Publicado originalmente en La Société Nouvelle, año 19, No. 2, Agosto de 1913;
Traducción al castellano por @rebeldealegre
Unos cuantos individuos robaron, y para robar, mataron; mataron al azar, sin discernimiento, a quien se pusiese en medio de ellos y el dinero tras el cual iban. Mataron a personas desconocidas para ellos, trabajadores, víctimas como ellos mismos, e incluso más, de una mala organización social.
En el fondo no hubo nada en esto sino lo de costumbre: fueron ellos el agrio fruto que maduró en el árbol del privilegio en el curso normal de los eventos. Cuando toda la vida social está manchada de fraude y violencia, y cuando aquel que nace pobre está condenado a todo tipo de sufrimientos y humillaciones; cuando el dinero es algo indispensable para la satisfacción de nuestras necesidades y para el respeto hacia nuestra personalidad, y cuando para tantas personas es imposible obtenerlo por medio del trabajo honesto y digno, no hay razón para sorprenderse si de tiempo en tiempo emergen unos cuantos infortunados que, cansados del yugo e inspirados por la moral burguesa, pero sin poder apropiarse del trabajo de otros bajo la protección de los gendarmes, roba ilegalmente bajo las narices de éstos últimos. Ya que para robar no pueden organizar expediciones militares ni vender veneno disfrazado de alimento, asesinan directamente con revólveres o dagas.
Pero los “bandidos” se llamaban a sí mismos anarquistas y eso le dio una importancia y un significado simbólico a hazañas que estaban lejos de tenerlo por sí solas.
La burguesía saca provecho de la impresión que tales actos producen en el público para así denigrar al anarquismo y consolidar su propio poder. La policía, que con frecuencia son los instigadores secretos de estas hazañas, las utilizan para magnificar su propia importancia y para satisfacer sus instintos persecutorios y asesinos de modo de recuperar el costo de la sangre derramada en moneda fuerte y promociones. Lo que es más, dado que se habló del anarquismo, un número de nuestros camaradas se sintió obligado a no negar lo que se llama a sí mismo anarquista. Muchos, fascinados por lo coloreado de la aventura, admirando el coraje de los protagonistas, vio en esto nada más que un acto de rebelión contra la ley, olvidando examinar el por qué y el cómo.
Pero me parece que para determinar nuestra conducta, y aconsejar a la de otros, es importante examinar las cosas con calma, para juzgarlas de acuerdo a nuestras aspiraciones y para no conceder a las impresiones estéticas más valor del que tienen en realidad.
Seguro estos hombres fueron corajudos, y el coraje (que quizás es nada más que buena salud física) es sin temor alguno a la contradicción una cualidad maravillosa. Pero puede ser usada al servicio tanto del mal como del bien. Hemos visto personas corajudas entre los mártires de la libertad y también entre los más odiosos tiranos. Puede hallarse en revolucionarios como también puede hallarse entre camorristas, soldados y policías. Normalmente calificamos correctamente de héroes a quienes arriesgan sus vidas por el bien y tratamos de individuos violentos o, en los casos más serios, como brutos sin sentimientos y sedientos de sangre, a quienes usan su coraje para hacer mal.
No negaré lo colorido de estos episodios e incluso, en cierto sentido, su belleza estética. Pero los poetas admiradores del “beau geste” debiesen tomarse la molestia de reflexionar un poco.
Un automóvil yendo a toda velocidad, conducido por hombres armados con Brownings que esparcen el terror y la muerte en su camino es más moderno pero no más colorido que un bandolero de sombrero emplumado armado con un trabuco que asalta y roba a una caravana de viajantes, o que el barón feudal, vestido de acero y sentado en un caballo de guerra demandando su parte a una persona común, y no tiene más valor. Si el gobierno italiano hubiese tenido algo más que generales de operetta y jefes ignorantes y ladrones quizás hubiese logrado una bella operación militar en Libia, pero ¿hubiese sido la guerra en algo menos criminal o moralmente horrorosa por eso?
Sin embargo estos bandidos no eran, o al menos no todos eran, criminales vulgares.
