Quizás muchos de quienes me leen en este instante son empáticos con la
idea de que frente al fenómeno de la delincuencia, se justifica las
actuaciones represivas del Estado. No los condeno por pensar así. Sólo
que debo advertirles que el pensar así, con el tiempo, de seguro los
condenará a sufrir los embates del autoritarismo o los hará cómplices de
injusticias de dimensiones incalculables. Así que es mejor plantearnos
una reflexión más o menos seria sobre el asunto, a ver si aprendemos
algo de los rápidos sucesos vividos por el pueblo venezolano en por lo
menos estas dos últimas décadas signadas por aparentes cambios
gubernamentales.
Por eso me resulta imprescindible entrar primero en el campo de las
definiciones y las caracterizaciones de lo que hasta ahora se ha
entendido en estos pueblos colonizados por delincuencia y por “control
del Estado”.
Si hiciéramos una encuesta en la cual quisiéramos detectar cuáles son
las representaciones mentales de los ciudadanos en torno a qué es y
cuáles son las características de un delincuente, nos encontraríamos con
un cúmulo de asociaciones de carácter clasista y racista. Un
delincuente es un “malandro”, un “vago”, un “pandillero”. Y si les
ofreciéramos imágenes que complementaran el concepto que cada uno tiene
de “delincuente”, lo más probable es que relacionaran el término con
personas pertenecientes a las clases pobres, y en consecuencia,
mayoritariamente gente mestiza, integrante de etnias indígenas o
simplemente de piel negra.
Esta situación se repite a lo largo y ancho de cualquier sociedad
colonizada y neocolonizada. El dominador (¡delincuente de algo rango!)
impone su lengua y sus modos de pensar al dominado, hasta el punto en
que este se convierte en reproductor del sistema. Sobre el dominado pesa
un cúmulo de traumas sociales que lo hacen subestimar su propia
cultura, su fisonomía, el color de su piel, la textura de sus cabellos… Y
sueña con ser otro, otro muy parecido a su dominador. O al menos,
cercano a los hábitos, gustos y disfrutes del “amo”.
La escuela es la encargada de “sembrar civilismo”, y quien no se adecúe a
ritmos de trabajo, formas de presentación personal, horarios, enfoques
únicos de pensamiento, etc., se convierte en un desadaptado. Hay que
obtener un cartón que te acredite como persona “apta” para el trabajo,
el cual también sigue el mismo compás “civilizatorio” del resto de las
actividades humanas: cumplimiento y control. Considérese afortunado si
tiene trabajo y cuídese mucho de perderlo, así esté en juego su propia
dignidad humana. Lo importante es la subsistencia. Prohibido decir lo
que piensa, so pena de ser execrado del “proceso”.
¿El gran fenómeno comunicacional que encarnó el fallecido presidente, revirtió en forma real la mentalidad neocolonizada del venezolano?
A pesar de que todas estas situaciones eran conversadas por el
desaparecido presidente Chávez, sus “agudas observaciones” dirigidas en
este sentido, se convertían en puras prédicas declarativas, mecanismos
de “catarsis” para que todo siguiera igual, porque la realidad del
entorno en el cual él mismo se desenvolvía era extremadamente ficticia y
edulcorada para el espectador incauto. Aquella popular Lina Ron, por
ejemplo, quien se batía frontalmente contra opositores al gobierno, fue
blanco de miles de desprecios clasistas por parte del equipo
presidencial y de sus acólitos, quienes siempre la vieron como un
instrumento para “lanzarla” en contra de los enemigos, sin importarle su
condición humana. Después de todo, sólo ellos y sus hijos debían
sobrevivir; los pobres sólo son carne de cañón contra el enemigo. Luego
podrían rendirles homenajes o indemnizar a sus familiares, para dar
muestra de “revolución”, “unidad en la lucha” y de “justicia social”. Y
en el caso de Lina Ron, hasta una orden de captura formulada
mediáticamente por el mismo jefe de Estado, en la cual clamaba sobre
ella “todo el peso de la ley”. Lógico. La “defensa del Estado” exige
obediencia absoluta… ¿qué es eso de pensar y actuar con cabeza propia?
La “participación” también está regulada por el Estado seudo socialista.
Él sólo te puede indicar cuándo “saltarte” las leyes. Él sólo puede
garantizarte impunidad, si te decides a delinquir.
