Aldous Huxley fue uno de los escritores más leídos en Gran Bretaña y en el continente europeo durante las décadas del treinta y del cuarenta. Cultivó todos los géneros literarios (inclusive el guión cinematográfico), pero intentó ser, básicamente, novelista. En realidad, fue un gran ensayista que procuró con frecuencia endilgar sus reflexiones a personajes imaginarios, actores de tramas más bien pobres. Las fuentes de sus ideas son múltiples y aparentemente contradictorias. Por una parte, nieto de Thomas Huxley se nutrió de ciencia biológica y nunca echó al olvido el espíritu de Darwin. Por otra, bisnieto de Matthew Arnold, encontró inspiración permanente en lo mejor de la poesía inglesa y europea. Por otra, en fin, nieto también de Thomas Arnold, espíritu atormentado por su fe, que se debatió entre anglicanismo y catolicismo, halló Aldous Huxley la superación de los antagonismos dogmáticos en la filosofía perenne. Pero a todo esto hay que añadir una constante preocupación por los problemas de la humanidad y por su futuro, que lo hermana con su tan diferente contemporáneo y compatriota H.G. Wells. Esto explica el hecho de que, más de una vez, la narrativa de Huxley asuma la forma de utopía o, de acuerdo con su espíritu crítico e irónico, de anti utopía. Esbozos utópicos se encuentran ya en las primeras novelas. En Crome Yellow (traducida al castellano con el título de Los escándalos de Crome), obra que data de 1921, Scogan (que personifica a Bertrand Russell) expone una visión del futuro en la cual la reproducción humana se realiza en laboratorios, sin intervención del «horrendo sistema de la naturaleza», con lo que desaparecerá la familia y Eros revoloteará, libre e irresponsable, sin preocupación genésica alguna. Tal vez el mismo Russell haya expresado en esa época ideas similares en sus visitas a Garsington Manor, la mansión campestre cercana a Oxford, donde Lady Morrell invitaba a Huxley y a otros muchos escritores, como Virginia Wolf y T.S. Elliot. De hecho, el filósofo las expresará luego en The Scientific World, publicado en 1931, un año antes de Brave New World, donde Huxley ofrece esta misma perspectiva del futuro. El mismo Scogan completa luego su utopía describiendo un estado racional, en el cual los hombres, clasificados según su inteligencia y su temperamento, reciben la educación que les corresponde. Surgen así tres clases: Inteligencias Directoras, Hombres de Fe y Rebaño, cuyos respectivos roles serían gobernar racionalmente, persuadir magnéticamente y vivir felices en la obediencia y el trabajo. Como se ve, esta primera utopía esbozada por Huxley en su juventud, reproduce la estructura de clases de la República de Platón, sustituyendo a filósofos por científicos y a guerreros por predicadores entusiastas. A través de Russell, Huxley se conecta así con Wells. La persistencia del ideal platónico del gobierno de los sabios se explica por la adhesión que suscita en los positivistas, de Comte a Renan, continuados por Russell. Combatido por Bakunin y por Marx, triunfa de hecho, aunque no «de iure», en las actuales tecnoburocracias que esconden el socialismo «real».
Después de Crome Yellow, publica Huxley, en 1923, Antique Hay, Those Barren Leaves (Esas hojas estériles), en 1925; y, como culminación de su período italiano, Point Counterpoint (Contrapunto), en 1928. Todas ellas son «novelas de ideas». Durante el mismo período edita, intercalándolos entre las novelas, varios libros de ensayo: On the Margin (Al margen) en 1923; Along the Road (A lo largo del camino) en 1925; Jesting Pilate en 1926; Proper Studies, en 1927; Do What you Will, en 1929.