Entre estos “ladrones” había idealistas desorientados; entre estos “asesinos” había naturalezas heróicas que en otras circunstancias, o inspirados por otras ideas, podrían haberse afirmado como tales. Lo cierto para quienes les conocían es que estos individuos estaban preocupados con ideas y que, si reaccionaron con ferocidad para satisfacer sus pasiones y sus necesidades, fue en gran medida bajo la influencia de una noción especial de la vida y la lucha.
¿Pero son anarquistas estas ideas?
¿Pueden estas ideas, aún si le concedemos a las palabras su sentido más amplio, ser confundidas con el anarquismo, o están, por el contrario, en flagrante contradicción con él?
Ese es el asunto.
Un anarquista es, por definición, alguien que no quiere ser oprimido ni opresor, que quiere el máximo de bienestar, la mayor cantidad de libertad, el más completo florecer de todos los humanos.
Sus ideas, sus deseos, todos rescatan sus orígenes del sentimiento de simpatía, del respeto por todos los seres, un sentimiento que debe ser lo suficientemente fuerte como para llevarle a desear la felicidad de los demás tanto como la propia, y para renunciar a las ventajas personales cuya obtención requiere el sacrificio de otros. Si este no fuera el caso, ¿por qué sería enemigo de la opresión y por qué buscaría no ser un opresor?
El anarquista sabe que el individuo no puede vivir fuera de la sociedad. Que por el contrario, como ser humano existe solamente porque carga, resumidos en él, con los resultados de las obras de incontables generaciones pasadas, y porque se beneficia toda su vida de la colaboración de sus contemporáneos.
Sabe también que la actividad de cada cual influye directa o indirectamente en la vida de todos, y por ende reconoce la gran ley de la solidaridad que reina en la sociedad así como también en la naturaleza. Y ya que desea la libertad para todos debe desear que la actividad de aquella solidaridad necesaria, en vez de ser impuesta y aceptada inconsciente e involuntariamente, en vez de ser dejada al azar y explotada para el beneficio de algunos y para el detrimento de otros, se vuelva consciente y voluntaria y que se manifieste en igual beneficio para todos.
O ser el oprimido o el opresor, o cooperar para el bien mayor de todos: no hay otras alternativas. Y los anarquistas están naturalmente — y no podría ser de otro modo — por la cooperación libre y consensuada.
Entonces no “filosofemos” ni hablemos de egoísmo, altruísmo y otros acertijos. Concordaremos con gusto: somos egoístas. Todos nosotros buscamos nuestra propia satisfacción, pero es anarquista quien encontrará su mayor satisfacción en luchar por el bien de todos, por la venida de una sociedad dentro de la cual se sentirá hermano entre sus hermanos, entre seres humanos saludables, inteligentes, ilustrados y felices. Quien puede vivir satisfecho entre esclavos y puede sacar provecho del trabajo de esclavos no es, y no puede ser, anarquista.
Hay individuos fuertes, inteligentes, apasionados, presos de grandes necesidades materiales o intelectuales que, puestos en las filas de los oprimidos, quieren a cualquier costo liberarse y, para hacerlo, no dudan en volverse opresores. Estos individuos, hallándose bloqueados por la sociedad actual, llegan a odiar y despreciar a todas las sociedades y, cayendo en cuenta de que sería absurdo querer vivir fuera de la colectividad, quieren hacer que todas las personas se sometan a su voluntad, a la satisfacción de sus propias pasiones. A veces, cuando están de algún modo enamorados de la literatura, se llaman a sí mismos “superhombres.” Inescrupulosos, quieren “vivir sus vidas.”
Son rebeldes, pero no anarquistas. Tienen la mentalidad, los sentimientos de burgués fracasado, y si se las arreglan para tener éxito se convierten en reales burgueses, y ni un poco menos terribles entre ellos.
En el curso de la lucha ocurre a veces que los encontramos a nuestro lado, pero no podemos, no debemos, ni tampoco queremos confundirnos con ellos. Y ellos saben esto muy bien.
Pero muchos entre ellos aman llamarse anarquistas. Es cierto, y deplorable.
