"Un
hermoso texto de Malatesta que habíamos compartido antes a través de la Biblioteca
Anarquista. Es una traducción paralela a la que ya existía en el Archivo Errico
Malatesta. Para complementar al amor desplegado en el artículo, es
bueno recordar la profundidad espiritual del maestro anarquista italiano, según
las palabras de Rudolf Rocker en el segundo tomo de su autobiografía "En la Borrasca":
«Me lo había imaginado siempre un hombre de talla gigantesca, como Bakunin.
Mi sorpresa no fue pequeña cuando vi ante mí a un hombre bajo, algo flaco, cuya
apariencia física no correspondía de ningún modo a mis presentimientos. Sin
embargo, aun cuando Malatesta no era el gigante que había creado mi
imaginación, su rostro de finos contornos, expresivo, causó una profunda
impresión en mí. La soberbia cabeza con el negro cabello frondoso y los ojos
vivos, chispeantes, de los que irradiaba tanta bondad de corazón como energía
indomable, hacía que fuese inolvidable para el que le ha visto una vez. El
rostro pálido, cuya expresión varonil era realzada más aún por la corta y
tupida barba, mostraba decisión tranquila y una rica vida espiritual interior.
Se sentía a la primera mirada la energía secreta de una personalidad de gran
aliento, que no se perdía nunca en cuestiones accesorias y tenía siempre en
vista un gran objetivo»
Le
expresé al jurado en Milán algunas ideas acerca de la lucha de clases y el
proletariado que provocaron críticas y asombro. Es mejor que vuelva a aquellas
ideas.
Protesté
con indignación contra la acusación de incitación al odio; expliqué que en mi
propaganda siempre he buscado demostrar que los males sociales no dependen de
la maldad de un amo u otro, un gobernador u otro, sino más bien de los amos y
los gobiernos como instituciones; por lo tanto, la solución no radica en
cambiar de gobernantes, sino que es necesario demoler el principio mismo
mediante el cual dominan los hombres sobre los hombres; también expliqué que
siempre he resaltado que los proletarios no son individualmente mejores que los
burgueses, como lo demuestra el hecho de que un trabajador se comporte como un
simple burgués, y aún peor cuando llega por algún accidente a una posición de
riqueza y mando.
Tales
declaraciones fueron distorsionadas, falsificadas, puestas en aspecto
desfavorable por la prensa burguesa, y la razón es clara. El deber de la prensa
pagada, para defender los intereses de la policía y los tiburones, es ocultarle
al público la verdadera naturaleza del anarquismo y buscar acreditar el cuento
de que los anarquistas están llenos de odio y de que son destructores; la prensa
hace esto por deber, pero tenemos que reconocer que a menudo lo hacen de buena
fe, por pura y simple ignorancia. Desde que el periodismo, que alguna vez fue
una vocación, se descompuso en mero trabajo y negocio, los periodistas han
perdido no sólo su sentido ético, sino también la honestidad intelectual de
abstenerse de hablar de lo que no saben.
Olvidémonos
de escritorzuelos, entonces, y hablemos de aquellos que difieren de nosotros en
sus ideas y, a menudo sólo en su forma de expresar las ideas, pero aún siguen
siendo nuestros amigos, porque apuntan sinceramente al mismo objetivo que
nosotros.
El
asombro en esta gente es completamente inmotivado, tanto es así que yo tiendo a
pensar que es fingido. No pueden ignorar que he venido diciendo y escribiendo
estas cosas durante cincuenta años, y que las mismas cosas han sido dichas por
cientos y miles de anarquistas, en mi propio tiempo y antes que yo.
Hablemos
más bien del desacuerdo.
Existen
personas “orientadas-al-trabajador”, que consideran que tener manos callosas es
algo divinamente imbuido de todos los méritos y todas las virtudes; protestan
si alguien se atreve a hablar de las personas y de la humanidad, sin jurar en
el nombre sagrado del proletariado.