Instalado en Francia, escribe cinco colecciones de ensayos y sólo dos novelas. Aquellas colecciones dieron origen a los siguientes volúmenes: Music at Night (Música en la noche) en 1931; Texts and Pretexts, en 1932; Beyond the Mexique Bay (El viaje), en 1934; The Olive Tree, en 1936; y Ends and Means (El fin y los medios) en 1937. Las dos memorables novelas son Brave New World (Un mundo feliz), publicado en 1932 y Eyeless in Gaza (Con los esclavos en la noria), en 1936.
Con Brave New World, Huxley, liberado ya de posibles influencias de D.H. Lawrence, especula sobre las consecuencias lógicas de un desmesurado progreso en tecnología, bioquímica y psicología y sobre el futuro que espera al hombre bajo los efectos de aquel progreso. Escrito con gran ecuanimidad, es un libro de fría y controlada ironía, eco del gran creador en este género de literatura, Jonathan Swift. Aldous compartía tales preocupaciones con su hermano Julian, que sería luego Director General de la Unesco, y que había de levantar por otra parte su voz de genetista ilustre contra «el predominio de la autoridad ideológica y política sobre la ciencia», en el caso de Lysenko y el «michurinismo».
A Aldous, igual que a Julian, «le preocupaba profundamente el porvenir de la humanidad». Por eso, «el peligroso aumento de la población, el derroche de materias primas, el implacable avance de la sociedad de consumo, la ruina de los valores espirituales, sustituidos por el culto a la economía y la industria, la expansión ilimitada de la ciencia son temas constantes en su obra».
El epígrafe de Berdiaeff donde se prevé el comienzo de un siglo en que los intelectuales «soñarán los medios para evitar las utopías y para volver a una sociedad no utópica, menos perfecta y más libre», constituye ya un claro indicio del carácter anti utópico de la novela de Huxley. Éste, en efecto, había tenido al principio, según él mismo atestigua, el propósito de escribir una parodia de la utopía de H.G. Wells, Hombres como dioses. En ciertos aspectos, Brave New World es asimismo un antecedente de 1984, aunque Orwell no esté preocupado por el triunfo de una ciencia y de una «racionalidad» enemigas del espíritu humano sino por la degeneración de la racionalidad revolucionaria. En todo caso, ambas anti utopías confrontan una sociedad donde los valores de la libertad y la igualdad, así como la esencia misma de la persona humana, aparecen suprimidos por una razón que se autojustifica con la existencia de la estabilidad, del orden y del Estado totalitario. Pero en la anti utopía de Orwelliana aniquilación de la individualidad se logra por la vigilancia extrema y la represión sin límites; en la de Huxley más bien por una adecuada aplicación de la ciencia biológica y psicológica. Allá predomina el miedo, aquí el placer mecánico. Al señalar los peligros de una utilización inhumana de la ciencia biológica. Huxley se sitúa en la línea de denuncia iniciada por Wells en La isla del doctor Moreau. Avizora una sociedad manipulada por una ciencia biológica y psicológica que se erige sobre una estricta concepción mecanicista del hombre y hace de éste un ente no sólo absolutamente ajeno a los valores del espíritu sino también extraño a los elementales valores de la vida animal. De ahí que su antiutopía exija la confrontación del mundo «fordiano» o civilizado con el mundo salvaje, donde aún tienen vigencia, junto a ciertos resabios desfigurados de espiritualidad, los instintos vigorosos y primarios de la animalidad. Erróneo sería, sin duda, suponer que el mundo salvaje es propuesto como modelo arquetípico frente a la sociedad europea futura o presente. Parece difícil convenir con Werner Plum cuando éste incluye a Brave New World entre las utopías nostálgicas y nativistas. La magia y la suciedad, la monogamia absoluta y la procreación vivípara en condiciones antihigiénicas no son, sin duda, un ideal que Huxley pueda defender, pero sí lamentables alternativas que deben preferirse, por más humanas, al mundo civilizado y feliz de Ford. El animal está más cerca del hombre (y del espíritu) que la máquina. Y aunque no se trata de que la «civilización» retorne a la vida animal, es claro que tiene muchas cosas de que la «civilización» retorne a la vida animal, es claro que tiene muchas cosas que aprender de ella. Esto explica por qué algunos críticos han visto aquí una extraña mezcla de deseo y repulsión por parte del autor.