Por supuesto no podemos impedirle a las personas adoptar el nombre que gusten, y de nuestra parte no podemos abandonar el nombre que resume nuestras ideas y que nos pertenece, lógicamente e históricamente. Lo que podemos hacer es asegurarnos de que no haya confusión al respecto, o al menos la menor cantidad de confusión posible.
Sin embargo, debemos intentar descubrir cómo es que individuos con aspiraciones tan contrarias a las nuestras han podido apropiarse de un nombre que es la negación de sus ideas, de sus sentimientos.
Aludí antes a las sospechosas maniobras de la policía, y sería fácil para mí probar que ciertas aberraciones por las que han intentado culpar a los anarquistas tuvieron como lugar de origen los antros de perdición de la policía: Andrieux, Goron y su estirpe.
En el momento en que el anarquismo comenzó a manifestarse y a obtener importancia en Francia la policía tuvo la brillante idea, digna del más ladino de los jesuítas, de luchar contra el movimiento desde dentro. Con este fin en mente enviaron agentes provocadores entre los anarquistas que simulaban aires ultra-revolucionarios e ideas anarquistas hábilmente parodiadas, las volvían grotescas y diametralmente opuestas a lo que son en realidad. Fundaron periódicos pagados por la policía, provocaron actos dementes y criminales de manera de ponerlas de muestra y que calificasen como anarquistas, comprometieron a inocentes y sinceros jóvenes a quienes poco después delataron y, con la complicidad de la prensa burguesa, lograron persuadir a una parte del público que el anarquismo era lo que ellos presentaban. Y los compañeros franceses tienen buena razón para creer que las mismas maniobras policíacas están todavía llevándose a cabo y que no son ajenos a los eventos que estamos tratando en este artículo. A veces los eventos exceden a las intenciones de los provocadores, pero en cualquier caso, la policía se beneficia de ellos de igual modo.
Debemos añadir a estas influencias de la policía otras que son menos desagradables pero no menos dañinas. En un momento en que sorprendentes atentados atrajeron la atención del público a las ideas anarquistas, escritores de talento, profesionales del bolígrafo siempre en búsqueda de un tema novedoso y la sensacional paradoja, se dispusieron a hacer anarquismo. Y ya que eran burgueses de mentalidad y educación, con ambiciones burguesas, hicieron al anarquismo algo adecuado como para dar a las imaginativas jóvenes y las indiferentes señoras un escalofrío sensual, pero que nada tenía que ver con el movimiento emancipador de las masas que el anarquismo puede provocar… Eran hombres de talento, que escribían bien, a menudo proponiendo cosas que nadie entendía y… eran admirados. En cierto momento ¿no se dijo en Italia que Gabriele D’Annunzio se había vuelto socialista?
Luego de un tiempo estos “intelectuales” volvieron al seno burgués para probar ahí el precio de la notoriedad adquirida, mostrando ser lo que nunca dejaron de ser: aventureros literarios en busca de publicidad. Pero el daño ya se había hecho.
En resumen, nada de esto hubiese causado gran daño si solo existiesen personas con ideas claras, sabiendo claramente qué quieren y actuando en consecuencia. Pero junto a ellos cuántos hay con ideas confundidas, sus almas inciertas, yendo sin cesar de un extremo al otro.
Así es como es con aquellos quienes se llaman y se creen anarquistas pero que se glorifican en los viles actos que cometen (y que son generalmente excusables por necesidad o por su entorno) diciendo que los burgueses actúan de igual modo, e incluso peor. Esto es cierto, pero ¿por qué entonces pensar que eres distinto o mejor que ellos?
Condenan a los burgueses porque roban al trabajador buena parte de su trabajo, pero nada tienen que decir si uno de los suyos roba al trabajador lo poco que el burgués le dejó.
Se indignan cuando el patrón, para incrementar sus ganancias, hace trabajar a una persona en condiciones insalubres, pero están llenos de indulgencia por quien apuñala a la persona para robar unos cuantos sous.
No tienen más que desdén por el usurero que extorsiona unos cuantos francos de interés al pobre diablo por los diez francos que le prestó, pero encuentran estimable que uno de ellos tome diez francos de él de diez (que no le prestó) pasándole una moneda falsa.
