer directamente a una multinacional, producir para una o para la exportación. No hay una traducción exacta en castellano aunque se suele utilizar maquila, término utilizado en El Salvador, Guatemala, Honduras y México. [N. de la T.]
Estos talleres pueden ser clandestinos o no, pertenecer directamente a una multinacional, producir para una o para la exportación. No hay una traducción exacta en castellano aunque se suele utilizar maquila, término utilizado en El Salvador, Guatemala, Honduras y México. [N. de la T.]
8 Susan Joekes, Trade Related Employement for Women and Industry and Services in Developing Countries, Génova, UNRISD, 1995.
9 Wichterich, Globalized Woman, op. cit., pp. 1-35.
10 Arie Hochschild, «Global Care Chains and Emotional Surplus Value», en W. Hutt on y Anthony Giddens (eds.), Global Capitalism, Nueva York, The New Press, 2000.
11 Shiva, Close to Home, op. cit.
12 Naciones Unidas, The World’s Women 1995, op. cit., p. 77.
13 Bernard Schlemmer (ed.), The Exploited Child, Londres, Zed Books, 2000.
14 Se ha duplicado el número de personas desplazadas dentro de sus propios países entre 1985 y 1996, de 10 a 20 millones de personas; Roberta Cohen y Francis M. Deng, Masses in Flight: The Global Crisis of Internal Displacement, Washington DC, Brookings Institution Press, 1988, p. 32. Sobre este tema véase también Macrae y Zwi, War and Hunger. Rethinking International Responses to Complex Emergencies, Londres, Zed Books, 1994.
15 Naomi Neft y D. Levine, Where Women Stand: An International Report on the Status of Women in 140 Countries, 1997-1998, Nueva York, Random House, 1997, pp. 151-163.
16 Mimi Abramovitz, Regulating the Lives of Women: Social Welfare Policy From Colonial Times to the Present, Boston, South End Press, 1996.
17 En los momentos de mayor depauperación son las mujeres las que mantienen y cuidan a los niños y a los mayores, mientras que sus compañeros masculinos son más propensos a abandonar a sus familias, beberse los salarios y verter sus frustraciones en sus compañeras. Según las Naciones Unidas, en muchos países incluyendo Kenia, Ghana, Filipinas, Brasil y Guatemala, pese a que los ingresos de las mujeres son mucho más bajos que los de los hombres, en los hogares cuya cabeza de familia es una mujer se dan menos casos de malnutrición infantil. Naciones Unidas, The World’s Women, op. cit., p. 129.
18 Jo Fisher, Out of the Shadows: Women, Resistance and Politics in South America, Londres, Latin America Bureau, 1993, pp. 103-115
19 Ibidem, pp. 17-44 y 177-200.
20 Elizabeth Jelin, Women and Social Change in Latin America, Londres, Zed Books, 1990. Véase también Carol Andreas, Why Women Rebel: The Rise of Popular Feminism in Peru, Westport, Lawrence Hill Company, 1985.
21 Elvia Alvarado, Don’t be Afraid Gringo: A Honduran Woman Speaks From the Heart, Nueva York, Harper and Row, 1987.
22 Bernadett e Cozart, «The Greening of Haarlem» en Peter Lamborn Wilson y Bill Weinberg (eds.), Avant Gardening: Ecological Struggle in the City and the World, Nueva York, Autonomedia, 1999; Sarah Ferguson, «A Brief History of Grassroots Greening in the Lower East Side» en Peter Lamborn Wilson y Bill Weinberg (eds.), Avant Gardening…, op. cit., 1999
Ensayo tomado del Libro Revolución en punto cero Texto Nº8 (Año 2001)
Impecable como mujer pase por todas todas las peripecias que se plantean . viviendo todas las crisis , y gracias a la lucha se logran algunos resultados, mucha fuerza , y persistencia debemos tener para continuar trasmitir y también esto es educar.. la educación debe de cambiar debe de trasmitirse todo esto como historia , es solo la realidad de nuestro planeta, gracias un saludo cordial , salud a todos los integrantes.
ResponderEliminarno podemos escapar de esta realidad pase por todos estos trajines de la vida como mujer , seguiré en la lucha. ese es mi reto que me deparo la vida.
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