La novela presenta una estructura triádica y dialéctica. En la primera parte (tesis) se describe el funcionamiento de la sociedad fordiana y civilizada, esto es, el mundo feliz de la ciudad de Londres; en la segunda (antítesis) el mundo salvaje de indios y mestizos, abandonados a la miseria y el dolor de su primitivismo en el desierto de Nuevo México; en la tercera (síntesis) el retorno de un extraño personaje nacido de dos civilizados (en un parto) y criado entre salvajes, al mundo mecánico de Ford.
Huxley sigue alentando la utopía (cada vez más remota para él en aquel 1932 con Stalin y Mussolini en el poder, con Hitler en vísperas de conquistarlo) de una economía descentralizada, al estilo de Henry George, de una política cooperativista al estilo de Kropotkin, que hagan posible la «búsqueda consciente e inteligente del fin último del hombre: el conocimiento unitivo del Tao o Logos inmanente, la trascendente divinidad de Brahma».
En los años siguientes, mientras escribe Eyeless in Gaza, acentúa su interés por la metafísica de lo Uno, absolutamente trascendente y absolutamente inmanente, a la vez que su pacifismo a ultranza. Pero es claro que de todos los modelos posibles de sociedad sigue prefiriendo, como Herbert Read, el que Kropotkin postula en La conquista del pan y Campos, fábricas y talleres. En 1937, al responder a un cuestionario de la Left Review acerca de su posición frente a la guerra civil española, Huxley dice:
«Mis simpatías están, naturalmente, con el gobierno, pero lo están más con los anarquistas, pues creo que el anarquismo tiene más probabilidades de lograr el deseado cambio social que un comunismo muy dictatorial y centralizado».Su opinión al respecto estaba muy cerca de la de Orwell y la de Simone Weil, quienes aun sin abrazar «políticamente» el ideario anarquista, veían en él lo más cercano a sus propios ideales éticos y sociales. En definitiva, también Bernard Shaw, fabiano y autor de un ensayo titulado Imposibilidad del anarquismo, espera que la evolución física y mental de la humanidad conduzca a un socialismo sin Estado. Esto es lo que se infiere a su Retorno a Matusalén. En Brave New World, sin embargo, Huxley se circunscribe a describir los efectos no sólo deshumanizantes sino también desanimalizantes de una ciencia biopsicológica mecanicista. Gracias a ella se realiza el arquetipo del hombre planta y del hombre máquina; triunfan definitivamente la cibernética y la robótica, cuya función no consiste ya en crear mecanismos automáticos al servicio del hombre sino en crear hombres automatizados al servicio del Estado. Después de Huxley, la idea ha sido retomada por Burgess en La naranja mecánica, en lo que se refiere al condicionamiento psicológico y la modificación de conducta. Pero el Brave New World se remonta a la generación misma del organismo humano. Y comienza, por consiguiente, con una sátira tanto más feroz cuanto más próxima a los procedimientos reales de la eugenesia y de la fecundación «in vitro». La acción se desarrolla en el año 632 después de Ford, exactamente en el 700 a partir de la instauración del «mundo feliz». Ford, que reemplaza a Cristo no sólo en la cronología sino también en la vida de la nueva sociedad, simboliza la mecanización avanzada y la producción en serie, que de la industria se ha extendido a todos los ámbitos del quehacer humano. Desde el principio se deja sentado que el hombre deseable en la nueva sociedad es el que funciona mecánicamente, el que se ocupa de las partes y no se preocupa por el Todo, el que acumula y no piensa: «No son los filósofos sino los que se dedican a la marquetería y los coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de la sociedad». Otro rasgo común con la anti utopía de Orwell (Rebelión en la granja; 1984) es el rechazo del pensamiento abstracto y la desconfianza hacia las ideas generales. En la sociedad fordiana, los estudiantes «alguna especie de idea general debían tener si habían de llevar a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían de ser buenos y felices miembros de la sociedad, a ser posible».