Ya que son pobres de espíritu creen ser seres naturalmente superiores y sienten un profundo desprecio por las “masas atontadas,” arrogándose el derecho a hacer daño a trabajadores, a los pobres, y a los desafortunados porque “ellos no se rebelan y son por lo tanto defensores de la sociedad actual.”
“Mis trabajadores,” argumenta, “merecen el tratamiento que les hago sufrir, ya que se someten a él. Tienen personalidad de esclavos, y son defensores del régimen burgués, etc. etc.”
Este es exactamente el lenguaje de aquellos que se llaman anarquistas pero que no sienten ni simpatía ni solidaridad para con los oprimidos. La conclusión sería que sus verdaderos amigos son los patrones y sus enemigos la masa de los desheredados.
Bien entonces, ¿qué hacen hablando de emancipación y anarquismo? Que se vayan con la burguesía y nos dejen a nosotros en paz.
Concluiré dando algunos consejos a aquellos que quieren “vivir sus vidas” y que no les importa la vida de los demás.
El robo y el asesinato son medios peligrosos y, en general, no muy rentables. Por ese camino solo logras pasar la vida en prisión o dejar tu cabeza en la guillotina — especialmente si tienes la impudicia de atraer la atención de la policía llamándote anarquista y frecuentando anarquistas.
Es difícilmente un asunto rentable.
Cuando eres inteligente, enérgico e inescrupuloso es fácil hacerte paso entre la burguesía.
Que entonces se esmeren mediante el robo y el asesinato legal para volverse burgueses. Les iría mucho mejor, y si es cierto que tienen simpatías intelectuales con el anarquismo se evitarán el disgusto de dañar la causa que les es querida — intelectualmente.
Errico Malatesta
Tomado y traducido por @rebeldealegre
Parecería tarde para hablar aún de ello, pero el tema no obstante sigue
siendo actual, dado que estamos tratando con actos y discusiones que han
ocurrido una y otra vez en el pasado y que, ay, se repetirán también en
el futuro mientras las causas determinantes no hayan desaparecido.
Unos cuantos individuos robaron, y para robar, mataron; mataron al azar, sin discernimiento, a quien se pusiese en medio de ellos y el dinero tras el cual iban. Mataron a personas desconocidas para ellos, trabajadores, víctimas como ellos mismos, e incluso más, de una mala organización social.
En el fondo no hubo nada en esto sino lo de costumbre: fueron ellos el agrio fruto que maduró en el árbol del privilegio en el curso normal de los eventos. Cuando toda la vida social está manchada de fraude y violencia, y cuando aquel que nace pobre está condenado a todo tipo de sufrimientos y humillaciones; cuando el dinero es algo indispensable para la satisfacción de nuestras necesidades y para el respeto hacia nuestra personalidad, y cuando para tantas personas es imposible obtenerlo por medio del trabajo honesto y digno, no hay razón para sorprenderse si de tiempo en tiempo emergen unos cuantos infortunados que, cansados del yugo e inspirados por la moral burguesa, pero sin poder apropiarse del trabajo de otros bajo la protección de los gendarmes, roba ilegalmente bajo las narices de éstos últimos. Ya que para robar no pueden organizar expediciones militares ni vender veneno disfrazado de alimento, asesinan directamente con revólveres o dagas.
Pero los “bandidos” se llamaban a sí mismos anarquistas y eso le dio una importancia y un significado simbólico a hazañas que estaban lejos de tenerlo por sí solas.
La burguesía saca provecho de la impresión que tales actos producen en el público para así denigrar al anarquismo y consolidar su propio poder. La policía, que con frecuencia son los instigadores secretos de estas hazañas, las utilizan para magnificar su propia importancia y para satisfacer sus instintos persecutorios y asesinos de modo de recuperar el costo de la sangre derramada en moneda fuerte y promociones. Lo que es más, dado que se habló del anarquismo, un número de nuestros camaradas se sintió obligado a no negar lo que se llama a sí mismo anarquista. Muchos, fascinados por lo coloreado de la aventura, admirando el coraje de los protagonistas, vio en esto nada más que un acto de rebelión contra la ley, olvidando examinar el por qué y el cómo.