Ahora,
es verdad que la historia ha hecho del proletariado el principal instrumento
del próximo cambio social, y que aquellos que luchan por el establecimiento de
una sociedad en la que todos los seres humanos sean libres y estén dotados de
todos los medios para ejercer su libertad, deben depender principalmente del
proletariado.
Puesto
que hoy el acaparamiento de los recursos naturales y del capital creado por el
trabajo de generaciones pasadas y presentes es la principal causa de la
sumisión de las masas y de todos los males sociales, es natural que aquellos
que no tienen nada estén, de forma más directa y clara, interesados en
compartir los medios de producción, y sean los principales agentes de la
necesaria expropiación. Por eso dirigimos nuestra propaganda con mayor
particularidad a los proletarios, cuyas condiciones de vida, por otro lado, les
hace a menudo imposible levantarse y concebir un ideal superior. Sin embargo,
este no es motivo para convertir al pobre en un fetiche simplemente porque es
pobre; ni es una razón para alentarlo a creer que es intrínsecamente superior,
y que alguna condición que con seguridad no provenga de su mérito o su
voluntad, le da el derecho a hacer mal a los demás porque los otros le hicieron
mal a él. La tiranía de las manos callosas (que en la práctica sigue siendo la
tiranía de algunos que ya no tienen las manos callosas, aunque alguna vez las
tuvieran), no sería menos dura y malvada, y no conllevaría males menos durables
que la tiranía de los guantes. Tal vez sería menos ilustrada y más brutal: eso
es todo.
La
pobreza no sería la cosa horrible que es, si ésta no produjera embrutecimiento
moral, como también daño material y degradación física, cuando se prolonga de
generación en generación. El pobre tienen defectos distintos a aquellos
producidos en las clases privilegiadas por la riqueza y el poder, pero no
mejores.
Si
la burguesía produce a unos Giolitti y Graziani y una larga sucesión de
torturadores de la humanidad, desde los grandes conquistadores hasta los ruines
patrones ávidos y chupasangres, ésta también produce a unos Cafiero, Reclus y
Kropotkin, y a la multitud de personas que, en toda época sacrificaron sus
privilegios de clase por un ideal. Si el proletariado ha dado y da tantos
héroes y mártires a la causa de la redención humana, también produce a las
guardias blancas, a los matarifes, a los traidores de sus propios hermanos, sin
los cuales la tiranía burguesa no podría durar un solo día.
¿Cómo
puede el odio ser elevado a un principio de justicia, a un ilustrado espíritu
de demanda, cuando es claro que el mal está por todas partes, y que depende de
causas que van más allá de la voluntad y responsabilidad individual?
Que
haya tanta lucha de clases como uno desee, si por lucha de clases entendemos la
lucha de los explotados contra los explotadores por la abolición de la
explotación. Esa lucha es una forma de elevación moral y material, y es la
principal fuerza revolucionaria en la que se pueda tener confianza.
Que
no haya odio, sin embargo, porque el amor y la justicia no pueden surgir del
odio. El odio trae la venganza, el deseo de estar sobre el enemigo, una
necesidad de consolidar la propia superioridad. El odio sólo puede ser el
cimiento de nuevos gobiernos, si uno gana, pero no puede ser la base de la
anarquía.
Lamentablemente,
es fácil comprender el odio de tantos desdichados cuyos cuerpos y sentimientos
son atormentados y rentados por la sociedad: sin embargo, tan pronto como el
infierno en que viven es iluminado por un ideal, el odio desaparece y se asoma
un ardiente deseo de lucha por el bien de todos.
Por
esta razón no pueden hallarse personas que realmente odien entre nuestros
compañeros, aunque hay muchos retóricos del odio. Son como el poeta, que es un
padre bueno y pacífico, pero que canta sobre el odio, porque esto le da la
oportunidad de componer buenos versos... o tal vez malos. Hablan de odio, pero
su odio está hecho de amor.
Por
esta razón los amo, incluso cuando me insultan.
Errico Malatesta
Traducción al castellano e introducción por @rebeldealegre
Tomado del blog rebeldealegre
"Es necesario demoler el principio mismo mediante el cual dominan los hombres sobre los hombres."
ResponderEliminarSalud!