El punto de partida de esa sociedad, mecánicamente feliz y, según sus regentes, felizmente mecánica, es la fecundación in vitro. Para desterrar de modo definitivo y absoluto todo el complejo de emociones que tienen su fuente en la gestación, el parto, el amamantamiento, la crianza, la relación madre-hijo, la familia, etc., los arquitectos del mundo feliz han desplazado el pudor desde el acto sexual hacia los efectos biológicos del mismo. Lo obsceno no es ya el erotismo sino la embriología y, más aún, la familia. Los habitantes de 1984 están condenados a la castidad, que sólo puede transgredirse en la estricta medida en que lo requiere la perpetuación de la especie. Los ciudadanos del mundo feliz, por el contrario, ejercitan una sexualidad que casi carece de límites. La promiscuidad no sólo se permite sino que se fomenta. Desde su más tierna infancia son incitados a la práctica de juegos eróticos. Pero lo que aquí se quiere evitar no es diferente de lo que desea evitar el Hermano Grande en la novela orwelliana: el nacimiento del amor a partir del sexo, la aparición de un sentimiento tremendamente fuerte y personal, que no sólo escapa al control del Estado sino que también atenta contra su poder omnímodo, el orto de la libertad y de la individualidad. En 1984 el amor se vincula directamente con el sexo y sólo se puede evitar con la castidad; en Brave New World, por el contrario, el sexo parece como una vacuna contra el amor, pero éste se relaciona con la maternidad y la paternidad, es decir, con la familia.
Huxley ensalza así el valor de esta institución, sin recordar para nada las críticas que el pensamiento liberal y socialista había dirigido contra ella (perpetuación de la propiedad privada, dominio del marido sobre la mujer y de los padres sobre los hijos, origen de particularismos y egoísmos sociales, etc.). Pero se debe tener en cuenta que no se trata de una simple y llana apología de la familia monogámica y patriarcal sino de resaltar sus valores relativos, surgidos de la vida animal, frente a los desvalores de una sociedad ultramecánica, en la cual la sexualidad no pasa más allá del erotismo. El peligro que intenta señalar Huxley en su fábula antiutópica se cifra en la reducción de la vida a la máquina.
La obra se inicia, por eso, con una descripción del proceso, altamente mecanizado (fordizado) mediante el cual se producen los seres humanos. En las incubadoras y dentro de tubos de ensayo se conservan los óvulos (a la temperatura de la sangre) y los espermatozoides (a treinta y cinco grados). La unión de unos y otros se produce en un medio artificial (in vitro, se diría hoy) y luego los óvulos fecundados vuelven a las incubadoras, donde son sometidos a tratamientos diferentes, que dan como resultado las diversas castas de la sociedad. Los Alfas y los Betas (las castas superiores) permanecen en las incubadoras hasta ser definitivamente embotellados; mientras los Gammas, Deltas y Epsilones (las castas inferiores) son retirados al cabo de treinta y seis horas, «para ser sometidos al método de Bokanovsky». La bokanovskificación consiste en una serie de paros del desarrollo. Se controla el crecimiento normal y el óvulo reacciona echando varios brotes. «Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo bokanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes y cada brote llegará a formar un embrión perfectamente constituido y cada embrión se convertirá en un adulto normal. Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía uno. Progreso». La reproducción sexual (unión de los gametos) se combina con la asexual (gemación) dentro del proceso mecánico. A medida que se desciende en la escala de las castas, se desechan los rasgos que caracterizan la reproducción de las especies animales superiores y se adoptan los modos corrientes entre los vegetales. Las ventajas que el método de Bokanovsky presenta son claramente expuestas. Se trata de «uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social». La estabilidad se hace depender de la identidad o igualdad mecánica de las partes en el todo, esto es, en la sociedad: «Hombres y mujeres estandarizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica podría ser el producto de un solo óvulo bokanovskificado».
