William Godwin |
William Godwin, nacido cerca de Cambridge (Inglaterra), el 3 de marzo de
1756, fue pastor en diversas iglesias disidentes en East Anglia,
Suffolk, Herfordshire, etc. Del calvinismo sandemaniano pasó al
unitarismo teológico y al liberalismo whig, pero no tardó mucho
en abandonar toda creencia cristiana, haciéndose anarquista y ateo
(aunque al final de su vida profesó un no muy preciso panteísmo). Aunque
dejó una extensa y variada obra literaria (que comprende novelas,
teatro, historia, panfletos políticos, teología, etc.), su libro más
notable, el que le dio súbita e internacional fama, fue la Investigación acerca de la justicia política,
publicada a comienzos de 1793, la cual, como anota Brailsford, hizo que
se considerara «a Tom Paine como un bufón; a Paley como una vieja loca;
a Edmund Burke como un sofista de relumbrón».[1] Durante muchos años, en Inglaterra, «la expresión filosofía moderna se entendería siempre como una referencia a la obra de Godwin y sus discípulos».[2]
Después de haber sido tan duramente atacado en los últimos años de su
vida como había sido admirado cuando publicó su Investigación, murió el 7
de abril de 1836.
Nutrido con las ideas del iluminismo y habiendo abrazado como muchos de
sus contemporáneos ingleses, los ideales de la Revolución Francesa,
Godwin se distinguió de todos ellos por la lucidez y el coraje con que
supo llevar hasta sus extremas consecuencias aquellas ideas y estos
ideales.
Godwin admite, como Helvetius, el poder soberano de la razón sobre las
emociones, y, aunque no cree en el libre albedrío (sino en una cierta
«plasticidad» de la voluntad), confía, como el mismo Helvetius (y
también como Priesttey, D’Holbach y Condorcet), en la indefinida
perfectibilidad del ser humano. Todo hombre tiene, para él, la misma
dignidad intrínseca y todo individuo es igual a cualquier otro. La causa
principal de las injusticias y la razón de ser de su perpetuación son
las instituciones humanas (en lo cual sigue tanto a Swift como a
Mandeville). No se aviene, en cambio, con la idea del «contrato social»
de Rousseau (sobre el origen del gobierno) y concuerda, más bien, con
Price, para el cual todo Gobierno constituye un mal, y cuanto menos
tengamos de él, tanto mejor. De hecho, va más allá que Price y otros
liberales radicales. Ve la historia de la humanidad, en cuanto historia
del gobierno y del Estado, como una larga historia de la opresión y del
crimen. Nadie, antes que él, realiza una crítica tan penetrante de las
causas de la guerra y del carácter represivo (de guerra contra el propio
pueblo) que ejerce todo Gobierno. Todo Estado, en cuanto concentra en
sí determinado poder, tiende a conservarlo y acrecentarlo: de ahí su
inevitable función bélica. Todo Estado desea conservar el orden, lo cual
equivale a decir, mantener las cosas tal como están (los pobres,
pobres; los ricos, ricos; los nobles, nobles; los plebeyos, plebeyos,
etc.): de ahí su inevitable función opresora y represiva.
Para llegar a la sociedad ideal, donde el Estado quede reducido al
mínimo, Godwin no apela todavía a la lucha de clases o a la acción
directa. Confía, de acuerdo con su formación iluminista, en la difusión
de las ideas a través del libro y de la escuela y en una nueva
organización social, promovida por las «luces».
El carácter incipientemente anarquista de la filosofía social de Godwin
se hace evidente a partir de su distinción entre sociedad y Estado
(gobierno): «Los hombres se asociaron al principio por causa de la
asistencia mutua. No previeron que sería necesaria ninguna restricción
para regular la conducta de los miembros individuales de la sociedad
entre sí o hacia el todo. La necesidad de restricción nació de los
errores y maldades de unos pocos». Como T. Paine, está convencido de
que: «La sociedad y el gobierno son distintos entre sí y tienen
distintos orígenes. La sociedad se produce por causa de nuestras
necesidades y el gobierno por causa de nuestras maldades. La sociedad es
en toda condición una bendición; el gobierno, aun en su mejor forma, es
solamente un mal necesario».[3]
Pero Godwin cree que ese mal, necesario en el pasado y aún en el
presente, puede y debe ser progresivamente curado en el futuro. Y en el
camino de esa curación está, para él, la progresiva descentralización y
la instauración de Estados pequeños (según el ideal de Helvetius y de
Rousseau) y de comunas autónomas.
Ángel Cappelletti
[1] H.N. Brailsford Shelley, Godwin y su círculo, México, 1942, p. 63.
[2] A.L. Morton, op. cit. p. 117.
[3] Cf. Cano Ruiz, William Godwin (Su vida y su obra),
México, 1977; D. A. de Santillán, “William Godwin y su obra acerca de
la justicia política” (Introducción a la traducción española de Investigación acerca de la justicia política, Buenos Aires, 1945); V. García, Op. Cit. pp. 87 104.
Tomado del Libro 'La Ideología Anarquista'- Ángel Cappelletti
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