martes, 7 de enero de 2014
miércoles, 1 de enero de 2014
El antifeminismo de Rafael Correa: Los límites de los gobiernos “progre”
El 28 de diciembre y como para sorprender a los
inocentes que aún creen en el supuesto carácter progresista del gobierno
de Rafael Correa, el mandatario ecuatoriano acudió a su acostumbrado
mitin sabatino para dar rienda suelta a toda su homofobia y
antifeminismo. Alegando que son "fundamentalismos" los que pretenden
incorporar la perspectiva de género en la educación, Rafael Correa
sentencia que "a los niños hay que dejarlos en paz".
El Presidente ecuatoriano dice apoyar al "movimiento feminista por
igualdad de derechos" pero… "¡De repente hay unos excesos, unos
fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas: ya no es
igualdad de derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los
hombres parezcan mujeres y las mujeres hombres: ¡ya basta!".
Evidentemente, Correa desconoce que todo feminismo aboga por la igualdad
de derechos entre los seres humanos y antepone sus prejuicios para con
el término cuando cataloga de "exceso" al necesario cuestionamiento de
los roles que se asignan en función del sexo biológico. Rafael Correa
seguramente se sentiría más cómodo en medio de un feminismo más parecido
al que propugnaba Hugo Chávez, uno en el que los roles de género no
fuesen cuestionados, los estereotipos siguiesen intactos, las mujeres de
la cocina al tocador y los "hombres que parecen hombres", ¡en la
política, sí señor!
Correa no pudo evitar dar gracias a su dios macho, blanco y
heterosexual en medio de tanta efervescencia católica: "¡Porque somos,
gracias a Dios, hombres y mujeres diferentes! ¡Complementarios! ¡Y no es
que se trate de imponer estereotipos! Pero ¡qué bueno que una mujer
guarde sus rasgos femeninos! ¡Qué bueno que un hombre guarde sus rasgos
masculinos! ¿No? Y bueno, todo el mundo es libre… el hombre de ser
afeminado, y la mujer de ser varonil. Pero ¡yo prefiero la mujer que
parece mujer! ¡Y creo que las mujeres prefieren hombres que parecemos
hombres!" Tampoco puede, en medio de semejante discurso, dejar de
anteponer su ego y las preferencias que le motivan. Ello, de por sí, no
estaría mal si no se tratase de una figura presidencial que desde las
cumbres del poder constituido se cree con el derecho de conducir las
preferencias de las personas a las cuales gobierna y además colocar
peros a las libertades de sus ciudadanos y ciudadanas.
Días antes, el 13 de diciembre, ese mismo Rafael Correa se había
reunido con ocho miembros del colectivo LGBT de Guayaquil. Ante estas
personas se comprometió entonces a defender los derechos de la población
lésbica, homosexual, bisexual, transgénero e intersexual. Por supuesto,
no dejó de hacer hincapié en que era esa la primera vez que un
Presidente se reunía con representantes de dicho sector. (¡Dense con una
piedra en los dientes, por favor, más agradecimiento!) Correa también
se comprometió entonces a establecer una comisión que siga la pista de
varios asesinatos cometidos contra miembros del colectivo, a someter a
revisión las leyes enviadas a la Asamblea en torno a la salud, educación
y empleo, a promover mediáticamente los derechos de la diversidad
sexual y a formar servidores públicos con perspectiva de género. Por
supuesto, nada de esto trascendió el mero palabrerío, una foto con
banderita arcoíris y una muy forzada y masculina sonrisita, por si
acaso. Quince días después, el Presidente mandaría a volar sus
conversaciones con aquella agrupación LGBT y daría rienda suelta a su
profundo desprecio por lo que él cataloga despectivamente como
"ideología de género".
Para Correa, son "barbaridades" aquellos postulados según los cuales
el rol de género no es determinado por su sexo biológico. "¡No son
teorías, es pura y simple ideología!", afirma impetuoso mientras el
Siglo XX vacila bajo sus pies. Por eso se posiciona convencido contra la
educación de niñas y niños desde perspectivas de género y asume que hay
que tener mucho cuidado con esas cosas: "Yo respeto mucho eso. Pero lo
que tampoco es correcto es que lo traten de imponer sus creencias a
todos, el que básicamente no existe hombre y mujer natural, el que el
sexo biológico no determina al hombre y a la mujer, sino las
‘condiciones sociales’. Y que uno tiene ‘derecho’ a la libertad de
elegir incluso si uno es hombre o mujer. ¡Vamos, por favor! ¡Eso no
resiste el menor análisis! ¡Es una barbaridad que atenta contra todo!".