En la Sala de Envasado, «los óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos recipientes más grandes; diestramente, el forro de peritoneo era cortado, la mórula situada en su lugar, vertida la solución salina… y ya el frasco había pasado y les llegaba la vez a los etiquetadores». Los procedimientos de Ford son aplicados con rigor a la generación humana. «Herencia, fecha de fertilización, grupo de Bokanovsky al que pertenecía, todos estos detalles pasaban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus nombres a través de una abertura de la pared, hacia la Sala de Predestinación Social). Los Predestinadores mandan sus datos (ochenta y ocho metros cúbicos de fichas, que contienen toda la información necesaria) a los Fecundadores, los cuales les envían los embriones solicitados. Los frascos pasan entonces a la Sala donde han de ser individualmente predestinados para toda su vida. Desde allí vuelven al Almacén de los Embriones, donde son conservados en luz roja. Huxley logra sugerir aquí lo siniestro de la mecanización de la vida humana: «Los voluminosos estantes laterales, con sus hileras interminables de botellas, brillaban como cuajados de rubíes, y entre los rubíes se movían los espectros rojos de mujeres y hombres con los ojos purpúreos y todos los síntomas del lupus. El zumbido de la maquinaria llenaba débilmente los aires». Cada uno de los quince estantes (distribuidos en tres niveles) se mueve como un tren a razón de 333 milímetros por hora y durante 267 días (a razón de ocho metros por día), recorriendo así cada botella 2.136 metros hasta ver la luz del día y comenzar su existencia independiente en la Sala de Decantación. Durante ese largo recorrido le suceden al embrión «un montón de cosas». El 30% de los embriones hembras se desarrollan normalmente, aun cuando bastaría con que lo hiciera sólo uno de cada 1.200 de ellos. Los demás se convierten en hermafroditas. Por otra parte, los embriones son bioquímicamente condicionados para una determinada casta. Se los predestina para ser Alfas o Epsilones, futuros Directores de Incubadoras o poceros. Para obtener especímenes de castas inferiores con una inteligencia por debajo de lo normal es suficiente con proporcionar a los embriones menos oxígeno. Hay algo, sin embargo, para lo que todos y cada uno son condicionados por igual: la conformidad con el propio destino, en lo cual se hace consistir tanto la dicha personal como la paz y la seguridad social: «Este es el secreto de la felicidad y de la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social».
El condicionamiento bioquímico se complementa con el psicológico. A la Sala de Predestinación Social le sigue, por eso, la Sala de Condicionamiento Neopavloviano o Guardería Infantil. Las mentes infantiles son conformadas mediante «reflejos condicionados definitivamente». Bien sintetiza el director de la Sala el sentido de su labor: «Lo que el hombre ha unido, la Naturaleza no puede separarlo». En la mente de aquellos niños se encuentran, por ejemplo, indisolublemente relacionados entre sí los libros con ruidos fuertes, las flores con descargas eléctricas. y ello por razones de alta política económica. «El amor a la Naturaleza no da quehacer a la fábrica. Se decidió abolir el amor a la Naturaleza al menos entre las castas más bajas». Estas son condicionadas, pues, para que odien el campo, pero al mismo tiempo para que amen los deportes campestres, ya que de ese modo consumirán transporte y aparatos complicados. Uno de los instrumentos pedagógicos más usados es la hipnopedia, el método de la enseñanza durante el sueño. La hipnopedia no se utiliza para la educación intelectual, ya que «no se puede aprender una ciencia a menos que uno sepa de qué se trata), sino para la educación moral, «que nunca, en ningún caso, debe ser racional. La educación moral comprende entre