Es de lamentar la falta de
organización que reina en el campo obrero, dejando un vacío que es tiempo se
piense en llenar.
No es suficiente llamarse progresista
o anarquista, es preciso estar con el progreso, luchando por su triunfo; no es
bastante pensar anárquicamente, es necesario extender los conocimientos, hacer prosélitos,
divulgar las teorías y buscar el medio de llevarlas a la práctica, de otro modo
no se hará jamás la tan deseada transformación de la sociedad.
Se desprecia la organización
por considerarla formada por egoísmo personal, sin ver que, también se es
egoísta el encerrarse en el mayor grado de individualismo.
Es lógico y hasta natural que
los que todo lo esperan de Dios o de sus delegados, se contenten con esperar en
los demás; pero nosotros, los positivistas, que no nos conformamos con la
esperanza de gloria en el otro mundo, que en nuestros conocimientos sabemos de
sobra que tenemos la nueva palanca que dará vuelta al mundo con la fuerza de la
acción, no podemos, sin ser inconsecuentes, sentarnos a esperar que nuestras
hermosas ideas se conozcan y triunfen por arte de encantamiento.
Y para darle impulso es
imprescindible que rompamos, de una vez por todas, con el ambiente absorbente
que nos rodea y amolda. Rompamos también con el individualismo exagerado que
hace, que en nombre de la libertad de cada cual, se debiliten nuestras
energías, quedando aislados por no parecer esclavos de nuestros propios principios.
Por ser originales, ni siquiera
protestamos de los mil atropellos diarios, por no pasar por sectarios caemos en
la indolencia, pretextando que de otro modo seríamos intransigentes.
Transigiendo por no transigir con
la organización para nuestra defensa, por lo que se da de bofetadas a la solidaridad, antes de
pertenecer a una sociedad que lucha por pequeñeces
nos dejamos pisotear a mansalva por cualquier cosaco. Sin defensa para hacer
reconocer nuestros derechos, sin apoyo mutuo, sin solidaridad, teniendo por
libertad el derecho al pataleo.
Todo esto, que puede parecer
una afirmación gratuita, es un hecho constatado que se repite todos los días. No repetiremos las ventajas de
la asociación, por haberlo ya demostrado hasta saciedad, solo queremos
demostrar su utilidad revolucionaria y de solidaridad que es, a no dudarlo, un
arma poderosa puesta a prueba en varias ocasiones con resultados positivos.
A más de los conocimientos que
adquiere el asociado en el campo, digámoslo así, intelectual; el continuo
ejercicio en busca de mejoras, lo capacita para la lucha; si, como sucede
muchas veces, el aumento en los artículos de consumo, del proletariado depende
impedir que esto se lleve a cabo, siempre que haya unión y solidaridad. Hay
quien objeta que hay escasez de esos dos elementos; no lo negamos y hasta
afirmamos que no los habrá en mucho tiempo si los hombres conscientes no se
preocupan de hacer propaganda en ese sentido por no emporcarse en la lucha por
el centésimo; pero si en cambio, reconoce la necesidad de emancipación, sabrá
imponerse a la explotación, sino quiere dejar morir de hambre a sus hijos por
no tener el infame centésimo para darles pan.
Al agrupar a los individuos
bajo la bandera gremial para unir un gremio, se le demuestra su malestar, que
ellos reconocen, con lo cual se despierta el descontento, esto trae por
consecuencia el deseo de mejorar su situación, por la que luchará. En el
combate templará sus armas adquiriendo experiencia.
Muy otra sería la situación del
proletariado de este país, si se fomentara y apoyara la organización, tan
necesaria siempre para detener los avances de la burguesía y los atropellos del
poder autoritario, y, en caso necesario, sepa levantar su voz y sus brazos ante
toda injusticia.
Siéntese, pues, potente y
apremiante la necesidad de la organización, a ella se atrae el elemento
inconsciente, se despierta el deseo de mejoras, de unión, de solidaridad, y se
tiene fuerza defensiva y ofensiva, consciente de sí mismo, para no dejar
pisotear su derechos en caso de paz, y, en caso de guerra es una potencia
dispuesta a hacerse respetar.
Como obreros y como
anarquistas, nuestro puesto está en las filas proletarias, desertar sería
entregar las fuerzas al enemigo, dejar la puerta abierta a curas y sacristanes;
nuestra indiferencia puede anularnos.
Como anarquistas no tendríamos
que descuidar la formación de grupos pero lo hacemos en nombre de nuestra
autonomía, dejando pasar, casi en silencio, todas las arbitrariedades, para que
no se nos tache de sindicalistas o organizadores.
Ahora bien; en nosotros está el
volver por nuestros fueros y evitar de quedar anulados si se nos trata como a
hombres, como tales responderemos; si como a parias fuera de la ley para
responder a sus desmanes; pero lo más unido posibles, todos formando una
inmensa avalancha dispuestos a vencer.
Virginia Bolten
Artículo publicado originalmente en La nueva senda Nº11, 05/03/1910
En la foto: Virginia Bolten y
Manuel Manrique en su casa de Uruguay, década del 40. Fuente: Indymedia
Argentina
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