Correa asume también su defensa ante las reacciones que sabe ha de
generar su encendido discurso antifeminista: “¿Me van a decir
conservador por creer en la familia? Pues creo en la familia, y creo que
esta ideología de género, que estas novelerías, destruyen la familia
convencional, que sigue siendo y creo que seguirá siendo la base de
nuestra sociedad.”
Son prejuicios morales los que enarbola Rafael Correa, prejuicios morales sostenidos sobre la base de una formación católica. Esos prejuicios, a estas alturas de la historia humana, chocan flagrantemente contra la aspiración de sociedades más justas, más libres. Que Rafael Correa considere a la familia "convencional" (heteronormada) como base de la sociedad, está bien. Pero que como gobernante asuma que es su perspectiva religiosa la que debe imponerse, ese es un gravísimo despropósito. Él exige no sea impuesta una "ideología de género", pero se cree con derecho a imponer sus prejuicios a toda la sociedad ecuatoriana.
Hay algo en lo que Correa tiene total razón: Ha sido la familia
"convencional" la "base de la sociedad". Y cuando hablamos de la
sociedad que conocemos, tenemos que referirnos a su carácter capitalista
y patriarcal. Entonces, ciertamente, esa familia ha cumplido la
función, en primera instancia, de forjar los valores claves para la
constitución de sujetos para el capitalismo. En el seno de la familia
"convencional" se nos enseña una distribución de roles que va a
naturalizarse de lleno gracias a lo que aprenderemos en la escuela. Y la
escuela, a su vez, nos "enseñará" según seamos niñas o niños: Las niñas
podrán formarse para ser maestras, enfermeras, secretarias… Los niños
recibirán una formación idónea para ser médicos, empresarios,
politólogos, arquitectos. La mayoría, en definitiva, mano de obra para
sostener el sistema capitalista.
En este sentido, si somos capaces de cuestionar el carácter opresivo
de las instituciones capitalistas, ¡por supuesto que esa familia
"convencional" debe ser cuestionada! Deben ser cuestionados esos valores
que desde los hogares van preparándonos para una distribución injusta
de los roles sociales. Esa familia "convencional" en la que la madre se
ocupa de la cocina, el padre lee la prensa, el niño juega con carritos y
la niña con muñecas… ¡esa familia debe ser cuestionada! Y sin duda
alguna, nuestra sociedad debe integrar definitivamente a las diversas
constituciones familiares que en la realidad se hacen presentes. ¡Son
mayoría los hogares de madres solteras! ¿Por qué habríamos de
resistirnos a reconocer como familia a la pareja de homosexuales o
lesbianas que han decidido convivir y que un día quieren asumir roles de
crianza? ¿Por qué nos habríamos de resistir ante el derecho que tienen
los seres humanos a forjar una familia con base en lazos de afecto, sea
esa familia constituida por dos, tres o más personas de distinto o mismo
sexo? ¿Quién es Rafael Correa para imponer su particular creencia
religiosa como la norma de lo que debe o no debe ser una familia?
En definitiva, el reto que se presenta ante los movimientos
feministas del continente es enorme. Los gobiernos que han querido
presentarse como "progresistas", cada día instauran más claros límites
entre ese "progresismo" y las aspiraciones de emancipación de nuestros
pueblos. En la medida en que seamos capaces de reconocer esos límites y
procurarnos estrategias de abordaje en una lucha signada por la defensa
de las conquistas sociales, obtenidas en los últimos años, y el
enfrentamiento cabal contra las políticas conservadoras que ellos mismos
son capaces de propugnar, estaremos avanzando con certeza hacia la
construcción de sociedades menos injustas. Pero si por el contrario
cedemos en la lucha ante los límites que imponen estos gobiernos, si
somos dóciles y conformistas, no sólo estaremos poniendo en riesgo las
pocas conquistas sociales obtenidas sino que garantizaremos nuestra
plena derrota histórica.
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