sus principales asignaturas: Conciencia de Clase Elemental y Sexo Elemental. El orgullo de pertenecer a una casta determinada y el desprecio por las demás castas se inculca al infante dormido, incansablemente: «Ciento veinte veces, tres veces por semana, durante treinta meses». Los juegos eróticos son fomentados entre niños y niñas como parte de la educación moral: «En una breve extensión de césped, entre altos grupos de brezos mediterráneos, dos chiquillos, un niño de unos siete años y una niña que quizás tendría un año más jugaban –gravemente y con la atención concentrada en unos científicos empeñados en una labor de investigación– a un rudimentario juego sexual». Difícil resulta, para los jóvenes estudiantes de la sociedad fordiana, comprender que en el mundo anterior a Ford «los juegos eróticos entre chiquillos habían sido considerados como algo anormal… y no sólo anormal sino realmente inmoral». El secreto de la felicidad consiste, pues, en mecanizar el sexo, reduciéndolo a un juego erótico y separándolo definitivamente del sentimiento, del amor y de cualquier rasgo de espiritualidad. Esto significa, para Huxley, desterrar toda idea de maternidad o paternidad, toda noción del hogar, toda imagen de la vida familiar: «Hogar, hogar… Unos pocos cuartitos superpoblados por un hombre, una mujer periódicamente embarazada, y una turbamulta de niños y niñas de todas las edades. Sin aire, sin espacio; una prisión no esterilizada; oscuridad, enfermedades y malos olores. Más aún, «el hogar era tan mezquino psíquica como físicamente. Psíquicamente, era una conejera, un estercolero, lleno de fricciones a causa de la vida en común, hediondo a fuerza de emociones. ¡Cuántas intimidades asfixiantes, cuán peligrosas, insanas y obscenas relaciones entre los miembros del grupo familiar! Como una maniática, la madre se preocupaba constantemente por los hijos (sus hijos)… Se preocupaba por ellos como una gata por sus pequeños; pero como una gata que supiera hablar, una gata que supiera decir: “nene mío, nene mío” una y otra vez. Nene mío y ¡oh, en mi pecho sus manitas, su hambre, y ese placer mortal e indecible! Hasta que al fin mi niño se duerme, mi niño se ha dormido con una gota de blanca leche en la comisura de su boca. Mi hijito duerme”…». El progreso sexual y familiar consiste para el mundo fordiano en elevar al hombre desde el animal a la máquina, puesto que la máquina no despide malos olores ni segrega tontos sentimientos, puesto que la máquina no se libra a la ansiedad vana ni se rebaja a la emotividad vulgar. Huxley, que aspira a una espiritualidad centrada en el Fin Ultimo, en lo Absoluto trascendente-inmanente, no reivindica la pura animalidad como meta ideal, pero la contrapone a la pura maquinalidad como algo más humano y, por tanto, menos alejado del fin trascendente. Ford (es decir, Freud) descubrió las oscuras y hediondas entrañas de la familia: nuestro Ford –o nuestro Freud, como, por alguna razón inescrutable, decidió llamarse él mismo cuando hablaba de temas psicológicos– nuestro Ford fue el primero en revelar los terribles secretos de la vida familiar. El mundo estaba lleno de padres y, por consiguiente, estaba lleno de miseria; lleno de madres y, por consiguiente, de todas las formas de perversión, desde el sadismo hasta la castidad; lleno de hermanos, hermanas, tíos, tías, y, por ende, lleno de locura y de suicidios». Más aún, «había también maridos, mujeres, amantes. Había también monogamia y romanticismo… Familia, monogamia, romanticismo. Exclusivismo en todo, en todo una concentración del interés, una canalización del impulso y la energía». Nada más contrario a los principios de la civilización fordiana donde «todo el mundo pertenece a todo el mundo».
Publicado en Polémica, n.º 51, agosto 1992
Fuente: revista polémica
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