Rodolfo González
Pacheco nació en Tandil, Argentina, en 1881, -otras fuentes señalan 1883-. Ángel Cappelletti lo considera una
de las máximas figuras literarias del anarquismo argentino. En 1908 fundó, junto
a Teodoro Antillí, Germinal y dirigió
con él, La Batalla. Colaboró con La Protesta y en diversos órganos
revolucionarios del proletariado argentino. Sobrevivió a la cárcel de Ushuaia y en 1911 viajó a México para unirse a las
filas del magonismo. Luego de ello retorna a Argentina donde dirigió destacadas
obras de teatro, para partir nuevamente hacia el extranjero, esta vez para unirse
a la revolución social anarquista de España. En Barcelona dirigió en 1937 los
cuadernos Teatro Social, y fundó con Guillermo
Bosquets, la «Compañía de teatro del pueblo». Luego del triunfo del fascismo,
retorna a Argentina donde continuará su destacada labor artística siempre al
servicio del socialismo y la libertad hasta
el fin de sus días en 1949. El siguiente escrito de Rodolfo
González Pacheco figura en el tomo III de la edición de los “Carteles”, impresa en Buenos Aires en 1956, Americalee.
(N&A)
¡Ah, sí, sí!
Yo ahora podría contaros cómo es, por fuera, esta planta humana, hoja del llano
o la selva o la montaña. Literatura… Mejor es mostraros su alma. Es una
angustia, una ausencia, un recuerdo, una esperanza. Espera. Raído del Paraguay,
roto de Chile y pelado mexicano, esperan. Esperan el anarquismo, la Anarquía,
los anarquistas. ¡Y nada ni a nadie más esperan!
El «pelado» de México, el «roto» de Chile, el «raído» del
Paraguay…No son el indio, propiamente; pero del indio vienen. Ni son el gaucho
tampoco que, o se adapta o desaparece. Este, que cayó a la pampa como a los lomos
de un potro arisco, debía pasar a otra cosa, o a ser nada, tan pronto logró
amansarla, entregarla, hecha una seda, al gringo.
Llegó de afuera, se enhorquetó de arriba; ellos suben de la tierra, manan de
adentro. Se amansan, pero no mueren.
Detenidos en su marcha, pisoteados en su instinto,
desagotadas a balde las vertientes de sus vidas, son, sin embargo, el cimiento,
la raíz o el manantial, como de fuego o petróleo, que no acaba de apagarse, que
renace todavía y que, a veces, se amuralla y se levanta en una como
insurrección del suelo al paso de la llamada civilización burguesa. Y son aquí,
en esta América, donde la fusión de sangres y el entrevero de apetitos y
culturas borran o rompen toda característica o líneas morales o étnicas, lo
sólo firme, definido y permanente. Y ahí están, fatal y atropellador mexicano,
astuto y agazapado chileno, impávido y melancólico paraguayo. Raídos, rotos,
pelados…
¿Qué esperan?... De la paz o de la guerra burguesa, nada;
o más mal siempre. Escépticos de los juegos y fullerías políticas, sin
ambiciones de gloria ni avidez de oro, acomodados sus pies descalzos al suelo
ardiente, a la hojarasca espinuda y a la roca áspera, ahí están, y esperan. ¿Qué?...
Cumbres, esperan un águila; selvas, esperan su león; barro, lodo, vieja tierra
americana, espera un dios que le infunda un alma nueva. ¡Un destino, un ideal
esperan!
Tienen la base, el cimiento, el manantial en la entraña.
No son el indio, pero del indio vienen. Y éste fue comunista por toda América.
¿Qué habían de esperar, entonces, y qué debemos darles nosotros?.... ¡La
anarquía, el anarquismo!
Permanecer es la virtud esencial del triunfo: permanecen.
El carácter es la varilla de acero que sostiene a la estatua de la vida: la
figura aquí está rota, roída por la miseria y el vicio, pero se tiene derecha.
Está y espera.
Rodolfo González Pacheco
Tomado del Libro El Anarquismo en América Latina de Ángel Cappelletti
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