Un cúmulo inmenso de eslóganes y frases hechas formaba parte de las
declaraciones de los funcionarios públicos y de las “opiniones” de los
venezolanos. El pensamiento fue sustituido por la fórmula. La canción de
Alí Primera, fiera y rebelde contra el sistema, ahora era el “perfume
de la mierda” de los actos públicos, en los cuales siempre existía una
élite privilegiada que observaba los actos cómodamente, y una comparsa
de pobres incautos que se sentían hermanados con el poder por el solo
hecho de estar detrás de la línea de seguridad que siempre los mantuvo a
raya… “por si acaso”.
¿Qué intención perseguía el Estado venezolano pretendidamente socialista cuando privilegiaba la adquisición de bienes materiales como fórmula de felicidad?
Así también se hizo común y frecuente entre los funcionarios públicos y
sus allegados, la cirugía estética. Y el mismo fallecido presidente,
clamaba por la protección a estas “damas” que tenían todo el derecho de
“mejorar” su aspecto físico. Reinas de belleza, actrices y actores
hollywoodenses desfilaban por Miraflores, mientras un líder del pueblo
yukpa, de nombre Sabino Romero, quien creyó su deber hacer realidad el
mandato constitucional de reintegración de tierras a sus etnias
ancestrales, recorría distancias entre la Sierra de Perijá y Caracas
para hacerse escuchar por funcionarios que se volvieron inaccesibles, y
por unos medios al servicio del gobierno, que vetaron su palabra hermana
hasta casi el final de sus días. No importa, después permitirían que
las salas de cine exhibieran un documental: ¡Sabino vive! Para enmendar
la plana. “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”, como bien apunta la
sabiduría popular.
Y así como “todos” tenían “derecho” a las “cirugías estéticas”, también
tenían derecho sobre bienes muebles e inmuebles: una mejor calidad de
vida, clamaban. “La mayor suma de felicidad posible”, parafraseaban la
infeliz y frustrada frase del Libertador. Y la felicidad tenía nombre de
cargos públicos, viviendas regaladas, línea blanca, artefactos
electrodomésticos, “vergatarios”, “canaimitas”, tablets, antenas de
televisión con la misma o parecida plancha de programación basura que
tanto criticaron a una supuesta “iv república”… Todo esto adquirido con
créditos chinos, rusos. ¡Qué viva la Venezuela rentista!, mientras el
jefe de Estado clamaba independencia económica y alertaba sobre el
peligro de las “oligarquías apátridas”, que si bien constituían un
peligro real, ya no tenían la facilidad de actuación de otrora, y se
limitaban a torpes incursiones guarimberas, que sólo reforzaron tiempo
después, la actuación represora y criminalizadora que asumió el Estado
contra cualquier protesta pública, por justa que esta fuese.
¿Quién es, pues, el mal llamado “bachaquero” venezolano, sino el
producto del cacareado “socialismo del siglo veintiuno”, cuya “premisa
teórica” era el “amor” y el “buen vivir”, y el cual quedó consagrado en
un patético corazón que sirvió de vacua publicidad en las últimas
elecciones presidenciales del “Comandante Eterno”? El socialismo del
siglo veintiuno daba para todo y más.
¿Por qué llaman delincuente ahora a quienes se dedican a “mejorar sus condiciones de vida” revendiendo productos de la cesta básica, si la lógica que opera en sus actuaciones fue la misma que motorizó la idea de que la felicidad viene con la asunción de las tecnologías y la adquisición de bienes materiales sin el menor esfuerzo?
¿Qué son las OLP y por qué muchos venezolanos justifican sus actuaciones?
La organización político-territorial de nuestros pueblos responde a una concepción subestimadora del poder de una mayoría pensante. Según esta concepción, los pueblos no son aptos para gobernarse y debe existir una élite privilegiada que lo haga. Representativa o participativamente, las democracias republicanas son formas en las cuales las mayorías ceden el “poder” a los supuestamente “más aptos”.
La sanción institucional, el autoritarismo frontal o el macabro poder
del burocratismo, las redes familiares, el clientelismo y el
compadrazgo, son manifestaciones consustanciales con la formación del
Estado y el desarrollo del capitalismo en este lado del mundo. La gente
las cree “natural”, y no entiende que son producto de unas formas
particulares de relaciones históricas entre los seres humanos.
En consecuencia, la mentalidad de las mayorías se proyecta una única
percepción de la realidad: la que han conocido hasta ahora. No se
piensan sin autoridad y sin gobierno. “El caos”, sostienen. “Eso no
puede ser”. Debe haber quien administre y controle. Quién premie y
sancione.