Pero me parece que para determinar nuestra conducta, y aconsejar a la de otros, es importante examinar las cosas con calma, para juzgarlas de acuerdo a nuestras aspiraciones y para no conceder a las impresiones estéticas más valor del que tienen en realidad.
Seguro estos hombres fueron corajudos, y el coraje (que quizás es nada más que buena salud física) es sin temor alguno a la contradicción una cualidad maravillosa. Pero puede ser usada al servicio tanto del mal como del bien. Hemos visto personas corajudas entre los mártires de la libertad y también entre los más odiosos tiranos. Puede hallarse en revolucionarios como también puede hallarse entre camorristas, soldados y policías. Normalmente calificamos correctamente de héroes a quienes arriesgan sus vidas por el bien y tratamos de individuos violentos o, en los casos más serios, como brutos sin sentimientos y sedientos de sangre, a quienes usan su coraje para hacer mal.
No negaré lo colorido de estos episodios e incluso, en cierto sentido, su belleza estética. Pero los poetas admiradores del “beau geste” debiesen tomarse la molestia de reflexionar un poco.
Un automóvil yendo a toda velocidad, conducido por hombres armados con Brownings que esparcen el terror y la muerte en su camino es más moderno pero no más colorido que un bandolero de sombrero emplumado armado con un trabuco que asalta y roba a una caravana de viajantes, o que el barón feudal, vestido de acero y sentado en un caballo de guerra demandando su parte a una persona común, y no tiene más valor. Si el gobierno italiano hubiese tenido algo más que generales de operetta y jefes ignorantes y ladrones quizás hubiese logrado una bella operación militar en Libia, pero ¿hubiese sido la guerra en algo menos criminal o moralmente horrorosa por eso?
Sin embargo estos bandidos no eran, o al menos no todos eran, criminales vulgares.
Entre estos “ladrones” había idealistas desorientados; entre estos “asesinos” había naturalezas heróicas que en otras circunstancias, o inspirados por otras ideas, podrían haberse afirmado como tales. Lo cierto para quienes les conocían es que estos individuos estaban preocupados con ideas y que, si reaccionaron con ferocidad para satisfacer sus pasiones y sus necesidades, fue en gran medida bajo la influencia de una noción especial de la vida y la lucha.
¿Pero son anarquistas estas ideas?
¿Pueden estas ideas, aún si le concedemos a las palabras su sentido más amplio, ser confundidas con el anarquismo, o están, por el contrario, en flagrante contradicción con él?
Ese es el asunto.
* * *
Un anarquista es, por definición, alguien que no quiere ser oprimido ni opresor, que quiere el máximo de bienestar, la mayor cantidad de libertad, el más completo florecer de todos los humanos.
Sus ideas, sus deseos, todos rescatan sus orígenes del sentimiento de simpatía, del respeto por todos los seres, un sentimiento que debe ser lo suficientemente fuerte como para llevarle a desear la felicidad de los demás tanto como la propia, y para renunciar a las ventajas personales cuya obtención requiere el sacrificio de otros. Si este no fuera el caso, ¿por qué sería enemigo de la opresión y por qué buscaría no ser un opresor?
El anarquista sabe que el individuo no puede vivir fuera de la sociedad. Que por el contrario, como ser humano existe solamente porque carga, resumidos en él, con los resultados de las obras de incontables generaciones pasadas, y porque se beneficia toda su vida de la colaboración de sus contemporáneos.
Sabe también que la actividad de cada cual influye directa o indirectamente en la vida de todos, y por ende reconoce la gran ley de la solidaridad que reina en la sociedad así como también en la naturaleza. Y ya que desea la libertad para todos debe desear que la actividad de aquella solidaridad necesaria, en vez de ser impuesta y aceptada inconsciente e involuntariamente, en vez de ser dejada al azar y explotada para el beneficio de algunos y para el detrimento de otros, se vuelva consciente y voluntaria y que se manifieste en igual beneficio para todos.
O ser el oprimido o el opresor, o cooperar para el bien mayor de todos: no hay otras alternativas. Y los anarquistas están naturalmente — y no podría ser de otro modo — por la cooperación libre y consensuada.
