Los primeros
pensadores anarquistas, como Godwin, consideran que la educación es el factor
principal de la transformación social y el medio más importante para llegar a
una sociedad sin Estado. Se trata de una herencia de la filosofía de la
Ilustración (y, en particular, del pensamiento de Helvetius), que comparten con
los socialistas utópicos (Fourier, Owen, etc.).
También para
Bakunin la educación reviste enorme importancia, pero, ubicado ya, como Marx,
en el contexto de la lucha de clases y de la revolución social, no puede
considerarla como instrumento único del cambio social.
Bakunin señala
la inutilidad e incongruencia del esfuerzo de positivistas y utilitaristas (y,
en general, de la burguesía progresista) por fundar escuelas y promover la
educación popular: antes que proveer instrucción es preciso asegurar el pan, el
vestido y la habitación, y la mayoría en las clases populares no los tienen
asegurados. He aquí, pues, que para cualquier espíritu lógico y bien informado de
la realidad primero será necesario promover el cambio social (que para ser
efectivo deberá ser radical y no podrá lograrse sino con la revolución) y
después podrá pensarse en instruir y educar al pueblo.[1]
Este orden no
es, sin embargo, absoluto, puesto que para casi todos los anarquistas (y hasta
para el propio Bakunin) la revolución no puede darse sin una cierta conciencia
revolucionaria, lo cual implica un mínimo de instrucción y educación. He aquí
por qué Bakunin insiste al mismo tiempo en la necesidad de educar a las masas y
de transformar las iglesias en escuelas de la emancipación humana; he aquí por
qué una de las prioritarias exigencias de la Primera Internacional fue la
educación integral e igualitaria; he aquí por qué la Comuna en medio de su
cruenta lucha, no dejó de fundar escuelas laicas y humanitaristas para la
infancia parisiense; he aquí, en fin, por qué las organizaciones obreras de
tendencia anarquista (como la CNT en España) no descuidaron ni en sus momentos
más difíciles la creación de escuelas elementales para la educación de los
trabajadores y de sus hijos.
La pedagogía
libertaria parte de la idea de que el niño (el educando) no es «propiedad» de
nadie, ni de sus padres, ni del Estado, ni de la Iglesia y que pertenece, como
dice Bakunin, sólo a su libertad futura o, como prefieren decir otros, a su
libertad actual.
La base de toda
pedagogía anarquista es, obviamente, la libertad. Toda coacción y toda
imposición no sólo constituyen en sí mismas violaciones a los derechos del
alumno, sino que también deforman su alma para el futuro y contribuyen a crear
máquinas o esclavos en lugar de hombres libres. El lema de la escuela ácrata
es, por consiguiente, «a la libertad del hombre por la libertad del niño». Y
aun cuando en la interpretación de este lema hay diferentes criterios (desde el
de Bakunin, que considera necesario cierto uso de la autoridad para formar en
el niño un carácter firme y disciplinado, hasta el de Tolstói y otros pedagogos
más recientes que excluyen absolutamente toda coacción y toda imposición), en
general los anarquistas están de acuerdo en rechazar todos los modelos
pedagógicos tradicionales, precisamente por sus características autoritarias y
coactivas.[2]
A una pedagogía
de este tipo se acercaron notablemente desde fines del siglo XIX hasta nuestros
días algunos pedagogos ajenos, en principio, al anarquismo como ideología y
como filosofía político social. Tales fueron, por ejemplo, los que fundaron en
Hamburgo y otras ciudades alemanas las Gemeinschaftschule (comunidades
escolares), la Kinderheim Baumbgarten en Viena, la Kearsley School, etc.;
figuras como las de Ellen Key, Berthold Otto, M.A.S. Neill, etc.[3]
El principal
problema que la pedagogía declaradamente anarquista debe enfrentar, es,
precisamente, el de los contenidos anarquistas de la enseñanza.
La mayoría de
los pedagogos anarquistas han optado por sustituir la cosmovisión cristiana o
liberal que informaba toda la enseñanza en la escuela tradicional por una
cosmovisión «científica», que por lo general es más bien «cientifícista» y
materialista. La enseñanza de la historia y de las ciencias sociales comprende
una crítica abierta al Estado, a la Iglesia, a la Familia; se basa en la idea
de la lucha de clases o, más propiamente, de la lucha de los explotados y
oprimidos en general contra las clases y grupos dominantes; no evita los
ataques directos contra el capitalismo, la burguesía, el clero, el ejército,
etc. Esta solución, que es la de la Escuela Moderna de F. Ferrer, aproxima la
pedagogía libertaria a la marxista. Se trata de impartir una educación
clasista, socialista, definidamente ideológica.
Otros pedagogos
anarquistas, en cambio, como Mella en España, consideran que una escuela
verdaderamente libertaria debe ser neutra frente a cualquier filosofía o
concepción del mundo, ni materialista ni espiritualista, ni atea ni teísta,
etc., y que su misión esencial será formar personalidades con gran
independencia y espíritu crítico, capaces de decidir por sí mismas respecto a
éstos y todos los demás problemas teóricos y prácticos que deban enfrentar en
su vida adulta. Desde este punto de vista, se acercan más a instituciones tales
como Summerhill.[4]
En cualquier
caso, toda pedagogía anarquista considera indispensable la integración del
trabajo intelectual con el trabajo manual; insiste en el valor de la
experimentación personal y directa; considera el juego (aunque no el deporte
puramente competitivo) como excelente medio educativo, tiende a suprimir los
exámenes, las calificaciones, las competencias académicas, los premios y los
castigos al mismo tiempo que fomenta la solidaridad, la curiosidad
desinteresada, el ansia de saber, la libertad para pensar, escribir y
construir, etc.
[1] Cf. G. Leval, La pedagogía de Bakunin,
«Reconstruir», 100.
[2] Cf. J. Álvarez Junco, La ideología política del
anarquismo español, Madrid, 1976, p. 529.
[3] Cf. J. R. Schmid, El maestro compañero y la
pedagogía libertaria, Barcelona, 1976.
[4] Cf. ERA 80, Els anarquistes, educadors del
poble. «La Revista Blanca» (1898 1905), Barcelona, 1977, p. 201.
Ángel Cappelletti
Fragmento del Libro La Ideología anarquista de Ángel Cappelletti. (El título de la entrada no corresponde al original)
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