¿De qué modo distinto al represivo un Estado minado de desigualdades
sociales e inoperante en lo relacionado con la generación de las
condiciones básicas de estabilidad nacional, puede pretender “ejercer el
control” de cualquier fenómeno disfuncional que se presente en la
estructura socio económica de la nación?
Pero… ¿si han repartido casas, alimentos, electrodomésticos, artefactos
tecnológicos, agotando con ello “todas las medidas posibles para evitar
la represión, por qué los pueblos insisten en ser “delincuentes”? Si
todas esas “prebendas” no han podido sostenerse en el tiempo, es por
culpa de la “guerra económica”, afirman. Así que exigimos “lealtad
absoluta”. Probablemente el pueblo, lo que esté pidiendo es “mano dura”,
aunque el “puño de hierro” contra la corrupción y la ineptitud
gerencial que ofreciera el otrora presidente Chávez en la antesala de su
muerte, sea hoy en día un finísimo guante de seda con el cual se
“negocia” en las “altas esferas”. En su lugar se proyecta un “mazo”
exhibido por uno de los mayores trogloditas de la política chavecista
venezolana, allá en donde prolifera la verdadera delincuencia generadora
de todos los males sociales: la corrupción y la venalidad de los
funcionarios públicos.
Sin embargo, es necesario edulcorar la píldora. Y allí están los medios y los “miedos” para aligerar el trabajo de manipulación.
Es así como sin aún quitarse la careta de “socialistas” (aunque cada día
la exhiben menos, llegando a sustituirla por la expresión de
“territorios para la paz”, eufemismo alusivo directamente a la
premeditada operación de exterminio de grupos que están fuera del
“control del Estado”, que comenzó con la masacre de Quinta Crespo en la
cual cayó ajusticiado impunemente Odreman y sus compañeros) el actual
gobierno chavecista del presidente Maduro proclama su última panacea
para resolver la situación de inseguridad que se vive en el país (porque
ahora resulta que se convencieron que no era un asunto de “percepción
de la realidad” auspiciado por los opositores, sino que era real. Antes
tuvieron que tirotearles y coserles a puñaladas a sus propios peones del
tablero politiquero, para que entraran en razón).
Se trata de las OLP (Operación Libertad y Protección del Pueblo), mecanismo represivo del Estado seudo socialista para suspender las garantías constitucionales en las zonas más vulnerables del territorio venezolano, sin causar mayor impacto mediático, en el ámbito nacional, pero sobre todo, internacional. La mentalidad de los dominados, por supuesto, celebra estas incursiones, casi con tanto fervor como las personas de pensamiento de derecha, para quienes la existencia de los pobres siempre será una amenaza potencial para sus privilegios.
Mediáticamente, estas operaciones son todo un “éxito”. Han logrado
capturar a los prófugos más antiguos del crimen organizado, y han
llevado “la paz y la tranquilidad” a sectores populares que estaban
atemorizados, según cuentan, por el hampa común y el crimen organizado.
Lo cierto del caso es que los medios nacionales y la prensa en general
no están reseñando lo que realmente está ocurriendo en estos operativos.
Sólo nosotros, los de abajo, conocemos la otra cara de la historia
oficialista.
Desalojo kilometro 3 de la Panamericana en el marco de la OLP 24/07/15 |
Quedan suspendidos los derechos humanos en las barriadas populares, con
la tenaz asunción de las OLP, mecanismo idóneo del socialismo del siglo
veintiuno para darle tranquilidad al “pueblo venezolano”. Y uno se
pregunta: ¿Es que alguna vez existieron los derechos humanos en las
barriadas populares o en las zonas rurales? No, pero ya no puedes dar el
tradicional grito del cerdo, camino al matadero. Allí está el poeta
Tarek William Saab para asegurarse de ello, e ir por el mundo entero
proclamando nuestra democracia a prueba de guarimbas y guerras
económicas. Y quien diga lo contrario, es sospechoso de traición.
La próxima vez que celebres una incursión de las OLP en zonas humildes
del pueblo venezolano, piensa que en cualquier momento el blanco puedes
ser tú, que habrá quienes celebren el éxito de esta nueva versión del
“plomo al hampa” erigida por gobiernos que sólo anuncian socialismo
mientras promueven medidas neoliberales. Y que entonces, será bastante
tarde para que hables de organización y unidad popular.
Gladys Emilia Guevara
Artículo tomado desde Aporrea
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