Entonces no “filosofemos” ni hablemos de egoísmo, altruísmo y otros acertijos. Concordaremos con gusto: somos egoístas. Todos nosotros buscamos nuestra propia satisfacción, pero es anarquista quien encontrará su mayor satisfacción en luchar por el bien de todos, por la venida de una sociedad dentro de la cual se sentirá hermano entre sus hermanos, entre seres humanos saludables, inteligentes, ilustrados y felices. Quien puede vivir satisfecho entre esclavos y puede sacar provecho del trabajo de esclavos no es, y no puede ser, anarquista.
Hay individuos fuertes, inteligentes, apasionados, presos de grandes necesidades materiales o intelectuales que, puestos en las filas de los oprimidos, quieren a cualquier costo liberarse y, para hacerlo, no dudan en volverse opresores. Estos individuos, hallándose bloqueados por la sociedad actual, llegan a odiar y despreciar a todas las sociedades y, cayendo en cuenta de que sería absurdo querer vivir fuera de la colectividad, quieren hacer que todas las personas se sometan a su voluntad, a la satisfacción de sus propias pasiones. A veces, cuando están de algún modo enamorados de la literatura, se llaman a sí mismos “superhombres.” Inescrupulosos, quieren “vivir sus vidas.”
Burlándose de la revolución y de toda esperanza del futuro, quieren
disfrutar el momento a cualquier precio y con desdén por todos.
Sacrificarían a toda la humanidad por una hora — y algunos lo han dicho
literalmente — de “vida intensa.”
Son rebeldes, pero no anarquistas. Tienen la mentalidad, los sentimientos de burgués fracasado, y si se las arreglan para tener éxito se convierten en reales burgueses, y ni un poco menos terribles entre ellos.
En el curso de la lucha ocurre a veces que los encontramos a nuestro lado, pero no podemos, no debemos, ni tampoco queremos confundirnos con ellos. Y ellos saben esto muy bien.
* * *
Pero muchos entre ellos aman llamarse anarquistas. Es cierto, y deplorable.
Por supuesto no podemos impedirle a las personas adoptar el nombre que gusten, y de nuestra parte no podemos abandonar el nombre que resume nuestras ideas y que nos pertenece, lógicamente e históricamente. Lo que podemos hacer es asegurarnos de que no haya confusión al respecto, o al menos la menor cantidad de confusión posible.
Sin embargo, debemos intentar descubrir cómo es que individuos con aspiraciones tan contrarias a las nuestras han podido apropiarse de un nombre que es la negación de sus ideas, de sus sentimientos.
Aludí antes a las sospechosas maniobras de la policía, y sería fácil para mí probar que ciertas aberraciones por las que han intentado culpar a los anarquistas tuvieron como lugar de origen los antros de perdición de la policía: Andrieux, Goron y su estirpe.
En el momento en que el anarquismo comenzó a manifestarse y a obtener importancia en Francia la policía tuvo la brillante idea, digna del más ladino de los jesuítas, de luchar contra el movimiento desde dentro. Con este fin en mente enviaron agentes provocadores entre los anarquistas que simulaban aires ultra-revolucionarios e ideas anarquistas hábilmente parodiadas, las volvían grotescas y diametralmente opuestas a lo que son en realidad. Fundaron periódicos pagados por la policía, provocaron actos dementes y criminales de manera de ponerlas de muestra y que calificasen como anarquistas, comprometieron a inocentes y sinceros jóvenes a quienes poco después delataron y, con la complicidad de la prensa burguesa, lograron persuadir a una parte del público que el anarquismo era lo que ellos presentaban. Y los compañeros franceses tienen buena razón para creer que las mismas maniobras policíacas están todavía llevándose a cabo y que no son ajenos a los eventos que estamos tratando en este artículo. A veces los eventos exceden a las intenciones de los provocadores, pero en cualquier caso, la policía se beneficia de ellos de igual modo.
Debemos añadir a estas influencias de la policía otras que son menos desagradables pero no menos dañinas. En un momento en que sorprendentes atentados atrajeron la atención del público a las ideas anarquistas, escritores de talento, profesionales del bolígrafo siempre en búsqueda de un tema novedoso y la sensacional paradoja, se dispusieron a hacer anarquismo. Y ya que eran burgueses de mentalidad y educación, con ambiciones burguesas, hicieron al anarquismo algo adecuado como para dar a las imaginativas jóvenes y las indiferentes señoras un escalofrío sensual, pero que nada tenía que ver con el movimiento emancipador de las masas que el anarquismo puede provocar… Eran hombres de talento, que escribían bien, a menudo proponiendo cosas que nadie entendía y… eran admirados. En cierto momento ¿no se dijo en Italia que Gabriele D’Annunzio se había vuelto socialista?
Luego de un tiempo estos “intelectuales” volvieron al seno burgués para probar ahí el precio de la notoriedad adquirida, mostrando ser lo que nunca dejaron de ser: aventureros literarios en busca de publicidad. Pero el daño ya se había hecho.
* * *
En resumen, nada de esto hubiese causado gran daño si solo existiesen personas con ideas claras, sabiendo claramente qué quieren y actuando en consecuencia. Pero junto a ellos cuántos hay con ideas confundidas, sus almas inciertas, yendo sin cesar de un extremo al otro.
Así es como es con aquellos quienes se llaman y se creen anarquistas pero que se glorifican en los viles actos que cometen (y que son generalmente excusables por necesidad o por su entorno) diciendo que los burgueses actúan de igual modo, e incluso peor. Esto es cierto, pero ¿por qué entonces pensar que eres distinto o mejor que ellos?
Condenan a los burgueses porque roban al trabajador buena parte de su trabajo, pero nada tienen que decir si uno de los suyos roba al trabajador lo poco que el burgués le dejó.
Se indignan cuando el patrón, para incrementar sus ganancias, hace trabajar a una persona en condiciones insalubres, pero están llenos de indulgencia por quien apuñala a la persona para robar unos cuantos sous.
No tienen más que desdén por el usurero que extorsiona unos cuantos francos de interés al pobre diablo por los diez francos que le prestó, pero encuentran estimable que uno de ellos tome diez francos de él de diez (que no le prestó) pasándole una moneda falsa.
Ya que son pobres de espíritu creen ser seres naturalmente superiores y sienten un profundo desprecio por las “masas atontadas,” arrogándose el derecho a hacer daño a trabajadores, a los pobres, y a los desafortunados porque “ellos no se rebelan y son por lo tanto defensores de la sociedad actual.”
Conozco a un capitalista que, al sentarse en un café, se place en
llamarse socialista, o incluso anarquista, pero en su fábrica no es
menos explotador: un patrón avaro, duro, orgulloso. Y no lo niega en
absoluto, pero tiene el hábito de justificar su conducta de un modo
bastante original para un patrón:
“Mis trabajadores,” argumenta, “merecen el tratamiento que les hago sufrir, ya que se someten a él. Tienen personalidad de esclavos, y son defensores del régimen burgués, etc. etc.”
Este es exactamente el lenguaje de aquellos que se llaman anarquistas pero que no sienten ni simpatía ni solidaridad para con los oprimidos. La conclusión sería que sus verdaderos amigos son los patrones y sus enemigos la masa de los desheredados.
Bien entonces, ¿qué hacen hablando de emancipación y anarquismo? Que se vayan con la burguesía y nos dejen a nosotros en paz.
* * *
He dicho suficiente y debo concluir.
Concluiré dando algunos consejos a aquellos que quieren “vivir sus vidas” y que no les importa la vida de los demás.
El robo y el asesinato son medios peligrosos y, en general, no muy rentables. Por ese camino solo logras pasar la vida en prisión o dejar tu cabeza en la guillotina — especialmente si tienes la impudicia de atraer la atención de la policía llamándote anarquista y frecuentando anarquistas.
Es difícilmente un asunto rentable.
Cuando eres inteligente, enérgico e inescrupuloso es fácil hacerte paso entre la burguesía.
Que entonces se esmeren mediante el robo y el asesinato legal para volverse burgueses. Les iría mucho mejor, y si es cierto que tienen simpatías intelectuales con el anarquismo se evitarán el disgusto de dañar la causa que les es querida — intelectualmente.
Errico Malatesta
Tomado y traducido por @rebeldealegre
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